Me dirijo al parque en el que hemos quedado
sin pensarlo dos veces. Ya es hora de afrontar el pasado, no puedo seguir adelante
si ni siquiera soy capaz de mirar atrás sin que se me revuelva el estómago.
Cuando miro el reloj, me doy cuenta de que he llegado media hora antes de lo
que debía, así que me dedico a pasear por la zona, perdida entre pensamientos.
Supongo que estoy más nerviosa de lo que pensé en un principio, lo que es una
tontería, mi hermano nunca me ha juzgado. Sin embargo, hay algo que me dice que
esta vez va a ser muy distinto; sólo espero que no sea demasiado duro cuando se
entere de lo que estoy haciendo. Sé que Alex está cerca, observándome y
pendiente de que nadie que no deba se acerque a mí más de lo que a él le gusta,
lo que en verdad es una milla, pero de alguna manera me tranquiliza.
Me dejo caer en un banco, preparándome para lo que me espera
más adelante. Mi hermano no será más que un aperitivo, aunque estoy segura de
que me ayudará. Miro al frente, intentando que los niños que juegan en frente
me distraigan. Definitivamente lo daría todo por volver a aquella época, sin
preocupaciones, pero ¿qué adulto no lo haría?
¾ ¿Tu
cita se retrasa? —habla a mi espalda.
Se sienta a mi lado tras cogerme con cariño por los hombros.
Aunque me haya sobresaltado, incluso asustado, algo extraño en mí hace que me
alegre de tenerle a mi lado en este momento. Por un lado me encantaría que
pasara conmigo el resto del día, el cogerle la mano siempre consigue
tranquilizarme y sentirme algo más segura, sin importar que ahora sea el peor
momento para ello; en cuanto empiezo a pensar con la cabeza y a no dejarme
llevar, me doy cuenta de la estupidez que estoy diciendo: puede que ahora esté
con Alex, que sea más que una misión, pero a fin de cuentas es lo que debe ser.
Yo soy policía, o algo por el estilo, y él es, me guste o no, un criminal que
debo meter entre rejas. Vaya, ha sonado peor de lo que esperaba.
Tengo que bajar la cabeza para que no pueda ver mis ojos,
creo que no podría soportarlo. No, definitivamente no podría. Me coge la mano y
me la besa con dulzura.
¾ Has
resistido más tiempo del que esperaba —respondo con media sonrisa.
¾ Sabías
que iba a venir desde el principio, ¿cierto?
¾ Eso
me temo. Pero necesito que me prometas una cosa —esta vez le miro a los ojos—:
no me sigas más. Lo he aceptado ahora, pero porque te necesito conmigo.
¾ ¿Con
quién has quedado? —se tensa.
¾ Necesito a Alex, mi... —trago saliva, no sé lo
que decir—, no a Moore. Es un asunto personal de hace unos años que todavía no
he resuelto.
¾ ¿Quieres
que vaya contigo? —me acaricia la cara.
¾ No,
tengo que hacerlo sola —entrelazo los dedos con los suyos y me apoyo en su
hombro.
Me rodea con su brazo y me mira más de lo normal. Se ha dado
cuenta del maquillaje que llevo para tapar los moretones y de que llevo el pelo
hacia un lado para hacer lo mismo con la brecha de la cabeza —también me que
quitado los puntos de papel para que no me los vea mi hermano, no quiero que se
preocupe de más. También llevo las mangas de la chaqueta algo largas y así
oculto las heridas de las muñecas.
Entonces él pasa a mirar al frente, igual que yo, solo que
en mi caso estoy buscando cualquier rastro de mi hermano. En cuanto vea el
coche, iré a su encuentro, procurando que no vea a Alex. Tengo pensado decirle
que ya no estoy con David, sin embargo, no está en mis planes mencionar con
quién paso el tiempo últimamente.
¾ ¿Alguna
vez has pensado en tener un bebé? —rompe el silencio y me obliga a volver a la
realidad.
¾ ¿No
crees que vas muy rápido? —me alejo levemente.
¾ No
digo que sea ahora, sólo que creo que no estaría mal. Cuando cerremos todo
esto, habrá calma y...
¾ Alex,
con nuestras vidas jamás habrá calma. Siempre tendremos que protegernos de
alguien, y si es difícil mantenernos con vida a nosotros, no quiero imaginar un
crío.
¾ Entonces
no te gustaría.
¾ No
lo sé —admito a regañadientes—. Si todo fuera distinto, quizá, pero las cosas
son como son.
¾ Reconozco
que me haría ilusión tener a una mini Alice correteando por casa. Pero tienes
razón —suspira—. No sería justo traer un niño a este mundo.
Odio tener que ser tan brusca, pero es la cruda realidad.
¿Qué futuro tendría un niño en nuestra situación? Aunque fuera más adelante,
sin tantas locuras como con las que tenemos que lidiar ahora, siendo nosotros
sus padres, nada bueno le esperaría.
Veo la decepción en sus ojos, quería oír un ''adelante,
hagámoslo'', no obstante, no puedo dárselo. Está enamorado de la persona que
cree que soy, no de la verdadera yo. Lo odio. Odio todo esto: odio mentir,
fingir, vivir dos vidas y que ninguna sea cien por cien verdad. Y tengo miedo.
Tengo miedo de que sepa quién soy, cómo soy, y se una a esa enorme multitud de
personas que me detestan, incluyéndome a mí.
Cierro los ojos con fuerza y le beso después de susurrarle
un 'lo siento'. Estoy segura de que sería un padre estupendo, sin embargo, no
tendrá la oportunidad en un futuro cercano por ilusionarse con la persona
equivocada. Cuando me aparto de él y vuelvo a la tarea de antes, casi puedo
sentir cómo se me quita el color de la cara. Mi hermano está a cien metros de
nosotros, observándome en silencio, intentando decidir si acercarse o no. Me
pongo en pie y Alex me imita, cogiéndome de la cintura en contra de mi
voluntad, aunque debo admitir que ésta no es muy fuerte ahora mismo.
¾ Tengo
que irme. No sé lo que tardaré, así que te llamaré cuando termine.
¾ Está
bien —toma aire; sé que es difícil para él.
¾ Te
quiero.
Le dedico una leve sonrisa antes de alejarme sin dejar que
responda o que se despida. Mi hermano nos está viendo, y no es que sea lo más
cómodo del mundo, precisamente.
Ya es incómodo que tu hermano te vea con tu novio, pero si
encima éste es un capo y se supone que estabas comprometida con otro, la cosa
no mejora. Espero que cuando todo acabe y le detengan no salga en los medios.
Ya es suficiente la presión que tengo ahora sobre mí y lo que tendré en su
momento como para sumarle un hermano cargado de 'Te lo dije'. Noto cómo
inspecciona a Moore desde lejos antes de centrarse en mí, pero cuando lo hace
abre los brazos sin pensárselo dos veces y me da un tremendo abrazo. Su olor
familiar, la forma en la que me acaricia la cabeza protegiéndome, hace que
vuelva a casa; algo que no podía soportar y que ahora tengo que afrontar. Ambos
sonreímos, sabemos que estamos alargando el abrazo más que de costumbre;
simplemente le necesito más de lo que me temía. Él siempre ha estado para mí,
ha intentado mediar entre mis padres y yo y siempre ha salido perdiendo cuando
me defendía, pero nunca se rendía. Teníamos la broma de que estaba estudiando derecho
sólo para no arruinar a mis padres cuando me metieran en la cárcel, pues la
cantidad de líos en los que me metía no era pequeña. Sin embargo, el destino ha
querido que sea yo quien ponga a la gente a la sombra. Al separarse, me mira de
arriba abajo, comprobando mi estado. Conozco esa mirada, sé que no está de
acuerdo con mi aspecto, y aun así no dice nada. Yo, por mi parte, no podría
estar más contenta de verle: vaqueros oscuros y camisa con una gabardina que me
recuerda a las películas antiguas; sus ojos oscuros siguen siendo los mismos de
siempre, al igual que su pelo perfectamente peinado y su mentón perfectamente
afeitado. Cuando ambos vivíamos en casa recuerdo que rara vez se afeitaba, sólo
cuando salía o tenía alguna ocasión especial; ahora nunca sale de casa con la
más mínima barba. Eso es lo que hace el matrimonio, señores.
Echo un vistazo atrás para descubrir que mi anterior
acompañante se ha ido, pero no soy tan idiota como para creer que no continúa
aquí, al menos seguirá rondando la zona hasta que nos vayamos. Respetando las
distancias, por supuesto, pero observando.
¾ ¿Qué
haces aquí, Al? ¿A qué tanta prisa por verme?
¾ Quiero
arreglarlo con papá y mamá.
Abre los ojos de sorpresa, y cuando se recompone, le pido
que me lleve cuanto antes. No quiero perder ni un minuto, cuanto antes empiece,
antes terminaré. Le digo que voy a necesitar su ayuda, que no puedo sola, y no
duda en aceptar, de hecho le falta tiempo. Me lleva al coche y si no recuerdo
mal, en menos de media hora deberíamos estar allí, aunque no la hace
placentera. Me habla de que tengo que ir a ver a mi sobrino, de lo grande que
está y cosas por el estilo que la verdad no quiero oír, menos aún tras la
conversación con Alexander de hace un momento. Aun así, reconozco que me hace
cierta ilusión ver al pequeño y si se acuerda de mí —eso espero. También
intenta averiguar qué es lo que ha hecho que cambie de opinión tan bruscamente,
pero si soy sincera no lo sé, y él acepta la respuesta. Me conoce lo suficiente
como para saber que, si no quiero hablar de algo, no lo haré, y cuando respondo
con un ''no sé'', lo digo de verdad; tengo demasiado orgullo como para reconocer
que algo puede conmigo, y en los últimos meses me he visto obligada a decirlo
demasiadas veces para mi gusto.
Finalmente, se hace el silencio entre nosotros, sin embargo,
prefiero que continúe hablando de cosas sin importancia, o incluso que me
pregunte cómo me va el trabajo, porque eso mantiene mi mente ocupada, me ayuda
a no pensar en lo que voy a hacer ahora. No sé cómo lo voy a afrontar, son años
de odio y desprecio que no se borran por facilidad, por ninguna de las partes.
Espero que no me echen a patadas, al menos. Reconozco que la última discusión
no fue muy agradable: resumiendo, se podría decir que les grité que para mí ya
no eran nada más que extraños y que había vivido engañada —queda peor si se le
añaden algunos gritos y reproches estúpidos—; en mi defensa diré que me
diagnosticaron trastorno post-traumático y que apenas era consciente de dónde
estaba. Después de aquello, contacté con el FBI y aceptaron meterme en una
especie de academia donde me dieron tratamiento y entrenaron en la otra punta del
país como pedí.
Entonces me doy cuenta de que mi hermano me está mirando por
el rabillo del ojo.
¾
Atiende a la carretera, Bertie, o conduzco yo
—lo cierto es que estoy deseando poner mis manos en un volante de nuevo.
¾
Siempre fuiste mejor.
¾
Sí, huir de la policía te hace aprender rápido
—bromeo como solíamos hacer, pero él no me acompaña—. ¿Qué pasa?
¾
No me refería a eso. Siempre me has superado en
todo: más valiente, decidida, incluso mejores notas estando en una banda. Mamá
y papá te preferían antes que a mí, y lo seguirán haciendo cuando vuelvas, sin
importar nada de lo que hiciste.
¾
No creo que sea así —repongo incómoda, es
difícil verle así—. No hago más que meterme en líos, eres tú el perfecto,
fuiste a la universidad, has sentado la cabeza con una buena mujer, tienes a
Christian...
¾
Tú podrías hacerlo —contraataca algo enfadado—.
David te quiere y tú estás con otro tío.
¾
¿Es serio crees que le engañaría? ¿Y en frente
de ti? Venga, eso me ofende.
¾
No, pero... no sé, se os veía bien juntos;
parecía un buen tío.
¾
Y lo era. A ratos. Tenía sus momentos, como
todos, pero no era como al principio. Quizá cambió él, o quizá lo hice yo.
Es posible que fuera yo quien provocara su actitud, es duro
estar alejado de quien amas sin saber si está bien o siquiera dónde. Habrá
estado mucho tiempo intentando encontrarme, incluso planeando la boda, y de
repente se encuentra no sólo con evasivas, sino con que le he estado siendo
infiel a saber cuánto tiempo —desde su punto de vista—, y le dejo tirado. Puede
que la reacción no fuera la adecuada o correcta, pero es comprensible. No. No
lo es. Alguien con dos dedos de frente nunca lo habría hecho. Siempre ha sido
violento, yo nunca he querido verlo, pero es así. El otro día fue sólo la gota
que colmó el vaso.
Cuando entramos en la calle de mis padres, un coche parece
seguirnos; le indico a mi hermano que termine la calle y gire en la próxima.
Quiero comprobar si es verdad, pero por si acaso, saco del bolso mi pequeño
revólver, el primer arma que me dieron y guardo con cariño, y una pitillera que
resulta de lo más útil para guardar balas, y las meto en la recámara una por
una, con calma.
¾
¿Llevas un arma cargada? —mi hermano se
escandaliza.
¾
La acabo de cargar —matizo; entramos en la
siguiente calle y el coche sospechoso continúa—. Para aquí —frena en seco en
mitad de la calle—. Tápate la cara y si pasa algo, corres. Sin objeciones ni
mirar atrás, ¿me oyes?
Coge una bufanda de la guantera y se la anuda al cuello de
modo que sólo se le ven unos ojos asustados. Intento tranquilizarle con una
pequeña sonrisa, pero el gesto se borra de mi expresión en cuanto abro la
puerta. Me encamino al otro coche, el cual tiene la luna tintada, por lo que no
puedo ver al conductor; llevo el revólver despreocupadamente hasta que se
produce movimiento: la puerta comienza a abrirse y apunto directamente a la
cabeza de quien sale de ahí. Un hombre trajeado se queda quieto, retándome con
la mirada hasta que sale de la protección que le proporciona la puerta del
coche para ponerse frente a mí. Me enseña la pistola que lleva en la cartuchera
y saca del bolsillo interno una identificación igual a la mía; no llego a leer
el nombre, pero es lo suficiente para hacerme bajar el arma; nadie intentaría
falsificar nada de la CIA, demasiado enrevesado, es mucho más fácil y útil algo
de la policía. Sin embargo, continúo en tensión y no digo nada a mi hermano.
¾
Agente Hathaway —se identifica—. Has tardado en
darte cuenta —echa un vistazo al coche.
¾
¿Qué quieres? —no me gusta dónde está mirando—
No tengo tiempo para charlar —me acerco a él.
¾
Te quieren en Langley mañana a primera hora. Y
más te vale aparecer; no es una opción.
¾
¿Y se puede saber cómo voy a ir hasta allí?
¾
La Agencia se encarga de eso. Las instrucciones
—me tiende una pequeña tarjeta que parece de visita—. Líbrate de Moore,
parecéis muy apegados.
¾
Cierra la boca, perro faldero, o la pistola se
disparará accidentalmente.
Con una última mirada amenazadora, vuelvo al coche con mi
hermano para relajarle. No sé cómo voy a explicar a Alexander nada de esto,
según la tarjeta tengo que estar preparada para que me recojan en el hotel a
las seis y media de la mañana, y tendré que escaparme de alguna manera, pues no
sé cuándo volveré. Tengo que encontrar una solución, algo suficientemente
creíble. Otra explicación más a la lista que no tengo ni idea de cómo hacer.
Bien. Bertie se quita el embozo y vuelvo a descargar el arma bajo su impaciente
mirada. Sin embargo, continúo con calma mi tarea hasta tener pensado lo que
decir. ¿Cómo decir la verdad sin que lo sea del todo; qué decir y qué no?
Espero, paciente, a que comience a preguntar, pero para mi sorpresa se limita a
observarme. Estoy segura de que sabe lo que pienso, por algo es mi hermano, dan
lo mismo los kilómetros y años que nos separen. Asiento para que vuelva a la
casa de nuestros padres y, con un suspiro, conduce en silencio. Aparca en la
entrada al garaje y esta vez soy yo quien toma aire, mentalizándome de lo que
decir a continuación, de cómo hacerlo. Él parece ver lo que siento en mis ojos,
por lo que me da un pequeño abrazo cuando vacío mis pulmones intentando relajar
el pulso. Curioso que pueda enfrentarme a un almacén lleno de hombres armados
dispuestos a matarme pero no a una charla con mis padres. Al menos disparando
no tengo que pensar, sólo actuar.
¾
Saldrá bien, no te preocupes. Tan solo intenta
no gritar ni insultar a nadie —finge bromear.
¾
Haré lo que pueda —fuerzo una sonrisa—. Oye,
respecto a lo de antes... Siento haberte asustado, no quería arriesgarme. Estoy
aquí por trabajo y pensé que eran de eso.
¾
¿Y lo era?
¾
Sí, pero no como esperaba. Por suerte.
¾
¿En qué estás metida, Al? —pronuncia exhalando
aire.
Ambos sabemos que es una pregunta retórica, porque conoce
que no es tan fácil hacerme hablar de esos temas, y mucho menos si pienso que
podría poner en peligro a cualquiera de los que quiero.
Salimos del coche y nos dirigimos a la puerta, con su brazo
alrededor de mis hombros para darme apoyo. Cientos de dudas corren por mi
mente, estúpidas y propias de los nervios como si llamaremos al timbre o entraremos
con llave; y otras más comunes que llevan rondándome la cabeza demasiado
tiempo: ¿Seré capaz de hacerlo? ¿Me perdonarán? Sin embargo, todas se disipan
cuando la puerta se abre y todo lo que veo es la expresión de sorpresa de mi
madre. Repaso rápidamente lo que he hecho antes de salir del hotel por si tengo
alguna herida a la vista, no es esa primera impresión la que quiero dar. La
verdad es que no sé cuál quiero, pero estoy segura de que los moretones no son
algo que quiera ver una madre en su hija que lleva años sin hablar con ella.
Bertie ha dejado caer el brazo hasta la base de mi espalda,
empujándome sutilmente. De nuevo, justo cuando había comenzado a aceptar las
cicatrices y tomarlas como algo normal, vuelvo a darme cuenta de lo que
significan, a avergonzarme de ellas; por lo que, cuando mi hermano toca la zona
donde hay una, me muevo para deshacerme de él.
A mi madre le cuesta responder al abrazo, supongo que por la
sorpresa, pero en cuanto se repone, me aprieta con tanta fuerza que casi me
deja sin respiración; llora en mi hombro —no me había fijado en lo alta que soy
en comparación, sacándole casi una cabeza— y se aferra como si fuera a
desaparecer de un momento a otro. Yo, por mi parte, es cierto que al poco me
siento incómoda, sin embargo, la dejo continuar hasta que mi hermano la instiga
a separarse.
¾
Lo siento —susurro cuando me mira a los ojos—.
Siento lo que hice.
¾
Calla, mi niña —me acaricia la cara—. Lo
importante es que has vuelto.
Nos hace pasar y siento una oleada de familiaridad en cuanto
pongo el pie en la entrada. Bertie se mueve con soltura, sin embargo yo no sé
qué hacer. Todo está igual a como lo recuerdo, lo único que ha cambiado son las
fotografías de las paredes, que ahora hay bastantes de Christian, mi sobrino,
incluso una mía abrazándole —debió hacérmela mi hermano el día que fui a verle
sin que me diera cuenta, pues estoy sorprendentemente sonriendo con sinceridad—.
Ando con pasos torpes, dividiendo la mirada entre el suelo y la habitación
hasta llegar a la puerta del salón, donde me bloqueo al verle. En el fondo de
mi corazón sigo culpándole por lo que ocurre, por muy infantil que sea, pero
tengo que empezar a superarlo, y este es el primer paso. Cuando llegamos al
umbral, mi hermano me coge de la mano, sabe lo que estoy sintiendo, o al menos
se acerca bastante, y mi padre se gira para mirarnos. Los ojos se le abren de
sorpresa y se acerca con cautela, observándome igual que todos. Parece una
presa a la espera de que el depredador ataque. Aunque creo ahora la presa soy
yo. Odio que me miren.
¾
Hola, papá —es lo máximo que puedo decir sin
''opinar'' de más.
Los años no han pasado en balde, tiene arrugas en los ojos y
las comisuras y ni siquiera su expresión consigue devolverle la luz a unos ya
apagados y, se podría decir, tristes ojos. Las canas han convertido su pelo
negro en un gris oscuro, igual que a mi madre. Algunas personas decían que
había heredado su sonrisa, no obstante, viéndole ahora, nadie diría que la
tiene siquiera. Nosotros terminamos especialmente mal, creo que sabe que
conozco lo que hizo, pero estoy segura de que lo sospecha como mínimo; hubo un
momento en el que llegué incluso a apuntarle con una pistola y a insinuárselo.
No me siento orgullosa de ello, pero simplemente ocurrió en un muy mal momento,
yo no era totalmente consciente de mis actos. O eso dijo el médico que me
analizó.
¾
Hola, Alice —me responde y acepto un corto
abrazo.
Me siento observada, y no es algo que me agrade
especialmente. Me da la impresión de que acabarán viendo cualquiera de mis
marcas, así que me coloco el pelo para que tape lo máximo posible el cuello y
bajo aún más las mangas de la chaqueta, pues las muñecas parecen más graves de
lo que realmente son.
Nos sentamos en el sofá y tomo aire, preparada para las
preguntas e hipotéticas situaciones corren por mi cabeza, locas y desordenadas.
¾
¿Estás de vuelta en Nueva York? —mi madre rompe
el silencio.
¾
Estoy de paso, mañana me voy. No tengo mucho
tiempo libre —prefiero que piensen eso a la verdad; y no estoy mintiendo del
todo.
¾
¿Puedes quedarte a comer?
¾
Sí, supongo —me encojo de hombros—. Pero cojo el
avión a primera hora y tengo que terminar algunos asuntos, así que no me
quedaré mucho.
¾
Tienes dónde dormir, ¿verdad? —mi padre se
atreve a preguntar.
¾
Estoy en un hotel del centro. Puedo permitírmelo,
lo paga el trabajo —respondo antes de que puedan preguntar más.
¾
Mejor dicho nuestros impuestos —Bertie intenta
relajar tensión y me saca una pequeña sonrisa.
¾
Así que sigues en el FBI —la voz de mi padre
está llena de preocupación, lo que no sé es si por él o por mí.
¾
¿Quién me lo iba a decir, eh? Meter a la gente
en la cárcel en vez de estar yo dentro —le lanzo una aguda mirada—. Tranquilo,
estoy en homicidios, no te...
El teléfono sonando me impide completar mi acusación. La
habría dejado en el aire y le hubiera hecho confesar sin que me temblara el
pulso, he sido entrenada para sacar toda la información posible de diferentes
maneras, y que sea mi padre no va a cambiar mi manera de proceder, como mucho
podría suavizarlo, pero no hay lugar para la pena o compasión con la verdad.
Llevo la mano al bolsillo para sacar el móvil y veo una
simple ''A'' iluminando la pantalla. Estoy tentada de colgarle, de continuar
con mi particular interrogatorio, sin embargo, lo pienso mejor y decido
levantarme para ir a la entrada y cogerlo con algo de intimidad cerrando la
puerta tras de mí. Espero que se oiga menos desde dentro.
¾
Estoy bien, no...
¾
¿Qué pasó ayer? —suena realmente serio.
¾
¿De qué hablas?
¾
¿Tienes una televisión a mano?
¾
Ajá —entro en el salón y le indico a mi hermano
que la encienda.
Casi como si nos viera, se mantiene en silencio cuando las
imágenes del almacén en el que sucedió el tiroteo ocupan la pantalla. Son
imágenes de una cámara seguridad en las que se me ve disparando a diestro y
siniestro, corriendo, agachándome y, en definitiva, matando. Por suerte no se
me distingue la cara, ya que el pelo me la tapa en todo momento y la calidad es
bastante mala. A esto le sigue una reportera en el exterior, con mi pintada en
sangre de mis iniciales —reconozco que quizá haya sido algo exagerado, pero lo
importante era impactar y la teatralidad, y de eso voy sobrada— diciendo que
hubo un tiroteo entre, lo que parece, traficantes y policía. Entonces aparece.
Ahí está.
Bueno, mejor dicho ''estamos''. «El principal sospechoso se
trata de Alexander Moore, conocido traficante de Florida, pues fue visto
recientemente en la ciudad acompañado de, por lo que parece, la mujer del
vídeo, que se cree que se trata de su cómplice y amante. Aún no se ha
confirmado su identidad y el FBI asegura estar trabajando en ello». Mientras la
mujer habla, fotografías de Alexander aparecen en pantalla, algunas en las que
yo estoy con él de la mano o incluso besándonos. Antes de que mis padres puedan
verlo con claridad, me pongo en medio de la televisión y la consigo apagar bajo
la mirada de los presentes; incluso oigo a Alex decir mi nombre a través del
teléfono. Se me había olvidado completamente que lo tenía en la mano sin
colgar.
¾
Luego te llamo —contesto y lo guardo en el
bolsillo para enfrentarme a las miradas confusas de mi familia—. No os creáis
esa basura, el FBI nunca daría tanta información tan rápido —improviso.
¾
Quien lo haya hecho es un criminal, no se puede
matar a sangre fría y luego vivir con ello.
¾
¿Tú qué sabes de eso, papá? —pronuncio con
rencor— ¿Te has enfrentado a algo así en tu vida? Cuando se aprieta el gatillo
es cuestión de vida o muerte, o ellos o tú; no hables de lo que no tienes ni
idea, o tendré que hablar de cosas que yo sí sé.
Con eso, salgo de
allí con la cabeza bien alta, no pienso permitir que me vean rota. ¿Es así como
me ven todos en realidad? ¿Como una asesina sin corazón? Quizá Alex quería
decirme eso entes de que le colgara, que no puede estar con alguien como yo,
igual que temía que ocurriese si se enteraba de la verdad. Involuntariamente,
llevo la mano al colgante que éste me regaló ayer, envolviéndolo con el puño,
esperando que no sea cierto lo que temo. A demás, ha habido una brecha en la
seguridad, las fotografías eran de seguimiento, precisamente lo que debería
haber evitado la policía, y la información de la televisión debería haber sido
censurada por la Agencia, para asegurar la misión como a mí. Algo así no se le
puede escapar tan fácilmente, lo han dejado pasar para acabar con esto de una
vez por todas, seguro que por eso tengo que ir a Langley.
Actúo sin pensar, dejándome llevar por mis amargos
pensamientos que me han llevado a meter la mano en un agujero de un nudo de un
árbol en el jardín trasero de donde saco una bolsa de plástico con otra más
pequeña llena de marihuana, un paquete de tabaco y un mechero. Ni siquiera lo
pienso, me lo meto en el bolsillo y me enciendo un cigarro, sentada en el suelo
con la espada contra el árbol. Casi se me había olvidado la calma que transmite
la nicotina por las venas. Casi. En verdad nunca dejé de fumar, continuaba
haciéndolo cuando me estresaba. A escondidas, por supuesto. Es lo único que
puedo dejarme para mí misma. Hasta que mi hermano sale al jardín y me ve.
¾
¿Qué coño haces? —se acerca hecho una fiera e
intenta quitarme el cigarro.
No quiero hacerle daño, pero tampoco me encuentro de humor
para hablar, así que le tiro al suelo cuando me coge de la mano y le inmovilizo
con la rodilla en la espalda mientras doy una calada. Tampoco opone
resistencia, por lo que vuelvo a mi posición anterior y se sienta en frente,
refunfuñando y maldiciendo.
¾
Eso me pasa por meterme con un federal
—masculla.
¾
Tú lo has dicho. Y no todos son tan buenos
—sonrío con suficiencia.
¾
Habías dejado de fumar —él tampoco está de humor,
al parecer.
¾
A diario —matizo—. Te aviso que no voy a
disculparme. Mamá sigue sin saber nada, ¿verdad?
¾
No. Pero él tampoco sabe que me lo contaste.
Parecía bastante...asustado.
¾
A la defensiva, más bien. Y fue él quien empezó
con lo de ''criminal''.
¾
Tú te pusiste a la defensiva porque pensaste que
se refería a...otra persona; nunca te ha importado lo que dijeran de ti.
¾
A lo mejor ahora sí —le desafío con la mirada
apagando el cigarro consumido.
Entonces el sonido del teléfono deja a mi hermano con la
palabra en la boca. ¡Dios, cómo odio ese aparato! Estoy a punto de lanzarlo,
pero Bertie me lo quita de la mano para que no lo haga y me lo vuelve a dar
cuando suavizo la expresión, confiando en que no vuelva a intentarlo. No
obstante, es sólo una fachada.
¾
He dicho que te iba a llamar yo —respondo con
brusquedad—. ¿Qué quieres?
¾
Dime dónde estás —habla con el mismo tono.
¾
No.
¾
Alice, basta. He conseguido un helicóptero y
saldrá en breve.
¾
Perfecto, cógelo; no puedes seguir
relacionándote conmigo con lo que ha ocurrido.
¾
No me muevo de aquí sin ti. ¿Qué demonios ha
pasado?
¾
He dicho que te vayas, yo me encargo de esto.
¾
¿Cómo, si se puede saber? Ya has hecho
suficiente.
¾
¡Me estoy jugando el cuello por ti y no eres
capaz de confiar en mí!
¾
¡Casi consigues que te maten!
¾
¡Sé perfectamente lo que hago, ya soy adulta! Y
si no te gusta cómo soy, ya sabes lo que hacer.
¾
¿Ya está? ¿Así de fácil? —parece reprocharme mis
palabras, pero estoy demasiado enfadada como para pararme a pensar en ello.
¾
Sí, así de simple. Adiós.
Esta vez mi hermano no puede evitar que arroje el teléfono
contra la casa con todas mis fuerzas, y menos que éste caiga con la pantalla
rajada al suelo. En vez de regañarme, me abraza con fuerza, besándome la cabeza
tal y como lo hacía cuando era pequeña y consigue reconfortarme. Entre sus
brazos siento que estoy temblando, no sé si de la rabia o de los nervios, la
cuestión es que poco a poco me tranquilizo, con los ojos cerrados y aspirando
su olor familiar.
Antes de que comiencen a caer lágrimas, puedo darme cuenta
de ello y las seco para que no las vea; llorar es un lujo que no puedo
permitirme, no ahora, no después de discutir con Alex y de no saber qué va a
ocurrir con él o con mi trabajo. Sólo espero que sea suficientemente
inteligente para hacerme caso y marcharse de aquí, quizá con mi actitud tan
brusca y la televisión se haya convencido de que es lo mejor que puede hacer,
alejarse lo máximo posible.
Pase lo que pase, tengo que ponerme manos a la obra y
arreglar esto, sin embargo, algo me dice que no conseguiré nada hasta mañana en
Langley. De repente, lo espero con impaciencia, así que me separo de mi hermano
para pedirle el teléfono y poner al corriente a Amy de los últimos sucesos
mientras creo que Bertie se disculpa ante mis padres. Prefiero que no lo haga,
pero él es así: conciliador; espero que mi padre no vuelva a comentar nada de
lo de antes, porque esta vez no voy a salir de casa, esta vez pienso contarlo
todo. Ya que saqué mi energía en la discusión, o más bien salió como un
torrente incontrolable, ahora me siento mucho más débil de lo que me gustaría
admitir, aunque no estoy segura si es sólo anímicamente y repercute en el
resto.
La conversación con mi compañera, tan atenta y comprensiva
como siempre, consigue levantarme algo el ánimo y me promete que investigará lo
que ha podido ocurrir para que ese estúpido vídeo de seguridad esté corriendo
como la pólvora. Llevo billetes en el bolsillo trasero del pantalón, cortesía
de Alexander, por supuesto, y le escondo bajo la tapa del teléfono uno de
cincuenta dólares a mi hermano para cubrir el gasto de la llamada de sobra. Me
fumo un último cigarro antes de volver dentro tomando una bocanada de aire y
quemo la tarjeta de la Agencia cuando me aseguro de sabérmela de memoria. Puedo
con ello, es sólo comer, soportar alguna pregunta de más y se habrá acabado,
unos años más con contacto distante merece la pena. Están poniendo la mesa
mientras mi madre termina la comida; al parecer tenía la gran mayoría hecha
antes de que llegara. Echo una mano cortando algunas cosas en silencio, ella
tan solo me pregunta si estoy bien y un simple ''trabajo'' parece complacerla.
Hoy en día, puedes poner eso como excusa para todo y a nadie le parecerá
extraño. Antes de terminar, mi padre, quien no me ha dirigido la palabra desde
que entré de nuevo, me pide hablar en privado. Me muerdo la lengua y asiento
con la cabeza bajo la mirada del resto de mi familia. No recuerdo la última vez
que estuve a solas con él, y tampoco espero repetirla en un futuro cercano, no
es algo que me interese. Se sienta en un banco del porche delantero, mientras
que yo me quedo apoyada en la barandilla, incómoda.
¾
¿Qué sabes, exactamente? —rompe el silencio.
¾
Más que tú. ¿Para eso me has traído, para
sacarme información?
¾
Quiero hablar contigo, hija; tratar de
entenderte. ¿Por qué no se lo has dicho a tu madre? Sé que quieres hacerlo,
pero parece que disfrutas haciéndome sufrir.
¾
¿Lo parece? Bien, porque lo hago. Te estaba
dando tiempo para que lo dijeras tú, pero ya veo que todavía no te has atrevido
y nunca lo harás. Tienes suerte de que esté muy liada con el trabajo, no tengo
tiempo para dramas familiares. Pero en cuanto termine, pienso decírselo todo, y
te advierto de que quizá haya algo más de lo que tú sepas.
¾
¿Me estás acusando de algo?
¾
No tengo placa para ello y tampoco quiero abrir
un proceso judicial, demasiado trabajo.
¾
Entonces es un ultimátum —me encojo de hombros—.
¿Hasta cuándo tengo?
¾
No lo sé. Quizá mañana o el año que viene, con
esto nunca se sabe. Hazlo cuando estéis a solas, Albert no se merece nada de
esto.
¾
¿Se lo has contado?
Le lanzo una mirada indiferente y le dejo solo. Todos
tenemos que enfrentarnos a nuestros errores del pasado, y él ha estado huyendo
demasiado tiempo.