Translate

domingo, 30 de junio de 2013

Cap. 6


Avanzo de la mano con PJ por el parque donde hemos estado antes. No hay nadie excepto un grupo de hombres trajeados, liderados por otro aparentemente menos amenazador.

Poco a poco reducen las distancias hasta rodearnos. Su líder nos mira con desprecio y fija sus gélidos ojos azules en nuestras manos entrelazadas.

    Suéltala —le ordena.

    No. Es mía —PJ me rodea con los brazos y me atrae más hacia él.

    Nunca lo fue. Tú sólo la preparaste para mí, estúpido.

Como respuesta al insulto PJ me abraza con más fuerza y se prepara para besarme. En el momento en el que sus labios se posan sobre los míos oigo un sonido seco y cae desplomado al suelo. El autor del disparo me dedica una dulce sonrisa y se la devuelvo. Me tiende la mano y le ofrezco la mía que la sujeta con firmeza. Al acercarme a él paso por encima del cuerpo inerte de PJ, pisando el charco de sangre que comienza desde su espalda con mis pies descalzos. Alex me recibe con los brazos abiertos, dispuesto a estrecharme por la eternidad. Me mira con su característica ternura y le rodeo la cintura hasta conseguir lo que quiero. Espero a que su boca se abra sobre la mía después de besarme levemente. Con la misma suavidad que me trata, coloco la pistola en su estómago y aprieto el gatillo; enfocando el cañón hacia arriba para asegurarme que sea rápido. Al ver su cuerpo caer con un gesto de incredulidad y chorreando sangre, sonrío satisfecha por mi trabajo.

 

Me despierto empapada en sudor e implorando aire. Siento que me ahogo tras gritar hasta quedarme sin voz. Miro alrededor y encuentro a PJ sentado en la cama a mi lado; estoy acostada en mi habitación. Me fijo en él y la imagen del sueño se implanta en mi mente. Me lanzo a abrazarle para arrancarla y no permitirle jamás su entrada.

Sus dedos me acarician el pelo, tranquilizándome. Lentamente, nuestras respiraciones se igualan y me recuesta de nuevo en la cama como a una niña pequeña que debe proteger. Intenta levantarse, mas se lo impido. No hace falta decir nada, con un intercambio de miradas entiende lo que quiero: se tumba a mi lado y acepta mi beso antes de acomodarme junto a él.

Cuando vuelvo a despertarme siento sus dedos rozando mi brazo. Le miro y para inmediatamente.

    Perdona, yo…

    Tranquilo. Me gusta —sonrío y nos olvidamos de la hora.

Continúa bastante tiempo, incluso por mi vientre con la mano bajo la camiseta. Dejamos pasar el tiempo hasta que el sol inunda la habitación y el estómago nos ruge. El mío en particular lleva meses sin hacerlo por hambre como ahora.

Mientras hago la comida él aprovecha para ducharse y al poner los platos sobre la mesa me abraza y consiento otra sesión de besos más —esto me acabará pasando factura.

    Baby…

    ¿Mm? —intento desperezarme del sofá.

    ¿Por qué te fuiste de casa en la madrugada?

    No podía dormir —apoya la cabeza en mi regazo y me hace cosquillas en la tripa con la barba de algunos días al besarme.

    Haberte venido conmigo.

    Salí a correr un poco. Me relaja y despeja la mente.

    ¿Correr? El máximo deporte que te he visto hacer es con el monopatín.

    Por algo se empieza —nos reímos.

    Estás diferente. Más mayor.

    Será el pelo —bromeo.

    Lo digo en serio. Vine con una idea de ti, sin embargo te veo ahora y no eres la misma.

    La gente cambia. Supongo que he madurado —me encojo de hombros.

    Me encantas —sonrío y me raspa con la barbilla al volverme a besar—. Pero no es sólo eso.

    ¿Entonces el qué?

    No lo sé, pero me gusta. Tú entera me…

    Ya lo has dicho suficientes veces —le corto.

    Es que quiero que sepas que te quiero.

    Me gusta como te queda el pelo ahora —cambio de tema después de tomar aire.

Normalmente lo lleva corto, como un marine, pero ahora puedo enredar los dedos y perderlos de vista fácilmente. No recuerdo habérselo visto así de largo.

    Tengo que cortármelo.

Se aparta el pelo, encontrándose con mi mano. Me la agarra con fuerza y se incorpora para besarme.

