Dejo que Alex conduzca la mitad del camino
hacia la cabaña. Le he dicho que me he chocado con una puerta y que me he
encontrado con un viejo amigo, del cual era el coche, pero sé que no me cree y
está enfadado por mentirle. No me responde cuando le hablo, así que no creo que
venga mal una demostración de confianza por mi parte diciéndole a dónde vamos.
A demás, no hace más que empeorar la situación, porque me da tiempo para pensar
en qué voy a hacer en adelante, y es lo último que quiero. Ahora es momento de
estar con él, de olvidarme del mundo y que sólo existamos nosotros, y con la
confirmación de antes —con la colaboración de Patrick—, estoy más segura que
nunca de lo que siento y quiero que dure lo máximo posible, aprovecharlo hasta
el final como si fuera el último día, porque es posible que lo sea.
Sin embargo, él ni siquiera comenta
mis indicaciones, se limita a conducir como si yo no estuviera a su lado. Me
enfada que esté enfadado, es a mí a quien le duele la nariz, pero también quien
acaba de besar a otro, aunque no haya significado nada, así que será mejor que
no diga nada de lo que ha pasado, pero no se solucionará hasta que lo haga.
Espero a llegar a la casa para hablar
con él, al menos será un lugar seguro en el que si cualquiera se altera no
provocará un accidente. He decidido que me da igual si ve fotografías, a fin de
cuentas ya ha visto a mi hermano, así que se puede figurar que es suya y que me
ha dado las llaves, lo que es cierto. Me sigue en silencio mientras busco una
habitación en la que dejar las maletas; no habrá problema en que sospeche que
ya he estado antes, porque siento como si no fuera así: la decoración es muy
parecida, quizá algo modernizada, pero las habitaciones están cambiadas. La de
mis padres sigue igual, no obstante, la mía ahora es el cuarto de un bebé; la
de mi hermano y la de invitados han sido juntadas y es una de matrimonio; y el
sótano, que usábamos como cuarto de juegos, es otra habitación casi
independiente del resto de la casa, pues hay un baño y una pequeña cocina. Sea
de quien fuere la idea, debo reconocer que es buena, incluso tentadora; el
sótano es tranquilo, aislado, sin problemas...pero no creo ser capaz de
aguantar ahí durante un tiempo indefinido, así que me instalo en la de mi
hermano, subiendo las escaleras igual que el resto. El piso de abajo es una
estancia diáfana, con el comedor pegado a la cocina y el salón ligeramente
alejado, presidido por una chimenea y una enorme televisión encima —un punto
para el que lo haya pensado, aunque no está en mis planes utilizarla—. Desde
luego que antes no era así, se parecía más a las típicas casas de las
películas, antigua, sin tecnología, todo hecho de madera que cruje con
mirarla... Ahora entiendo que mi hermano quiera venir, es un pequeño paraíso.
Con las maletas una vez en la
habitación, bajo para encender la chimenea —no consigo encontrar el panel de la
calefacción— y Alex se queda arriba, deshaciéndola y colocándolo todo en el
armario, incluido lo mío. De no saber por qué lo hace, hasta me gustaría, pero
sé que es para alejarse de mí, y de verdad que duele casi tanto como el golpe,
que ha comenzado a hincharse y me cuesta respirar hondo. Sinceramente, aunque
suene mal, espero que Patrick tenga un gran moretón por toda la mandíbula.
Cuando él baja, yo ya he colocado en
la nevera la comida y la chimenea arde como nunca, y aunque estoy deseando
hablar con él, no me salen las palabras. Está vestido con los pantalones
vaqueros que se probó en Nueva York y una sudadera abierta hasta la mitad del
pecho, dejando ver los desarrollados pectorales —no sé de dónde saca tiempo
para hacer ejercicio con tanto trabajo, pero vaya si lo aprovecha— y lleva una
vela en la mano que no tengo ni idea de dónde ha sacado.
¾ ¿Arriba
no hay luz?
¾ Ven.
Ni siquiera espera a que le siga, lo
da por sentado, y vuelve a subir las escaleras. Le hago caso sólo por
curiosidad, y resulta que tengo que reconocer que sabe cómo sorprenderme. Me
lleva hasta el baño principal, que está iluminado sólo con velas y tiene la
bañera preparada, a demás de un botiquín abierto en el lavabo.
¾ ¿De
dónde has sacado todo esto?
¾ Lo
pedí en el hotel.
Deja la vela que llevaba y me coge de
la mano para sentarme en un taburete que había escondido tras la puerta. Él se
pone en el borde de la bañera con el botiquín y comienza a limpiarme la herida
del puente de la nariz con cuidado, aún serio. Cierro los ojos y me muerdo el
labio por dentro para que no se dé cuenta de que me duele aun así, sin embargo,
noto que se queda mirándome fijamente y tengo que abrirlos. Se levanta de un
movimiento brusco y se aleja.
¾ Soy
idiota. Dejo que vayas sola y... ¡Joder!
¾ Alex,
ya me conoces, sabes que iba a entrar de todos modos. No habría cambiado nada,
me hubiera dado contra la puerta igualmente.
¾ Tendría
que haberte protegido.
¾ ¿De
una puerta? —me río— Vamos, Alex, hay cosas superiores a nosotros.
¾ Bueno,
al menos sé que en casa tengo que dejarlas siempre abiertas —sonríe.
¾ Tampoco
te pases —le desabrocho la sudadera, no lleva nada debajo.
Parece que está de mejor humor y
aprovecho para besarle, saboreando cada sensación: el pequeño escalofrío, el
posterior calor creciente, el ansia, el corazón agitándose en el pecho, mis
manos inquietas por su cuerpo... Comparar siquiera sería una ofensa. Por
suerte, me corresponde y acabamos en la bañera hasta que estamos arrugados como
pasas y el agua fría, pero nuestros cuerpos no tienen esa sensación hasta mucho
después.
Como no nos apetece cocinar, pido
pizza a domicilio —tardan casi una hora en llegar, comprensible pero
intolerable para mi estómago hambriento— y pasamos el resto del tiempo leyendo
un par de libros de la estantería hasta que nos quedamos dormidos en el sofá,
aunque por la mañana me despierto en la cama.
La nuestra no es la historia más
bonita ni la más perfecta, simplemente es nuestra y con eso basta.
Durante los siguientes días, por la
mañana nos dedicamos a pasear por la zona hasta que estamos empapados por la
nieve o la lluvia y tenemos que volver para darnos un baño y quedarnos en la
chimenea para entrar en calor —aunque también hay otros métodos, pero intentamos
no abusar demasiado—; mientras que por las tardes leemos, jugamos a juegos de
mesa, o simplemente seguimos frente a la chimenea, observando el fuego junto al
otro y rivalizando su temperatura y ardor de vez en cuando. Con esta calmada
rutina pasamos dos semanas enteras, con la Navidad y el Año Nuevo de por medio;
de hecho no nos enteramos de que lo era hasta el día siguiente, a esa hora de
la noche estábamos ocupados.
Sé que él ha estado en contacto con
sus hombres, dirigiendo sus negocios, pero yo también he estado hablando con
Amy de vez en cuando para descubrir que, con la firma de Alex en una servilleta
que le mandé por fotografías, ha conseguido falsificarla y colarse en su casa
como una ''limpiadora especial'' para recoger pruebas como restos de sangre,
ADN, huellas, archivos... De manera que el caso ha dado un enorme avance, tal
que la Agencia ha dejado de preguntar por mi paradero en comisaría y ahora
escucha a mi compañera, que está consiguiendo esquivar las preguntas hábilmente
—aunque tampoco sabría responderlas— y formando una operación en secreto que
hasta que no la tenga completamente planeada no dirá nada a nadie, ni siquiera
a mí. Supongo que Aaron será la única excepción; Alex lo sería para mí.
A diferencia de Moore, él nunca llega
a saber que yo estoy usando el teléfono, pero sí sabe que le he visto
utilizándolo, de manera que procura hacerlo cada dos o tres días y apenas unos
minutos para ponerse al día y organizar sin implicarse demasiado y así no
distraerse de lo importante en este momento: nosotros.
Por otro lado, yo me siento algo
culpable, estoy pendiente de lo que diga Amy en todo momento, pues me ha dicho
que será mejor para todos que no vuelva hasta que ella se encargue de Florida,
y como confío ciegamente en ella, obedezco sin preguntar. Lo bueno es que mi
acompañante está cómodo aquí y ninguno de los dos tiene prisa. Sin embargo, lo
mejor de esto no es estar juntos, sino que me he dado cuenta de lo que es en
realidad la felicidad, la estoy experimentando como hacía años que no sucedía. Ser
feliz no es tener una vida perfecta, ser feliz es apegarse a la alegría y
reconocer que la vida vale la pena a pesar de las dificultades, y nosotros
hemos tenido demasiadas.
Finalmente, el cinco de enero
decidimos poner la televisión por primera vez. ¿En qué momento se nos ha ocurrido
hacerlo? Todos los canales están siguiendo la misma noticia: la imputación de
un cártel que actúa por todo el país con diferentes tipos de mercancías. Los
nombres aparecen en pantalla una y otra vez —Grady, Cacciatore y Hayes—,
mientras que Alex pierde el color de la cara y yo me quedo sin palabras. Por
eso insistía Amy que esperara para volver, quería que nos mantuviéramos
alejados de ellos durante este tiempo para que no nos implicaran, a pesar de
que Alex ya está hasta las cejas. Me está protegiendo, y doy gracias a que esa
protección se extienda al hombre al que amo, porque no lo soportaría de otra
manera.
Parece que Amy ha encontrado en casa
de Moore mucho más de lo que me imaginaba, pues era difícil encontrar algo lo
suficientemente sólido para imputarles, aunque no creo que haya sido la mejor
idea. Ahora él estará a la defensiva y será más difícil hacerle tropezar; no es
como ellos creen, no se precipitará.
Se levanta de repente y sale corriendo
hacia el piso de arriba, conmigo detrás.
¾ ¿Adónde
vas? No puedes hacer nada.
¾ ¡Me
van a entregar, Alice! Harán lo que sea para salvarse.
¾ ¿Y
crees que yendo allí vas a impedirlo? —le cojo de la mano para que se detenga.
¾ Aquí
sentado tampoco —se deshace de mí de un empujón; me doy contra la pared.
No sé si ha dolido más eso o lo que ha
dicho. Comprendo que se sienta así, yo también estoy nerviosa, pero no pienso
permitir que me trate de esa manera cuando todo lo que quiero es ayudar, así
que cuando saca un teléfono móvil de un cajón, se lo quito de un manotazo,
reclamando su atención.
¾ ¿Qué
coño estás haciendo?
¾ Salvarte.
¾ Alice,
devuélvemelo —me acorrala contra la pared lentamente, usando su cuerpo como
escudo.
¾ No.
¾ ¡He
dicho que me lo des! —golpea el muro, demasiado cerca de mi cabeza.
¾ No
me grites —susurro después de darle una bofetada que le hace retroceder.
No siento haberlo hecho, me había
asustado y he respondido como he sido capaz, sin pensar. Se ha pasado de la
raya, no voy a permitir que haga nada parecido bajo ninguna circunstancia. Ya
he pasado por eso.
Sus ojos expresan todo el temor que no
se atreve a decir con palabras, soy consciente de que es duro para él, pero
tampoco es fácil para mí —para ninguna de las dos Alice—, y él debe
comprenderlo también.
¾ Mírame,
Alexander —le ordeno, seria, pues se ha dado la vuelta, incapaz de mirarme a la
cara—. Si apareces ahora después de dos semanas te van a relacionar de todos
modos. No sabemos si tienen algo contra ti, pero sí que creen que sigues en
Nueva York. Podemos usar eso a nuestro favor.
¾ ¿Pretendes
que me quede de brazos cruzados mientras...
¾ Mientras
nada. No sabemos lo que ocurre, la policía manipula las noticias, ya lo sabes.
Por ahora, evita...
¾ ¿Tú
no tenías contactos con la policía? —me interrumpe súbitamente.
¾ Claro,
por eso me detuvieron, porque me echaban de menos —respondo con ironía.
¾ No
lo entiendes —se frustra, se cree que me lo tomo a broma—, no puedo comprar a
tanta gente para salvarnos a ambos, lo que gano lo estoy usando para cubrirte
las espaldas, yo ni siquiera puedo permitirme un abogado que le interese el
caso, y la gente no me teme como para conseguirlo a la fuerza después de lo de
Paulie y Coleman.
No consigo asimilar lo que ha dicho.
¿Es cierto lo que dice? ¿Se está poniendo en tal riesgo por mí? Algo me dice
que tiene sentido lo que dice, es capaz de hacerlo, pero espero que no sea tan
estúpido como para quedar indefenso ante la policía. Se está cavando su propia
tumba, y yo seré la que eche el primer puñado de tierra.
Ha hablado tan rápido que lo que ha
dicho parece irreal, como una mentira demasiado elaborada —o un hombre realmente
asustado—. Tiene la respiración agitada y la mejilla enrojecida, toma una
bocanada de aire cuando se deja caer sobre la cama, derrotado. Me parte el
corazón verle así, débil, necesitado y sabiendo que puedo impedirlo a pesar de
que sigo como una mera observadora en una tragedia protagonizada por ambos,
igual que una cobarde. A fin de cuentas, sólo un gran cobarde sería capaz de
llevar a cabo todo esto. Me siento a su lado y le cojo la mano a modo de
consuelo, con el móvil a su alcance.
¾ Necesito
que me perdones, mon ange. Sé que
sólo quieres ayudar —al fin se ha dado cuenta; ya tiene un punto— y me he
portado como un gilipollas —está en racha, ahí va el segundo— que no te merece
—auch. Apoya su cabeza en mi pecho y me abraza como un crío en busca de
protección.
¾ Ya
basta —le levanto la cabeza para que me mire a los ojos—. Te quiero, y eso es
todo lo que importa, no si eres rico o estás en bancarrota.
¾ No
estoy en bancarrota, aunque mi cuenta está algo...necesitada después de ir de
compras en Nueva York.
¾ ¿Y
se puede saber por qué lo hiciste si no tenías dinero? ¿Qué era tan urgente que
no podías esperar un par de meses; o tan caro? —le regaño.
¾ Lo
verás cuando esté listo; y cuando sea el momento —me besa—. Pero no te
preocupes por nada, esa es la cuenta estadounidense, las de...
¾ Suficiente
—le corto—. No quiero saberlo.
Me sorprende haberlo dicho tan segura,
pero es cierto. Es lo mejor para la seguridad de ambos, si a mí me obligan a
delatarle, simplemente no podré, y tampoco serán capaces de acusarme de nada.
Aunque no diga nada, puedo ver que le ha gustado el gesto, seguramente porque
ha pensado lo mismo que yo y aprecia que seamos conscientes del peligro. Esto
es lo que hacemos, proteger al otro hasta la temeridad, hasta el último aliento
y sin tener en mente más que procurar el bienestar de quien nos interesa. Es
una relación peligrosa, lo sé, casi tanto como tóxica por el mismo motivo, pero
no se puede pedir otra cosa a dos críos maltratados hasta hacerse adultos; dos
adultos heridos y abrazados a un cuchillo, esperando suavizar el filo a base de
fe y amor, tan loco y desesperado como necesitado y sincero.
Clavo sus ojos en los míos y de alguna
manera siento que puede verme el alma, sólo espero que no salga demasiado
asqueado de ella, y lo pienso seriamente cuando se levanta y abre el cajón de
su mesilla. Por suerte, lo que coge es pequeño y no parece nada con lo que
pueda herirme —aunque no sería capaz de hacerlo—, no obstante, se queda
mirándolo y se lo mete en el bolsillo tras hacer un amago de darse la vuelta y
tomar una profunda bocanada de aire. Estoy tentada a preguntar, no obstante, si
hay algo que sé de él, es que no dirá nada que no quiera.
¾ ¿Qué
vamos a hacer? —oculto una sonrisa cuando nos incluye a ambos.
¾ Puedo
llamar a Amy, por si sabe algo.
¾ ¿Tu
amiga? —responde, desconfiado.
¾ Es
seguro llamarla y se puede mover sin sospechas por la ciudad; conoce a un par
de policías, creo, que quizá echen una mano. Mover hilos, ya sabes.
¾ ¿Por
ella? —se extraña, aunque sé que está de broma, sólo quiere molestarme.
¾ ¡Oye!
—le doy un golpe amistoso en el brazo y se ríe (es maravilloso oír su risa de
nuevo después de lo de antes).
¾ No
perdemos nada por intentarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario