Espero que os guste:
La princesa de
Dájeso no era como el resto. Ella había sido educada para reinar bajo su propia
conciencia, no la de un hombre. Ella era la heredera al trono, el único vástago
que el rey había tenido y que podría tener dentro del matrimonio. Su mujer tuvo
que dar a luz en un claro del bosque en vez de en su cómodo palacio, ya que
volvían de una campaña de guerra en la que la reina intervino con intención de
salvar el mayor número de vidas posibles, por lo que quedó dañada de por vida y
no podía volver a tener hijos. Es digno de comentar que el rey estaba
profundamente enamorado de su mujer, así que la idea de buscarse otra no era
concebible para él. En vez de ello, se encargó de educar a su única hija lo
mejor que pudo y el mayor tiempo que las guerras se lo permitieron para que, en
un futuro, ningún hombre consiguiera un reino que no se merecía.
Cuando
se habla de princesas medievales todos tienen la idea de una doncella tímida,
reservada, débil y con la máxima preocupación de rezar por que su padre le
consiga un buen marido. Pues bien, Clea no tenía nada que ver con ellas. Sí es
cierto que su época fue dura para la mujer, pero trabajó durante toda su vida
más que nadie para que no pudieran jamás decir que no fuese digna del trono de
su padre, que esperaba heredar lo más tarde posible porque eso significaría la
muerte de su progenitor.
Se
sometía a un aprendizaje duro en el que ella misma era la que más se exigía.
Aprendía estrategia militar, presenciaba todas las reuniones posibles de su
padre, sabía hacer las cuentas del reino para establecer los impuestos, daba
clases de tiro con arco y su mejor amigo practicaba la espada con ella. Al que
consideraba como un primo porque se criaron juntos y pasaba grandes periodos de
tiempo viviendo con ella, ya que los padres de ambos eran grandes amigos, tanto
que el padre del chico tenía una importante posición en la guardia personal del
rey. Era el encargado de su seguridad, sobre él recaían varias decisiones
importantes de las que dependía la vida del monarca.
Con
todo, Clea conseguía tener ratos libres en los que su madre la enseñaba a
bordar para relajar la mente, aunque normalmente se dormía al poco de empezar y
tenía que ser llevada a sus aposentos por los sirvientes.
Lo
de esperar sería que el rey William al fin sentara cabeza y olvidase su
ambición por conquistar los reinos cercanos, pero no fue así. El ansia de poder
creció junto a su hija, que estaba feliz en sus tranquilos territorios. Dájeso
era un reino permanentemente en guerra por esta razón y, aunque el rey era
querido por sus buenas ideas y cuidados al pueblo, provocaba ciertos
conflictos. La única heredera de la dinastía Mynor era una mujer. La estaban
viendo convertirse en una buena monarca, mas eso no era suficiente: querían a
un hombre junto a ella para que tomara las decisiones importantes. Pero, como
siempre ocurre en estos casos, existía un duque bastante ambicioso y codicioso
que deseaba con todas sus fuerzas obtener el poder y, más que eso, el dinero
que eso conllevaría.
El
pueblo llegó al acuerdo de que, si la princesa Clea no conseguía marido antes
de que cumpliera los dieciocho, el duque de Temon conseguiría lo que tanto
ansiaba a la muerte de su majestad William Mynor.
La
última guerra que pudo librar fue la que decidió el futuro del Continente más
de lo que jamás podría imaginar.
Clea se encontraba en el torreón de la guardia
del ala oeste del castillo. A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida
sin su padre aún se ponía nerviosa cuando llevaba dos días sin recibir
información de la situación de las tropas. Se preguntaba cómo podría haberlo
soportado su madre en los casi veinte años que llevaban juntos. Ella siempre
parecía tan calmada, como si no tuviese qué hacer. Aunque en realidad era ella
quien dirigía todo y quien se encargaba de supervisar la educación de su hija.
Sabía que le quedaba poco para completar su formación por completo, había
empezado muy joven, pero la preocupaba que su esposo aún no hubiese encontrado
marido para ella. Apenas quedaba un mes para la fecha acordada años atrás y
ella no podía tramitar ese tipo de asuntos, ya que se reservaban al cabeza de
familia, que, como siempre, se encontraba luchando por que su hija tuviese un
gran reino del que disfrutar.
Clea se quedó mirando a las notas
que había dejado su padre antes de partir. Le echaba mucho de menos. Extrañaba
el roce de su barba cuando le besaba la mejilla, su olor a metal, sus charlas
sobre el reino, el deslizar de su pluma por el pergamino…
Rozó con los dedos las palabras
que estaban escritas. Podía recitarlas con los ojos cerrados, llevaban siendo
las mismas desde que podía recordar, simplemente las volvía a escribir cada vez
que se iba sin consultarlo con su hija. Era la heredera sí, y es cierto que su
padre la otorgaba de bastante poder, pero hasta ella tenía limitaciones.
Siempre explicaba lo que hacer en
caso de que no pudiera volver o en el que quedara inútil para tomar decisiones.
Las instrucciones eran claras: en lo que a conflictos bélicos se refiere, el
capitán de su guardia personal tomaría el mando y en el resto dominaría su
hija. En caso de que alguno faltase, el otro le reemplazaría. En pocas
palabras, que el apellido de su familia moriría con ella si moría antes de dar
descendencia. La presión que todos ejercían sobre ella en ese sentido la
carcomía día y noche, pero por suerte siempre estaba su mejor amigo, su casi
primo para arreglarle el día. Tenían la misma edad y juntos practicaban con
todo lo que podían. Él la enseñaba detalles de caballero y ella a él detalles
de monarca. Así, pasara lo que pasase, siempre podrían ayudarse el uno al otro.
Por lo que ella sabía, su ‘’tío’’ Wyatt no había organizado nada referido a
enlaces de su también único hijo, tras morir el mayor en la guerra y el pequeño
al poco de nacer, llevándose a su madre con él. Una ventaja de los hombres era
que ellos podían elegir esposa al cumplir la mayoría de edad y no dependían del
cabeza de familia. Otra cosa a favor era que se podían casar cuando quisieran y
con las mujeres que quisieran, mientras que una mujer sólo podía tener un
marido hasta su muerte y el tiempo para conseguir esposo estaba entre los
catorce y dieciocho. Ella estaba a punto de cumplir la fecha máxima.
Levantó la cabeza para mirar el
campo de entrenamiento. Antes a rebosar, ahora completamente desierto a
excepción de algún rezagado que no pudo recuperarse a tiempo de alguna lesión.
Suspiró pensando en la suerte de su padre mientras doblaba la nota.
—
¿Qué haces aquí? ¿No se supone que deberías estar
aprendiendo algo? —una voz hizo que abriera los ojos.
Se fijó en el muchacho que
acababa de entrar por la estrecha puerta. Ataviado con una pesada cota de malla
sobre una simple camisa de algodón y con las piernas recubiertas por la
incómoda armadura. Ella odiaba usarla, así que la esquivaba siempre que podía,
pero él, que llevaba toda su vida con ella puesta, había desarrollado una
capacidad increíble para ser extremadamente sigiloso a pesar del metal.
—
¿Y tú peleándote con alguien? —le arrancó una triste
sonrisa.
—
Por si no me ves, vengo de ello —se revolvió el pelo
oscuro, mojado por el sudor y pegado a las sienes—. Apártate de la ventana —la
empujó suavemente.
—
No me pasará nada malo, relájate.
—
¿Es una orden, alteza? —levantó una ceja.
—
Podría.
Él se quedó mirándola unos
segundos antes de sacudir la cabeza para recolocarse el cabello. No sabía cómo,
pero sus ojos siempre conseguían que perdiera el sentido. Por un instante pensó
en la cantidad de chicos con los que se ha tenido que pelear para que no la
molestaran, simplemente porque aún la veía como una niña, a pesar de tener la
edad propicia para casarse. No tendría problemas en encontrar pretendientes,
era realmente bella; de hecho, se había formado un cantar sobre sus rasgos. Era
algo así como ‘El pelo dorado como las riquezas que traerá al reino, los ojos
verdes como el prado donde nació y la franqueza de su alma, la piel clara por
la pureza de su corazón y los labios rosados por la pasión con la que ama al
pueblo’.
—
¿Qué haces aquí? —consiguió articular tras quitarse la
cota de malla.
—
Necesitaba salir. Pensé que aquí habría alguien que me
acompañara al pueblo, no quiero que mi madre se enfade por ir sola.
—
Te conozco y sé que eso siempre te ha dado igual. Dime
la verdad, anda.
—
Es esa. Quería ir al pueblo, a ver si así conseguía
distraerme.
—
Yo te acompaño, tranquila —le tocó el brazo
amistosamente y ella sonrió mirando al suelo. Agradecía esos pequeños detalles,
y más en situaciones así.
—
Gracias —dijo con un hilo de voz. No podía sacarse a su
padre de la cabeza.
El soldado repitió el gesto y
salió de la habitación para cambiarse. Ella estuvo a punto de decirle que no la
dejara sola, pero eso sería demasiado pedir, dado que él también estaba pasando
por un mal momento. Al menos ella tenía a su madre para apoyarse en ella, sin
embargo, él estaba solo. Clea era todo lo que tenía hasta que volviera su
padre.
No sabía qué hacer mientras
esperaba, así que se centró en observar por la apertura en la pared. Se podía
ver un campo verde donde ella practicaba con el arco y al otro lado los puestos
de comerciantes pegados a la muralla. En ellos solían vender todo tipo de
productos lujosos, por lo que Clea prefería pasar por alto y adentrarse en el
verdadero pueblo. Le gustaba el ambiente. Tanta gente conversando sin miedo,
simplemente diciendo lo que pensaban, le resultaba tan fascinante como
envidiable. Ella siempre tenía que tener cuidado de todo lo que decía, medir
las palabras y la forma de pronunciarlas para dar a entender diferentes cosas.
No obstante, los campesinos eran gente natural, con la que se pueden intercambiar
opiniones sin crear un conflicto de estado o proclamar indirectamente una
guerra.
Solía bajar al pueblo varias
veces por esta razón y siempre le acompañaba Kyle, su mejor amigo y el
encargado de su seguridad. Esto no era oficial, pero le daba igual, porque
ejercía como tal y ¿qué mejor guardia que el que ha crecido con ella, quien
daría su vida por algo más que trabajo o mera lealtad?
—
Te he dicho que te apartes —la regañó al volver.
—
Perdona.
—
Vamos a preparar los caballos —se giró.
—
Kyle.
—
Dime.
—
No hace falta. Quiero ir dando un paseo.
—
¿Seguro? —ella asintió con la cabeza convencida— Está
bien, pero antes ¿qué tal estás? —agarró sus hombros. Sabía que le estaba
permitiendo tanto contacto porque no se encontraba de humor y le necesitaba
incluso más cerca.
—
Mal, Kyle, ¿cómo quieres que esté?
—
¿Sigue sin haber noticias?
—
No. Y ya van dos días.
—
Bueno no te preocupes, a lo mejor han enviado a un
mensajero y por eso tarda más.
—
Tú no lo entiendes. Nunca lo ha hecho. Ni siquiera
cuando enfermé.
Ella tenía razón. Era un buen
motivo para preocuparse porque en esa ocasión Clea estuvo muy cerca de la
muerte y su padre se limitó a enviar una paloma. Por suerte la enfermedad
remitió y consiguió salir de ese hoyo, pero Kyle no durmió hasta que se
recuperó por completo. Sólo tenían diez años.
—
Se va a solucionar, ya verás. Seguro que sólo es un
retraso —se permitió el lujo de abrazarla durante unos segundos y ella el de
responderle.
No quería discutir más sobre eso.
Ambos sabían que eran malas noticias, pero no querían verlo en el fondo.
Él recogió la espada y la enfundó
en el cinturón del traje. Era una simple tela verde sin mangas que le llegaba
hasta por encima de las rodillas, donde continuaba un pantalón ajustado de tela
con unas botas negras de piel. Era un vestuario que podía permitirse gracias a
su posición con la Corona. Ella ni se molestó en cambiarse el vestido por otro
más viejo y cómodo, salió con uno de sus favoritos, uno rojo con los bordados
en dorado.
No habían llegado al portón
principal cuando se abrieron las puertas de golpe para dejar paso a un hombre a
caballo. Desmontó y presentó sus respetos antes de indicarla que pasara dentro
porque tenía una noticia que dar y prefería que también estuviera su madre.
Kyle le acompañó con gesto serio y sólo miró a su amiga un instante, el
suficiente para notar cómo se sentía. Igual que él, sabía lo que significaba,
la noticia que tanto temían, la que cambiaría sus vidas por completo. Madre e
hija se sentaron juntas antes de recibirla y Kyle vio cómo sus expresiones
cambiaban rápidamente. Un relámpago no podría haber adoptado la misma
velocidad. El rey William había muerto.
Clea sólo se mordió el labio para
retener las lágrimas y salió de la habitación. No la siguió porque sabía que
sería peor. De todas formas, si el rey había muerto, significaba que su padre
también, así que necesitaba un tiempo para asimilar todo y se fue a las
cuadras, donde pensó que podría estar tranquilo para llorar a su padre sin que
le llamaran cobarde. La reina se derrumbó por completo. Sus sollozos resonaban
por todo el castillo y duraron horas.
Clea, sin cumplir aún los
dieciocho, sin completar su enseñanza, era monarca de un reino en guerra. Lo
peor de todo, es que no contaba con la ayuda de nadie.