Translate

viernes, 25 de marzo de 2016

Capítulo 11

Tras comer rápidamente el pedazo de pizza, me tomo una aspirina y me visto con una simple camiseta de manga corta y unos pantalones por la mitad del muslo. Es un alivio ir en chanclas por la calle en vez de zapatos de tacón. Admito que son bonitos y elegantes, pero llegan a ser tremendamente molestos, especialmente para un trabajo —y actitud— como el mío, que necesito correr a diario y, de vez en cuando, defenderme.
Salgo a andar por el paseo marítimo con la esperanza de que sus ‘’empleados’’ continúen siguiéndome e informen a su jefe, sin embargo, no sé cómo comunicarme con él, pues lo más probable es que simplemente le digan dónde estoy, así que voy hacia uno de ellos en línea recta, sin vacilaciones. Él, sabiéndose descubierto, tampoco trata de esconderse y se cuadra cuando le encaro.
¾    Dile que quiero hablar con él. En persona —me mira de reojo y se da la vuelta.
Espero que no me haya ignorado, ya que parece llamar por teléfono mientras se va y, que yo le vea, no vuelve. Por si acaso, me siento en el muro que separa la playa de la calle y dejo que la brisa marina inunde mis pulmones lentamente. Me tumbo con los ojos cerrados y el dolor de cabeza comienza a mitigar lentamente gracias a que el mar es lo único que consigue que deje la mente en blanco. Con todo, son las cuatro.
    Sé que debería haber llegado antes, pero estaba ocupado.
Una voz familiar me saca de mi aparente sueño. Creo que no estaba dormida, no obstante, sí lo suficiente relajada para olvidarme de todo, incluso de mi seguridad.
Abro los ojos de golpe para encontrarme a un Alexander Moore perfectamente trajeado, igual que en las fotografías: traje gris, camisa negra y corbata plateada. Ahora no lleva sombrero, tan sólo las gafas de sol que ocultan sus ojos, aunque sé que me miran a mí.
Intento incorporarme, pero un repentino mareo me lo impide. Si no hubiese sido por Alexander sujetándome rápidamente por la espalda, habría dado con la cabeza en la piedra, de nuevo. Soy un completo desastre, tengo que empezar a cuidar de verdad de mí misma o llegará el día en que no habrá nadie que me ayude y caiga al vacío. Lo que más odio es que siempre tenga que ser él quien me agarre para impedirlo, tanto ahora como antes.
    No parece que te encuentres mucho mejor —comenta.
El mareo desaparece y termino de levantarme antes de empujarle para que se aparte de mí, más por propia vergüenza que porque realmente le quiera lejos. Me pongo en pie sin mirarle hasta estar cara a cara, a pesar de separarnos cerca de una cabeza de diferencia. En este tiempo él ha crecido de forma considerable, mientras que yo me he limitado a estirarme muy discretamente.
    ¿Por qué me sigues? ¿No te quedó claro con la bofetada?
    Eres tú quien ha pedido verme —se yergue.
    Porque quería decírtelo a la cara.
    Te dije que ibas a ser mía aunque tuviera que ser por la fuerza. Te lo estoy poniendo más fácil —adopta ese tono arrogante que pasé de odiar a resultarme ciertamente excitante. Por ahora se queda en la primera parte.
    No siempre se tiene lo que se quiere. No te vendría mal aprenderlo.
    Yo sí —se inclina hasta que pueda respirar su aliento por mi boca.
El corazón comienza a martillearme en el pecho y, por mucho que lo reprima, continúa haciéndolo. Incluso como si me estuviese retando a controlarlo.
    No… No todo se soluciona con un beso —consigo decir tras apartarme.
    No iba a ser sólo uno —extiende el brazo hasta rozar mi costado. A pesar de la camiseta, siento con detalle sus delicados dedos—. Ni se quedará en eso.
Cierra su mano en mi cintura y me atrae hasta él. Los pulmones parecen que se han puesto de acuerdo con el corazón para llevarme la contraria y no proporcionarme el oxígeno suficiente. Mi pecho sube y baja rápidamente, mas el de él apenas se mueve. Roza mis labios con los suyos y esa sed que me recorrió la vez que nos besamos en el baile vuelve veloz a la llamada del deseo. A diferencia de aquella vez, no me permito dejarle continuar y, ante mi sorpresa, no me retiene cuando me aparto varios pasos de él y comienzo a andar. Me doy cuenta de que no arreglo nada así y me paro súbitamente. Al darme la vuelta, le encuentro perfectamente erguido en toda su estatura y con la barbilla alzada en gesto de superioridad. Siento su mirada clavada en la mía a pesar de no ver sus hipnotizantes ojos por las gafas oscuras. Lo que sí veo es la duda en su rostro sobre si venir hacia mí o dejar que lo haga yo; aunque, él piensa que si espera demasiado me perderá para siempre. Sabe que puede tener a alguien físicamente, pero no en lo que al corazón se respecta, y me conoce lo suficiente como para saber que cualquier cosa que se me obligue acabará siendo mucho peor.
