Entramos al puerto por una
zona aislada, donde descargan los barcos más pequeños, lo que no quita que aun
así haya contenedores apilados. No pasan desapercibidos los hombres sentados en
el borde de éstos, observándonos, o incluso paseando y dejando sus armas a la
vista. Trato de no mirarlos, pero reconozco que son bastante intimidantes.
Continuamos avanzando hasta que un hombre sale de entre dos contenedores, con
aspecto bastante común; no lo es tanto el del hombre que está a su lado, más
alto y corpulento, lo suficiente como para poder aplastar a alguien sin
demasiados problemas con sus propias manos. Nos cortan el paso también por
detrás, ya que otros dos hombres igual de enormes bloquean nuestra espalda. Fantástico.
Sin armas, sin escapatoria, y con una cría a la que proteger. No puedo pedir
más.
¾
Pequeña Bethany... Veo que traes a una amiga —me
inspecciona—. ¿Qué has hecho con Ben? ¿No era él el que te traía siempre?
¾
Me he aburrido de él.
¾
Ya te lo dije, eres mucho para un tipo así —la
forma en que la mira me hace querer saltar y romperle la nariz; no sé cómo
consigo controlarme—. ¿Y tú quién eres?
¾
Alice Du' Fromagge. Vengo a hacer un trato
—respondo antes de que pueda preguntármelo.
¾
¿Crees que lo necesito? —señala con la cabeza a
sus hombres.
¾
El dinero mueve el mundo; y yo tengo buenos
motores.
¾
¿Cuánto?
¾
Diez. En efectivo.
¾
Lo llevas encima, ¿no es así? —mi silencio le
responde— ¿Y qué me impide matarte y quitártelo ahora mismo? —siento cómo los
hombres a nuestra espalda se acercan aún más y el pecho de Beth se acelera.
¾
Quizá esto te convenza.
Saco el teléfono móvil y marco
el número de Alexander. Sabe de sobra qué tipo de gente es con la que me estoy
codeando, y que si le llamo será por algo importante, así que con suerte no
dirá nada inapropiado. No me gusta tener que pedirle ayuda, pero no veo otra
manera de poder convencer a estos tipos sin poner en peligro a nadie. Beth
tenía razón, no son nada fáciles, y quizá haya conseguido engañar a algunos
mafiosos estúpidos que no conocen más que de números, pero la gente de la calle
es de otro estilo. Debería saberlo a estas alturas. El error es mío, por
supuesto, debería haber pensado antes de actuar, mas me temo que es algo que
nunca aprenderé.
¾
¿Qué necesitas, Du' Fromagge?
¾
Estoy en el puerto de Nueva York, con el negocio
que hablamos, y al parecer prefieren arrebatarme el dinero a la fuerza antes
que cerrar el trato. ¿Qué te parece?
¾
Quiero hablar con ellos —repone, serio.
¾
Lo estás haciendo —tengo el altavoz puesto desde
el principio.
¾
Bien. El que se atreva a tocarte un solo pelo,
lo pagarán con su sangre. Juro que no vacilaré en apretar el gatillo —adopta un
tono amenazador que me pone los pelos de punta—. ¿Entendido? —se quedan en
silencio, asimilando las palabras— Recordad que Alexander Moore tiene ojos en
todo el país.
Con eso, corta la llamada, y
ellos toman aire profundamente. La joven se acerca más a mí y la noto temblar,
no obstante, no puedo permitirme tranquilizarla por mucho que me gustaría,
aunque su rostro es gélido. Estoy orgullosa de ella. No sé hasta dónde era
actuación lo de antes, pero ha conseguido intimidarme a mí, así que no me
imagino lo que ha conseguido en ellos. Levantan la mirada del teléfono y el que
ha hablado antes toma una posición defensiva, con los brazos cruzados sobre el
pecho y las piernas ligeramente separadas; oigo pistolas cargarse a mi
alrededor y mantengo mi postura relajada, si me tenso habrán ganado, y desde
luego yo habré perdido mucho más que una negociación: mi vida y la de Beth.
— ¿Cómo
te has hecho eso? —señala los puntos de mi cabeza—. Porque está claro que sabes
defenderte —echa un vistazo a mis manos magulladas.
— No
quieras saberlo.
— Quiero
saber a lo que me enfrento.
— Ya
lo has oído por teléfono.
— Cuando
Moore llegue, yo ya podría estar muy lejos. Y tú muerta.
— Estar
lejos no significa salvar tu vida. Quizá te compres una semana, pero con esto
—saco el dinero, ignorando que una pistola se ha puesto en mi nuca y otra en la
de Beth— tendrás una fuerte alianza.
— «Alianza»
—mastica—. Hablas como un asqueroso europeo —escupe al suelo—. ¿Qué es lo que
quieres?
— Tu
palabra. Si alguien pregunta, el puerto es mío. Quédate con los beneficios, me
dan igual.
— ¿Por
qué?
— No
te importa. ¿Hay trato?
— ¿Tengo
otra opción?
— No
sin salir herido —a pesar de seguir sintiendo la presión del metal contra mi
nuca, consigo sonar amenazante.
— Está
bien.
