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lunes, 29 de abril de 2013

Cap 6.2 (Parte 2)

A partir de hoy, empezaré a subir los LUNES, MIÉRCOLES y VIERNES.
También os tengo preparada una SORPRESA para el 1 de MAYO, que sería el cumpleaños de mi querido Alexander Moore.

La profesora entra en clase y tras ojear algunos papeles y a nosotros, me habla:

    Señorita Fromagge. ¿Sería tan amable de presentarse ante la clase?

    Du’Fromagge —corrijo—, es compuesto.

    Salga —obedezco ante su mirada atenta y la de mis compañeros.

    ¿Qué quiere que diga?

    Pues cómo te llamas, de dónde vienes, qué haces aquí, quiénes son tus padres...

    Ya veo que eso es lo más importante.

    ¿Perdón?

    Perdonada —las risas del resto de la clase me abren un camino, una estrategia.

No es la mejor, ni siquiera es correcta; pero algo es algo.

    No se haga la graciosa conmigo.

    No lo hago.

    Siéntese.

    Gracias —cuando estoy a mitad de camino me detiene.

    Espere, mejor vuelva aquí —vuelvo a obedecerla. Cuando llego, me estiro, dejando ver hasta el ombligo.

    ¡Señorita por favor! ¡Tápese!

    ¿Qué pasa? Ni que fuese un convento.

    La advierto que debe traer el uniforme correctamente —recalca esto último.

    ¿Qué hay de malo en ponérnoslo a nuestra manera?

    Esto en una institución decente. No sé cómo es fuera, pero aquí se respetan todas las normas.

    Las normas dicen que hay que llevar uniforme, y lo llevo —replico.

    ¡Basta ya! Fuera de clase.

    Ya era hora. La ha costado ¿eh?

    ¡Fuera! Tápese.

    No tengo nada —al instante Moore se levanta y me anuda su chaqueta a la cintura, aprovecha y toca algo más de lo que debe.

    Te lo dije —susurra—. Profesora, yo la acompañaré al aula de castigo. —Asiente y salimos de clase.

    ¿Tú qué eres, su perro?

    Necesito aprobar economía. Y si es estando contigo, mejor —me guiña el ojo.

    Es el primer día.

    Por eso, si la caes bien hoy, es muy posible que apruebes. Si no…

    Así que lo tengo difícil.

    Un poco —se ríe—. Nadie se ha atrevido a desafiar a esa profesora. Jamás.

    Vaya, parece ser que soy una pionera —también me río. Cuando no tiene gente alrededor no es tan estúpido—. ¿Me vais a hacer una estatua o algo?

    Una fiesta —sugiere—. Este viernes quedamos aquí a las ocho.

    ¿Lo dices en serio?

    Pues claro. Vamos a cenar y luego a divertirnos. ¿No lo has hecho nunca?

    De otra manera.

    ¿Cómo? —nos paramos ante una puerta con un cristal y las luces de la habitación apagadas.

    No sé. Simplemente entramos en un sitio y lo que surja.

    Eso suena un poco travieso ¿no?

    Y volvió el gañán. —sonríe ligeramente.

    No hay nadie —señala la puerta con la cabeza.

    Pues entonces será mejor que vuelvas. No quieres suspender —intento librarme de él.

    Prefiero estar contigo.

    Va a sonar típico pero, ¿a cuántas le has dicho eso?

    ¿La verdad? He perdido la cuenta.

    Estúpido —ando por el pasillo y me sigue.

    Pero eso no significa que funcionase.

    ¿Nunca has oído que la intención es lo que cuenta?

    Vale, me gustan las mujeres ¿y qué?

    Yo no digo nada.

    Sí, me has llamado estúpido —me coge la mano—. Al menos dime el por qué.

    Siempre piensas en lo mismo. Mujeres y dinero. Ya está. C’est fini.

    No me conoces.

    No hace falta. Todos sois iguales. Cuando no puedes estar con alguien, te vas con otra; y a ella que la den.

    Pues permíteme decir que el que te haya hecho eso es completamente idiota.

    Tú qué sabrás.

    Conozco ese tono de voz. Yo nunca te lo haría.

    Igual que al resto ¿no? —me siento en un sillón que hay a la entrada— Hipócrita.

    No me insultes. Yo no te he hecho nada.

    Déjame.

    No —se sienta conmigo.

    Que te vayas.

    He dicho que no. Creo que ya he vivido esto antes… —intenta hacerme reír, pero al ver que sigo seria vuelve a la carga— ¿Por qué no bajas las defensas un poco y me permites hablar contigo tranquilamente?

