Translate

miércoles, 7 de agosto de 2013

Epílogo


Después de usar parte del dinero en un corte de pelo —lo suficientemente largo para que ella pudiera pasar los dedos por su cabeza como a él tanto le gustaba— manteniendo el brillo dorado que se empeñaba en ocultar bajo una gorra, el muchacho, como cada noche después de irse, escaló cuidadosamente uno de los pilares del puente de Brooklyn hasta su barrote preferido para ver el ascenso de la luna. Se sentó con cuidado y respiró profundamente el aire sin contaminar por el humo de los coches debido a la altitud. Poco a poco sus músculos se relajaban y sentía como su mente se despejaba tras un tiempo de actividad frenética. La quería, pero no sabía cómo reaccionar a sus últimos momentos con ella. Cuando se sentía más relajado, su teléfono comenzó a vibrar —se le había olvidado apagarlo, como acostumbraba— y, después de unos malabarismos para no caerse ninguno de los dos, lo cogió, cansado de tanta inútil insistencia; dispuesto a zanjarla.

    No voy a volver, así que…

    Cállate, idiota —su interlocutor estaba nervioso—. Te necesitamos aquí.

    Pues arreglaos vosotros. Ya lo habéis…

    Es Baby —no le dejó continuar—. Ha vuelto.

    ¿Y?

    Todos sabemos que serías capaz de cualquier cosa por ella.

    Eso era antes —replicó el chico, tozudo.

    Deja de comportarte como un capullo y ven aquí volando. ¿Crees que te llamo por gusto?

    Déjame en paz, Bells. Estoy harto de ti y de tus…

    Se la han llevado en ambulancia —él también estaba empezando a hartarse de su compañero. Adivinando su expresión de confusión, continuó—. Vimos cómo la metían y salía a toda velocidad.

    ¿Qué…qué ha pasado? —consiguió balbucear.

    Preferimos decírtelo en persona. No es agradable, PJ. Ni un simple desmayo.

    Cuéntamelo —le obligó el que fue su superior en la banda que integran.

    Cuando llegues —insiste.

    ¡He dicho que me lo cuentes! —gritó el muchacho agarrándose a la estructura para frenar su carácter impulsivo e impedir la caída.

    Pásamelo. Si lo sabe seguro que viene —oyó a través del teléfono otra voz—. ¿PJ? ¿Sigues ahí?

    Jess, tú eres su amiga; dime qué ha pasado, por favor.

El grafitero y ex ladrón de coches se rindió ante la voz de la que había sido la mejor amiga de la chica a la que amaba; por la que había cruzado el país; por la que había sido secuestrado; por la que se había tatuado su nombre real —justo encima del corazón, recordando lo presente que había estado y estaría— con la firma sacada de una dolorosa carta enviada tiempo atrás.

Prácticamente suplicaba por una respuesta al dolor y a la preocupación que crecía en su pecho.

    Primero tienes que calmarte —le exigió la chica.

    Estoy calmado —se esforzaba por respirar con normalidad.

    Sé que estás fingiendo, aunque de todas formas te lo diré; por ella, no por ti —aclaró la chica con su característico acento latino—. Cuando se fue la ambulancia, dejaron la puerta abierta, así que entramos y al llegar a su habitación…

    ¿Qué? —ante su silencio el chaval rubio se temió lo peor— ¿Pastillas? —dijo con un hilo de voz y tragó saliva.

    Sangre —dijo con un suspiro y lágrimas invisibles en los ojos—. Era un charco enorme, PJ —intentaba continuar a pesar de quebrársele la voz—. Y estaba la navaja al lado.

    No…no puede ser… ¿Cuánto tiempo ha pasado?

    Desde que lo vimos, una media hora. Estamos en el hospital, pero no quieren decirnos nada. Acaba de pasar su madre llorando y no nos hablaba. Es mi culpa —empezó a sollozar—, es mi culpa que se haya… —la chica tomó aire; aún le costaba aceptarlo— Si hubiese estado a su lado…

Él se sentía más culpable aún que ella; él le había abandonado cuando más se necesitaban mutuamente, porque ¿por qué negarlo? Quería estar a su lado el resto de su vida y ahora podría ser más imposible que nunca.

