Translate

viernes, 28 de octubre de 2016

Capítulo 42

Cuando llego al hospital, lo primero que hago es preguntar por él. Sólo hay una persona que puede ayudarme, y aunque creo que no le agradará demasiado verme, tengo que intentarlo. De momento me aferro al recuerdo de los viejos tiempos, y no a nuestra última discusión meses atrás en la que le decía que no podíamos volver a vernos. Bueno, parece que las tornas han vuelto a cambiar para golpearme en la cara.
Me cuesta bastante que me hagan caso sin identificarme como policía o agente, pero al fin consigo que una enfermera vaya a buscarle con el pretexto de una urgencia, y no es del todo mentira. Finalmente, aparece por la puerta de la sala de espera a la que me han conducido antes, atrayendo las miradas de todos los presentes, pero se dirige directamente a mí, sin importarle nadie más que yo. No hay cambios desde la última vez, quizá la barba algo más larga, o la expresión más cansada. Me mira fijamente de arriba a abajo, posiblemente buscando heridas, antes de hablar con voz seria.
¾    Alice.
¾    No pareces muy feliz de verme —me pongo en pie.
¾    Sorprendido, mejor dicho.
¾    ¿Podemos hablar a solas? —miro alrededor y asiente.
Me lleva por varios pasillos e incluso subimos un par de plantas hasta llegar a un despacho que poco parece de médico, más bien de un empresario. En el escritorio hay pilas de papeles, un ordenador y nada personal, ni una mísera fotografía. Sé que es el suyo porque ponía su nombre en una placa a la entrada, de otra forma podría decir que hemos entrado en el primero que ha visto. A un lado tiene una camilla con utensilios, pero parece bastante abandonada. Conociéndole, debe ser un jefazo del hospital, tiene potencial para ello, y se lo merece, aunque sea sólo por soportarme, tanto en Los Ángeles como aquí. Se sienta en una silla de en frente de la mesa y me ofrece la otra.
¾    ¿Qué necesitáis? —ambos sabemos a lo que se refiere.
¾    Pues...ellos un nuevo agente y yo...ayuda —me cuesta reconocerlo.
¾    ¿Estás bien?
¾    No. Te estoy pidiendo un favor, Tom —me conoce, y sabe lo difícil que es para mí decirlo.
¾    ¿Y qué gano yo a cambio? —se cruza de brazos y se recuesta en la silla, aparentemente impasible. No debo derrumbarme. No puedo.
¾    Te deberé una muy grande —limpio mi garganta para mantener la compostura.
¾    Habla —tomo aire antes de comenzar, aunque no sé cómo hacerlo.
¾    Tienes contactos aquí ¿verdad? —asiente con la cabeza para que continúe— Necesito una prueba —aclaro.
¾    ¿Y ellos...?
¾    Extraoficialmente —impido que continúe.
¾    ¿Qué prueba?
¾    Ecografía —abre los ojos más de lo que le hubiera gustado mostrar y vuelve a su expresión de hielo, sin embargo, puedo ver las grietas.
¾    Dame un minuto.
Coge el teléfono del escritorio y comienza a decir códigos, parecidos a los de la policía, y solicita, o más bien exige, la presencia en su despacho de un especialista para que me atienda. También indica que traiga todo lo necesario, pues, según he oído, no quiere que salga de aquí, será más seguro si lo que quiero es que continúe confidencial.
Cuando cuelga, se queda mirando a la madera unos segundos antes de levantar la cabeza para clavar sus ojos verdes en los míos, seguramente intentando descubrir qué ha podido ocurrir para que acuda a él de esa manera. Está dolido, y sólo puedo imaginar lo difícil que tiene que ser para él esto, pero es un hombre adulto, y un buen profesional. Sabrá hacer su trabajo como le pida. Confío en ello.
¾    ¿Cómo pasó? —el tono neutro ha dado lugar a otro que me tiene más acostumbrada, al tranquilo y comprensivo de siempre.
¾    Tom, no creo que deba explicarte...
¾    Me refiero —me corta— a que si tomaste precauciones.
¾    No soy idiota, gracias. Sí, y me he hecho pruebas.
¾    Las cuales han dado positivo y tienes la esperanza que sean erróneas, ¿no es cierto?
Me muerdo el labio. ¿De verdad es tan fácil saber lo que estoy pensando, lo que siento? Porque tengo miedo, y él lo sabe. No sé qué ocurrirá en el futuro, ni siquiera si lo tengo, y no quiero imaginarme algo tan serio como eso. Sería demasiado, no podría soportarlo.
¾    ¿Es por el padre? —me pregunta en voz baja, intentando crear un ambiente más íntimo.
¾    Sí. No —me corrijo—. No lo sé, supongo que por todo lo que está pasando.
¾    Entonces ya sé qué quiero a cambio —le miro interrogante—. Un rato juntos. Nos tomamos un café y charlamos con sinceridad. Creo que es lo que de verdad necesitas.
¾    Pensaba que estabas especializado en el cáncer, no psicología —respondo en tono brusco—. Perdona, no sé lo que digo, estoy algo...alterada. Escucha, podría hacer cualquier cosa, evitar que alguien vaya a la cárcel, hacerle desaparecer si quieres. No malgastes un favor así.
¾    No quiero que recaiga sobre tu conciencia.
¾    Ya no sé lo que es eso —digo, sombría.
Es la verdad, he hecho muchas cosas mezquinas y reprochables, he jugado a dos bandos, he entorpecido todo en lo que me he visto involucrada, he puesto en peligro gente inocente y he asesinado a otros, quizá no inocentes, pero personas a fin de cuentas.
Con la mirada que me dirige, sé que me compadece, pero no puedo hacer nada para cambiarlo. Siempre he odiado ese tipo de actitudes, y aún más a los que permiten que se lo hagan, pero ahora comprendo que hay veces que no puedes evitarlo, que te mereces una simple mirada reprobadora, una especie de castigo silencioso mucho peor que cualquier físico. Puedes detener un puñetazo, pero no tus remordimientos.
Nos mantenemos en silencio, él revisando papeleo y yo paseando por la habitación, hasta que llega otro médico con una máquina parecida a un maletín rectangular y muy pesado. No es fácil de reconocer, ya que al ser portátil, la pantalla se encuentra recogida, no obstante, sé a lo que me enfrento y no hay que ser muy listo para saber lo que trae consigo. Yo misma lo he pedido. Ya me han hecho ecografías antes, pero de órganos para asegurarse de que el tejido se encuentre bien y cosas por el estilo después de cualquier herida, pero ninguna me ha puesto o me pondrá más de los nervios que esta. El médico es de baja estatura, calvo a excepción de la parte inferior de la cabeza y con gafas. Su expresión es bastante desagradable, si no está enfadado al menos lo aparenta muy bien. Los doctores estrechan las manos como saludo y después a mí. No es necesario que me presente, Tom ya le ha dicho que debe ser absolutamente confidencial y no me ha preguntado mi nombre. Aunque es un punto a favor más para él que para mí, pues si algo ocurriera y preguntaran, él no podría ser un testigo. Sólo me quedan unos días para seguir pensando así, unos días y podré relajarme después de llevar unos ocho años a la defensiva. A veces pienso que nunca va a acabar.
Me tumbo en la camilla con la blusa desabrochada y un sólo pensamiento en la cabeza: ha sido un error. Ahora todo seguirá como siempre, terminaré el trabajo y me iré de aquí para no mirar atrás. La pomada me produce un pequeño escalofrío, pero se pasa tan pronto como comienza a mover el aparato por mi vientre. Cierro los ojos. No quiero mirar, no quiero pensar en nada. Sin embargo, con los ojos cerrados, todo lo que veo es la cara sonriente de Alexander, imaginándose una vida juntos, como familia. Es demasiado. Centro la mirada en el techo, en la rectitud de sus líneas, en la sencillez, en... Un momento. El tipo ha dejado de mirar la pantalla, lo he visto por el rabillo del ojo. Tom y él se dirigen una significada mirada que lo dice todo.
¾    Al... —pronuncia a media voz.
No necesito más palabras. Sé lo que significa, y no quiero afrontarlo, no estoy preparada. Cierro los ojos, y ahora consigo mi propósito, ahora todo lo que veo es oscuridad, una oscuridad profunda y espesa, que me atrapa y no quiere soltarme. Por un momento veo que la solución es dejarme, pero el sabor salado en mis labios me despeja la mente. Me limpio los ojos y las mejillas con el dorso de la mano, parpadeo varias veces para impedir que más lágrimas caigan y miro de nuevo al techo. Siento que la cabeza me va a explotar de la cantidad de ideas y pensamientos que se pasean por mi mente, la mayoría inconclusos, que necesitan razonarse para tener sentido, pero aun así ocupan un espacio que no tengo. Espero pacientemente a que el médico me limpie el gel y le tienda una carpeta a Tom antes de bajar de la camilla. Siento que estoy en otro mundo, mucho más lejos de lo que puedo imaginar. Por ello, me dejo llevar sin rechistar por el hospital de nuevo, intentando calmarme de todas las maneras posibles.
Cuando llegamos a la cafetería y nos sentamos, todas las voces que me gritaban en la cabeza desaparecen para dar paso a un silencio absoluto. Ahora puedo pensar por mí misma, aunque sospecho que no es nada más que resquicios de antes, unidos para que cobren sentido. Sin embargo, todos llevan al mismo lado: ¿Qué voy a hacer yo con un bebé? No puedo darle una buena vida, soy un ser despreciable que apenas puede cuidar de sí misma, no tendría estabilidad de ningún tipo; y cómo explicarle quién es su padre es otro tema complicado, pues no quisiera mentirle, pero tampoco animarle a que le buscara. En definitiva, no puedo dejar que el tiempo pase como siempre he hecho, esta vez tengo que tomar una decisión. Y tiene que ser ya.
¾    ¿Sabes qué vas a hacer? —Tom rompe el silencio.
¾    No —mi mente no es capaz de razonar más allá—. ¿Podría abortar ahora mismo? —le miro a los ojos.
Aquí veo una salida, algo que me proporciona cierta esperanza. No tendría problemas, el bebé no sería infeliz, porque simplemente no existiría, y si hay algo que tengo claro es que no pienso darlo en adopción, no soy tan fuerte como para abandonarlo así.
¾    Sí —responde, pensativo—, pero deberías esperar. Ahora no piensas con claridad.
¾    He tomado decisiones más relevantes —intento defenderme; ya no soy la cría que conoció años atrás.
¾    Tú verás —es más cortante de lo que esperaría. Se levanta, no obstante, no se va hasta terminar su argumento—. Pero no cuentes conmigo si sigues con esa actitud.
Me fijo en que deja la carpeta en la mesa y no hace la menor intención de volver a recogerla. Está enfadado, vale, yo también. Es mi vida y yo tomo las decisiones que me parezcan mejores. Prefiero que ese niño jamás llegue a nacer que viva una vida como yo, a que sufra. A demás, no podría soportar verle cada día, me recordaría a su padre, y si pretendo olvidarme de todo, jamás lo conseguiría. No se merece tener una madre así.
Mañana volveré a buscarle y le comunicaré mi decisión, aunque no necesito pensarlo más. Será lo mejor para todos.
Hay algo que quiero hacer antes de que nada comience, no sé si será buena idea, pero tengo que hacerlo, es lo mínimo. Cojo la carpeta y salgo de allí a toda prisa.

Sé que es una locura, que no debo hacerlo y que tendré que dar explicaciones cuando vuelva, pero sinceramente me da igual. Estoy harta de informar a todos de cada movimiento que hago, si no por un lado por el otro. Por suerte, siempre llevo una tarjeta de crédito con mi verdadero nombre para que algo de mi vida sea solamente mío, aunque sea una insignificante compra. No estoy pensando con claridad, mi cabeza en estos momentos es una maraña de pros y contras de tantas cosas que pierdo la cuenta. Esto es una especie de resultado de cada decisión que he tomado en este pasado año, las cuales estoy replanteándome ahora, aunque no tenga ningún sentido. Supongo que no quiero pensar en lo que debo y por eso me encuentro así, no obstante, mi situación de shock va disminuyendo con las horas. He hecho una locura, pero me da igual, quiero vivir lo poco que me queda de vida propia. He cogido un taxi hasta el aeropuerto más cercano y allí un billete para Connecticut. Mi hermano sólo vive a media hora de allí, por lo que llegaría más rápido que yendo al JFK. Necesito hablar con él, no sé lo que le voy a decir exactamente, pero un buen abrazo suyo nunca viene mal, y mucho menos ahora. Durante las tres horas de avión, por tópico que suene y odio expresarlo así, evito en todo momento llevarme la mano al vientre o al estómago siquiera. No puedo mirar, prácticamente me lo estoy imaginando abultado y siento pequeñas ráfagas de pánico que no llegan nunca a calmarse del todo; y cuando tengo la mano ahí apoyada, la retiro de inmediato. Sé que es una tremenda estupidez, pero como tantas cosas hoy en día, es superior a mí. No soy ni de lejos tan fuerte como me creía hace un año, y después de todo esto, me he reducido hasta niveles minúsculos en comparación; al menos es así como me siento día a día.
No llevo el más mínimo equipaje, si necesito algo supongo que me lo compraré allí, pero tenía tanta prisa por venir que no pensé en ello. A demás, puedo volver por la noche aunque llegue de madrugada a Miami, no sería la primera vez que aparezco a horas intempestivas por casa y Amy no dirá nada. Supongo que se preocupará, pero por suerte o por desgracia está acostumbrada a no recibir noticias mías en todo el día. Quizá la llame cuando aterrice desde alguna cabina de teléfono, pero aunque sea lo que debería hacer, no quiero que mienta a Alex si por algún motivo la pregunta, sabrá si lo hace aunque sea una magnífica mentirosa.
Paso desapercibida la zona de embarque por la que salgo, llena de tiernos y tristes reencuentros, o al menos a mí me lo parecen así, porque significan que deberán irse de nuevo y todo aquello no habrá servido para nada, pero supongo que habla mi amarga experiencia. Por ello odio las despedidas casi tanto como los reencuentros, y quien me conoce puede corroborarlo; sabe que si me voy de cualquier sitio por un largo tiempo, nunca lo diré abiertamente, quizá se me escape algún abrazo de más, pero por mi boca no saldrá ningún tipo de información, simplemente me parece que se hace sufrir a ambas partes y si uno se va dejando una nota es mucho más sencillo, más tranquilizador incluso, pues se le resta importancia; y cuando vea a gente después de tanto tiempo no me pondré a llorar de alegría ni nada por el estilo, una amplia sonrisa y un sentido abrazo es más que suficiente, pues si estoy en esa situación es que o bien esa persona me ha abandonado anteriormente o bien lo he hecho yo, así que tengo mis motivos para ser reservada en ese aspecto.
Mi mayor problema es que me he acostumbrado tanto a recibir tan poco, que me aferro con todas mis fuerzas a la mínima muestra de cariño que vea a mi favor, por mucho que lo odie. Intenté evitarlo al principio, pero era infeliz porque no era yo misma. Creo que por eso estuve tanto tiempo con David, pues a pesar de las peleas, siempre volvía como si nada hubiera pasado, me besaba y vuelta a empezar. Tampoco fue una relación del todo mala, tuvimos nuestros grandes momentos en los que pudimos ser realmente felices, pero cuando algo termina de la manera que fue lo nuestro, uno se empeña en escoger los buenos momentos por encima de los malos para intentar olvidarlos, sin saber que lo único que hace es abrir las mismas heridas una y otra vez.
Sinceramente, entonces veía momentos de felicidad desde ambientes distintos como el trabajo cuando resolvíamos un caso complicado o cuando me sentía querida por los que me rodeaban; supongo que ese fue mi verdadero problema: no saber diferenciar la alegría del éxito de la verdadera felicidad, la cual en mi opinión sólo te la puede proporcionar quien te ama de verdad. Y si comparo cualquiera de ellas con lo que siento cada vez que Alex me sonríe con esa sonrisa de niño divertido, cuando me abraza antes de levantarse por las mañanas y posa muy suavemente sus labios sobre los míos para no despertarme, o cuando en mitad de la noche me estrecha entre sus brazos y, sin venir a cuento, me susurra un ''te quiero'', todo lo demás deja de tener sentido.
A pesar de todo, siento que le conozco más a él de lo que llegué a conocer jamás a David, es posible que vea tanta diferencia por ello, pero aun así es algo más allá de conocer a alguien, es sentir una conexión especial que no sabes que la tienes hasta que, como nos pasó la primera vez que nos vimos en Miami, puedes sentirlo sin haberse visto hace años. Puede sonar confuso, pero es una de las cosas más claras que tengo en mi vida; esa y lo mal que lo voy a pasar en adelante.
En el taxi intento pensar cómo saludar a mi hermano, pero supongo que no será tan difícil como lo fue a mis padres después de tanto tiempo; él siempre ha sido mucho más accesible. Sin embargo, creo que prefiero improvisar sobre la marcha, será lo mejor.
