Le despido en el aeropuerto con el resto de
sus compañeros y promete llamarme todos los días. Me ha sorprendido que yo
fuera la única que ha ido, quizá las parejas del resto estén ya acostumbradas a
eso, pero para mí es algo nuevo, y la verdad, espero que jamás vuelva a pasar,
no en estas condiciones al menos. Igualmente, él ha estado algo raro, supongo
que nervioso por lo que pueda pasar.
Aprovecho que tengo la mañana libre para pasarme a verle;
hace mucho que no lo hago y aunque parezca una locura tengo ganas de saber cómo
está, a fin de cuentas sigue siendo mi amigo y tengo intención de ayudarle, por
mucho que él pretenda lo contrario. Como todavía es algo pronto para que haya
llegado a casa, termino lo que dejé anoche a medias para hacer tiempo, y cuando
me subo al coche ya casi son las doce de la tarde. Más le vale estar, porque si
no me voy a enfadar de verdad.
El timbre sigue sin funcionar, así que toco la puerta varias
veces con el mismo resultado que si no hubiera hecho nada.
— Ábreme;
sé que estás dentro. El motor del coche aún sigue caliente —no hay respuesta—.
Mira, que te den.
Bajo las escaleras destartaladas de la casa medio en ruinas.
Es muy parecida a las de nuestro antiguo barrio: dos plantas, blanca, tejado
negro, un porche sencillo… Por mi parte, he conseguido una cerca de la playa:
tres habitaciones mas un estudio, terraza con vistas al mar, dos baños… Los
Ángeles es una buena ciudad y la cercanía a la tumba de Lily desde luego que
influye, supera a lo que podría pasarme por el pasado y supongo que a estas
alturas ya nadie se fijaría en mí. Conocer a David en el desfile —los militares
hicieron un desfile para el presidente y mi jefe actual nos presentó. A pesar
de todo lo que ha hecho por mí, debo dar la razón a quien me dijo que nunca
volvería a sentir tan fuerte como el primer amor, por muy erróneo que fuese—
ayudó a que todo volviese a tener sentido en mi vida, a relajarme un poco.
Cuando llego al coche, una discusión me distrae. Acto
seguido, una mujer entra en otro coche farfullando varias palabras malsonantes
y el hombre le sigue desde la puerta con la mirada, estoy segura de que ha
salido de ahí a pesar de que no lo haya visto. La verdad es que tiene todas las
papeletas. Espera a que se ponga en marcha para gritarme:
— ¿Contenta?
Ya me he quedado sin polvo de media tarde.
— ¿Era
tu novia? —me acerco.
— ¿A
ti qué te importa? ¿Podrías dejarme en paz de una vez y no volver?
— Claro
que podría. El problema es que no te voy a dejar a tu suerte —me pongo en
frente de él.
— No
lo parecía cuando te suicidaste.
— ¿No
tienes otra cosa que echarme en cara? Porque esto acaba aburriendo, de verdad
—respondo cansada—. Estoy segura de que puedes encontrar algo más.
— ¿A
qué has venido? —cambia el peso de la pierna, incómodo. Llevo manga corta y no
es capaz de mirarme el brazo.
— Vendo
enciclopedias, no te jode. ¿A qué voy a venir? —me mira a los ojos en un
intento de desafío, pero no tengo ganas de eso— ¿Necesitas algo?
— Que
te vayas.
— ¿Algo
que no me hayas dicho ya? En serio, pareces un disco rayado.
— Nada.
— Qué
pena que no me fíe de ti —entro por mi cuenta y me agarra de la muñeca para
detenerme.
Al darse cuenta de qué está tocando me suelta bruscamente.
Reprimo una mirada de desprecio para no caldear más el ambiente y paso a la
casa, que está hecha un desastre igual que él, con ropa tirada por los sofás
antiguos y el fregadero lleno de platos sucios, por no hablar de la basura con
comida rápida. No sé cómo conserva la forma comiendo tan mal, porque sé que
tampoco es lo suficiente constante como para ir a un gimnasio. ¿Dónde ha
quedado ese chico que al menos intentaba ser sano —quitando el alcohol y la
marihuana, claro—? Aunque la verdad es que tampoco he pasado más allá del
salón, puede que tenga pesas o algo parecido, porque aunque no están ni de
lejos tan desarrollados como los de David, esos bíceps ni abdominales son sólo
por genética.