    Te conozco mejor de lo que crees —le corto—. Cuando consigas lo que quieres, desaparecerás. Ya no estarás conmigo cuando te necesite, estarás con otra que se abra de piernas más… —me pone el dedo en los labios para callarme.

    Repito que ese tipo es un idiota, no sabía lo que tenía. Ahora te pido que me dejes estar contigo. Una prueba; sólo amigos, lo prometo.

    Tú no sabes lo que significa eso entre sexos diferentes.

    Pues serás mi pionera —sonríe— ¿Qué me dices? —me levanto, no puedo estar más tiempo cerca de él. Tengo que pensar. Llego hasta la puerta sin saber qué hacer.

    Invéntate algo ¿quieres? —lanzo su chaqueta y le oigo decir antes de salir:

    En media hora tenemos otra clase. Ve a la puerta del patio y haré que puedas entrar. Normalmente cierran esta.

Me aseguro que nadie me ve y entro en el coche. Pongo la capota y abro el ordenador.

Reviso la pistola, cargada en su sitio y con el seguro: perfecta.  Vuelvo a mirar el móvil; tenía razón. No hay informes sobre los becados, así que empiezo el de Michael Ross, poco a poco lo completaré, junto al de los otros que puedan servir. Parece que tengo más trabajo del que pensaba.

viernes, 26 de abril de 2013

Cap 6 (Parte 2)


Aparco mi Ford Mustang del 1975 con acabado en negro y tapicería en turquesa. El motor resuena con sus doscientos caballos. Por fuera es un clásico, pero por dentro es lo más novedoso, incluido en la guantera un portátil que se conecta con una llave de la que solo Frank, Anne y yo tenemos copia —la mía colgada al cuello. Este ordenador es un acceso a las bases de la policía y del FBI. Esta maravilla está a cargo del estado como gastos especiales, al igual que el impresionante ático en el centro. El piso es un alquiler, el coche me lo quedo. Está hecho tal y como lo pedí con la ayuda de mis “padres”.

También incluye bajo el asiento una pistola. Tan solo sabría encontrarla yo.

      Bajo del coche, atrayendo miradas. Entro con superioridad a los pasillos. Dejo las gafas de sol en la taquilla —una de estas equivale a cuatro de las de mi antiguo instituto— y me apoyo en esta esperando a los curiosos que se acercan. Algunas chicas cuchichean, otros bajan la cabeza —los becados— y por fin alguien que se digna a dirigirme la palabra. Aunque no es de mi completo agrado. «Por la misión» me repito.

    Vaya, vaya. Mira quién tenemos aquí.

    Tantos sitios y tendrías que estar en este.

    Venga, no finjas, sé que te gusto.

    Quizá si no tuviese cerebro podrías tener una mínima posibilidad.

    ¿Sabes qué? No solo estamos en el mismo instituto. Mira el tablón —ando hasta este.

    Tienes mucha suerte. ¿Cuánto has pagado por estar en las mismas clases que yo? Podría hablar con mi padre para que lo solucione.

    ¿Y esa niña tímida que no quería que la viese donde está?

    Se quedó en Francia, pardon.

    Oh la la. ¿Francia? ¿Tu padre? ¿Quién eres?

    Alice Du’Fromagge, enchanté.

    Francesa… No tienes acento.

    Misterioso ¿verdad?

    Yo más bien diría sexy.

    ¿Siempre piensas en eso?

    Todas piensan en mí de esa forma.

    Más quisieras —viene tras de mí.

    Resistiéndote no vas a conseguir nada —grita mientras me voy.

Entro en la clase, la mayoría comenta sus increíbles vacaciones en un lugar idílico. Todos llevan el uniforme impecable excepto yo. Un chico se me acerca.

    Bonito juguete.

    ¿Qué?

    El coche. Mustang del 75 ¿no?

    ¿Lo conoces?

    Por supuesto, fue el mejor en la feria de París de su año.

    Vaya, alguien que sabe de algo más que de espejos —deja escapársele una sonrisa.

    Soy Mike —me tiende la mano.

    ¿Sólo Mike? Creo que te faltan los apellidos desde hace cien años.

    Michael Ross. Soy becado, ¿y tú?

    Alice. Sólo Alice.

    ¿También becada?

    No.

    Entonces será mejor que no te relaciones conmigo, no soy de tu categoría.

    Tonterías. Algo de inteligencia siempre viene bien. Plinio dijo: No hay libro tan malo que no tenga algo bueno. Creo que lo acabo de encontrar —sonrío.

    Literatura histórica. Impresionante.

    No todos aquí somos estúpidos.