    ¿Y… —no podía contener la angustia— está viva?

No quería mencionar la palabra “muerte” ni nada relacionado con ella. Había visto cómo intentaba arrebatarle a la persona que más quiere suficientes veces. Las anteriores tenía en quién enfocar su rabia, sin embargo, en esta ocasión, la víctima era también el verdugo.

    Repito que no querían decirnos nada —esta vez sonaba desesperada.

    Voy para allá.

Colgó el teléfono con decisión; dispuesto a dar su propia vida por la de ella a cualquier precio.

Cap. 12


Al llegar a casa, no hago caso de las preguntas de mis padres sobre dónde he estado todos estos días y por qué me fui de esa manera. Entro a mi habitación y preparo todo lo necesario antes de empezar. Tenía una idea de cómo hacerlo, pero encontré una página en Internet donde daban las instrucciones exactas, incluyendo los factores como estar nervioso, enfadado... Me parece escalofriante que cualquiera pueda tener acceso a ese tipo de información —a pesar de que me haya venido bien—; no tienen ni idea de cómo hay que sentirse para llegar a este extremo ni la cantidad de vidas que están poniendo en peligro.

No me importa que duela, es más, lo prefiero; por lo tanto, descarto el cubo de agua caliente. Agarro la navaja antes de sentarme en el suelo con la espalda apoyada en la cama. Comienzo a pensar en lo malo que ha ocurrido este tiempo atrás —siendo la mayoría— para, según he leído, hacerlo más rápido.

Lentamente, siento mi muñeca abrirse bajo el filo y dejar paso a la sangre, que empieza a fluir por el antebrazo. Éste imita al anterior con una profunda línea en diagonal, partiendo del final de la de la otra, y formando un siete sangrante. No pierdo detalle de cada gota que cae al suelo y forma parte de un creciente charco.

Siempre he sido valiente —llevo aguantando todo este peso más tiempo del que creía poder soportar— y voy a demostrar que sigo siéndolo, pudiendo haber elegido cualquier otro método más rápido o menos doloroso.

Quiero que me encuentre mi padre, que sepa que si no fuese por él y su avaricia, ahora estaría con mis amigos, riéndonos de la vida y viendo cómo pasa el tiempo mientras nuestros lazos se estrechan cada día más. A diferencia de lo que en verdad ocurre, que están completamente rotos y parece como si nunca hubieran existido. Supongo que él no sabe la verdadera razón por la que he hecho todo esto.

Sin embargo, me estoy dejando morir poco a poco en mi habitación, sola. En menos de lo que pensaba, empiezo a adormilarme; una dulce sensación me cierra los ojos progresivamente, pierdo fuerza y aflojo los puños. Mis músculos se relajan hasta caer en un profundo sueño y me abandono por completo.

