Tras comer rápidamente el pedazo de pizza,
me tomo una aspirina y me visto con una simple camiseta de manga corta y unos
pantalones por la mitad del muslo. Es un alivio ir en chanclas por la calle en
vez de zapatos de tacón. Admito que son bonitos y elegantes, pero llegan a ser
tremendamente molestos, especialmente para un trabajo —y actitud— como el mío,
que necesito correr a diario y, de vez en cuando, defenderme.
Salgo a andar por el paseo marítimo con la esperanza de que
sus ‘’empleados’’ continúen siguiéndome e informen a su jefe, sin embargo, no
sé cómo comunicarme con él, pues lo más probable es que simplemente le digan
dónde estoy, así que voy hacia uno de ellos en línea recta, sin vacilaciones.
Él, sabiéndose descubierto, tampoco trata de esconderse y se cuadra cuando le
encaro.
¾
Dile que quiero hablar con él. En persona —me
mira de reojo y se da la vuelta.
Espero que no me haya ignorado, ya que parece llamar por
teléfono mientras se va y, que yo le vea, no vuelve. Por si acaso, me siento en
el muro que separa la playa de la calle y dejo que la brisa marina inunde mis
pulmones lentamente. Me tumbo con los ojos cerrados y el dolor de cabeza
comienza a mitigar lentamente gracias a que el mar es lo único que consigue que
deje la mente en blanco. Con todo, son las cuatro.
— Sé
que debería haber llegado antes, pero estaba ocupado.
Una voz familiar me saca de mi aparente sueño. Creo que no
estaba dormida, no obstante, sí lo suficiente relajada para olvidarme de todo,
incluso de mi seguridad.
Abro los ojos de golpe para encontrarme a un Alexander Moore
perfectamente trajeado, igual que en las fotografías: traje gris, camisa negra
y corbata plateada. Ahora no lleva sombrero, tan sólo las gafas de sol que ocultan
sus ojos, aunque sé que me miran a mí.
Intento incorporarme, pero un repentino mareo me lo impide.
Si no hubiese sido por Alexander sujetándome rápidamente por la espalda, habría
dado con la cabeza en la piedra, de nuevo. Soy un completo desastre, tengo que
empezar a cuidar de verdad de mí misma o llegará el día en que no habrá nadie
que me ayude y caiga al vacío. Lo que más odio es que siempre tenga que ser él
quien me agarre para impedirlo, tanto ahora como antes.
— No
parece que te encuentres mucho mejor —comenta.
El mareo desaparece y termino de levantarme antes de
empujarle para que se aparte de mí, más por propia vergüenza que porque
realmente le quiera lejos. Me pongo en pie sin mirarle hasta estar cara a cara,
a pesar de separarnos cerca de una cabeza de diferencia. En este tiempo él ha
crecido de forma considerable, mientras que yo me he limitado a estirarme muy
discretamente.
— ¿Por
qué me sigues? ¿No te quedó claro con la bofetada?
— Eres
tú quien ha pedido verme —se yergue.
— Porque
quería decírtelo a la cara.
— Te
dije que ibas a ser mía aunque tuviera que ser por la fuerza. Te lo estoy
poniendo más fácil —adopta ese tono arrogante que pasé de odiar a resultarme
ciertamente excitante. Por ahora se queda en la primera parte.
— No
siempre se tiene lo que se quiere. No te vendría mal aprenderlo.
— Yo
sí —se inclina hasta que pueda respirar su aliento por mi boca.
El corazón comienza a martillearme en el pecho y, por mucho
que lo reprima, continúa haciéndolo. Incluso como si me estuviese retando a
controlarlo.
— No…
No todo se soluciona con un beso —consigo decir tras apartarme.
— No
iba a ser sólo uno —extiende el brazo hasta rozar mi costado. A pesar de la
camiseta, siento con detalle sus delicados dedos—. Ni se quedará en eso.
Cierra su mano en mi cintura y me atrae hasta él. Los
pulmones parecen que se han puesto de acuerdo con el corazón para llevarme la
contraria y no proporcionarme el oxígeno suficiente. Mi pecho sube y baja
rápidamente, mas el de él apenas se mueve. Roza mis labios con los suyos y esa
sed que me recorrió la vez que nos besamos en el baile vuelve veloz a la
llamada del deseo. A diferencia de aquella vez, no me permito dejarle continuar
y, ante mi sorpresa, no me retiene cuando me aparto varios pasos de él y
comienzo a andar. Me doy cuenta de que no arreglo nada así y me paro
súbitamente. Al darme la vuelta, le encuentro perfectamente erguido en toda su
estatura y con la barbilla alzada en gesto de superioridad. Siento su mirada
clavada en la mía a pesar de no ver sus hipnotizantes ojos por las gafas
oscuras. Lo que sí veo es la duda en su rostro sobre si venir hacia mí o dejar
que lo haga yo; aunque, él piensa que si espera demasiado me perderá para
siempre. Sabe que puede tener a alguien físicamente, pero no en lo que al
corazón se respecta, y me conoce lo suficiente como para saber que cualquier
cosa que se me obligue acabará siendo mucho peor.
Da un pequeño paso vacilante y llega a mí en pocas zancadas
más decididas. Mantiene las distancias y se pasa la mano por el pelo, sin saber
exactamente qué decir.
— Gracias…por
lo del otro día. Sé que viniste a ayudarme —rompo el silencio.
— O
lo hacía o me quedaba sin juguete —me responde en un tono frío.
Así es imposible. Esta pose de hielo es lo más desesperante
a lo que he tenido que enfrentarme jamás. Suelto un bufido y me doy la vuelta,
con los puños apretados para no golpearle de nuevo. Si en verdad me quiere, que
se esfuerce en tratarme como a una persona, al menos. Puede que sea mi misión,
pero me merezco algo más que eso.
— Espera
—me retiene del brazo y se quita las gafas. En ese instante en que veo sus ojos
suplicantes el corazón me da tal vuelco que incluso me hace daño.
— ¿Qué
más quieres? He sido educada, te he agradecido la ayuda. ¿No basta con eso?
— ¿En
serio no quieres más conmigo? —comienza a descender la mano por el brazo y
cuando llega al comienzo de mi cicatriz me aparto bruscamente.
— No.
— ¿Qué
‘no’ es ese, Alice? ¿El de ‘no quiero que me beses porque ya lo hago yo’; el de
‘no te quiero y al día siguiente te digo que sí’; o el de ‘jamás conseguirás
nada conmigo que no sean brillantes humillaciones’? —añade con un tono más
serio.
Me sorprende que aún siga recordando esa frase. Se la dije
al poco de conocernos y jamás la volví a repetir. Ambos sabemos que en ese
momento mentí vilmente porque ya estaba enamorada de él y lo que quería era
besarle cuanto antes. Ahora no sé exactamente lo que quiero, si darle otra
bofetada, marcharme, o...bueno, besarle.
— Vamos,
te conozco más que nadie. Aún sé reconocer cuando mientes porque inflas la
nariz justo después de decirlo.
— Te
equivocas. Ya no me conoces. He cambiado —digo entre dientes.
— Pues
dame una oportunidad para hacerlo de nuevo. Somos adultos ¿no?
— ¿Y
qué? Precisamente por eso ya no tengo tiempo para jugar. Tú lo sabías todo de
mí y yo nada de ti. ¿En serio quieres que retome una relación en la que la
balanza está tan en mi contra?
— Hay
cosas de mí que no puedes saber, Alice —retoma su tono serio.
— ¿Como
qué? ¿Como que eres un narco? —bajo la voz— Venga ya, Alexander; yo misma
ayudaba a tu padre a vender la mercancía, y tú lo sabías.
— Nunca
me gustó que te metieras en ese mundo.
— ¿Entonces
por qué insistes ahora?
— Porque
te sigo… —se muerde la lengua antes de que continúe— Porque ahora yo seré quien
se ocupe de tu seguridad. Nadie te tocará un pelo.
— Tu
padre también era muy convincente. Hasta que usaba a las personas y ya no le
servían de nada, entonces les convertía en traidores.
— ¡Cállate!
¡No tienes ningún derecho a hablar de mi padre! —me grita y algunas personas se
giran a contemplar la escena. Miro alrededor y les espanto con la mirada; no
quiero que nadie se nos acerque.
— ¡Ni
tú tampoco a pedirme que vuelva! Tuve que pasar por mucho cuando me fui,
Alexander. ¿Y si sale mal? ¿Y si no soy como crees? ¿Me dejarás marchar sin más
aunque conozca quién eres y de lo que eres capaz de hacer?
