No oigo nada más y me quedo dormida, a
pesar de haber tenido la mañana libre, no he dejado de trabajar, y entre unas
cosas y otras ha sido casi peor. El sueño era más profundo de lo que esperaba y
despierto pasada la hora de cenar; al incorporarme veo una nota en la mesa
pequeña entre la televisión y el sofá, y no hay rastro de Patrick, debió de
haberse ido en cuanto me dormí, sin embargo, hago caso de la nota y después de
darme una ducha y cambiarme de ropa a pesar de lo tarde que es. Supongo que no
tendrá nada importante que hacer o no la hubiera dejado.
Ya en la puerta, me doy cuenta de lo estúpida que es la
idea, así que antes de llamar, me doy la vuelta y vuelvo al coche para poner
camino a la oficina, aprovechando que estaré tranquila y no puedo dormir. No me
vendrá mal compensar el tiempo perdido y adelantar un poco en el caso; estamos a punto de pillar a un asesino en serie que ya
se ha llevado cuatro personas por delante, sin embargo, hay algo que se me
escapa; mi equipo —resulta raro decirlo, ya que soy la más joven de todos,
apenas una cría, como ellos me defienden cuando me meto en algún lío— insiste
en que no me preocupe, pero me resulta imposible. Conozco esa forma de actuar y
no es precisamente sencilla de llevar a cabo. Las pruebas que hemos encontrado
son demasiado evidentes y el principal sospechoso, que resulta ser un
informante de fiar, no sería capaz de hacer daño a una mosca, así que mucho
menos a cinco personas; la posibilidad que haya sido él es muy remota: el
trabajo es de un profesional y han dejado aposta los cuerpos para que los
encontremos, no mucha gente es capaz de dejar cadáveres con un tiro limpio a
quemarropa en la cabeza abandonados en un parque, a la vista de todos.
Meto la llave en el contacto y paro al oírle hablar.
— ¿Ya
ha cenado, agente? —sonrío para mí; puede ser encantador cuando quiere— No le
hará tal feo a un civil ¿verdad?
— Si
cocinas tú, posiblemente —se acerca de un sorprendente buen humor.
— Tranquila,
he pedido comida china y he tapado las goteras.
— ¿A
qué se debe el honor?
— Quería
enseñarte algo.
Me ofrece la mano para ayudarme a salir del coche y le
acompaño dentro de la casa, la cual no tiene muy buen aspecto, pero al menos
mejor que antes. Está limpia de trastos y el fregadero libre, para variar.
Parece que ha aprovechado el tiempo.
Pat me guía de la mano por un pasillo lleno de dibujos, a
cual más espectacular, hasta una habitación con, si me dejase llevar, cientos
de cuadros. Unos detrás de otros; algunos colgados; otros amontonados por los
rincones o incluso impiden el paso a ciertas zonas de la estancia. Todos forman
un perfecto hueco, que hace de pasillo, hasta un estante con pinturas de todo
tipo y un caballete con un cuadro a medias. Me fijo en cada uno, pensando en
qué se le pasaría por la cabeza en el momento en que decidió pintarlo y modificarlo,
como se ve en la mayoría. Hay de todo: atardeceres, paisajes de los que estoy
segura nunca ha visto, el sol saliendo por el puente de San Francisco, Nueva
York con escenas de la banda, retratos de personas mucho más al natural que
cualquier fotografía podría haber captado, yo…Yo. Por primera vez presto
atención del que está sin terminar en el caballete, acercándome para observarlo
mejor y él me sigue, interesado por mi curiosidad y reprimiendo una leve
sonrisa. Está orgulloso de su trabajo, y aunque no estoy del todo contenta por
reconocerlo, yo también.
— ¿Son
todos tuyos?
— Sí.
Aunque no sirvan para nada, pero no sé, paso el tiempo —se encoge de hombros.
— ¿Qué
dices? Son preciosos —no aparto la mirada del inacabado.
— Quería
que los vieses antes de deshacerme de ellos.
— ¿Deshacerte?
—me giro y sus ojos se centran en los míos.
— En
unos días hacen seis años desde que te vi aquí —dice como si fuera obvio.
— ¿Y?
— Cada
año, el mismo día, los quemo —lo dice con tanta indiferencia…
— ¿Estás
loco?
— Sí
—se ríe—. Sólo es un entretenimiento, no entiendo por qué debo conservarlos.
Igualmente, nadie va a comprarlos, no interesan
— Ni
se te ocurra quemar más, ¿entendido? Conseguiré que te los compren. Yo misma me
llevaré algunos.
— Gracias,
pero no están en venta. No los hice para eso.
— ¿Y
sí para quemarlos?
— Para
liberar la cabeza, pero no me sirven para nada más. Eres la primera que los ve,
no están hechos para el público, ya sabes.
— No
lo entiendo. Creas esta maravilla y tras tanto esfuerzo, lo reduces a cenizas.
Podías ser rico y lo rechazas. Sinceramente, eres idiota.
— Si
los vendo, empezaré a preocuparme de que a la gente le gusten y al final al que
no le gustarán será a mí, porque no sería lo que realmente pienso o siento,
sino lo que quiero que otros paguen. Sería un vendido y si hay algo que he
aprendido, es que lo primero de todo es tu felicidad —espero que se refiera a
la de sí mismo.
— Nunca
lo había visto de esa manera —me cruzo de brazos, pensando lo que quiere decir—.
¿Quieres decir que los grandes pintores eran una farsa?
— Sí.
Quizá no al principio, pero al final…
— Patrick,
lo único que puedo decirte es que por favor no los quemes. Al menos deja que me
quede con alguno, aunque sea de recuerdo. El que tú prefieras.
— ¿Eso
te haría feliz?
— Mucho
—reconozco—. Aunque si no quieres, nada, son tuyos —echo un vistazo rápido al
caballete.
No sé el qué, pero hay algo de ese cuadro que me ha
conseguido hipnotizar. Quizá la base oscura, el contraste de las siluetas al
fondo, o que hay zonas que aún siguen húmedas y otras más gruesas que otras, como
si tuvieran más capas tras corregirlas una y otra vez.
— Está
bien —suspira, sin dejar de mirarme— ¿Te gusta? —señala al cuadro y salgo de mi
ensimismamiento.
— ¿Quién
es?
— Un
momento.
Me aparta suavemente para salir y aparece de inmediato con
un espejo pequeño en la mano. Me lo ofrece y veo nuestro reflejo, más juntos de
lo que deberíamos. Cuando le miro a los ojos, más oscuros de lo que jamás los
he visto, como un pozo que me arrastra con él, de verdad siento que me ahogo,
me falta la respiración y me saca una sonrisa. Echaba de menos este Patrick, me
recuerda al antiguo PJ, apasionado por lo que hacía, movido por algo más allá
de lo comprensible, por una pasión tan peculiar como especial. Le envidio, de
verdad, yo nunca he sentido nada así, pero me gusta verlo en el resto. No
obstante, él está ensimismado en la pintura y no se da cuenta de que le miro.
Creo que es mejor, así no le doy falsas esperanzas por una tontería.
— ¿Soy…
— En
teoría. Pensé que sería difícil sin algo en lo que fijarse, sin embargo, en cuanto
me puse la primera vez, saliste con una facilidad increíble. Digamos que eres
difícil de olvidar —sonríe con amargura.
— El
mérito es del pintor —miro al suelo e intento salir, se ha vuelto algo
incómodo, de nuevo.
— Perdona,
soy un idiota. No debería…
— Tienes
razón, no deberías. Vamos a cenar, ¿vale?
Asiente para darme la razón y salimos de allí, no sin
ciertas maniobras para no dañar ningún cuadro. No volvemos a hablar hasta
entrada la noche, cuando ya hemos recogido y limpiado todo. Ambos estábamos
incómodos, porque antes estaba completamente segura de no sentir nada por él
excepto una accidentada amistad. Antes. Y él sabe que no debería hacer cosas
así, ni decir que lo que más le importa es mi felicidad, pues si fuese cierto,
no lo haría y aprendería a controlarse. La cuestión es que aún conserva
esperanzas, esa peligrosa esperanza de tener alguna posibilidad de vuelva a
quererle y estar juntos. En realidad no le quiero, es sólo…añoranza, cariño. Espero.
Me ofrece salir a dar un paseo y acepto, así aprovecharé
para coger el coche y dejarle dinero para no volver a vernos en un tiempo. La
última vez estuvimos seis meses sin saber el uno del otro y así seguiríamos de
no ser por mi estupidez y obsesión por ayudarle una y otra vez, con lo fácil
que era dejarle el dinero en la puerta o mandárselo por correo. Le prefería
cuando me trataba mal, al menos era más fácil cuando me quedaba a solas; sin
cargos de conciencia. Pero no es tan sencillo como parece, aún tiene que
terminar el cuadro y traérmelo a casa, así que prefiero mantener el silencio
para meterme en mi cabeza, tranquila y a salvo de cualquier otra declaración de
amor que se le ocurra, pero él no piensa igual y decide romper el silencio.
— ¿Te
acuerdas de cuando paseamos por aquel barrio a media noche? Yo insistía en
protegerte y tú hacías lo mismo. Incluso me diste ese chaleco.
— Sí
—por supuesto que me acuerdo, pero eso no significa que quiera hacerlo.
— Entonces
no tenía ni idea de lo que pasaba. Sólo pensaba en lo mucho que te…
— Fue
hace mucho, Pat, y no necesitaba ayuda —no dejo que continúe.
— Lo
sé. ¿Llevas…? Ya sabes...
— Sí,
voy armada —no sé por qué no es capaz de decirlo él mismo.
— ¿Dónde?
Quiero decir…no se te nota.
— En
eso consiste. Dejémoslo en que no puedo llevar pantalones cortos —amago una
sonrisa, dando por zanjada la conversación.
Seguimos andando, pero esta vez no me apetece pensar en
nada, prefiero mantenerme lo más tranquila posible y sólo centrarme en nuestros
pasos, resonando en el asfalto, y en el peso de mi pie derecho, con el pequeño
revólver enganchado.
— ¿Por
qué lo hiciste? —vuelve a la carga después de un rato— No puedo pensar en otra
cosa, aparte que… bueno, ya sabes lo que siento, no te diré más.
— No
pienso responder, Patrick —mi tono es tan frío como el hielo.
— Juro
que no lo preguntaré más, que te dejaré en paz si me lo dices —debo tomármelo
de forma natural. Al fin y al cabo es parte de mi vida, por irónico que suene
que haya intentado quitármela.
— Me
sentía sola. Estaba sola —aclaro.
— No
es verdad. Tus padres…
— Mis
padres ya no me conocían. El grupo tampoco.
— Yo
estaba a tu lado.
— ¿Cuándo?
Nada más despertar desapareciste.
— Cuando
estabas en el hospital no me separé de ti.
— Te
necesitaba consciente, no dormida.
— Necesitaba
pensar —se defiende.
— Pues
haber pensado a mi lado.
— ¿Me
estás echando la culpa?
— No.
Fue por muchas cosas, no sólo por ti. Puede que complicaras las cosas, eso sí,
pero no fue sólo eso.
— ¿Te
puedo ayudar?
— Creo
que es algo tarde, pero gracias igualmente.
Me acompaña hasta su casa de nuevo para coger un par de
cuadros antes de irme, creo que preguntando a las personas adecuadas podría
vender un par, o si convenzo a David podría incluso colgarlos por casa, desde
luego que quedarían bien, pues talento no le faltan. El paseo ha ayudado a
cansarme de nuevo, y supongo que ayuda que lo que he dormido en el día ha sido
sólo en pequeñas siestas, pues anoche estuve con David hasta tarde y después no
pude dormir, tenía demasiadas cosas en la cabeza para descansar.
Normalmente no necesito dormir mucho, pero tengo un límite,
así que para mantenerme despierta prepara algo de café, y mientras se hace nos
sentamos en el sofá, recostándome en él sin querer. Me acaricia el estómago con
suavidad y los párpados empiezan a cerrarse por sí solos, tanto pensar en
anoche no hace más que darme más sueño y tampoco tengo ganas de decirle que se
quite. A pesar de ello, me muevo para apartarme, no me siento cómoda con otro
hombre tocándome, pero él me sujeta y no deja que me aparte.
¾
Extraño tu pelo rubio…tan brillante… —murmura.
— A
mí me gusta así; creo que no me queda mal.
— A
ti te sienta bien todo, Baby. Es que, cuando te miro, sigues siendo rubia, no
castaña, y entonces me doy cuenta de lo desesperado que estoy por tenerte entre
mis brazos y pasar una noche contigo. No me malinterpretes, sólo estar así ya
me da fuerzas para todo, así que imagina una noche.
— Sí,
bueno, quizá me quite el tinte durante un tiempo —sólo he conseguido entender
bien la primera frase antes de dormirme.