Da un pequeño paso vacilante y llega a mí en pocas zancadas más decididas. Mantiene las distancias y se pasa la mano por el pelo, sin saber exactamente qué decir.
    Gracias…por lo del otro día. Sé que viniste a ayudarme —rompo el silencio.
    O lo hacía o me quedaba sin juguete —me responde en un tono frío.
Así es imposible. Esta pose de hielo es lo más desesperante a lo que he tenido que enfrentarme jamás. Suelto un bufido y me doy la vuelta, con los puños apretados para no golpearle de nuevo. Si en verdad me quiere, que se esfuerce en tratarme como a una persona, al menos. Puede que sea mi misión, pero me merezco algo más que eso.
    Espera —me retiene del brazo y se quita las gafas. En ese instante en que veo sus ojos suplicantes el corazón me da tal vuelco que incluso me hace daño.
    ¿Qué más quieres? He sido educada, te he agradecido la ayuda. ¿No basta con eso?
    ¿En serio no quieres más conmigo? —comienza a descender la mano por el brazo y cuando llega al comienzo de mi cicatriz me aparto bruscamente.
    No.
    ¿Qué ‘no’ es ese, Alice? ¿El de ‘no quiero que me beses porque ya lo hago yo’; el de ‘no te quiero y al día siguiente te digo que sí’; o el de ‘jamás conseguirás nada conmigo que no sean brillantes humillaciones’? —añade con un tono más serio.
Me sorprende que aún siga recordando esa frase. Se la dije al poco de conocernos y jamás la volví a repetir. Ambos sabemos que en ese momento mentí vilmente porque ya estaba enamorada de él y lo que quería era besarle cuanto antes. Ahora no sé exactamente lo que quiero, si darle otra bofetada, marcharme, o...bueno, besarle.
    Vamos, te conozco más que nadie. Aún sé reconocer cuando mientes porque inflas la nariz justo después de decirlo.
    Te equivocas. Ya no me conoces. He cambiado —digo entre dientes.
    Pues dame una oportunidad para hacerlo de nuevo. Somos adultos ¿no?
    ¿Y qué? Precisamente por eso ya no tengo tiempo para jugar. Tú lo sabías todo de mí y yo nada de ti. ¿En serio quieres que retome una relación en la que la balanza está tan en mi contra?
    Hay cosas de mí que no puedes saber, Alice —retoma su tono serio.
    ¿Como qué? ¿Como que eres un narco? —bajo la voz— Venga ya, Alexander; yo misma ayudaba a tu padre a vender la mercancía, y tú lo sabías.
    Nunca me gustó que te metieras en ese mundo.
    ¿Entonces por qué insistes ahora?
    Porque te sigo… —se muerde la lengua antes de que continúe— Porque ahora yo seré quien se ocupe de tu seguridad. Nadie te tocará un pelo.
    Tu padre también era muy convincente. Hasta que usaba a las personas y ya no le servían de nada, entonces les convertía en traidores.
    ¡Cállate! ¡No tienes ningún derecho a hablar de mi padre! —me grita y algunas personas se giran a contemplar la escena. Miro alrededor y les espanto con la mirada; no quiero que nadie se nos acerque.
    ¡Ni tú tampoco a pedirme que vuelva! Tuve que pasar por mucho cuando me fui, Alexander. ¿Y si sale mal? ¿Y si no soy como crees? ¿Me dejarás marchar sin más aunque conozca quién eres y de lo que eres capaz de hacer?
    No sabes nada de eso —me responde en tono sombrío.
    Pero si estamos juntos lo sabré, por mucho que intentes alejarme. Si no lo conseguiste hace años, mucho menos ahora que eres tú quien controla todo.