Cap. 11


En Nueva York, tras coger el avión más barato para poder tener dinero para el último taxi, no paso siquiera por mi casa antes de ir a la otra cárcel. Parece que mi vida se ha resumido en eso: cárceles y hospitales. Solo que esta vez no es por ningún tipo de venganza, sino por una despedida.
 Llamé por teléfono desde el aeropuerto a Jess antes de coger el taxi. Ella me dijo en qué cárcel en concreto han encerrado a Hood. Ahora que lo pienso, no he visto a Emma en el tiempo que he estado en el barrio. Las veces que me he sentado con la banda a charlar me dijeron que llevaba un tiempo indispuesta. Gracias a ellos me he enterado de que la razón por la que le vi diferente la última vez, es porque se ha quedado embarazada. Un descuido por parte de Hood y un ‘’accidente intencionado’’ por parte de ella, estoy segura.
Ya en la cárcel, me permiten la visita tras rogarle un buen rato al alguacil que me permitiese la entrada a pesar de no ser el horario adecuado. Me guía a la habitación, igual que la de las otras en las que he estado, mientras otro guardia va a buscar a mi amigo.
    ¡Hood! —le abrazo con todas mis fuerzas cuando le veo entrar.
    Vaya…no esperaba este recibimiento —me sonríe.
    Te he echado tanto de menos —no le suelto.
    ¿Qué haces aquí, Baby? Me encanta verte pero… —me separa con suavidad.
    Necesitaba verte antes de… —me muerdo la lengua— ¿Qué has hecho?
    Ha sido horrible. No quería hacerle daño, de verdad, pero… —se derrumba más rápido de lo que pensaba.
    Tranquilo —le consuelo. Si hay alguien a quien necesitaba, ese es él. Por muy mal que se encuentre.
    ¿Te acuerdas de Jonathan? —se recupera.
    ¿Le has… —adivino.
    Fue sin querer —se defiende.
    Y te creo. ¿Puedes contármelo? —digo con cuidado y asiente con la cabeza.
    Se metió con Emma y fui a por él; salió corriendo y le perseguí, pero al llegar a una azotea…le pegué y…
    Vale, no hace falta que sigas —volvemos a abrazarnos. Me aprieta tan fuerte que tengo que separarme—. Ten cuidado.
    ¿Qué pasa? —sonrío al verlo preocupado.
    Estoy bien.
    Ya, y por eso tienes algo debajo de la camiseta. Lo he notado al abrazarte —responde a mi pregunta sin formular.
    No es nada —cambio de tema—. Te sienta bien el naranja —le sonrío—. ¿Cuánto llevas aquí?
    Cuatro meses. Todavía me quedan otros ocho. Cuando salga nos vamos de fiesta y no volveremos a casa hasta dentro de una semana.
    Me apunto —me río—. De todas formas no pienso pasar mucho más tiempo con mis padres.
    ¿Qué ha pasado? ¿Tiene algo que ver con lo que te duele?
    No he dicho que me duela nada —le miro, perspicaz.
    Lo he notado. Te cuesta sentarte y al moverte pones caras.
    ¿En serio? Pensaba que no…
    ¿Me vas a responder qué ha pasado con tus padres o vas a seguir esquivando el tema?
    Es que no me gusta hablar de eso, perdona Hood.
    Ni a mi estar aquí y me aguanto. Habla —me exige aún sin perder ese afán protector que le sigue caracterizando.
    Llevo sin hablar a mi padre casi desde que me fui —digo con un suspiro—. ¿Contento? La verdad es que para lo que me queda, me da igual —murmuro.
    ¿Qué ha hecho?
    Me ha traicionado. Por su culpa he tenido que pasar por mucho.
    Vaya, Baby; cada vez que te veo estás distinta.
    ¿No me queda bien el avellana? —le sonrío tocándome el pelo.
    Sí, claro. Pero…pareces una niña pija en vez de una de los nuestros.
    No soy del grupo —respiro y rompo el silencio que se ha formado al cabo de un rato—. ¿Sigues saliendo con Emma?
    Por supuesto, ella me quiere y yo a ella. En un poco de tiempo le pediré que se case conmigo —de repente siento faltarme el aire.
    No lo hagas. No puedes —replico.
    ¿Por qué?
    Me ha vendido —digo sin pensar.
    ¿Cómo?
    Donde me fui, nadie podía saber nada de esto, nada de la banda —aclaro—. Así podría empezar de cero; y a la mínima que le ofrecieron dinero, cantó como un pajarillo.
    Ella no te vendería.
    Haz lo que quieras, Hood. Yo te he advertido; ahora escúchame: si te caes o te hace algo parecido, yo ya no estaré para levantarte. Me encantaría, pero no puedo.
    ¿Nos dejas?
    Sí. Definitivamente —digo con un sentido suspiro.
    ¿Cuándo?
    Tan sólo me quedaba hablar contigo, así que…
    ¿Cuándo? —insiste.
    Mañana —antes de que mi padre llegue a casa.
    ¿Te vas a despedir esta vez?
    Ya lo he hecho —miento mejor de lo que pensaba—. Me quedabas tú.
    Y PJ. Fue a buscarte a Los Ángeles como loco. Un día se presentó en la cueva diciéndolo y lo hizo. Nunca he visto a Amber con esa cara de enfado cuando dijo que iba a por ti, que eras tú a quien realmente quería y no sé cuantas cosas más.
    ¿Lo dices en serio?
    ¿Tendría sentido mentirte? —trago saliva. De repente he empezado a marearme y tengo que usar a la mesa como apoyo— ¿Has sabido algo de él? —me observa.
    No sabía que estaba en la ciudad. Y como no acabamos precisamente bien…
    ¿Le has llamado?
    Pensaba que estaba con la pelirroja. No tendría sentido.
    Yo por lo menos lo he intentado las veces que he podido. Y los de la banda también. Me extraña que no te hayan dicho nada.
    No quise oírlo. Pensé que se había ido con ella, ya que tampoco está.
    ¿Hablarías ahora con él?
    Sí.
Las palabras de Anne me vienen a la mente: «Si no dudas la respuesta ni un instante, es porque están absolutamente segura de lo que sientes».
    Seguro que contesta si le llamas tú.
    No lo estés tanto. Discutimos y me oyó hablar con… —cierro los ojos al recordarle. Puede pasar el tiempo, pero no sirve de nada.
    ¿Con…?
    Alguien que…será mejor que olvide.
    Aunque te oyese hablar con tu novio —sabe por lo que estoy pasando—, os vi besaros, Baby. No puedes negar lo evidente.
    Aun así…
    ¿Crees que le quieres? —me corta.
    Lo comprobaría al verle —respondo al dudar.
    ¿Y vas a hacerlo?
    No. Llevo unos días bastante dolorosos; y pesados —añado.
    ¿El instituto?
    Ojala. Cambiaría lo que sea por que todos mis problemas se redujeran a eso.
    Suena duro.
    Lo es. Por suerte, falta muy poco para que acabe.
Esta noche lo haré. Esta noche mi padre me encontrará…
Hood intenta descifrar mi mirada decaída, sin embargo, ni se puede imaginar lo que ronda por mi cabeza.
    Si te quedaras con algo de mí como recuerdo, ¿qué elegirías? —rompo el silencio.
    No lo sé, Baby. ¿Por qué lo dices?
    Necesito saberlo. Eres muy importante para mí.
    Pues supongo que con tu fuerza. Me refiero a que, cuando todo se caía, tú llegabas y lo levantabas sola. Aguantabas lo que te echaran con tal de demostrar que eres mejor que el resto. Y lo eres, sin duda —ojala siguiese siendo igual.
    Creo que ese papel tendrá que hacerlo otro —comento, sombría—. Te quiero, Hood. ¿Lo recordarás? —los silencios parecen ser absolutamente necesarios y la única que tiene fuerza para romperlos soy yo.
    No me hace falta; lo sé. Yo a ti también, enana.
Me abraza al salir y me cuesta dejarle, no obstante, se las apañará sin mí. Él me enseñó a que la vida es un puente que debemos cruzar y dejar cuando se nos llama.

Cap. 9


Camino por mi viejo barrio recordando cada momento de este último año. Ha sido extraño y confuso. A pesar de todo, me repiten que debo quedarme con la parte positiva, con lo que me sea útil para el futuro. Pero por más que lo busco sólo encuentro una cosa: no debo confiar en nadie. Una de mis mejores amigas me traicionó; el que consideraba mi mejor amigo está en la cárcel y no puedo hacer nada por él; mi novio está en la otra punta del país y me prefiere muerta; ya no conozco al resto de mis amigos, ni siquiera a mi familia; y el chico que me salvó la vida ha desaparecido —PJ se fue cuando salí del hospital el mes pasado y no he vuelto a saber de él—. Cuando estuve estable en el hospital de Los Ángeles, me trajeron a Nueva York para ponerme a salvo. Lo que no sabes es que, aun con Ronald Moore entre rejas, no hay ningún sitio seguro para mí.

He rechazado al psicólogo y a todo lo relacionado con algún tipo de ayuda. Incluso para testificar vinieron un par de agentes desconocidos y lo hice por videoconferencia. Al menos, puedo estar un poco más tranquila al saber que Ronald Moore estará en la cárcel por unos cuantos años y que a mí se me ha excluido de todos los cargos posibles.

Por fin buenas noticias sobre Lily, contacté con Tom nada mas recuperar el conocimiento —estuve cinco días en coma inducido— y me contó que está empezando a mejorar, sorprendiendo a todos, pues es bastante pronto aún.

Han dejado que me quede con la placa y la pistola y, a pesar de lo que me diga mi madre, no me separo de ellas; me aportan seguridad y tranquilidad. Oficialmente, sigo perteneciendo al FBI, ya que comuniqué mi decisión de continuar en la agencia en cuanto terminase el instituto, porque he perdido este año de estudios.

No merece la pena cambiar de ropa, pues la antigua no me representa y la nueva me trae recuerdos no precisamente buenos; así que me pongo siempre lo que tengo más a mano en el armario. Desde el día que hablé con Alexander no he vuelto a saber nada de Anne o Frank, y es algo que me duele bastante. Han sido mis padres y me han apoyado durante quince meses cuando nadie lo hacía y les necesito más que nunca.

    Paso una vez más por el parque repleto de gente, incluidos mis “amigos”. Me piden que me quede con ellos a pasar lo que queda de tarde, pero declino su oferta amablemente. Ellos saben que algo me pasó y, según me han dicho, vinieron a verme. Intentaron que liderase la banda cuando se fue PJ, pero no pude aceptarlo. Salí de la banda y el último día que los vi huí de ellos. El teléfono que llevaba tiempo sin usar vuelve a sonar y mi madre —la verdadera— me indica que en un par de minutos se pasarán a recogerme.

Vamos a celebrar mi cumpleaños —en realidad lo pasé en el hospital rodeada de máquinas e inconsciente— a casa de mis abuelos, con los que nunca he tenido apenas trato, y con mis tíos. Mi tía se caracterizaba por comprenderme tan sumamente bien que a veces pensaban que era en realidad mi madre —ahora, con mi pelo aún avellana, nos parecemos mucho más—; mi tío es bastante infantil y no soporto a su mujer, aunque ella a mí tampoco, al igual que la hija pequeña. Sin embargo, la mayor, Kim, y yo tenemos la misma edad y siempre nos hemos llevado bien —hasta que entré en The Wolves, igual que la relación con mi tía—. Al entrar en la banda todo contacto con la familia desapareció y no me di cuenta hasta que salí.

Me subo al coche y repaso mentalmente la cuartada para todo el tiempo que he estado fuera. Mis verdaderos padres han estado pensando en todo mientras yo me dedicaba a encerrarme en mi habitación y en mirar al techo. Cuando llegamos nos saludamos con timidez y mi padre —con el que llevo sin hablarme desde que me fui— me ayuda a esconder el revólver y la identificación. Él piensa que dándome la razón y ayudándome de esta manera va a mejorar su relación conmigo, pero no sabe cuánto se equivoca. Tocar las formas de la placa me relaja, así que después de una tediosa charla que llevo preparándome bastantes días sobre el curso allí, consigo escaquearme a la terraza. Al realizar algunos movimientos me sigue doliendo. Kim se da cuenta de mis gestos y me ayuda a abrir la puerta. El último estrés me ha provocado volver al tabaco —a pesar de lo que me costó dejarlo—. Saco el paquete del bolsillo de la chaqueta y me acompaña fuera sin hablar. Se limita a mirarme con disimula mientras lo enciendo en silencio y le doy una larga calada antes de probar de nuevo a ver si PJ me coge el teléfono: nada. Me siento en una silla y ella se pone a mi lado.

    ¿Estás bien?

    Sí, ¿por qué no debería estarlo?

    No sé…te encuentro diferente.

    ¿A bien o a mal?

    A bien —no le hace falta pensarlo—. Antes… —no se atreve a seguir.

    ¿Antes qué?

    Me dabas miedo con la chaqueta, la navaja… —dice con cuidado.

    ¿Qué tiene de malo mi cazadora?

    Nada. En realidad era tu actitud. Ya sabes, fumando —levanto el cigarro antes de darle una calada—; que ahora sigues haciendo.

    Por lo menos ahora están limpios —sonrío ligeramente.

    ¿Sigues yendo con los mismos? —continúa tras unos segundos de pausa.

    No.

    Mejor. No me gustan, son…

    Buena gente —no la dejo terminar—. Les juzgan sin saber. Creemos que lo sabemos todo, pero lo único que tenemos en cuenta son prejuicios. Absurdos y ridículos prejuicios —añado entre dientes.

    ¿Cómo el de que las rubias son tontas? Te ha venido bien el tinte, entonces —bromea para quitar tensión.

    Lo dices porque siempre has querido ser rubia y me ha tocado a mí. Envidiosa —hago lo mismo.

    Me has pillado —no puedo terminar la calada por la risa. Definitivamente necesitaba esto.

    Por favor no me hagas reírme —me envuelvo con los brazos para frenar el dolor.

Me mira preocupada, pero cuando me relajo y abro los ojos, respiro hondo y habla de nuevo, aunque no sin la misma mirada de preocupación de antes.

    Te he echado de menos. A esta Alice, no a la de los últimos años, sino a mi prima; la que me ayudaba a bajar de los árboles y la que me cogía y me llevaba a casa en brazos aunque no pudiese conmigo cuando me hacía daño.

    Sí, bueno. Ha pasado tiempo —no sé qué más decir. Tiene tanta razón…

    ¿Si te digo una cosa me prometes que no te vas a enfadar?

    Es difícil hacer que me enfade, a estas alturas. Aunque te recomiendo no hacerlo —me acomodo el revólver al empezar a sentir cómo se clavaba en mi espalda.

    En mi barrio también os conocen, a tu grupo, me refiero, y yo… —coge aire— Verás, te llamaban “la lobita” por…

    Ser la pequeña. Continúa.

    Decían cosas horribles de ti y tenía miedo de que me pegasen o de que me comparasen contigo y… Yo no decía nada de vosotros y por eso me acusaron varias veces de traidora, macarra y cosas de ese tipo; así que hacía como si no te conociera.

    Lo siento, no sabía que podría llegar a afectarte.

    ¿Y qué piensas? Renegué de mi familia.

    Hiciste bien. Yo no habría hecho lo mismo, pero te entiendo.

    Tú te habrías pegado con media ciudad si hiciera falta.

    Por defenderte, sin dudarlo. No te lo tomes en cuenta ni te sientas mal, yo sé de qué va ese mundo y tú…

    Yo soy una ignorante que necesita ser rescatada ¿no?

    No, simplemente no sabes defenderte.

Tiro el cigarro a la calle una vez acabado y me levanto de la silla con cuidado. La herida sigue resintiéndose.

    ¿Te importaría…venir a casa algún día? —duda— Y damos un paseo.

    No estaría mal. En cuanto me recupere me pasaré por allí. Si me voy a meter en una pelea será mejor que no tena que encogerme cada vez que me río —bromeo y sonríe.