    Pero tú eres nueva.

    Cela est certain mon ami. (Eso es cierto, amigo mío)

    Parece que se te da bien el francés.

    Qué remedio —se me borra la sonrisa en cuanto los veo entrar.

    Tú, quítate de ahí —uno de los amigos de Moore. Antes iba con él y otro más, pero no han abierto la boca, ni siquiera nos miraron.

    Sí, vete a tu sitio —se levanta y deja el sitio libre para Moore, que se sienta a mi lado—; y da gracias que no te lleves un regalito —se ríen como estúpidos y se sientan detrás de nosotros.

    Tranquila nena, aprenderás que con cierto tipo de gente no hay que juntarse.

    Lo sé perfectamente, gracias. Y no me llames así —le doy la espalda.

    Tu uniforme nos traerá problemas —susurra en mi oído, insistiendo. Un escalofrío me recorre.

    ¿Nos?

    Yo tendré que quitarte los moscardones de encima para poder mirarte —me guiña un ojo.
Dudo que te apartes a ti mismo —ignora mi comentario.

miércoles, 24 de abril de 2013

Cap 5 (Parte 2)


Un par de días antes de comenzar el curso Paolo me lleva a probarme el uniforme modificado por él mismo. Cree que mi personalidad también debe reflejarse en la ropa que lleve; teniendo en cuenta que cuando lo encargó apenas me había visto un par de horas, no me fío demasiado. Es una tienda de moda exclusiva, con trajes colgados por las paredes cubiertas por tablones de madera. Todo muy elegante, si. Pero también frío. Ha y un sastre que toma las medidas a un hombre con quien apenas intercambia algunas palabras sobre cómo querrá su diseño.

No presto atención cuando Paolo me viste, pero cuando termina y me miro al espejo no puedo creer lo que veo.

    Soy un genio —suspira— ¿Verdad?

    Siendo sincera, parezco alguien a quien se le pagan por ciertos servicios— mejor no decirlo abiertamente.

La camisa está bastante entallada; la falda me llega por algo más arriba de la rodilla; la cinta, que debería estar enlazada al cuello (de la misma tela que la falda: marrón claro con cuadros oscuros), la llevo a modo de pulsera, por lo tanto, el cuello de la camisa tiene bastante escote; en vez de calcetines oscuros por la rodilla llevo medias oscuras, que si no tengo cuidado, se vería el liguero. Y en vez de llevar zapatos normales, los míos son de tacón.

Llevar el pelo suelto me gusta, en un lugar remoto me siento yo de alguna manera.

    Me odiarán. Me llamarán de todo.

    Envidia.

    Intentarán sabotearme. ¿No crees que sería mejor acercarme poco a poco? Nadie se daría cuenta.

    Ese es el problema. Tienes que conquistarlo, pero si no le entras a la primera por la vista será más difícil.

    Pero las otras chicas…

    Sabrás apañarte. Demuéstralas que eres superior —me sonríe abiertamente y me meto en el  minúsculo cambiador.

Apenas unos metros cuadrados que se reducen a la mitad cuando se abre la puerta y estando el pequeño taburete. Tanto glamour para luego esto.

Tan solo me queda ponerme la camiseta cuando la puerta se abre de golpe. Me tapo como puedo rápidamente y mando al intruso salir, pero se queda observándome con una sonrisa pícara. Al principio no le reconozco, pero antes de decirle de nuevo que se quite me doy cuenta de quién es. Alto, moreno de piel y con el pelo negro. Ahora entiendo por qué es tan mujeriego. No tiene vergüenza y esos enormes ojos azules que le resaltan como faros junto a la sonrisa le hacen de ensueño.

    He dicho que te vayas.

    Hola —se apoya en la puerta—, encantado —me mira de abajo a arriba.

    Pues yo no. Cierra la puerta.

    ¿Por qué?

    Porque sí, porque yo lo digo.

    En ese caso…—entra pegándose a mí y colgando la percha con su uniforme al lado mío.

    ¿Qué haces?

    Cerrar la puerta. Como me has dicho —se junta más y retrocedo.

    Pero contigo fuera. Sal —me arrincona y me sujeta de la cintura antes de caer tras haberme tropezado con el taburete—. Quítate.

    De nada —vuelve a poner esa sonrisa—. Verás, ¿salir fuera y estar solo? O ¿quedarme aquí, con una chica preciosa semi desnuda pegadita a mí? No es tan difícil la decisión, como entenderás.

    Sal o grito —amenazo.

    Grita. En cuanto abras la boca la tendrás ocupada besándome.

    Más quisieras —intento relajarme y dejo aparte la camiseta, sin preocuparme por que me vea.

    Así me gustas más —pone los brazos a ambos lados y se acerca hasta unos milímetros de mi cara. Se interrumpe de nuevo.

    ¡Mamma Mia Alice! Haber avisado de que estabas ocupada —interviene Paolo con su marcado acento italiano.

    Lo mato. Lo mato —murmullo para que sólo pueda oírme yo—. Quítate. Me has metido en un lío —le aparto.

    ¿Quién era? Por cierto bonito nombre —le aparto, cojo mis cosas y salgo, dejando el uniforme en el mostrador, perseguida por mi estilista y oyendo de fondo a Moore—. ¡Eh! ¡Alice!

    ¿Quién era ese? Te dejo un momento y me vienes con…

    Yo no tengo la culpa, él se metió en el probador.

    Podrías habértelo quitado de encima.

    No sabes quien era.

    Por supuesto que no; por eso te lo he preguntado.

    Era Moore —me meto en el coche que nos espera para volver a casa.

    Debería habérmelo imaginado. Suele frecuentar esto… ¿Qué te ha parecido? —dice ilusionado.

    Un niñato arrogante con un ego el doble de grande que él y la autoestima por las nubes, y con eso me quedo corta —se ríe después de que despotrique.

    Parece que te ha caído bien.

    Ya ves, no puedo esperar a verle de nuevo y tener que soportar cómo intenta ligar conmigo —respondo con la mejor de mis ironías.

    Ya lo ha conseguido, principessa.

    Más quisiera ese estúpido…—vuelve a reírse— ¿De qué te ríes?

    Nada —se calma—. Recuerda que tienes que ganártelo. De momento has empezado bien; le gustas.

    Como diversión para una noche. Cuando lo consiga se irá.

    Pues procura que eso no ocurra. O por lo menos, que se retrase lo más posible.

«Eso es fácil decirlo —me digo.»

martes, 23 de abril de 2013

Cap 4.3 (Parte 2)


    ¿Se puede saber quién ha entrado? Os he dicho mil veces que no lo hagáis. Como le pille se va a enterar. ¿Has sido tú Hood?

Se aparta dejándome a la vista. Desentierro el rostro de entre las manos y levanto la cabeza. Tan sólo cubierto con una sábana a partir de la cintura.

    ¿Baby? —le aguanto la mirada un instante y bajo las escaleras sin decir nada.

Me siento en el sofá y me recuesto en el hombro de Bells. Jess me ha dicho que últimamente las cosas no van bien entre ellos. Sin darme cuenta él me acaricia el abdomen poco a poco. No me retiro. Es agradable. No sé cuanto tiempo después PJ aparece por las escaleras, ya vestido, con Amber tras de él. No es justo. Me levanto, aparto las cosas de mi lado y me siento en el regazo de Bells, frente a frente y me armo de coraje antes de besarle con toda la pasión que consigo reunir.

Siento un nudo en el estómago cuando él mete las manos por mi camiseta y empieza a tocarme la espalda y el vientre. Ignoro lo que dice el resto y tras un repulsivo rato algo tira del brazo con brusquedad y me lleva hasta lo que sería la cocina, me lanza contra la encimera después de cerrar con un portazo. Evito el golpe en el último momento.

    ¿Se puede saber qué estás haciendo? —grita rojo de rabia.

    Lo mismo que tú con Amber —le respondo de igual manera.

    No es lo mismo.

    Porque tú lo digas. ¿Tú puedes estar con quien quieras y yo no? ¿Tú puedes hacerme daño y yo a ti no? —me arrepiento al momento de decirlo y bajo la cabeza.

    Así que es eso… —murmura—. Piensas que lo he hecho todo por hacerte daño.

    No todo. Pero te has pasado. —empiezo a gritar de nuevo, necesito desahogarme— Es culpa tuya. Si hubieses sido sincero, ahora estaríamos bien.

    Respóndeme. ¿Te habrías acostado con él solo para herirme?

    Mil veces —le miento.

    ¿Lo has hecho? —sé que le duele, pero aun así sigo haciéndolo.

    A ti qué te importa. —cuando llego a la mitad del salón me vuelve a agarrar.

    ¿Con quién fue?

    He dicho que no te importa.

    Sí me importa.

    ¿Por qué? Atrévete. —Abre la boca pero no dice nada— Cobarde. —me giro un instante— ¿Quieres saber con quién fue? ¿De verdad? Pues te lo contaré. No tengo ni idea. Me invitó a un par de copas y lo hicimos en el baño. Y no. No estaba borracha. No he vuelto a saber de él; igual que no quiero saber más de ti. Ese solo fue el primero. Quedaos la chaqueta, quemadla si queréis. Por mí como si se la dais a la puta barata esa. Que nadie me siga —añado al salir definitivamente.

Vuelvo directamente a casa, me encierro  el resto del tiempo en mi habitación, sin importarme el resto del mudo; tan sólo yo y mis pensamientos.

viernes, 19 de abril de 2013

Cap. 4.2 (Parte 2)


Entonces, empieza una labor de investigación, deficiente, en mi opinión, porque no encuentran ningún tipo de parientes. A partir de aquí compagino mi labor con venir todas las noches. Me quedo con ella hasta que se duerme en mis brazos cansados tras un duro día de trabajo y entrenamiento. Consigo el carnet de coche y puedo coger el de Anne para venir al hospital, donde no sólo estoy con Lily, sino también con todos los otros niños. Cada uno con una historia diferente, desde una simple caída desafortunada hasta un largo historial de maltratos. En estos siguientes tres meses se murieron siete niños, otros diez entraron, de los cuales aún no han salido otros seis; en total 19 niños enfermos que no volveré a ver por una razón u otra. Intento no pensarlo, pero cuando veo cómo se vacían y llenan de nuevo las camas me destroza el corazón. Lily está mucho mejor, va a ver al psicólogo un par de veces por semana. He aceptado hacerme cargo de ella, como una hermana, en lo que respecta a las decisiones. A Frank le parece bien y muy maduro, pero incómodo. Respecto a Anne, dice que es precioso, pero algún día tendré que irme y dejarla. No sabemos como reaccionaríamos ninguna de las dos.

En el hospital me han comunicado que en un tiempo no podrán seguir haciéndose cargo de mi hermanita, sería un cargo demasiado costoso para el estado, pudiendo estar en una casa de acogida. Me niego en rotundo a que nos separen, he pasado demasiadas noches en vela para esto. Me han dado un presupuesto de cuanto costaría mantenerla en el hospital, pero no puedo hacerme cargo de ningún modo. He pensado adoptarla, pero el FBI no puede intervenir para que esté conmigo durante la misión y nunca se la darían a mis padres. Hay demasiadas condiciones y, aunque yo esté fuera, no podrían hacerse cargo; y menos cuando volviera.

 

El día de antes de irme dejo una sencilla nota a Lily para decirla que en un par de días no podré verla. No podría decírselo a la cara. Paso toda la noche con ella, sin dormir. Algunas veces el hombro se resiente, y una de esas es hoy. Me cuesta sostenerla sin que se caiga, así que la dejo en la cama con delicadeza.

Una vez en casa, lo único digno de mencionar el domingo por la mañana. Voy a la cueva a comunicar mi decisión al grupo y terminar el asunto pendiente con PJ.

Al llegar yodos me reciben con mayor efusividad y emoción que la vez anterior. Noto la ausencia de quien en realidad estoy buscando. Me preguntan cuánto me quedaré y, al comunicarles que me voy esa misma noche me abrazan y me cuentan lo mucho que me echarán de menos. No se por qué estar allí ya no me reconforta como antes. Les sonrío vagamente, charlo un poco con los de siempre y subo a su habitación, quizá esté allí. Fuerzo la nueva cerradura y entro. Me siento una intrusa. Esta habitación lleva descuidada bastante tiempo en relación con antes. La pintura del lobo que tanto me fascinaba está recubierta en mayor parte por una salpicadura de pintura negra. El suelo también está manchado de la misma manera, con un bote a medio derramar. Aunque se limpiase a conciencia seguiría de la misma manera. La otra pared está manchada de manos, puños y pisadas; como si alguien se hubiera peleado contra ella. Incluso en algunos puntos deja ver algo de sangre mezclada con el negro casi inexistente tras los golpes. Me acerco a donde antes se podía ver un imponente lobo blanco con grandes ojos azules iguales a los míos. Acaricio la superficie con la yema de los dedos. Borrando mentalmente la mancha, apoyo la cabeza y pregunto a la sombra de la puerta:

    ¿Qué ha pasado?

    Cuando te fuiste se volvió loco. Incluso nos provocaba para pegarle.

    ¿Por qué?

    Se sentía culpable, supongo. No te dijo lo que pensaba y creía que no volvería a verte.

    Pero le dije que lo llamaría. Que volvería en un tiempo.

    Lo sé.

    ¿Te lo dijo?

    No. Se negaba a hablar del tema, y menos cuando apareció…

    Vale, captado. —Hood me rodea los hombros.

    Dejémoslo en que te conozco. Igual que cuando os vi hablar a Jess y a ti sabía que harías una locura. —Sonrío débilmente— ¿Qué tal va? —señala el hombro.

    A veces me duele. Sobretodo cuando hay cambios. Estoy empezando a pensar que tiene vida propia. —Consigo sacarle una sonrisa y me besa en la sien.

En ese espacio de tiempo oigo ruidos en la habitación de al lado y me pongo alerta. Llevo el pequeño revólver igual que la última vez. Si es un intruso lo lamentará, o por lo menos se llevará un susto. Repaso mentalmente cuántas balas tengo: cinco.

    ¿Qué pasa? —escucho los ruidos que continúan— Baby —insiste.

    Espera aquí.

Salgo de la habitación y cojo la pistola. Quito el seguro y me la engancho en el pantalón, tapándola con la mano.

    No Baby, no entres…ahí. —Completa la frase cuando es demasiado tarde.

No me hacen falta más de dos segundos para recordar esa imagen durante bastante tiempo en mi vida. Tampoco me hace falta ver sus caras; con el pelo de ella, zanahoria y rizado, y la espalda de él, me es más que suficiente.

Cierro con un portazo e intento huir, pero Hood me agarra del brazo y me caigo en uno de los primeros escalones. «Contrólate» me repito una y otra vez, pero algunas lágrimas se escapan por las mejillas. Rechazo el abrazo de Hood, no he debido hacerlo, lo sé. Él solo quiere ayudar, pero es demasiado. Definitivamente esto es mi pasado, y ahora debo centrarme en el presente y el futuro. Cada cual más incierto y, posiblemente el segundo, inexistente. Todo depende de cómo juegue mis cartas.

Un grito de reproche me saca de mis pensamientos.

miércoles, 17 de abril de 2013

Cap. 4 (Parte 2)


Después de dos semanas Frank aún sigue enfadado conmigo. Tan sólo me habla en los entrenamientos —hemos sustituido los de defensa por los de pistola para no forzar el hombro herido— lo justo para explicarme cómo se hacen las cosas. Ni reprimenda por lo que hago mal ni felicitación por lo que hago bien, eso es todo lo que obtengo: simple indiferencia.

Extrañamente hemos venido nosotros al hospital, en vez de venir el médico a visitarme, concretamente estamos en una consulta donde nos acaban de guiar para quitarme los puntos. El médico entra y sin dirigir la palabra me quito la camiseta y me siento en la camilla, frente a él. Frank me obliga a valerme por mí misma en estas condiciones, con el brazo izquierdo inmovilizado por una venda que me rodea también el abdomen.

    No tiene mala pinta —dice el médico después de quitarme los vendajes.

    ¿Podré moverlo normalmente?

    Sí, pero cada cosa a su tiempo. Ahora quiero que hagas movimientos muy suaves a diario.

    ¿Cuánto tardará en estar al cien por cien?

    ¿Al cien por cien? —el médico reflexiona— Varios meses.

    ¿Cuántos?

    Cuatro, cinco, quizá seis. No lo sé, depende de la progresión.

    No tenemos tanto tiempo. Hay que acelerarlo. Por una bala como mucho es un mes.

    Es muy diferente. Una bala es pequeña. Este caso es más complicado, es una cicatriz diferente, más grande, por lo tanto ha atravesado más tejido. No podemos adelantarlo más, he tenido algunos casos como este y ninguno se había recuperado tan rápido. Normalmente se requiere el doble de tiempo; así que quizá, solo quizá, en vez de seis puedan ser cinco. Pero la seguirá doliendo durante una temporada. Como las heridas de guerra, se podría decir.

Coge unas tijeras bastante largas y, con los guantes puestos, me quita los puntos. Después limpia la herida y me coloca un apósito que me cubre algo más de la herida. Me siento más ligera y cómoda que antes para vestirme de nuevo. Salimos de la consulta y Frank me lleva por los pasillos hasta otra sala muchísimo más grande. Es horrible, no solo porque esté llena de camillas y máquinas, sino porque sobre las camillas hay niños desde los tres a los quince aproximadamente.

Me acerco a una niña pequeña de unos cinco, que se esconde bajo las sábanas. Leo su historial por encima: Quemaduras de tercer grado en el 67% de su cuerpo.

    Su padre intentó quemarla con sus hermanos. Sólo ha sobrevivido ella. No habla con nadie. Sigue aterrorizada —una enfermera que se acerca me lo explica.

    ¿Su padre?

    Sí —añade con pena­—, cumple condena, pero por más que se lo explicamos no lo entiende.

    ¿No tiene más familia? — habla después de negar.

    No hemos podido identificarla, su madre murió protegiéndoles.

    ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

    Un par de meses. Nosotros la llamamos Jane.

    Jane Doe —murmuro.

    Exacto.

Me acerco más a la cama y hablo al bulto bajo la sábana.

    Hola —no obtengo respuesta y dulcifico la voz—. Yo me llamo Alice, aunque puedes llamarme como más te guste. Creo que aquí es costumbre. ¿Tú te llamas Jane?      —la sábana se baja lo justo para verla los ojos verdes y la frente enrojecida. Niega con la cabeza— ¿Te acuerdas de tu nombre? —se queda quieta— Bueno, no pasa nada. Tienes unos ojos preciosos, ¿te lo habían dicho?  Ojala yo los tuviera así —me mira fijamente­—. Esto es un poco aburrido ¿no crees? No puedo hablar con nadie, dicen que soy muy pequeña para entenderles, que no pienso las cosas —hago una pequeña pausa— ¿Pues sabes que te digo? Que así es más diver. Si tuviéramos que pensar todo sería un lío. Ahora tengo que respirar, ahora comer, ahora jugar… Bueno, eso último no me importa —me río ligeramente y ella baja la sábana para hacer lo mismo. — ¡Vaya! ¡Si también tienes una sonrisa increíble! Creo que me voy a ir, porque todos se van a fijar en lo guapa que eres y yo te estropearía al lado —me levanto pero una manita me agarra la mano y tira de mí. Se le notan las quemaduras, al igual que en las mejillas— ¿Me quedo? —Asiente— Vale, pero me tienes que decir cómo te llamas. Todas las princesas tienen nombre —abre la boca pero no dice nada­.

La sigo hablando y me siento en la silla de al lado. Al rato se sienta en mi regazo y se apoya en mi pecho; me duele el hombro, pero no me importa. Cada vez sonríe más e incluso se ríe. Con esta pequeña el mundo se detiene por segundos, minutos, horas…no sé cuánto llevo aquí. Y ocurre el milagro.

    Y llegó la policía de los cuentos y…

    Lily —apenas la oigo— Lily —repite más alto. He conseguido que hable, no me lo puedo creer.

    ¿Te…te llamas así? —dice que sí con la cabeza— Pues es el nombre más bonito del mundo ¿sabes por qué?

    No —susurra.

    Porque es el tuyo —me sonríe y me da un beso en la mejilla. La enfermera sale corriendo. — ¿Te sabes el apellido?

    S…Sullivan —esta vez soy yo la que sonríe como una niña.

    Bien hecho —Frank me dice sin sonido.

viernes, 12 de abril de 2013

Cap. 3 (2 (Parte 2)


    ¿Qué quieres?

    Te estás pasando.

    Pues dile a tu novia que cierre la boca y no tendrá problemas por mi parte.

    No te ha hecho nada.

    Ya… Ella es una pobre chica en apuros y yo una pandillera violenta. Entendido.

    Tampoco es eso.

    Cállate. —espero un poco antes de volver a hablar. Mira a su alrededor intentando calmarse. No quiere discutir más, lo sé— Sigues sin querer que lo haga yo, ¿verdad?

    Ya me conoces.

    No —respondo al instante—. No te conozco, por lo menos ya no. Has cambiado.

    Mira quién fue a hablar.

    No es lo mismo. Yo he sido por fuera, pero tú…

    ¿Qué?

    Que no sé que te ha hecho. ¿Qué te ha pasado?

Antes de que pueda decir nada Amber llega y le planta un beso impresionante. Tan sólo un par de segundos. Es todo lo que veo. Lo suficiente para despertar odio, celos y, sobre todo, dolor. Lo suficiente para hacer que cientos de hormigas me recorran el tobillo del revólver y retuerza la navaja con más fuerza. No hace más que confirmar mis temores. Para él ya no soy nada.

    ¡Tú! ¡Deja a tu putita y ven a pelear como el hombre que dices ser! Aunque todos sepamos que es mentira —desata una hilera de carcajadas. Esa voz me resulta familiar. Nadie responde—Dime, ¿cuánto te ha costado la noche entera? —de nuevo, todos siguen callados; pero ya sé quien es.

    Pues barata, la verdad. Ha tenido que rebajar los precios. Tu madre se está llevando todos los clientes, como siempre —digo al girarme. Todos se centran en mí.

    ¿Y tu qué? ¿Cuánto cobras? Al terminar quizá te hago un hueco. —vuelven a reírse por el doble sentido.

    No mucho supongo —me pongo a su altura­—. Teniendo en cuenta que te arreglé la nariz gratis, claro. Descuento de amigo. —le guiño un ojo y vuelvo insinuándome con el resto, que se burlan de él.

    Tú…

    Hombre, me esperaba algo más original, Jonathan —hago una pausa para medirle—. Por lo que tengo entendido tu no luchas ¿verdad?

    No sería justo para mi contrincante.

    Bonito ego. —me quito la chaqueta y se la lanzo a Jess, PJ la recoge antes— ¿No me concederás el honor de luchar contra mi?

    Hoy no. Soy un caballero.

    No lo parecía cuando me destrozabas el estómago.

    ¿Lo dices porque no pegaría a una mujer? No, bonita, tú eres un camionero travesti —ellos se ríen, al igual que yo. El grupo está tenso—. Lo decía porque le voy a ceder el honor a otro. —aparece un chico ligeramente musculazo, rondando los dos metros.

    Qué tierno. ¿Es tu novia? —aprietan los dientes y el que se ha acercado me los enseña— Uuh, cuanta hostilidad. Ten cuidado, a ver si te va a hacer daño una noche de estas. Ya sabes, las que pasáis a solas.

Se lanza a por mí, seguido por su séquito mientras yo detengo al mío. Se para enfrente mía, con su mano a escasos centímetros de rodear mi cuello. Cruzamos las miradas y sonríe mirando al suelo. Aparento total tranquilidad y vuelve a fijar sus ojos en los míos.

    Veamos si eres tan buena con la navaja —se acerca el tipo de antes.

    Eso ni se duda, querido —abro la navaja.

    Espera —nos detiene—, parece que la niñita ha llorado ¿no? —trago saliva. «Sólo pretende herirte, distraerte» me repito una y otra vez— Los ojos rojos, hinchados…no me digas que ha sido por ése —lo señala—. PJ, ven aquí, mira cómo la has hecho llorar. No, no, no. Tienes que tener cuidado con lo que haces. No te preocupes —me susurra al oído. Tan solo somos nosotros tres, más PJ que se va acercando­—, cuando te ganemos se separarán. No estarán juntos y será todo para ti.

    ¡Venga! ¡Átanos! —le ofrezco la muñeca. Él se pone a mi altura y me coge de los hombros.

    No sé lo que te ha dicho, pero puedes hacerlo. En un rato estaremos en la Cueva riéndonos de ellos —me seca con el dorso de la mano las lágrimas aún sin salir y le doy la razón asintiendo.

La cuerda me hace daño mientras la atan. Jonathan nos recuerda las normas.

    Quien rompa la cuerda pierde. El primero que diga que se rinda también. Vale todo, recordad, tanto mordiscos como puñaladas. Quien reciba ayuda también pierde. ¿Entendido?… Bien, ¡adelante!

Se separa y comienza la pelea. Los dos solos; sin ayuda alguna más que los gritos de nuestros respectivos grupos. Veo a PJ antes de que un torrente de imágenes se apodere de mí. Intento sacarlas de mi cabeza, pero no puedo. Se repiten una y otra vez; ellos dos juntos y yo en un lugar aparte, viendo esa dolorosa escena. De repente algo frío me saca de la pesadilla. Aún estoy confusa cuando el frío desaparece muy poco a poco, dando paso a otro tipo de dolor: el físico.

Me dejo caer, apoyándome sobre los brazos, pero el izquierdo me falla. Miro fijamente al suelo para hacer desaparecer el mareo repentino. Una gota roja cae lentamente bajo mi sospecha. Estoy herida.

    ¡Baby! —Hood está sujeto por Big Joe. Bells agarra con tanta fuerza a PJ que los músculos tensos están a punto de estallar la camiseta. Saco fuerzas de flaqueza y consigo levantarme.

Reprimo una mueca de dolor sin éxito y ataco a mi oponente. Tras fallar, esta vez me toca a mí esquivar. Consigo salvarme del ataque, excepto por un corte superficial a la altura del estómago, incluyendo la camiseta. Dejo caer la navaja, ya es hora de poner en práctica lo que Frank me enseñó. Con la mano libre consigo alcanzar la suya y se la retuerzo tras la espalda, quedando desarmado. Utilizo el antebrazo como candado para su cuello, ahogándole. Comienza a ponerse rojo y yo a perder fuerza. Le suelto justo antes de caer débilmente y después de oírle rendirse. Se queda en el suelo jadeando y todos vienen corriendo hacia mí. Nos sueltan y antes de desvanecerme siento cómo me levantan entre gritos que me obligan a seguir despierta.