Avanzo de la mano con PJ por el parque
donde hemos estado antes. No hay nadie excepto un grupo de hombres trajeados,
liderados por otro aparentemente menos amenazador.
Poco a poco reducen las distancias hasta rodearnos. Su líder nos mira
con desprecio y fija sus gélidos ojos azules en nuestras manos entrelazadas.
— Suéltala
—le ordena.
— No.
Es mía —PJ me rodea con los brazos y me atrae más hacia él.
— Nunca
lo fue. Tú sólo la preparaste para mí, estúpido.
Como respuesta al insulto PJ me abraza con más fuerza y se prepara para
besarme. En el momento en el que sus labios se posan sobre los míos oigo un
sonido seco y cae desplomado al suelo. El autor del disparo me dedica una dulce
sonrisa y se la devuelvo. Me tiende la mano y le ofrezco la mía que la sujeta
con firmeza. Al acercarme a él paso por encima del cuerpo inerte de PJ, pisando
el charco de sangre que comienza desde su espalda con mis pies descalzos. Alex
me recibe con los brazos abiertos, dispuesto a estrecharme por la eternidad. Me
mira con su característica ternura y le rodeo la cintura hasta conseguir lo que
quiero. Espero a que su boca se abra sobre la mía después de besarme levemente.
Con la misma suavidad que me trata, coloco la pistola en su estómago y aprieto
el gatillo; enfocando el cañón hacia arriba para asegurarme que sea rápido. Al
ver su cuerpo caer con un gesto de incredulidad y chorreando sangre, sonrío
satisfecha por mi trabajo.
Me despierto empapada en sudor e implorando aire. Siento que me ahogo
tras gritar hasta quedarme sin voz. Miro alrededor y encuentro a PJ sentado en
la cama a mi lado; estoy acostada en mi habitación. Me fijo en él y la imagen
del sueño se implanta en mi mente. Me lanzo a abrazarle para arrancarla y no
permitirle jamás su entrada.
Sus dedos me acarician el pelo, tranquilizándome. Lentamente, nuestras
respiraciones se igualan y me recuesta de nuevo en la cama como a una niña
pequeña que debe proteger. Intenta levantarse, mas se lo impido. No hace falta
decir nada, con un intercambio de miradas entiende lo que quiero: se tumba a mi
lado y acepta mi beso antes de acomodarme junto a él.
Cuando vuelvo a despertarme siento sus dedos rozando mi brazo. Le miro y
para inmediatamente.
— Perdona,
yo…
— Tranquilo.
Me gusta —sonrío y nos olvidamos de la hora.
Continúa bastante tiempo, incluso por mi vientre con la mano bajo la
camiseta. Dejamos pasar el tiempo hasta que el sol inunda la habitación y el
estómago nos ruge. El mío en particular lleva meses sin hacerlo por hambre como
ahora.
Mientras hago la comida él aprovecha para ducharse y al poner los platos
sobre la mesa me abraza y consiento otra sesión de besos más —esto me acabará
pasando factura.
— Baby…
— ¿Mm?
—intento desperezarme del sofá.
— ¿Por
qué te fuiste de casa en la madrugada?
— No
podía dormir —apoya la cabeza en mi regazo y me hace cosquillas en la tripa con
la barba de algunos días al besarme.
— Haberte
venido conmigo.
— Salí
a correr un poco. Me relaja y despeja la mente.
— ¿Correr?
El máximo deporte que te he visto hacer es con el monopatín.
— Por
algo se empieza —nos reímos.
— Estás
diferente. Más mayor.
— Será
el pelo —bromeo.
— Lo
digo en serio. Vine con una idea de ti, sin embargo te veo ahora y no eres la
misma.
— La
gente cambia. Supongo que he madurado —me encojo de hombros.
— Me
encantas —sonrío y me raspa con la barbilla al volverme a besar—. Pero no es
sólo eso.
— ¿Entonces
el qué?
— No
lo sé, pero me gusta. Tú entera me…
— Ya
lo has dicho suficientes veces —le corto.
— Es
que quiero que sepas que te quiero.
— Me
gusta como te queda el pelo ahora —cambio de tema después de tomar aire.
Normalmente lo lleva corto, como un marine, pero ahora puedo enredar los
dedos y perderlos de vista fácilmente. No recuerdo habérselo visto así de
largo.
