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miércoles, 17 de abril de 2013

Cap. 4 (Parte 2)


Después de dos semanas Frank aún sigue enfadado conmigo. Tan sólo me habla en los entrenamientos —hemos sustituido los de defensa por los de pistola para no forzar el hombro herido— lo justo para explicarme cómo se hacen las cosas. Ni reprimenda por lo que hago mal ni felicitación por lo que hago bien, eso es todo lo que obtengo: simple indiferencia.

Extrañamente hemos venido nosotros al hospital, en vez de venir el médico a visitarme, concretamente estamos en una consulta donde nos acaban de guiar para quitarme los puntos. El médico entra y sin dirigir la palabra me quito la camiseta y me siento en la camilla, frente a él. Frank me obliga a valerme por mí misma en estas condiciones, con el brazo izquierdo inmovilizado por una venda que me rodea también el abdomen.

    No tiene mala pinta —dice el médico después de quitarme los vendajes.

    ¿Podré moverlo normalmente?

    Sí, pero cada cosa a su tiempo. Ahora quiero que hagas movimientos muy suaves a diario.

    ¿Cuánto tardará en estar al cien por cien?

    ¿Al cien por cien? —el médico reflexiona— Varios meses.

    ¿Cuántos?

    Cuatro, cinco, quizá seis. No lo sé, depende de la progresión.

    No tenemos tanto tiempo. Hay que acelerarlo. Por una bala como mucho es un mes.

    Es muy diferente. Una bala es pequeña. Este caso es más complicado, es una cicatriz diferente, más grande, por lo tanto ha atravesado más tejido. No podemos adelantarlo más, he tenido algunos casos como este y ninguno se había recuperado tan rápido. Normalmente se requiere el doble de tiempo; así que quizá, solo quizá, en vez de seis puedan ser cinco. Pero la seguirá doliendo durante una temporada. Como las heridas de guerra, se podría decir.

Coge unas tijeras bastante largas y, con los guantes puestos, me quita los puntos. Después limpia la herida y me coloca un apósito que me cubre algo más de la herida. Me siento más ligera y cómoda que antes para vestirme de nuevo. Salimos de la consulta y Frank me lleva por los pasillos hasta otra sala muchísimo más grande. Es horrible, no solo porque esté llena de camillas y máquinas, sino porque sobre las camillas hay niños desde los tres a los quince aproximadamente.

Me acerco a una niña pequeña de unos cinco, que se esconde bajo las sábanas. Leo su historial por encima: Quemaduras de tercer grado en el 67% de su cuerpo.

    Su padre intentó quemarla con sus hermanos. Sólo ha sobrevivido ella. No habla con nadie. Sigue aterrorizada —una enfermera que se acerca me lo explica.

    ¿Su padre?

    Sí —añade con pena­—, cumple condena, pero por más que se lo explicamos no lo entiende.

    ¿No tiene más familia? — habla después de negar.

    No hemos podido identificarla, su madre murió protegiéndoles.

    ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

    Un par de meses. Nosotros la llamamos Jane.

    Jane Doe —murmuro.

    Exacto.

Me acerco más a la cama y hablo al bulto bajo la sábana.

    Hola —no obtengo respuesta y dulcifico la voz—. Yo me llamo Alice, aunque puedes llamarme como más te guste. Creo que aquí es costumbre. ¿Tú te llamas Jane?      —la sábana se baja lo justo para verla los ojos verdes y la frente enrojecida. Niega con la cabeza— ¿Te acuerdas de tu nombre? —se queda quieta— Bueno, no pasa nada. Tienes unos ojos preciosos, ¿te lo habían dicho?  Ojala yo los tuviera así —me mira fijamente­—. Esto es un poco aburrido ¿no crees? No puedo hablar con nadie, dicen que soy muy pequeña para entenderles, que no pienso las cosas —hago una pequeña pausa— ¿Pues sabes que te digo? Que así es más diver. Si tuviéramos que pensar todo sería un lío. Ahora tengo que respirar, ahora comer, ahora jugar… Bueno, eso último no me importa —me río ligeramente y ella baja la sábana para hacer lo mismo. — ¡Vaya! ¡Si también tienes una sonrisa increíble! Creo que me voy a ir, porque todos se van a fijar en lo guapa que eres y yo te estropearía al lado —me levanto pero una manita me agarra la mano y tira de mí. Se le notan las quemaduras, al igual que en las mejillas— ¿Me quedo? —Asiente— Vale, pero me tienes que decir cómo te llamas. Todas las princesas tienen nombre —abre la boca pero no dice nada­.

La sigo hablando y me siento en la silla de al lado. Al rato se sienta en mi regazo y se apoya en mi pecho; me duele el hombro, pero no me importa. Cada vez sonríe más e incluso se ríe. Con esta pequeña el mundo se detiene por segundos, minutos, horas…no sé cuánto llevo aquí. Y ocurre el milagro.

    Y llegó la policía de los cuentos y…

    Lily —apenas la oigo— Lily —repite más alto. He conseguido que hable, no me lo puedo creer.

    ¿Te…te llamas así? —dice que sí con la cabeza— Pues es el nombre más bonito del mundo ¿sabes por qué?

    No —susurra.

    Porque es el tuyo —me sonríe y me da un beso en la mejilla. La enfermera sale corriendo. — ¿Te sabes el apellido?

    S…Sullivan —esta vez soy yo la que sonríe como una niña.

    Bien hecho —Frank me dice sin sonido.

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