Al
llegar a casa no hago caso de las preguntas de mis padres sobre dónde he estado
todos estos días y por qué me fui de esa manera. Entro a mi habitación y
preparo todo lo necesario antes de empezar. Tenía una idea de cómo hacerlo,
pero encontré una página en Internet donde daban las instrucciones exactas,
incluyendo los factores como estar nervioso, enfadado... Me parece
escalofriante que cualquiera pueda tener acceso a ese tipo de información —a
pesar de que me haya venido bien—; no tienen ni idea de cómo hay que sentirse
para llegar a este extremo ni la cantidad de vidas que están poniendo en
peligro.
No me importa que duela, es más, lo prefiero; por lo tanto, descarto el
cubo de agua caliente. Agarro la navaja antes de sentarme en el suelo con la
espalda apoyada en la cama. Comienzo a pensar en lo malo que ha ocurrido este
tiempo atrás —siendo la mayoría— para, según he leído, hacerlo más rápido.
Lentamente siento mi muñeca abrirse bajo el filo y dejar paso a la
sangre, que empieza a fluir por el antebrazo. Éste imita al anterior con una
profunda línea en diagonal, partiendo del final de la de la otra, y formando un
siete sangrante. No pierdo detalle de cada gota que cae al suelo y forma parte
de un creciente charco.
Siempre he sido valiente —llevo aguantando todo este peso más tiempo del
que creía poder soportar —y voy a demostrar que sigo siéndolo. Quiero que me
encuentre mi padre, que sepa que si no fuese por él y su avaricia, ahora
estaría con mis amigos, riéndonos de la vida y viendo cómo pasa el tiempo
mientras nuestros lazos se estrechan cada día más. A diferencia de lo que en
verdad ocurre, que están completamente rotos y parece como si nunca hubieran
existido.
Sin embargo, me estoy dejando morir poco a poco en mi habitación, sola.
En menos de lo que pensaba, empiezo a adormilarme; una dulce sensación me cierra
los ojos progresivamente, pierdo fuerza y aflojo los puños. Mis músculos se
relajan hasta caer en un profundo sueño y me abandono por completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario