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viernes, 26 de febrero de 2016

Capítulo 7

Después de conocer la verdad, mi hermano no se atrevió a echarme nada más en cara, aunque siguió insistiendo durante todo el sábado en que debería al menos llamar y decir a mis padres lo del compromiso. Sinceramente, no le veo el sentido, si tantas ganas tiene de que lo sepan que lo haga él, no me importa.
El domingo al llegar recogemos el correo y, como siempre, David lo revisa antes de dejármelo ver. Hay un leve cambio de expresión cuando llega a un sobre en concreto, toma aire y me da la carta sin añadir nada. La observo detenidamente antes de abrirla con cuidado. Es muy raro que el FBI se ponga en contacto de esta manera teniendo un teléfono seguro como es el mío. Quizá sea una simple circular, o un informe sobre algún cambio de normas. Puede que me cambien de unidad de nuevo, si he conseguido tener buenos resultados en un equipo tan dispar quizá necesiten que mejore cualquier otro, o incluso alejarme de aquí por no ser más que problemas. Sin embargo, cuando la leo, cierro los ojos, intentando comprender lo que dice. No es hasta la tercera vez que la leo con detalle cuando puedo reaccionar.
    Estoy fuera —digo atónita—. No me puedo creer…
    ¿Qué dices? —me la quita de la mano— Tiene que ser un error.
    No lo es. Se ve claramente mi nombre y lo que pasó les da libertad para hacerlo.
    Aquí pone que vayas a recoger tus cosas…
    Lo sé. Lo he leído.
    No te enfades, seguro que encontrarás otro trabajo. O podrías probar quedarte en casa durante una temporada, no sé, reciclarte.
    No, no puedo hacer eso. Esto —levanto la carta— es lo único que quiero. No sé hacer otra cosa más que utilizar armas y…
    Detienes a la gente por tu ingenio, no sólo dando tiros —me acaricia la mejilla en una extraña muestra de cariño inocente.
    Es para lo único que sirvo.
    Pues tómate un tiempo libre, piensa en algo que te guste y relájate en casa. A lo mejor te das cuenta de que quieres quedarte aquí.
    No, ni de coña. No pienso ser una esposa trofeo, quiero trabajar. Voy a trabajar.
Repongo tajante, no acepto más comentarios por el estilo. Puede que haya perdido este trabajo, pero siempre puedo encontrar otro. Quizá pueda ser investigador privado durante un tiempo, colaborar con la policía con los casos más complicados...yo qué sé, pero necesito hacer algo. Me levanto del sofá y los pies me llevan a la cocina, directamente a la nevera, buscando algo que llevarme a la boca. Encuentro una tableta de chocolate y no dudo en cogerla, un chute de azúcar es exactamente lo que necesito ahora. Además, dicen que libera la hormona de la felicidad, y un poco no me vendría nada mal. Parto unas cuantas onzas antes de alzar la vista; David me observa con curiosidad e incluso una leve sonrisa. ¿Cómo puede estar contento después de esto?
    ¿Qué? —pregunto de malos modos.
    Nada —se encoge de hombros—. ¿Por qué has cogido chocolate?
    Me apetecía —me encojo de hombros.
Él me abraza por la espalda y coloca las manos sobre mi vientre. Actúo como si no me hubiese dado cuenta. No puede ser que haya empezado ya, apenas han pasado horas desde que hemos dejado a mi hermano. Parece que ha tenido mucho en lo que pensar en el vuelo mientras yo dormía, ya que no he pegado ojo preocupada por mi hermano y lo que le dije. Sus ojeras cuando nos despedimos me dijeron que le había ocurrido lo mismo.
    ¿Sabes? Quizá no sea tan mala idea que te quedes un tiempo en casa —me acaricia el vientre con ambas manos—. Así puedes organizar la boda más tranquila.
    David, por favor…
    Hay que hacerlo rápido. No quiero perder tiempo.
    Como si no estar casados te hubiese detenido alguna vez.
    No me refiero a eso, Al. Es que…coger a tu sobrino…
    Ya basta, David —me separo bruscamente de él para coger de nuevo la carta.
    ¿Qué pasa? ¿No quieres tener niños? —suena con tono acusador.
    No lo sé.
    ¿No lo sabes? —no suena más amable— ¿Qué quieres decir con que no lo sabes?
    ¡Que tengo veinticuatro años y no quiero estropearme más la vida con un mocoso correteando por casa, ¿me entiendes ahora?! —al fin exploto.
    ¿Estropearte la vida? —grita igual que yo— ¡Estás hablando de tener un hijo conmigo, Alice!
    ¡Me da lo mismo! ¡Aún soy joven para amarrarme así!
    Entonces ¿por qué aceptaste a casarte conmigo?
    ¡Tampoco lo sé, ¿vale?! —ahora sí que parece realmente dolido.
Me doy la vuelta, cojo las llaves del coche y llego a la puerta sin mirarle. No puedo soportar verle así, él se ha estado preocupando por mí, y me quiere incondicionalmente, pero yo no sé si puedo corresponderle. He sido demasiado dura con él, el problema es que no sé ser de otra manera, no sé pensar antes de hablar. Y creo que nunca aprenderé.
    ¿Dónde vas? —David me pregunta, enfadado.
    Por ahí —digo antes de salir con un portazo.
Últimamente estoy confundida en lo que a mi vida personal se refiere. Parecía que por fin me había asentado, hasta que surgen problemas así. Ya me lo advirtió mi hermano; David tiene casi treinta años, pertenece al ejército y es lógico que quiera formar una familia antes de que le envíen lejos de casa. Es un riesgo que debe correr y yo sabía que íbamos a discutir sobre esto, pero tenía la esperanza de que esperara más.
Antes de darme cuenta, estoy subida en el coche y poniendo rumbo al trabajo. Por suerte, el vigilante me reconoce de otras veces que he ido a horas fuera de las normales y me deja pasar, ya acostumbrado a verme, con una ligera sonrisa pero una mirada sentida, incluso de preocupación. ¿Por qué todos se empeñan en preocuparse por mí? Tomo mis propias decisiones, sé qué está bien y qué está mal, y sé que meter a criminales en la cárcel es mi trabajo, por lo que vivo, y nada ni nadie va a impedírmelo.
Ambos casos están algo verdes todavía, y los informes se exceden en detalles —para el gusto de algunos, pero para el mío no son más que necesarios— y son prácticamente interminables, no obstante, eso no los hace útiles. Son pesados y difíciles de leer, aunque de todas formas los leo una y otra vez hasta casi memorizarlos. Espero que así mi cabeza acabe eliminando lo que cree que no necesita y con eso, haré un esquema en la pizarra y poco a poco el caso irá formándose. No sé si está bien dejarme llevar por mi intuición, pero es lo que siempre he hecho y hasta ahora me ha salido bien.
Apunto en la pizarra todo lo que se me ocurre, incluidas mis propias conjeturas y me quedo observándolas durante un rato, intentando encontrarles el sentido más allá de la mafia en la que estoy pensando; no puede ser que aparezca de la nada, súbitamente.  
El tema de los asesinatos me atrae bastante, pero no me gusta que sea a la vez que las desapariciones. A lo mejor estoy exagerando, mas no puedo dejar de pensar que tienen conexión. Elaboro una complicada historia, aunque con sentido, antes de que amanezca, pero antes necesito hacer algo. Tengo que investigar, o al menos hojear, las mafias de la zona, comprobar si tienen alguna relación con ellas; también miraré las de Las Vegas, aunque me lleve muchas más horas de lo que me guste y espero, no utilizar los idiomas que he aprendido a lo largo del tiempo para moverme por archivos antiguos.
Bajo a los archivos, espero que el guardia que los custodia esté de buen humor y me deje pasar sin anotar lo que voy a sacar, o cansado y que no note que lo hago. Y en efecto, en cuanto le veo tirado sobre la mesa respiro de alivio —aunque no debería, está poniendo en riesgo datos muy importantes—. Hasta que me acerco. No parece dormido, no es una posición natural. Le han dejado inconsciente. Y de una manera muy profesional, me atrevería a decir que mejor que yo, propia de...un asesino profesional. Aunque uno torpe, no obstante, o que llevaba demasiada prisa, porque a nadie se le ocurre dejar el cuerpo así tirado como si nada. Compruebo el pulso, esperando que ya se haya ido y que esté bien, que por suerte lo está. No me apetece enfrentarme a nadie, tengo la cabeza demasiado cargada y, aunque sea malo para el FBI, si no me ataca, seguramente le deje marchar. A fin de cuentas, yo también quiero hacer algo ilegal, y siempre puedo alegar que pensé que era alguien encubierto que quería consultar cualquier cosa. Le cojo la pistola de todas formas y me adentro por los pasillos, andando con cautela y con todos los sentidos alerta. Una respiración agitada atrae mi atención y me concentro en ella, que se le une el movimiento de papeles y cajones abriéndose y cerrándose. Procuro hacer el menor ruido posible hasta llegar al pasillo de donde procede el ajetreo. Una chica levanta la cabeza en cuanto irrumpo, pistola en alto y apuntando al hombro. Reconozco que es bastante atractiva, con el pelo claro por los hombros y unos tan profundos como inquietos ojos azules. Podría haber sido yo en cualquier otra vida, sin todo este lío, pues parece tener mi edad y está ligeramente desarrollada, sin duda sabrá luchar, aunque no sé si podría conmigo. De cualquier manera, un paso en falso y tendrá un tiro, como mínimo, en el hombro. Aguanto la respiración durante más tiempo del que puedo controlar cuando veo la letra de los informes entre los que está revolviendo: M.
Puede que sea sólo una coincidencia, pero no pienso arriesgarme. Me acerco hasta que la pistola está a apenas un metro de su cuerpo, que se pone rápidamente en una entrenada y perfeccionada posición de combate. No hay duda de que ha sido enseñada recientemente, si no fuera así, tendría muchos más puntos débiles. Si antes no tenía intención de enfrentamientos, no sé qué hacer ahora; no puedo permitir que se lleve nada relacionado con lo que me interesa, y parece a punto de soltarme un puñetazo. Bajo el arma lentamente, esperando que la chica se relaje un poco y me deje ver la carpeta que tiene detrás de sí, sin embargo, no provoca reacción ninguna en ella. Parece un maldito autómata, seguramente recordando todas las lecciones: no muestres miedo, no flaquees, no parezcas inferior... Parece necesitar una buena dosis de vida antes de salir así a la calle. A pesar de la situación, no puedo dejar de interesarme por ella, me resulta curioso cómo una chica así puede siquiera existir. Aprieta el puño sobre la carpeta, retándome con la mirada, pero yo tampoco pienso bajarla, hay mucho en juego.
¾    ¿Qué has cogido? —mi tono es tan autoritario como soy capaz.
¾    ¿Eres policía o te dieron el puesto en una tómbola? ¿Quién coño pregunta eso?
¾    Técnicamente no —me controlo, sin dejar de clavar la mirada en ella—.Me da igual para quién trabajes, deja eso en su sitio o tendré que quitártelo a la fuerza.
¾    Quítamelo, pero al menos deja que le eche un vistazo antes, que si no, el viaje me sale caro —no sabía lo irritante que puede llegar a ser alguien así; me lo tengo merecido. ¿Cómo podían aguantarme cuando era más joven?
¾    Última oportunidad.
Mi intento de persuasión resulta en vano, ya que se da la vuelta y abre la carpeta.  
No pienso arriesgarme a que vea nada de Moore, sinceramente me da igual el resto. No sé si está mi nombre en ese archivo, nunca me han permitido mirarlo por ''implicaciones emocionales'', y más les vale que no, porque se supone que es secreto. La chica continúa ignorándome, así que me acerco para quitárselo a la fuerza, como bien la he prevenido, agarrando la pistola con fuerza para darle la menor oportunidad de cogerla. No obstante, en cuanto alargo la mano, me sorprende con un codazo directo a la nariz que no me la ha roto de milagro, pero duele. No pienso quedarme de brazos cruzados, ya estoy harta de que me menosprecien, de que insistan en que no valgo para esto. Pienso asegurarme de que... ¡¿Es que no se puede estar quieta?! Acabo de esquivar un puñetazo a la mandíbula que seguramente me habría dejado inconsciente. Como respuesta, le lanzo otro igual, que no la tira al suelo, pero al menos hace que trastabille. No soy demasiado consciente de lo que ocurre a continuación, sé que me lanzo a por ella, sin embargo, todo sucede tan rápido que no soy capaz de razonarlo, de nuevo dejo que mi instinto actúe, con la consecuencia de llevarme un par de golpes más, aunque finalmente consigo inmovilizarla contra una estantería, así tengo una mano libre para quitarle el archivo que estaba leyendo —la pistola está a un par de metros de nosotras, tirada por el suelo, y creo que la dejé caer, aunque no estoy segura—, no obstante, ni así deja de pelear, continúa intentándose zafar de mí, que no aflojo la presión hasta que leo el nombre del archivo. Me había puesto nerviosa porque era la zona en la que se guardan los personales, no los de casos específicos, y reconozco que soy bastante protectora con los temas del pasado, necesito proteger quién fui entonces y cómo llegué así, y si en los papeles de cualquier Moore (porque estoy segura que el hijo también tiene uno, por inútil que les sea) pone algo sobre mí, lo lógico es que no reaccione bien. Además, son los que necesito llevarme, y no voy a dejar que nadie se me adelante.
Respiro hondo cuando leo ''Malik'' en vez de lo que me temía y la suelto, devolviéndole a la vez la carpeta. He oído ese nombre antes, y espero que sepa en lo que se está metiendo, los asesinos a sueldo no suelen ser la mejor de las influencias, pero ¿quién soy yo para hablar de eso? De todas formas, sabe defenderse, no a su nivel, pero lo suficiente como para intentarlo, que ya es decir. Me mira extrañada, midiéndome a la vez, quizá esperando a que diga algo como ''Estás detenida'', a pesar de que no se lo diré, simplemente me doy la vuelta y le digo mientras salgo:
¾    Deja la pistola al guardia de nuevo o sospecharán.
No he cogido lo que buscaba, ya le pediré a alguno del equipo que baje a por ello, ya que yo, técnicamente, no debería estar aquí, y mucho menos coger cosas del FBI.
Cuando subo de nuevo, el resto del equipo acaba de llegar con un vaso de café preparado para mí. De verdad que es todo lo que necesito, mas después de lo que acaba de pasar, tengo el estómago revuelto por la adrenalina y no creo que sea la mejor idea.
Amy me sonríe cuando salgo del ascensor, pero cuando me acerco se fija en mi pómulo enrojecido y en la nariz con el puente abierto del golpe. No era la mejor peleando, por suerte, porque de lo contrario creo que había acabado rota. Tiene potencial, sólo espero que sepa aprovecharlo.
    ¿Al? —pregunta Amy, mirándome la cara— ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
    Me he chocado con una puerta —me fijo en la pizarra con las fotografías de las chicas, no voy a dar explicaciones.
    ¿Y la puerta tiene nombre? ¿Motivo? —con una mirada amenazadora, entiende que no quiero hablar del tema. El resto ha escuchado la conversación y, por suerte, han aprendido la lección y no preguntan más.
    Jefa, se ha pasado toda la noche aquí ¿verdad? —habla Will, señalando mi chaqueta en la silla y la mesa llena de papeleo.
    He venido temprano. ¿Qué tal vais con lo que os dije?
    Los familiares de las chicas no saben nada —Will es el primero en informarme.
    Murray y yo tampoco hemos avanzado, lo siento —Amy baja la vista.
    ¿Pongo a dos en una tarea y no conseguís nada? Mirad, soy consciente de lo que deben estar pasando los familiares de las chicas, pero hay que centrarse en el otro caso.
    Alice, las chicas deben ser nuestra prioridad. Aún podrían estar vivas y es obvio que las otras muertes son por temas de drogas. No es necesario…
    Yo digo lo que es necesario —le rebato a George—. Si solucionamos los asesinatos encontraremos al culpable de ellas —miro de reojo la pizarra.
    Son casos completamente distintos —continúa queriendo meterme en razón.
    Suficiente, George. Necesito —recalco— más que nunca que confiéis en mí. Por favor, continúa con lo que te encargué; el más mínimo detalle puede ser lo que nos dé lo que buscamos. Will, ¿qué te parece si le echas una mano? —obedece sin rechistar, parece que han vuelto a recordar quién está al mando. Que ellos sepan, al menos— Y vosotros dos, os encargué esto porque sois los mejores, mantened los ojos abiertos y...
    ¿Qué hace usted aquí, Sanders? —una voz horrible no me deja terminar.
Lindsay Doyle, mi nueva pesadilla, avanza a paso rápido por el pasillo y se acerca hacia mí. Lleno los pulmones de aire antes de mirar cómo me alcanza, irguiéndome, intentando aparentar más digna de lo que lo soy con la cara golpeada y sin dormir.
Esta mujer tiene que tener un radar o estar pendiente de las cámaras para saber cuáles son mis peores días y aparecer como por arte de magia, porque no es posible que tenga tanta mala suerte. Además, ¿no se suponía que las inspecciones son de un día o dos? Nadie entiende que lo haga en días salteados. Yo no lo hago. No tiene sentido.
    Trabajar —me cruzo de brazos.
    Ya no es su trabajo, si no me equivoco. Está despedida —alza la voz para que puedan oírla.
    ¿Al? — Amy y Murray me miran.
    ¿Es verdad?
    Sí, señores —Doyle responde por mí—. Ahora, si es tan amable, recoja sus cosas y márchese. Quiero la mesa limpia.
    No —me niego.
    ¿Cómo ha dicho?
    Aparte de amargada, sorda —comento. Ya no tengo nada que perder—. No pienso irme. Es mi equipo y mi caso.
    Ya no. Yo me haré cargo hasta que encuentren un sustituto.
    Alice —Murray protesta, pero no puedo decirle nada, no tengo excusa—. Agente Doyle, no puede hacer eso; Sanders es de las mejores agentes que tiene el FBI. Es la mejor de Los Ángeles.
    Y la más insolente, también. Es el protocolo a seguir, el castigo por el incumplimiento de las normas es la expulsión inmediata.
    Todos lo hemos hecho alguna vez — Amy intenta ayudarme—. ¿Es que no sabe quién es o lo que hizo?
    Amy —le reprimo. No quiero que hable de más.
    Sigue —le anima Murray ante la mirada atenta del resto de la oficina.
    Ella sola…
    Cállate, Amy. O te vendrás conmigo a la calle.
    Pues si tengo que salirme de aquí por defender a quien se lo merece, me iré orgullosa.
    El orgullo no te servirá de nada —respondo en tono duro. Doyle nos mira sin entender nada.
    La chica que acaban de despedir por su culpa, es la Sombra.
Mi identidad incluso dentro del FBI se mantuvo en el anonimato por mi propia seguridad. Podríamos tener topos y no sería buena idea ir aireando mis hazañas con desconocidos, por ello se crearon leyendas sobre quien desmontó el imperio Moore. Se sabe que alguien se infiltró y en tan sólo un año consiguió lo que no pudieron decenas de policías en cinco. Adoptaron el nombre de la Sombra porque no se tienen detalles y después de todo, desapareció tan rápido como llegó. No tengo nada en contra de ello mientras que continúe así, y me estoy dando cuenta de que quizá haya confiado demasiado en la gente, sabía que esto podría ocurrir. Esto sólo lo sabe mi equipo actual y mi capitán, después de algunos casos y solicitudes de ayuda en temas de las diferentes mafias tenía que explicar bastantes cosas o no confiarían en mí. A partir de eso, reconozco que se creó una especie de lazo entre nosotros, pero me da que alguien lo está enredando todo si no se calla. Me están metiendo en el lío de mi vida.
    Eso es imposible. Es demasiado joven y, aunque lo fuese, no la habrían despedido. Habrían puesto algún tipo de excusa o…
    Mire, créase lo que quiera, pero ¿en serio no ha pensado en cómo una chica de veinticuatro años ha podido hacerse cargo de un equipo de otros cuatro? ¿En cómo puede tener el mayor índice de detenciones?
    Callaos ya —les digo, cansada de tonterías—. Voy a recoger la mesa y cuando me vaya quiero que me prometáis que no vais a hacer ninguna tontería ¿entendido? —les dirijo una mirada severa y me alejo mientras me siguen con la mirada. Amontono los papeles y lo que quedaba del equipo viene.
    Jefa… ¿es verdad eso de que se va? —Will me dice con cuidado.
    Sí.
    ¿Volverá? —me pregunta George.
    De momento no.
    Alice, ¿qué te pasa? —Will me pone la mano en el hombro.
    Han dicho quién soy, eso es todo.
    ¿Y? Se dará cuenta de la estupidez que ha hecho y…
    Dejadlo ya; estoy fuera. Pero no se ha acabado todavía, quiero que me mantengáis informada de todo —añado bajando la voz.
    Será muy complicado con Asuntos Internos aquí. Lo intentaremos, tranquila.
    Gracias. Seguid con el trabajo, no quiero que os digan nada —asienten y me dejan sola hasta que consigo recoger todo.
No abundan precisamente los efectos personales, nunca he llevado nada a la oficina de mi vida fuera de ella y estoy contenta de ello, así tardaré menos. Sin embargo, es cierto que le daría cierto toque dramático que haría más dura mi marcha, como cuando en las películas guardan en una caja fotografías y se quedan mirándolas, rememorando los buenos momentos y cosas así, pero nunca he sido de ese tipo de personas, estoy orgullosa de decir que casi siempre tengo los pies más en la tierra que cualquier árbol centenario, siempre consciente de lo que ocurre a mi alrededor. Y esto no es bueno, aunque quiera ponerlo como un descanso, como una oportunidad de nuevas experiencias, que te despidan del FBI no es algo positivo de ninguna manera.
Amy y Murray se acercan en cuanto se lo indico para entregarles los papeles del caso con mis garabatos, quizá les ayude en algo, y desde luego que los van a fotocopiar para que yo pueda trabajar desde casa sin Doyle metiéndome presión o las continuas llamadas que me distraen de lo importante.
    Has averiguado algo, ¿verdad? —Murray acepta lo que le doy y se sienta en la mesa, aprovechando que nadie nos vigila y todo parece normal; se me escapa una breve sonrisa. En el fondo me gusta que me conozcan tan bien.
 Miro alrededor y compruebo que acaba de llegar el que era mi jefe y entra directamente a su despacho con Doyle, quien se había alejado de nosotros teléfono en mano, dispuesta a desmentir lo que han dicho mis compañeros. Supongo que hablarán de mi despido y sé que esta vez Joe no podrá ayudarme, porque ni siquiera me ha dirigido una rápida mirada. Seguro que ha tenido unos días bastante complicados por mi culpa, entre las quejas de Doyle y el despido, habrá tenido que hablar con medio Washington para enterarse de lo que ocurría y darse cuenta de que esta vez va en serio.
    Os habéis dado cuenta de que todo ha sucedido a la vez ¿no? Pues he estado documentándome y resulta que en Miami hay chicas con nuestro patrón asesinadas y la ejecución de los camellos. Os dije que había una conexión.
    ¿Cómo es posible que no lo supiéramos antes? Debería haber saltado en el ordenador, introdujimos...
    Está clasificado —me miran, esperando algún tipo de explicación lógica, pero me conocen y saben que mis métodos no terminan de ser del todo legales—. Y de postre, os presento a Sophie Renou, estampada contra un árbol y el coche calcinado.
Les paso una fotografía de la chica, que coincide con todo lo que buscamos: veintipocos, rubia, delgada, ojos azules... Pero esta vez han subido un nivel, quien sea que lo está haciendo es algo personal. Ahora que lo comparto con el resto, parece hacerse mucho más real que en mi cabeza. Antes quería saber si Moore Jr está en Florida, sería una escalofriante coincidencia, y en este trabajo he aprendido a no creer en eso. Todo pasa por un motivo, la mayoría de las veces macabro y sangriento.
    Renou —Amy piensa en alto—. Francés —me dirige una mirada sentida, sabe lo que estoy pensando; los tres compartimos un pensamiento.
    ¿Crees que van a por ti? Porque matarla como tu tapadera no es muy sutil, la verdad.
    Pero no lo entiendo. Si quisiera, Moore tiene mejores formas de encontrarme, te lo aseguro.
    Moore está en la cárcel —me rebate Amy ante un Murray callado y observador.
    Ronald sí, pero su hijo se encuentra en paradero desconocido.
    De todas formas, todo esto me da muy mala espina, Al. Quizá sea mejor que te alejes por un tiempo, intentar pasar desapercibida.
    ¡Sanders! —mi jefe, Joe Miller, nos interrumpe.
    Lo siento, ya me voy —alzo las manos en señal de rendición.
    Ven —me hace una seña y asiento.
Está mucho más serio de lo normal, y por la forma de hacerme ir, bastante tenso. No termino de comprender lo que ocurre, y no soy la única. Mi equipo me sigue con la mirada mientras pienso qué puede ser tan urgente como para necesitar hablar conmigo ahora, podría llamarme al teléfono más tarde, presentarse en mi casa o incluso hacerme ir a la suya, pero ha elegido este preciso momento. Sólo espero que no sea una especie de regañina por mi comportamiento, él no sería capaz de algo así, no me trataría jamás como a una niña, pero Doyle sigue dentro del despacho y sí me creo que ella lo haga. Lo máximo que hago para adecentarme es apartarme el pelo de la cara, va a ver los golpes igual, y ya está acostumbrado a mis ojeras, así que no le dará demasiada impresión.
Abro la puerta con cuidado mientras él cierra las persianas de cara a la oficina; por su parte,  Doyle se encuentra en una esquina, sentada en una de las sillas mientras Joe se mantiene de pie, apoyado en la mesa esquivando mi mirada. A lo mejor tengo suerte y no me pregunta sobre la nariz, no obstante, no es normal y me dirijo directamente a él sin importarme que pueda interpretarse como una falta de respeto, a fin de cuentas ya estoy fuera, no pueden amenazarme con nada.
    ¿Qué está pasando?
    Perdóname, Alice —al fin levanta la vista y clava sus ojos en los míos, unos ojos tristes y dolidos.
    Yo me lo he buscado; no tiene por qué decir…
    No es eso —me corta.
    Sanders, será mejor que se siente. Debemos comentarle algo —miro interrogante a mi jefe para obtener su aprobación ante las palabras de Doyle. Me siento en la otra silla libre, lo más lejos que me permite el asiento de ella.
    Eres muy perspicaz, Alice, y gracias a ti hemos averiguado...
    Al grano, Miller —Doyle no le deja continuar y me aguanto un comentario mordaz; de verdad que esa mujer me saca de mis casillas.
    Sí, claro… Verás, en Miami ha aparecido una chica que correspondería con Alice Du’Fromagge, tanto en edad como en muerte —está serio y parece incómodo; prefiero no decirle que ya lo sabía, sería bastante estúpido.
    Vale, pero Du'Fromagge está muerta, ¿qué tengo que ver en esto?
    Es posible que Moore haya vuelto —aclara con firmeza la agente de Asuntos Internos—. Como tú misma averiguaste, los asesinatos corresponderían a su competencia en la zona y las mujeres…
    Lo sé, no soy estúpida. Las desaparecidas son como ella ¿y qué?
    Es por ello por lo que te pedí disculpas, pequeña —Joe nunca me llama así excepto cuando cenamos juntos con David y su mujer, y ahora me da escalofríos—. Y la verdadera razón por la que te tuve que despedir.
    Y por la que yo vine —interviene Doyle—. Si te hartaba lo suficiente como para que me dieses la mínima razón, podríamos llevar a cabo el plan. Ya está confirmado que ha conseguido Florida, y se cree que quiere seguir el negocio de su padre y hacerse con todo el país.
    ¿De qué plan estás hablando? —me estoy temiendo lo peor.
    Se le ha visto en Miami. Ya que oficialmente no estás en el FBI, la CIA te ha reclamado para una unidad de la CIA dedicada al tráfico de personas y armas, así que te infiltrarás para detenerle.
    Lo primero: oficialmente —le rebato con tono de reproche— esa parte de mí está muerta. ¿Es que no me habéis oído?
    El informe que decía que le confesaste que fue una pantomima —intenta meterme en razón el que fue mi jefe.
    ¿Y decía que me prefería muerta? Porque me lo dejó bien claro —comienzo a enfadarme, no puede ser verdad, no tiene sentido.
    No es una elección, Sanders —esta vez Doyle vuelve a ser tan autoritaria como al principio—. Es una parte más de su trabajo.
    ¿El qué, que controlen mi vida de nuevo? Porque yo no recuerdo que nadie me consultara si quería entrar en la CIA y marcharme a la otra punta del país. Joe —me quejo directamente a él, esperando que ceda—, ¿qué le voy a decir a David cuando llegue a casa? ¿Que pospongamos la boda durante un tiempo indefinido porque tengo que ir a detener a mi ex a más de cuatro mil kilómetros? Venga ya —me levanto indignada de la silla cuando veo que no surte efecto y me pongo de espaldas a ellos, no quiero que nadie me vea así.
    Lo siento, pequeña —Joe vuelve a ser dulce, a él también le duele mentirle a su ahijado—, pero es lo que hay.
    ¿Y qué pasa si me niego? —me giro.
    Irías a la cárcel por los delitos que cometiste bajo la protección del FBI.
    Ah, perfecto. Joe, no puedo hacerlo, sabes que no puedo.
    Eres fuerte, claro que puedes.
    Eso mismo me dijeron la última vez y mira cómo acabé —le dejo ver la cicatriz y Doyle respira hondo, consciente de lo que significa—; y no me querían muerta todavía. No podré con todo esto, no sola al menos.
    Supongo que podría acompañarte alguien, si eso te ayudaría.
    Miller, no hemos hablado de eso —le reprende.
    Yo me encargaré de ellos si dicen algo, Doyle. ¿Tienes a alguien en mente? —se dirige a mí, con ese tono de capitán que tanto echaba de menos.
    Quizá.
    ¿Soportará la presión?

    Con soportarme a mí creo que es un gran avance. Doyle, ya que te llevas tan bien con la Agencia, diles que voy a intervenir en mi tapadera, les guste o no.

sábado, 20 de febrero de 2016

Capítulo 6

Mi jefe ya me ha advertido de lo que puede pasar y me ha aconsejado quedarme en la ciudad por si algo pasara, sin embargo, estoy aburrida de hacer caso a especulaciones. Que pase lo que tenga que pasar. El mal ya está hecho, y no voy a solucionar nada por quedarme metida en casa o pasar desapercibida por la ciudad; es cierto que podría pedir favores, digamos que sé cosas sobre la Oficina que no beneficiaría a los peces gordos, sin embargo, no me parece ético poner en riesgo las carreras o vidas de otras personas por mi insolencia. Yo me he metido en este lío y yo aceptaré las consecuencias. Aunque si me despiden no sé exactamente qué haré, esto es lo único que sé hacer, es lo único que me han enseñado y, siendo sincera, lo único que soportaría hacer durante el resto de mi vida sin demasiada queja.
David no me ha soltado la mano en todo el viaje: ni en el avión ni en el taxi. Hemos mandado las maletas directamente al hotel para no ir cargados a la casa. Es normal que esté nervioso, le vamos a decir a mi hermano que me voy a casar —para mí sigo siendo muy joven, y creo que para él también— con un hombre mayor, aunque David le cae bien. Sólo le ha visto una vez, pero han hablado por teléfono y yo estoy a gusto con él; tenemos altibajos, por supuesto, como todas las parejas, sin embargo lo importante es al final, y siempre hemos conseguido saltar los baches —o arrasarlos, ¿qué más da?— ¿Qué otra cosa debería importarle? Además, no es mi padre, no tiene que velar por mi seguridad o nada por el estilo, ya soy adulta y tomo mis propias decisiones.
Antes de bajar del coche, Albert nos saluda desde el porche con una sonrisa un tanto forzada. No le he dicho por qué vengo a verle, y teniendo en cuenta que muy raramente lo hago, es normal que esté preocupado. Tengo que estar muy saturada para recurrir a él, no es que no confíe ni nada así, es simplemente que no quiero meterle en líos ni hacerle pensar de más, suficientemente duro es tener una hermana masoquista como para que venga a contarte sus aventuras. Eso sería demasiado para él; demasiado para cualquiera.
Su casa es igual a la que teníamos antes, solo que de dos plantas, estando en la superior las habitaciones, como la mayoría, supongo, y con un niño correteando por el pasillo. Le quiero más que a nada, de verdad, pero nunca han terminado de gustarme los críos, y les soporto durante un rato, luego acaban cansándome y me escapo tan rápido como puedo. Mi prometido me abre la puerta del coche mientras le devuelve el saludo y haciéndome volver al mundo real, últimamente encuentro de lo más reconfortante abstraerme en mis pensamientos, en mi cabeza todo siempre es mucho más simple.
    ¿Lista?
    Sólo es mi hermano ¿no? No es para tanto —tomo aire.
    Para mí es lo más parecido a un suegro. Es importante.
Me suelta la mano cuando me acerco indecisa, quiero abrazarle, pero ha pasado tanto tiempo que no sé si será incluso incómodo. Él elimina el espacio que nos distanciaba, mucho más seguro que yo, y me abraza con fuerza mientras siento que todos los nervios se disipan. No pasa nada, él me quiere haga lo que haga, y yo a él. Es lo único seguro que me queda, por nada del mundo le pondría en peligro, ni le preocuparía con el trabajo. Aunque a veces puede ser muy persuasivo, y no deja de ser mi hermano mayor, así que es de las únicas personas que reconozco como autoridad, sin importar que la mayoría de las veces no le haga caso o me burle de él. A fin de cuentas, él es el mayor, quien me ha protegido desde pequeña y quien quiere lo mejor para mí.
¾    ¿Estás bien? —susurra para que sólo yo pueda oírle.
Cuando asiento ligeramente, noto cómo se relaja y afloja un poco el abrazo, más tranquilo. Vaya, va a ser complicado cuando me pregunte sobre el trabajo y, está claro, me obligue a responder, ya hace mucho que no acepta respuestas como ''Bien'' o ''Nada''.
Estamos juntos un largo rato —el año sin vernos pasa factura— hasta que oigo a David, incómodo, para que nos separemos finalmente a regañadientes. Se saludan con un apretón de manos y Claire, su mujer, me da un pequeño abrazo con mi sobrino en los brazos, que extiende los suyos para que le coja, sin embargo, lo rechazo por el momento. Ese pequeñajo consigue sacarme siempre una sonrisa, parece mentira que se acuerde de mí siendo tan bebé todavía. Entramos al salón intercambiando algunas palabras, nada fuera de lo común, y la mujer trae café para que los hermanos pasen más tiempo juntos mientras Christian juega con un cochecito sentado en el suelo, absorto de todo. Puede que no soporte a los críos, pero desde luego que sí me gusta mirarlos, tanta inocencia en mi mundo es simplemente cautivadora.
    Chris está precioso. Se nota que ha salido a la madre —digo con sorna.
    Menos mal —mi hermano me da con el codo y nos reímos.
Estamos sentados al lado del otro y David continúa agarrándome por la cintura. Cuando entra Claire de nuevo, el pequeño se acerca a mí gateando e intenta agarrarme la mano. No sé si sabe todavía ponerse bien en pie, pero algo me dice que lo va a intentar y a caerse de boca, así que cedo y le siento en mi regazo. Por suerte, se limita a agarrarme la mano como si fuera un tesoro y se acomoda para dormirse, bajo la mirada embelesada de todos nosotros. Al parecer no soy la única que se siente así. 
    ¿Cuánto tiempo tiene? —David se interesa.
    Trece meses. Por cierto —se dirige a mí—, gracias por la ropa.
    Tengo que consentir a mi sobrino aunque sea desde lejos —sonrío—. ¿Tanto hace que no venimos?
    Sí; demasiado —Bertie me acerca a él—. ¿A qué la visita?
    ¿Es que no puedo pasar a ver a mi hermano?
    Sin que haya pasado nada; no
    Vaya, gracias —le sonrío y miro a David—. ¿Tú o yo?
    Debes ser tú.
    Soltadlo de una vez.
No sé si puedo decirlo aún en voz alta, creo que todas las consecuencias tanto buenas como malas se harían realidad, así que le agarro de la mano con fuerza para que se fije, pero es Claire quien tiene que indicarle que se fije en el dedo; siempre ha sido un desastre y siempre lo será. Toma aire y me mira a los ojos, supongo que queriéndome decir algo, pero lo siento, la telepatía no es lo mío. Noto a David en tensión a mi lado, serio como siempre que no estamos solos, y seguro que no sabe si romper el silencio, porque yo pienso igual. No sé cómo se lo ha tomado Bertie, pero finalmente parece reaccionar y me da un abrazo, que comparado con el anterior no puede describirse de otra forma que forzado. A pesar de esto, nos da la enhorabuena a ambos y su mujer hace lo propio, sólo que parece contenta de verdad. Cualquiera que no conociera a mi hermano diría que se alegra, siempre ha sido bueno fingiendo, pero a mí no me engaña.
Me pide que le ayude a recoger para poder estar a solas y mi prometido se queda hablando con la mujer, mucho más tranquilo que antes, convencido por la actuación de mi hermano. Bertie deja las tazas y se apoya en el fregadero para que yo haga lo mismo en la mesa del centro de la cocina, mirándome lo más serio que le he visto en mucho tiempo, y no sé por qué es esta vez.
    Por favor, dime que no estás embarazada —añade con la misma seriedad pero algo cansado.
    ¿Por?
    Esto —señala el anillo— no eres tú. Prácticamente huyes cuando te dan responsabilidades. Espero que sepas lo que significa todo esto.
    Ya vivimos juntos, no habrá mucha diferencia.
    No me refería a eso. Aunque parezca mentira, las cosas cambian. Y la gente también. Jamás te hubiera visto casada si no fuese porque la has liado.
    Está todo bien, Bertie, te lo prometo. Es más, no quiero oír hablar de niños hasta dentro de bastante tiempo —recalco la penúltima palabra.
    ¿Y David está de acuerdo? Tenemos la misma edad ¿no? Seguro que al vernos con Christian insistirá en tener uno, y más ahora.
    Pues tendrá que esperar. Ahora no puedo hacerme cargo de un crío —ni nunca.
    Lo dices como si fuera malo. Mira, cuando lo tienes, cuando sabes que vas a ser padre, te inunda una sensación increíble. Es casi mágico. No puedo describírtela bien porque en cada persona es única, pero en lo que todos coincidimos, es que necesitas protegerlo con tu propia vida.
    Ya he protegido a suficientes personas de ese modo, gracias.
    No es lo mismo, Al. Es tu hijo, es un pedacito de ti.
    Si tan bonito es, ¿por qué no quieres que lo tenga?
    Porque aún eres muy joven. No es igual en hombre que en mujeres, en vuestro caso os…interrumpe —no está seguro de que esa sea la palabra adecuada— más la vida. Aunque si eso significara que dejases el trabajo, yo no dudaría.
    ¿No te gusta que trabaje?
    No me gusta que no sepa cada día si me van a llamar para organizar el funeral de mi hermana pequeña. ¿Tan difícil es tener un trabajo normal?
    No dramatices. De todas formas, creo que me van a echar. He...dicho lo que no debía a quien no debía —creo que eso lo resume bastante bien.
    Nunca has sido de las que siguen órdenes —finalmente consigue sonreír.
    La verdad es que no —David entra, me abraza por la cintura y me besa la sien.
    Y conté con su ayuda.
    No lo sabía —se defiende.
    ¿Qué hiciste?
    Vino a saludarme a la oficina con una inspectora de Asuntos Internos; y por mucho que intentamos decírselo, seguía queriéndome besar.
    Vamos, que hiciste pleno.
La tensión se relaja un poco cuando ambos se ríen y volvemos al salón, pero en seguida decidimos salir a cenar, invitando nosotros, y el bebé cae agotado después de estar jugando con todos y de intentar andar, un gran hito según mi hermano.
Cuando le cogíamos, podía ver la expresión risueña de David. Sé lo que quiere, mas por ahora no puedo dárselo. En algún momento tendré que ceder, pero intentaré retrasarlo todo lo que me sea posible, él también debe entender eso. Ahora todo está lleno de inestabilidad, y necesito estabilizarme yo primero antes de tener que preocuparme por algo tan importante como otra vida. Aunque esté acostumbrada a hacerlo en el trabajo, no es lo mismo ni de lejos, sería completamente responsable de lo que le ocurriera, y no sé si estoy preparada para siquiera pensarlo.
En el camino de vuelta, Bertie se queda retrasado conmigo para continuar hablando sin que nos oigan, hay cosas que es mejor mantener sólo entre hermanos.
    ¿Quién más lo sabe? —sé perfectamente de lo que está hablando.
    Mi equipo y mi jefe.
    Deberías hablar con papá y mamá.
    ¿Para qué? —suelta un bufido al oírme.
    No lo sé, ¿para saber que su hija se casa, tal vez?
    Díselo tú si quieres.
    Alice, no te entiendo. Me llaman casi a diario para preguntarme si sé algo de ti y no sé qué responderles; si digo que estás bien, mentiría porque apenas hablamos y les dolería pensar que a mí sí me llamas y a ellos no; y si les cuento la verdad, también malo, porque se preocuparían el doble por ti, aunque les serviría de consuelo saber que no son los únicos a los que les has dado la espalda. Dime, ¿acaso has hablado con alguno de tus antiguos amigos?
    ¡Si la mayoría están en la cárcel o en una cuneta! Estoy aquí a pesar de todo, ¿qué más quieres? Sabes que...
    ¿Que es complicado? Vete con el cuento a otro, yo ya no me lo trago. Dales una oportunidad, Alice. Es lo único que te pido. ¿Qué te han hecho para que seas tan cruel?
    Directamente: nada —continúo para cerrarle la boca y que no pueda replicar—. Por su culpa…
    ¡Estás viva! ¡¿Qué más quieres?!
De repente todo está más silencioso que nunca; ambos hemos levantado la voz más de lo que planeábamos y hemos asustado a nuestras parejas. No estoy en condiciones de tranquilizar a nadie, suficiente tengo con calmarme a mí misma. Tengo los puños tan apretados que los nudillos se ven blancos, mi respiración es agitada, aunque comparada con todo lo que se me pasa por la cabeza apenas se mueve. ¿Cómo se le ocurre decir eso? ¿Qué más da estar vivo si no lo aprovechas, si no te sientes como tal? Un padre hace más que dar la vida, te hace querer disfrutarla, y el mío me hizo querer arrebatármela, acabar con ella. No tiene ningún derecho a decir eso, no cuando no conoce mis motivos, no cuando está viviendo una mentira. Dulce, no obstante, y que yo le estoy permitiendo continuar, pero si lo hago es porque no quiero que le haga daño.
    Prefiero no contestar porque…
    No seas cobarde —me corta—. Ahora me explicas tus razones para ser tan mala persona con los que te lo han dado todo.
    No es el momento, Albert. Hoy no.
    Entonces ¿cuándo?, si nunca te veo. Estoy harto de tener que lidiar entre vosotros y quiero respuestas; y tú eres la única puede dármelas.
    Déjame en paz —le advierto.
    ¿Qué vas a hacer? ¿Sacar la pistola? Siempre has presumido de ser valiente, ya es hora de demostrarlo.
    ¿Qué está pasando? —se mete por medio de los dos, separándonos.
    David, vete a casa con Claire.
    No me muevo de aquí hasta que os tranquilicéis.
    Hazme caso.
Algo en mi voz hace que se lo tome en serio y cambie su expresión de control por una fugaz de sumisión, y a lo mejor con algo de miedo, pero no estoy como para fijarme en sus sentimientos, ni siquiera puedo controlar los míos propios. Empuja suavemente a la mujer por la espalda para que no mire atrás y se vaya con él, mientras, mi hermano sigue mirándome con odio y espero a que el resto esté bien lejos antes de responder en voz baja y amenazadora.
    No deberías haber dicho eso.
    ¿El qué? —está más enfadado de lo que jamás le he visto, ni siquiera mi advertencia parece disuadirle de continuar.
    Todo. Si no hubiera venido David…
    ¿Qué? ¿Me habrías pegado?
    Quizá. No juegues con fuego, hermanito. Acabarás quemándote.
    Soy a prueba de quemaduras desde que te fuiste la primera vez.
    No de este tipo —increíblemente, su dolor me hace calmarme y él consigue lo mismo.
Eso era el verdadero conflicto, en el fondo guardaba dolor y rencor desde que me fui a Los Ángeles la primera vez, antes de conocer siquiera a Moore, durante esos interminables meses de entrenamiento. Una vez que me lo ha hecho saber, poco a poco la situación se normaliza todo lo que se puede, teniendo en cuenta el caso. Para mí tampoco fue fácil, y creo que él piensa que lo hice por propia voluntad, al menos eso es lo que dio la impresión, pues no dije nada de la verdadera razón.
    Me da igual; son tus padres. Te dieron la vida.
    No fueron ellos quienes me llevaron al hospital la primera vez, ni cuando me perforaron el hígado. Lo que realmente me da la vida a diario es mi chaleco antibalas deteniendo los proyectiles; mi pistola disparando a los enemigos; mi equipo defendiéndome a muerte en cada segundo; el FBI dándome la oportunidad de atrapar cabrones como…como él a diario…
    ¿Cómo quién, Al? ¿Como el mafioso del que te enamoraste sin tener en cuenta que luego te mataría? —desde luego que fue una tontería contárselo.
    No tienes ningún derecho a echarme eso en cara. Tan sólo fue un contratiempo en un plan prefecto —«mentira»— para salvar a los que llamas padres y que ya no son los míos.
    ¡Supera de una vez el pasado, Alice! Pon fin a esta estúpida guerra que no va a darte nada más que sufrimiento y dolor.
    No tienes ni idea de lo que es eso. No puedes ni imaginar lo que es levantarte cada día a cientos de kilómetros de tus seres queridos; siendo otra persona y sin saber si llegarás a mañana con tan sólo diecisiete años.
    Tienes razón; no lo sé. Al igual que tú tampoco por lo que pasamos nosotros aquí. Por ello necesito que me cuentes por qué aceptaste hacerlo. Así podremos comprendernos mejor ¿vale? —me coge de los hombros.
Sostengo su mirada un instante antes de agachar la cabeza y enterrarla en su pecho, como hacía cuando era pequeña y mis padres no me dejaban hacer algo o me habían regañado. Queramos o no, nuca dejaremos de ser críos. Si fuera por mí, me quedaría así durante años, al fin vuelvo a sentirme bien, a pesar de todo lo que nos separa, sé que es el momento de contarle la verdad, simplemente es demasiado difícil tener que soportar la decepción en sus ojos. Admira a mi padre, siempre ha sido su ejemplo de trabajador comprometido y buen padre, y si no fuera por el desfalco, quizá podría serlo, pero a estas alturas, si no lo ha confesado ya, por mi parte no se merece nada. No es ira lo que
me inunda, sino pesar, no quiero que Bertie pase por eso, no obstante, no deja de insistir.
    No…no quiero decirlo. No puedo.
    Claro que sí. Eres fuerte ¿recuerdas? —me sonríe con cautela— Venga —me limpia la cara.
    Es… no sé cómo empezar. No es el sitio… —miro a mi alrededor— ni el momento.
    ¿En casa? —acepto encogiéndome de hombros.
En verdad no hay ningún lugar adecuado para decírselo, ni tampoco ninguno que esté mal, es sólo que, como todo lo que no estoy a gusto haciendo o diciendo, tengo que posponerlo al máximo.

Andamos de vuelta a paso tranquilo hasta llegar a su casa, donde tranquilizo a David sobre lo de antes con un beso y una vaga excuso —por suerte sabe que no me llevo bien con mis padres y que eso siempre será motivo de discusión entre Bertie y yo—. Mi hermano me lleva a la habitación de invitados para poder hablar sin interrupciones ni segundos oídos, sabe que pondré cualquier excusa para no hacerlo y quiere prevenirlo. En cuanto empiezo a hablar, sentando desde el primer momento la norma de no hablar entre medias, empieza a comprender el por qué de tanto rencor, tanto dolor oculto. 

sábado, 13 de febrero de 2016

Capítulo 5

    Me has metido en un buen lío.
    No era mi intención, lo siento. No te enfades, Alice.
    ¿Cómo no me voy a enfadar? Te estaba señalando a la tipa esa, estaban intentando decírtelo y vas tú y sigues. Y además te pones chulo. ¿Tienes idea de lo que me puede costar lo que has hecho? Como mínimo que me suspendan; y lo normal sería que me despidieran.
    No te pueden despedir por eso, sólo he pasado a saludarte; si lo hacen será porque les habrás dado más motivos.
    Vaya, gracias por tu apoyo —me aparto de él.
    Sólo digo la verdad. No te pongas en lo peor, sólo he pasado a saludarte. Joe sabrá mover los hilos para que sea una falta.
    El capitán Roberts no puede hacer nada, Asuntos Internos es prácticamente independiente.
    No pienses más en ello; ya veremos qué pasa ¿vale? —me mira y me tranquilizo un poco.
Al fin y al cabo soy una de las mejores agentes y mi equipo ha solucionado más casos que cualquier otro; por no mencionar que si tengo razón en lo referente a lo que se nos viene encima, me necesitan.
Doyle se ha ido en cuanto ha empezado a anochecer, pero eso no ha reducido tensión. Ha estado hablando con mi jefe a solas un buen rato tras observar la pizarra en la que teníamos conectadas a todas las víctimas y me temo que haya llegado a la conclusión de que se me ha ido la cabeza definitivamente y estoy arrastrando al resto. Al menos no me ha vuelto a hacer comentarios sobre David ni nada por el estilo, de hecho no me ha hablado en absoluto. Supongo que ya debe dar el caso por perdido.
    ¿De quién es la chaqueta? —me mira de reojo mientras conduce.
    De…George. Me la dejó el otro día porque hacía frío.
    No parece de su estilo.
    Es de cuando era joven. Mi hermano ha llamado —intento cambiar de tema.
    ¿Has hablado con tus padres?
    No. ¿A qué viene eso?
    A nada, como has hablado con tu hermano…pensé que quizá te había convencido de que les llamaras.
    No tengo nada que hablar con ellos.
    Espero que después de esta noche sí… —murmura.
    ¿Dónde vamos?
    A un sitio.
    Hasta ahí llego —se ríe—. Ahora en serio, dímelo.
    ¿Es que no aguantas una sorpresa?
    ¿Qué está tramando capitán Williams?
    Ya lo verás.
Llegamos a un restaurante, de los más caros de la ciudad, lleno de lujos. Ya entiendo el porqué él va de traje y me ha hecho ponerme un vestido que ni siquiera recordaba tener y que me había regalado tiempo atrás. Comentamos el día —por supuesto elimino las visitas a PJ. David es bastante celoso y no le gusta que esté con otros hombres sin él. Supongo que es porque me quiere tanto que se siente inseguro—, incluyendo su ascenso a capitán de corbeta, que equivale a comandante. Cuando vamos a brindar por la buena noticia, un camarero trae un par de copas de champán y él pone sobre la mesa una pequeña caja cuadrada. No puedo creérmelo. Todos me lo estaban insinuando, incluso avisando, sin embargo yo no quería escuchar, prefería confiar en que no sería capaz de hacerlo todavía, que esperaría un tiempo. Llevamos saliendo dos años y él… No, no puede ser. De verdad que no me merezco tanta atención, ni nada de esto. Sinceramente es demasiado. Abre la caja y me ofrece directamente el anillo. No consigo reaccionar. Pensaba que estaría preparada para el momento en que esto sucediera por lo bien que le conozco, mas, otra vez, estoy equivocada.
Él nunca ha sido de dar discursos, y hoy tampoco lo va a ser. Sólo me mira, con una flamante sonrisa a la que no puedo negarme, no después del día tan horrible que he tenido hoy y cómo ha venido para intentar ayudar, aunque saliera mal. Y bueno, como yo tampoco destaco precisamente por expresar bien mis sentimientos, y mucho menos con palabras, le abrazo con una sonrisa, dejando que todas las dudas salgan fuera y convenciéndome de que él es el hombre de mi vida: es dulce, maduro, con un trabajo estable, entiende por lo que tuve que pasar, me quiere…
Para continuar con la costumbre que nos caracteriza y parece pasar a tradición, después de llegar a casa, dejamos fluir las emociones en la cama. Siempre acabamos las veladas así, al fin  y al cabo somos personas adultas y, si no fuera por el cuidado especial que pongo yo, ya estaría embarazada de hace tiempo. Prefiero no formar una familia por el momento, nuestros trabajos son demasiado peligrosos como para traer a alguien al mundo. Y tampoco estoy dispuesta a que algo o alguien me lo arrebate, sería más de lo que podría soportar. Me derrumbé hasta el extremo al morir Lily, que ni siquiera era mi verdadera hermana y que llevaba alrededor de un año con ella, así que no quiero imaginar lo que pasaría o lo que llegaría a hacer por un hijo. David sí quiere, y cuanto antes mejor, no obstante, es en eso en lo único que chocamos. Yo no me veo capaz y él deposita demasiada confianza en mí. Ocurrirá cuando yo me sienta preparada y dispuesta. El niño crecería solo, casi sin familia y tampoco quiero que sea así.
Los padres de David murieron en un accidente aéreo cuando era pequeño y sus tíos se hicieron cargo de él en Washington al sentirse sus abuelos demasiado débiles. En lo que respecta a mi familia, no tengo contacto con tíos desde hace bastante tiempo y me niego a hablar con mis padres. Sé que mi hermano sufre por esto último, pero no puede remediar nada. Él es el único con que mantengo el contacto y porque insiste en llamarme de vez en cuando para comentar qué tal me va en la ciudad y contarme cómo está su precioso bebé que, calculo, tendrá alrededor de un año. Sólo él y quizá mi equipo merezcan que les cuente que estoy prometida.
Los del barrio… me gustaría saber sobre Hood, pero sería demasiado doloroso descubrir que siguiera con su novia, la que me traicionó, o que, por decirlo así, ya no está; del resto, excepto de Pat, el anteriormente conocido como PJ, no sé nada más. Creo que Bells aprovechó su físico para meterse al ejército y asegurarse la comida.
Debería decirle a Pat lo que ha pasado esta noche y, ya de paso, devolverle la chaqueta y asegurarme de que ha cumplido su promesa de no quemar los cuadros.

Giro el anillo con nerviosismo mientras subo las escaleras. Han pasado un par de semanas desde que me lo pidió y todavía no me hago a la idea de que me vaya a casar, teniendo en cuenta que los más allegados a mí ya lo saben; excepto él y mi hermano, que vamos a visitarle mañana, es decir, sólo mi equipo y mi jefe, pero principalmente porque me ven al anillo a diario. Llamo a la puerta y al rato, una mujer que no conozco la abre vestida tan sólo con una camiseta que sí se me hace familiar.
    ¿Qué quieres? —me pregunta con desconfianza.
    Yo…déjalo. Vendré más tarde.
    ¿Eres su novia? —la mirada de desprecio ha pasado a ser de curiosidad.
    Am… no. ¿Y tú?
    A lo mejor.
    ¿Quién es? —le oigo gritar.
    No me lo quiere decir —responde de igual manera.
Aparece vestido con unos viejos pantalones de chándal y rascándose el estómago. La cara de sueño desvela su cansancio, seguramente de no dormir, igual que las ojeras. Me reconoce al instante y manda recoger sus cosas del salón a la chica de antes para poder estar tranquilos, no obstante, le sigue adentro y todo lo que hace es quitar unos vaqueros del sofá para ponérselos.
    No sé cómo te apañas, pero siempre me pillas igual —intenta sonreírme a pesar de su incomodidad.
    Será porque no haces otra cosa que estar con mujeres.
    ¿Celosa? —se acerca para darme un pequeño abrazo.
    Más quisieras —le guiño el ojo y le aparto. Parece que se fija en mi mano.
    Te dije que cuando estuviese terminado te avisaría.
Su invitada se sienta a su lado, cogiéndole del brazo en muestra de posesión, además de besarle la mandíbula mientras me mira para ver mi reacción. Me resulta bastante patético, pero teniendo en cuenta su edad, tampoco se lo tendré en cuenta. Este chico no hace más que confundirme, un día está con una mujer adulta de cerca de cuarenta y otro con una cría que apenas ha salido de la adolescencia.
    Déjanos solos —ella asiente y hace caso a regañadientes sin apartar la mirada de mí.
    Qué autoridad —observo.
    Sabe lo que quiero.
    Voy a hacer que no he oído nada —me responde con una risa—. Y que es mayor de edad, porque no estoy segura de que sea legal.
    Mejor, agente. No me importaba que te quedases con la sudadera, por cierto.
    A mí sí; y a David también.
    Odio decir que le entiendo, se te deben acercar muchos tíos. ¿Es muy celoso?
    Lo normal —«supongo».
    ¿A qué venías? Porque los dos sabemos que no por eso —señala la sudadera.
    No creo que sea buen momento para contártelo —consigo decir después de tomar una gran bocanada de aire.
    ¿Qué ha pasado?
    Nada malo, o eso creo…
    Venga —me anima.
Mi respuesta se transforma en alzar la mano como en señal de disculpa, aunque dejando ver el anillo de oro con una piedra blanca en el medio y otras pequeñas y alargadas en rojo adornando el resto de la circunferencia, intercaladas para dejar ver la superficie.
Prefiero cerrar los ojos y no ver su expresión. A pesar de ello, siento cómo se levanta del sofá y anda por la habitación. Me armo de valor para abrirlos de nuevo y mirarle a la cara. No he hecho nada malo ¿no?
    ¿Pat? —para de dar vueltas— Patrick, contesta.
    ¿Cuándo fue? —no se gira.
    Al salir del trabajo —no ha pedido un día exacto, y esto es lo que menos daño le hará—. No sabía cómo decírtelo.
    ¿El qué? ¿Que la mujer de la que llevo toda la vida enamorado se va a casar con el último que ha venido?
    Llevamos dos años juntos y creemos que es el momento de formalizar —me excuso.
    ¿Vosotros, o él? Porque el otro día no estabas tan segura.
    Aún no me lo había planteado.
    No mientas, por favor. Sí que lo habías hecho; y no querías hacerlo, Alice, te conozco.
    Él me quiere. Ha hecho que me acepte tal y como soy.
    ¿Por qué? ¿Por besarte esa cicatriz? Lo hace porque no tiene nada que ver con ello y yo sí. ¿Sabes la razón por la que no puedo mirarla? Porque sé que yo soy el culpable de que intentaras quitarte la vida, y no tienes ni idea de lo duro que es pensar cada día que si no hubiera hecho esa estupidez de haberte dejado sola ahora podríamos estar juntos y quien te habría puesto ese anillo sería yo. Alice, te quiero. Entonces te quería y lo seguiré haciendo hasta el último de mis días. Tan sólo dame la oportunidad de poder conquistarte, de hacerte ver todo lo que siento y te juro que no querrás estar con nadie más que conmigo. Pero dame ese tiempo y, por favor, te lo ruego —se arrodilla frente a mí y me coge de la mano mirándome a los ojos—: no te cases.
    Lo siento.
Salgo corriendo a mi coche, no quiero ni imaginarme la reacción de la chica que estaba con él y tampoco puedo respirar allí, me estaba ahogando por momentos —no se parece en absoluto a la última vez que me sentí así con él—. ¿Cómo se atreve a pedirme eso? Sabe que con David soy feliz y que él no podría darme lo mismo que él. No puedo estar con alguien tan inmaduro, inseguro o mujeriego. Le quiero, no obstante, no como él desea que lo haga. Pensaba que no sería capaz de volver a sentir hasta que llegó mi ahora prometido e hizo que viera la parte positiva del mundo, que aprendiese a desenterrar los buenos momentos en las mayores tragedias y que la fuerza que impulsa el mundo no es el mal, sino el amor y cómo lo enfocamos los humanos. Podemos usarlo para ser felices o como excusa para cobrar deudas pendientes, también llamado venganza. Aunque más bien, eso lo he aprendido yo con mi experiencia, él me ayudó a centrarme, además de lo más importarte, ser un lugar hacia el que enfocarlo y ponerlo en práctica.