Translate

miércoles, 7 de agosto de 2013

Cap. 19


Después de este malentendido Lily no volvió a hablar sobre sus padres, sabiendo que el mero recuerdo produce fuertes sentimientos en todos: en Alex, nostalgia y en mí, un profundo odio. Por suerte para su padre me han prohibido volver a la cárcel.

Ronald Moore considera indigno que una chica de mi estatus trabaje en una cafetería, así que se ha encargado de que me despidan. Por supuesto, yo ‘’no sé nada’’ de que él ha movido los hilos necesarios para que ocurriese.

A cambio de esto, me ha proporcionado él un trabajo. No es legal, eso lo aseguro, y a Alex tampoco le gusta, pero a mí sí. Me hace mantenerme alerta y eso es precisamente lo que necesito. Me encargo de las negociaciones con los camellos de poco consumo. Tampoco sé nada de la mercancía, sólo me han dado nombres en clave y cifras para que venda; Moore no deja que Alex me acompañe a ningún lado, alega que si quiero seguir con él debo conocer el mundo donde me metería. Una amenaza muy sutil, pues han llegado a las manos y he tenido que fingir que no sabía defenderme porque sus matones me siguen a cada negociación. Estoy intentando tener acceso a lo que vendo, pero parece no fiarse de mí. Recibo la mercancía cada semana a la misma hora y en el mismo lugar por medio de uno de sus empleados. Él me la da y me lleva hasta el punto de encuentro de cada vendedor.

He intentado localizar la mansión innumerables veces, mas lo único que conozco del interior es el despacho. He vuelto tres veces más, pero siguen sin confiar en mí y me obligan a llevar la venda en los ojos. Y por si fuese poco, ni el GPS ni los micros funcionan. Tienen inhibidores de frecuencia por toda la zona, así que cuando ponen en marcha el coche me quedo incomunicada.

Con las grabaciones no tenemos suficiente para llevarle a juicio, ni siquiera para una orden de registro ni de interrogatorio, pues tiene mucho cuidado con lo que dice y no son pruebas sólidas.

El salario es más que satisfactorio: me pagan 2,000$ en negro, yo me encargo de tener cuidado en qué lo utilizo. Es inmoral pagar a un hospital con dinero sucio, sin declarar, pero es todo lo que tengo.

Alex y yo tenemos otra charla sobre su madre al cabo de unos días. Ya llevamos saliendo cerca de tres meses:

    ¿Por qué no me dijiste nada?

    No quería que pensases que soy débil.

    Lo que eres es tonto. ¿Cómo se te ha podido ocurrir eso?

    Es que todos me ven como un tipo duro, que no tiene sentimientos y…

    Todo el mundo tiene. El problema es saber expresarlos.

    Mi padre no tiene.

    ¿Cómo era tu madre? —ignoro el comentario.

    No me acuerdo bien. Era guapa, según todos. Se parecía a mí.

    No hables en pasado.

    Para mí está muerta. Alguien no abandona a su hijo sin más.

    No seas tan duro, quizá se vio obligada…

    Mi padre dijo que empezó a comportarse extraño —no me deja continuar—, yo no lo recuerdo, pero aun así, yo nunca abandonaría a nuestro hijo.

     ¿Nuestro? Querrás decir tu hijo —recalco.

    Sé perfectamente lo que he dicho. ¿No querrías un futuro conmigo? —me mira como si lo hiciese por primera vez.

    Dudo que pueda pasar —algo parece romperse en mi interior.

    Me dijiste que me querías —me echa en cara—. ¿Ya no? —le ha dolido en grande lo que acabo de decir.

    Claro que sí. Lo que pasa es que somos muy jóvenes, aún no he cumplido los dieciocho y ya quieres que lo tenga todo decidido.

    No todo, pero sí esto. Yo no quiero perderte, Alice. Me da igual lo que ocurra en el futuro, quiero estar contigo y nada hará que cambie de idea —me mira a los ojos.

    No es posible que seas tan empalagoso —digo con un suspiro—. Prefiero no mirar tan lejos, lo mejor es disfrutar lo que tenemos ahora y ya está. No entiendo por qué hay que complicar tanto las cosas —empiezo a hartarme—, tú sabes lo que siento, yo sé lo que sientes. C’est fini!

