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viernes, 16 de septiembre de 2016

Capítulo 36

Llamo a Alex antes de arrancar para asegurarme de que no está en el hotel. Necesito una ducha urgente, tengo el pelo manchado y no es nada agradable. Por suerte, me dice que se encuentra haciendo algunas compras por la Quinta Avenida, así que puedo pasarme tranquilamente por el hotel para asearme y vernos más tarde. Calculo el tiempo que necesitaré para todo y quedamos en una hora en el Rockefeller Center, teniendo en cuenta que tendré que hacer algo con la ropa manchada y el coche ''prestado'' por la policía. Finalmente, decido dar un rodeo por el centro y lo aparco al lado de la comisaría de donde lo he cogido antes de ir al hotel en metro. He tardado más de lo que esperaba, así que tendré que conformarme con lavarme el pelo en la habitación.
Para mi sorpresa, nadie se da cuenta de que subo a una de las suites más caras con una sudadera con un agujero y la capucha puesta; supongo que son las cosas que esta ciudad tiene, nada nunca es lo suficientemente extraño para llamar tu atención. Si no está en Nueva York, no existe.
Faltan veinte minutos para la cita y tardo diez en llegar. Perfecto. En cuanto pongo el pie en la habitación, comienzo a correr alrededor, quitándome la ropa y lavándome el pelo casi al mismo tiempo. No me va a dar tiempo de todas formas, pero prefiero llegar lo menos tarde posible, sólo me faltaba preocupar a Alex para completar el día perfecto. Espero que Beth no se meta en muchos líos con Hood ni se vaya de la lengua, por extraño que parezca confío en ella, pero no estoy segura de lo que podría aguantar.
Me pongo dos camisetas, que son inoportunamente de manga corta. De manera extraordinaria, la temperatura no está bajando de los diez grados, cosa que en Nueva York nunca ocurre. No obstante, las mínimas de Miami son el doble, por lo que tampoco es que tenga mucha ropa de invierno. Abro el armario, esperando encontrar una bolsa de plástico en la que meter la ropa manchada, y en un golpe de suerte, consigo eso y una gabardina oscura y gruesa de Alex. Supongo que no la usará, así que la cojo, especialmente para la noche, el sol cae muy pronto y no sé el tiempo que estaremos fuera; de verdad que no es ni mucho menos agradable pasar una noche en pleno diciembre en Nueva York a la intemperie. Con la bolsa preparada y el pelo mojado, salgo a toda velocidad a la calle llena de turistas.
Todos hablan de lo bonitas que son estas fechas, a punto de entrar en Navidad, pero a mí no me pueden desagradar más; me recuerdan a todo lo que he perdido, por lo que he tenido que pasar sola mientras ellos compraban regalos y se hinchaban a comer. Hay un Santa Claus por cada esquina, incluso en la Quinta Avenida, pidiendo dinero para los pobres, y se supone que tenemos que creernos que los cincuenta centavos que le dan van directamente a un crío hambriento. Esas cosas me enferman como nada. No obstante, aunque reconozco que no terminan de agradarme los niños, resulta dulce verlos correr por los escaparates, llenos de ilusión. Hoy, ellos son lo único que podría sacarme una sonrisa; no, no lo único, pues curvo las comisuras sin querer cuando le veo apoyado en la valla de la pista de hielo del Rockefeller. Siempre está llena de gente, es una especie de tradición para la mayoría de neoyorquinos y casi una obligación para los turistas, para verse integrados, me imagino. De pequeña fui algunas veces con mis padres, y luego, a partir de que mi hermano entrara en el instituto, nos escapábamos para patinar con la pista algo más libre. Quizá ese sea el mejor recuerdo que tenga de la ciudad, y ver a alguien tan especial y tan distinto dentro de él, me quita la respiración. Lleva un traje marrón con rayas, sin ningún abrigo, pero a pesar de ello mantiene la calma. Le abrazo por la espalda, y noto cómo su cuerpo está temblando del frío. Se encoge ligeramente y echa la cabeza atrás para aceptar un beso como saludo; me coge las manos y las entrelaza con un suspiro de tranquilidad.
¾    ¿Estás bien? No he tardado mucho, ¿no? —me gira para abrazarme, entierra la cabeza en mi cuello y respira unos instantes antes de separarse.
¾    Estaba preocupado. ¿Vienes del puerto?
¾    No, estaba en Brooklyn y luego pasé por el hotel para cambiarme de ropa. Estás helado —le pongo las manos en las frías y enrojecidas mejillas.
¾    Estoy bien, tranquila —me aprieta con más fuerza—. ¿Lo conseguiste?
¾    Sí. El tipo se creyó lo que le dije y se quedó el dinero. Sabía que llevas Florida, por cierto, pero está todo bajo control. Me he encargado de ello —no puedo evitar secundarlo con una seria mirada, sigo viendo toda esa sangre, sintiendo el retroceso de la pistola en mi cuerpo...
¾    Alice, ¿por qué hablas de él en pasado? —baja la voz— No habrás hecho ninguna locura, ¿verdad? —no respondo, prefiero que no lo sepa por ahora— Deberías haberme llamado, o dejarme ir contigo.
¾    No, en teoría son mis negocios. Si tienen que temer a alguien, será a mí.
Le beso lentamente para que no continúe con las preguntas. Acabará enterándose de lo que ha sucedido, pero quiero pensar primero en cómo y cuándo decírselo.  
Ahora no quiero hablar del tema, no ha sido ni mucho menos fácil, y quiero que él lo saque de mi cabeza, no que ayude a recordármelo. Me rodea la cintura y se deja llevar, desabrochándome la gabardina y pasando sus manos frías y temblorosas por mi espalda. Casi tengo que obligarle a que se separe, tengo la respiración agitada y a él no parece haberle afectado.
¾    Esa no es una buena forma de entrar en calor —me río.
¾    ¿Estás segura? —me besa el cuello.
¾    Estamos en medio de la calle.
¾    Pues vámonos al hotel.
¾    Alex... Demos un paseo, ¿quieres?
Con una sonrisa escondida, echamos a andar sin rumbo fijo durante lo que me parecen horas y a la vez minutos, si es que tiene sentido, de tienda en tienda, mirando escaparates, y comprando alguna que otra cosa, concretamente un abrigo para mí y así Alex puede quedarse el suyo. Comemos en un restaurante que parece bastante caro, y en un momento él me dice que ha ido a Wall Street y que está pensando en invertir en bolsa, y aunque sea una gran idea y quiera felicitarle por ella, algo me lo impide. Si le animo a hacerlo, significará que le estoy ayudando a encontrar una nueva manera de blanquear dinero, lo que nos meterá más en el hoyo a ambos: él porque estará cometiendo otro delito más y no será favorable en un juicio, y yo porque a fin de cuentas soy policía y eso es precisamente lo que debo evitar. Por lo que le digo que no estoy muy segura de que sea buena idea y pongo pretextos estúpidos, lo reconozco, pero no puedo decirle la verdad tan fácil.
No sé cómo, pero ha conseguido que me olvide de todo a lo largo del día, sólo existimos nosotros, nada de pasado, nada de futuro. O al menos hasta que vamos al hotel después de volver al Rockefeller para ver el árbol de navidad iluminado. A él le hacía ilusión verlo en persona, y a mí me traía buenos recuerdos, así que no tengo problemas en ceder, aunque me resisto a contestarle si he estado más veces aquí, no sé si encajaría con la tapadera, ya hay demasiadas cosas que no lo hacen, no quiero sumar más.
Cuando se quita la chaqueta del traje en la habitación, es una viva imagen del ideal de capo de los cuarenta, con el chaleco de la misma tela que el resto del traje, la camisa blanca impoluta y la corbata ancha. No sé si sonreír por la ironía o echarme a llorar, aunque lo segundo no es una opción, no pienso llorar en frente de él. O de nadie.
Me llama la atención con un silbido y sonríe, al parecer me había quedado mirándole. Se acerca para besarme antes de quitarse la corbata con una dulce expresión. Por mucho que duela, su cara es la pura imagen de la felicidad y yo me siento igual, me guste o no.
Me levanto del sofá y le ayudo a quitarse la camisa entre besos para acallar cualquier pensamiento, y él me lo agradece con sonrisas de las que echaba de menos, de las que me llevan a otro lugar, lejos de todo esto, y hacen las cosas más sencillas.
¾    ¿Has pensado qué va a pasar cuando volvamos?
¾    ¿A qué te refieres? —no es que ahora me apetezca pensar, precisamente.
¾    Te has hecho con Nueva York, ahora te presionarán para que vayas a por Europa con nosotros.