— Es
una cicatriz, por Dios —me suelto—. Tengo otras y precisamente tú has visto
cómo me las hacía. ¿Cuándo vas a aceptarlo?
— Cuando
no me duela recordar que estuve a punto de verte morir. Varias veces.
— Pues
supéralo, Patrick. Han pasado seis años. Incluso David lo ha hecho.
— Él
no te ha visto como yo.
— Eso
desde luego, en dos años de relación ha tenido tiempo para disfrutar de las
vistas ''al natural'' bastantes veces, y está claro que tú no puedes decir lo
mismo. Hablando de natural, ¿por qué no te pones una camiseta?
— Veo
que sigues con él —parece reprochármelo con una mirada dolida.
Estoy cansada de que siempre saque el mismo tema. Comprendo
que llegara a odiarme, pero ya es demasiado, si yo he conseguido perdonarme a
mí misma por todo lo que hice, es momento que el resto lo haga y lo asuma. Ya me
he mordido la lengua suficiente tiempo para no hacerle daño y él no se reprime
de ninguna manera, quizá lo que necesite es mano dura, dejarle las cosas claras
de una vez por todas.
— ¿Algo
que decir?
— Al…
— Ah,
¿ahora soy Al? ¿Ya no soy la niñata plasta que te arruina los ligues?
— Es
un abuelo, Alice —insiste sin hacer caso del comentario.
— Son
cinco años. Y si no recuerdo mal tú me sacas dos.
— No
es lo mismo.
— ¿Por
qué? ¿Porque es un hombre maduro, con un trabajo estable y vistas de futuro y
tú un simple cajero de supermercado alias artista fracasado? —se queda
impactado.
— Eso
duele —dice con un hilo de voz.
— La
verdad siempre duele. Tengo curiosidad por saber qué mentira le cuentas a todas
con las que estás por las noches cuando te ven el tatuaje con mi nombre, es
más, con mi letra.
— Están
demasiado ocupadas dándome lo que tú nunca serías capaz.
«Au, eso sí que duele». No sé por qué le suelto una
bofetada. Podría achacarlo a que no debería hablarme de ese modo, y mucho menos
cuando vengo a ayudarle, pero se supone que no debería haberme hecho daño eso,
yo soy feliz con David y no le necesito para que me amargue. Ni siquiera como
amigo, ya lo está dejando claro. No es capaz de comportarse como un adulto, y
yo no pienso soportarle más.
Su mano le cubre una parte del rostro que comienza a
enrojecerse. Poco a poco vuelvo a la realidad y aguanto todo lo que quiero
decirle, no creo que sea la mejor idea ahora mismo. Sin embargo, me limito a
unas simples palabras, que aunque van en contra de lo que acabo de pensar que
no podemos continuar con esto, consiguen escaparse sin pensarlas:
— Si
necesitas algo tienes mi teléfono y mi dirección.
De vuelta en el trabajo, se hace cuesta arriba: conseguimos
un par de sospechosos, no obstante, aún no tenemos las pruebas necesarias para
presentar cargos formalmente, sólo nos basamos en conjeturas —lógicas y
racionales, pero conjeturas al fin y al cabo—. Reconozco que tengo uno de los
mejores equipos, así que no tengo que mandarles qué hacer, la mayoría de las veces
ya saben cuál es su tarea y que, cuando estamos atascados en situaciones así,
es que el caso sólo puede mejorar.
David me llama para avisarme de que ya ha llegado y que
acaban de empezar la primera reunión en la que no hacen más que hablar de
posibles estrategias de ataque, tanto aéreo como terrestre o naval. Ahora están
en un descanso y los dos minutos que hemos podido hablar no han hecho sino
preocuparme más y distraerme del caso. Espero que todo acabe pronto y volver a
mi pequeña normalidad, el domingo estará de vuelta y en una semana, con suerte,
tendremos bajo custodia al culpable. Sólo unos pocos días más.
Mi jefe me llama a última hora de la mañana para hablar en
su despacho y tomo aire antes de entrar, intentando encontrar cualquier excusa
para el bajo rendimiento de hoy.
— Vamos
a conseguir las pruebas, sólo dénos un poco más de… —es el saludo que le doy.
— En
ningún momento he dudado de ti, Sanders.
— ¿Entonces?
— Es
un tema más bien personal. Siento la indiscreción, pero mi mujer no para de
preguntarme y, ya sabes…
— Jefe,
al grano —le corto.
— Cuida
tu insolencia, niña —abro la boca para replicar—. Y ya sé que podrías ser mi
superior y bla bla bla. Te preguntaba por David; he oído algo sobre Washington,
pero no han especificado nada.
— Se
ha ido a una reunión de jefazos o algo así. Vuelve el domingo.
— Entonces
no será para tanto como me temía. ¿Qué tal estáis? —me ofrece asiento.
— Bien…
—digo con prudencia.
— ¿Hay
planes de…ya sabes…formalizar?
— No,
no —contrarresto el ataque de tos repentino—. Todavía no he hecho siquiera los
veinticuatro, señor. ¿No cree que debería esperar un poco?
— Bueno,
él no es un niño y a las mujeres de los soldados les queda una buena pensión.
— Prefiero
no pensar tan a largo plazo —y mucho menos con lo que me ha comentado hace un
rato.
— Lo
decía porque sería el siguiente paso. Incluso vivís juntos en una bonita casa
proporcionada por esta agencia ¿no es verdad?
— Me
la he ganado con esfuerzo —replico, por no decir con sangre, porque ya lo creo
que si he derramado en este trabajo—. Ahora debo seguir con…
— Tranquila,
Alice. Que tus subordinados hagan el resto. Tienes el día libre para que
empieces a prepararle algo a mi ahijado.
— No
me parece justo. George tiene hijos, Will una mujer esperándolo, Murray…
— Tú
eres su jefa, recuérdalo. Y yo el tuyo, así que vete a casa a relajarte un
rato. Ya hablaremos para vernos cuando David vuelva.
Odio que me traten de una manera diferente al resto por
cualquier motivo. No creo que les guste verme salir antes por ser familia del
comandante de la comisaría y a mí tampoco, aunque saben que soy quien más horas
extra hago sin que nadie siquiera lo mencione y quien más turnos cambia por
ayudarles. A pesar de eso, con el caso así no creo que sea el mejor día para
escaquearme, y mucho menos después de no aparecer por la mañana, así que
obedezco a medias. En casa sigo trabajando por teléfono con el resto hasta que
llaman al timbre. En cuanto veo a Patrick en el umbral, me cruzo de brazos,
mirándole de arriba abajo. Al menos ahora está vestido en condiciones.
— ¿Cuánto
necesitas? —voy a por la cartera en la que reservo una parte de mi sueldo para
él.
— No
quiero dinero —grita desde la puerta—. ¿Puedo pasar?
— No
lo sé, dímelo tú. ¿No decías que lo único que querías era perderme de vista?
— No
sabía lo que decía.
— Pues
ya eres mayorcito para pensar antes de hablar —aguanta mi mirada un instante y
baja la cabeza—. Entra.
Cierra la puerta tras él y recojo la mesa del comedor,
metiendo los papeles en sus carpetas. Mañana tendré que llevarlos a la oficina
de nuevo y algo me dice que después de hablar con él no estaré de humor para
hacer nada precisamente calmado. Cuando levanto la cabeza, veo está parado
frente a una foto de David y yo.
— ¿Qué
querías? —se sobresalta y repito la pregunta al girarse— ¿A qué has venido,
Patrick?
— Antes
me he pasado.
— Yo
diría más bien los últimos años.
— Tú
tampoco has sido un ángel —me pongo tensa de repente. No soporto oír esa
palabra.
— No
vuelvas a decir esa palabra en mi presencia, ¿entendido? —asiente confuso—
Nunca dije que lo fuera. He cometido muchos más errores que tú.
— No
lo parece; teniendo en cuenta esta casa… —mira alrededor.
— Sólo
he sabido seguir adelante.
— Y
supongo que tener contactos también ayuda.
— ¿Qué
quieres decir? —espero que no sea lo que pienso.
— Que
tu marinerito tampoco es pobre. Seguro que cobra un buen sueldo.
— ¿Insinúas
que estoy con él por dinero?
