Con este últimos post ya se acabó 'Sin Nombre'. En primer lugar quiero agradecer a todos el apoyo y la ayuda que me han proporcionado a lo largo de los meses en los que estuve escribiendo y ahora también, ya que estoy inmersa en otra historia más. No me gustan decir nombres propios, pero tanto como la primera lectora de todo esto en completo, mi ''ayudante personal'', amigos, familia, o la que me ha diseñado la magnífica portada, saben que los quiero.
Si queréis saber algo en especial, cualquier pregunta, la responderé en los comentarios.
Michas gracias por estar en este viaje conmigo,
Elisabeth Finley.
Translate
jueves, 18 de julio de 2013
Epilogo
Después de usar parte del
dinero en un corte de pelo —lo suficientemente largo para que ella pudiera
pasar los dedos por su cabeza como a él tanto le gustaba— manteniendo el brillo
dorado que se empeñaba en ocultar bajo una gorra. El muchacho, como cada noche
después de irse, escaló cuidadosamente uno de los pilares del puente de
Brooklyn hasta su barrote preferido para ver el ascenso de la luna. Se sentó
con cuidado y respiró profundamente el aire no contaminado por el humo de los
coches debido a la altitud. Poco a poco sus músculos se relajaban y sentía como
su mente se despejaba tras un tiempo de actividad frenética. La quería, pero no
sabía cómo reaccionar a sus últimos momentos con ella. Cuando se sentía más
relajado su teléfono comenzó a vibrar —se le había olvidado apagarlo, como
acostumbraba— y, después de unos malabarismos para no caerse ninguno de los dos,
lo cogió, cansado de tanta inútil insistencia; dispuesto a zanjarla.
—
No voy a volver, así que…
—
Cállate, idiota —su interlocutor estaba nervioso—. Te
necesitamos aquí.
—
Pues arreglaos vosotros. Ya lo habéis…
—
Es Baby —no le dejó continuar—. Ha vuelto.
—
¿Y?
—
Todos sabemos que serías capaz de cualquier cosa por
ella.
—
Eso era antes.
—
Deja de comportarte como un capullo y ven aquí volando.
¿Crees que te llamo por gusto?
—
Déjame en paz, Bells. Estoy harto de ti y de tus…
—
Se la han llevado en ambulancia —él también estaba
empezando a hartarse de su compañero. Adivinando su expresión de confusión,
continuó—. Vimos cómo la metían y salía a toda velocidad.
—
¿Qué…qué ha pasado? —consiguió balbucear.
—
Preferimos decírtelo en persona. No es agradable, PJ.
Ni un simple desmayo.
—
Cuéntamelo —le obligó el que fue su superior en la
banda que integran.
—
Cuando llegues.
—
¡He dicho que me lo cuentes! —gritó el muchacho
agarrándose a la estructura para frenar su carácter impulsivo e impedir la
caída.
—
Pásamelo. Si lo sabe seguro que viene —oyó a través del
teléfono—. ¿PJ? ¿Sigues ahí?
—
Jess, tú eres su amiga; dime qué ha pasado por favor.
El grafitero y ex ladrón de
coches se rindió ante la voz de la que había sido la mejor amiga de la chica a
la que amaba; por la que había cruzado el país, por la que había sido
secuestrado; por la que se había tatuado su nombre real —justo encima del
corazón, recordando lo presente que había estado y estaría— con la firma sacada
de una dolorosa carta enviada tiempo atrás.
Prácticamente suplicaba por una respuesta
al dolor y a la preocupación que crecía en su pecho.
—
Primero tienes que calmarte.
—
Estoy calmado —se esforzaba por respirar con
normalidad.
—
Sé que estás fingiendo, aunque de todas formas te lo
diré; por ella, no por ti —aclaró la chica con su característico acento
latino—. Cuando se fue la ambulancia, dejaron la puerta abierta, así que
entramos y al llegar a su habitación…
—
¿Qué? —ante su silencio el chaval rubio se temió lo
peor— ¿Pastillas? —tragó saliva.
—
Sangre —dijo con un suspiro y lágrimas invisibles en
los ojos—. Era un charco enorme, PJ —intentaba continuar a pesar de quebrársele
la voz—. Y estaba la navaja al lado.
—
No…no puede ser… ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—
Desde que lo vimos, una media hora. Estamos en el
hospital, pero no quieren decirnos nada. Acaba de pasar su madre llorando y no
nos hablaba. Bueno, aparte de echarnos en cara que es nuestra culpa que se
haya… —la chica tomó aire; aún le costaba aceptarlo.
—
¿Y… —no podía contener la angustia— está viva?
No quería mencionar la palabra
“muerte” ni nada relacionado con ella. Había visto cómo intentaba arrebatarle a
la persona que más quiere suficientes veces. Las anteriores tenía en quién
enfocar su rabia, sin embargo, en esta ocasión, la víctima también era el
verdugo.
—
Repito que no querían decirnos nada.
—
Voy para allá.
Colgó el teléfono con decisión;
dispuesto a dar su propia vida por la de ella a cualquier precio.
lunes, 15 de julio de 2013
Cap. 12
Al
llegar a casa no hago caso de las preguntas de mis padres sobre dónde he estado
todos estos días y por qué me fui de esa manera. Entro a mi habitación y
preparo todo lo necesario antes de empezar. Tenía una idea de cómo hacerlo,
pero encontré una página en Internet donde daban las instrucciones exactas,
incluyendo los factores como estar nervioso, enfadado... Me parece
escalofriante que cualquiera pueda tener acceso a ese tipo de información —a
pesar de que me haya venido bien—; no tienen ni idea de cómo hay que sentirse
para llegar a este extremo ni la cantidad de vidas que están poniendo en
peligro.
No me importa que duela, es más, lo prefiero; por lo tanto, descarto el
cubo de agua caliente. Agarro la navaja antes de sentarme en el suelo con la
espalda apoyada en la cama. Comienzo a pensar en lo malo que ha ocurrido este
tiempo atrás —siendo la mayoría— para, según he leído, hacerlo más rápido.
Lentamente siento mi muñeca abrirse bajo el filo y dejar paso a la
sangre, que empieza a fluir por el antebrazo. Éste imita al anterior con una
profunda línea en diagonal, partiendo del final de la de la otra, y formando un
siete sangrante. No pierdo detalle de cada gota que cae al suelo y forma parte
de un creciente charco.
Siempre he sido valiente —llevo aguantando todo este peso más tiempo del
que creía poder soportar —y voy a demostrar que sigo siéndolo. Quiero que me
encuentre mi padre, que sepa que si no fuese por él y su avaricia, ahora
estaría con mis amigos, riéndonos de la vida y viendo cómo pasa el tiempo
mientras nuestros lazos se estrechan cada día más. A diferencia de lo que en
verdad ocurre, que están completamente rotos y parece como si nunca hubieran
existido.
Sin embargo, me estoy dejando morir poco a poco en mi habitación, sola.
En menos de lo que pensaba, empiezo a adormilarme; una dulce sensación me cierra
los ojos progresivamente, pierdo fuerza y aflojo los puños. Mis músculos se
relajan hasta caer en un profundo sueño y me abandono por completo.
viernes, 12 de julio de 2013
Cap. 11
— ¡Hood!
—le abrazo con todas mis fuerzas cuando le veo entrar.
— Vaya…no
esperaba este recibimiento —me sonríe.
— Te
he echado tanto de menos —no le suelto.
— ¿Qué
haces aquí, Baby? Me encanta verte pero…
— Necesitaba
verte antes de… —no voy a decir nada, aunque de todas formas él no lo puede
evitar— ¿Qué has hecho?
— Ha
sido horrible. No quería hacerle daño, de verdad, pero…
— Tranquilo
—le consuelo. Si hay alguien a quien necesitaba ese es él.
— ¿Te
acuerdas de Jonathan?
— ¿Le
has…
— Fue
sin querer —se defiende.
— Y
te creo. ¿Puedes contármelo? —asiente con la cabeza.
— Se
metió con Emma y fui a por él, pero al llegar a una azotea…le pegué y…
— Vale,
no hace falta que sigas —volvemos a abrazarnos. Me aprieta tan fuerte que tengo
que separarme—. Ten cuidado.
— ¿Qué
pasa? —sonrío al verlo preocupado.
— Estoy
bien.
— Ya,
y por eso tienes algo debajo de la camiseta. Lo he notado al abrazarte.
— No
es nada —cambio de tema—. Te sienta bien el naranja, aunque lo prefiero en otro
contexto. ¿Cuánto llevas aquí?
— Cuatro
meses. Todavía me quedan otros ocho. Cuando salga nos vamos de fiesta y no
volveremos a casa hasta dentro de una semana.
— Me
apunto —me río—. De todas formas no pienso pasar mucho más tiempo con mis
padres.
— ¿Qué
ha pasado? ¿Tiene algo que ver con lo que te duele?
— No
he dicho que me duela nada.
— Lo
he notado. Te cuesta sentarte y al moverte pones caras.
— ¿En
serio? Pensaba que no…
— ¿Me
vas a responder qué ha pasado con tus padres o vas a seguir esquivando el tema?
— Es
que no me gusta hablar de eso, perdona Hood.
— Ni
a mi estar aquí y me aguanto. Habla.
— Llevo
sin hablar a mi padre casi desde que me fui —digo con un suspiro—. ¿Contento?
La verdad es que para lo que me queda, me da igual.
— ¿Qué
ha hecho?
— Me
ha traicionado. Por su culpa he tenido que pasar por mucho.
— Vaya,
Baby. Cada vez que te veo estás distinta.
— ¿No
me queda bien el avellana? —le sonrío.
— Sí,
claro. Pero…pareces una niña pija en vez de una de los nuestros.
— No
soy del grupo —respiro y rompo el silencio que se ha formado—. ¿Sigues saliendo
con Emma?
— Por
supuesto, ella me quiere y yo a ella. En un poco de tiempo la pediré que se
case conmigo —me falta el aire.
— No
lo hagas. No puedes —replico.
— ¿Por
qué?
— Me
ha vendido —digo sin pensar.
— ¿Cómo?
— Allí
nadie podía saber nada de esto, nada de la banda. Así podría empezar de cero; y
a la mínima que le ofrecieron dinero, cantó como un pajarillo.
— Ella
no te vendería.
— Haz
lo que quieras, Hood. Yo te he advertido; ahora escúchame: si te caes o te hace
algo parecido, yo ya no estaré para levantarte. Me encantaría pero no puedo.
— ¿Nos
dejas?
— Sí.
Definitivamente.
— ¿Cuándo?
— Tan
sólo me quedaba hablar contigo, así que…
— ¿Cuándo?
—insiste.
— Mañana
—antes de que mi padre llegue a casa.
— ¿Te
vas a despedir esta vez?
— Ya
lo he hecho —miento mejor de lo que pensaba—. Me quedabas tú.
— Y
PJ. Fue a buscarte a Los Ángeles como loco. Un día se presentó en la cueva
diciéndolo y lo hizo. Nunca he visto a Amber con esa cara de enfado cuando la
dijo que iba a por ti, que eras tú a quien realmente quería y no sé cuantas
cosas más.
— ¿Lo
dices en serio?
— ¿Tendría
sentido mentirte? —trago saliva. De repente he empezado a marearme y tengo que
usar a la mesa como apoyo— ¿Has sabido algo de él? —me observa.
— No
sabía que estaba en la ciudad. Yo acabo de llegar aquí.
— ¿Le
has llamado?
— Pensaba
que estaba con la pelirroja. No tendría sentido.
— Yo
por lo menos lo he intentado las veces que he podido. Y los de la banda
también. Me extraña que no te hayan dicho nada.
— No
quise oírlo. Pensé que se había ido con ella, ya que tampoco está.
— ¿Hablarías
ahora con él?
— Sí.
Las palabras de Anne me vienen a la mente: «Si no dudas la respuesta ni
un instante, es porque están absolutamente segura de lo que sientes».
— Seguro
que contesta si le llamas tú.
— No
lo estés tanto. No acabamos demasiado bien.
— ¿Crees
que le quieres?
— Lo
comprobaría al verle —respondo al dudar.
— ¿Vas
a hacerlo?
— No.
Llevo unos días bastante dolorosos; y pesados —añado.
— ¿El
instituto?
— Ojala.
Cambiaría lo que sea por que todos mis problemas se reducieran a eso.
— Suena
duro.
— Lo
es. Por suerte falta muy poco para que acabe.
Esta noche lo haré. Esta noche mi padre me encontrará…
— Si
te quedaras con algo de mí como recuerdo, ¿qué elegirías?
— No
lo sé, Baby. ¿Por qué lo dices?
— Necesito
saberlo. Eres muy importante para mí.
— Pues
supongo que con tu fuerza. Me refiero a que, cuando todo se caía, tú llegabas y
lo levantabas sola. Aguantabas lo que te echaran con tal de demostrar que eres mejor
que el resto. Y lo eres, sin duda.
— Te
quiero, Hood. ¿Lo recordarás?
— No
me hace falta; lo sé. Yo a ti también, enana.
Me abraza al salir y me cuesta dejarle, sin embargo se las apañará sin
mí. Él me enseñó a que la vida es un puente que debemos cruzar y dejar cuando
se nos llama.
jueves, 11 de julio de 2013
Cap. 10
Cojo un taxi al hospital y después de
identificar su pequeño cuerpo, débil y sin vida, me encuentro a Tom. Le doy un
puñetazo con todas mis fuerzas y sé que mi reacción no es apropiada, sin
embargo es lo único que se me pasa por la cabeza antes de derrumbarme. Lloro en
su hombro todo el tiempo que me permiten mis ojos antes de secarse.
Gracias a él consigo hacer todo lo que necesito para organizarla un
entierro digno, que él mismo se encarga de costear. Me ha acogido en su casa y
me ha comprado ropa, solo que aún no hemos hablado de lo que pasó. Agradezco
que no me haga preguntas, pues se me han acabado las lágrimas de tanto llorar a
escondidas por las noches.
En unos días organizamos el entierro, al que vamos Tom, algunas
enfermeras y yo. Ahora más que nunca desearía poder tener a Alex para compartir
nuestro dolor, aunque tampoco sería igual del todo, él me comprendería.
Me siento al lado de su tumba, apoyada en el epitafio con los ojos
cerrados. Ya no tengo dudas de hacerlo, debo encontrar el momento y el lugar,
pero la decisión está tomada.
— ¿Te
llevo a casa?
— Me
voy a quedar aquí —casi puedo oír la risa de mi pequeña y tomo aire.
— Para
el taxi —me coge de la mano y deja dinero.
— Gracias
por todo —hablo sinceramente—. No me lo merezco.
— Quizá
no, sin embargo Lily sí. ¿Cuándo te vas?
— Pronto.
Unos tres o cuatro días para organizarme.
— ¿Y
tus padres? — ¿Cuáles de todos?
— No
saben nada. Por eso me marcho en tan poco tiempo. Ya veré si voy a volver.
— Antes
de nada quiero decirte… —toma aire— lo siento mucho.
— ¿El
qué?
— El
beso. No debería haberlo hecho.
— Te
pedí ayuda y me la diste. No pienses en eso —al menos yo ya no lo hago.
— No
le quites importancia; yo soy un adulto, y tú una cría.
— Tom,
basta. No es el momento ni el lugar.
— Nunca
lo es. Podría doblarte la edad, Alice.
— ¿Cuántos
años tienes?
— Veintinueve.
Y tú diecisiete, es una locura, lo sé. No obstante…yo…
— No
sigas. He cambiado de opinión: me marcho hoy —me pongo en pie.
— ¿A
Francia?
— Lejos.
Dejémoslo ahí. Quédate la ropa o dónala, haz lo que quieras —beso la tumba de
Lily y me dirijo a él antes de irme a hacer una tarea pendiente—. Gracias de
nuevo —tras una intensa mirada por su parte me alejo lentamente.
Poco a poco las ideas van tomando forma en mi cabeza mientras espero
pacientemente a que me dejen pasar. Esta vez no estaremos solos, teniendo en
cuenta lo que hice la última vez. Abren la puerta y entro con un alguacil a la
pequeña sala con una mesa en el centro y una silla a cada lado de ésta,
incluido un preso horriblemente familiar. En lo que me queda de vida visitaré
otras dos cárceles más para arreglar los cables del pasado sueltos.
— ¿Sabes?
Mereces que te quemen en una hoguera, ya que tanto te gusta el fuego.
— Yo
también me alegro de verte. ¿Esta vez no me vas a sacar sangre ni a dejarme
inconsciente?
— Traigo
niñera —señalo a mi acompañante con la cabeza—. Y también noticias del
exterior.
— Adelante
—se recuesta en la silla.
— Yo
que tú no me pondría tan cómodo. Aún puedo darte un buen puñetazo; y no sabes
las ganas que tengo.
— Eres
muy valiente con un hombre esposado a una mesa.
— Y
tú con niños y una mujer indefensos —le acuso—. Recuerda que te quedan
bastantes años aquí y a partir de hoy estarás con el resto de presos.
— ¿Qué
noticias traes? ¿Te has roto una uña o la ropa ya no te va con el pelo?
— No
cambies de tema porque lo que te voy a decir tiene mucho que ver —tomo aire—.
Mi hermana se ha muerto.
— ¿Y
a mí qué? ¿Esperas que te dé el pésame? A cada uno le llega su castigo de
manera distinta.
— En
realidad la han matado —le miro a los ojos esperando algún tipo de compasión
por su hija—. Dependía de una máquina y la han desconectado misteriosamente.
— Yo
no he sido.
— No
te estoy acusando. Da gracias a estar aquí dentro, porque si no serías el
primer sospechoso, puesto que ya lo intentaste una vez.
— No
la conozco —me levanto de la silla—. Felicite al que lo hizo de mi parte.
Respiro hondo y aprieto el puño antes de descargarlo en su nariz.
Rápidamente el guardia que me acompaña me sujeta por los brazos —inútilmente,
pues no opongo resistencia— mientras veo cómo gime de dolor por la nariz rota
ese monstruo.
— Estoy
bien —me deshago del hombre que me sujeta. Al girar el pomo de la puerta me
dirijo a él—. Ya lo has conseguido. Lily ha muerto por tu culpa, por tener en
sus genes la leucemia que heredó de ti.
Miro por un momento su cara de incredulidad. Me aseguro que esté con el
resto de presos y que ellos sepan por lo que debe cumplir treinta años de
condena. No todo se arregla con violencia, lo sé, pero es la forma en la que
pude expresar lo que realmente sentía. Aún me quedan algunas cosas por hacer; y
todo sucederá al terminar en uno o dos días. Un nuevo taxi me lleva hasta la
otra cárcel, una de máxima seguridad, a
ver al que casi destruye lo que entendía por vida. Aquí tampoco me dejan a solas
con él, ya que no le permiten visitas.
— Vaya,
vaya. Mira lo que ha traído el gato. Parece que mi guardaespaldas no hizo bien
su trabajo.
— ¿Te
refieres al tiro, Moore? A estas alturas ya deberías saber que no es tan fácil
acabar conmigo ¿no crees?
— Bueno,
mala hierba nunca muere.
— Será
eso —me siento enfrente.
— ¿A
qué vienes?
— A
ver a un viejo conocido, y ya que estamos, a charlar un poco con él. Según he
oído no te permiten visitas.
— Riesgo
de fuga —se encoge de hombros—. ¿Y tu barriga de embarazada? —alza una ceja.
— Todavía
no se nota. Alex dice que cada día me sienta mejor —comento.
— ¿Estás
con él?
— Te
dije que nos iríamos juntos. No sabe que estoy aquí, te odia profundamente por
intentar matar a su hijo y al «amor de su vida», como suele llamarme todos los
días.
— Dime
Alice, ¿por qué no me mataste cuando tuviste ocasión?
— Tienes
mala memoria, Ronald. Te dije que soy mejor que tú, y aún lo mantengo. Prefiero
que la justicia se encargue de ti.
— Con
pena de muerte —replica.
— Te
han dado perpetua.
— Yo
elegiría la primera —se hace un pequeño silencio en el que nos medimos
mutuamente—. No sabías que estabas herida hasta que saliste ¿verdad? Me dejaste
la casa hecha un desastre.
— Faltó
poco —suspiro—. Muy poco —murmuro.
— Te
entretuve esperando a que te desmayaras en cualquier momento. Así podría
vengarme.
— Lo
sé; al igual que sé que ya lo has hecho. La niña no tenía la culpa.
— Tú
me arrebataste un hijo y yo una hermana. Es justo.
— Tenía
seis años —digo con todo mi desprecio.
— Yo
llevaba con mi hijo diecinueve. Estoy aquí porque quería darle un futuro mejor.
¿No harías tú lo mismo?
— Alex
también la quería. Sabe que has sido tú, o alguno de tus esbirros. No te lo
mereces —ignoro su pregunta porque me da miedo darle la razón.
— ¿Crees
que tú sí? También has hecho cosas horribles, recuerda. Metiste en el juego a
tu propia hermana.
— Yo
no la metí —replico intentando controlarme. Hasta ahora todo ha ido bastante
bien.
— Sabías
lo que hacías desde el primer momento y aun así se la presentaste a tu
amorcito. Todo por tu egoísmo —salto de la silla y ni se inmuta.
— Cabrón
—murmuro mientras salgo—. Ojala tengas lo que realmente te mereces.
lunes, 8 de julio de 2013
Cap. 9
Camino
por mi viejo barrio recordando cada momento de este último año. Ha sido extraño
y confuso, a pesar de todo, me repiten que debo quedarme con la parte positiva,
con lo que me sea útil para el futuro. Pero por más que lo busco sólo encuentro
una cosa: no debo confiar en nadie. Una de mis mejores amigas me traicionó; el
que consideraba mi mejor amigo está en la cárcel y no puedo hacer nada por él;
mi novio está en la otra punta del país y no volveré a verlo; ya no conozco al
resto de mis amigos, ni siquiera a mi familia; y el chico que me salvó la vida
ha desaparecido —se fue cuando salí del hospital el mes pasado y no he vuelto a
saber de él—. Cuando estuve estable en el hospital, me trajeron a Nueva York.
A pesar de todo esto, he rechazado al psicólogo y a todo lo relacionado
con algún tipo de ayuda. Incluso para testificar vinieron un par de agentes
desconocidos y lo hice por videoconferencia. Al menos puedo estar un poco más
tranquila al saber que Ronald Moore estará en la cárcel por unos cuantos años y
que a mí se me ha excluido de todos los cargos.
Por fin buenas noticias sobre
Lily, contacté con Tom nada mas recuperar el conocimiento en dos días y me
contó que está empezando a mejorar, sorprendiendo a todos, pues es bastante
pronto aún.
Han dejado que me quede con la placa y la pistola y, a pesar de lo que
me diga mi madre, no me separo de ellas; me aportan seguridad y tranquilidad.
No merece la pena cambiar de ropa, pues la antigua no me representa y la nueva
me trae recuerdos no precisamente buenos.
Paso una vez más por el parque repleto de gente, incluidos mis “amigos”.
Me piden que me quede con ellos a pasar lo que queda de tarde, pero declino su
oferta amablemente. Ellos saben que algo me pasó y, según me han dicho,
vinieron a verme. Intentaron que liderase la banda cuando se fue PJ, pero no pude
aceptarlo. Salí de la banda y el último día que los vi salí huyendo.
El
teléfono que llevaba tiempo sin usar vuelve a sonar y mi madre —la verdadera—
me indica que en un par de minutos se pasarán a recogerme.
Vamos a celebrar que he vuelto a casa de mis abuelos, con los que nunca
he tenido apenas trato, y con mis tíos. Mi tía se caracteriza por comprenderme
tan sumamente bien que a veces pensaban que era en realidad mi madre —ahora,
con mi pelo aún avellana, nos parecemos mucho más—; mi tío es bastante infantil
y no soporto a su mujer, aunque ella a mí tampoco, al igual que la hija
pequeña. Sin embargo la mayor, Kim, y yo tenemos la misma edad y siempre nos
hemos llevado bien —hasta que entré en The Wolves, igual que la relación con mi
tía—. Al entrar en la banda todo contacto con la familia desapareció y no me di
cuenta hasta que salí.
Cuando llegamos nos saludamos con timidez y mi padre —con el que llevo
sin hablarme desde que me fui— me ayuda a esconder el revólver y la
identificación. Tocar las formas de la placa me relaja, así que después de una
tediosa charla que llevo preparándome bastantes días sobre el curso allí,
consigo escaquearme a la terraza. Al realizar algunos movimientos me sigue
doliendo y Kim me ayuda a abrir la puerta. El estrés me ha provocado
volver al tabaco —a pesar de lo que me costó dejarlo—. Cojo el paquete y me
acompaña fuera sin hablar. Lo enciendo en silencio y le doy una larga calada
antes de probar de nuevo a ver si PJ me coge el teléfono: nada.
— ¿Estás
bien?
— Sí,
¿por qué no debería estarlo?
— No
sé…te encuentro diferente.
— ¿A
bien o a mal?
— A
bien —no le hace falta pensarlo—. Antes me dabas miedo con la chaqueta, la
navaja…
— ¿Qué
tiene de malo mi cazadora?
— Nada.
En realidad era tu actitud. Ya sabes, fumando —levanto el cigarro antes de
darle una calada—; que ahora sigues haciendo.
— Por
lo menos ahora están limpios —sonrío ligeramente.
— ¿Sigues
yendo con los mismos?
— No.
— Mejor.
No me gustan, son…
— Buena
gente. Les juzgan sin saber. Creemos que lo sabemos todo, pero lo único que tenemos
en cuenta son prejuicios. Absurdos y ridículos prejuicios.
— ¿Cómo
el de que las rubias son tontas? Te ha venido bien el tinte, entonces —bromea
para quitar tensión.
— Lo
dices porque siempre has querido ser rubia y me ha tocado a mí. Envidiosa —hago
lo mismo.
— Me
has pillado —no puedo terminar la calada por la risa. Definitivamente
necesitaba esto.
— Por
favor no me hagas reírme —me envuelvo con los brazos para frenar el dolor.
Me mira preocupada, pero cuando me relajo y abro los ojos, respiro hondo
y habla de nuevo.
— Te
he echado de menos. A esta Alice, no a la de los últimos años, sino a mi prima;
la que me ayudaba a bajar de los árboles y la que me cogía y me llevaba a casa
en brazos aunque no pudiese conmigo, sólo para que no me lastimase.
— Sí,
bueno. Ha pasado tiempo —no sé qué más decir. Tiene tanta razón…
— ¿Si
te digo una cosa me prometes que no te vas a enfadar?
— Es
difícil hacer que me enfade. Aunque te recomiendo no hacerlo —me acomodo el
revólver al empezar a sentir cómo se clavaba.
— En
mi barrio también os conocen, a tu grupo, me refiero, y yo… —coge aire— Verás,
te llamaban “la lobita” por…
— Ser
la pequeña. Continúa.
— Decían
cosas horribles de ti y tenía miedo de que me pegasen o de que me comparasen
contigo y… Yo no decía nada de vosotros y por eso me acusaron varias veces de
traidora, macarra y cosas de ese tipo; así que hacía como si no te conociera.
— Lo
siento, no sabía que podría llegar a afectarte.
— ¿Y
qué piensas? Renegué de mi familia.
— Hiciste
bien. Yo no habría hecho lo mismo, pero te entiendo.
— Tú
te habrías pegado con media ciudad si hiciera falta.
— Por
defenderte, sin dudarlo. No te lo tomes en cuenta ni te sientas mal, yo sé de
qué va ese mundo y tú…
— Yo
soy una ignorante que necesita ser rescatada ¿no?
— No,
simplemente no quieres meterte en líos.
Tiro el cigarro a la calle una vez acabado y me levanto de la silla con
cuidado. La herida sigue resintiéndose.
— ¿Te
importaría…venir a casa algún día? —duda— Y damos un paseo.
— No
estaría mal. En cuanto me recupere me pasaré por allí. Si me voy a meter en una
pelea será mejor que esté en mis mejores condiciones —bromeo y sonríe.
Miro por la terraza a la gente pasear, despreocupada. Cada uno con sus
problemas y los consiguen afrontar, plantarles cara; lo que más admiro de la
gente es cómo pueden hacer que nada ha pasado y seguir adelante, por mucho daño
que les hayan hecho o las personas que han caído por el camino. Siento a mi
prima abrazándome por detrás y miro otra vez el móvil —se ha convertido en una
manía desde que se fue—. Suspiro y al guardarlo suena. Observo que es un número
de Los Ángeles por el prefijo.
— ¿Quién
te llama?
— ¿Diga?
—respondo con cautela.
— Llamo
del Silver Medical Centre, ¿es usted…Alice Du’Fromagge?
— ¿Para
qué la buscan? —no puedo caer tan fácil en la trampa.
— Lo
siento, es confidencial. ¿Podría contactar con ella?
— Soy
yo. ¿Ha pasado algo? —el miedo comienza a apoderarse de mi.
— ¿Es
usted familiar de Emily Sullivan?
— Su
hermana, ¿qué ha pasado?
— ¿Le
ha pasado algo a Albert? —me pregunta mi prima sobre mi hermano.
Digo que no con la cabeza. No entiende qué está pasando y, por
desgracia, me temo lo peor.
— Lo
siento mucho, señorita. Su hermana ha…
— No,
no puede ser. Había mejorado y… —no puedo terminar.
La voz se me quiebra y no puedo hablar. Kim me abraza sin saber por qué
de repente me he puesto a llorar.
— ¿Podría
pasarse por el hospital para empezar con el papeleo?
¿Papeleo? Acaban de decírmelo y lo único que piensan es que tengo que
rellenar unos estúpidos informes sobre una niña de seis años que…
— ¿Señorita?
¿Sigue ahí?
— S…sí
—tartamudeo.
— ¿Prefiere
enviar a alguien que lo haga por usted?
— No
—increíblemente recobro la compostura.
Por ahora me espera mucho trabajo y ya tendré tiempo para llorar a mi
hermana pequeña cuando termine. La tristeza y la incredulidad dejan paso a la
responsabilidad y el coraje que me lleva caracterizando toda mi vida. Trago
saliva y me quito a mi prima de encima.
— Yo
me encargaré de todo. En unas horas estaré allí. ¿Lo sabe alguien más?
— No.
¿Quiere que se lo notifique a otra persona también?
— Tampoco.
Si le preguntan no ha hablado conmigo —cuelgo rápidamente el teléfono.
— ¿Te
vas?
— Quítate
Kim —la aparto y marco el número de Frank; después el de Anne…y nada. Ninguno
de los dos existe—. Necesito las llaves del coche —entro en el salón y me
dirijo por primera vez a mi padre.
— ¿Para
qué?
— No
tengo tiempo. Dámelas.
— Pues
responde. ¿Para qué las quieres?
— Hay
una emergencia. Tengo que irme.
— Ya
no tienes que responder a eso, hija —intenta tranquilizarme mi madre—. Todo se
ha acabado.
— No
me hagas pedírtelas de forma oficial —empiezo a perder los nervios.
— Alice,
relájate —me reprende mi tío.
— Dile
para qué las quieres y seguro que te las dará —le respalda mi abuelo.
— Callaos
—les ordeno—. Anthony Sanders, o me da las llaves o le detengo por obstrucción
a la justicia —pongo la placa sobre la mesa y llevo la mano a la empuñadura del
arma.
— Hija…
—dice, decepcionado.
El resto de los presentes nos mira atentos, sin creerse lo que están
presenciando.
— No
me obligues a hacerlo —le advierto y comienzo a sacar poco a poco el revólver.
Me las da y salgo corriendo tras recuperar la placa. Conduzco sin
percatarme del resto hasta casa, donde me apodero de todo el dinero posible y
llego al aeropuerto. Vuelvo a utilizar mis privilegios como agente —o ex
agente— para conseguir un billete de vuelta a Los Ángeles.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)