Prólogo
Debía aceptar que ya no era un niño. Un
topo había traicionado a su padre y lo había encerrado de por vida en una
cárcel, sin tener la oportunidad de verle de nuevo. Lo que realmente le confundió fue que no se
presentaron cargos de ningún tipo contra él, pudiendo haberlos, pues él estaba
al tanto de todos sus negocios. ¿Por qué no terminar con toda la organización
de golpe? Los altos cargos están en la cárcel y los que hacían el trabajo sucio
corren su misma suerte o están muertos.
Había vuelto a pasar, la chica que amaba lo había
abandonado, y esta vez de la manera más cruel posible: no sólo le había dejado
después de su primera y única noche juntos, también había pretendido que
traicionase a su propio padre, el único que había demostrado quererle
sinceramente toda su vida. La forma en la que ella se fue le llenó de furia; su
padre le había explicado y le había hecho ver la verdad: ella sólo le quería
para poder entrar en el negocio y empezar a organizar otro en su Francia natal;
de algún modo se había enterado de quién era hijo y eso le había perjudicado
las dos veces que se había enamorado. Cuando se enteró de que había muerto,
sabía que debía sentir alivio, pues sería una traba menos para que el imperio
Moore controlase el negocio de las drogas a nivel mundial, pero no podía evitar
estar profundamente dolido. Aún la amaba y lo seguiría haciendo hasta mucho tiempo
después. Mas, tras recibir esa llamada en la que oyó de nuevo su propia voz, de
la chica por la que había llorado semanas y por la que había sufrido más que
nunca, diciéndole que tenía que traicionar a su padre o si no moriría, le llenó
de confusión. No obstante, sabía que mentía, pues su padre sería incapaz de
arrebatarle de esa manera a lo que le proporcionaba su entera felicidad.
A decir verdad, si todo aquello que dijo fuese verdad,
hubieran vuelto a hablar; y no ha recibido noticias de ella —ni las recibirá de
forma voluntaria—.
No hacía falta hablar con su mentor para saber perfectamente
qué hacer: levantaría el imperio que tanto trabajo costó a su padre de nuevo,
con sus propias manos si fuera necesario; y encontraría al traidor, le haría
sufrir como nunca se había visto. Empezaría por su familia y, cuando se
sintiese solo y acorralado, terminaría con él de la peor manera que se le
pudiera ocurrir.
Adoptó la peor enseñanza que pudiera dejarle su padre: no
tener sentimientos. Usaba a las personas cada día como un pañuelo de papel, una
vez sucio, a la basura; y si había la posibilidad de que se fuera de la lengua,
sus guardaespaldas se encargaban de todo. Después de que ella le dejase, optó
por cerrar las puertas definitivamente a su corazón y juró por su padre que no
pasaría lo mismo que la otra vez que intentó sellarlas.
De nuevo, se equivocaba.
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