Miro por la terraza a la gente pasear, despreocupada. Cada uno con sus problemas y los consiguen afrontar, plantarles cara; lo que más admiro de la gente es cómo pueden hacer que nada ha pasado y seguir adelante, por mucho daño que les hayan hecho o las personas que han caído por el camino. Siento a mi prima abrazándome por detrás y miro otra vez el móvil —se ha convertido en una manía desde que él se fue—. Suspiro y al guardarlo suena. Observo que es un número de Los Ángeles por el prefijo.

    ¿Quién te llama? —mi prima me pregunta.

    ¿Diga? —respondo con cautela.

    Llamo del Silver Medical Centre, ¿es usted…Alice Du’Fromagge?

    ¿Para qué la buscan? —no puedo caer tan fácil en la trampa.

    Lo siento, es confidencial. ¿Podría contactar con ella?

    Soy yo. ¿Ha pasado algo? —el miedo comienza a apoderarse de mi.

    ¿Es usted familiar de Emily Sullivan?

    Su hermana, ¿qué ha pasado?

    ¿Le ha pasado algo a Albert? —mi prima insiste, esta vez sobre mi hermano.

Digo que no con la cabeza. No entiende qué está pasando y, por desgracia, me temo lo peor.

    Bien, me temía que fuese usted la de los periódicos.

    Sí, a veces nos confunden. ¿Para qué me querían? No tengo mucho tiempo.

    Lo siento mucho, señorita. Su hermana ha…

    No, no puede ser. Había mejorado y… —no puedo terminar.

La voz se me quiebra y no puedo hablar. Kim me abraza sin saber por qué de repente me he puesto a llorar.

    ¿Podría pasarse por el hospital para empezar con el papeleo?

¿Papeleo? Acaban de decírmelo y lo único que piensan es que tengo que rellenar unos estúpidos informes sobre una niña de seis años que…

    ¿Señorita? ¿Sigue ahí?

    S…sí —tartamudeo con los ojos empapados en lágrimas.

    ¿Prefiere enviar a alguien que lo haga por usted?

    No —increíblemente recobro la compostura.

Por ahora me espera mucho trabajo y ya tendré tiempo para llorar a mi hermana pequeña cuando termine. La tristeza y la incredulidad dejan paso a la responsabilidad y el coraje que me lleva caracterizando toda mi vida. Trago saliva y me quito a mi prima de encima.

    Yo me encargaré de todo. En unas horas estaré allí. ¿Lo sabe alguien más?

    No. ¿Quiere que se lo notifique a otra persona también?

    Tampoco —cuelgo rápidamente el teléfono.

    ¿Te vas?

    Quítate Kim —la aparto y marco el número de Frank; después el de Anne…y nada. Ninguno de los dos existe—. Necesito las llaves del coche —entro en el salón y me dirijo por primera vez a mi padre.

    ¿Para qué?

    No tengo tiempo. Dámelas.

    Pues responde. ¿Para qué las quieres?

    Hay una emergencia. Tengo que irme.

    Ya no tienes que responder a eso, hija —intenta tranquilizarme mi madre—. Todo se ha acabado.

    No me hagas pedírtelas de forma oficial —empiezo a perder los nervios.

    Alice, relájate —me reprende mi tío.

    Dile para qué las quieres y seguro que te las dará —le respalda mi abuelo.

    Callaos —les ordeno—. Anthony Sanders, o me da las llaves o le detengo por obstrucción a la justicia —pongo la placa sobre la mesa y llevo la mano a la espalda, sobre la culata del arma.

    Hija… —dice, decepcionado.

El resto de los presentes nos mira atentos, sin creerse lo que están presenciando.

    No me obligues a hacerlo —le advierto y comienzo a sacar poco a poco el revólver.

Me las da y salgo corriendo tras recuperar la placa. Conduzco sin percatarme del resto hasta casa, donde me apodero de todo el dinero posible y llego al aeropuerto. Vuelvo a utilizar mis privilegios como agente para conseguir un billete de vuelta a Los Ángeles. El más rápido me sirve. No llevo más de una mochila con la ropa necesaria: algo de ropa interior, un par de camisetas y un pantalón.