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viernes, 10 de enero de 2014

Nuevo comienzo

Hola de nuevo! Esto es el comienzo que os he dicho en la entrada anterior. Es el prólogo y el primer capítulo para que os podáis poner en situación. Cualquier cosa dejadlo en los comentarios o en twitter @Lizzy_Finley
Espero que os guste:


La princesa de Dájeso no era como el resto. Ella había sido educada para reinar bajo su propia conciencia, no la de un hombre. Ella era la heredera al trono, el único vástago que el rey había tenido y que podría tener dentro del matrimonio. Su mujer tuvo que dar a luz en un claro del bosque en vez de en su cómodo palacio, ya que volvían de una campaña de guerra en la que la reina intervino con intención de salvar el mayor número de vidas posibles, por lo que quedó dañada de por vida y no podía volver a tener hijos. Es digno de comentar que el rey estaba profundamente enamorado de su mujer, así que la idea de buscarse otra no era concebible para él. En vez de ello, se encargó de educar a su única hija lo mejor que pudo y el mayor tiempo que las guerras se lo permitieron para que, en un futuro, ningún hombre consiguiera un reino que no se merecía.

Cuando se habla de princesas medievales todos tienen la idea de una doncella tímida, reservada, débil y con la máxima preocupación de rezar por que su padre le consiga un buen marido. Pues bien, Clea no tenía nada que ver con ellas. Sí es cierto que su época fue dura para la mujer, pero trabajó durante toda su vida más que nadie para que no pudieran jamás decir que no fuese digna del trono de su padre, que esperaba heredar lo más tarde posible porque eso significaría la muerte de su progenitor.

Se sometía a un aprendizaje duro en el que ella misma era la que más se exigía. Aprendía estrategia militar, presenciaba todas las reuniones posibles de su padre, sabía hacer las cuentas del reino para establecer los impuestos, daba clases de tiro con arco y su mejor amigo practicaba la espada con ella. Al que consideraba como un primo porque se criaron juntos y pasaba grandes periodos de tiempo viviendo con ella, ya que los padres de ambos eran grandes amigos, tanto que el padre del chico tenía una importante posición en la guardia personal del rey. Era el encargado de su seguridad, sobre él recaían varias decisiones importantes de las que dependía la vida del monarca.

Con todo, Clea conseguía tener ratos libres en los que su madre la enseñaba a bordar para relajar la mente, aunque normalmente se dormía al poco de empezar y tenía que ser llevada a sus aposentos por los sirvientes.

Lo de esperar sería que el rey William al fin sentara cabeza y olvidase su ambición por conquistar los reinos cercanos, pero no fue así. El ansia de poder creció junto a su hija, que estaba feliz en sus tranquilos territorios. Dájeso era un reino permanentemente en guerra por esta razón y, aunque el rey era querido por sus buenas ideas y cuidados al pueblo, provocaba ciertos conflictos. La única heredera de la dinastía Mynor era una mujer. La estaban viendo convertirse en una buena monarca, mas eso no era suficiente: querían a un hombre junto a ella para que tomara las decisiones importantes. Pero, como siempre ocurre en estos casos, existía un duque bastante ambicioso y codicioso que deseaba con todas sus fuerzas obtener el poder y, más que eso, el dinero que eso conllevaría.

El pueblo llegó al acuerdo de que, si la princesa Clea no conseguía marido antes de que cumpliera los dieciocho, el duque de Temon conseguiría lo que tanto ansiaba a la muerte de su majestad William Mynor.

La última guerra que pudo librar fue la que decidió el futuro del Continente más de lo que jamás podría imaginar.

                                                 Capitulo 1

Clea se encontraba en el torreón de la guardia del ala oeste del castillo. A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida sin su padre aún se ponía nerviosa cuando llevaba dos días sin recibir información de la situación de las tropas. Se preguntaba cómo podría haberlo soportado su madre en los casi veinte años que llevaban juntos. Ella siempre parecía tan calmada, como si no tuviese qué hacer. Aunque en realidad era ella quien dirigía todo y quien se encargaba de supervisar la educación de su hija. Sabía que le quedaba poco para completar su formación por completo, había empezado muy joven, pero la preocupaba que su esposo aún no hubiese encontrado marido para ella. Apenas quedaba un mes para la fecha acordada años atrás y ella no podía tramitar ese tipo de asuntos, ya que se reservaban al cabeza de familia, que, como siempre, se encontraba luchando por que su hija tuviese un gran reino del que disfrutar.

Clea se quedó mirando a las notas que había dejado su padre antes de partir. Le echaba mucho de menos. Extrañaba el roce de su barba cuando le besaba la mejilla, su olor a metal, sus charlas sobre el reino, el deslizar de su pluma por el pergamino…

Rozó con los dedos las palabras que estaban escritas. Podía recitarlas con los ojos cerrados, llevaban siendo las mismas desde que podía recordar, simplemente las volvía a escribir cada vez que se iba sin consultarlo con su hija. Era la heredera sí, y es cierto que su padre la otorgaba de bastante poder, pero hasta ella tenía limitaciones.

Siempre explicaba lo que hacer en caso de que no pudiera volver o en el que quedara inútil para tomar decisiones. Las instrucciones eran claras: en lo que a conflictos bélicos se refiere, el capitán de su guardia personal tomaría el mando y en el resto dominaría su hija. En caso de que alguno faltase, el otro le reemplazaría. En pocas palabras, que el apellido de su familia moriría con ella si moría antes de dar descendencia. La presión que todos ejercían sobre ella en ese sentido la carcomía día y noche, pero por suerte siempre estaba su mejor amigo, su casi primo para arreglarle el día. Tenían la misma edad y juntos practicaban con todo lo que podían. Él la enseñaba detalles de caballero y ella a él detalles de monarca. Así, pasara lo que pasase, siempre podrían ayudarse el uno al otro. Por lo que ella sabía, su ‘’tío’’ Wyatt no había organizado nada referido a enlaces de su también único hijo, tras morir el mayor en la guerra y el pequeño al poco de nacer, llevándose a su madre con él. Una ventaja de los hombres era que ellos podían elegir esposa al cumplir la mayoría de edad y no dependían del cabeza de familia. Otra cosa a favor era que se podían casar cuando quisieran y con las mujeres que quisieran, mientras que una mujer sólo podía tener un marido hasta su muerte y el tiempo para conseguir esposo estaba entre los catorce y dieciocho. Ella estaba a punto de cumplir la fecha máxima.

Levantó la cabeza para mirar el campo de entrenamiento. Antes a rebosar, ahora completamente desierto a excepción de algún rezagado que no pudo recuperarse a tiempo de alguna lesión. Suspiró pensando en la suerte de su padre mientras doblaba la nota.

    ¿Qué haces aquí? ¿No se supone que deberías estar aprendiendo algo? —una voz hizo que abriera los ojos.

Se fijó en el muchacho que acababa de entrar por la estrecha puerta. Ataviado con una pesada cota de malla sobre una simple camisa de algodón y con las piernas recubiertas por la incómoda armadura. Ella odiaba usarla, así que la esquivaba siempre que podía, pero él, que llevaba toda su vida con ella puesta, había desarrollado una capacidad increíble para ser extremadamente sigiloso a pesar del metal.

    ¿Y tú peleándote con alguien? —le arrancó una triste sonrisa.

    Por si no me ves, vengo de ello —se revolvió el pelo oscuro, mojado por el sudor y pegado a las sienes—. Apártate de la ventana —la empujó suavemente.

    No me pasará nada malo, relájate.

    ¿Es una orden, alteza? —levantó una ceja.

    Podría.

Él se quedó mirándola unos segundos antes de sacudir la cabeza para recolocarse el cabello. No sabía cómo, pero sus ojos siempre conseguían que perdiera el sentido. Por un instante pensó en la cantidad de chicos con los que se ha tenido que pelear para que no la molestaran, simplemente porque aún la veía como una niña, a pesar de tener la edad propicia para casarse. No tendría problemas en encontrar pretendientes, era realmente bella; de hecho, se había formado un cantar sobre sus rasgos. Era algo así como ‘El pelo dorado como las riquezas que traerá al reino, los ojos verdes como el prado donde nació y la franqueza de su alma, la piel clara por la pureza de su corazón y los labios rosados por la pasión con la que ama al pueblo’.

    ¿Qué haces aquí? —consiguió articular tras quitarse la cota de malla.

    Necesitaba salir. Pensé que aquí habría alguien que me acompañara al pueblo, no quiero que mi madre se enfade por ir sola.

    Te conozco y sé que eso siempre te ha dado igual. Dime la verdad, anda.

    Es esa. Quería ir al pueblo, a ver si así conseguía distraerme.

    Yo te acompaño, tranquila —le tocó el brazo amistosamente y ella sonrió mirando al suelo. Agradecía esos pequeños detalles, y más en situaciones así.

    Gracias —dijo con un hilo de voz. No podía sacarse a su padre de la cabeza.

El soldado repitió el gesto y salió de la habitación para cambiarse. Ella estuvo a punto de decirle que no la dejara sola, pero eso sería demasiado pedir, dado que él también estaba pasando por un mal momento. Al menos ella tenía a su madre para apoyarse en ella, sin embargo, él estaba solo. Clea era todo lo que tenía hasta que volviera su padre.

No sabía qué hacer mientras esperaba, así que se centró en observar por la apertura en la pared. Se podía ver un campo verde donde ella practicaba con el arco y al otro lado los puestos de comerciantes pegados a la muralla. En ellos solían vender todo tipo de productos lujosos, por lo que Clea prefería pasar por alto y adentrarse en el verdadero pueblo. Le gustaba el ambiente. Tanta gente conversando sin miedo, simplemente diciendo lo que pensaban, le resultaba tan fascinante como envidiable. Ella siempre tenía que tener cuidado de todo lo que decía, medir las palabras y la forma de pronunciarlas para dar a entender diferentes cosas. No obstante, los campesinos eran gente natural, con la que se pueden intercambiar opiniones sin crear un conflicto de estado o proclamar indirectamente una guerra.

Solía bajar al pueblo varias veces por esta razón y siempre le acompañaba Kyle, su mejor amigo y el encargado de su seguridad. Esto no era oficial, pero le daba igual, porque ejercía como tal y ¿qué mejor guardia que el que ha crecido con ella, quien daría su vida por algo más que trabajo o mera lealtad?

    Te he dicho que te apartes —la regañó al volver.

    Perdona.

    Vamos a preparar los caballos —se giró.

    Kyle.

    Dime.

    No hace falta. Quiero ir dando un paseo.

    ¿Seguro? —ella asintió con la cabeza convencida— Está bien, pero antes ¿qué tal estás? —agarró sus hombros. Sabía que le estaba permitiendo tanto contacto porque no se encontraba de humor y le necesitaba incluso más cerca.

    Mal, Kyle, ¿cómo quieres que esté?

    ¿Sigue sin haber noticias?

    No. Y ya van dos días.

    Bueno no te preocupes, a lo mejor han enviado a un mensajero y por eso tarda más.

    Tú no lo entiendes. Nunca lo ha hecho. Ni siquiera cuando enfermé.

Ella tenía razón. Era un buen motivo para preocuparse porque en esa ocasión Clea estuvo muy cerca de la muerte y su padre se limitó a enviar una paloma. Por suerte la enfermedad remitió y consiguió salir de ese hoyo, pero Kyle no durmió hasta que se recuperó por completo. Sólo tenían diez años.

    Se va a solucionar, ya verás. Seguro que sólo es un retraso —se permitió el lujo de abrazarla durante unos segundos y ella el de responderle.

No quería discutir más sobre eso. Ambos sabían que eran malas noticias, pero no querían verlo en el fondo.

Él recogió la espada y la enfundó en el cinturón del traje. Era una simple tela verde sin mangas que le llegaba hasta por encima de las rodillas, donde continuaba un pantalón ajustado de tela con unas botas negras de piel. Era un vestuario que podía permitirse gracias a su posición con la Corona. Ella ni se molestó en cambiarse el vestido por otro más viejo y cómodo, salió con uno de sus favoritos, uno rojo con los bordados en dorado.

No habían llegado al portón principal cuando se abrieron las puertas de golpe para dejar paso a un hombre a caballo. Desmontó y presentó sus respetos antes de indicarla que pasara dentro porque tenía una noticia que dar y prefería que también estuviera su madre. Kyle le acompañó con gesto serio y sólo miró a su amiga un instante, el suficiente para notar cómo se sentía. Igual que él, sabía lo que significaba, la noticia que tanto temían, la que cambiaría sus vidas por completo. Madre e hija se sentaron juntas antes de recibirla y Kyle vio cómo sus expresiones cambiaban rápidamente. Un relámpago no podría haber adoptado la misma velocidad. El rey William había muerto.

Clea sólo se mordió el labio para retener las lágrimas y salió de la habitación. No la siguió porque sabía que sería peor. De todas formas, si el rey había muerto, significaba que su padre también, así que necesitaba un tiempo para asimilar todo y se fue a las cuadras, donde pensó que podría estar tranquilo para llorar a su padre sin que le llamaran cobarde. La reina se derrumbó por completo. Sus sollozos resonaban por todo el castillo y duraron horas.

Clea, sin cumplir aún los dieciocho, sin completar su enseñanza, era monarca de un reino en guerra. Lo peor de todo, es que no contaba con la ayuda de nadie.

 

Feliz Año! Primer relato

Buenas! Feliz Año a todos! Ahora que las navidades han acabado, vengo con noticias. Voy a subir una especie de relato corto que significa mucho para mí como regalo retrasado y el comienzo de una historia que acabo de comenzar y me tiene absorbida. He de decir que cada nueva idea que se me ocurre, aunque sea mala, a mí me parece fantástica y me fascina tanto que dejo todo de lado para ponerme con ella, así que os ruego paciencia y comentarios porque me resulta muy importante vuestra opinión. Dicho esto, os dejo con el primer relato. Es completamente independiente y lo escribí para un tema personal, pero pensé que sería buena idea compartirlo con vosotros también.
Espero que os guste y muchas gracias por estar ahí. Podéis contactar conmigo por aquí o en twitter @Lizzy_Finley



Érase una chica, aparentemente decidida, pero en el fondo llena de inseguridades, que conoció a otra chica con la que conectó al instante; en esa misma tarde se hicieron prácticamente inseparables. Iban a todos lados juntas, hablaban de todo, sentían que tenían el mundo a sus pies porque nada ni nadie sería capaz de separarlas, al menos, la primera lo creía.

Hablaban casi todos los días y cuando no se veían o no conseguían contarse lo que les había pasado, sentían una especie de vacío, al menos, a la primera le pasaba.

En el verano se separaron una temporada, pero el reencuentro fue más emotivo que nunca porque, si una semana les parecía eterna, no querían imaginarse un mes entero, al menos, la primera se sentía así.

Nuestra protagonista sufría cada vez que su amiga —casi hermana— le contaba que en el instituto la trataban mal. Se sentía impotente por no poder ayudarla cuando la necesitaba y trataba con todas sus fuerzas de hacerle olvidar esas malas experiencias con bromas, paseos por ninguna parte y charlas sin sentido. Por todo esto, cuando le dijo que se cambiaría de instituto para —lo que en un principio pensó— estar con ella, se sintió la persona más feliz del mundo, porque podría estar con ella casi todo el día y, sobre todo, no permitiría que nadie la hiciese daño jamás. Aún sigue pensando así.

El primer día, su amiga no la soltó la mano. Ni ella tampoco. Quería quitarle el miedo y la inseguridad a base de abrazos y apoyo que no paraba de darla, también feliz por sentirse, de alguna manera, necesitada.

Ella demostraba esta satisfacción riéndose como acostumbraba —solo que esta vez era una risa cargada de cariño— y presentando a su amiga a todos los de la clase para que la integraran lo más fácil y rápidamente posible.

No podía creer cómo, en unos simples meses, se podría crear un vínculo así de fuerte entre dos personas. Lo había visto en películas y leído en libros, pero para ella eran simples historias que atraían al público por ser idílicas. Pensaba que, a veces, ese tipo de cosas pasaban en la vida real y ella había sido tan afortunada de vivir una.

Poco a poco el curso iba avanzando y ella se sentía orgullosa por verla feliz y a gusto, empezó a darle espacio para estar con otra gente, pensaba que ya no la necesitaba tanto, porque su amiga empezó a juntarse con gente que ambas conocían bien y en la que, sin ellos darse cuenta, nuestra chica estaba confiando uno de sus mayores tesoros.

Pensaréis que empezó a juntarse con personas que la valoraban y que todo fue como el cuento de hadas que desde un principio le pareció a la protagonista de la historia, y no podríais estar más equivocados.

Sí, es cierto que cambió de amistades, pero ella siguió su ejemplo. Se empezó a distanciar de quien siempre la había querido por otros nuevos que no la conocían tan bien como imaginaba. El proceso fue tan largo y tan rápido a la vez que ella apenas lo notó, sin embargo, nuestra querida chica, sufrió de una manera que no se imaginó nunca: no por la intensidad, sino porque lo estuvo viendo venir desde hacía tiempo y no sabía cómo detenerlo. Siempre había tenido esa inseguridad, y ahora su pesadilla se estaba haciendo realidad.

Tan sólo tardaron —o más bien tardó su ‘’amiga’’ — dos meses en no hablarse. Ella intentaba acercarse a la que tomó por confidente tanto tiempo, pero la otra siempre estaba demasiado ocupada haciendo caso al resto de personas que la rodeaban antes que a la que la había apoyado en todo momento.

Ella le hizo un regalo de cumpleaños cuando llevaban bastante tiempo sin hablarse a pesar de no llegar a los dos meses de haber entrado en el nuevo instituto. A la otra le bastó con una simple palabra cuando fue a la inversa.

No podía soportar todo lo que estaba pasando, era demasiado rápido y confuso y, a pesar de saber que tenía a gente en la que apoyarse, conservaba la inútil esperanza de que volvería a ser la de antes y, por lo tanto, se guardaba todo dentro.

Jamás había sido una chica de confiar en nadie, y menos sus sentimientos, pensaba que, de alguna manera, la hacían débil y lo único que la mantenía a flote era su enorme orgullo.

Los meses pasaban y se convirtieron en totales extrañas; ella hablaba con toda la clase excepto con la que había sido su amiga, se reía y se divertía y conseguía olvidarse de todo por bastante tiempo, pero al llegar a casa, recapacitaba sobre el día y se daba cuenta de que su tesoro no estaba custodiado por un dragón, sino que era un mero disfraz de oro bajo el que se escondían las escamas.

En realidad no llegó a hacerla daño intencionalmente, se limitó a dejar de hablarla y relevarla no a segundo plano, sino a uno tan lejano que apenas se apreciaba su voz si gritaba a todo pulmón. Habría sido mejor que todo hubiese acabado con un enfado, pues tendría motivos para enfadarse y no pensar en qué hizo mal para perderla. Tendría a quien culpar, un motivo, por estúpido que fuera, por el que hacer algo para zanjarlo de una vez por todas o solucionarlo; sin tener en cuenta el final. Sabría que ambas tienen la culpa, pero por mucho que busca su parte en todo esto, no la encuentra.

Cuando hicieron el año desde que se conocieron, nuestra protagonista la regaló una pulsera que fue muy importante para ella, sin embargo, desde ese día no se la ha visto puesta. Intentaba acercarse desesperadamente, la echaba de menos, pero no sabía cómo decírselo sin derrumbarse en frente de ella porque, como ya he dicho antes, su orgullo es inmenso y no se perdonaría que ella, la que prácticamente la había abandonado, la viese llorar por un motivo que, inmersa en su mundo, no llegaría a comprender.

Empezó a superarlo, conoció a otra amiga que la comprendía bien, no porque hubiese pasado por lo mismo, sino porque se limitaba a escuchar y mostrarle su apoyo lo mejor que podía. La conexión no fue tan inmediata ni tan mágica, sino que se fue forjando poco a poco hasta que le dijo cómo se sentía respecto a su antigua amiga. La vio llorar e hizo lo que prefería sin haber hablado de ello. Nuestra protagonista aparenta ser fuerte, así que lo último que necesita cuando llora es un abrazo; simplemente que le cojas la mano y la dejes tragarse sus lágrimas una vez más. Esto, es la amistad más sincera que jamás ha tenido y tiene que agradecérselo a la que lo provocó todo. Si no hubiese sido por ella, ahora no tendría esa capacidad para detectar a la gente falsa y no estaría rodeada de la gente maravillosa que tiene.

Esto no quiere decir que esté llamando a la segunda protagonista falsa, simplemente ingenua por no darse cuenta de lo que estaba perdiendo. ¿Ella era el dragón de nuestra protagonista? No lo creo. Ni tampoco que estar rodeada de gente maravillosa le hiciese olvidar lo que le había pasado anteriormente. Inexplicablemente para ella, la seguía queriendo y la dolía ver cómo no se saludaban al verse y cómo, si la veía por la calle, se cambiaba de acera para evitar momentos incómodos.

El siguiente empezó exactamente igual como acabó el anterior: sin relación alguna entre ellas. Esta vez, ninguna de las dos se felicitó por su cumpleaños. Tan sólo intercambiaron las palabras justas —si era ninguna mejor le resultaba a nuestra chica— hasta coincidir en una actividad extraescolar. La que fue su amiga seguía —y sigue, en el fondo— siendo una gran debilidad, así que en cuanto la sonrió un par de veces, no pudo evitar actuar con sinceridad y que se le borrara el rencor que sentía por dentro por haberla dejado en la estacada.

En cuanto estuvieron con más gente delante, la simpatía que le expresó desapareció por completo para volver a su actitud de siempre. Lo que es cierto es que empezó a intentar acercarse a la primera chica, peor ella no se sentía en condiciones para corresponderla. Ahora tenía unos amigos que la correspondían y no quería salir de su cómoda monotonía, a demás, estaba dolida y quería su disculpa. Aún sigue esperándola.

Su mejor amiga se llevaba muy bien con la que lo fue, pero no se metió en ningún momento en su relación porque sabía cómo se sentía respecto a ello. Intentaba ayudarla en lo que podía y ella lo agradecía, aunque no siempre se lo dijera.

Este curso se pasó más rápido de lo que imaginaba, en parte porque no hubo dramas de ningún tipo, tenía en quien confiar en todo momento y no se sintió sola, como lo hizo antes.

Nada de palabras entre ellas, nada de miradas, sólo una barrera de orgullo y de ingenuidad.

Lo curioso de este curso es que empezó a afrontarlo como un reto: más difícil, gente nueva, su mejor amiga en otra clase… No pretendía en ningún momento arreglarse con su ex amiga, ella estaba feliz por su parte y nuestra chica también. Ya apenas le importaba que no se hablaran, se había acostumbrado.

Sin embargo, cuando menos se lo esperaba, la vio llorar y su mundo se derrumbó.

Ella, para consolarse, se había hecho la idea de que quería verla tan mal como lo había pasado. Sería su pequeña venganza y así se le abrirían los ojos. Le demostraría que seguía estando ahí y que no se iba a ir por mucho que se distanciasen en el fondo.

Sin embargo, en el momento que vio las lágrimas, en vez de no hacer nada como había planeado secretamente en su cabeza, no tuvo otra reacción que abrazarla. La llevó a parte y la dijo todo lo que pensaba. El por qué lloraba quedaba en segundo plano, para ella era un pequeño instante de victoria que no pudo disfrutar porque era demasiado amargo tenerla llorando en su hombro. No podía soportarlo, tenía que tragarse sus palabras y sustituirlas por otras de ánimo y de cariño que, ahora, sigue sin saber si fueron adecuadas. Igual que su reacción.

Cuando empezó a llegar más gente de nuevo volvió a sentir esa punzada de dolor al verla preferir a otros antes que a ella. La dijo, llorando, que la dejase —ella la comprendió perfectamente—, pero aun así la siguió hasta el baño donde se encerró. Lo que no alcanzó a ver por tener la puerta cerrada, fue lo frustrada que volvía a sentirse y cómo se desquitaba con la pared y salía prácticamente corriendo mientras su mejor amiga la llamaba.

No pudo concentrarse en toda la clase, en parte por el dolor de la mano con la que había golpeado un par de veces a la pared, y en su mayoría por cómo se encontraría la chica a la que, una vez más, había apoyado ante todo y dejando al resto de lado. Al menos, eso es lo que sintió nuestra chica. ¿Dónde estaban hace una hora esos amigos de los que tanto presume? ¿Dónde estaban esos maravillosos amigos cuando estaba sola? ¿Quién es el que la estaba consolando cuando no podía hablar de lo que lloraba? ¿Ellos, ocupados en sus vidas más interesantes que cuidar a la que se supone que es su amiga, o nuestra chica, quien a pesar de haber sufrido por culpa de ella seguía a su lado incondicionalmente y en contra de su propia conciencia?

Salió corriendo de clase para verla, pero para ella ya no existía. Estaba con otros amigos y ni siquiera se molestó en hacer algo más que mirarla cuando, preocupada, la preguntó si estaba mejor. Repitió la operación de antes con otra pared, un par de mesas y una silla e ignoró la reprimenda de su mejor amiga por hacerlo. Se lo decía por su bien, no obstante, tenía que desahogarse y no sabía cómo.

Esa tarde casi lloró cuando estuvo hablándolo con otra amiga de confianza que ya la había visto llorar por lo mismo antes. La dio buenos consejos, pero para llevarlos a cabo necesitaba una fortaleza que en ese momento no tenía, ni ahora tampoco.

Casi dos años sin hablarse se convirtieron en nada cuando al día siguiente la sonrió un par de veces y habló con ella; de trivialidades, sí, pero era un gran paso para ella. Pensó que volvería a ella, ya ni siquiera le importaba que se disculpase, así que le devolvió las sonrisas, quizá algo forzadas, pero al menos lo intentaba. La gustaba verla bien y le dio falsas esperanzas, de nuevo. Resistió la tentación de llamarla para no forzar las cosas, quería hablar con ella para comprobar que estaba bien, pero no quería agobiarla.

Se dio cuenta de lo estúpida que estaba siendo y se deshizo de la rabia que llevaba dentro. Después de los primeros golpes apenas los sentía y siguió hasta cansarse. Al terminar, se vio los nudillos rojos y le dolían un par de dedos. Entonces es cuando se dio cuenta de que no podía dejar que eso siguiera porque iba a acabar mal.

No obstante, al día siguiente ver cómo la ignoraba de nuevo, como si no hubiese pasado nada, como si no hubiese llorado en su hombro y como si no hubiese oído la confesión de que siempre iba a estar ahí por mucho que no se hablaran; volvió a sentir que nada valía la pena. ¿En serio no había visto los moratones en sus nudillos? ¿En serio no la vio golpear la pared a su lado? ¿En serio no vio cómo se quedaba mirando a la nada, con los ojos húmedos y con gente que la conocía desde después que ella abrazándola y preguntándola qué la pasaba?

También quería enviarle fotografías de los golpes para que viese cómo se sentía y comprobar si le importaba algo, si significaba algo en su vida. Pero era demasiado cobarde.

Ahora esa chica tiene la conciencia tranquila, pero el corazón no tanto. Le han dado tantos golpes que no son comparables ni de lejos con todos los que han recibido las paredes por la frustración acumulada.

Ahora esa chica se pregunta si todo ha valido de verdad la pena.

Si tenía sentido dejarse la mano como para no escribir por ella; si todas las lágrimas eran para algo; si no debería haberse dado la vuelta cuando la vio llorar y huir; si debería hacer como si no existiera para que no la volviese a dañar…

Si las horas delante del ordenador escribiendo esto tienen algún sentido.