— Tengo
que cortármelo.
Se aparta el pelo, encontrándose con mi mano. Me la agarra con fuerza y
se incorpora para besarme.
— Como
sigas así me vas a desgastar —le ofrezco una sonrisa.
— Me
gusta la idea.
Se sienta y me coge la cara mientras continúa con los besos. Cada vez más
seguidos y apasionados. Hoy le estoy dando una tregua a Alice para dejar pasar
por última vez a Baby. No somos la misma persona, me doy cuenta de lo que he
cambiado y de lo equivocada que estaba al principio cuando cojo la navaja o veo
a PJ. Mañana todo esto deberá quedar en el olvido y tendré que afrontar lo que
venga sola; sin ningún tipo de ayuda, incluidos mis padres —los cuatro—. Mañana
me despediré de Nueva York para siempre y en unos días también de Los Ángeles.
Con el dinero que he ahorrado me cambiaré de ciudad otra vez e intentaré
empezar de cero con otro nombre. Si lo he hecho una vez ¿por qué no otra? Y si
las cosas me van mal al cabo de un año, he pensado en alistarme en el ejército
para poder optar a un puesto en la CIA si me niegan la entrada a uno de sus
internados. Me tomaré un año de descanso y empezaré a plantearme mi vida en
serio. En caso de entrar, tendré que renunciar a mi familia, aunque, teniendo
en cuenta que llevo unos bastante tiempo sin verlos, tampoco sería tan difícil;
viajaría muy a menudo; debería aprender más idiomas, pero eso tampoco me supone
un problema, ya que he conseguido hablar francés fluidamente en seis meses.
Me tumbo en el sofá y, tirándole de la camiseta, le pongo encima de mí.
Se queda en vaqueros y me deja igual que él. Alzándome ligeramente de la
cintura me besa el pecho e ignora el cuello, por suerte o por desgracia. PJ
nunca ha conocido esta faceta de mí, ni siquiera se puede figurar qué me gusta
o cuál es mi punto débil, y por eso no le culpo. Aunque hubiese agradecido que
por lo menos lo intentase. Me agarra de la mano y clava los dedos en las
heridas recientes. La mueca de dolor nos impide seguir —tan sólo hacen unos
días desde que me quitaron los puntos.
— ¿Estás
bien?
— Sí,
suelta un momento la mano… —lo hace con cuidado— Mejor.
— ¿Qué
es esto? —mira la cicatriz aún blanda.
— No
es nada, ni siquiera me duele. ¿Por dónde íbamos? —me lanzo a besarle y se
aparta.
— No
mientas. ¿Cómo te lo has hecho?
— Si
no me aprietas no me duele —sigo intentando besarle y recibo la misma
respuesta—. Venga, tenemos poco tiempo hasta mañana.
— ¿Mañana?
— Mañana
te vas. Hoy era…es —corrijo— un día de tregua.
— ¿Y
piensas dejarme después de hacerlo conmigo? —se levanta de un salto.
— Dicho
así parece mal.
— Lo
parece de cualquier modo. ¡Me estabas utilizando para olvidar al estúpido ese
que te envió el peluche y las flores! —grita enfadado.
— ¡No
te estaba utilizando! ¡Sólo quería pasar un último día contigo especial!
— Tendremos
más tiempo, rubia. Aquí quizá no, pero en casa… —me pone la camiseta y me aparta
el pelo avellana de la cara tras arrodillarse ante mí.
— No
voy a volver, Patrick.
— ¿Cómo?
Allí todos te esperan.
— Deja
de mentir. Al que esperan es a ti. A mi no me necesitan. Llevan sin mí más de
un año.
— Yo
te necesito. Y si no hubieras luchado aquel día…
— Lo
habrías hecho tú y nadie hubiera salido herido. Nueva York ya no es mi sitio.
— ¿Y
esto sí? ¿Acaso una ciudad en la que llevas tan poco tiempo lo es antes de otra
en la que te has criado?
— Llevo
un año en el cual me han pasado una barbaridad de cosas; todas aquí. No
obstante, tampoco pertenezco a aquí.
— ¿A
cuál entonces?
— Ninguno.
Aquí no puedo quedarme y tampoco puedo volver allí. Como te he dicho antes, ya
no conozco nada. Hemos cambiado y sobro con vosotros.
— Nunca
sobrarás, eres lo más importante para mí.
— Lo
siento, pero no voy a ir a un sitio donde se me va a recibir mal.
— ¿Qué
harás, si es así?
— Me
iré a otro.
— ¿Prefieres
quedarte sin nadie antes de enfrentarte a tu pasado? —ha dado justo en el
clavo.
— Exacto.
— No
me lo puedo creer —se pone la camiseta y comienza a andar.
— ¿Adonde
vas? —le paro antes de que abra la puerta— No puedes salir.
— A
dar una vuelta. Y saldré si quiero.
— No
es tan sencillo. Te lo pido por favor: no salgas. Al menos no sin mí.
— Me
voy para intentar perderte de vista y poder pensar y ¿me dices que vienes
conmigo? Esto es el colmo.
— No
te digo que estemos pegados. Sólo déjame estar cerca de ti —aunque tenga que
poner nuestras vidas en peligro.
— ¿Por
qué?
— Porque
te quiero.
— Ya,
claro —me aparta y le cojo del brazo.
— Ven
conmigo. Voy a enseñarte algo —ya me ha hartado.
Asiente a regañadientes y se deja guiar hasta la habitación donde tengo
escondida el arma y el chaleco. Lo saco con la naturalidad que me corresponde y
él lo mira con el asombro de un niño y la confusión de un anciano ante un ordenador.
— Póntelo
—le tiendo el chaleco—. En la habitación donde has dormido hay alguna chaqueta
con la que puedes ocultarlo.
— ¿Qué
es?
— Chaleco
antibalas —se lo quito de la mano y deja que se lo ponga—. No te protege mucho,
pero al menos cubre algunas partes vitales.
— ¿Qué
haces con esto? —se mira y luego al arma que cargo— ¿Y con eso? —se
escandaliza.
— Hay
cuatro cosas que no se preguntan a una mujer: la edad, el peso, los hombres con
los que se ha acostado y por qué tiene una pistola —me la meto en la parte trasera
del pantalón—. Y ya has hecho pleno. Ponte esto —le lanzo una sudadera ancha
que a él le quedará ajustada— y nos vamos.
— ¿Y
tú? —comienza a desabrocharse el chaleco.
— No
lo toques —le regaño—. Yo voy bien.
— Pero…
¿sabes usarla?
— Un
poco. Ah, se me olvidaba —pongo el silenciador. Es mucho más incómodo, aunque
también más útil.
— ¿Por
qué tienes que salir con un arma y con esto?
— Es
una larga historia.
— Tengo
tiempo.
— Pues
yo no. ¿Salimos o qué?
Asiente lentamente y en el porche nos ponemos la capucha. Andamos un
rato, se le ve raro y al acecho, como si esperase a que algo fuese a hacernos
daño.
— No
estés así. Levantarás sospechas.
— ¿Quién
eres? Digo, esta no es la chica de siempre; con pistola, chaleco, superior de
un policía…
— Todos
tenemos secretos. ¿Ya le has contado a la banda lo de tu padrastro?
— No.
¿Y él sabe todo esto?
— ¿Quién?
— Con
el que…bueno, el chico…
— Prefiero
no hablar de eso.
— ¿No
te quiere?
— ¿Tú
no escuchas?
— Sí,
pero quiero saber por qué fue él el indicado y no yo.
— Porque
cuando estaba contigo era muy pequeña.
— Ha
pasado sólo un año.
— Yo
he madurado más de eso.
— Dime,
¿te quiere? —insiste.
— Sí
—suspiro cansada—. Me lo decía cada día durante casi cinco meses.
— No
entiendo por qué no estáis juntos, entonces.
— ¿A
ti qué te importa? Mejor para ti, ¿no?
— Resulta
que en eso te equivocas. No estoy ciego; sé que cuando me besas no me ves
realmente a mí, sino a otra persona, a él. Pareces ausente cada vez que te miro
y anoche cuando te dormiste en un regalo suyo, te llevé a la cama con la cara
aún mojada por las lágrimas.
No sé qué responder a eso. De nuevo ha conseguido dejarme sin palabras.
Seguimos andando —yo voy algo adelantada— hasta que termina su reflexión
personal cuando entramos en casa. La brisa del atardecer parece haberme sentado
bien, pues tengo hambre y sueño.
— ¿Sabes
qué? Que me da igual. Me voy a quedar contigo hasta que lo superes y aceptes
estar conmigo, aunque sólo sea un amigo. Me da igual lo que hayas hecho antes o
que tengas una pistola. Yo te quiero en todos tus aspectos, incluido este.
Aprenderé a aceptarlo y a amarte de la forma que tú me dejes.
— Gracias,
pero mañana te vas definitivamente.
— No
pienso dejarte sola con gente que quiere matarte.
— No
es así.
— Sí
lo es. ¿Por qué si no ibas a tener esto? —se quita el chaleco.
— Me
da igual lo que me digas, mañana te vas.
— ¿Y
si no me subo al bus? —me desafía.
— Irás
a la fuerza. Si te sacaron del calabozo por mí, también puedo hacer que vuelvas
dentro. O que te lleven donde yo quiera —amenazo.
— Volveré.
Vendré a verte de nuevo.
— Te
detendrán. Puedo hacer muchas cosas, Patrick. No me hagas mover hilos.
— ¿Me
estás amenazando?
— Sí.
Si no te vas o vuelves te meterás en problemas.
— Me
meterás tú, querrás decir.
— Por
eso te lo estoy diciendo ahora. No entiendes lo peligroso que es estar aquí.
Cualquiera que se acerque a mí acabará mal —digo con un sorprendente tono frío.
— Prefiero
morir a tu lado a vivir sin ti.
— ¡Pues
yo no! ¡Eres un estúpido idiota! ¡Una vez me dijiste que no querías ver cómo me
pegaban, y yo ahora te digo lo mismo! No pienso verte morir sin poder hacer
nada.
Salgo de casa con la conciencia suficiente para coger la pistola y el
teléfono. Cierro la puerta por fuera y la atranco para que no pueda escapar PJ.
Al alejarme oigo los golpes que da, pero solamente conseguirá hacerse daño.
— Hija
¿qué pasa? —Anne me responde asustada.
— Nada,
es que necesito comida para la cena.
— ¿Comida?
Pero si…
— Mamá,
tráeme algo que me pueda hacer rápido.
— Voy
para allá.
Me entiende más rápido de lo que esperaba. A los cinco minutos veo el
coche acercarse al final de la calle. Se detiene y viene hasta mí corriendo. Me
abraza.
— ¿Qué
ocurre? ¿Qué haces aquí?
— Necesito
ayuda. Hay alguien en casa…
— ¿Alguien?
—se lleva la mano a la pistola.
— No,
no es de ellos —la paro—. Es un fantasma.
La mente se le aclara al recordar la charla que tuvimos, en la cual me
dijo que «siempre hay alguien que nos atormenta y que queremos olvidar a toda
costa, pero que siempre vuelve». A esas personas decidimos llamarlas fantasmas.
— ¿El
chico? —asiento— ¿Cómo te ha descubierto?
— Me
lo encontré y me dijo que estaba viviendo en la calle y le di casa a cambio de
que se fuera al día siguiente. Ahora quiere quedarse.
— ¿Cómo
te lo encontraste si no puedes salir de aquí?
— Bueno,
quizá salí un poco. Fue sólo una vez —añado rápidamente al ver su cara— y Frank
me llevó al hospital para que me cosieran porque había roto un vaso y se me
clavaron los cristales. A la vuelta paramos un momento en la comisaría y…le
trajeron.
— Encima
es un delincuente…
— No
lo es. Es un artista. La culpa la tiene el policía. Él estaba pintando y…
— En
una pared ¿no? —asiento— Sabes que es ilegal.
— Es
una falta, no una noche en los calabozos.
— Ahí
tienes razón. ¿Por qué no quiere irse?
— Porque
me quiere, Anne. Por una estúpida razón que no llego a comprender, me quiere.
Le explico estos dos días detalladamente
hasta llegar a casa. Anne se presenta a PJ y tampoco le da opciones. Esta noche
dormirá con nosotros y mañana le llevará a la estación de autobuses.
No puedo dormir, pero tampoco salir por
estar Anne. Me paseo por la casa un par de veces y vuelvo a acostarme. Al rato
siento la sábana moverse y se tumba abrazado a mí. Nos tapa de nuevo y después
de susurrarme al oído «lo siento» consigo conciliar el sueño.