    Hacía mucho que no hablabas en francés —observa.

    Cuando paso tanto tiempo sin ir casi se me olvida —aún sigo un poco enfadada, así que me refiero a él en tono brusco.

    Me encanta que lo hagas. Eres tú —si supiese la verdad… Cambia de tema, adivinando mis pensamientos.

    Si tú lo dices…

    Nunca te preguntado de dónde eres —piensa en alto.

    De Francia —me río.

    Eso ya lo sé —me presiona el muslo, olvidando la tensión de antes.

    ¿Entonces?

    Me refiero a la zona —menos mal que me he leído mi biografía.

    Marsella.

    ¿Y es bonito?

    Bastante. Aunque algo frío comparado con esto; a pesar de la playa.

    Parece que sueñas cuando hablas de allí —«es lo que hago en realidad»—. ¿Lo extrañas?

    Un poco. ¿Por qué lo preguntas? —me recuesto en el banco del parque al que hemos llegado. Está a cinco minutos del hospital, por si algo sucediese llegar lo antes posible.

    Porque me encanta oír tu voz en francés.

    Creo que eso ya lo has dicho.

    Háblame como si estuviésemos allí —me ignora.

    No te entiendo.

    Sí, como si yo también fuese de Marsella.

    Estás mejor aquí —bromeo.

    Por favor, hazlo por mí —me ruega y suspiro.

    Está bien —me sonríe y se tumba con la cabeza en mis muslos—. Je t’adore bébé. Je t'aime de tout mon cœur. (Te adoro bebé. Te quiero con todo mi corazón)

    Moi aussi. (Yo también) —cierra los ojos y le acaricio el pelo. Después de un rato de silencio abre súbitamente los ojos.

    ¿Qué pasa?

    Acabo de darme cuenta de que no hemos celebrado San Valentín — dice atropelladamente mientras se incorpora.

    ¿Y por eso reaccionas así? —me río.

    Pues sí —se indigna.

    Eres como un niño; por mucho que lo quieras ocultar —me acerco a besarle, sin embargo se aparta.

    No te he comprado nada… —murmura.

    ¿En serio quieres celebrar algo que fue hace un mes?

    Aunque fuesen diez. Es nuestro día, el de los enamorados. Y lo hemos pasado por alto.

    No sé si recuerdas que justo esa semana fue cuando te presenté a Lily. Apenas me acordaba de comer, así que imagínate de eso —respondo.

    No te estoy culpando a ti, sino a mí. No puedo creer que no te haya preparado nada…

    Levántate —me pongo en pie.

    ¿Qué?

    Ya me has oído. Vamos a algún sitio a celebrar nuestro San Valentín. Un poco tarde, pero algo es algo.

    No estoy de broma —se le escapa media sonrisa.

    Ni yo. Venga, tú eliges —le tiendo la mano y en vez de levantarse me tira con él y me besa.

    Por rechazarte antes —sonríe y esta vez quien le besa soy yo.

No me sorprende que elija uno de los lugares más caros de la ciudad, tampoco que insista en pagar él. Al terminar de cenar, nos vamos al club de siempre, nos encontramos con compañeros de clase a los que yo ignoro e insisto que él salude. Alex es el importante, yo sólo soy la chica que se acuesta con él —las malas lenguas del instituto son realmente venenosas— y que dejará en cuanto se canse.

Aprovecho el poco tiempo que tengo para reflexionar sobre su madre. No me cuadra que desapareciera de repente, sin dejar pistas. Lo hemos investigado y después de que se fuera de casa, nadie ha vuelto a verla, ni tampoco hay movimiento en sus tarjetas o en las facturas de teléfono. Tengo demasiadas cosas en la cabeza, pero no puedo darlas la espalda, es mi deber atenderlas y resolver los misterios que se me plantean, independientemente del caso; esto es ya por curiosidad y quizá seguridad propias.