Aunque coge el dinero a
regañadientes, sé que en el fondo es un alivio para él tanto como para mí.
Indica a sus hombres que se aparten y me alejo de allí a paso rápido pero
seguro, no quiero que vean que tengo demasiada prisa en salir. De hecho,
observo a mi alrededor para tener puntos de referencia; nunca vienen mal, y si
hay algo que nunca sobra es la información. Beth me sigue fuera hasta que me
detengo unos pasos más adelante, saco un par de billetes de la chaqueta y los
acepta sin rechistar; es lo suficientemente lista para mantener la boca cerrada
y darse por aludida cuando susurro, aparentemente a nadie, un punto de
encuentro. Si ven que hay algo de complicidad entre nosotras más allá de los
negocios, la usarán para llegar a mí, y eso es lo último que quiero; y que
necesita ella. Me tomo mi tiempo en ir, necesito respirar tranquila. He tenido
mucha presión en el puerto, no sé cómo no he dicho o hecho cualquier estupidez
de las mías, especialmente cuando nos tenían a ambas encañonadas. Puedo
soportar que me lo hagan a mí, de hecho sé que me merezco que aprieten el
gatillo, pero no que se lo hagan a alguien inocente, menos si es joven y ''de
la familia''.
La encuentro exactamente donde
he dicho, observando a un músico callejero con la cabeza gacha, esperándome.
Resulta seguir mejor las órdenes de lo que pensaba, de lo que yo hacía. Cuando
me paro a su lado, veo cómo suspira de alivio y se quita la capucha para
mirarme, pero yo no puedo quitar la vista del músico; es casi hipnotizante. Está
absorto en su pequeño mundo musical, para él no existe más que sus manos y su
instrumento. Admiro esa capacidad de evasión. Beth llama mi atención cuando tiende
una mano con el dinero que le he dado antes e intenta devolvérmelo.
¾
Quédatelo, no veo justo que te pongas en peligro
a cambio de nada —comienzo a andar y me sigue.
¾
No quiero esto, quiero salir de aquí. Ir con
vosotros.
¾
Sabes que
no puedo, por favor no lo hagas más difícil.
¾
¿Por qué? Moore está forrado, y tú eres poli,
sabes defenderte; puedes enseñarme.
¾
Ese es el problema. Beth, esto es una misión, es
trabajo —bajo la voz— y llegará un momento que se acabará, no sé si el mes que
viene o dentro de un año, pero si vienes, no tendrás nada. Podrían acusarte de
cómplice.
¾
¿No me protegerías?
¾
No puedo. Alexander te tomaría como su
protegida, especialmente ahora —añado en un murmullo—. No estamos en
condiciones de...acoger a nadie, ni siquiera puedo garantizar mi seguridad.
Anoche tuvimos que huir de un tiroteo, Alex salió herido en otro y yo voy
camino de lo mismo. Si te ocurriera algo no me lo perdonaría; y tu hermano me
mataría.
Parece entenderlo finalmente,
pues se queda en silencio de nuevo, reflexionando sobre lo que he dicho. La
amenaza de la cárcel siempre ha sido efectiva, pero esta vez no es sólo eso, en
verdad es lo que ocurriría; se vería afectada de plano, no me permitiría eso.
Por no hablar de Hood o Patrick, ella siempre ha sido algo sagrado, su madre la
envió lejos cuando Pat se metió en la banda para que no sucediera lo mismo, y
queríamos que se mantuviera así. Ya he fallado en eso, no voy a hacerlo de
nuevo. Miami significa muerte para cualquiera que ponga un pie allí, la cárcel
sería incluso una bendición.
¾
¿Cómo es? —dice de repente.
¾
¿Qué?
¾
Estar con mi hermano, verle todos los días.
¾
No lo sé, eso fue hace mucho. Le veía una vez al
mes o así, y cinco minutos como mucho. No nos llevábamos demasiado bien.
¾
Pero Rob
dijo...
¾
Hood no sabe lo que pasó. Si te sientes mejor,
te diré que lo intentamos, pero no salió bien. Ninguno estaba preparado para
eso.
¾
Pero si os queríais...no sé, es más fácil.
Quiero decir que si quieres a otra persona, la soportas mejor que si no lo
hicieras.
¾
Ojalá fuera así de fácil —esbozo una amarga
sonrisa—. Le quiero, ha sido muy importante para mí y es muy buen tío, pero no
le amo. Nos tenemos cariño y quizá pudo haber más, pero eso está en el pasado.
¾
¿Si no estuvieras con Moore, estarías con él?
¾
No tengo ni idea —suspiro—. Oye, ¿no se supone
que deberías estar en el instituto?
¾
Se supone, pero tengo cosas mejores que hacer.
Me sonríe, esperando que la
perdone, y me encantaría regañarla y decir que lo que hace está mal, pero no
soy quién para enseñárselo, yo hacía lo mismo y la estoy animando a que
continúe pidiéndola que venga conmigo. Bueno, por un par de días no pasará
nada, y está a punto de coger vacaciones, seguro que no hacen nada en el
instituto.
Hoy me las he apañado para
hacer el trabajo ''fácil'', mañana será lo duro. Y odio tener que llevarla
conmigo, pero se sabe mover por la ciudad mejor que yo. A demás, tampoco la
vendrá mal aprender lo que es el mundo y el peligro que corre como siga con su
cabezonería en venir con nosotros o continuar metida en todo eso de las bandas.
De camino al siguiente encuentro,
paro en una cabina de teléfono y marco el número de la policía. Debería ser
gratis, no me imagino a alguien en una emergencia y buscando suelto en el
bolsillo antes de que le roben, eso poniéndose en el mejor de los casos. De
todas formas, introduzco las monedas suficientes para un par de minutos y me
apoyo a un lado, observando la calle. Amy me ha echado una mano con esto, se ha
hecho pasar por una portavoz mía o algo así —no se aleja demasiado de la
realidad en muchas ocasiones— y ha conseguido organizar una especie de reunión
con unos tipos muy peligrosos. He tenido que ponerla al día de mis planes aquí
grosso modo, sólo he dicho que intentaría hacerme con Nueva York a mi manera, y
decidió por ella sola echarme un cable con lo más complicado, pues siempre es
fácil encontrar droga, pero las armas necesitan regulación, aunque sean
ilegales.
Beth me deja espacio, pero
prefiero tenerla cerca por seguridad y la indico que se ponga a mi lado. Podrá
oír la conversación al completo, y espero que eso la haga confiar más en mí,
aunque creo que la tengo ganada, somos bastante afines. No obstante,
precisamente eso es lo que puede hacer que discutamos más, aunque no creo que
eso suceda. Sabe nuestra situación y va a ayudarnos, más que nada porque
también la beneficia a ella, y si no me equivoco, está intentando ''ganar
puntos'' con PJ para que la acepte. Él la aceptaría sin problemas pasara lo que
pasara, pero ella no parece estar segura, y ayudar a su antiguo amor es una
buena opción. Se nota que no le conoce bien, puede parecer serio y antipático,
nada más lejos de la realidad, pues quienes hemos pasado tiempo con él sabemos
que tiene un gran corazón. Pero claro, ella no ha podido saberlo, él la evita,
por lo que me dijo Hood. Si alguna vez...No. Cuando le vuelva a ver, se va a
enterar.
Me cogen el teléfono al segundo timbre y me incorporo para
hablar, concentrándome en el asunto que tengo entre manos. Necesito estar al
cien por cien en esto.
¾ Alice
Sanders, 0310200905032010 —le digo el código
para que entre a mi ficha y me identifique como agente—. Necesito un equipo que
no llame la atención lo antes posible en el 880 de Meeker Ave, Brooklyn.
¾ Lo
siento, agente, no tenemos a nadie disponible.
¾ Si
digo que lo necesito es por algo.
¾ ¿Cuáles
son sus planes?
¾ Confidencial.
¾ Quizá
una patrulla le sirva.
¾ No
—cuelgo.
No es normal que no pueda tener a mi disposición un simple
equipo, cuatro personas a lo sumo, para mi seguridad. No les importa quién sea
ni qué vaya a hacer, sólo sus intereses que a saber cuáles son, quizá montar
guardia en la casa de algún rico en vez de estar en la calle haciendo su
verdadero trabajo, para lo que estudiaron en la academia.
No me gustaría ir sola, a decir verdad, con alguien a mi
cargo, porque si Beth no estuviera no tendría miedo de nada, yo sola podría
apañármelas a la perfección, pero con ella a mi lado es muy distinto, y sé que
si le mando a su casa se enfadará y no me hará caso, así que es estúpido siquiera
pensarlo.
¾ ¿Y
ahora qué? —me pregunta— ¿Vamos sin ayuda?
¾ No
—me acerco a la acera y levanto la mano hasta que un taxi se digna a parar;
ella entra primero—. A la comisaría más cercana a Meeker Ave.
¾ ¿Brooklyn?
—el taxista habla y asiento— Creo que está en Ericsson Pl.
¾ Bien.
Dese prisa, por favor.
¾ No
entiendo nada —dice Beth al rato, el coche va deprisa y por suerte no hay mucho
tráfico.
¾ No
quiero arriesgarme a ver a ese tipo sin apoyo y sin armas.
¾ Si
es algo de negocios, no creo que...
¾ Primera
regla: nunca te fíes de lo que te digan si no puedes verlo.
Asiente con la cabeza y se relaja a mi lado el resto del
trayecto. No tengo nada pensado, en verdad prefiero improvisar, saldrá mucho
más natural, y si hay una cosa que he aprendido de todo esto, es que en cuanto
más prepares una entrevista, peor te saldrá. Y algo poco creíble es algo muy
peligroso.
Cuando llegamos, pago al taxista y le digo que no me espere.
Voy a salir de aquí con mis refuerzos, incluido un coche. Entro en la comisaría
y, tras identificarme como agente de nuevo (ahora más que nunca tengo claro que
sólo somos un número), accedo a la zona de oficinas, donde varios policías se
encuentran investigando con los ordenadores, otros con papeleo y algunos con el
teléfono. Me pongo en el centro de la sala, atrayendo la atención de todos, que
se quedan observándome. Mi acompañante se ha quedado en la puerta, esperando a
que haga algo. Es normal que se sienta incómoda, no le gusta la policía, ha
tenido malas experiencias, y ahora está rodeada por propia voluntad. Comprendo
que para ella no tenga demasiada lógica; para mí tampoco.
¾ Escuchad
—alzo la voz—: Necesito que cuatro personas vengan conmigo de apoyo.
¾ ¿A
qué? —pregunta alguien en una esquina.
¾ Si
tenéis que saberlo para decidiros, no me servís.
¾ ¿Pero
tú quién eres, niña? —dice otro en tono despectivo.
¾ ¿Algún
voluntario? —ignoro el comentario.
En ese momento entra un hombre, cerca de los treinta, con
otros tres detrás, todos de traje y armados. Es un grupo bastante homogéneo,
ninguno destaca especialmente a excepción del que los lidera, que se ve claro
que es el que lleva las riendas del resto. Ese es un detalle que se acaba
aprendiendo a ver después de un tiempo, después de ver bastantes grupos y
equipos de diferentes tipos y lugares.
¾ ¿Voluntario
para qué? —pregunta el primero.
¾ Para
apoyo en algo que no nos quiere decir —le responde otro.
¾ ¿Cuándo?
—ahora se dirige directamente a mí.
¾ Ahora.
¾ ¿Y
qué harás si no los consigues? —se acerca.
¾ Ir
de todos modos.
¾ Me
apunto. Mi equipo se viene conmigo —señala tras de sí.
¾ Perfecto.
Dadme un chaleco y en marcha.
Me indica con la mano que le siga y yo le hago lo mismo a
Beth. La miran de reojo mientras se pone a mi lado, pero en seguida el jefe del
equipo me habla y atrae más su atención lo que van a hacer más que una
chiquilla que viene conmigo.
¾ Agente
Murdock —me da la mano—, departamento de homicidios.
¾ Bien.
Alice —le estrecho la mano—. Por cierto, ¿ha habido algún caso interesante
últimamente? —quiero saber si el Club del Mafioso está metiendo las narices
donde no les llaman; o si Paulie hizo algo.
¾ No
más de lo normal. ¿Por qué me suena tanto tu cara?
¾ Tú
sabrás —acepto el chaleco que me tiende y le digo a la chica que se acerque.
Empiezo a ponérselo bien ajustado para que se note lo menos
posible bajo la sudadera, aunque por suerte es ancha y apenas hay diferencia.
¾ Al
principio irás algo incómoda, pero te acostumbras.
¾ ¿Y
tú?
¾ No
me hace falta. Vale —me pongo en marcha—, voy a encontrarme con un traficante
de armas y necesito que me cubráis desde lejos.
¾ ¿Y
yo? —me dice Beth.
¾ Tú
también. Como mucho, quiero a Murdock a mi lado, pero sin armas.
¾ ¿Entonces
cómo te cubro?
¾ Nos
cachearán, así que no quiero problemas.
No hablamos más hasta que llegamos al punto de destino que
les indico. En el coche, hemos tenido que apretujarnos, ya que es de cinco plazas
y nosotros somos seis, pero con que Beth se haya sentado encima de mí lo hemos
solucionado. No está contenta con mi decisión, pero sabe que es lo máximo que
obtendrá. Acepté que viniera conmigo porque creo que así aprenderá algo de lo
que es la vida de verdad, que es algo superior al barrio, que todo continúa
aunque parezca lo contrario. A demás, creo que la gusta estar conmigo, o al
menos disfruta aprendiendo mi trabajo, por masoquista que suene.
He quedado en Townsend Street, a las afueras de Brooklyn,
donde hay un almacén abandonado que usan como punto de referencia, ya que está
al lado del Newton Creek, un pequeño río con la anchura suficiente para pasar
un barco con mercancía. No hay un puerto oficial, así que eso lo facilita todo,
y como está por la zona interna, tampoco hay controles de la policía. Es el
punto perfecto.
Bajamos del coche un par de esquinas antes de donde he
concertado la cita para que nos vean llegar a pie y no sospechen que podamos
traer a más gente. Nos vigilarán desde la primera esquina y cuando entremos al
almacén ya se verá. Dudo que ahí tengan ángulo siquiera de visión, por lo que
no quiero ni pensar de tiro.
¾ Ya
sé quién eres —me habla Murdock mientras andamos; alzo una ceja, interrogante—.
Alice Sanders, de Los Ángeles. Trabajamos una vez juntos.
¾ ¿Ah
sí?
¾ Sí,
en el caso del 'asesino del bar', ¿te acuerdas? Mataba con picahielos y
embadurnaba a las víctimas en alcohol.
¾ Sí,
es cierto —recuerdo el caso.
Fue complicado de coger, lo acepto. Cada semana aparecía una
víctima en cada estado (California y Nueva York), y el modus operandi era el
mismo. Lo peor es que no habían registros de aviones, trenes o de cualquier
otro tipo de transporte que coincidieran. El asesino resultó ser un empresario,
que justificaba los viajes con trabajo y las reservas estaban hechas a nombre
de la empresa, y cuando preguntábamos, no nos daban más que excusas y algún que
otro testigo comprado. No da buena imagen tener a un asesino en serie en la
empresa. Por suerte, está en la cárcel y no saldrá hasta dentro de mucho.
¾ Yo
era sólo policía, conseguí el ascenso gracias al caso. Y a tu recomendación.
¾ Me
alegro —respondo seria; la verdad es que me da bastante igual su carrera.
Apenas gesticulo. Hay un hombre al fondo de la calle,
observándonos a los dos. Se lleva la mano al pecho bajo la chaqueta, y no hay
que ser muy listo para darse cuenta de que tiene una pistola y que no dudará en
usarla en caso que considerara necesario. Alzo las manos y me desabrocho la
americana para que vea que no llevo armas y mi compañero hace lo mismo. Sin
embargo, saca la pistola de todas formas y nos apunta a ambos.
¾ He
quedado con 'El Alemán' —digo—. Soy Du' Fromagge.
¾ ¿Y
él?
¾ Doyle
—respondo rápidamente—. Mi segundo al mando.
¾ Quedamos
en que vendrías sola.
¾ Y
en que nada más llegar podría hablar con tu jefe.
Resopla y cede al fin. Nos indica que le sigamos dentro del
almacén y Murdock me agarra del brazo para no perderme de vista bajo ningún
concepto. El almacén está repleto de cajas de madera con números pintados.
Parecen antiguas, pues también hay otras de metal más allá. Hay guardias
armados hasta los dientes, con ametralladoras incluso. Supongo que si te
dedicas a pasar armas de contrabando, suministrar bien a tus hombres no debe
ser un problema. Es el negocio más peligroso y no precisamente el que más
dinero consigue, sin embargo, en caso de que haya cualquier problema entre
países, hace a la gente sentirse insegura, y ésta tiende a comprar armas, a
veces buscando no ser rastreados; y si ya tienes un renombre, ganarás más dinero
que con cualquier otro. Inteligente, pero arriesgado. Requiere demasiada
paciencia para mí.
Andamos hasta entrar en otra sala mucho más pequeña, sólo
con cajas de madera como las del otro sitio. Una está abierta, y dos hombres
examinan su contenido cuando nuestro guía habla para llamar su atención,
presentándonos brevemente en español. El que parece el jefe, tiene el pelo
rubio platino y los ojos de un azul casi blanco. Estoy segura de que es de
España, tiene un acento muy suave y suena bastante serio, a diferencia de lo
que todos dicen de cómo son: dicharacheros, gritones y alegres. Su sola
presencia intimida, y el hecho de que esté rodeado de pistolas y yo no tenga
ninguna a mi alcance supongo que ayuda. La verdad es que el mote es evidente de
dónde puede venir: es europeo y tiene los rasgos típicos en un alemán, aunque
es más que obvio que no es de allí. La verdad es que no se lo han pensado
demasiado, se han centrado en lo más básico menos en el acento. A lo mejor él
prefiere que le llamen así.
¾ Debes
de ser Du'Fromagge, ¿no? —levanta la cabeza para hablarme.
¾ Así
es —echo un vistazo al contenido de la caja y le tiendo la mano.
¾ Curioso.
Los dos somos europeos y me saludas como un yankee. En Francia son tres besos
¿verdad?
¾ Y
en España dos —me acerco y nos saludamos con besos en las mejillas—. ¿Cómo te
llamo? —el saludo ha sido un gesto de familiaridad, pero no hace más que
recordarme al de Judas. Tengo que tener mucho cuidado.
¾ Hannes. Por lo que me han dicho no te
interesan las armas.
¾ Soy
una mujer de negocios, y esto no es para mí. Me he hecho con el control del
puerto, y quería avisar antes de que hubiera cualquier malentendido.
¾ Algo
oí de eso —coge una pistola antigua de la caja.
¾ Bien,
me ahorrará tiempo. Estoy dispuesta a compartirlo a cambio de que hagas lo
mismo con esto.
¾ ¿No
has dicho que lo tuyo no eran las armas?
¾ Aquí
se recibe mercancía sin que nadie lo sepa. Tú continúa con la tuya, y yo con la
mía.
¾ ¿Y
si no acepto? —saca del bolsillo unas balas y las coloca en la pistola poco a
poco.
¾ Tendremos
problemas —me cuadro, a la defensiva.
¾ ¿Los
dos? —sale de la improvisada oficina al almacén, con nosotros detrás— La que ha
entrado aquí desarmada y con un sólo hombre has sido tú, francesa. Que, por
cierto, no tienes una pizca de acento —mierda.
¾ Hannes,
francamente, ¿de verdad crees que si me matas ganarás algo que no sea una bala
entre ceja y ceja? —él sonríe y me mira a los ojos.
¾ Alice
—dice con pronunciación francesa—, estás demasiado segura de eso.
¾ Porque
tengo razón —con un ligero y rápido golpe en la muñeca le quito la pistola y le
apunto al pecho; oigo cargarse pistolas a mi alrededor—. Pero no quiero esto
—la desmonto y la tiro a una caja—. Un negocio a medias sería lo mejor para
ambos, el puerto te ahorraría mucho en transporte y yo podría controlar otra
zona más de la ciudad con facilidad. Cuento con el apoyo de Florida y con el de
la policía. Puedo hacer que cada empleado tuyo que pise el puerto acabe muerto,
y créeme cuando te digo que sé cómo deshacerme de cuerpos fácilmente y sin
pruebas —no pienso ir más de buenas, no he conseguido nada hasta ahora así y
sólo me queda la violencia.
¾ Una pena que no te crea. Dudo que conozcas
siquiera a Moore, y menos que te apoye. Voy a dejarte vivir porque me has caído
bien, me gusta tu sentido de los negocios, pero si continúas aquí me temo que
no será por mucho tiempo.
¾ Es
una advertencia, voy a hacerme con el control de esto con o sin ti, y
preferiría no mancharme demasiado las manos.
¾ Con
que la gabacha los tiene bien puestos, ¿eh? —me desafía.
Se acerca para acariciarme la mejilla. Sigo cada uno de sus
movimientos con la mirada, al igual que noto cómo Murdock me coge por la
cintura. Sabe que no llevo chaleco y que es peligroso, y me gana la partida.
Todos lo hacen. En cuanto El Alemán se separa, hay una tormenta de disparos en
nuestra dirección. No ha sido exactamente el beso de Judas, pero se parece
bastante. Murdock me empuja al suelo y se pone encima de mí como escudo humano.
Le siento toser y gemir, le han dado, pero aun así me protege. Le aparto cuando
paran de sonar los tiros, seguramente están esperando a que nos movamos para
confirmar que estamos muertos, sin embargo, soy lo bastante rápida para recoger
la pistola que desprecié hace un momento y cargarla. Apunto al primer hombre
que veo y se desvanece, con un hilo de sangre descendiendo por su cara,
procedente del agujero en su frente. En estos momentos, toda mi humanidad
desaparece, sólo pienso en la supervivencia, cueste lo que cueste. Y si sus
vidas me lo impiden, acabaré con ellas sin pestañear. Esto es la ley del más
fuerte, no físicamente como muchos creen, sino mental. Y por suerte o por
desgracia estoy demasiado entrenada para aislar cada razonamiento ajeno a la
situación.
Me arrastro lo más rápido que puedo hasta el cuerpo inerte y
le lanzo la pistola a mi compañero con un grito.
¾ ¿Estás
bien?
¾ Sí,
vámonos de aquí.
Niego con la cabeza. No he venido para irme con las manos
vacías, he dicho que conseguiría hacerme con esto de la manera que fuera, y
nunca falto a mi palabra. Levanto de nuevo el brazo y otro hombre cae. Repito
la operación todas las veces que es necesario, recogiendo las armas de los
muertos y abasteciendo a mi compañero por igual. Serpenteo entre cajas, corro y
me agacho, veo balas atravesar la caja de al lado y de enfrente, las siento
pasar sobre mi cabeza y tengo que pararme a respirar, pero la adrenalina hace
la mayor parte del trabajo. A veces oigo a Murdock gritarme, pero no consigo
entenderle, es como si el mundo tuviera un material aislante. La luz entra por
un lado del almacén, supongo que habrán abierto la puerta, pero no hay tiempo
para detenerse a observar, sólo para localizar armas apuntándonos y acabar con
ellas. Resbalo en el suelo y no puedo evitar caer, un líquido pringoso me
ensucia las manos y hace que la pistola se aleje unos metros. Tardo varios
segundos en darme cuenta de que he resbalado con sangre, un charco enorme
conmigo en medio. En ese instante tengo una horrible visión, estoy herida y el
cadáver que está a mi lado es el mío propio, pero un grito me devuelve a la
realidad. Me levanto y disparo al hombre que tengo delante, a punto de hacer lo
mismo, pero antes de que caiga al suelo, le agarro por la chaqueta y recibe un
par de tiros más por mí. Respondo con más disparos y corro hacia donde he
creído oír el grito. Encuentro a Murdock tirado en el suelo, agarrándose una
pierna e hiperventilando. Ya es suficiente. Le ayudo a levantarse después de
comprobar que no hay nadie más y me dirijo a la puerta.
¾ Me
han dado —murmura.
¾ Ya
lo he oído. Apóyate en mí.
¾ ¿Estamos
solos?
¾ Aparte
de un montón de cadáveres, eso parece. Cállate o no será así.
Llegamos a la entrada, donde está Beth esperándonos,
preocupada. Se acerca corriendo y el resto del equipo de Murdock sale del
edificio, andando marcha atrás para cubrirnos las espaldas. Seguramente nos
hayan ayudado dentro, porque sé que resultaría imposible para dos personas
enfrentarnos a eso, sobre todo si una de ellas está desangrándose.
Dejo en el suelo con cuidado a Murdock y saco el móvil para
llamar a emergencias. Aún tengo la respiración agitada, me duele la garganta al
tomar aire, y la cabeza con el olor férreo de la sangre. La boca me sabe igual,
pero será por la subida tan brusca de adrenalina. Trato de tranquilizarme, por
suerte o por desgracia estoy acostumbrada a este tipo de situaciones y no me
cuesta demasiado.