    Como sigas así me vas a desgastar —le ofrezco una sonrisa.

    Me gusta la idea.

Se sienta y me coge la cara mientras continúa con los besos. Cada vez más seguidos y apasionados. Hoy le estoy dando una tregua a Alice para dejar pasar por última vez a Baby. No somos la misma persona, me doy cuenta de lo que he cambiado y de lo equivocada que estaba al principio cuando cojo la navaja o veo a PJ. Mañana todo esto deberá quedar en el olvido y tendré que afrontar lo que venga sola; sin ningún tipo de ayuda, incluidos mis padres —los cuatro—. Mañana me despediré de Nueva York para siempre y en unos días también de Los Ángeles. Con el dinero que he ahorrado me cambiaré de ciudad otra vez e intentaré empezar de cero con otro nombre. Si lo he hecho una vez ¿por qué no otra? Y si las cosas me van mal al cabo de un año, he pensado en alistarme en el ejército para poder optar a un puesto en la CIA si me niegan la entrada a uno de sus internados. Me tomaré un año de descanso y empezaré a plantearme mi vida en serio. En caso de entrar, tendré que renunciar a mi familia, aunque, teniendo en cuenta que llevo unos bastante tiempo sin verlos, tampoco sería tan difícil; viajaría muy a menudo; debería aprender más idiomas, pero eso tampoco me supone un problema, ya que he conseguido hablar francés fluidamente en seis meses.

Me tumbo en el sofá y, tirándole de la camiseta, le pongo encima de mí. Se queda en vaqueros y me deja igual que él. Alzándome ligeramente de la cintura me besa el pecho e ignora el cuello, por suerte o por desgracia. PJ nunca ha conocido esta faceta de mí, ni siquiera se puede figurar qué me gusta o cuál es mi punto débil, y por eso no le culpo. Aunque hubiese agradecido que por lo menos lo intentase. Me agarra de la mano y clava los dedos en las heridas recientes. La mueca de dolor nos impide seguir —tan sólo hacen unos días desde que me quitaron los puntos.

    ¿Estás bien?

    Sí, suelta un momento la mano… —lo hace con cuidado— Mejor.

    ¿Qué es esto? —mira la cicatriz aún blanda.

    No es nada, ni siquiera me duele. ¿Por dónde íbamos? —me lanzo a besarle y se aparta.

    No mientas. ¿Cómo te lo has hecho?

    Si no me aprietas no me duele —sigo intentando besarle y recibo la misma respuesta—. Venga, tenemos poco tiempo hasta mañana.

    ¿Mañana?

    Mañana te vas. Hoy era…es —corrijo— un día de tregua.

    ¿Y piensas dejarme después de hacerlo conmigo? —se levanta de un salto.

    Dicho así parece mal.

    Lo parece de cualquier modo. ¡Me estabas utilizando para olvidar al estúpido ese que te envió el peluche y las flores! —grita enfadado.

    ¡No te estaba utilizando! ¡Sólo quería pasar un último día contigo especial!

    Tendremos más tiempo, rubia. Aquí quizá no, pero en casa… —me pone la camiseta y me aparta el pelo avellana de la cara tras arrodillarse ante mí.

    No voy a volver, Patrick.

    ¿Cómo? Allí todos te esperan.

    Deja de mentir. Al que esperan es a ti. A mi no me necesitan. Llevan sin mí más de un año.

    Yo te necesito. Y si no hubieras luchado aquel día…

    Lo habrías hecho tú y nadie hubiera salido herido. Nueva York ya no es mi sitio.

    ¿Y esto sí? ¿Acaso una ciudad en la que llevas tan poco tiempo lo es antes de otra en la que te has criado?

    Llevo un año en el cual me han pasado una barbaridad de cosas; todas aquí. No obstante, tampoco pertenezco a aquí.

    ¿A cuál entonces?

    Ninguno. Aquí no puedo quedarme y tampoco puedo volver allí. Como te he dicho antes, ya no conozco nada. Hemos cambiado y sobro con vosotros.

    Nunca sobrarás, eres lo más importante para mí.

    Lo siento, pero no voy a ir a un sitio donde se me va a recibir mal.

    ¿Qué harás, si es así?

    Me iré a otro.

    ¿Prefieres quedarte sin nadie antes de enfrentarte a tu pasado? —ha dado justo en el clavo.

    Exacto.

    No me lo puedo creer —se pone la camiseta y comienza a andar.

    ¿Adonde vas? —le paro antes de que abra la puerta— No puedes salir.

    A dar una vuelta. Y saldré si quiero.

    No es tan sencillo. Te lo pido por favor: no salgas. Al menos no sin mí.

    Me voy para intentar perderte de vista y poder pensar y ¿me dices que vienes conmigo? Esto es el colmo.

    No te digo que estemos pegados. Sólo déjame estar cerca de ti —aunque tenga que poner nuestras vidas en peligro.

    ¿Por qué?

    Porque te quiero.

    Ya, claro —me aparta y le cojo del brazo.

    Ven conmigo. Voy a enseñarte algo —ya me ha hartado.

Asiente a regañadientes y se deja guiar hasta la habitación donde tengo escondida el arma y el chaleco. Lo saco con la naturalidad que me corresponde y él lo mira con el asombro de un niño y la confusión de un anciano ante un ordenador.

    Póntelo —le tiendo el chaleco—. En la habitación donde has dormido hay alguna chaqueta con la que puedes ocultarlo.

    ¿Qué es?

    Chaleco antibalas —se lo quito de la mano y deja que se lo ponga—. No te protege mucho, pero al menos cubre algunas partes vitales.

    ¿Qué haces con esto? —se mira y luego al arma que cargo— ¿Y con eso? —se escandaliza.

    Hay cuatro cosas que no se preguntan a una mujer: la edad, el peso, los hombres con los que se ha acostado y por qué tiene una pistola —me la meto en la parte trasera del pantalón—. Y ya has hecho pleno. Ponte esto —le lanzo una sudadera ancha que a él le quedará ajustada— y nos vamos.

    ¿Y tú? —comienza a desabrocharse el chaleco.

    No lo toques —le regaño—. Yo voy bien.

    Pero… ¿sabes usarla?

    Un poco. Ah, se me olvidaba —pongo el silenciador. Es mucho más incómodo, aunque también más útil.

    ¿Por qué tienes que salir con un arma y con esto?

    Es una larga historia.

    Tengo tiempo.

    Pues yo no. ¿Salimos o qué?

Asiente lentamente y en el porche nos ponemos la capucha. Andamos un rato, se le ve raro y al acecho, como si esperase a que algo fuese a hacernos daño.

    No estés así. Levantarás sospechas.

    ¿Quién eres? Digo, esta no es la chica de siempre; con pistola, chaleco, superior de un policía…

    Todos tenemos secretos. ¿Ya le has contado a la banda lo de tu padrastro?

    No. ¿Y él sabe todo esto?

    ¿Quién?

    Con el que…bueno, el chico…

    Prefiero no hablar de eso.

    ¿No te quiere?

    ¿Tú no escuchas?

    Sí, pero quiero saber por qué fue él el indicado y no yo.

    Porque cuando estaba contigo era muy pequeña.

    Ha pasado sólo un año.

    Yo he madurado más de eso.

    Dime, ¿te quiere? —insiste.

    Sí —suspiro cansada—. Me lo decía cada día durante casi cinco meses.

    No entiendo por qué no estáis juntos, entonces.

    ¿A ti qué te importa? Mejor para ti, ¿no?

    Resulta que en eso te equivocas. No estoy ciego; sé que cuando me besas no me ves realmente a mí, sino a otra persona, a él. Pareces ausente cada vez que te miro y anoche cuando te dormiste en un regalo suyo, te llevé a la cama con la cara aún mojada por las lágrimas.

No sé qué responder a eso. De nuevo ha conseguido dejarme sin palabras. Seguimos andando —yo voy algo adelantada— hasta que termina su reflexión personal cuando entramos en casa. La brisa del atardecer parece haberme sentado bien, pues tengo hambre y sueño.

    ¿Sabes qué? Que me da igual. Me voy a quedar contigo hasta que lo superes y aceptes estar conmigo, aunque sólo sea un amigo. Me da igual lo que hayas hecho antes o que tengas una pistola. Yo te quiero en todos tus aspectos, incluido este. Aprenderé a aceptarlo y a amarte de la forma que tú me dejes.

    Gracias, pero mañana te vas definitivamente.

    No pienso dejarte sola con gente que quiere matarte.

    No es así.

    Sí lo es. ¿Por qué si no ibas a tener esto? —se quita el chaleco.

    Me da igual lo que me digas, mañana te vas.

    ¿Y si no me subo al bus? —me desafía.

    Irás a la fuerza. Si te sacaron del calabozo por mí, también puedo hacer que vuelvas dentro. O que te lleven donde yo quiera —amenazo.

    Volveré. Vendré a verte de nuevo.

    Te detendrán. Puedo hacer muchas cosas, Patrick. No me hagas mover hilos.

    ¿Me estás amenazando?

    Sí. Si no te vas o vuelves te meterás en problemas.

    Me meterás tú, querrás decir.

    Por eso te lo estoy diciendo ahora. No entiendes lo peligroso que es estar aquí. Cualquiera que se acerque a mí acabará mal —digo con un sorprendente tono frío.

    Prefiero morir a tu lado a vivir sin ti.

    ¡Pues yo no! ¡Eres un estúpido idiota! ¡Una vez me dijiste que no querías ver cómo me pegaban, y yo ahora te digo lo mismo! No pienso verte morir sin poder hacer nada.

Salgo de casa con la conciencia suficiente para coger la pistola y el teléfono. Cierro la puerta por fuera y la atranco para que no pueda escapar PJ. Al alejarme oigo los golpes que da, pero solamente conseguirá hacerse daño.

    Hija ¿qué pasa? —Anne me responde asustada.

    Nada, es que necesito comida para la cena.

    ¿Comida? Pero si…

    Mamá, tráeme algo que me pueda hacer rápido.

    Voy para allá.

Me entiende más rápido de lo que esperaba. A los cinco minutos veo el coche acercarse al final de la calle. Se detiene y viene hasta mí corriendo. Me abraza.

    ¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí?

    Necesito ayuda. Hay alguien en casa…

    ¿Alguien? —se lleva la mano a la pistola.

    No, no es de ellos —la paro—. Es un fantasma.

La mente se le aclara al recordar la charla que tuvimos, en la cual me dijo que «siempre hay alguien que nos atormenta y que queremos olvidar a toda costa, pero que siempre vuelve». A esas personas decidimos llamarlas fantasmas.

    ¿El chico? —asiento— ¿Cómo te ha descubierto?

    Me lo encontré y me dijo que estaba viviendo en la calle y le di casa a cambio de que se fuera al día siguiente. Ahora quiere quedarse.

    ¿Cómo te lo encontraste si no puedes salir de aquí?

    Bueno, quizá salí un poco. Fue sólo una vez —añado rápidamente al ver su cara— y Frank me llevó al hospital para que me cosieran porque había roto un vaso y se me clavaron los cristales. A la vuelta paramos un momento en la comisaría y…le trajeron.

    Encima es un delincuente…

    No lo es. Es un artista. La culpa la tiene el policía. Él estaba pintando y…

    En una pared ¿no? —asiento— Sabes que es ilegal.

    Es una falta, no una noche en los calabozos.

    Ahí tienes razón. ¿Por qué no quiere irse?

    Porque me quiere, Anne. Por una estúpida razón que no llego a comprender, me quiere.

Le explico estos dos días detalladamente hasta llegar a casa. Anne se presenta a PJ y tampoco le da opciones. Esta noche dormirá con nosotros y mañana le llevará a la estación de autobuses.

No puedo dormir, pero tampoco salir por estar Anne. Me paseo por la casa un par de veces y vuelvo a acostarme. Al rato siento la sábana moverse y se tumba abrazado a mí. Nos tapa de nuevo y después de susurrarme al oído «lo siento» consigo conciliar el sueño.

viernes, 28 de junio de 2013

Cap. 5


Me cuesta bastante que acepten mi propuesta y, debo decir, que aun sin su consentimiento, lo habría hecho. Es un viejo amigo que podría estar en peligro por mi culpa, por no dejar las cosas claras sobre que no debería hacer lo que ha hecho. Necesita ayuda y aunque yo no quiera admitirlo, voy a ayudarle siempre que pueda.

Entre los dos preparamos una cena sencilla —no por falta de ingredientes, pues tengo la nevera y los armarios a rebosar— y recogemos tranquilamente.

    Déjame que aclare una cosa —dice mientras friega los platos.

    Buen chiste —sonrío y me imita al verme.

    Me das de comer, dónde pasar la noche y dinero. Todo esto, ¿a cambio de qué?

    De que te vayas —me apoyo de espaldas a la mesa. Cierra el grifo y nos quedamos de frente—. Mañana te vas en bus de vuelta a casa.

    Yo no tengo casa.

    Pues te quedas en “la cueva”. No es la primera vez que lo has hecho. De todas formas te daré algo más para comer o un hotel. Si me lo pides, para ambas cosas.

    ¿Y la camioneta?

    También haré que llegue al barrio —me alejo de él.

    No entiendo nada.

    No hace falta —alzo la voz desde el salón.

    ¿Por qué lo haces si no me quieres? —me alcanza y se pone enfrente de mí, impidiendo el paso.

    Sí te quiero pero…

    Como amigo ¿no? —asiento y me giro.

    Si te apetece cambiarte creo que hay ropa en la segunda habitación de la derecha señalo con la cabeza las escaleras—. No entres en ninguna otra habitación sin permiso ¿entendido?

    Creo que sí.

    Bien.

No puedo hablar con él sin que salga ese tema a la luz, así que lo mejor será evitarlo. Le dejo al subir y me meto en la habitación. Consulto los movimientos del móvil de Alexander: alrededor de veinte llamadas a mi teléfono. Suspiro y apago la pantalla antes de alejarme del escritorio.

    ¿Estás bien?

    Déjame, por favor —respondo con la voz ahogada por las manos.

    ¿Puedo ayudarte?

    No.

Cuando me dejo la cara al descubierto veo cómo su espalda bronceada sale de la habitación. Cansada, tiro la camiseta a la cama para ponerme el pijama.

    Baby, yo… —aparece en la puerta, sorprendiéndome.

    ¿Qué? —digo con un hilo de voz.

No contesta. Se acerca lentamente mirándome con preocupación y, por mucho que intente ocultarlo, horror. Llega a mí con el brazo extendido y me roza con los dedos el hueso saliente de la cadera. Recorre su forma y deja ahí la mano, envolviendo gran parte con ella. La otra mano palpa mis costillas cuidadosamente hasta reunirse con la otra en la parte baja de la espalda, tras tocar los bultos de las notables vértebras. Desde que sentimos nuestras pieles juntas, tampoco separamos los ojos.

    ¿Qué has hecho? —murmura mientras nuestros labios se acercan poco a poco.

El tacto de su pecho al abrazarnos —suave, cálido y latente— me resulta tan reconfortante que hace que todo comience a tener sentido: irnos juntos, olvidarme del mundo, que Baby vuelva…

¿Por qué no dejar que pase? Esta vez soy plenamente conciente de mis movimientos y acciones. Me apresuro a besarle con toda la fuerza que conservo y él hace lo mismo. Necesito a alguien de mi lado y aquí le tengo, dispuesto a todo por mí. A todo…

    ¡No! —me separo bruscamente. Se queda mirándome, atónito.

    Yo…lo siento, no debería…

    No seas hipócrita. Ambos sabemos que volveríamos a hacerlo y la única que se arrepentiría de nuevo sería yo.

    Siento haberte hecho daño.

    Yo tampoco he sido un ángel —recordar esa palabra me sienta como una bofetada— .Y… Te mentí —levanto la cabeza—. Sobre que lo había hecho con uno que ni conocía y todo eso.

    Entonces, ¿eres… —un brillo de luz cruza sus ojos oscuros.

    No —me siento en la cama y respiro hondo.

    ¿Hay otro? —se pone a mi lado y me mira a los ojos.

Tengo que aceptar lo que he hecho. Estoy orgullosa de ello y no voy a negarlo; no tendría sentido.

    Sí. En realidad es…era —corrijo rápidamente la medio mentira— el único.

    ¿Fue hace mucho? —intenta en vano que no note la amargura en su voz.

    Un par de semanas.

    Felicítale de mi parte, porque es un tipo realmente afortunado.

    No lo haré. Concretamente, la última vez que le vi fue esa. Y así seguirá.

    No te creía así. Pensaba que querías que fuera especial, con el indicado para…

    Y lo fue; mucho. Pero las personas cambian. Yo he tenido que cambiar.

    Lo dices como si no hubieras tenido otra opción.

    Triste, ¿verdad? —miro el reflejo de el chico que conocí.

    ¿Le quieres?

    Sí.

    No sabes cuánto me gustaría que pensaras en mí de esa manera.

    Es tarde —me levanto—. Será mejor que duermas, mañana va a ser un día largo.

    Tienes razón. ¿A qué hora nos vamos?

    Aún no lo sé, pero lo más temprano posible —le acompaño hasta su habitación, la de Frank y Anne más bien—. Buenas noches.

    Espera —me detiene por el brazo.

    ¿Qué quieres? —suspiro.

    ¿Y si no puedo dormir? —me mira de una forma que sólo me ha mirado una persona en mi vida.

En realidad me está rogando que le diga lo mucho que le quiero, el problema es que ni yo estoy segura de quién soy. La mayoría de personas piden una segunda oportunidad, un cambio de aires para empezar una nueva vida; yo lo he tenido y seguramente lo repita y he de decirles que no sirve de nada. Sólo te complica más las cosas.

Debo ser desagradable con él o nunca tirará la toalla.

    Abajo hay cojines.

Cierro la puerta y cojo mi ordenador. Bajo hasta el salón y lo dejo en la encimera para comer algo. A pesar de haber cenado en condiciones por mucho tiempo, sigo teniendo hambre. Me siento en el sofá con el portátil en las piernas y un paquete de galletas al lado. Anoto los horarios de los autobuses y navego por Internet sin darme cuenta de la hora hasta que se me acaba la batería: las cuatro. Tampoco está tan mal, debería despertarme en otras cuatro horas, así que por salir a dar un paseo no se pierde nada. Incluso los asesinos duermen.

Vuelvo a vestirme con un chándal lo suficientemente ancho para que no se note el chaleco ni la pistola. Me pongo la capucha y doy vueltas al barrio como hacía con mi padre al principio para entrenarme: corriendo. Nunca me parece suficiente, pero creo que una hora y media para empezar está bien y debo volver a casa, de todas formas. Me quito la capucha al entrar y le echo un vistazo antes de ducharme. Está tan tranquilo…nadie diría los problemas que tiene. Supongo que todos somos terriblemente vulnerables cuando dormimos; donde los sueños nos atacan en todos nuestros puntos débiles sin excepción alguna. Al ver a PJ dormir entiendo las fotos del móvil de Alex y su afán por protegerme y no dejarme sola en ningún momento. Me entra la tentación de hacer lo mismo: entrar y sentarme a su lado para procurar que todo sigue bien, para despertarle de sus pesadillas y acompañarle en sus mejores sueños. La resisto y me doy la ducha en absoluto silencio, igual que una sombra, tal como me han enseñado a ser.

Prefiero tumbarme en el sofá antes que en la cama, así que me preparo para el día que espera —sin razón—, no obstante, algo atrae mi atención al salir de la habitación: hay una puerta entornada en la que llevo sin fijarme desde que vine. Normalmente ahí estaban las armas, aunque ahora se supone que está vacía. Entro con la pistola y el silenciador listos para disparar. Sigue estando vacía a excepción de un peluche casi como yo de alto y unas flores tropicales —de mis favoritas y prácticamente imposibles de conseguir— medio secas en una esquina. Rozo las flores con miedo de romperlas y leo la pequeña nota:

Desde y para siempre

A.

¿Cuándo las he recibido? ¿Y qué hacen aquí? Dejo la nota en su sitio y me dirijo hacia el peluche. Es un lobo blanco con los ojos azules. Parece ser que el día que comenté cuál era mi animal favorito estaba escuchando, a pesar de parecer lo contrario. Me siento al lado y se me acaban las fuerzas. Me dejo caer sobre el peluche y comienzo a hablar como si fuera real.

    Lo siento. En realidad no quería hacerlo, pero te echo de menos. Me siento más sola de lo que pensaba y te necesito. Quiero volver a oír tus chistes malos y ver cómo te haces el chulo con todos y conmigo te conviertes en la persona más dulce del mundo. Sé que lo tienes que estar pasando mal y yo también, pero no sabría cómo decirte que te he estado mintiendo desde que te conocí, aunque no en todo. Es cierto que te quiero y siento haberte utilizado. Lo que no sé es la forma en la que todo esto acabará; han sucedido cosas que nunca esperaría y aun así tengo que salir adelante. No soy tan fuerte como aparento, en realidad ni siquiera sé quién soy y hay veces que no puedo soportar el peso de los mundos en los que me he visto obligada a entrar y soportar. Hay veces que quiero tirar la toalla, acabar con todo definitivamente y…

Me duermo sin acabar. A pesar de ello me sirve para desahogarme por un tiempo. Quizá el suficiente para salir de aquí.