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viernes, 11 de noviembre de 2016

Epílogo

La joven dejó el periódico sobre la mesa y lo abrió por una página al azar; no era eso lo que la interesaba. Levantó la vista con disimulo para mirar a través del cristal a la tienda de enfrente, donde se suponía que se encontraba su objetivo, aunque ya había seguido dos pistas falsas y no tenía demasiadas esperanzas.
Se centró en la puerta, colocó de nuevo la pistola bajo la chaqueta, segura de que no se veía ni se notaba y se relajó, o al menos lo intentó. La habían enseñado a tener paciencia, a esperar el momento adecuado para actuar, y sabía que si no era minuciosa, si no cuidaba los detalles al máximo, no conseguiría lo que se proponía. Sin embargo, estaba nerviosa, quería verla y hablar con ella, saber si se sentía orgullosa de donde había llegado.
Al fin lo consiguió. La puerta se abrió y una mujer de pelo largo, ondulado y rubio salió. La reconoció al instante, aunque no estaba acostumbrada a verla así. Lo poco que lo había hecho siempre se encontraba seria, con expresión preocupada o cansada, pero ahora sonreía y no sólo con los labios, sino que cada gesto la acompañaba. No pudo contener su sorpresa cuando vio a una niña de su mano, con su mismo pelo, y un hombre detrás cogiéndola del hombro y un niño de piernas regordetas andando torpemente. También reconoció al hombre, a pesar de haberse dejado barba y de no llevar su característico traje. No ocultaban las muestras de cariño, parecían cómodos con la situación y, sobre todo, felices.
Se obligó a agachar la cabeza y centrarse en el periódico de nuevo; de otro modo se arriesgaría a ser descubierta. Prefería perderles de vista, puesto que ya sabía cómo eran actualmente y sería más fácil volver a encontrarles. No podía creer que al fin la hubiera visto. Llevaba años esperando, buscándola sin éxito por todas las bases de datos posibles. No había sido hasta que contactó con una jefa de la Agencia, quien se interesó por ella con fingido desdén —era la común reacción que se tenía hacia alguien que había hecho lo que ella: abandonar la Agencia bajo traición—. Descubrió que esta jefa había trabajado en el mismo equipo y que entró en la CIA a la vez, y quizá por eso cedió y la ayudó lo máximo que pudo de manera extraoficial. Así, sólo ellas dos conocían su paradero, y a no ser que alguna traicionara a la otra, así seguiría.
Se la había imaginado en alguna misión secreta, infiltrada de nuevo, como jefa en alguna oficina en territorio extranjero de la CIA como mucho —no sería la primera vez que hacen pasar a un agente por muerto para llevar a cabo alguna misión especialmente peligrosa—, pero jamás como madre.
Entonces, ¿qué pensaría de ella, ahora que llevaba una vida mejor? ¿La rechazaría? ¿O añoraba esos días llenos de acción? Ya llegaría el momento de preguntárselo, no pensaba irse con las manos vacías. En ese instante era una maraña de ideas inconclusas que deseaba saber más.
Cuando consiguió calmarse, incluida su mente, decidió irse, pero una taza se posó sobre la mesa. Siguió la mano que la había dejado y allí estaba ella, con una expresión de calma y tranquilidad que pretendía ocultar algo. ¿Miedo, quizá? ¿O sólo preocupación? Si se fiaba de lo que la conocía, lo único probable sería lo segundo, pero dado que todo aquello era nuevo, no tenía ni idea. Lo que sí daba por seguro era que no le gustaba su presencia, no en aquel momento al menos. Tenía esa mirada fría que tanto intimidaba.
¾    Prueba el café. Es lo más inteligente —dijo a la par que se sentaba.
Había cambiado, por supuesto, la edad le había dado una nueva imagen, adulta y seria, lejos de la despreocupada y calculadora, temeraria incluso, que había desarrollado al cabo de sus primeros años como agente. No merecía la pena preguntar cómo se había dado cuenta, conocía la respuesta, y por muy discreta que hubiera sido, ella había dejado huella por ser de las mejores —a pesar de todo lo que había hecho con deshonor, pero eso se tapó a tiempo para no dejar a la Agencia en ridículo—, y aunque en esos años había estado fuera de servicio, nunca había dejado de estar alerta. Y aún más, supuso, ahora que tenía hijos.
¾    ¿Qué haces aquí? —la escrutó con la mirada.
¾    No pareces feliz de verme —no esperaba una gran o emotiva bienvenida, pero sí algo menos brusco.
¾    Porque no lo estoy —se recostó en la silla.
Su rostro era gélido, no mostraba ningún tipo de expresión. Esa era la Alice que conocía, la fría y dura, no la que había visto a través de la ventana unos instantes atrás. Continuaba analizándola con la mirada, como si tratara de averiguar por qué estaba allí.
¾    No quería molestar, sólo saber cómo estabas, qué ha sido de ti. Desapareciste.
¾    No lo suficiente, al parecer —murmuró—. No es nada personal, Beth, de verdad, y me encantaría creerte, pero sé que no vienes extraoficialmente. Tu identificación reclama atención en tu bolsillo —dijo con desprecio.
¾    Te sorprendería la de puertas que abre enseñarla.
¾    No, no lo hace —repuso con seriedad—. Acepto que no siguieras mi consejo, pero no que no me dejes a mí hacerlo.
¾    Sólo hay una persona que sabe dónde estoy, y no dirá nada, te lo prometo. Decidí entrar cuando le detuvieron y nadie te volvió a ver. Quería saber qué te había pasado, y desde dentro me pareció la mejor manera.
¾    El problema es que yo no quiero ser encontrada —se apoyó sobre la mesa—. Ahora sé lo que es vivir de verdad, tengo algo por lo que seguir adelante. No tienes ni idea de lo que siento cada mañana al despertarme y verle a mi lado, de poder hacerle el desayuno a nuestros hijos con la certeza de que no tengo que huir ni que esconderme de nada. Quizá...
Paró de hablar cuando la puerta se abrió. Le conocía lo suficiente como para saber que había sido él quien había entrado y no otro, a pesar de haber estado mirando a la joven con una ferocidad temible para cualquiera con sangre en las venas.
Agachó la cabeza y tomó aire cuando llegó a su altura y la cogió por los hombros. Lo que más impresionó a Beth no fue su cara, con barba que le rodeaba la mandíbula o con las primeras marcas de la edad, sino que en vez de llevar su característico traje gris tenía un polo azul con pantalones por la rodilla. Alice le cogió una mano del hombro y se la llevó a la mejilla con los ojos cerrados. Había tanta complicidad entre ellos que parecían un viejo matrimonio más que una pareja joven que había pasado más tiempo huyendo uno del otro y discutiendo que estando bien. Era tanto por lo que habían pasado, luchado por estar juntos, lo que es había dado aquello. Un ligero beso en la cabeza fue todo lo que se permitieron hacer antes de que él se diera cuenta de la mirada de la otra chica, fija en ellos.
¾    ¿Qué ocurre? —susurró.
¾    No vivimos tan en secreto como pensábamos, al parecer —levantó la mirada a su acompañante y él cambió su expresión—. ¿Te acuerdas de Beth? —el reconocimiento cruzó sus ojos— Ha crecido ¿Y los niños? —sonó alarmada.
¾    En el parque, con... —trató de calmarla.
¾    No podemos dejarlos solos.
¾    No te preocupes, están con los Roux —su voz sonó suave—. Sabes que les cuidan bien, son sólo quince minutos.
¾    Por favor, Alexander... —si no la conociera, diría que estaba suplicando.
Moore cedió y se fue, no sin antes despedirse con un beso en los labios y un apretón de manos a Beth. Unos segundos más en silencio bastaron para saber qué decir.
¾    No veo mal que estéis juntos. Os queréis demasiado como para no estarlo.
Le había dado la impresión de que quería apartarle, como si se avergonzara o le incomodara. Se limitó a beber el café como respuesta, con la cabeza gacha y evitando el contacto visual. Antes lo buscaba, pero ahora escapaba de él. Cada gesto que realizaba hacía ver que no quería llamar la atención, todo lo que quería era pasar desapercibida y con la llegada de Beth no lo estaba consiguiendo. En apenas un par de minutos, Alexander entró de nuevo y la vio respirar hondo. La niña no se soltaba de la mano de su padre, quien se sentó en una mesa; pero el niño se le escapó de entre los brazos y salió corriendo con los brazos extendidos y diciendo '' ¡Mamá!''. Llegó hasta ella justo antes de caerse, le levantó para sentarle en su regazo y besarle en la cabeza. Una mirada cómplice bastó entre los padres para que el niño se acomodara apoyado en su pecho. Miró con curiosidad a la otra mujer y después a su madre, pero no dijo nada. Esta le dejó su mano izquierda para que jugueteara con ella. Tocaba la horrible cicatriz con cariño, pues para él no tenía ningún significado especial, y jamás lo tendría. Aquella escena sacó una sonrisa a Beth, en los ojos de Alice no había más que amor al mirarle, pero cuando levantó la cabeza todo se tornó en la misma preocupación del principio.
¾    Es precioso, Al.
¾    Es igual que él —murmuró.
Beth no se lo pudo negar, pero tampoco darla la razón, lo que sí podía ver es que madre e hijo compartían el mismo tono de ojos, pero por el resto no entendía cómo la gente encontraba parecidos a los bebés, si ni siquiera estaban totalmente formados. El niño tenía las mejillas hinchadas mientras que su padre los pómulos marcados, aunque tampoco se apreciaban bien los rasgos. Supuso que su madre sí lo conseguía, pues conocía a ambos a la perfección, o quizá lo dijo porque se aferraba a la idea de que algo les uniría para toda la vida. Sin embargo, no pasó desapercibido el gesto de quitarse el anillo del anular izquierdo cuando el niño lo quiso coger.
¾    No me acostumbro a llevarlo, y parece que Damien tampoco —reveló una tímida sonrisa que se desvaneció al instante—. No te imaginabas esto, ¿verdad?
¾    He de reconocer que no. Pensaba que estarías infiltrada en algún país extraño, o atrapando extravagantes criminales, pero desde luego que no como una persona normal.
¾    Eso es lo que somos todos: un número. No vale la pena arriesgarse por eso. Deberías aprender, yo tardé demasiado. ¿A qué has venido, Beth? —dijo tras una pausa— Porque no has hecho todo esto para saber si estoy bien.
¾    Lo cierto es que sí. Bueno, al principio, pero cuando me ayudó...la otra persona que te he comentado, me puso la condición de que te hiciera una propuesta.
¾    No.
¾    Todavía no he dicho el qué —protestó.
¾    Me da igual, no me interesa. Lo dejé por algo.
¾    Amy te echa de menos —dijo de sopetón y la expresión de la mujer cambió de repente—. Dice que si vuelves como su asesora se encargará de que estés a salvo.
¾    No puede garantizarlo. Ni siquiera esto, en la otra punta, puede. Dale las gracias de mi parte y deséala suerte.
Abrazó al pequeño con toda la fuerza que pudo sin hacerle daño. Un niño no tenía por qué conocer la complejidad del mundo, los motivos que habían hecho a sus padres actuar de determinada manera tiempo ha. Los padres hacían aquello, proteger a sus pequeños de cualquier adversidad sin importar que eso les incluyera a ellos mismos. Ahora eran personas diferentes, intentaban dejar el pasado atrás, y aunque huyendo no le parecía la mejor idea a Beth, al menos era la más rápida y fácil con niños de por medio. Sólo estaba siendo la Alice de siempre, protegiendo a los demás por encima de ella.
¾    No te voy a obligar a nada, Al, no estaría bien. Fuiste la única persona que creyó en mí. En verdad —respiró hondo— conseguí llegar a ti gracias a Amy.
¾    Siempre se infravaloró, espero que tenga una buena vida.
¾    Ven a comprobarlo por ti misma.
¾    No sigas por ahí. No tienes que encontrarle explicación a todo, Beth, créeme. A veces las personas hacen las cosas porque sí, sin más detonante que sus propias ideas. ¿Te meterás en líos por no llevarme?
¾    Seguramente —se sonrieron; a pesar de todo, eran demasiado iguales para necesitar más palabras.
¾    Bueno, dile a tu jefa que yo hago lo que me da la gana, seguro que lo aceptará.
¾     No tiene más remedio —soltó una leve carcajada—. Me alegro de que estés bien, Al —se fue a levantar, pero la detuvo cogiéndola de la mano.
¾    Espera.
¾    No se lo diré a nadie, tranquila —echó un vistazo a Alexander.
¾    No es eso —bajó al niño al suelo y le susurró para que saliera corriendo con su padre, pero se negó sentándose en el suelo. El hombre las miró para comprobar que estaban bien y cuando fue a recoger al pequeño, Alice le detuvo y volvió a cogerle en brazos, tan sólo quería dormirse abrazado por su madre—. ¿Cómo está? —sus ojos decían mucho más que su boca.
No necesitaban la mínima pista sobre quién hablaban. Quería saber de lo que había huido, a pesar de que no era bueno, pues estaba allí precisamente para lo contrario; pero no podía evitarlo. Había sido parte de ella durante demasiado tiempo como para olvidarlo. Le brillaban los ojos, aunque no sabía si de tristeza, curiosidad o incluso alegría por poder estar con alguien con quien se sentía identificada. La apretó la mano con cariño antes de devolverle la mirada.
¾    Bien. ¿Sabías que pinta? Y muy bien, por cierto. Volvió a la ciudad al poco de irte tú, y con el dinero de un benefactor anónimo pudo exponer los cuadros. Tiene éxito, la verdad, parece ser que a los ricachones les gusta tener imágenes de peleas de bandas —dijo con desprecio—. Se piensan que es ficción, que no van más allá del cine, pero es muy real —apartó el tono sombrío para volver a su hermano—. Tiene algunos cuadros... —se detuvo para pensar lo siguiente— No entiendo por qué no los enseña. Son los más bonitos que he visto, llenos de color y amor. La protagonista siempre es la misma, pero nunca se la ve la cara. ¿Sabes de cuáles hablo, verdad, Alice? Unos con una chica rubia, con una cicatriz en la muñeca —ambas llevaron la mirada al mismo lugar.
Por supuesto que lo sabía, al igual que no era la única, y el motivo por el que los guardaba con tanto celo. Permitía al resto ver su pasado, pero no verla a ella. Ella era especial, se pertenecían de alguna manera en la que jamás podrían estar juntos, pero siempre se sentirían así, aunque cada uno tuviera su familia y pasara el tiempo. Nada de aquello cambiaría, era demasiado fuerte, superaba cualquier cosa, cualquier explicación.
¾    No sigue bebiendo, ¿verdad?
¾    Ya no tanto. Le gustaría saber algo de ti; a él y a todos —añadió.
¾    Lo sé, Beth —suspiró—, pero ahora...
¾    Has tenido casi diez años, no hay excusas para tanto tiempo.
¾    Tienes razón, pero tenía miedo a ser juzgada o rechazada. Puede que sea una cobarde, pero sólo porque me he cansado de ser valiente. Esto es lo único que tengo, mi rincón de paz. He conseguido lo que he estado buscando toda mi vida sin saberlo, y no pienso renunciar a ello, a hacer un sacrificio más en beneficio de otros.
¾    ¿De verdad que no hay nada que te haga volver? ¿Ni siquiera tus amigos; tu familia?
¾     Mi familia son ellos —le cogió la mano al niño—. Mataría y moriría por tener la certeza de que estarán seguros, pero eso no existe, y menos allí.
¾    ¿Por qué siempre tienes que rebatirlo todo con más razón que cualquiera? —Beth se rió, pero ella no respondió igual esta vez.
Miró al bebé y le estrechó contra ella. Éste se dio cuenta y le devolvió la profunda mirada. Le puso su pequeña mano en la mejilla, la cual comenzó a humedecerse en seguida por las lágrimas. Sólo imaginar que podría perder aquello la rompía por dentro.
¾    No llores, mami —dijo con su aguda voz, al parecer no estaba tan dormido como parecía.
La joven no podía mantener la compostura durante más tiempo, estaba viendo a su ídolo llorar, derrumbarse por su culpa, y la torturaba. No, desde luego que no diría nada a su jefa, aceptaría las consecuencias con tal de dejar a aquella mujer maltratada por la vida tranquila, viviendo como siempre había deseado al fin.
¾    Nunca he estado aquí —se levantó y, tras fundirse en un largo y sentido abrazo, concluyó—. Eres mejor que ellos.
Exactamente las mismas palabras que la última vez, las cuales para ellas significaban un ''hasta la vista''. Ambas con lágrimas por su rostro se separaron de nuevo y, mientras la más joven salía del café limpiándose, la otra se acercó a su reciente marido.
La rodeó con los brazos; la pequeña Lily la cogió de la mano ofreciéndole consuelo, y entonces fue cuando Alice se vio con la fuerza necesaria para decir lo que llevaba tanto tiempo deseando pero que nunca fue capaz.

¾    Quiero ir a casa. 

viernes, 4 de noviembre de 2016

Capítulo 43

Por suerte, he conseguido un sitio en el primer vuelo de la mañana, así que he pasado la mayor parte de la noche en el aeropuerto, paseando por la solitaria terminal. En cuanto me siento en el avión, caigo rendida y duermo las tres horas del vuelo; esto no puede ser sano, necesito descansar en condiciones, sin preocupaciones, tranquila. Sin embargo, últimamente estoy encontrando los aviones casi como una segunda casa, me temo que he acabado acostumbrándome a la fugaz sensación de velocidad al despegar, que reconozco que es lo que más me gusta, por el resto es bastante aburrido.
No quiero ir justa de tiempo, aunque todavía queda bastante, apenas ha amanecido, pero de todas formas quiero pasar un tiempo con él antes de nada, una despedida por mi parte.
Tengo tantas llamadas perdidas en el móvil que parece que va a estallar de un momento a otro, la pantalla está llena de notificaciones. La mayoría son de Alex, por supuesto, y es obvio teniendo en cuenta que salí de casa por la mañana sin decir nada y no ha recibido noticias de mí; aunque también hay bastantes de números diferentes que reconozco de la policía, seguramente para concretar lo de dentro de unas horas. Sé que puedo hacerlo, tengo que pensar en ello. Van a movilizar un equipo de asalto 'por mi propia seguridad', pero creo que lo hacen para la prensa, que no dudo que aparecerá justo en el momento preciso para captar todas las imágenes. Si no están allí ya.
Antes de que suene de nuevo, decido llamar yo. Alex cederá ante cualquier cosa que diga, y más si ha estado preocupado este tiempo, así que pienso rápidamente a quién decírselo y sólo un nombre me viene a la cabeza: Amy. Marco su número y me responde casi al primer tono. No hay duda de que lo estaba esperando.
¾    ¡Alice! ¡Por fin! ¿Se puede saber qué haces en Nueva York? —a pesar de su voz parece más despierta de lo que pensé— ¿No se te ocurrirá...?
¾    No, acabo de aterrizar en Miami, tranquila. Fui al hospital y quería ver a mi hermano, ante lo que pueda pasar —algo me dice que si impido el arresto, o lo intento, habrá una ''bala perdida'' que acabe en mi cuerpo.
¾    ¿Estás bien?
¾    Sí, bueno, tú tenías razón —suspiro.
¾    ¿Qué vas a hacer? —responde tras unos segundos de silencio en los que seguro, estaba procesando la información. Tengo el teléfono pinchado, así que no podemos hablar libremente.
¾    No lo sé. De momento, acabar con esto, después ya veré.
¾    ¿Quieres que vaya a por ti? Porque estás en el aeropuerto, ¿no?
¾    Cogeré un taxi a casa, tengo que preparar el terreno antes —y evitar que sospeche.
¾    Como digas. Recuerda, a las doce en Brickell Bay Club Condominium.
¾    Nos vemos.
¾    Estás haciendo bien, Al. Es lo correcto.
No quiero escuchar más. Cuelgo el teléfono y lo aprieto tanto por la rabia e impotencia que se me clava en la piel, dejándome marca en los dedos. No lo puedo evitar, me enfurece todo esto, me han obligado a estar de nuevo con él, casi a enamorarme —aunque tampoco necesito que nadie me anime a eso— y definitivamente hacer que él se sintiera así, para ahora tirarlo todo a la basura en lo que dure la supuesta detención, que si lo hacen bien no pretenden que sea más de cinco minutos. Duele de verdad, y si no tuviera tanto miedo por lo que pueden hacerme, me rebelaría contra todos. Pero ahora, después de enterarme de que no sólo tengo que velar por mí misma, sino por alguien más, completamente indefenso y dependiente de mí, debo calmarme y pensar con frialdad qué será lo mejor para ambos; y desde luego no es enfrentarme al Gobierno. Odio esto. ¿Por qué no tuve más cuidado? ¿Por qué me dejé llevar? ¿Por qué no me rebelé antes e impedí enamorarme?
Siento cómo la rabia me consume poco a poco mientras ando por el aeropuerto, sin estar segura de lo que hacer. Desde luego que quiero verle, pasar el máximo tiempo posible, pero no podría mirarle a los ojos sin derrumbarme conociendo lo cerca que está el fin. Aunque bueno, él de una manera u otra ha sido mi fuerza tantas veces que puedo permitirme que me controle una vez más, no tengo nada que perder siempre y cuando tenga consciencia del tiempo lo mínimo para no llegar tarde. Tampoco prometo nada.
Cojo un taxi que me lleva un par de casas más alejada de la suya, tampoco es que importe ya demasiado, pero prefiero que su dirección siga siendo algo secreto hasta que la policía la registre esta tarde. Fue una de las condiciones: no les diría nada hasta que se hubiera terminado, no quería arriesgarme a verles rondando por allí, especialmente porque mi vida se vería bastante afectada. Tan sólo lo sabe Amy, y fue porque era estrictamente necesario poner los micros mientras nosotros estábamos fuera, si no hubiera sido por eso, yo continuaría siendo la única con esa información tremendamente valiosa.
Voy andando hasta la casa, custodiada por los guardias de siempre, que me reconocen e incluso algunos saludan. A modo de rutina, uno de ellos me acompaña desde la entrada de la propiedad hasta la de la casa, y allí me deja a solas. No sé si algún día me hubiera acostumbrado, supongo que sí, igual que lo he hecho con el resto de cosas: para el servicio soy casi tan propietaria como lo pudiera ser Alex, me respetan y obedecen sin rechistar cuando comento cualquier tontería como que tengo hambre —estoy segura de que el verdadero propietario se lo dejó claro en cuanto puse un pie en la casa—, y me dejan vagar cuando me aburro, cosa que no podría siquiera soñar hace unos meses; puedo estar donde quiera —excepto las zonas que específicamente me indicó Alex que ''sería mejor que no pasara'', pero ya he conseguido colarme varias veces y no son gran cosa, tan sólo unos almacenes con armas y droga, aunque reconozco que para la policía sería una prueba más que concluyente, por lo que prefiero que siga pensando que no sé lo que hay en vez de zafarme de la sobreprotección, como suelo hacer.
Entro en la habitación intentando que no se despierte, tiene la ropa del día anterior tirada por el suelo, especialmente la camisa y corbata, que están hechas una bola a los pies del armario, lo que me dice que seguramente las haya lanzado contra éste en un ataque de rabia. A veces le pasa, se frustra y lo paga con lo primero que tiene a mano, en este caso lanzando la ropa. Estoy más que segura que ha estado buscándome, el teléfono está a plena vista —siempre suele estar guardado en algún cajón— y sin batería, hay papeles también en el suelo, posiblemente caídos de la cama y el pelo completamente seco, por lo que no se ha duchado antes de acostarse; por la postura, se habrá quedado dormido a las tantas de la noche, revisando los mismos papeles del suelo, en contra de su voluntad.
Verle así me hace sentir mal, le he hecho preocuparse de más, y no sé cómo se tomará todo esto cuando se entere. Por mi bien, espero que sepa controlar su ira, aunque en el fondo prefiero que explote antes que verle esa mirada de decepción y dolor que tanto temo. Reconozco que es egoísta, si golpeara a algún policía se le sumarían cargos, pero si hay cosas en este mundo por las que daría demasiado por no ver, una de ellas sería decepcionar o herir a quien realmente quiero.
Me desvisto y me meto en la cama con cuidado de no sobresaltarle. Hay algo en las personas dormidas que les hace vulnerables y te impide herirlos, por supuesto no es el caso, pero sí me hace apartarle el pelo de los ojos con ternura, suavemente. Él parece apreciar la caricia, pues esboza una ligera sonrisa en sueños antes de despertarse y abrir los ojos poco a poco. En cuanto me ve, susurra.
¾    Dime que no es un sueño.
¾    ¿Un día sin mí y ya te vuelves loco? —bromeo, pero se pone serio en seguida.
¾    ¿Dónde te has metido? Llevo todo el día buscándote, no contestabas al teléfono... —se incorpora sobre un codo y veo cómo se enfada progresivamente.
¾    He ido a hacer un par de recados, y no, no podías venir conmigo.
¾    ¿Por qué? ¿Es que no confías en mí?
¾    No empieces otra vez, por favor —con un suspiro me quedo boca arriba, sin mirarle—. He ido a ver a mi madre, estaba en el país por unas horas. Ha sido repentino, lo vi en la televisión y fui. No sabía lo que estaba haciendo en verdad hasta que me he subido al avión, ha sido una locura. Llevamos años sin hablarnos, no sabía si podría hacerlo.
¾    ¿Y cómo ha salido? —parece que el enfado comienza a pasársele, el tema de los padres con él es tabú, un punto débil.
Modificar la verdad a mi manera se ha convertido en un hábito que casi ni me doy cuenta de que lo estoy haciendo. No me importa darle información, no podrá comprobar que lo que digo es cierto, y necesito desahogarme. Puede que haya pasado más de un mes desde el reencuentro con mis padres y el intento de reconciliación, pero todavía lo llevo como una carga que podía ignorar con el trabajo, sin embargo, quiero compartirlo con él, necesito hacerlo, se lo merece, conocer algo verdadero de mí, no sólo algo manipulado. Espero que se quede con eso al final de todo, especialmente con que intenté ser lo más franca que me permitía mi seguridad.
¾    Raro. No acabamos bien, aunque hizo como si no hubiera pasado nada, me abrazó como si me lo mereciera, como si no importara todo lo horrible que hice.
¾    Eso significa el amor, Al —me besa el hombro.
¾     ¡No! Alex, no es así. Has visto mi muñeca, fue para hacerles daño, yo sabía que podría seguir adelante, pero no quería que ellos lo hicieran. Fue cruel.
¾    Mon ange, eras una niña con demasiada presión, y ellos son tus padres, estoy seguro que te querrían hicieras lo que hicieses.
¾    ¿Incluso salir con un capo? —intento cambiar de tema; desde luego que no estoy preparada para afrontarlo todavía.
¾    Incluso eso —se ríe—. El amor es, en muchos momentos, perdonar a pesar de todo, a pesar de estar en contra de ti mismo por el bien del otro.
¾    Por favor, recuerda eso —prácticamente le suplico.
Eso es todo lo que importa, que tenga en cuenta mi sinceridad, aunque sólo sea en momentos puntuales o en la mitad de lo que le digo; al menos lo he intentado.
No sé si la reconciliación que tenemos, por llamarlo así, es la mejor o peor. Es cierto que me he quitado un peso de encima, he explicado uno de mis muchos problemas, aunque sea brevemente, y sé que me apoya, pero ¿de qué me sirve? Tan sólo unas horas y pasará de eso al odio, así que quizá es por eso por lo que lo disfruto aún más. Me aferro con más fuerza que nunca, le beso todo lo que puedo, no hay un sólo momento en el que no estemos abrazados, fundidos en el otro.

Recorre mi cuerpo a besos, deteniéndose en el vientre. Intento con toda mis fuerzas ocultar lo que pienso, lo que estoy sintiendo ahora mismo. Necesito que pare, por mi propia salud mental, no puedo soportar que continúe así. Le aparto el pelo de la cara, el flequillo me roza la piel y no puedo verle, y quiero mantener esta visión en mi memoria por todo el tiempo que me sea posible. Antes de que pueda decir nada, me acaricia y entrelaza sus dedos con los míos, mirándome a los ojos.
¾    Algún día —susurra.
¾    Alex...
¾    Sé que dijimos que no, pero a lo mejor en un tiempo, si las cosas cambian...
¾    Ven —hago que se ponga a mi altura y me apoyo en su pecho—, no pienses en eso. Lo que importa es el ahora, y ahora tengo hambre —consigo que se ría—. He oído de un sitio, en Brickell Bay, que está bastante bien, Club Condominium, creo.
¾    Es una zona muy cara, debería estarlo —murmura—. ¿Quieres ir? No es precisamente tu estilo.
¾    Ya, bueno, podría ser divertido cambiar.
¾    Como prefieras —me besa.
Está bien, si antes me sentía mal, no sé cómo llamar a esto. Es como llevar a un cordero al matadero, un dulce y guapo cordero a un frío y con barrotes matadero. La verdad es que no me siento con ganas de hablar o pensar, miro la hora de vez en cuando, pero apenas le presto atención. A fin de cuentas, nosotros somos quien importamos, me da lo mismo si se enfadan por tener que esperar, es su trabajo, y yo he tenido que aguantar cosas mucho peores —algunas provocadas por mí misma, pero eso no viene a cuento— sin rechistar, quizá alguna queja por no darme más balas o por ser mi equipo demasiado entrometido, no obstante, nunca dije nada de que los informantes no aparecieran o los testigos se rajaran en el último momento —es cierto que la mayoría de las veces les hacía una visita personalmente de manera extraoficial, así que nunca nadie supo nada.
El silencio muchas veces es más útil que cualquier respuesta, puede expresar lo que las palabras no son capaces, dejar espacio para tomar decisiones o hacer pensar a otra persona, por suerte o desgracia últimamente he tenido mucho tiempo para ello, y creo que me ha ayudado a tener distintos puntos de vista, aunque eso sólo ha servido para darme más dudas. Si era posible.
Nos hemos retrasado algo más de lo que pensaba porque se le había olvidado algo en casa y hemos tenido que volver a medio camino. No obstante, la segunda vez que nos ponemos en marcha deja a los matones atrás y me deja elegir el coche que quiera conducir. Reconozco que es algo raro, no suele ir solo, y mucho menos si estamos juntos, que nos acompañan como mínimo tres tipos armados, pero la verdad es que lo agradezco, lo hará todo mucho más fácil. Y conducir un Jaguar nuevecito no es ningún inconveniente, podría acostumbrarme a esto. No. No puedo. No debo. No va a ocurrir.
Gracias a que yo conduzco, ahorramos tiempo, aunque no todo el que me gustaría; él sigue estando algo incómodo con mi manera de conducir desde que huimos de la policía. Es comprensible, fue algo temerario, pero sirvió para despistarles y para divertirme, que era lo importante. Llegamos sólo diez minutos tarde, y es una pena que me dé igual. Aparco a un par de manzanas para disfrutar del máximo tiempo posible juntos, el corazón se me acelera con cada paso que nos acerca al edificio en el que se supone que debe haber un par de francotiradores. Estoy segura de que no les importaría apretar el gatillo, la policía no se ha molestado en desmentir los rumores de que mis golpes eran porque él me maltrataba en vez de que yo me metía en líos o quienes me pegaban eran otros que, o están en la cárcel, o Alex se ha encargado de que no vuelvan a pisar Miami. Bueno, Miami o cualquier otro lugar, para ser exactos. De igual manera, siguen pensando que también es un chulo, así que todo se convierte en una extraña mezcla de gente a favor y en contra de ambos: mientras que unos me toman como una idiota que permite todo esto, otros me ponen en un pedestal precisamente por eso, por anteponer mi deber a mi bienestar. No saben lo equivocados que están. Ambos.
Sin embargo, no soy la única que está nerviosa. Cuando él habla —aunque no le presto demasiada atención, porque mi cabeza está en todo menos en sus negocios— noto que no llega a ningún sitio, simplemente le da vueltas al mismo asunto una y otra vez sin conclusiones; me aprieta la mano y de vez en cuando me da un rápido abrazo. Aunque yo no puedo juzgarle, tampoco estoy precisamente locuaz, no consigo encontrar las palabras muchas veces, y con tal de no dejar una frase a medias prefiero el silencio, al menos no quedo como una idiota.
Entramos finalmente en la calle tras convencer a Alex que no quería parar antes en el parque de camino que precisamente se llama Alice. Es como un crío emocionado, le hace ilusión que se llame igual que yo y ha insistido bastante, pero al final me ha hecho caso. Es tierno, y me hace querer salir corriendo de aquí y escondernos, coger el primer avión que salga, sin importar el destino, tan sólo estar con él. Algunas personas hacen que tu risa sea un poco más fuerte, tu sonrisa un poco más brillante y tu vida un poco mejor. Sin embargo, no puedo hacerlo, no si quiero sobrevivir al menos unos pocos años más. Digan lo que digan, no se puede burlar al Gobierno por mucho tiempo, y mucho menos con nuestro historial.
El corazón me va a mil por hora, tengo miedo de que pueda oírlo o que salga del pecho. Reconozco a algún agente encubierto por la calle, observándonos, esperando al momento adecuado para acercarse. Siento que me falta la respiración cuando uno pasa por detrás, pero tan sólo parecía comprobar que va desarmado. Estúpido. Como si se pudiera saber sólo con mirarle. Inútiles. ¿De verdad voy a dejarle en manos de ellos? Si ni siquiera pueden hacer eso, ¿cómo le tratarán una vez detenido? Se dejarán guiar por sus ideas, no tendrán en cuenta mi trabajo aclarando las cosas y le inculparán de lo que no ha hecho. No. No pienso permitirlo. Puede que sea mi mejor alternativa, pero no la única. Me encargaré de encontrar a los policías adecuados, con Amy a la cabeza para que se haga verdadera justicia. Le agarro más fuerte de la mano, acelero el paso y alzo la mirada un par de segundos, esperando que responda igual que yo, sin hacer preguntas, pero tal y como temía, me retiene. ¡No te pares, estúpido! Quiero gritarle, sin importar que no sea lo más adecuado, sin embargo, no me salen las palabras. Los policías de incógnito se acercan, esta vez seguros de lo que quieren hacer, con la mano en la cintura la mayoría y andando lentamente para no alarmarle. No se dan cuenta que eso parece mucho más sospechoso que si se tiraran encima de él gritando ''policía'', ''las manos donde pueda verlas'' o cualquier estupidez de esas que se suelen hacer. Me pongo delante para ocupar su visión, y quizá tranquilizarme, aunque ahora mismo ni siquiera él podría conseguirlo.
¾    Alice, estás temblando. ¿Qué te pasa? —aparto la mirada a mis manos, que en efecto no puedo pararlas— Mírame.
¾    Tú también estás nervioso. Venga, dime lo que quieras decirme ya.
¾    ¿Tanto se nota? —intenta sonreír y me acaricia la cara.
¾    No soy la única que tiembla —le pongo la mano inestable sobre mi mejilla—. Y por favor ve al grano —le corto cuando abre la boca.
¾     Vale, no te preocupes.
Mantiene una mano en mi cintura y mete la otra en el bolsillo interno de su chaqueta. ¿He dicho ya que es un idiota? Prácticamente veo a los francotiradores relamerse ante su presa, a los policías sacar las pistolas y a los altos cargos que estén viendo esto por las cámaras que habrán colocado aguantar la respiración igual que yo, pero por motivos diferentes. Tremendamente distintos. De hecho es cierto que consigo ver a un policía sacar la pistola, por lo que, seguida por un impulso, me lanzo a abrazarle y le beso con fuerza. El mundo a mi alrededor da vueltas, no quiero creer lo que está pasando. Sé que no se atreverán a disparar si sigo así, no con testigos —de otra manera hubieran corrido el riesgo. ¿Por qué ha tenido que pararse? Por suerte, me responde al beso, pero no consigue rodearme completamente la cintura. Antes de posar la mano, una voz dolorosamente conocida le habla, o nos, no lo sé, no consigo escucharla. De repente es como si estuviera en una burbuja, como si lo viera todo de lejos aunque esté en medio de la acción. El dolor no desaparece, sino que se hace mucho más intenso en cuanto nos separan a la fuerza. No puedo, no quiero mirarle a la cara. Simplemente no soy capaz.
El jefe de la operación le aparta las manos de mí y comienza a recitarle sus derechos, otro le empuja del pecho y un tercero le apunta a la cabeza; todo esto antes de que coches de policía inunden la calle con refuerzos, podamos reaccionar cualquiera de los dos y mientras otros muchos se acercan con la pistola en alto. ¡Es un solo hombre, por Dios, no puede hacer nada! Sin embargo, no me salen las palabras. Tengo un nudo en la garganta, no sé si por las lágrimas o porque tampoco estoy segura de qué decir. Todo de lo que me doy cuenta es que rápidamente aparecen más agentes que me apartan de él y me meten en un coche, no sé bien por o para qué, pero Alex lucha con todas sus fuerzas por impedirlo, forcejea con los que le sujetan para llegar a mí, grita mi nombre entre el bullicio mientras le colocan las esposas, cachean y detienen.

Se ha acabado.