Recuerdo una vez que fuimos a por una banda, uno de sus
integrantes había asesinado a una chica de otra banda, y llegamos en mitad de
un tiroteo. Por el momento no iba demasiado mal, hasta que nos vieron y todos
fueron a por nosotros. Fue horrible, la verdad, jamás me he sentido así; sólo
entonces. No sabía si disparar o salir con los brazos en alto, era consciente
de que eran críos y que estaban asustados, pero tenían pistolas y no nos
querían allí. No podía simplemente matarlos —o disparar siquiera—, como siempre
hago, esa vez había algo que mantenía el seguro puesto en la pistola. Opté por
rendirme, salí con las manos en alto y empujando la pistola con el pie. Mi
equipo me cubría, pero dudo que fueran capaces de disparar a uno de aquellos
críos, vi incluso a chicos de no más de catorce años. ¿Qué podrían hacer allí?
No lo sé, sólo que para una vez que hice caso con el chaleco antibalas, me
sirvió. Ellos no se fiaron, creyeron que era una maniobra para distraerlos y
simplemente dispararon. Mis refuerzos los desarmaron con tiros en el hombro, en
su mayoría —por suerte tienen una puntería bastante buena—, pero cuando todo
estaba calmado, me quité el chaleco y al salir de mi escondite, una bala
atravesó la parte baja de mi espalda, llevándose un trozo de riñón con ella.
Caí de rodillas y me tiré contra una pared para sentarme. Saqué el móvil con
toda tranquilidad, y pedí una ambulancia diciendo que estaba herida. Si entraba
en pánico lo empeoraría todo, y suficiente grave era la herida como para que yo
ayudara.
Siento una sensación parecida en este mismo instante, algo
que me devuelve al presente, y preferiría que no hubiera ocurrido de esa
manera. Un sonido seco, frío y familiar hace caer a Beth al suelo con un
agujero en su sudadera. No razono lo que ocurre, de nuevo el instinto de
supervivencia es mayor que cualquier otra cosa y saco la pistola, apuntando a
la puerta del almacén, donde un tipo con el brazo empapado en sangre sostiene
un arma a duras penas. Seguramente me apuntaba a mí, pero ha acertado a la
chica por estar tan cerca. Le disparo al hombro, al parecer de nuevo, y tiene
que soltar la pistola con un alarido de dolor. La rabia me consume. No puede
ser que la haya puesto en peligro, y ahora todo es mi culpa. No, no es mi
culpa. Es suya, del que ha disparado. Ha intentado matarme, y aunque haya
fallado, no ha sido del todo, porque si no ahora estaría saliendo de aquí con
ella en el coche y no intentando coger al que le ha hecho esto.
Toda mi visión se centra en él. Le pego una patada a la
pistola que llevaba para alejarla de su alcance y le apunto directamente a la
cabeza. Para mi sorpresa, su mirada no es desafiante, ni siquiera de súplica,
sino de aceptación. Sabe que le voy a matar, y no tiene miedo de ello. Parece
tranquilo; me pregunto cómo alguien puede estarlo respecto a la muerte. La
mayoría sienten miedo por perder lo que tienen entonces o porque más allá les
espera algo peor, o hay algunos que sienten incluso excitación por saber qué
hay después de todo, pero alguien que no tiene emociones al respecto me resulta
valiente —o al menos me resultaría si no hubiera disparado a Beth por la
espalda— o muy estúpido. Sin embargo, algo me detiene de apretar el gatillo.
¾ ¡Alice!
—me grita un hombre.
Al girarme, veo a Beth en pie, agarrada al brazo de un
detective para sostenerse, pero viva. Sana y salva. Respiro hondo, cierro los
ojos y tenso la mano. Se acerca a mí, retrasando el momento, y me sujeta el brazo
en el que tengo la pistola preparada.
¾ No
lo hagas —susurra—. No eres como ellos —fija sus ojos en los míos.
Me produce una punzada de dolor, me recuerda demasiado a su
hermano, y tiene la misma imagen de mí que él. Tienen razón, no soy como ellos.
¾ Soy
peor —la respondo con un beso en la frente y tapándola los ojos.
Ahora comprendo el gesto que Alexander hizo conmigo el otro
día, es el mismo que yo estoy haciendo ahora, y aunque resulte casi inútil, da
cierta tranquilidad. Puede que oiga el horror, pero verlo es algo muy distinto,
puedes soñar con una visión, pero no con un ruido. Ese mismo día, en ese mismo
periodo de tiempo, me vuelvo a ver con la misma posición, con el poder de matar
a quien me ha hecho daño y no dudo en volver a hacerlo. Igual que la última
vez, miro a los ojos del condenado, al menos se merece eso, y mi dedo se encoge
por completo. La vida desaparece de ese cuerpo y se desploma por completo en el
suelo. Me meto la pistola en la parte trasera del pantalón y empujo a la chica
lejos de ahí. No quiero que vea nada, ni que tenga que dar testimonio
oficialmente de las atrocidades que no paro de cometer.
No obstante, hay algo que quiero hacer antes. Mojo los dedos
en la sangre del tipo del suelo y pongo mi firma en grande en la pared, o la de
Du' Fromagge: una A y F entrelazadas y acunadas por una D, nada complicado,
pero ciertamente elegante. Así sabrán de quién es este negocio, y de lo que soy
capaz por él. Estoy segura de que no habrá problemas de credibilidad a mi
vuelta.
Ella se deja manejar por mí, y me sigue hasta el coche que
nos ha traído aquí. Sin duda está en shock, y necesita su tiempo para
asimilarlo, por lo que ninguno de los detectives dice nada, simplemente nos
dejan marchar. Supongo que porque sospechan que me da igual lo que me digan. Siempre
me lo ha dado.
La chica no parece horrorizada, sino pensativa. Cada uno lo
lleva a su manera, y desde luego que es mucho más fuerte de lo que yo lo era
con su edad. Es preocupante, significa que ha visto cosas peores, no obstante,
la preparará mejor para el futuro. Antes de entrar al coche, le indico que se
quite la sudadera para desabrocharla el chaleco. Oigo las sirenas de policía y
ambulancias acercarse, y lo mejor será que nos demos prisa, así que en cuanto
le saco el chaleco por la cabeza, cojo la bala clavada, lo tiro al coche, le
lanzo la sudadera con el boquete y arranco el coche.
Por su expresión sé que está llena de preguntas, de
comentarios y a saber qué más —seguro reproches también—, y agradezco de
corazón que no diga nada, yo también necesito mi tiempo para recapacitar sobre
lo que he hecho. Se supone que ya no soy así, que he cambiado, sin embargo, a
cada oportunidad que se me presta vuelvo a ser la misma Alice casi inhumana de
antes, llena de odio y ansias de venganza. No, esto es mucho peor; no estoy
llena de odio, sino por un afán de protección superior a cualquier otra cosa.
Si alguien representa una amenaza para cualquiera a quien quiera, encuentra su
final a mis manos. A las pruebas me remito. Y todavía queda mucho camino.
¾ Póntela
—me pasa la sudadera—. Si te ven así van a sospechar —asiento y debo darla la
razón, así que obedezco antes de pisar el acelerador.
¾ Hood
me va a matar —murmuro.
¾ Quizá.
O Alexander cuando sepa...
¾ Nadie
excepto nosotras va a saber nada, ¿entendido? Es peligroso.
¾ Sí.
Pero, ¿por qué lo has hecho, por qué le has disparado?
¾ Intentó
matarte. Es lo justo.
¾ Pero
llevaba el chaleco.
¾ ¿No
has oído eso de 'la intención es lo que cuenta'? En la policía, si te ven sacar
un arma, dispararán sin preguntar, aunque esté vacía o sea de juguete. Si hay algo
que te enseña esto es que no hay posibilidad de duda, ni piedad ni vacilación.
Puede costarte la vida.
¾ Eso
me gusta.
¾ No
debería. Escúchame, aléjate de ese mundo todo lo posible. Ni como policía ni
como intermediario ni nada parecido. Es peligroso.
¾ Todo
en la vida lo es —Dios, eso suena como si fuera una frase mía.
¾ Por
eso no tienes que sumar más puntos.
¾ ¿Y
tú qué harás cuando termines esto?
¾ Ahora,
lo más lejos que puedo pensar es en esta tarde.
Eso la deja pensado el resto del camino, en silencio. La
llevo directamente a casa de Hood. No necesito saber su dirección, aún sé
orientarme por la zona, y es mi antiguo barrio de todas formas, así que no me
perderé por muy cambiado que esté todo. Aparco sin problemas y me apoyo en el
coche con el chaleco en las manos, pensando qué hacer.
¾ ¿No
vienes? —me mira.
¾ No
creo que deba. Por Emma, ya sabes.
¾ No
es la única que vive ahí.
¾ Despídete
de él de mi parte, ¿quieres?
¾ Como
veas, pero no creo que sea lo mejor.
¾ Ya.
Ten —voy a quitarme la sudadera, pero me detiene.
¾ Quédatela.
No quiero me vean con un agujero —sonríe.
¾ Tienes
razón —la doy un corto abrazo—. Ponte hielo para que no deje marca.
Con otra sonrisa, se aleja camino a la puerta. Sin embargo,
se para a la mitad y se queda mirándome, seguramente pensando qué decir.
¾ Volveremos
a vernos.
¾ Prometido
—consigue sacarme una sonrisa.
Le lanzo la bala atascada en el chaleco y vuelvo dentro del
coche. Es increíble cómo una cría que ha aparecido de pronto en mi vida y en
tan poco tiempo ha conseguido crear en mí un sentimiento de protección más
fuerte de lo que esperaba. De hecho, me conoce más que muchas personas, pues
soy como ella. Lo ha demostrado en su despedida, sin presionarme para volver a
encontrarnos, ya que no estoy segura de si llegaré mucho más lejos, y eso es
algo que ella comprende. Su seguridad de que nos reencontraremos me da coraje
para continuar. Si ella, en el mundo que está viviendo, encuentra esa
esperanza, voy a permitir que se agarre a ello para seguir. Yo lo tomaré como
otro motivo por el que seguir adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario