Cuando
llego al hospital, lo primero que hago es preguntar por él. Sólo hay una
persona que puede ayudarme, y aunque creo que no le agradará demasiado verme,
tengo que intentarlo. De momento me aferro al recuerdo de los viejos tiempos, y
no a nuestra última discusión meses atrás en la que le decía que no podíamos
volver a vernos. Bueno, parece que las tornas han vuelto a cambiar para
golpearme en la cara.
Me cuesta bastante que me hagan caso sin
identificarme como policía o agente, pero al fin consigo que una enfermera vaya
a buscarle con el pretexto de una urgencia, y no es del todo mentira.
Finalmente, aparece por la puerta de la sala de espera a la que me han
conducido antes, atrayendo las miradas de todos los presentes, pero se dirige
directamente a mí, sin importarle nadie más que yo. No hay cambios desde la
última vez, quizá la barba algo más larga, o la expresión más cansada. Me mira
fijamente de arriba a abajo, posiblemente buscando heridas, antes de hablar con
voz seria.
¾ Alice.
¾ No
pareces muy feliz de verme —me pongo en pie.
¾ Sorprendido,
mejor dicho.
¾ ¿Podemos
hablar a solas? —miro alrededor y asiente.
Me lleva por varios pasillos e incluso subimos un par de
plantas hasta llegar a un despacho que poco parece de médico, más bien de un
empresario. En el escritorio hay pilas de papeles, un ordenador y nada
personal, ni una mísera fotografía. Sé que es el suyo porque ponía su nombre en
una placa a la entrada, de otra forma podría decir que hemos entrado en el
primero que ha visto. A un lado tiene una camilla con utensilios, pero parece
bastante abandonada. Conociéndole, debe ser un jefazo del hospital, tiene
potencial para ello, y se lo merece, aunque sea sólo por soportarme, tanto en
Los Ángeles como aquí. Se sienta en una silla de en frente de la mesa y me
ofrece la otra.
¾ ¿Qué
necesitáis? —ambos sabemos a lo que se refiere.
¾ Pues...ellos
un nuevo agente y yo...ayuda —me cuesta reconocerlo.
¾ ¿Estás
bien?
¾ No.
Te estoy pidiendo un favor, Tom —me conoce, y sabe lo difícil que es para mí
decirlo.
¾ ¿Y
qué gano yo a cambio? —se cruza de brazos y se recuesta en la silla,
aparentemente impasible. No debo derrumbarme. No puedo.
¾ Te
deberé una muy grande —limpio mi garganta para mantener la compostura.
¾ Habla
—tomo aire antes de comenzar, aunque no sé cómo hacerlo.
¾ Tienes
contactos aquí ¿verdad? —asiente con la cabeza para que continúe— Necesito una
prueba —aclaro.
¾ ¿Y
ellos...?
¾ Extraoficialmente
—impido que continúe.
¾ ¿Qué
prueba?
¾ Ecografía
—abre los ojos más de lo que le hubiera gustado mostrar y vuelve a su expresión
de hielo, sin embargo, puedo ver las grietas.
¾ Dame
un minuto.
Coge el teléfono del escritorio y comienza a decir códigos,
parecidos a los de la policía, y solicita, o más bien exige, la presencia en su
despacho de un especialista para que me atienda. También indica que traiga todo
lo necesario, pues, según he oído, no quiere que salga de aquí, será más seguro
si lo que quiero es que continúe confidencial.
Cuando cuelga, se queda mirando a la madera unos segundos
antes de levantar la cabeza para clavar sus ojos verdes en los míos,
seguramente intentando descubrir qué ha podido ocurrir para que acuda a él de
esa manera. Está dolido, y sólo puedo imaginar lo difícil que tiene que ser
para él esto, pero es un hombre adulto, y un buen profesional. Sabrá hacer su
trabajo como le pida. Confío en ello.
¾ ¿Cómo
pasó? —el tono neutro ha dado lugar a otro que me tiene más acostumbrada, al
tranquilo y comprensivo de siempre.
¾ Tom,
no creo que deba explicarte...
¾ Me
refiero —me corta— a que si tomaste precauciones.
¾ No
soy idiota, gracias. Sí, y me he hecho pruebas.
¾ Las
cuales han dado positivo y tienes la esperanza que sean erróneas, ¿no es
cierto?
Me muerdo el labio. ¿De verdad es tan fácil saber lo que
estoy pensando, lo que siento? Porque tengo miedo, y él lo sabe. No sé qué
ocurrirá en el futuro, ni siquiera si lo tengo, y no quiero imaginarme algo tan
serio como eso. Sería demasiado, no podría soportarlo.
¾ ¿Es
por el padre? —me pregunta en voz baja, intentando crear un ambiente más
íntimo.
¾ Sí.
No —me corrijo—. No lo sé, supongo que por todo lo que está pasando.
¾ Entonces
ya sé qué quiero a cambio —le miro interrogante—. Un rato juntos. Nos tomamos
un café y charlamos con sinceridad. Creo que es lo que de verdad necesitas.
¾ Pensaba
que estabas especializado en el cáncer, no psicología —respondo en tono
brusco—. Perdona, no sé lo que digo, estoy algo...alterada. Escucha, podría
hacer cualquier cosa, evitar que alguien vaya a la cárcel, hacerle desaparecer
si quieres. No malgastes un favor así.
¾ No
quiero que recaiga sobre tu conciencia.
¾ Ya
no sé lo que es eso —digo, sombría.
Es la verdad, he hecho muchas cosas mezquinas y reprochables,
he jugado a dos bandos, he entorpecido todo en lo que me he visto involucrada,
he puesto en peligro gente inocente y he asesinado a otros, quizá no inocentes,
pero personas a fin de cuentas.
Con la mirada que me dirige, sé que me compadece, pero no
puedo hacer nada para cambiarlo. Siempre he odiado ese tipo de actitudes, y aún
más a los que permiten que se lo hagan, pero ahora comprendo que hay veces que
no puedes evitarlo, que te mereces una simple mirada reprobadora, una especie
de castigo silencioso mucho peor que cualquier físico. Puedes detener un
puñetazo, pero no tus remordimientos.
Nos mantenemos en silencio, él revisando papeleo y yo
paseando por la habitación, hasta que llega otro médico con una máquina
parecida a un maletín rectangular y muy pesado. No es fácil de reconocer, ya
que al ser portátil, la pantalla se encuentra recogida, no obstante, sé a lo
que me enfrento y no hay que ser muy listo para saber lo que trae consigo. Yo
misma lo he pedido. Ya me han hecho ecografías antes, pero de órganos para
asegurarse de que el tejido se encuentre bien y cosas por el estilo después de
cualquier herida, pero ninguna me ha puesto o me pondrá más de los nervios que
esta. El médico es de baja estatura, calvo a excepción de la parte inferior de
la cabeza y con gafas. Su expresión es bastante desagradable, si no está
enfadado al menos lo aparenta muy bien. Los doctores estrechan las manos como
saludo y después a mí. No es necesario que me presente, Tom ya le ha dicho que
debe ser absolutamente confidencial y no me ha preguntado mi nombre. Aunque es
un punto a favor más para él que para mí, pues si algo ocurriera y preguntaran,
él no podría ser un testigo. Sólo me quedan unos días para seguir pensando así,
unos días y podré relajarme después de llevar unos ocho años a la defensiva. A
veces pienso que nunca va a acabar.
Me tumbo en la camilla con la blusa desabrochada y un sólo
pensamiento en la cabeza: ha sido un error. Ahora todo seguirá como siempre,
terminaré el trabajo y me iré de aquí para no mirar atrás. La pomada me produce
un pequeño escalofrío, pero se pasa tan pronto como comienza a mover el aparato
por mi vientre. Cierro los ojos. No quiero mirar, no quiero pensar en nada. Sin
embargo, con los ojos cerrados, todo lo que veo es la cara sonriente de
Alexander, imaginándose una vida juntos, como familia. Es demasiado. Centro la
mirada en el techo, en la rectitud de sus líneas, en la sencillez, en... Un
momento. El tipo ha dejado de mirar la pantalla, lo he visto por el rabillo del
ojo. Tom y él se dirigen una significada mirada que lo dice todo.
¾ Al...
—pronuncia a media voz.
No necesito más palabras. Sé lo que significa, y no quiero
afrontarlo, no estoy preparada. Cierro los ojos, y ahora consigo mi propósito,
ahora todo lo que veo es oscuridad, una oscuridad profunda y espesa, que me
atrapa y no quiere soltarme. Por un momento veo que la solución es dejarme,
pero el sabor salado en mis labios me despeja la mente. Me limpio los ojos y
las mejillas con el dorso de la mano, parpadeo varias veces para impedir que
más lágrimas caigan y miro de nuevo al techo. Siento que la cabeza me va a
explotar de la cantidad de ideas y pensamientos que se pasean por mi mente, la
mayoría inconclusos, que necesitan razonarse para tener sentido, pero aun así
ocupan un espacio que no tengo. Espero pacientemente a que el médico me limpie
el gel y le tienda una carpeta a Tom antes de bajar de la camilla. Siento que
estoy en otro mundo, mucho más lejos de lo que puedo imaginar. Por ello, me
dejo llevar sin rechistar por el hospital de nuevo, intentando calmarme de
todas las maneras posibles.
Cuando llegamos a la cafetería y nos sentamos, todas las
voces que me gritaban en la cabeza desaparecen para dar paso a un silencio
absoluto. Ahora puedo pensar por mí misma, aunque sospecho que no es nada más
que resquicios de antes, unidos para que cobren sentido. Sin embargo, todos
llevan al mismo lado: ¿Qué voy a hacer yo con un bebé? No puedo darle una buena
vida, soy un ser despreciable que apenas puede cuidar de sí misma, no tendría
estabilidad de ningún tipo; y cómo explicarle quién es su padre es otro tema
complicado, pues no quisiera mentirle, pero tampoco animarle a que le buscara.
En definitiva, no puedo dejar que el tiempo pase como siempre he hecho, esta
vez tengo que tomar una decisión. Y tiene que ser ya.
¾ ¿Sabes
qué vas a hacer? —Tom rompe el silencio.
¾ No
—mi mente no es capaz de razonar más allá—. ¿Podría abortar ahora mismo? —le
miro a los ojos.
Aquí veo una salida, algo que me proporciona cierta
esperanza. No tendría problemas, el bebé no sería infeliz, porque simplemente
no existiría, y si hay algo que tengo claro es que no pienso darlo en adopción,
no soy tan fuerte como para abandonarlo así.
¾ Sí
—responde, pensativo—, pero deberías esperar. Ahora no piensas con claridad.
¾ He
tomado decisiones más relevantes —intento defenderme; ya no soy la cría que
conoció años atrás.
¾ Tú
verás —es más cortante de lo que esperaría. Se levanta, no obstante, no se va
hasta terminar su argumento—. Pero no cuentes conmigo si sigues con esa
actitud.
Me fijo en que deja la carpeta en la mesa y no hace la menor
intención de volver a recogerla. Está enfadado, vale, yo también. Es mi vida y
yo tomo las decisiones que me parezcan mejores. Prefiero que ese niño jamás
llegue a nacer que viva una vida como yo, a que sufra. A demás, no podría
soportar verle cada día, me recordaría a su padre, y si pretendo olvidarme de
todo, jamás lo conseguiría. No se merece tener una madre así.
Mañana volveré a buscarle y le comunicaré mi decisión,
aunque no necesito pensarlo más. Será lo mejor para todos.
Hay algo que quiero hacer antes de que nada comience, no sé
si será buena idea, pero tengo que hacerlo, es lo mínimo. Cojo la carpeta y
salgo de allí a toda prisa.
Sé que es una locura, que no debo hacerlo y que tendré que
dar explicaciones cuando vuelva, pero sinceramente me da igual. Estoy harta de
informar a todos de cada movimiento que hago, si no por un lado por el otro.
Por suerte, siempre llevo una tarjeta de crédito con mi verdadero nombre para
que algo de mi vida sea solamente mío, aunque sea una insignificante compra. No
estoy pensando con claridad, mi cabeza en estos momentos es una maraña de pros
y contras de tantas cosas que pierdo la cuenta. Esto es una especie de resultado
de cada decisión que he tomado en este pasado año, las cuales estoy
replanteándome ahora, aunque no tenga ningún sentido. Supongo que no quiero
pensar en lo que debo y por eso me encuentro así, no obstante, mi situación de
shock va disminuyendo con las horas. He hecho una locura, pero me da igual,
quiero vivir lo poco que me queda de vida propia. He cogido un taxi hasta el
aeropuerto más cercano y allí un billete para Connecticut. Mi hermano sólo vive
a media hora de allí, por lo que llegaría más rápido que yendo al JFK. Necesito
hablar con él, no sé lo que le voy a decir exactamente, pero un buen abrazo
suyo nunca viene mal, y mucho menos ahora. Durante las tres horas de avión, por
tópico que suene y odio expresarlo así, evito en todo momento llevarme la mano
al vientre o al estómago siquiera. No puedo mirar, prácticamente me lo estoy
imaginando abultado y siento pequeñas ráfagas de pánico que no llegan nunca a
calmarse del todo; y cuando tengo la mano ahí apoyada, la retiro de inmediato.
Sé que es una tremenda estupidez, pero como tantas cosas hoy en día, es
superior a mí. No soy ni de lejos tan fuerte como me creía hace un año, y
después de todo esto, me he reducido hasta niveles minúsculos en comparación;
al menos es así como me siento día a día.
No llevo el más mínimo equipaje, si necesito algo supongo
que me lo compraré allí, pero tenía tanta prisa por venir que no pensé en ello.
A demás, puedo volver por la noche aunque llegue de madrugada a Miami, no sería
la primera vez que aparezco a horas intempestivas por casa y Amy no dirá nada.
Supongo que se preocupará, pero por suerte o por desgracia está acostumbrada a
no recibir noticias mías en todo el día. Quizá la llame cuando aterrice desde
alguna cabina de teléfono, pero aunque sea lo que debería hacer, no quiero que
mienta a Alex si por algún motivo la pregunta, sabrá si lo hace aunque sea una magnífica
mentirosa.
Paso desapercibida la zona de embarque por la que salgo,
llena de tiernos y tristes reencuentros, o al menos a mí me lo parecen así,
porque significan que deberán irse de nuevo y todo aquello no habrá servido
para nada, pero supongo que habla mi amarga experiencia. Por ello odio las
despedidas casi tanto como los reencuentros, y quien me conoce puede
corroborarlo; sabe que si me voy de cualquier sitio por un largo tiempo, nunca
lo diré abiertamente, quizá se me escape algún abrazo de más, pero por mi boca
no saldrá ningún tipo de información, simplemente me parece que se hace sufrir
a ambas partes y si uno se va dejando una nota es mucho más sencillo, más
tranquilizador incluso, pues se le resta importancia; y cuando vea a gente
después de tanto tiempo no me pondré a llorar de alegría ni nada por el estilo,
una amplia sonrisa y un sentido abrazo es más que suficiente, pues si estoy en
esa situación es que o bien esa persona me ha abandonado anteriormente o bien lo
he hecho yo, así que tengo mis motivos para ser reservada en ese aspecto.
Mi mayor problema es que me he acostumbrado tanto a recibir
tan poco, que me aferro con todas mis fuerzas a la mínima muestra de cariño que
vea a mi favor, por mucho que lo odie. Intenté evitarlo al principio, pero era
infeliz porque no era yo misma. Creo que por eso estuve tanto tiempo con David,
pues a pesar de las peleas, siempre volvía como si nada hubiera pasado, me
besaba y vuelta a empezar. Tampoco fue una relación del todo mala, tuvimos
nuestros grandes momentos en los que pudimos ser realmente felices, pero cuando
algo termina de la manera que fue lo nuestro, uno se empeña en escoger los
buenos momentos por encima de los malos para intentar olvidarlos, sin saber que
lo único que hace es abrir las mismas heridas una y otra vez.
Sinceramente, entonces veía momentos de felicidad desde
ambientes distintos como el trabajo cuando resolvíamos un caso complicado o
cuando me sentía querida por los que me rodeaban; supongo que ese fue mi
verdadero problema: no saber diferenciar la alegría del éxito de la verdadera
felicidad, la cual en mi opinión sólo te la puede proporcionar quien te ama de
verdad. Y si comparo cualquiera de ellas con lo que siento cada vez que Alex me
sonríe con esa sonrisa de niño divertido, cuando me abraza antes de levantarse
por las mañanas y posa muy suavemente sus labios sobre los míos para no
despertarme, o cuando en mitad de la noche me estrecha entre sus brazos y, sin
venir a cuento, me susurra un ''te quiero'', todo lo demás deja de tener
sentido.
A pesar de todo, siento que le conozco más a él de lo que
llegué a conocer jamás a David, es posible que vea tanta diferencia por ello,
pero aun así es algo más allá de conocer a alguien, es sentir una conexión
especial que no sabes que la tienes hasta que, como nos pasó la primera vez que
nos vimos en Miami, puedes sentirlo sin haberse visto hace años. Puede sonar
confuso, pero es una de las cosas más claras que tengo en mi vida; esa y lo mal
que lo voy a pasar en adelante.
En el taxi intento pensar cómo saludar a mi hermano, pero
supongo que no será tan difícil como lo fue a mis padres después de tanto
tiempo; él siempre ha sido mucho más accesible. Sin embargo, creo que prefiero
improvisar sobre la marcha, será lo mejor.
No estoy segura de que se encuentre en casa, puede que esté
trabajando, pero desde luego que al menos Claire, hasta donde yo sé su novia,
debe estar, ella no trabaja y estará cuidando del niño, Christian. Llamo al
timbre y, en efecto, es ella quien me abre. Tarda unos segundos en reconocerme,
pero en cuanto lo hace me da un abrazo. Comprendo que no me haya reconocido a
la primera, nunca me ha visto con el pelo rubio, y si lo ha hecho era cuando
era más pequeña y en fotografías, la última vez que hablé con mi hermano no la
vi, ni a ella ni al pequeño, y quizá se lo ha podido tomar a mal, pero no era
mi intención, y si es así no se le nota lo más mínimo. No me pasa desapercibido
que se ha apoyado en el marco de la puerta y no ha dicho todavía mi nombre. Por
alguna razón no quiere que entre ni que se sepa que soy yo. ¿Y si han
preguntado por mí; y si el FBI sabe dónde estoy? No, no puede ser, he sido
cautelosa. De todas formas me tenso, preparada para salir corriendo si es
necesario.
¾ Estás
diferente —comenta. No ha sido ningún tipo de advertencia, así que no puede ser
nadie que represente una amenaza.
¾ Ya,
lo sé. ¿Qué está...?
¾ Tu
madre ha venido—evita que termine la frase diciéndolo a toda prisa.
Me conoce y sabe que necesito que las cosas vayan poco a
poco, ya tengo una vida demasiado acelerada como para que me presionen. Le
agradezco que me lo diga, y que evite que ella también se entere, no le
gustaría saber que he estado aquí una vez reconciliadas y no haya ido a
visitarla o a mi padre.
Tomo aire, pensando qué hacer, si entrar o no. Ya es hora de
dejar de huir, lo más difícil ya está hecho, así que no puede ser mucho peor.
¾ Supongo
que no pasará nada si la saludo, ¿no?
¾ Sería
fantástico —me sonríe.
Me deja paso y llego hasta el salón, donde mi madre,
aparentemente mejor que la última vez que la vi, o al menos ha recuperado algo
la sonrisa y el brillo en los ojos, está sentada en el sofá viendo a Christian
jugar con sus juguetes y correteando por la sala. Es increíble cómo pasa el
tiempo para un crío, antes sólo se sostenía sobre sus torpes y regordetas
piernecillas y ahora las usa como si hubiera nacido exclusivamente para ello.
Apenas me presta atención cuando entro, pues sigue absorto en sus asuntos, pero
la mujer se gira en cuanto oye mis pasos y la sonrisa le desaparece de la cara.
Tomo aire, no sé si quiere que esté aquí, si le ha sentado bien que no haya ido
a su casa; no sé nada, sólo que estoy nerviosa como una niña, nerviosa e
impaciente por su reacción. Claire apoya una mano en mi espalda, dándome
ánimos. Estoy segura que mi hermano le ha contado que en teoría todo está bien,
pero desde entonces no hemos vuelto a hablar, y han pasado cerca de un par de
meses —no llevo bien el control del tiempo, vivo al día.
Se levanta y ambas tomamos aire a la vez, pendientes de lo que
hace la otra. Si quiero que no se preocupe de más, debo tomar la iniciativa.
¾ Hola,
mamá —mi voz suena débil.
¾ Hola,
hija mía —me ofrece una sonrisa cálida.
Rodea el sofá para darme un fuerte abrazo, pero bajo mis
brazos la siento como un pajarillo vulnerable. Todo es tan diferente. El abrazo
es mucho más tranquilo que el anterior, y mucho más flojo, alejada de la
emoción de verme de vuelta; mi recuerdo era mucho más distinto. En mi mente
ella era fuerte, capaz de calmarme de cualquier cosa, pero ahora parece que
debo ser yo quien la proteja en vez de al revés. La edad la está haciendo débil,
y mi entrenamiento me ha fortalecido los músculos a pesar de llevar un tiempo
sin tomármelo en serio, pero en comparación es raro. Está mal, lo sé, pero no
puedo evitar agobiarme al poco. Se me agarra con fuerza y, aunque suene cruel
la aparto de mí, seria. No me sale otra expresión —solamente la de miedo, y no
creo que sea adecuada. Se ha aferrado como si fuera a irme para siempre. Ya ha
llorado por lo que la hice, la di su mayor disgusto, alguien a quien dio la
vida y por quien la habría dado sin dudarlo. Su propia hija. No hace más que
darme la razón; no sería capaz de tener yo uno, no lo resistiría.
¾ Albert
debe de estar al caer, ¿quieres tomar algo?
¾ Ahora
no, gracias —echo un vistazo al niño.
¾ Te
traeré agua —se dirige a mi madre y sale por la puerta.
Christian me devuelve la mirada y deja su juguete a un lado.
En seguida se pone torpemente en pie y corretea hacia mí para abrazarme. Desde
luego que sabe quién soy a pesar de que haya pasado tiempo desde que nos vimos.
Intento disimular, me estoy comportando como una persona horrible, de eso no
cabe duda, pero no me siento como para seguir fingiendo. Aun así, le cojo y me
dejo abrazar y besar. Reconozco que aunque sea reconfortante ese tipo de amor,
el más puro de todos, quizá lo sea demasiado para mí y me supere. Especialmente
ahora. Por suerte mi madre se percata de que estoy incómoda y consigue
quitármelo de encima, a pesar de que él pone todo su empeño en que no sea así.
Se aferra a mis brazos, pero la mujer es más fuerte y justo llega su madre, por
lo que afloja el agarre para cambiarlo hacia Claire. No obstante, se tira al
suelo y continúa con sus asuntos. Me muerdo el labio por dentro hasta que noto
el sabor férreo en mi boca para distraerme de él, no quiero que me noten nada
extraño, aunque creo que ya es tarde.
¾ ¿Cómo
te va en el trabajo? —Claire me pregunta.
¾ Ah,
bien. Estoy a punto de cerrar un caso bastante largo.
¾ Y
supongo que después descansarás, ¿no? Podrías pasarte unos días.
¾ No
lo sé, no te imaginas la cantidad de papeleo que hay que hacer para preparar un
juicio; y no sé si seguiré en el mismo sitio por mucho tiempo.
¾ ¿Y
en qué trabajas, hija? Creo que dijiste homicidios, ¿no?
¾ Normalmente,
ahora es...una colaboración. No puedo decir más, lo siento. Tengo que viajar a
menudo, llevo un tiempo que no hago más que trasladarme, así que se está haciendo
algo difícil.
¾ Pero
hija...
Entonces el sonido de la cerradura hace callar a mi madre y
me da unos segundos para respirar tranquila, me ha salvado de la ronda de
preguntas que iba a comenzar y que no sabría responder. No quiero hacerla daño,
ya no, lo he superado, pero tampoco decirle la verdad. Pero qué verdad es otro
tema: ¿estoy en el FBI?, mentira; ¿en la CIA?, no es seguro para nadie y se
preocuparía de más, por no decir mis intenciones de abandonar.
Oigo cómo mi hermano deja sus cosas en la entrada y me pongo
en pie para recibirle. Cuando me ve se acerca con una sonrisa a abrazarme y me
envuelve por completo. No recordaba verle con traje desde su graduación. Por
desgracia estoy demasiado acostumbrada a ver esa prenda de ropa en otra
persona, inevitablemente me causa un pequeño y constante dolor, una presión en
el pecho que me obliga a separarme de él.
¾ ¿Qué
haces aquí?
¾ Necesitaba
verte.
¾ ¿Estás
bien?
¾ Saluda
primero —susurro.
Asiente y obedece rápidamente. Cuando pasa al salón y ve a
mi madre, sentada al lado de donde yo estaba, me mira de reojo, pero continúa
como si nada. Después de besar a su mujer y abrazar al pequeño, vuelve conmigo;
me indica que le siga por la casa y me lleva a su cuarto. Si hay algo que me
gusta de él, es que siempre sabe exactamente lo que necesito, muchas veces
antes que yo.
¾ ¿Cómo
la has liado esta vez? La última vez acabaste con más de diez tíos en un
almacén. Conseguí los informes policiales, pero en ninguno aparecías
directamente, de hecho los clasificaron al día siguiente. Dime que no has
firmado nada sin consultármelo antes; sigo siendo tu abogado.
¾ El
trabajo se hará cargo de eso por el momento. Por favor, ¿puedes quitarte el
traje? No puedo concentrarme —me sale un hilo de voz; no me siento con fuerzas
para nada.
Suelta aire de un bufido en forma de protesta y se quita la
chaqueta y la corbata sin apartar los ojos de mí. Se lo agradezco en silencio,
es muy difícil tener tanta paciencia conmigo, yo no creo que hubiera podido de
ser al revés.
¾ ¿Ahora
tienes problemas también con los trajes?
¾ Bertie,
por favor. Necesito a mi hermano, no a un abogado.
¾ ¿Ha
pasado algo con...él? ¿Fuisteis a la cabaña?
Estoy intentando encontrarle sentido a qué hago
aquí, debería irme y ayudar en comisaría, no obstante, no sé si podría
concentrarme sabiendo que no es una operación cualquiera. No me creo capaz.
Supongo que es por esto por lo que no les permiten a los policías participar en
casos en los que estén implicados sentimentalmente, pero conmigo han hecho todo
lo contrario. Entonces, ¿por qué no negarme a continuar? Si ellos han hecho una
excepción, lo justo sería que yo hiciera lo mismo. Pero no puedo hacerle eso a
Amy, ha trabajado muy duro y si huyo ahora acabaría con su carrera. No se lo
merece.
¾ Fue
una pequeña bendición, no te voy a mentir. Demasiado bonito para ser verdad —me
mira para que continúe—. Me he quedado sin tiempo. Se acabó.
¾ ¿Cuándo?
¾ Mañana.
Y si me resisto, me acusarán de tráfico junto a él.
¾ Vas
con un narco —parece intentar asimilarlo.
¾ Sí,
voy con un narco —es curioso que se pueda resumir así.
¾ Vaya
líos, enana. Sé que me has dicho que no necesitas a un abogado, pero necesito
preparar algo por si...
¾ No
servirá de nada. Si quieren darme una lección, lo harán de todas formas.
¾ ¿Quién?
¿De qué tienes miedo? —intenta mirarme a los ojos— Vas a hacer lo correcto. Le
vas a entregar. Y después te pondremos a salvo, pensaremos algo.
¾ Bertie,
para. No vas a meterte en nada de esto. Debo llevarle a un sitio que controle
la policía, el problema es que no estoy segura de que sea lo mejor. Y
enfrentarme a todos tampoco es una buena opción ahora mismo.
¾ Por
mucho que os queráis...no puedes poner la vida de los dos, o tres, en peligro.
¿Desde cuándo sabes que estás embarazada? —suelta de sopetón.
¾ ¿Cómo?
—comienza a entrarme el pánico.
¾ Venga,
Al, te conozco y no te pones así porque vaya a haber una pelea, normalmente
habría que sacarte de allí. A no ser que tengas algo que perder: confías en que
él saldrá con vida, pero tienes miedo que un tercero esté involucrado. Recuerda
que leer a la gente es mi trabajo, soy bueno en eso.
¾ Eres
increíble.
¾ Lo
sé —me abraza, pero no hago nada por mi parte—. ¿Cómo lo llevas?
¾ Mal,
y me lo han dicho hace dos horas, así que no quiero imaginar en adelante.
¾ No
te preocupes por nada, te vamos a apoyar en lo que decidas ¿me oyes?
¾ ¿Incluso
si no lo tengo?
¾ Sí,
Alice, incluso eso —dice con un suspiro—. Sabía que lo ibas a decir.
¾ Y
estás en contra.
¾ Por
supuesto. Pero no me meteré, es una situación muy compleja. Sólo te voy a decir
que es lo mejor que te puede pasar en la vida, no te vendría mal algo así para
sentar la cabeza, para retirarte y dedicarte a algo más calmado.
¾ Ya
—respondo secamente.
Cuando bajamos, mi madre ya no está, por suerte, y no puedo
negar que me siento mucho más tranquila; así no puede hacerme más preguntas e
intentaré pensar con claridad sobre el asunto que lleva rondándome la cabeza
todo el día. ¿Qué voy a hacer mañana? No debería cambiar nada, tengo que ser
profesional. Pero claro, eso es fácil de decir cuando no se está en mi
situación. Si me niego a continuar, seré acusada no sólo de tráfico, sino de
cualquier delito que haya cometido a lo largo de mi vida, y la verdad es que
son demasiados como para recordarlos, sé que hay algunos homicidios por los
múltiples tiroteos en los que me he metido, desacatos, un poco de brutalidad
policial que taparon para que continuara en el FBI...
¿Estoy dispuesta a arriesgar mi vida hasta ese punto?
Tendría la cadena perpetua, y no sé si podré con ello. Antes ni siquiera
dudaría, pero ahora quizá no sea la mejor idea. Alex tomó su decisión, yo no
puedo ayudarle más. Conseguí que le quitaran ciertos cargos, pero aunque no son
suficientes, sé que serán significativos a la hora del juicio. Justo en ese
instante, suena el teléfono, como si supiera en qué estoy pensando a kilómetros
de distancia. Pero no puedo enfrentarme a ello, no ahora, cuando todavía mi
mente es un desastre. Cuelgo y apago el teléfono para no recibir más llamadas y
tener absoluta tranquilidad. Y algo de soledad tampoco me vendría mal. Mi
hermano me ha dicho que me quede con él, y estaba dispuesta a hacerlo, sin
embargo, si estoy rodeada de gente, aunque sea la que me quiere, no podré
pensar con frialdad, y es exactamente lo que necesito.
No obstante, paso el resto del día con ellos, permitiéndome
tener unos momentos de tranquilidad en los que mi cabeza está tan distraída que
apenas sabe qué día es y dónde estaré mañana. Dios, echo tanto de menos esa
sensación que duele. Daría lo que fuera por volver a aquella cabaña y parar el
tiempo indefinidamente. Espero a que se vayan a la cama y le aseguro a mi
hermano que me iré cuando entre al trabajo, pero salgo por la puerta en cuanto
me aseguro de que están dormidos. Es posible que una noche a la intemperie no
sea precisamente la mejor idea, pero desde luego conseguirá hacer que me
decida.