— No
sabes nada de eso —me responde en tono sombrío.
— Pero
si estamos juntos lo sabré, por mucho que intentes alejarme. Si no lo
conseguiste hace años, mucho menos ahora que eres tú quien controla todo.
— ¿Crees
que yo no tenía miedo de que te descubrieran y salieras herida por venganza? ¿O
de que me dejases? Si te separabas de mí no volvería a verte —se le quiebra la
voz y vuelve a ponerse las gafas de sol. Se mantiene callado un tiempo y traga
saliva antes de continuar—. Sabías demasiado. Ya te lo dije: la gente ajena a
mí no puede saber lo que tú. Deben ser eliminados. Y contigo es imposible que
se me pase siquiera la idea por la cabeza. Te veo y en vez de querer proteger
al negocio, quiero protegerte a ti. Estrecharte entre mis brazos —estaba tan
concentrada en sus palabras que no me he dado cuenta de que se ha acercado
hasta hacer precisamente lo que estaba diciendo—, sentir tu piel —un escalofrío
me recorre cuando pasea sus manos por mi espalda.
La ropa nunca ha sido un impedimento para él. Siempre
conseguía esquivarla de alguna manera para tocarme a mí en vez de a la tela.
Generalmente metía sus manos por la camiseta tal como hace ahora y me
acariciaba allí donde quisiera, pues yo tampoco le ponía impedimentos.
Roza insistentemente el broche del sujetador y empiezo a
sentirme bastante incómoda. Por suerte, se da cuenta rápido y se limita a la
zona por debajo de éste.
El corazón me va a mil por hora y retumba en mis oídos, lo
siento latir en la punta de los dedos y en la cabeza. Un constante tamborileo
que no cesa aunque agarre a Alexander por los brazos para sujetar mis piernas,
que también se unían al resto del cuerpo.
Poco a poco baja la cabeza hasta rozar mis labios cuando
habla:
— Tus
labios en los míos…
Nos perdemos en el momento y me dejo llevar por un torrente
de fuerza y pasión. Me aprieta tan fuerte contra él que, a pesar de haber
arqueado la espalda y estar de puntillas, consigue clavarme los dedos y reprimo
una mueca de dolor. Mis brazos parecen un girasol buscando su fuente de energía
hasta que se enredan en su cuello.
Al cabo de unos dulces segundos decido separarme y las dudas
empiezan a abordarme: si me ha tocado la espalda, ¿se habrá dado cuenta de la
cicatriz del tiro que me destrozó el riñón? ¿Y qué hay del corte en la base de
la espalda que casi me deja parapléjica por meterme donde no me llamaban? Nunca
pensé realmente en las consecuencias de tener un amplio catálogo de cicatrices
a los veinticuatro porque a David, con quien pensaba pasar el resto de mi vida
hasta hace unos meses —aunque más bien lo hacía por comodidad—, jamás le
importaron. Sin embargo, ahora que es otro el que me toca, que son otros los
ojos que me miran, no estoy tan orgullosa de ellos. Debería haber llevado el
chaleco más veces, debería haberme callado y mantenido aparte en los asuntos
que no me incumbían, debería haber dejado aparte mi orgullo…
— ¿En
qué piensas? —me saca de mis ensoñaciones.
— En
ti. En mí. Nosotros… —cuando alzo la vista me doy cuenta de que tiene las gafas
descolocadas. Sonrío algo divertida y, al ponérselas correctamente, me coge de
la mano y me la besa antes de dejarme ver sus ojos.
— ¿Eso
significa que lo intentaremos? —me mira con una dulzura que no he visto antes y
me desarma en todos los sentidos.
— Supongo.
Paseamos por la zona en silencio. Él mantiene una distancia
prudente hasta que, tras llevar bastante tiempo en silencio, caigo en que ya
está anocheciendo y en que Amy no sabe nada de mí. Me fui a primera hora de la
tarde y seguramente esté preocupada, así que miro a mi acompañante cuando paro
de andar. Todo esto es una locura, sé que es lo que me han encargado, pero lo
que siento cuando estoy con él no es profesional, y sé de buena tinta que no
hace más que empeorar. No quiero saber cómo será en unos meses si continúo así,
y eso si sale bien y confía en mí, porque ya conozco mi futuro como descubra la
verdadera razón por la que estoy aquí. No sé exactamente por qué me
detengo, ni en qué momento he
comenzado a pensar en eso, pero necesito alejarme de él.
— ¿Pasa
algo?
— Tengo
que irme, se ha hecho tarde.
— Te
invito a cenar y te acompaño después —es casi de vital importancia que no sepa dónde estamos viviendo.
— Alexander…poco
a poco. No porque corramos va a ser mejor.
— Sólo
es llevarte a casa —se defiende—. Es lo que se hace en todas las primeras
citas.
— Primero:
no es una cita y segundo: no quiero verte rondar por mi casa a todas horas —le
sonrío para quitar tensión.
— Tengo
mejores cosas que hacer que espiarte, Alice. No eres el centro del mundo
—estira los hombros y alza la barbilla. Parece que es un gesto bastante común
ahora en él.
— Era
una broma —le respondo con la misma seriedad que ha empleado él.
Reconozco que lo que ha dicho me ha dolido. ¿Mejores cosas?
Sé que está ocupado en sus asuntos de criminal, pero yo también debo ser importante;
acaba de pedirme que lo intentemos de nuevo y, por el momento, yo debería ser
su prioridad. Tampoco pretendía ser lo único para él, no obstante, no estaría
mal que dejara esa faceta aparte. No tiene ni idea de lo que duele oír que tú
no le importas a alguien a quien quieres. ¿O sí?
¾
Alice, no quería...
¾
Sin excusas. ¿Quieres algo más?
¾
¿A parte de ti encima de mí con mucha menos
ropa? —me acerca por la cintura.
¾
Sí, aparte. ¿Por qué no piensas en algo realista
antes de contestar?
¾
Debajo pues —intenta levantarme la camiseta—. La
verdad es que lo prefiero.
¾
Alex, para. He dicho que tenía que irme —le
aparto, más por mí que por él.
¾
Nadie me ha llamado así desde hace tiempo.
— Mi
relación más larga ha sido un mes, así que no. Si podría llamarse así, porque
no salíamos de la cama.
— Vale,
eso último sobraba —cierro los ojos un instante para respirar.
¾
Quería hacerte ver que para mí era sólo eso, no
significaba nada. Tampoco le
veo el sentido de hablar de esto.
No tienes por qué saber de mí más de lo esencial.
¾
Y vuelta a lo mismo —suspiro, alejándome de él—.
Otra vez estás jugando con ventaja.
¾
No quiero que te metas en mi mundo. Es
peligroso.
— Ya
he estado antes y no he salido tan mal —le reprocho.
¾
¿Seguro? —me retiene por el brazo— ¿Y las
cicatrices?
— ¿Qué…qué
cicatrices? —balbuceo; me ha pillado con la guardia baja en eso— Yo no…bueno,
la que tengo me la hice antes de conocerte.
¾
No me refiero a la del hombro, que, por cierto,
sigo sin saber cómo te la hiciste.
Hablaba del resto; y ni se te
ocurra negarlas porque las acabo de tocar. De hecho no sabía si era real u otra
pesadilla más hasta ahora.
No sé cómo responder a eso. Una de las cosas que más temía
se está haciendo realidad. Tengo que dar explicaciones de algo que ni yo acepto
de mí misma. No tengo ni idea de lo que decirle, teniendo en cuenta que piensa
que mi vida ha sido ir de fiesta en fiesta y no de pelea en pelea.
Me es imposible sostenerle la mirada más de un par de
segundos. Me doy la vuelta para poder respirar porque me falta el aire por
mucho que hinche el pecho.
¿Y ahora qué voy a decirle? ¿Que se lo ha imaginado? No; no
puedo negar nada y tengo que buscar alguna forma de explicárselo todo o alguna
excusa que no resulte del todo alocada y, al menos, algo creíble.
— ¿No
me vas a decir nada?
— ¿Tú…tú
qué crees que he hecho hasta que nos encontramos? —consigo reunir el coraje
para hablar.
— No
te entiendo —parpadea claramente confuso.
— Responde.
¿Cómo crees que ha sido mi vida estos seis años? —insisto.
— Hasta
toqué las cicatrices, pensé que como la de cualquier niña rica: viajando,
gastando, levantándose todos los días con resaca y… un hombre distinto en la
cama… —traga aire y baja un instante la cabeza para resurgir con un destello de
orgullo en los ojos; agradezco que se haya vuelto a quitar las gafas.
— Pues
te aseguro que no ha sido así. Vale, he estado viajando, pero no por placer
precisamente. Me he dedicado a huir de los matones de tu padre. ¿Quieres saber
cómo me las hice? Huyendo. Me dispararon, me persiguieron… Y si no llega a
ser por los guardaespaldas que
tuve que contratar, podrían haber llegado más lejos.
Le he dejado sin palabras.
Realmente no sabe cómo responder ante mis mentiras. Odio inventar más cosas, no
hago sino complicarme la vida, tendré que acordarme de lo que dije en un
momento de calentón, y nadie sabe mejor que yo lo difícil que es.
Reconozco esa mirada de
confusión y cómo poco a poco comienza a comprender lo que digo, aunque sé que
en el fondo se niega a aceptar que su padre no es el que pensaba. Sé que es
difícil, también he pasado por eso, y no puedo ofrecer consuelo porque todavía
no lo he aceptado, todo el rencor que sentí en un primer momento, ha ido
creciendo como una bola de nieve y no creo que llegue a desaparecer nunca.
Siento cierta compasión por él, ahora mismo es una versión de mí hace años,
lleno de incredulidad y decepción. Qué doloroso es verte dañado por tus propios
padres.
— Quieres…quieres
decir que todo esto es culpa mía —parece bastante dolido.
— No,
por supuesto que no. Te lo he contado porque no quiero secretos; ya tuve
suficiente. Quiero que entiendas lo mucho que me cuesta volver contigo, sé que
no tenías ni idea de nada, pero no puedo evitar que me inunde el recuerdo de
todo por lo que pasé. Mira, déjalo, no sé de lo que hablo.
— No,
no lo sabes. No tienes ni idea de quién es mi padre ni derecho a hablar así de
él. Es un buen hombre, Alice.
— Un
buen hombre que tenía atemorizado a su propio hijo; que mató a su mujer, a su
primera nuera y casi lo consigue con la siguiente; por no mencionar a todas las
personas que pisoteó por el camino.
— ¡Cállate!
¡No paras de mentir! ¡Es lo que llevas haciendo todo este tiempo!
— ¡Sabes
de sobra que tengo razón, Alexander! ¡¿Sigues siendo tan estúpido como para
creerte la historia de que tu madre te abandonó?! Una madre jamás deja a su hijo
y no mira atrás. ¿Tampoco caes en que la gente que se entera de los chanchullos
de tu padre acaba desapareciendo de repente? Yo no te dejé porque quería, sino
porque estaba mi vida en peligro. Apuesto todo lo que tengo a que Sarah te
amaba y a que tu madre luchó por estar a tu lado hasta su último aliento.
Si no quería ver su reacción ante la bofetada, sé de sobra
que esta va a ser mucho peor, así que lo mejor será poner tierra de por medio.
Doy gracias a lo que sea que le haya hecho querer que estuviéramos solos,
porque cuando comienzo a correr —esta vez mirando al frente, lo prometo— nada
me impide que continúe. Consigo pensar antes de llegar al piso franco y me
desvío hacia otra casa, sería demasiado obvio dónde vivo y es lo último que
quiero. Mucho menos ahora.
Me quedo sentada en un bordillo, oculta entre plantas, cerca
de una hora, tanto para calmarme a mí misma como para asegurarme de que no me
sigue nadie. Por esto, cuando llego a casa, mi compañera ya está dormida y no
tengo que dar explicaciones, todavía tengo una noche para pensar en lo que
hacer. Sabía que era una locura, ambos tenemos demasiado dolor dentro para que
pueda salir bien, en las primeras horas ya hemos tenido una discusión cuyo
resultado puede ser nefasto para mí, y creo que no sobreviviré a otra si
continúo hablando mal de su padre, y conociéndome, esta no será la última vez
que me vendrá el tema a la cabeza y no pueda retenerlo.
Lo que tengo claro es que en cuanto le diga a Amy todo lo
que ha pasado, especialmente lo último, me llevará de vuelta a Los Ángeles de
cualquier manera que sea necesaria.