No estoy segura de que se encuentre en casa, puede que esté trabajando, pero desde luego que al menos Claire, hasta donde yo sé su novia, debe estar, ella no trabaja y estará cuidando del niño, Christian. Llamo al timbre y, en efecto, es ella quien me abre. Tarda unos segundos en reconocerme, pero en cuanto lo hace me da un abrazo. Comprendo que no me haya reconocido a la primera, nunca me ha visto con el pelo rubio, y si lo ha hecho era cuando era más pequeña y en fotografías, la última vez que hablé con mi hermano no la vi, ni a ella ni al pequeño, y quizá se lo ha podido tomar a mal, pero no era mi intención, y si es así no se le nota lo más mínimo. No me pasa desapercibido que se ha apoyado en el marco de la puerta y no ha dicho todavía mi nombre. Por alguna razón no quiere que entre ni que se sepa que soy yo. ¿Y si han preguntado por mí; y si el FBI sabe dónde estoy? No, no puede ser, he sido cautelosa. De todas formas me tenso, preparada para salir corriendo si es necesario.
¾    Estás diferente —comenta. No ha sido ningún tipo de advertencia, así que no puede ser nadie que represente una amenaza.
¾    Ya, lo sé. ¿Qué está...?
¾    Tu madre ha venido—evita que termine la frase diciéndolo a toda prisa.
Me conoce y sabe que necesito que las cosas vayan poco a poco, ya tengo una vida demasiado acelerada como para que me presionen. Le agradezco que me lo diga, y que evite que ella también se entere, no le gustaría saber que he estado aquí una vez reconciliadas y no haya ido a visitarla o a mi padre.
Tomo aire, pensando qué hacer, si entrar o no. Ya es hora de dejar de huir, lo más difícil ya está hecho, así que no puede ser mucho peor.
¾    Supongo que no pasará nada si la saludo, ¿no?
¾    Sería fantástico —me sonríe.
Me deja paso y llego hasta el salón, donde mi madre, aparentemente mejor que la última vez que la vi, o al menos ha recuperado algo la sonrisa y el brillo en los ojos, está sentada en el sofá viendo a Christian jugar con sus juguetes y correteando por la sala. Es increíble cómo pasa el tiempo para un crío, antes sólo se sostenía sobre sus torpes y regordetas piernecillas y ahora las usa como si hubiera nacido exclusivamente para ello. Apenas me presta atención cuando entro, pues sigue absorto en sus asuntos, pero la mujer se gira en cuanto oye mis pasos y la sonrisa le desaparece de la cara. Tomo aire, no sé si quiere que esté aquí, si le ha sentado bien que no haya ido a su casa; no sé nada, sólo que estoy nerviosa como una niña, nerviosa e impaciente por su reacción. Claire apoya una mano en mi espalda, dándome ánimos. Estoy segura que mi hermano le ha contado que en teoría todo está bien, pero desde entonces no hemos vuelto a hablar, y han pasado cerca de un par de meses —no llevo bien el control del tiempo, vivo al día.
Se levanta y ambas tomamos aire a la vez, pendientes de lo que hace la otra. Si quiero que no se preocupe de más, debo tomar la iniciativa.
¾    Hola, mamá —mi voz suena débil.
¾    Hola, hija mía —me ofrece una sonrisa cálida.
Rodea el sofá para darme un fuerte abrazo, pero bajo mis brazos la siento como un pajarillo vulnerable. Todo es tan diferente. El abrazo es mucho más tranquilo que el anterior, y mucho más flojo, alejada de la emoción de verme de vuelta; mi recuerdo era mucho más distinto. En mi mente ella era fuerte, capaz de calmarme de cualquier cosa, pero ahora parece que debo ser yo quien la proteja en vez de al revés. La edad la está haciendo débil, y mi entrenamiento me ha fortalecido los músculos a pesar de llevar un tiempo sin tomármelo en serio, pero en comparación es raro. Está mal, lo sé, pero no puedo evitar agobiarme al poco. Se me agarra con fuerza y, aunque suene cruel la aparto de mí, seria. No me sale otra expresión —solamente la de miedo, y no creo que sea adecuada. Se ha aferrado como si fuera a irme para siempre. Ya ha llorado por lo que la hice, la di su mayor disgusto, alguien a quien dio la vida y por quien la habría dado sin dudarlo. Su propia hija. No hace más que darme la razón; no sería capaz de tener yo uno, no lo resistiría.
¾    Albert debe de estar al caer, ¿quieres tomar algo?
¾    Ahora no, gracias —echo un vistazo al niño.
¾    Te traeré agua —se dirige a mi madre y sale por la puerta.
Christian me devuelve la mirada y deja su juguete a un lado. En seguida se pone torpemente en pie y corretea hacia mí para abrazarme. Desde luego que sabe quién soy a pesar de que haya pasado tiempo desde que nos vimos. Intento disimular, me estoy comportando como una persona horrible, de eso no cabe duda, pero no me siento como para seguir fingiendo. Aun así, le cojo y me dejo abrazar y besar. Reconozco que aunque sea reconfortante ese tipo de amor, el más puro de todos, quizá lo sea demasiado para mí y me supere. Especialmente ahora. Por suerte mi madre se percata de que estoy incómoda y consigue quitármelo de encima, a pesar de que él pone todo su empeño en que no sea así. Se aferra a mis brazos, pero la mujer es más fuerte y justo llega su madre, por lo que afloja el agarre para cambiarlo hacia Claire. No obstante, se tira al suelo y continúa con sus asuntos. Me muerdo el labio por dentro hasta que noto el sabor férreo en mi boca para distraerme de él, no quiero que me noten nada extraño, aunque creo que ya es tarde.
¾    ¿Cómo te va en el trabajo? —Claire me pregunta.
¾    Ah, bien. Estoy a punto de cerrar un caso bastante largo.
¾    Y supongo que después descansarás, ¿no? Podrías pasarte unos días.
¾    No lo sé, no te imaginas la cantidad de papeleo que hay que hacer para preparar un juicio; y no sé si seguiré en el mismo sitio por mucho tiempo.
¾    ¿Y en qué trabajas, hija? Creo que dijiste homicidios, ¿no?
¾    Normalmente, ahora es...una colaboración. No puedo decir más, lo siento. Tengo que viajar a menudo, llevo un tiempo que no hago más que trasladarme, así que se está haciendo algo difícil.
¾    Pero hija...
Entonces el sonido de la cerradura hace callar a mi madre y me da unos segundos para respirar tranquila, me ha salvado de la ronda de preguntas que iba a comenzar y que no sabría responder. No quiero hacerla daño, ya no, lo he superado, pero tampoco decirle la verdad. Pero qué verdad es otro tema: ¿estoy en el FBI?, mentira; ¿en la CIA?, no es seguro para nadie y se preocuparía de más, por no decir mis intenciones de abandonar.
Oigo cómo mi hermano deja sus cosas en la entrada y me pongo en pie para recibirle. Cuando me ve se acerca con una sonrisa a abrazarme y me envuelve por completo. No recordaba verle con traje desde su graduación. Por desgracia estoy demasiado acostumbrada a ver esa prenda de ropa en otra persona, inevitablemente me causa un pequeño y constante dolor, una presión en el pecho que me obliga a separarme de él.
¾    ¿Qué haces aquí?
¾    Necesitaba verte.
¾    ¿Estás bien?
¾    Saluda primero —susurro.
Asiente y obedece rápidamente. Cuando pasa al salón y ve a mi madre, sentada al lado de donde yo estaba, me mira de reojo, pero continúa como si nada. Después de besar a su mujer y abrazar al pequeño, vuelve conmigo; me indica que le siga por la casa y me lleva a su cuarto. Si hay algo que me gusta de él, es que siempre sabe exactamente lo que necesito, muchas veces antes que yo.
¾    ¿Cómo la has liado esta vez? La última vez acabaste con más de diez tíos en un almacén. Conseguí los informes policiales, pero en ninguno aparecías directamente, de hecho los clasificaron al día siguiente. Dime que no has firmado nada sin consultármelo antes; sigo siendo tu abogado.
¾    El trabajo se hará cargo de eso por el momento. Por favor, ¿puedes quitarte el traje? No puedo concentrarme —me sale un hilo de voz; no me siento con fuerzas para nada.
Suelta aire de un bufido en forma de protesta y se quita la chaqueta y la corbata sin apartar los ojos de mí. Se lo agradezco en silencio, es muy difícil tener tanta paciencia conmigo, yo no creo que hubiera podido de ser al revés.
¾    ¿Ahora tienes problemas también con los trajes?
¾    Bertie, por favor. Necesito a mi hermano, no a un abogado.
¾    ¿Ha pasado algo con...él? ¿Fuisteis a la cabaña?
Estoy intentando encontrarle sentido a qué hago aquí, debería irme y ayudar en comisaría, no obstante, no sé si podría concentrarme sabiendo que no es una operación cualquiera. No me creo capaz. Supongo que es por esto por lo que no les permiten a los policías participar en casos en los que estén implicados sentimentalmente, pero conmigo han hecho todo lo contrario. Entonces, ¿por qué no negarme a continuar? Si ellos han hecho una excepción, lo justo sería que yo hiciera lo mismo. Pero no puedo hacerle eso a Amy, ha trabajado muy duro y si huyo ahora acabaría con su carrera. No se lo merece.