Estamos hasta bien entrada la madrugada, y decide acompañarme a casa y luego él pedir un taxi, como siempre. Nunca le he visto con coche, ni le he llevado a su casa. Tampoco sé cómo llega a los sitios, pues cuando yo llego, aunque sea pronto, él ya está o aparece andando.

    No quiero dejarte —dice sin soltarme la cintura.

    Pues no lo hagas —me acurruco entre sus brazos—. Mis padres no están…

    No creo que les haga gracia saber que he pasado la noche contigo.

    ¿Quién te dice que lo vayan a saber? —le beso la barbilla.

    ¿Cuándo volverán? —se interesa y sonrío.

    Tarde.

    ¿Y si vuelven antes? No me gustaría encontrarme a tu padre en esa situación.

    Mañana no van a volver, tranquilo.

    No me fío, Alice.

    ¿Seguro que no quieres subir? —me separo de él y me encamino a la entrada— Aquí hace frío…Y no quiero estar sola —pongo cara de pena.

    Me vas a meter en líos, Alice Du’Fromagge.

    ¿Usas mi apellido? —me agarra por los hombros— Así que vas en serio ¿eh?

Me río un poco y le advierto que se quede ahí un momento antes de subir para asegurarme de que no nos ve el portero de guardia. El señor Calhoun me hace el favor de dejarme su teléfono para llamar a Anne.

    Necesito que me echéis una mano.

    ¿Pasa algo? —se preocupa.

    Un poco sí. Tenéis que iros de casa.

    ¿Cómo?

    Estoy con Alex abajo y vamos a subir.

    Ya nos conoce, no pasa nada. Le diré a Frank que se controle y…

    Cree que no estáis —suelto de golpe—. Le he dicho que voy a estar sola y que no volvéis hasta más allá de mañana.

    ¿En qué estabas pensando, Alice? —me regaña.

    No pensaba, ahí está el problema. Por favor…mami… —insisto con voz dulce.

    ¿Estáis en la puerta principal? —parece ceder

    Podéis salir por el garaje —sugiero.

    Danos un par de minutos.

    Tenéis lo que tarde el ascensor —cuelgo—.Ya está —anuncio al llegar a Alex de nuevo—. Podemos subir tranquilos —le cojo de la mano.

    Pero…el conserje nos está mirando —le echa un vistazo.

    Es de confianza, no va a decir nada.

    No me gustan los tríos si no soy yo el único solista —comenta al llegar frente al ascensor.

    ¿Así que me compartirías?

    Tú eres sólo mía —se aproxima a agarrarme, aunque me aparto.

    ¿Me pondrías los cuernos? —finjo indignarme.

    Nunca —vuelve a intentarlo.

    ¿Entonces, cómo pretendes hacerlo? —reflexiona lo que ha dicho— Ah, ya lo entiendo: tú, tu mano y tu amiguito —entro en el ascensor.

    Eres mala —me sigue de un salto.

    Un poquito —me encojo de hombros.

    No me hace falta hacer eso —susurra a mi oído—, tengo a la que quiera.

    ¿A sí? ¿Y por qué desde que te conozco no has estado con nadie? —ha tonteado con varias chicas, pero por los pasillos me enteré de que no habían llegado a mayores.

    Porque me estaba reservando para ti —me acorrala en un rincón y apoya las manos en mis caderas.

    Tengo otra teoría —digo pausadamente.

    ¿Puedo oírla? —me responde acariciándome la nariz con la suya.

    Me querías tanto que la mera idea de estar con otra te aterraba —respiro su aliento.

    Te equivocas —al hablar, nuestros labios se rozan—. No es que te quisiera, es que te quiero ahora como el primer día.

Me besa con la delicadeza de una pluma. Apenas siento su contacto, pero es lo suficiente para hacer que ansíe más y me lance a por él. Justo a tiempo se echa atrás para evitarme conservando la misma distancia. Me engancho y lo acerco a mí, manteniéndonos también unidos por mi mano, que agarra ambos pantalones.

Oportuna o inoportunamente, el ascensor se abre; ya estamos en mi casa.

Abro con prisa la puerta con él besándome el cuello y tiro los abrigos al sofá. Le guío hasta mi habitación, sin embargo, a mitad de camino me gira y me besa apasionadamente. Nos separamos un instante y veo el destello de deseo en sus ojos, al igual que él lo distingue en los míos.

Llevo sus manos a los bolsillos traseros de mi pantalón y aprovecho para quitarle la camiseta. Su cuerpo, generalmente más caliente que el mío, lo siento frío bajo mis manos. « ¿En realidad lo voy a hacer?». Me aprieta contra él y arqueo la espalda un instante después de que deslice mi camiseta hasta el suelo para que el contacto sea máximo. Me coge en brazos y le agarro de la fuerte espalda y toco con cierto nerviosismo sus abultados bíceps. «Tengo que hacerlo, por él.». No puede evitar empujarme hasta la cama para tumbarse encima de mí, y tampoco hago intención de apartarle. « ¿Estoy preparada?». Recorre mi cuerpo a besos, deteniéndose en el cuello, mientras me desabrocha y baja los pantalones muy poco a poco. «No estoy segura de esto, le quiero pero…». Cuando vuelve a mis labios, le imito: acaricio su pecho y trazo la forma de sus abdominales antes de desenganchar el botón y bajo la cremallera. Me lo agradece con otro largo e intenso beso y rozándome el vientre con la yema de los dedos y yo…

    ¡Espera! Espera. Un momento —tomo aire.

    ¿Qué pasa? —levanta la cabeza, mirándome a los ojos. No hacen falta palabras. Se sienta a mi lado claramente decepcionado.

    Lo siento, es que…al principio estaba segura y ahora…Perdóname.

    Déjalo, es mi culpa. No debería haberlo hecho —se levanta.

    No te enfades, por favor —le ruego.

    No lo estoy. Tienes razón, debería ser especial y no así —sale de la habitación y le sigo hasta el salón. Se frota la nuca.

    No te vayas —le abrazo por detrás y le beso el hombro—. Te necesito. Aquí. Conmigo —noto cómo respira.

    No me voy a ir. Ni ahora ni nunca —sentencia con un suave beso.

El resto de la noche dormimos juntos en mi cama, abrazados, sin otra intención que la de robar el mayor tiempo posible para querernos. No todo es sexo.

Por la mañana nos despedimos a regañadientes en la puerta, esta vez es el otro portero quien nos ve y tengo que asegurarme de que no dirá nada., estoy segura de que no dirá nada, pero más vale prevenir que curar.

    Buenos días —le saludo.

    Buenos días, señorita.

    Usted no ha visto nada ¿vale? —voy directa al grano.

    Como quiera —asiente con la cabeza en señal de sumisión.

No termino de fiarme de él, no obstante, tendré que hacerlo. Si dice algo será peor para él que para mí. R. Moore sabe lo que siento por su hijo y de momento no sospecha de nada extraño —que yo sepa—; así que no hay nada de malo en que dos jóvenes pasen una noche solos, siempre y cuando no se sepa quien es él; y estoy segura que el portero ni se lo imaginaría.

Llamo a Anne mientras subo por el ascensor:

    Ya podéis volver —informo.

    Espero que no hayáis ensuciado.

    ¿He estado a solas una noche completa con mi novio y todo lo que me dices es eso?

    No me ibas a responder de todas formas.

    Pregunta —oigo cómo suspira.

    ¿Conseguiste algo?

    No, nada. Y cuando digo nada, me refiero a todos los posibles significados que quieras darle. Bueno, excepto un calentón —añado pensativa.

    ¡Alice! Prefiero no tener detalles.

    No te los he dado. Y podría. Como que yo me quedé en ropa interior, o que él se quedó a dormir conmigo, o que…—continúo igual que antes.

    Cállate. Desvergonzada…—no puedo evitar reírme—. Y encima se ríe.

    Perdona, pero es muy divertido.

    No lo es —me regaña—. Quédate ahí y te recogemos para el entrenamiento.

    ¿No me dais el día libre?

    Si has tenido cuerpo para hacer lo que sea que hicieseis esta noche, ahora aceptas las consecuencias.

    Que no pasó nada —admito cansada y alargando la primera a.

    Más te vale —me advierte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario