Tomo aire y comienzo a andar.
Si hay algo que le caracteriza es su cabezonería, al igual que la mía, ahora
que lo pienso. No creo que sea la mejor idea, pero no gano nada discutiendo de
nuevo con él, no es agradable y tampoco quiero perder el tiempo así. Me empuja
con suavidad de nuevo con mi amigo y el miedo, después de tanto tiempo, me
consume. No sé cómo reaccionará Hood al verle: al vernos, pues no parece
dispuesto a soltarme. Por suerte, indica a los hombres de antes que se
mantengan al margen y llamo a la puerta. Con lo que ha ocurrido recientemente,
sé que necesita tener guardaespaldas, no obstante, ya no confío en nadie. Ha
sido un golpe duro para ambos, y seguimos teniendo marcas que lo demuestran: él
tiene la mandíbula magullada y el labio partido; lo mío es más que obvio. Mi
amigo abre en seguida, pero mantiene la puerta a medias. Prácticamente puedo
ver la lucha interna que está llevando a cabo, si dejarme pasar o dar un
portazo por Alexander. Yo haría lo segundo. Nadie que pueda ser una amenaza para
mi familia tendrá jamás mi aprobación para más que respirar; seguramente ni
para eso.
¾
Es de fiar —le señalo con la cabeza—. Sólo ha
sido un malentendido.
¾
Siento lo de antes, estaba algo...preocupado
—con la disculpa, Hood se convence y nos deja entrar; Alex me coge de la mano
entrelazando los dedos.
¾
Ya somos dos —asiente reticente.
¾
Alice me ha dicho que puedes ayudarnos.
¾
Si es lo de antes, yo ya no estoy metido en eso,
no quiero saber nada. Baby, sabes lo que me juego. Si me pillan, estoy acabado
—nos invita a sentarnos en el sofá.
¾
Sí, lo sé, por eso no te lo pido a ti, sino a
ella. Escucha, yo me encargo de que no nos pillen, te lo puedo asegurar, así
que no tienes que preocuparte por nada. Sólo necesito que me cubras con sus
padres. No tengo que decirte que yo no puedo ir simplemente a pedir eso; bueno,
a eso y a nada.
¾
Ya... Pensaba que iba a ser sólo una tarde.
¾
Y lo es, pero quizá la necesitemos algo de más
tiempo. Me ocuparé personalmente de su seguridad. Pero sólo si estás de
acuerdo.
¾
No es a mí a quien tienes que preguntar. Pero
—añade antes de que pueda protestar—, la última vez no salió bien; aunque
fueras con PJ y te pillara en medio, tú tampoco te quedaste quieta. Ya sabes
cómo es él y su madre ha acabado igual, así que...
Esa famosa
''última vez'' el padrastro de Patrick acabó en el hospital y Patrick con un
cargo más de agresión; yo me libré porque me vieron herida y pensaron que era
débil, cuando en verdad volvíamos de una pelea. Le acompañé a su casa, no me
acuerdo a qué, tenía que ir con alguien porque él no era lo suficiente fuerte
para enfrentarse a todo eso solo. Nos encontramos, de nuevo, a su madre en el
suelo, siendo atacada y golpeada por su marido, tremendamente borracho y fuera
de sí, por lo que Patrick fue directo a por él. Intenté separarles, no quería
que mi amigo se metiera en más líos, no obstante, sacó la navaja y tuve que
quedarme a un lado, intentando hacerle entrar en razón. Por suerte, conseguí
que no le hiciera nada, sin embargo, por borracho que estuviera, el hombre fue
listo y, con un cuchillo, se hizo un corte, así que cuando llegó la policía —a
la que supongo que habría llamado un vecino— y le vio con la navaja y al hombre
herido, lo dio todo por hecho. Su madre tenía demasiado miedo para negar la
versión de su marido. Ahora sigo dando gracias a que se compadecieran de
nosotros, pues de otra manera yo no podría haber vuelto a esa casa a herir de
verdad al hombre —PJ nunca llegó a saberlo; rhe de admitir que no es bueno
enfadarme, con cualquier edad— y mi amigo habría acabado en la cárcel por algo
muy serio.
¾
No tienes derecho a hablar de mis padres —Beth
irrumpe en el salón, enfadada—. Puede que sean unos borrachos, o drogatas, pero
son mis padres. ¿Quién es este?
¾
Me llamo Alexander —se levanta y le tiende la
mano—. Alice me ha dicho que puedes ayudarnos. Te recompensaré por ello, no te
preocupes.
¾
¿Por qué me suenas? —entrecierra los ojos.
Él me mira, pidiéndome permiso
para hablar y consejo por si confiar, yo simplemente me encojo de hombros.
Antes de poner a nadie en peligro, prefiero que Beth sepa dónde se está
metiendo. Es un negocio complicado, sin importar la seguridad de la que podamos
disponer. Agacho la cabeza para esquivar la mirada de Hood, sabe que algo no va
del todo bien cuando hay tanto secretismo, y teme estar en lo cierto sobre las
sospechas de Alex. Les estoy poniendo en peligro mucho más de lo que esperaba.
Para mi sorpresa, se saca del
bolsillo interior de la chaqueta una tarjeta de visita, solo que en vez de
poner su nombre y profesión, hay una firma difícil de hacer, pero fácil de
olvidar. Tan genuina como la primera flor de un rosal, que acaba perdiendo
protagonismo en cuanto hay otra a su lado. La expresión de Beth cambia al coger
la tarjeta y nos mira a ambos antes de centrarse en él.
¾
Esto es difícil de conseguir.
¾
No en Florida.
Con un intercambio de miradas
se entienden a la perfección; y yo consigo enlazar un par de pensamientos: es
la firma de Alex, pero no cualquiera, sino la que se usa para paquetes de droga
y pastillas de éxtasis, para identificar al proveedor como una marca
cualquiera.
¾
Y quieres que en Nueva York también —adivina.
¾
¿Puedes ayudarnos? —no me desagrada que cuente
conmigo; aunque me atraviesa una punzada de culpa cuando me doy cuenta de lo
que estamos hablando.
¾
Yo estaré contigo en cada momento —le aseguro.
¾
Y yo os cubriré las espaldas si algo se complica
—el capo me apoya.
¾
Quiero algo a cambio.
¾
¿Dinero? —Alex lleva la mano a la chaqueta— Dime
la cantidad y...
¾
Quiero irme con vosotros.
¾
Ni en broma. Cualquier cosa menos eso, Beth —me
niego.
¾
¿Por qué? —dicen ellos a coro; Hood se mantiene
sorprendentemente aparte.
¾
Este es tu sitio.
¾
Ya no. Estuviste en el metro, me matarán.
¾
Solucionaré eso.
¾
Al, estará más segura a nuestro lado que aquí,
hasta que nos hagamos con Nueva York por completo no podré garantizar su
seguridad —me susurra.
¾
He dicho que no. Si lo que de verdad quieres es
salir de la ciudad, o incluso del estado, puedo arreglar algo, pero no vendrás
conmigo.
¾
No estoy seguro de eso, Alice. Mi poder tiene
límites —me muerdo la lengua; yo sí podría hacerlo, pero él no puede saberlo.
¾
¿Dónde iría? —Hood se incorpora.
¾
A salvo
—Alex le contesta.
¾
No contéis conmigo —me dispongo a salir.
¾
¿Por qué eres así? —me grita la chica— ¿Quieres
que muera? Porque eso es lo que pasará si me quedo.
¾
He dicho que iba a arreglarlo, y sabes
defenderte.
¾
¡Mi hermano se fue contigo!
¾
¡A tu hermano casi le matan por mi culpa! Así
que no me vengas ahora con esas. Sabéis lo que sentía por él, hemos pasado por
más de lo que podrías imaginar juntos, y fue por estar a mi lado. Perdóname si
no quiero que te pase lo mismo.
Tengo que salir cuanto antes,
no puedo seguir allí. Necesito aire fresco, las paredes me oprimen, me siento
encarcelada. El pecho me pesa y no puedo respirar con tanta gente observándome.
Fuera, no puedo evitar romper a llorar, la cantidad de recuerdos me golpea como
un mazo, y no sé si puedo soportarlo, al menos no ahora.
Siento una mano en mi hombro
que me gira, y después un abrazo que me rodea por completo. Reconozco tanto el
cuerpo como su olor, y me abandono en el momento, intentando calmarme. Gracias
a sus caricias y a mi concentración, lo consigo lo suficiente para mirarle a la
cara. Me limpia las lágrimas con la mano y me besa con ternura.
¾
¿Estás bien? No quería que esto pasara, no
quiero verte así.
¾
Lo he estropeado con Beth, ahora...
¾
No te preocupes, he quedado en la puerta del
hotel en un par de horas con ella.
¾
Bien —me separo, centrada de nuevo en el
trabajo—. ¿Cuántos días tenemos?
¾
Los que quieras —vamos al coche.
¾
Necesito un par para mí sola, tengo que arreglar
asuntos por aquí —me mira extrañado, no obstante, teniendo en cuenta la
discusión de antes, sabe que debe ceder.
¾
Avísame cuando quieras.
El coche se pone en marcha y
continúa calle arriba. Debería haberme despedido, aunque no me encontraba en
las mejores condiciones, por lo que le mandaré un mensaje por Beth o puede que
me acerque a verle, no lo sé. Me recuesto en el asiento, buscando algo de
tranquilidad. No he estado bien antes, tenía que haberme controlado, más aún con
Alexander al lado, y no lo he hecho. Quizá esto me esté sobrepasando, se esté
haciendo demasiado para mí. Tengo que acabar con todo, o al menos alejarme
donde nadie me conozca, donde nadie pregunte quién soy, porque ni siquiera yo
lo sé bien. A lo mejor, yendo con mi hermano, él sea capaz de ofrecerme la paz
que necesito ahora, sin embargo, ahora no puedo huir así de fácil, tengo que
hacer lo que debo. Para los dos bandos.
Hay una pantalla de cristal
negro entre el conductor y el asiento de pasajeros, lo que nos da cierta
intimidad junto con los cristales tintados. Él me coge de la mano y me habla
con suavidad.
¾
¿Estás mejor?
¾
Sí, sólo ha sido... un pequeño momento de
descontrol, no pasa nada.
¾
¿Quieres que vayamos a algún lugar en concreto?
He oído que Central Park es espectacular.
¾
Es bonito sí. ¿Nunca has estado en Nueva York?
¾
No. Quería venir, pero después de lo de mi padre
no pensé que fuera buena idea.
¾
¿Por qué? Es el lugar perfecto para perderse.
Mucha gente, edificios altos...
¾
Y mucha policía. Podríamos ir a la Quinta Avenida,
me apetece comprarte algo bueno. Y un nuevo traje tampoco me vendría mal. Un
Valentino, quizá —comienza a divagar y sonrío, tiene la cara de ilusión de un
crío—. ¿Qué tal si me guías tú por tus favoritas?
¾
Yo era más del SoHo o de Macy's —me río—. Mis
padres me cortaron el grifo durante un tiempo —recuerdo mi tapadera; no son
tiendas propias de mi ''estatus'' social del momento.
¾
¿Por qué?
¾
Mis compañías no eran muy deseables, que
digamos. No aguantaba el internado, y me escapé. Cuando mis padres averiguaron
dónde estaba, me llevaron a Los Ángeles con ellos.
¾
Chica mala —me aprieta contra sí—. ¿Y qué
hiciste sin dinero?
¾
Me busqué la vida, y nunca he sido de lujos, así
que estuve bien. Con un techo y comida tengo suficiente.
¾
Vaya, haberlo dicho antes; me hubiera ahorrado
mucho dinero. Si lo llego a saber, te habría pagado un motel a las afueras.
¾
Ya, como si fueras a soportar eso.
¾
Yo no he dicho nada que fuese a estar contigo.
¾
¡Oye! —le doy un golpe amistoso en el pecho.
Algo de broma no viene nada mal
ahora. Me abraza, o al menos lo intenta por los cinturones, e intenta besarme,
pero cuando nuestros labios están a punto de tocarse, me separo con una sonrisa
y vuelvo a mi sitio, observando por la ventana el camino de vuelta al hotel,
sintiendo su mirada en mí en todo momento.
La habitación que ha reservado
es la mejor de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, y eso ya es decir.
Nunca ha escatimado en gastos y no va a empezar ahora.
Cuando bajamos del coche, él me
tiende la mano para ayudarme a salir y me lleva por la cintura hasta el
ascensor. La recepción me recuerda a la decoración de un tío vivo, llena de
detalles: sillas y butacas por todos
lados, gente de apariencia bastante rica, empleados con esmoquin, botones
transportando maletas... me hace sentir que estoy fuera de lugar, con mis
simples vaqueros y mi camisa igual de sencilla, mientras que Alexander parece
completamente en su salsa, con su porte altivo y su traje caro. Pasamos de
largo hasta el ascensor, donde un hombre pulsa el botón que le indica mi
acompañante y subimos en silencio, recogiendo gente en cada planta hasta llegar
a la nuestra, una de las más altas. Saca del bolsillo interior de la chaqueta
una tarjeta llave y abre la puerta al final del pasillo. Yo todavía no tengo la
mía, dejé las maletas en recepción cuando llegué y los botones han debido
encargarse de subirlas mientras que no estaba. Ventajas de sitios caros,
supongo. La habitación es de estilo antiguo, de hace un par de siglos, con
mucho dorado y muchas flores: demasiado para poder aguantarlo más de quince
minutos seguidos. Por suerte, no pienso pasar mucho tiempo ahí. Aunque es más
grande que dos casas mías juntas, o de cualquiera normal. Nada más cerrar la
puerta, me besa de improviso, agarrando mi cintura con fuerza, y empujándome a
la pared de al lado de la entrada. Cada vez aprieta más y su boca se vuelve
insaciable, lo peor es que la mía también. En un rincón de mi mente, encuentro
cierta lucidez para poder parar y separarle.
¾
¿No había una habitación más hortera? —me río.
¾
Es...colorida, tiene mucha luz, y huele a...
—inspira— tiempo.
¾
A ti tampoco te gusta ¿verdad? —me río al ver su
expresión.
¾
No demasiado —hace lo mismo—. Pero la cama
parece cómoda. Podemos probarla —comienza a besarme el cuello.
¾
¿No querías ir de compras?
¾
Primero tengo que saber la talla —me acaricia la
cadera con la yema de los dedos.
Le quito la chaqueta, dejándola
caer al suelo, y le llevo al sofá por la corbata. Ya no somos esos críos que
tenían miedo del otro, de nuestros cuerpos, incluso. Somos gente adulta que
sabe lo que quiere y no duda al intentar conseguirlo. Y ambos sabemos lo que
queremos y hacemos todo lo posible por tenerlo, por hacer que sea nuestro. Él
me empuja hasta tumbarme, y siento el peso de su cuerpo sobre el mío, la
presión de su boca manejando la mía, indicándome qué hacer y cómo. No obstante,
también tomo las riendas y le empujo para que se levante, quedándome sentada a
horcajadas sobre él, pudiendo manejarle con facilidad. Le quito la corbata y
comienzo a desabrocharle los botones de la camisa poco a poco, tomándomelo con
calma a diferencia de él, que pretende hacerlo rápido. Quizá sólo sea la
pasión, que controla cada movimiento, pero yo puedo controlarla, he aprendido
en el tiempo que estuve con David, y le enseñaré a él también. La otra noche
fue demasiado para mí, muchos sentimientos se cruzaron en poco tiempo, y
algunas en su casa no me encontraba del todo cómoda, o él estaba muy cansado.
Le acaricio su nariz con la mía, esquivando sus labios, intentando
tranquilizarle. Sé lo que está pensando, sé que teme perderme y por eso me
sobreprotege y me trata así, con una mezcla de suavidad extrema y de ansiedad,
como lo está haciendo ahora. Está acostumbrado a usar a las mujeres como quiere
y a tirarlas, sin importarle lo que las ocurra después, y debe aprender a que
no todo es así, no todo es dejarse llevar por la pasión, sino también por los
sentimientos, que no sea un mero acto, un rato, sino una conexión entre ambos,
una forma de expresar lo que sentimos, lo más profundo de nuestro corazón
transformado en besos y caricias, no en simples impulsos.
Me coge en brazos y me lleva a
la cama con la cabeza enterrada en mi cuello, deshaciéndome a base de besos,
derritiéndome lentamente. Arranca los botones de mi camisa y se saca la suya
sin problemas. Insisto en besarle los labios en vez de que él se centre en mi
cuerpo. A lo mejor a otras no les importaba, sabían que iban a ser un juguete
más en su colección y se conformaban con ello, pero yo no soy así, yo necesito
que me respete, que me mire a los ojos cuando me diga que me quiera y que me
bese en los labios antes que en el pecho.
¾
Calma —le susurro, pasándole las manos por el
pelo—, no hay prisa.
Opta por hacerme caso, por
relajarse y dejarse llevar por mis movimientos, por mis susurros y mis
caricias. No soy alguien más en su vida, ya me lo ha demostrado otras veces, y
él no sólo es mi novio, mi trabajo, o lo que sea, en verdad tampoco lo sé a
ciencia cierta, pero lo que sí tengo
claro es que, aunque la mayoría de las veces me acabe pesando y actuando como
una carga más sobre mi espalda, no he dejado de quererle desde que le conocí.
Me fui enamorando poco a poco, con sus risas y sus bromas, sus comentarios e
insistencia en conseguirme, su delicadeza al tratarme y su brusquedad al
expresar lo que siente, pues sé que tiene miedo de ello, así le han educado, y
yo no puedo cambiarlo, pero sí convencerle de que conmigo no es así.
¾
Creo que no te lo he dicho antes —dice mientras
me acaricia el hombro—, pero te quiero. Te quiero más que he llegado a querer
jamás a nadie o a nada.
¾
Sí me lo has dicho —le beso el pecho, salado por
el sudor; tengo la cabeza encajada en su hombro.
¾
Pero no como debería, fue muy brusco, muy...
¾
Sincero. Es todo lo que necesito.
Me aprieta contra sí y me
abraza con más fuerza. Me besa la cabeza y la frente, me transporta a un lugar
seguro, donde sólo estamos nosotros dos y no importa nada más. Es cierto que, a
pesar del tiempo que pasamos juntos en su casa y los acontecimientos recientes,
sólo me ha dicho que me quiere en una discusión después del encuentro con el
Club del Mafioso. No tengo nada que reprochar, yo no se lo he dicho nunca.
¾
¿Cómo lo consigues? —dice de repente.
¾
¿El qué?
¾
Controlarte. Yo sólo quiero besarte y tocarte
y...amarte, y tú pareces tan calmada que no lo entiendo. Es como si no me
desearas, pero cuando me besas es todo lo contrario. Y cuando me tocas,
consigues que no esté tan...nervioso —acaba en un susurro, hablando para sí.
¾
Parezco, tú lo has dicho —sonrío—. Mi relación
anterior se basaba prácticamente en el sexo, casi nada de comunicación, y cada
vez que discutíamos lo arreglábamos siempre igual. Si no aprendía, no acabaría
muy bien, como comprenderás —se mueve algo incómodo, es normal que no le guste
pensar en eso, no ha tenido muy buena experiencia—. Perdona, no quería...
¾
No, no, está bien. Es que cada vez que lo
imagino a tu lado, hay algo que... me supera. No entiendo cómo pudiste estar
con él.
¾
No era siempre así, también podía ser bueno y
dulce. Cambió poco a poco —me acurruco a su lado, intentando distraernos a
ambos.
¾
¿Te levantó la mano alguna vez?
¾
Una o dos, creo —quizá tres.
¾
¿Y por qué seguías con él? —se enfada.
¾
No lo sé, supongo que pensaba que nadie más
podría llegar a quererme —me avergüenza reconocerlo, pero es así—. Estoy llena
de heridas, tengo un carácter más que difícil; convivir conmigo no es un camino
de rosas.
¾
Deja de decir estupideces, Alice. Escúchame, soy
yo quien te ama, quien está contigo y continuará a tu lado pase lo que pase. Me
da igual ese tipo, lo dejaremos en el pasado, porque lo que importa es nuestro
presente y futuro juntos.
¾
¿Te he dicho antes que eres muy bueno adulando
gente? —me pongo encima de él para poder besarle a mi antojo.
Me sonríe tranquilo y algo
menos enfadado. Me vuelve a coger por la cintura y me acaricia con la punta de
los dedos, avivando de nuevo el fuego entre los dos. Entonces, suena la puerta
de la habitación. Unos toques suaves que van aumentando la intensidad. Ambos
paramos y miramos al otro, esperando algún tipo de respuesta, pero ninguno sabe
quién puede ser. Alex se levanta y va hasta la puerta a poner una oreja contra
ésta para oír fuera, sin embargo, no es que imponga mucho respeto en
calzoncillos —no ha sido un mal gesto habérselos puesto—. Puede que sea sólo un
regalo del hotel, en los sitios caros ocurre, pero aun así estamos alerta. Oigo
una voz que no consigo distinguir, pero que él sí, por lo que parece, y abre la
puerta. Yo me tapo todo lo que puedo con la sábana cuando le invita a entrar.
¾
Hemos quedado a en punto, y son más de y veinte
¿es que no sabéis lo que es la puntualidad? Os sobra tiempo para follar, así
que moved el culo —Beth entra despotricando; me mira de reojo y después a
Alexander— ¿Tenéis idea de lo que me ha costado conseguir una cita con ese tío?
Como no lleguemos a tiempo olvidaos de conseguir nada, así que vestíos rápido,
os espero abajo.
Sale igual que ha entrado,
dejándonos sorprendidos y a mí bastante avergonzada. Sin embargo, él no parece
nada perturbado. De hecho, comienza a reírse al verme roja de vergüenza.
¾
¿De qué te ríes? No tiene gracia —protesto.
¾
Sí que la tiene. ¿En serio crees que la has
provocado un trauma infantil o algo?
¾
Eres muy gracioso ¿sabes? —me levanto poniéndome
la camisa de él por encima, aunque no sé ni por qué lo hago, ya ha visto (y
tocado) todo lo que tenía que ver.
¾
Lo intento —se encoge de hombros—. No te vistas,
estás perfecta así —intenta quitarme su camisa de los hombros y volver a
besarme.
¾
Ya has oído a Beth, no podemos llegar tarde.
Saca ropa de la maleta para cuando salga de la ducha, no quiero perder más
tiempo.
¾
¿Y si me ducho contigo? —persiste en retenerme a
su lado.
¾
No. Luego —cedo con un ligero beso.
¾
Te tomo la palabra.
Beth me espera en la recepción
y comienza a andar antes de que llegue a su altura. Llevo la ropa que Alex ha
seleccionado: pantalones negros ajustados, blusa blanca con un lazo deshecho en
el cuello, chaleco y americana negros. Formal y serio, justo como quiero que me
tomen. He de reconocer que, vestida así, no podríamos hacer mejor pareja. Los
tacones no son demasiado altos, así que me dan bastante libertad de movimiento.
Por suerte, aprendí rápido a manejarme con ellos como si fueran deportivas.
No llevo armas ni chaleco, y
aunque no me siento del todo segura, es lo que tengo que hacer. Seguramente si
pretendo ir después al puerto a reunirme con los proveedores, me cachearán, y
no creo que sea una buena idea que encuentren cualquier tipo de arma,
especialmente una de fuego. Podrían pensar que vengo con intenciones
equivocadas, y eso sí que nos metería en un verdadero lío.
Andamos en silencio por la
calle, cada una pensando en sus asuntos, hasta que me indica que gire en cierto
callejón. He acordado con Alex que se mantenga a cierta distancia, se supone
que me tienen que ver sola o si no él se meterá en un buen lío por apoyarme y
mentir a sus aliados, si se les puede llamar así.
Tras un contenedor hay un
hombre de aspecto sofisticado, con chaqueta de traje y un pañuelo en el cuello
en el lugar de la corbata; lleva la gabardina oscura abierta y tiene las manos
en los bolsillos. Reconozco que su aspecto me sorprende, no es el típico
camello, y precisamente por eso me pongo alerta. Puede ser muy peligroso, más
de lo que nos imaginamos. No aparta la mirada de nosotras, centrándose
especialmente en mí. Yo llevo un par de sobres bastante hinchados de dinero en
efectivo para conseguir lo que quiero dentro de la chaqueta, cortesía de Moore,
los cuales espero que sean suficientes, este tipo no parece conformarse con
cualquier cosa.
Beth está nerviosa aunque
intenta ocultarlo, pero yo estoy completamente en calma, segura de lo que tengo
que hacer y decir, y sobre todo de la pose que debo adoptar. Me yergo al
acercarme y la chica me sigue sin pronunciar palabra.
¾
¿Quién eres? —me pregunta, analizándome.
¾
Una amiga, espero. Quiero proponerte un trato.
¾
Si da dinero me interesa —se cruza de brazos.
¾
Di que trabajas para mí y cinco de los grandes
son tuyos. Ahora, en efectivo y en billetes pequeños.
¾
Yo voy por libre.
¾
Sólo tienes que decir que eres mío, no me
interesa tu lealtad ni nada de eso.
¾
¿Y tú qué sacas a cambio?
¾
No es asunto tuyo. ¿Aceptas o no?
¾
¿Dónde está el truco?
¾
Aquí —saco el sobre y se lo enseño—. Te estaré
vigilando para asegurarme que lo cumples. Puedes hacerte una idea de lo que
ocurrirá si no.
¾
Bien —coge el sobre y me mira de arriba abajo—.
¿Tu nombre era...?
¾
Alice Du' Fromagge.
Asiente con la cabeza y repite
el nombre varias veces para que no se le olvide antes de continuar por el
callejón, mientras que nosotras nos vamos por donde hemos entrado. Lo más fácil
ya está hecho, sólo falta todo lo demás. Me apoyo un momento en la pared una
vez fuera, a la vista de todos y algo más a salvo, para poder pensar tranquila.
Beth me mira con curiosidad, por lo que levanto una ceja en señal de pregunta.
¾
No me puedo creer que llevaras tanta pasta como
si nada —sonrío ligeramente.
¾
Tú llevabas una pistola, y eso es mucho más
peligroso.
¾
Pero...son cinco mil pavos, Alice. ¿De dónde los
has sacado?
¾
¿Y tú la pistola? —sostiene mi mirada, pero no
habla— ¿Llegamos a tiempo al puerto? —cambio de tema y lo agradece.
¾
Sí, pero te aviso que no será tan fácil. Tienen
gente controlando. Armados, ya sabes.
¾
Si no quieres venir, sólo tienes que decirlo y
un coche vendrá a recogerte.
¾
¿De Moore o de la CIA? —me sorprendo cuando no
tiene reparos en decir eso, especialmente por saber quién es Alexander— He
hecho los deberes —se encoge de hombros.
¾
Va a ser peligroso, los narcos no dudan en
disparar a quien consideran de poco fiar. Les da igual quién eres o tu edad.
¾
Parece divertido —se pone en marcha—. Vamos.
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