¾    ¿Tú sigues pensando en hacerlo?
¾    ¿Seguimos hablando de Europa o...? —pone una pícara sonrisa y comienza a levantarme la camiseta.
¾    Hablo en serio —le aparto.
¾    Vale, sí. Quiero hacerlo. ¿Hay algo malo en ello?
¾    Es peligroso, eso es todo. Y tampoco es que me agrade el 'club del Padrino'.
El Club del Mafioso era demasiado simple, he tenido que darle mi toque cinéfilo. Eso le hace sonreír ligeramente y acercarse de nuevo. Pero no estoy de humor, está hablando de temas mucho más serios, si de verdad lo consigue, la condena alcanzaría un nuevo nivel, no podría ayudarle aunque pusiera todo mi empeño.
Me dejo besar, apenas correspondiéndole porque tengo la cabeza en otro lugar, sin embargo, cuando me quita la camiseta y baja por mi clavícula tengo que empujarle. No me siento a gusto, sé que es una tontería, lo he hecho antes y estando de peor humor, pero ahora no puedo, es superior a mí. Si estoy con alguien será porque estoy segura de ello, no porque me parezca que es lo que deba hacer en ese momento, ya he pasado por eso y no tengo intención de repetirlo. Me doy la vuelta y así no mirarle a los ojos, no quiero verle juzgándome; últimamente siento que con cada movimiento que hago tengo diez personas mirándome y murmurando lo mal que lo hago todo.
¾    ¿Ahora qué, Alice? —se exaspera.
¾    No estoy de humor, ¿vale? —ando por la habitación para alejarme.
¾    ¿Es por algo que he dicho? ¿Por Europa?
¾    No, ya sabía a lo que me atenía si estaba contigo. Sólo déjalo estar, ¿vale?
¾    No pienso hacerlo, no estás bien —se arrodilla en frente de mí.
¾    Mira, Alex, he tenido un día asqueroso, lo último que necesito es tu compasión.
¾    Si dejaras de estar a la defensiva, verías lo mucho que te quiero —me coge de las manos—. Y creo que ya es hora de abrir los ojos.
Saca del bolsillo del chaleco una pequeña caja de terciopelo azul. No puede ser, no es posible que esto sea cierto. No se le ocurriría hacer una locura así, aunque, ahora que lo pienso, sí es capaz. Sobre todo si piensa que podría estar en peligro, querría algo más serio, y aún más después de lo que pasó con Paulie. Lo peor de todo es que, aunque lo vea mal, me encantaría que fuera así; la cara de los de la Agencia cuando se enteraran sería de lo más divertido. Pero no, no puede ser. Para ninguno de los dos. No quiero hacerle aún más daño del que le voy a hacer, y si son ciertos mis temores, tendré que hacer que devuelva el anillo mientras me mira con esos ojos tiernos y soñadores.
Respiro hondo cuando abre la caja, doy gracias internamente a que no sea lo que esperaba, o al menos no exactamente: es un colgante de dos pequeños anillos enlazados, uno de oro rosado y el otro con brillantes que me temo que son diamantes, nada inferior sería aceptable para él, o para Tiffany's, de donde es la caja. La sonrisa sigue intacta en su cara a pesar de mi estupefacción, y estoy segura de que me ha visto suspirar de alivio, pero no le impide sacarlo de su cajita y ponerlo en la palma de la mano, ofreciéndomelo. De repente, su expresión se vuelve seria y decidida, similar a la que tiene cuando quiere algo con tanto fervor que pierde el norte. Me coge la mano y lo pone en la palma con una mirada llena de amor.
¾    Esto no es un regalo, mon ange, es una promesa. Esto es mi promesa de que, no importa las peleas, los kilómetros o las personas entre nosotros, siempre encontraré la manera de volver junto a ti. No te abandonaré —traga saliva—. Soy celoso, lo sé; tengo mil defectos, lo sé; pero tengo una gran virtud: cuando digo ''te quiero'' lo digo en serio. Y ¿quién sabe? A lo mejor un día los llevamos en el dedo.
Se le escapa una sonrisa nerviosa y yo reprimo las lágrimas. No sé cómo sentirme, feliz de que lo diga o como una persona horrible, porque tendrá que romper esa promesa y yo no puedo hacer ninguna que se acerque siquiera; y en el fondo sé que lo sabe, y hace sentirme peor. Él sólo da sin esperar nada a cambio y lo hace consciente de ello, mientras que yo a lo máximo que puedo a aspirar es a admirar su dedicación y cariño.
Y cuando dice al final que quizá los llevemos en el dedo, es más que una promesa, es una proposición tímida e insegura. Lo que no sé es si por él o por mí, y aunque me haya costado aceptarlo, no quiero comprometerme con nada ni nadie, siempre tiendo a estropear incluso las cosas más sencillas y herir a las personas que menos se lo merecen.
Lo único en lo que era buena era con los casos del FBI, y era porque trataba con cadáveres y no duraban más de unas semanas; creo que era tan buena especialmente por eso, quería deshacerme cuanto antes de cualquier responsabilidad extra.
Alex me mira, esperando una respuesta, pero no tengo palabras para él, no que crea que se merezca en vez del desprecio que siento hacia mí misma. Así que me levanto y tiro de sus hombros para que se ponga a mi altura. Le ofrezco el collar para que me lo ponga y me acaricia el cuello lentamente, pasando los dedos por las magulladuras en proceso de curación; le agradezco que intente cuidarme a pesar de todo. Me pego contra él, así puedo sentirle rodeándome, aislándome del mundo y llevándome a un lugar mejor. Tengo que morderme el labio para evitar que caigan más lágrimas, no obstante, algunas han decidido escaparse y agradezco que Alex tiene la cabeza enterrada en mi cuello para que no las vea. Cuando parece que me he calmado, decido separarnos y le doy un ligero beso. Necesito decir algo, una pequeña confesión que espero que valore.
¾    Me encanta esto. Nosotros. Y no quiero estropearlo, es...demasiado bueno.
¾    ¿Seguro que estás bien? —desconfía; reconozco que ese tipo de cosas no son mi estilo, pero tenía que sacarlo.
¾    Sí, agotada, pero bien.
¾    Pues vamos a dormir —se separa con un beso, muy lentamente, como si no quisiera hacerlo.
Sin embargo, a mí aún me queda algo que hacer. Observo cómo se prepara de manera metódica, mirándome de vez en cuando con una expresión mezclada entre embebida felicidad y preocupación. Maldita ciudad y sus efectos sobre mí.
Mientras que él tiene una especie de ritual, colocando la ropa y preparando incluso lo del día siguiente; yo me pongo una camiseta vieja de mi hermano y dejo el resto tirado en el sofá—sí, soy un desastre—. Antes me la ponía porque olía a él, pero ahora es simple costumbre. Espero pacientemente a que Alex caiga en un sueño profundo y así poder apartarle lo suficiente para salir de la cama. Cuando miro la hora, es de madrugada, y siento lo que voy a hacer, pero lo necesito. Me visto con la misma ropa de antes y bajo al frío de la calle a hacer una llamada un par de calles más abajo. Ahora sí que se siente diciembre en Nueva York. Los dientes me castañetean a pesar del abrigo, y me hacen aún más difícil hablar, aunque mejora un poco al cerrar la puerta de la cabina. Doy gracias a que aún continúen existiendo. Marco el número que quiero con dedos inseguros y espero varios tonos hasta que lo coge; me aseguro de tener suficiente dinero en cuanto oigo la señal, no permitiré que se corte la conversación.
¾    ¿Quién es? —habla una voz somnolienta y sonrío enseguida.
¾    Bertie, soy Alice —oigo mi propia voz entrecortada por el frío y los nervios.
¾    ¿Al? ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?
¾    Sí, sí, no te preocupes. Siento llamarte a estas horas, no he tenido otro momento libre. Verás, estoy en la ciudad y... —tomo aire— me gustaría verte, pero no sé cuándo me iré, así que... —dejo la frase a medias. 
¾    Espera, ¿estás en la calle? Dime dónde y voy a por ti.
¾    Albert, tranquilo, tengo dónde quedarme. Sólo quiero saber si podemos vernos. Te echo de menos —digo después de pensarlo unos segundos.
¾    Sí, claro —responde algo ausente, quizá confuso.
¾    ¿Te viene bien en el parque de detrás de la biblioteca?
¾    ¿Cuál?
¾    Midtown —espero unos segundos que se hacen eternos.
¾    Vale, ¿sobre las diez?
¾    Perfecto. Te quiero, idiota.

¾    Y yo a ti, mocosa. 

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