¾    Fue una pequeña bendición, no te voy a mentir. Demasiado bonito para ser verdad —me mira para que continúe—. Me he quedado sin tiempo. Se acabó.
¾    ¿Cuándo?
¾    Mañana. Y si me resisto, me acusarán de tráfico junto a él.
¾    Vas con un narco —parece intentar asimilarlo.
¾    Sí, voy con un narco —es curioso que se pueda resumir así.
¾    Vaya líos, enana. Sé que me has dicho que no necesitas a un abogado, pero necesito preparar algo por si...
¾    No servirá de nada. Si quieren darme una lección, lo harán de todas formas.
¾    ¿Quién? ¿De qué tienes miedo? —intenta mirarme a los ojos— Vas a hacer lo correcto. Le vas a entregar. Y después te pondremos a salvo, pensaremos algo.
¾    Bertie, para. No vas a meterte en nada de esto. Debo llevarle a un sitio que controle la policía, el problema es que no estoy segura de que sea lo mejor. Y enfrentarme a todos tampoco es una buena opción ahora mismo.
¾    Por mucho que os queráis...no puedes poner la vida de los dos, o tres, en peligro. ¿Desde cuándo sabes que estás embarazada? —suelta de sopetón.
¾    ¿Cómo? —comienza a entrarme el pánico.
¾    Venga, Al, te conozco y no te pones así porque vaya a haber una pelea, normalmente habría que sacarte de allí. A no ser que tengas algo que perder: confías en que él saldrá con vida, pero tienes miedo que un tercero esté involucrado. Recuerda que leer a la gente es mi trabajo, soy bueno en eso.
¾    Eres increíble.
¾    Lo sé —me abraza, pero no hago nada por mi parte—. ¿Cómo lo llevas?
¾    Mal, y me lo han dicho hace dos horas, así que no quiero imaginar en adelante.
¾    No te preocupes por nada, te vamos a apoyar en lo que decidas ¿me oyes?
¾    ¿Incluso si no lo tengo?
¾    Sí, Alice, incluso eso —dice con un suspiro—. Sabía que lo ibas a decir.
¾    Y estás en contra.
¾    Por supuesto. Pero no me meteré, es una situación muy compleja. Sólo te voy a decir que es lo mejor que te puede pasar en la vida, no te vendría mal algo así para sentar la cabeza, para retirarte y dedicarte a algo más calmado.
¾    Ya —respondo secamente.

Cuando bajamos, mi madre ya no está, por suerte, y no puedo negar que me siento mucho más tranquila; así no puede hacerme más preguntas e intentaré pensar con claridad sobre el asunto que lleva rondándome la cabeza todo el día. ¿Qué voy a hacer mañana? No debería cambiar nada, tengo que ser profesional. Pero claro, eso es fácil de decir cuando no se está en mi situación. Si me niego a continuar, seré acusada no sólo de tráfico, sino de cualquier delito que haya cometido a lo largo de mi vida, y la verdad es que son demasiados como para recordarlos, sé que hay algunos homicidios por los múltiples tiroteos en los que me he metido, desacatos, un poco de brutalidad policial que taparon para que continuara en el FBI...
¿Estoy dispuesta a arriesgar mi vida hasta ese punto? Tendría la cadena perpetua, y no sé si podré con ello. Antes ni siquiera dudaría, pero ahora quizá no sea la mejor idea. Alex tomó su decisión, yo no puedo ayudarle más. Conseguí que le quitaran ciertos cargos, pero aunque no son suficientes, sé que serán significativos a la hora del juicio. Justo en ese instante, suena el teléfono, como si supiera en qué estoy pensando a kilómetros de distancia. Pero no puedo enfrentarme a ello, no ahora, cuando todavía mi mente es un desastre. Cuelgo y apago el teléfono para no recibir más llamadas y tener absoluta tranquilidad. Y algo de soledad tampoco me vendría mal. Mi hermano me ha dicho que me quede con él, y estaba dispuesta a hacerlo, sin embargo, si estoy rodeada de gente, aunque sea la que me quiere, no podré pensar con frialdad, y es exactamente lo que necesito.

No obstante, paso el resto del día con ellos, permitiéndome tener unos momentos de tranquilidad en los que mi cabeza está tan distraída que apenas sabe qué día es y dónde estaré mañana. Dios, echo tanto de menos esa sensación que duele. Daría lo que fuera por volver a aquella cabaña y parar el tiempo indefinidamente. Espero a que se vayan a la cama y le aseguro a mi hermano que me iré cuando entre al trabajo, pero salgo por la puerta en cuanto me aseguro de que están dormidos. Es posible que una noche a la intemperie no sea precisamente la mejor idea, pero desde luego conseguirá hacer que me decida.

viernes, 21 de octubre de 2016

Capítulo 41

Casi en contra de mi voluntad, rechazo una buena sesión de besos y una nueva reconciliación que de verdad prometía ser de las mejores para llamar a Amy y enfadarme otra vez. Tengo que centrarme en el trabajo por unos momentos, por mucho que lo odie, aunque estoy segura de que la conversación tendrá un tono más personal de lo adecuado.
Consigo que Alex ceda y se quede en la casa, necesito algo de tranquilidad y sobre todo estar lo más alejada posible de él cuando hable, así que salgo a dar un paseo por el bosque, con cuidado de recordar el camino de vuelta y que haya cobertura en el móvil, abrigada hasta los dientes con un abrigo de Alex, captando su olor con cada mínima brisa que se levanta. Es un día frío, el aire me golpea en la cara nada más salir y acelero el paso para entrar en calor; la nieve cubre el suelo como una alfombra blanda y resbaladiza, respondiendo a cada tópico navideño posible. Lo odio, demasiado idílico.
Me encojo en el abrigo para que me cubra mejor y marco el número de mi compañera con dedos temblorosos para esperar varios tonos sin éxito. Vuelvo a intentarlo y esta vez descuelga al segundo tono. Menos mal, porque estaba a punto de desistir. La idea de la reconciliación frente al calor de la chimenea es muy atractiva.
¾    ¿Qué tal están Bonnie y Clyde? — ¿ellos? ¿En serio que no tenía nada mejor?
¾    ¿De qué vas, Amy? ¿Tienes una ligera idea de en lo que me has metido?
¾    ¿Perdón? —está claramente confusa, pero yo no estoy de humor para explicárselo.
¾    Lo he visto en televisión. Con todos esos en la cárcel o bajo investigación, Moore no moverá ni un dedo. Tú solita te has cargado la investigación. Felicidades.
¾    Escúchame, Alice, porque no te lo voy a decir dos veces: la CIA se presentó en casa a por ti y ¿qué les iba a decir, que estabas huyendo de ellos? Revolvieron todos los archivos y se los llevaron.
¾    Los míos estaban escondidos... —replico, pensando en lo que dice.
¾    Estaban. Antes. Lo han puesto todo patas arriba. Oí una conversación, no sé bien con quién, algo así como Mel o...
¾    Meghan —corrijo—. Es a quien cabreé.
¾    Muy bien, tú como siempre —suspira—. El caso es que querían movilizar a todos para cogeros in fraganti, a los dos —enfatiza y pillo el doble sentido rápidamente—; conseguí que os esperaran y me aseguré de que sería yo quien se encargase de todo.
¾    Es decir: ahora eres tú quien me va a detener ¿no?
¾    No hay orden directa, quieren llevarte frente a...Meghan primero.
¾    Eso será si me cogen —murmuro.
¾    Ni se te ocurra, Alice. No lo pienses siquiera. Sólo empeorarás las cosas.
¾    Mira, Amy, estoy cansada de esta mierda. Si me quedo, tendré que volver a hacerlo en algún momento de mi vida; por suerte para ellos, les he dado buen material con el que chantajearme.
¾    Estás de coña —no cree que vaya en serio lo de abandonar la Agencia, ni siquiera yo estoy segura.
¾    No. ¿Te han dado tiempo?
¾    No exactamente, pero poco.
¾    Bien —tomo aire, intentando pensar algo que hacer que tenga sentido —. Necesito una semana para calmar a Moore y poder hacer algo. Y carta blanca para ambos, como si no ocurriera nada. Creo que así no sospechará —me duele el pecho, aunque no sé si es por el frío o por ver todo lo que se me viene encima.
¾    Sabes que es muy difícil.
¾    Es mi única alternativa. Diles que tengo información que sólo diré en persona, a lo mejor ceden con eso —me inventaré cualquier cosa, pero puede que no se lo crean—. Y que ayudaré con todo, a riesgo de traición —finalizo soltando todo el aire que no sabía que estaba reteniendo.
¾    La cometerás igualmente si te vas.
¾    Pero eso no lo sabrán —Alex se acerca con las manos en los bolsillos y encogido sobre sí mismo, ya que le he quitado su abrigo—. Inténtalo, ¿quieres?
¾    Ya te he dicho que será muy complicado.
¾    Te han puesto al mando —protesto en un susurro para que no me oiga él.
¾    Si tú estás cansada de la Agencia, yo lo estoy de salvaros el culo tantas veces, tanto a ti como a tu novio delincuente. Veré con quién puedo hablar —suspira.
No puedo evitar sonreír cuando lo oigo y quedamos en que en cuanto sepa algo me llamará, no obstante, hasta entonces tendremos que continuar aquí por nuestra propia seguridad. No es que sea un sacrificio, precisamente, aunque es cierto que está resultando algo agobiante no poder salir de estas cuatro paredes; y más ahora, no podemos simplemente ignorar lo que ha ocurrido, ambos tenemos miedo por los mismos motivos y opuestos a la vez, supongo que esa es la maravilla de la naturaleza humana. Definitivamente, el fin está más cerca de lo que puedo asimilar. De hecho, creo que nunca llegaré a asimilarlo por completo, no después de tanto tiempo, de arriesgarlo todo por una locura como esta, de sentir cosas tan dispares que han dado lugar a este estado mental de confusión e inseguridad permanente, por no hablar de miedo.
Sin embargo, las noticias de Amy no son del todo malas, así que hay una ínfima esperanza de que no sea un completo desastre, y eso me hace sonreír, al menos para él, que llega a mi altura, temblando de frío y nervios y le doy un abrazo para proporcionarle algo de calor. Volvemos así a la casa y le cuento, sentados al pie de la chimenea, que mi amiga hará todo lo posible por averiguar si es seguro que volvamos. De todas formas, ya tengo un plan para distraer a la policía lo máximo posible, pero requiere mucho trabajo, y aún más con mi falta de práctica en lo que a ordenadores se refiere. Espero recordar todo lo que me enseñaron y fui aprendiendo por el terreno.
No obstante, antes de empezar ya me encuentro con el primer problema: no tengo ordenador, y desde un teléfono tampoco puedo hacer nada, así que nos vestimos en condiciones y salimos en busca de algún pueblo con locutorio o biblioteca con acceso a Internet. Por suerte, en el primer pueblo en que preguntamos, encontramos una tienda que está dispuesta a dejárnoslo usar a cambio de una compra superior a cincuenta dólares. Me parece un completo abuso, pero es la única opción que tenemos, pues no pienso buscar otro sitio; hace demasiado frío como para salir siquiera.
El dependiente nos deja intimidad y busco el aeropuerto más cercano y a ser posible menos conocido con vuelos a Florida, especialmente Miami, aunque tampoco es un requisito indispensable. Consigo uno relativamente cerca, a una hora en coche, y algo aislado: perfecto. A demás, me ha llamado la atención del nombre del aeropuerto de Orange County: John Wayne. A decir verdad es eso lo que me ha convencido, la otra opción era la de Teterboro, pero ese está mucho más concurrido y seguro que su sistema de seguridad más actualizado, lo que supondría un riesgo; y también hay un Orange County en Los Ángeles, quizá me haya dejado llevar por el sentimiento de casa. Esa ciudad siempre será mi hogar, es donde está enterrada mi pequeña; no necesito nada más.
Intento recordar con toda la concentración que puedo las clases sobre ordenadores, cómo entrar en los sistemas operativos de páginas webs, qué debo tocar y qué no, cómo esquivar los sistemas de seguridad y cortafuegos sin provocar alteraciones en lo original. Agradezco en grande que Alex se haya dedicado a comprar mientras que yo estoy comenzando con esto, estoy segura de que si consigo hacerlo bien, el resto saldrá incluso mejor, y con él a mi lado me hubiera puesto más nerviosa.
Primero abro una ventana que impida localizar mi dirección IP, aunque eso es algo que hago a menudo y no le doy importancia. Después, haciendo click sobre los lugares correctos, tecleando las palabras adecuadas y con mucha paciencia, consigo acceder a las entrañas de la página web del aeropuerto, pero todavía queda mucho trabajo por delante. Moore se sienta a mi lado en silencio sin siquiera tocarme, observándome trabajar y deja una lata de refresco a mi lado. Sonrío ligeramente antes de volver a centrarme en los números y letras extrañas que aparecen en pantalla a una velocidad que apenas puedo razonar, sin embargo, siento como si fuera otro ejercicio de práctica de la Agencia, todo va y viene de una manera automática, ni siquiera me doy cuenta del tiempo que paso tecleando hasta que la pantalla se apaga de repente. Todo lo que se ve es un insondable negro y nuestro reflejo.
¾    No...No puede ser —murmuro una y otra vez; no es posible que todo se haya acabado así.
¾    ¿Qué ha pasado?
¾    No lo sé, yo no... ¡Sí! —la pantalla se ilumina de nuevo con el sistema operativo del aeropuerto abierto.
Llevo más de media hora en el ordenador, y la verdad es que me ha costado menos de lo que esperaba. Estoy segura que si lo hubiera hecho cuando estaba en activo en el FBI habría tardado no más de quince minutos, sin embargo, supongo que esto me ha pasado factura. Alex me mira, sorprendido, y antes de que pueda hablar le hago un gesto con la mano para que se calle, aún necesito concentración, no sé cuánto tiempo aguantará así.
Hay un vuelo a Miami al día, y es a las siete de la mañana. Tomo aire antes de mirar si hay asientos libres, ya no estoy tan segura de preferir esta opción. En efecto, el avión está prácticamente vacío, por lo que reservo dos asientos en primera clase —estoy cansada de ir apretada e incómoda en clase turista— a nombre de... Mierda.
¾    Por casualidad no tendrás un documento de identidad falso —le miro.
¾    Aquí no. ¿Por qué?
¾    Estoy haciendo esto para que no nos localicen, si lo pongo a tu nombre no servirá de nada, como entenderás. Tendré que hacerlos ahora —suspiro.
¾    No creo que este sea el mejor sitio —mira al dependiente.
¾    Yo tampoco. Dame un minuto.
Quizá me pase un poco con lo que se me ha ocurrido, pero no hay otro ordenador en este maldito pueblo y no me apetece que el dependiente me vea falsificar documentos. Me acerco a él y le doy las gracias con un abrazo —no parece en posición de rechazar un abrazo de una chica joven—, solo que le agarro del cuello para impedir que circule correctamente la sangre y cae inconsciente encima de mí. Alex viene corriendo, pero le indico que cierre la tienda primero para no levantar sospechas y me ayuda a mover al hombre a un lugar donde no se le vea.
¾    No sé si impresionarme, asustarme o simplemente no preguntar —dice cuando me siento de nuevo como si no hubiera pasado nada.
¾    Prefiero lo último —sugiero y me hace caso—. ¿Nombre?
¾    Mmm...Kenneth...Walker.
¾    ¿Kenneth? ¿En serio?
¾    ¿Qué? Es bonito.
¾    Si tú lo dices.
¾    ¿Rose? —frunce el ceño cuando escribo el otro nombre— Pon al menos el mismo apellido.
¾    Si yo aguanto a Kenneth, tú aguantarás a Rose Carter. Sin anillo.
Levanto la mano para que se fije en que no tendría sentido poner el mismo apellido; desde luego que no pasamos por hermanos, y sin anillos tampoco por casados. Sin embargo, él se queda mirando el dedo durante demasiado tiempo, pensativo. Finalmente, parece reaccionar y comienza a besarme el cuello, pero le empujo antes de que se le ocurra seguir más adelante, porque le conozco y es capaz.
¾    ¿Qué tal si primero nos salvo el cuello y luego pasas al resto de la anatomía?
¾    ¿Y si quiero seguir con esa?
¾    Mientras que ahora me dejes trabajar, me da lo mismo —sonríe cuando le quito la mano de mi muslo.
No tengo tiempo para esto, me pongo a crear los documentos de inmediato, intentando hacerlos lo mejor posible. Lo bueno de haber estado como policía es que sé qué es lo que miran y cómo burlar sus controles, de manera que con fotografías de Internet en apenas media hora tengo impresos dos carnets de conducir perfectos, tan sólo tengo que plastificarlos o imprimirlos como si fuera una fotocopia y que un policía lo firme para que valgan por auténticos; un agente de la CIA que colabora con el FBI. Hago la firma de Amy lo mejor que puedo y escribo el número de su placa para verificarlo; espero que no se meta en demasiados problemas si piden confirmación.
Con todo terminado, coloco al dependiente en una silla y salimos lo más rápido que podemos; incluso he limpiado por encima las huellas para hacerlas más difíciles de reconocer. Esta vez no es por ningún tipo de paranoia, es simplemente que no me fío de que haya salido completamente bien todo esto y quiero asegurarme que en ese caso no puedan incriminarnos directamente. Es simple seguridad.
En la cabaña, cumplo la promesa de que continúe con el resto de mi anatomía con gusto, ciertamente resulta reconfortante ver que ni siquiera descubrir nuevas cosas de mí que jamás se esperaría, cosas que no encajan ni de lejos con Du' Fromagge, le detiene de expresarse al máximo. Recogemos todo antes de irnos al día siguiente y coger ese avión a horas intempestivas. Debo dejar el coche en el aeropuerto, pero en cuanto se acerque a la zona donde hay cámaras, la matrícula quedará registrada, de modo que aparco antes de llegar y andamos hasta la terminal. Por suerte, puedo dormir el poco tiempo de vuelo, al fin tranquila porque no ha habido problemas en el embarque con los datos falsos —han introducido en el ordenador el número de placa, y lo que sea que les ha salido ha tenido que ser lo suficiente convincente como para dejarnos pasar sin preguntas, incluido Alexander, que continúa con su política de ''prefiero no saber'', que le agradezco profundamente, me ahorra muchos problemas.
Supongo que se ha dado por vencido en descubrir mis secretos, son demasiados como para prestarles atención sin volverte loco, muchas veces ni siquiera yo los recuerdo y aparecen de repente, recordándome algo horrible que hice años atrás o algo por el estilo. En verdad creo que tengo los mismos motivos o más que él para ir a la cárcel, la única diferencia es que estamos en bandos opuestos; si él hubiera sido el policía, yo ya llevaría mucho tiempo entre rejas y él seguramente tendría una familia feliz de la que cuidar cuando llegase a casa. Algún día la tendrá, estoy segura de ello, alguien tan bueno no puede terminar sus días en la cárcel, simplemente no es justo juzgar a alguien por unos errores cometidos en el momento menos adecuado, por intentar hacer orgulloso a un padre desquiciado y sediento de sangre. No se lo merece.
En cuanto aterrizamos, informo a Amy para que venga a recogerme, prefiero no pisar la casa de Moore todavía, no cuando la cuestión de vivir allí aún sigue en el aire. No obstante, con todo lo que ha pasado la respuesta no necesita ser pronunciada, es lo mejor para ambos ahora mismo; cada uno quiere mantener vigilado al otro por motivos propios y ni siquiera lo hemos vuelto a discutir, se ha dado por sentado. Por eso quiero que mi compañera me lleve directamente a mi casa para comenzar con la mudanza; no espero llevarme gran cosa, pero al menos coger toda la ropa que sea necesaria para hacerlo creíble. A él, por otro lado, viene a recogerle Miguel, el médico que nos ayudó cuando se le abrieron los puntos del tiroteo después del burdel con Coleman. Ante la sorpresa de encontrarse a Amy, me saluda amistosamente con un abrazo antes de irse con Alex y dejarnos solas —lo que no sorprende a nadie es que nos despidamos con un largo beso, a fin de cuentas ''somos jóvenes enamorados''. Me dice con extrema dulzura que mantenga el teléfono encendido y a mano por si ocurre cualquier cosa, sé que no quiere decirlo, pero es más que notable que tiene tanto miedo como yo, aunque lo mío es por otra cosa.
No quiero hablar de nada serio, como mínimo, hasta llegar a casa, así que pretendo mantenernos ocupadas con trivialidades y pido que nos detengamos en una farmacia para comprar aspirinas, y por suerte no me acompaña, al menos mi niñera no llega hasta ese punto. No obstante, una vez en casa no puedo librarme de la realidad, y mucho menos con el recuerdo de lo que ocurrió hace tan poco aquí. Me tiro en el sofá con los ojos cerrados, visualizando sin querer el cuerpo inerte y sangrante de David en mis brazos, a Alex golpeado huyendo, la huida con Paulie y el peso de la pistola en mis manos junto al retroceso que tensó mis músculos...
No hay punto de comparación entre la temperatura de esta mañana, prácticamente helando, a la de ahora, en la que una camiseta te estorba del calor; es mucho más agobiante de lo que recordaba y empeora el dolor de cabeza que está empezando a surgir, como si supiera que he mentido en lo de comprar aspirinas. Debería haberlas cogido. He de reconocer que me sorprende que Amy no haya comenzado con el interrogatorio, a pesar de agradecerlo, pero sé que está esperando a que yo diga algo para atacar. De manera que, sin abrir los ojos y con la mano en las sienes, comienzo a hablar.
¾    ¿Sabes algo de David?
¾    A estas alturas pensaba que ni te acordabas —hay un tono extraño en su voz, aunque al menos no es de reproche.
¾    No estoy para juegos.
¾    Bien —suspira—. Le dieron el alta y están tramitando una orden de alejamiento, pero como no analizaron tus lesiones no hay nada seguro.
¾    Sí, fue desconsiderado por mi parte irme para que otro tipo intentara matarme, lo siento —me lanza una mirada reprobadora—. ¿Qué?
¾    Parece que te lo tomas a broma. Tuvo suerte de que el tirador no fuera muy preciso, unos centímetros más y podría haber sido mortal. ¿Qué pasó? ¿Por qué no le han tomado declaración? Estaba preocupada por lo que pudiera decir.
¾    Ya veo que actúan rápido —murmuro—. Ya no importa lo que pasara, nuestra querida Agencia lo va a tapar. Por cierto, ¿cómo va tu plan? Me estoy quedando sin tiempo, por ahora me voy con Moore a su casa.
¾    Estás loca. Definitivamente. ¿Sabes lo que significa esa decisión?
¾    Sí: más confianza.
¾     Menos libertad —rebate—. No podemos detenerle si te tiene vigilada las veinticuatro horas. 
¾    No digas tonterías, ya me tiene vigilada desde hacía tiempo. Sabes que no irá a mucho peor, tendré más tiempo para registrar lo que tú no pudiste.
¾    ¿Cuándo piensas irte?
¾    Hoy, supongo. Mira, entiendo que hay que cortar por lo sano de una vez, que está débil y tiene miedo, pero ¿qué pasa cuando acorralas a una fiera? Que ataca con más fuerza. Desde dentro podré hacerle creer que tiene más espacio, es lo menos arriesgado —me duele ser tan fría, pero es lo necesario para que me crea.
¾    Y entonces llamamos a la perrera.
¾    Las fieras van al zoo, Amy, no puedo creer que haya estado tanto tiempo con una inculta —bromeo y me lanza un cojín.
¾    Idiota —sonríe—. Venga, tenemos trabajo por delante.
Amy me ayuda a llenar la misma maleta con la que llegué el primer día para, de algún modo, volver al punto de partida. O incluso peor, pues al menos tenía claro que debía meterle en la cárcel, que se lo merecía, sin embargo, ahora no estoy segura. Y es esa duda la que va a hacer que me maten, un bando u otro.
No cojo nada personal, dejo mi navaja, fotos sueltas, etc. en su sitio, tan sólo será una carga más y no me apetecen dar explicaciones o tener que mirarle a los ojos para ver esa mirada de confianza total e incluso cierto dolor por sentir que no es recíproco. El problema es que no puedo ser sincera con él sin ponernos en peligro, aunque tampoco sé lo que haría si descubriera toda la verdad sobre mí, comenzando desde que le conocí.
Mi compañera me deja su maleta para que la mía pueda cerrar —hemos comprado ropa por el camino, pero no tirado nada, así que sería bastante complicado que cupiera todo— y las preparamos en el umbral de la puerta para cuando volvamos. Por ahora, me ha prometido llevarme a la comisaría para explicarme mejor lo que ha pensado y que, según ella, yo le dé los últimos retoques, pues soy quien conoce bien a Alex y sus posibles reacciones. Y tiene razón en eso, el único inconveniente es que no sé si seré capaz de actuar de manera completamente imparcial en todo esto, siempre me he caracterizado por dejarme llevar por los impulsos, espero ser capaz de controlarlos por esta vez.
Miramos una y otra vez en el retrovisor por si alguien nos sigue, sin embargo, vamos solas en la carretera, pero Amy no termina de creérselo y prefiere dar un buen rodeo por la ciudad antes de dirigirse a la comisaría directamente, de manera que en vez de cinco minutos son treinta de viaje, los justos para que comience a anochecer y me haga darme cuenta de que el móvil no ha sonado en todo el día, y eso no debe ser buena noticia. En cuanto ponemos un pie en la comisaría, se me borra de la mente, ahora abrumada por todo el bullicio de teléfonos, conversaciones, papeleo... Comparado con la calma de la cabaña, todo esto es un completo desastre a pesar de parecer llevarlo bastante bien, pero no quita que me sienta algo agobiada por tanta gente junta, corriendo de un lado a otro, saludando y despidiéndose. Mi vista no consigue detenerse en ninguna acción concreta, salta de un par de policías comentando las navidades en familia a un investigador analizando las pruebas de un caso que se complica. No sé si estoy lista para volver a esto todavía, demasiado ajetreo por ahora. Es cierto que antes era lo que me ayudaba a seguir adelante cada día, pero ahora lo veo demasiado trivial, hay tanto mal en el mundo que no se puede hacer nada desde una pequeña comisaría, ni siquiera desde la mismísima CIA, aunque primero habría que limpiar sus propios pasillos de porquería.
Sigo a mi compañera a una sala más tranquila con una pantalla enorme que parece actuar también de pizarra —seguramente cortesía de la Agencia, porque parece demasiado cara para que se la puedan permitir aquí y todavía tiene algunos plásticos pegados, a demás de ser igual a la que usan ellos— y varias sillas vacías que seguramente se llenarán en cuanto lleguemos a un acuerdo. Justo después de nosotras, llegan Aaron y un analista del FBI especializado en ordenadores, supongo que para que ningún dato pase desapercibido, para que todo quede registrado. El policía trae un mapa consigo de Miami Beach con los locales bajo el control de Moore marcados con rotulador azul, mientras que el del resto de mafias tienen colores distintos. Me pregunto cuánto tiempo les habrá costado completarlo, porque muchas veces es difícil saber quién está al mando y tan sólo hay dos o tres sin marcar. No pasa desapercibido que los negocios de Paulie continúan apareciendo como si fueran de su jefe y los de Coleman están tachados —intervenidos por la policía y desmantelados, sin duda. Con el mapa extendido y sin decir nada, cojo un bolígrafo para completar los que faltan y corregir los apropiados, dando la explicación una vez terminado. Ellos lo aceptan sin rechistar, tampoco es que tengan otra opción, ya les he deshecho su perfecto y precioso mapa. De todas formas, es un mapa erróneo, la mayoría está en azul y si se presenta la policía a arrestar a su jefe en cualquiera de ellos, está más que claro que presentarán batalla, por no hablar de que no lo encontrarán. Espero que no hayan sido tan estúpidos como para pensar que sería la mejor opción.
¾    ¿Por qué habéis traído este mapa? —pregunto con cautela.
¾    Porque es la zona que mejor conocemos. Y donde tenemos más operativos —responde Aaron, convencido.
¾    Queréis hacerlo aquí ¿no? —adivino— En un lugar público para pasar desapercibidos.
¾    Exacto —pues sí, sí son tan estúpidos—. ¿Algo que decir? —añade al ver mi expresión que fácilmente podría ser de asco— Porque que yo sepa, somos nosotros quienes hemos estado planeando todo mientras tú estabas desaparecida, matando gente en Nueva York. Vi las noticias —no sé a qué viene tanta agresividad, siempre nos hemos llevado bien, le he tolerado en casa, y eso es importante.
¾    Amy, controla a tu novio —digo con toda la calma del mundo, seria—. Y ni se te ocurra escribir eso —amenazo al analista y baja la cabeza tras asentir con cierto miedo.
¾    Aaron, ella está para dar su opinión, tiene tanto derecho como el resto —mi compañera intenta mediar—. Ahora, Al, dinos qué harías en nuestro caso.
¾    No esto, desde luego —me lanza una mirada reprobatoria—. ¿Qué? Sabes tanto como yo que no tiene ni pies ni cabeza. Estos son criminales experimentados, les da lo mismo herir a inocentes si hay un tiroteo. ¿O es que pensabais que se iban a quedar de brazos cruzados mientras la policía se lleva al jefazo?
¾    Ahí es donde entras tú. Harás que vaya solo y desarmado. Y será mejor que tú tampoco lleves pistola, no queremos que nada salga mal.
¾    A ver, dadme un momento, creo que no lo he entendido. Queréis que vaya desarmada a un maldito tiroteo que A: ha sido mi culpa; y B: estoy segura que a más de uno no le remordería la conciencia si una bala perdida acaba dentro de mí —o varias—. Perfecto. Un plan magnífico, Amy, os felicito. Mucho mejor que el secuestro, desde luego —salgo de la habitación, indignada.
¾    ¡Alice!
¾    Diez malditos minutos, por Dios. Sólo necesito eso.
Sí, definitivamente el calor ha afectado a mi compañera demasiado. No puede estar hablando en serio sobre lo de ponerme en peligro, ella siempre ha sido la prudente en todo, la que evitaba que nos metiéramos en peligros de más. ¿Para esto rechazo a la Agencia; por algo peor incluso? No, tiene que ser una broma, no es posible que cuando por fin decida sentar la cabeza me hagan arriesgar el cuello de nuevo. No pienso hacerlo, no. Ni en broma. ¿Y Alex; es que nadie ha pensado en él? Se cree que ha asesinado a bastantes policías, o bajo su nombre, al menos, y estoy segura de que estamos en la misma situación. Un policía podría fallar un tiro fácilmente y acabar con él. No pienso permitir que eso suceda, nadie le hará daño mientras que yo esté aquí.
Parece que nadie ha decidido seguirme, así que aprovecho para meterme al baño. Me lavo la cara con agua fría para despejarme antes de sacar del bolso la caja que he comprado antes, me quedo mirándola por unos segundos en los que me decido por hacerlo finalmente y me meto en un baño.
Siete minutos después —sí, estoy llevando la cuenta a la perfección— estoy apoyada en la fila de lavabos de fuera, sin saber bien qué hacer. Es posible que esté mal, estas cosas suelen fallar más de lo que la gente piensa. O eso me repito una y otra vez para calmarme. Aún lo tengo en la mano, estrujándolo, sin terminar de creérmelo. Si lo tiro ahora puede que me dé cuenta de que ha sido un sueño, todo ha sido demasiado rápido, hay tan pocas probabilidades de que sea cierto que seguro que no lo es. No, claro que no lo es. ¿Cuánto tiempo ha pasado, un mes, dos? Vale, desde entonces ha sido bastante asiduo, pero sigue siendo muy poco, y casi todas las veces tuve cuidado. Casi. Mierda. No. Me niego a que sea cierto, demasiados problemas tengo ya como para...
¾    Al, por fin —Amy irrumpe y escondo la mano tras de mí—. No sabía dónde estabas, pensé que te habías ido.
¾    He dicho diez minutos —evito su mirada—. ¿Es que no podéis respetar eso?
¾    Estoy preocupada, eso es todo —veo que me mira extraño, pero sigo evitándola, buscando una papelera cerca que ella no note lo que tiro—. ¿Pasa algo?
¾    A parte de que quieres hacer que me maten, no, todo perfecto.
¾    Sabes que no es cierto, llevarías chaleco y te sacaríamos de allí con la mínima sospecha. Siempre te has lanzado de cara al peligro, lo hiciste hace dos semanas, no entiendo por qué ahora... ¿qué tienes ahí?
¾    Si no te lo enseño es porque no quiero que lo veas —un simple «nada» hubiera sido muy típico.
Intento metérmelo en el bolsillo, pero ella adivina lo que iba a hacer y me retiene el brazo. Forcejeamos, incluso llegamos a casi pelearnos, pero ella se detiene a tiempo, pues era claramente quien iba ganando. Yo estoy algo oxidada y ella ha continuado entrenando, no hay más que ver la velocidad de movimientos y que me tiene inmovilizada contra el lavabo, con un brazo inutilizado, exactamente en el que tengo agarrado lo que la interesa, y me lo quita antes de soltarme de un empujón para alejarme e impedir que vuelva a atacar; aunque no era necesario, no me apetece pelear, no estoy de humor ahora mismo. Tarde o temprano se tenía que enterar si es cierto, quiero decir que no es algo que se oculte fácilmente. Es bastante evidente. Y si es falso, tampoco hay nada de lo que preocuparse, tan sólo ver a un médico y que me tranquilice al fin.
O a ella. Está mirándolo seria, con su cara de «no sé lo que hacer así que mejor no hacer nada», parecida a la mía cuando lo he visto. Después de un tiempo que me parece eterno, se da la vuelta y se dirige a la puerta, por un momento pienso que va a salir de allí e informar de ello, a fin de cuentas es quien está al mando y quien está tomando las decisiones que menos me esperaba, pero cuando bloquea la puerta hace que se me escape un suspiro de alivio. Pase lo que pase, al menos de momento quedará entre nosotras. Yo miro en el resto de baños para asegurarme de que estamos realmente solas y me siento en la piedra de los lavabos, seguramente una mala imitación de mármol, pero no me puedo quedar quieta y en cuanto se acerca vuelvo a ponerme en pie. Siento que necesito hacer algo, que si me paro, el mundo lo hará también.
Mi amiga toma aire, pensando algo que decir que no sean insultos, probablemente. Yo haría eso en su lugar. Lo he estado haciendo desde que vi las dos rayas rosas.
¾    ¿De cuánto es el retraso? —dice soltando aire.
¾    Una semana —murmuro.
¾    ¡Joder, Alice! ¿Y se puede saber por qué no lo has mirado antes? —pierde en poco control que tenía.
¾    Porque estas cosas suelen pasar, una semana es muy poco. No quería que él se enterara. Tampoco hubiera cambiado nada mirarlo antes.
¾    Habría pensado otro plan. Algo menos peligroso para los dos. O los tres.
¾    No es seguro, ¿vale? Estas cosas fallan —continúo auto convenciéndome.
¾    Te creía más inteligente. ¿Cómo coño has dejado que esto pasara?
¾    No lo sé, no recuerdo... —aunque si lo pienso, sí es cierto que no hemos tomado precauciones más de una vez.
¾    Para matarte, Al, sabía que eras un desastre, pero no hasta ese punto. Pensaba que te querías más. A no ser que lo hayas hecho a posta.
¾    ¿Qué? ¿Por quién me tomas? Como si ayudara de alguna manera, me escape o no. Soy gilipollas, hasta ahí lo entiendo, pero no necesito que me lo recuerdes.
¾    ¿Y qué se supone que tenemos que hacer? ¿Esperar a ver si engordas o qué?
¾    De momento conseguir un plan que no conlleve tanto riesgo, y luego consultar con un médico.
¾    La Agencia se enterará —niega con la cabeza—. No podrías haberte estado quietecita, no, tenías que liarlo todo.
¾    Perdona, pero eras tú quien decías que tenía que divertirme un poco.
¾    ¡Pero no quedarte embarazada!
¾    ¡No es seguro! Le quiero, y él a mí, y somos adultos, no pretendes que nos quedáramos mirando al otro durante todo este tiempo. Antes me apoyabas.
¾    Antes pensaba que no eras estúpida, no hasta este punto.
¾    Eso ha dolido, ¿sabes?
¾    Bien. Porque será lo mínimo que escucharás como alguien más se entere.
¾    No lo dirás, ¿verdad? Amy, por favor...
¾    Cállate. Por supuesto que no. Pero quiero una solución para mañana, y no me vale lo de «es un falso positivo». Cuando te calmes ven a donde antes, nadie saldrá de allí hasta que tengamos un plan sólido; a última hora vendrá un agente de la CIA para darle el visto bueno y te aseguro que se quedará con el resto hasta mañana si es necesario. Yo me encargo de tirar esto —vuelve a coger el test que había dejado y sale de allí.
Ahora sí que parecía una verdadera jefa, organizando y más decidida que nunca a acabar con esto. Para ella también es duro, posiblemente tendremos que irnos cuando se detenga a Moore, y sé que siente algo serio por Aaron; separarse tampoco será fácil, quizá por eso él esté tan enfadado, a demás una parte de mi trabajo aquí es estar con Alex, hacer precisamente lo que Amy acaba de reprocharme, pero ellos no pueden estar juntos, no lo tienen permitido y deben ocultarlo por su bien. A estas alturas no es duda para casi nadie que mis sentimientos son reales, lo que entiendo que debe ser motivo de duda ante mis acciones, por razonables que sean en muchos casos; sólo por ser yo quien las ha dicho, no es seguro que sean correctas. Qué asco.
Tal y como ha dicho mi amiga, espero un rato a calmarme y vuelvo a la sala de donde he salido corriendo con una disculpa en mis labios que, al ver el aún hostil gesto del ''amigo'' de Amy, no permito que salga. Consigo concentrarme al máximo en el objetivo y veo cómo ella está contenta de que así sea; reemplazo la figura de Moore en mi mente por la de cualquier otro sospechoso, reuniendo todos los datos útiles que tengo para conseguir ser lo más eficiente posible. Sólo salgo de allí para llamarle por teléfono y decir que esa noche saldré con mi amiga y que no iré a dormir, que seguramente vaya de madrugada o a primera hora y que no se preocupe de nada. Se lo toma mucho mejor de lo que pensé y necesito un gesto amable de apoyo por parte de Amy para continuar con el trabajo. Efectivamente, el agente de la CIA llega cuando el plan continúa a medias y he de admitir que en ocasiones resulta de ayuda, aunque sus condiciones son bastante...incómodas: él elige la fuerza con la que se tomará la operación. Eso es lo que hace que elija un sitio público pero sin demasiada gente, a una hora en la que nadie sale a la calle, y en la que puedan acceder todos los agentes que él pida, aunque sean del FBI y él no pinte nada. Dice que es un mero representante y que con la luz verde de la Agencia, la Oficina actuará tal y como se le ordene, a fin de cuentas la CIA continúa siendo hasta cierto punto secreta ¿no?
Con el plan formulado y asegurándome de que no tengo que volver hasta que la detención ocurra, al fin salimos de allí. Soy la única que no he tomado café para mantenerme despierta, cuando salga quiero ir con él y dormir a su lado, aunque sólo sean un par de horas, por estúpido que suene, quiero disfrutar del poco tiempo que me queda. Un taxi me lleva a un par de manzanas alejada de la casa y decido andar el camino que queda para despejar la mente, a lo que ayuda la soledad de la zona y el comienzo del amanecer, igual que una pequeña esperanza de un nuevo y mejor día.
La siguiente semana la dedico a aprender el negocio desde un punto de vista diferente, presto atención a detalles que como policía jamás lo haría, en lo bien organizado que está, en el código de honor que mantienen entre ellos, en la desconfianza hacia Alex tras los últimos problemas... Ignoro las llamadas de mi compañera, no le he dado la solución que quería y no pienso hacerlo, intento olvidarlo cada día que pasa, cada día que el retraso va creciendo y mis esperanzas de que sea un falso positivo descienden. Lo había achacado al estrés, al exceso de adrenalina, al cambio de tiempo, al cambio de ambiente, a los cambios de humor tan repentinos que habían sucedido en los días anteriores...en general, a cualquier mínima variación de mi 'rutina' habitual, muchas veces es eso lo que hace que el cuerpo se desestabilice. Sin embargo, con el segundo test y el mismo resultado, no me queda más que rendirme y decidir buscar un médico. El problema es que ¿quién lo haría extraoficialmente sin pagarle? El dinero que tengo en efectivo se lo di a Alex para que se recuperara del bache que está pasando y pagara a sus empleados, de manera que yo me he vuelto a quedar sin nada, y no pienso pedírselo a nadie.
Moore es informado de que hubo una limpiadora que sólo apareció el primer día, pero como no se fiaban de ella, mejor que mejor, y parece que nadie ha notado nada raro respecto a eso, bien por Amy; a pesar del ambiente de incomodidad y extrañeza que se respira en cada metro de la casa: se ha doblado la seguridad, Alex trabaja en su despacho hasta altas horas y, aunque comemos juntos, lo hace a toda prisa para volver a ello. Por las noches está tan cansado que un par de veces he tenido que despertarle de su mesa para llevarle a la cama, e incluso en una ocasión sólo cedió a dormirse una siesta en el sofá del despacho. De todas formas, siempre estoy con él, y en cierto modo le reconforta mi presencia, a demás es una especie de presión para que duerma en condiciones, pues cuando yo me quedo en el sofá mientras trabaja, observándole o leyendo, y me duermo, él me sube a la habitación; esa manera ha sido la única de conseguir que descanse, aunque sé que tiene pesadillas, se mueve, murmura y suda en sueños, y apenas puedo calmarle.
No es un tiempo perfecto, no como me lo imaginé, pero es lo más parecido a una vida real que podemos llevar. Las detenciones del resto de mafiosos han hecho verdaderos estragos, no sólo en sus ojeras, sino en todo él. Es más que notable que tiene miedo de que le pase lo mismo a cualquiera de nosotros, y aunque esté centrado en el trabajo para impedirlo mediante un control que diría excesivo, intenta a su torpe y cansada manera de cuidar de mí —que aunque me duela, lo agradezco, es una dosis de normalidad entre nosotros— besándome a cada rato, llevándome de la mano a cualquier sitio donde nos presentamos para controlar el funcionamiento de los locales e incluso permitiéndome intervenir en las reuniones —que se han hecho diarias— de sus jefes, aunque yo prefiero sentarme y escuchar a veces, otras simplemente me evado. Ellos también tienen miedo, con la detención de las cabezas mafiosas, el resto de sus hombres querrán ocupar su lugar y podrían incluso provocar enfrentamientos allí, en Florida, que les metiera en problemas por llamar la atención de la policía.

Con todos estos conflictos por estallar, el mío personal no es uno más, representa un riesgo para sus enemigos y los míos. Por eso tengo que resolverlo antes de que acabe.