— ¿Por
qué si no ibas a estar con alguien tan mayor, que no está en casa y que es
completamente distinto a ti?
— Porque
le quiero.
— No
te lo crees ni tú. ¿Aún no te ha pedido que te cases con él? Estoy seguro de
que está ansioso por tener hijos, así que yo tendría cuidado a ver si pincha
los…
— Tantos
años y no has cambiado ni un ápice. No te sientan bien los celos, Pat.
— No
estoy celoso.
— Y
por eso nos atacas a David y a mí sin motivo ¿verdad?
— No
me gusta para ti —se queda a unos centímetros de mi cara con un paso—. Te
conozco.
— No
se engañe señor Thorne —le provoco acercándome más—. Ya no soy la niña que se
dejaba guiar por sus impulsos.
— ¿Y
qué pasaría si continuases siéndolo? —nuestros labios se rozan.
— ¿Ahora?
—asiente y respiro su aliento— Estarías fuera de mi casa con otra bofetada de
regalo —mi voz dulce hace que pierda la cabeza.
— ¡No
puedes hacer eso! —se aparta bruscamente— ¡No puedes decirme todas esas cosas y
luego besarme!
— ¿Acaso
te he besado?
— Estabas
a punto.
— No
tenía intención de besarte.
— Entonces,
¿por qué lo has hecho?
— Para
enseñarte que no puedes tener todo lo que desees.
Es cierto, no he sentido nada especial cuando lo he hecho,
es posible que algo parecido al nerviosismo, pero estoy segura que ha sido
porque estaba esperando a que él se lanzara, y no sé cómo se lo explicaría
luego a David, si en verdad fui yo quien lo provocó. Como si supiera lo que
está pasando, mi teléfono suena y la foto de mi novio resalta pidiendo que lo
coja. Patrick me mira y después al teléfono que, sin darme cuenta, ya lo tengo
en la mano. Respondo sosteniendo la mirada en los ojos de mi invitado, no
pienso perder la oportunidad de hablar con él sólo porque Pat esté enfadado
conmigo, porque tenga una rabieta de niño.
— Hola.
— Hola,
amor. ¿Sigues en el trabajo? ¿Puedes hablar?
— Vete
—digo sin voz a Patrick—. Sí, claro. ¿Qué tal el día?
— No
pienso irme —sostiene firme, ignorando al que está al teléfono.
— ¿Con
quien estás? —también parece más serio de lo normal.
— Con
Murray. Estábamos repasando unas cosas. Te llamo en cinco minutos ¿vale?
— Por
mí no te cortes —Patrick continúa metiéndome en problemas.
— Cinco
minutos. Ni uno más —repone; no le ha gustado nada oír que hay otro hombre
conmigo.
Cuelgo sin responderle, la verdad es que no podía responder
nada apropiado a eso. Puede que se hubiera contentado con un «vale», pero me
parece tan estúpido que no merecía la pena decirlo. Ahora sólo sé que estoy en
un lío con David, no le guste que esté con otros, y mucho menos estando él tan
lejos.
— ¿Por
qué le mientes?
— Porque
no quiero que escuches nuestra conversación. Ahora vete o te echo yo.
— Hazlo.
No pienso irme hasta conseguir lo que quiero.
— No
voy a hacer nada contigo.
— No
te creas tan importante. Sólo quiero que me respondas a unas preguntas.
— Estoy
harta de ti, Pat —suspiro y me dejo caer en el sofá—. ¿Sabes qué te digo? Haz
lo que quieras. Por mí como si acampas en el jardín, pero déjame en paz un rato.
Coge el dinero que necesites y deja que espere a mi novio tranquila, por favor
—me tumbo y me tapo la cara con una mano.
— ¿Estás
bien? —se preocupa por mí.
— Cansada
—mi día se resume en esa simple palabra—. Dime, ¿qué vas a hacer?
— Por
ahora, lo que me pidas.
— Que
alguien me despierte. No es posible que Patrick Jay Thorne haga caso a algo más
que no sea su ego o a sus instintos de hombre —añado con mi característico tono
de sarcasmo.
— La
gente cambia —se limita a contestar.
— Sinceramente,
dudo que tú lo hagas alguna vez; y ya empieza a ser tarde.
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