    ¿Crees que yo no tenía miedo de que te descubrieran y salieras herida por venganza? ¿O de que me dejases? Si te separabas de mí no volvería a verte —se le quiebra la voz y vuelve a ponerse las gafas de sol. Se mantiene callado un tiempo y traga saliva antes de continuar—. Sabías demasiado. Ya te lo dije: la gente ajena a mí no puede saber lo que tú. Deben ser eliminados. Y contigo es imposible que se me pase siquiera la idea por la cabeza. Te veo y en vez de querer proteger al negocio, quiero protegerte a ti. Estrecharte entre mis brazos —estaba tan concentrada en sus palabras que no me he dado cuenta de que se ha acercado hasta hacer precisamente lo que estaba diciendo—, sentir tu piel —un escalofrío me recorre cuando pasea sus manos por mi espalda.
La ropa nunca ha sido un impedimento para él. Siempre conseguía esquivarla de alguna manera para tocarme a mí en vez de a la tela. Generalmente metía sus manos por la camiseta tal como hace ahora y me acariciaba allí donde quisiera, pues yo tampoco le ponía impedimentos.
Roza insistentemente el broche del sujetador y empiezo a sentirme bastante incómoda. Por suerte, se da cuenta rápido y se limita a la zona por debajo de éste.
El corazón me va a mil por hora y retumba en mis oídos, lo siento latir en la punta de los dedos y en la cabeza. Un constante tamborileo que no cesa aunque agarre a Alexander por los brazos para sujetar mis piernas, que también se unían al resto del cuerpo.
Poco a poco baja la cabeza hasta rozar mis labios cuando habla:
    Tus labios en los míos…
Nos perdemos en el momento y me dejo llevar por un torrente de fuerza y pasión. Me aprieta tan fuerte contra él que, a pesar de haber arqueado la espalda y estar de puntillas, consigue clavarme los dedos y reprimo una mueca de dolor. Mis brazos parecen un girasol buscando su fuente de energía hasta que se enredan en su cuello.
Al cabo de unos dulces segundos decido separarme y las dudas empiezan a abordarme: si me ha tocado la espalda, ¿se habrá dado cuenta de la cicatriz del tiro que me destrozó el riñón? ¿Y qué hay del corte en la base de la espalda que casi me deja parapléjica por meterme donde no me llamaban? Nunca pensé realmente en las consecuencias de tener un amplio catálogo de cicatrices a los veinticuatro porque a David, con quien pensaba pasar el resto de mi vida hasta hace unos meses —aunque más bien lo hacía por comodidad—, jamás le importaron. Sin embargo, ahora que es otro el que me toca, que son otros los ojos que me miran, no estoy tan orgullosa de ellos. Debería haber llevado el chaleco más veces, debería haberme callado y mantenido aparte en los asuntos que no me incumbían, debería haber dejado aparte mi orgullo…
    ¿En qué piensas? —me saca de mis ensoñaciones.
    En ti. En mí. Nosotros… —cuando alzo la vista me doy cuenta de que tiene las gafas descolocadas. Sonrío algo divertida y, al ponérselas correctamente, me coge de la mano y me la besa antes de dejarme ver sus ojos.
    ¿Eso significa que lo intentaremos? —me mira con una dulzura que no he visto antes y me desarma en todos los sentidos.
    Supongo.

Paseamos por la zona en silencio. Él mantiene una distancia prudente hasta que, tras llevar bastante tiempo en silencio, caigo en que ya está anocheciendo y en que Amy no sabe nada de mí. Me fui a primera hora de la tarde y seguramente esté preocupada, así que miro a mi acompañante cuando paro de andar. Todo esto es una locura, sé que es lo que me han encargado, pero lo que siento cuando estoy con él no es profesional, y sé de buena tinta que no hace más que empeorar. No quiero saber cómo será en unos meses si continúo así, y eso si sale bien y confía en mí, porque ya conozco mi futuro como descubra la verdadera razón por la que estoy aquí. No sé exactamente por qué me
detengo, ni en qué momento he comenzado a pensar en eso, pero necesito alejarme de él.
    ¿Pasa algo?
    Tengo que irme, se ha hecho tarde.
    Te invito a cenar y te acompaño después —es casi de vital importancia  que no sepa dónde estamos viviendo.
    Alexander…poco a poco. No porque corramos va a ser mejor.
    Sólo es llevarte a casa —se defiende—. Es lo que se hace en todas las primeras citas.
    Primero: no es una cita y segundo: no quiero verte rondar por mi casa a todas horas —le sonrío para quitar tensión.
    Tengo mejores cosas que hacer que espiarte, Alice. No eres el centro del mundo —estira los hombros y alza la barbilla. Parece que es un gesto bastante común ahora en él.
    Era una broma —le respondo con la misma seriedad que ha empleado él.
Reconozco que lo que ha dicho me ha dolido. ¿Mejores cosas? Sé que está ocupado en sus asuntos de criminal, pero yo también debo ser importante; acaba de pedirme que lo intentemos de nuevo y, por el momento, yo debería ser su prioridad. Tampoco pretendía ser lo único para él, no obstante, no estaría mal que dejara esa faceta aparte. No tiene ni idea de lo que duele oír que tú no le importas a alguien a quien quieres. ¿O sí?
¾    Alice, no quería...
¾    Sin excusas. ¿Quieres algo más?
¾    ¿A parte de ti encima de mí con mucha menos ropa? —me acerca por la cintura. 
¾    Sí, aparte. ¿Por qué no piensas en algo realista antes de contestar?
¾    Debajo pues —intenta levantarme la camiseta—. La verdad es que lo prefiero.
¾    Alex, para. He dicho que tenía que irme —le aparto, más por mí que por él.
¾    Nadie me ha llamado así desde hace tiempo.
    Mi relación más larga ha sido un mes, así que no. Si podría llamarse así, porque no salíamos de la cama.
    Vale, eso último sobraba —cierro los ojos un instante para respirar.
¾    Quería hacerte ver que para mí era sólo eso, no significaba nada. Tampoco le
veo el sentido de hablar de esto. No tienes por qué saber de mí más de lo esencial.
¾    Y vuelta a lo mismo —suspiro, alejándome de él—. Otra vez estás jugando con ventaja.
¾    No quiero que te metas en mi mundo. Es peligroso.
    Ya he estado antes y no he salido tan mal —le reprocho.
¾    ¿Seguro? —me retiene por el brazo— ¿Y las cicatrices?
    ¿Qué…qué cicatrices? —balbuceo; me ha pillado con la guardia baja en eso— Yo no…bueno, la que tengo me la hice antes de conocerte.
¾    No me refiero a la del hombro, que, por cierto, sigo sin saber cómo te la hiciste.
Hablaba del resto; y ni se te ocurra negarlas porque las acabo de tocar. De hecho no sabía si era real u otra pesadilla más hasta ahora.
No sé cómo responder a eso. Una de las cosas que más temía se está haciendo realidad. Tengo que dar explicaciones de algo que ni yo acepto de mí misma. No tengo ni idea de lo que decirle, teniendo en cuenta que piensa que mi vida ha sido ir de fiesta en fiesta y no de pelea en pelea.
Me es imposible sostenerle la mirada más de un par de segundos. Me doy la vuelta para poder respirar porque me falta el aire por mucho que hinche el pecho.
¿Y ahora qué voy a decirle? ¿Que se lo ha imaginado? No; no puedo negar nada y tengo que buscar alguna forma de explicárselo todo o alguna excusa que no resulte del todo alocada y, al menos, algo creíble.
    ¿No me vas a decir nada?
    ¿Tú…tú qué crees que he hecho hasta que nos encontramos? —consigo reunir el coraje para hablar.
    No te entiendo —parpadea claramente confuso.
    Responde. ¿Cómo crees que ha sido mi vida estos seis años? —insisto.
    Hasta toqué las cicatrices, pensé que como la de cualquier niña rica: viajando, gastando, levantándose todos los días con resaca y… un hombre distinto en la cama… —traga aire y baja un instante la cabeza para resurgir con un destello de orgullo en los ojos; agradezco que se haya vuelto a quitar las gafas.
    Pues te aseguro que no ha sido así. Vale, he estado viajando, pero no por placer precisamente. Me he dedicado a huir de los matones de tu padre. ¿Quieres saber cómo me las hice? Huyendo. Me dispararon, me persiguieron… Y si no llega a
ser por los guardaespaldas que tuve que contratar, podrían haber llegado más lejos.
Le he dejado sin palabras. Realmente no sabe cómo responder ante mis mentiras. Odio inventar más cosas, no hago sino complicarme la vida, tendré que acordarme de lo que dije en un momento de calentón, y nadie sabe mejor que yo lo difícil que es.
Reconozco esa mirada de confusión y cómo poco a poco comienza a comprender lo que digo, aunque sé que en el fondo se niega a aceptar que su padre no es el que pensaba. Sé que es difícil, también he pasado por eso, y no puedo ofrecer consuelo porque todavía no lo he aceptado, todo el rencor que sentí en un primer momento, ha ido creciendo como una bola de nieve y no creo que llegue a desaparecer nunca. Siento cierta compasión por él, ahora mismo es una versión de mí hace años, lleno de incredulidad y decepción. Qué doloroso es verte dañado por tus propios padres.
    Quieres…quieres decir que todo esto es culpa mía —parece bastante dolido.
    No, por supuesto que no. Te lo he contado porque no quiero secretos; ya tuve suficiente. Quiero que entiendas lo mucho que me cuesta volver contigo, sé que no tenías ni idea de nada, pero no puedo evitar que me inunde el recuerdo de todo por lo que pasé. Mira, déjalo, no sé de lo que hablo.
    No, no lo sabes. No tienes ni idea de quién es mi padre ni derecho a hablar así de él. Es un buen hombre, Alice.
    Un buen hombre que tenía atemorizado a su propio hijo; que mató a su mujer, a su primera nuera y casi lo consigue con la siguiente; por no mencionar a todas las personas que pisoteó por el camino.
    ¡Cállate! ¡No paras de mentir! ¡Es lo que llevas haciendo todo este tiempo!
    ¡Sabes de sobra que tengo razón, Alexander! ¡¿Sigues siendo tan estúpido como para creerte la historia de que tu madre te abandonó?! Una madre jamás deja a su hijo y no mira atrás. ¿Tampoco caes en que la gente que se entera de los chanchullos de tu padre acaba desapareciendo de repente? Yo no te dejé porque quería, sino porque estaba mi vida en peligro. Apuesto todo lo que tengo a que Sarah te amaba y a que tu madre luchó por estar a tu lado hasta su último aliento.
Si no quería ver su reacción ante la bofetada, sé de sobra que esta va a ser mucho peor, así que lo mejor será poner tierra de por medio. Doy gracias a lo que sea que le haya hecho querer que estuviéramos solos, porque cuando comienzo a correr —esta vez mirando al frente, lo prometo— nada me impide que continúe. Consigo pensar antes de llegar al piso franco y me desvío hacia otra casa, sería demasiado obvio dónde vivo y es lo último que quiero. Mucho menos ahora.
Me quedo sentada en un bordillo, oculta entre plantas, cerca de una hora, tanto para calmarme a mí misma como para asegurarme de que no me sigue nadie. Por esto, cuando llego a casa, mi compañera ya está dormida y no tengo que dar explicaciones, todavía tengo una noche para pensar en lo que hacer. Sabía que era una locura, ambos tenemos demasiado dolor dentro para que pueda salir bien, en las primeras horas ya hemos tenido una discusión cuyo resultado puede ser nefasto para mí, y creo que no sobreviviré a otra si continúo hablando mal de su padre, y conociéndome, esta no será la última vez que me vendrá el tema a la cabeza y no pueda retenerlo.
Lo que tengo claro es que en cuanto le diga a Amy todo lo que ha pasado, especialmente lo último, me llevará de vuelta a Los Ángeles de cualquier manera que sea necesaria.


viernes, 18 de marzo de 2016

Capítulo 10

No fácilmente, conseguimos pasar este incidente por alto y pasamos toda la información posible a las autoridades, tal y como nos han ordenado. Recalcan que si me quedo, no podrán garantizar mi seguridad, pero a decir verdad nunca podrían hacerlo, no en mi situación, así que me da lo mismo lo que puedan decir. Yo cuidaré de mí misma y Amy cubrirá mis espaldas, nada va a cambiar eso.
Pasados unos días, recibimos un chivatazo de que esta noche llegarán varios inmigrantes ilegales pasados por Moore y queremos comprobar el ambiente antes de recibirles, pues ir esta noche sería una locura, ahora que Moore conoce mi aspecto actual podría reconocerme y ser una catástrofe. Supongo que no es mala idea poner cámaras, tampoco perdemos mucho y, aunque las pruebas no fueran válidas, nos serviría para conocer su organización a la hora de recibir envíos, ya que además traerán droga. También existe la posibilidad de que tengan inhibidores, sin embargo, lo haremos igualmente aunque tenga que pagarlas de mi bolsillo.
Para pasar desapercibidas, vamos a la playa en bañador y vigilamos la zona por turnos, en busca de algún hombre de Moore o de cualquier cosa que se salga de lo normal. Hacemos doble función cuando nos sentamos en el que parece el bar más central de la playa, situado en la arena, separando la playa del paseo marítimo. Desde aquí las cámaras podrían grabar material bastante interesante, y nosotras mirar sin preocupaciones.
En el turno de Amy, me dedico a leer un artículo en el periódico que me parece bastante interesante. La verdad es que, aunque no quiera reconocerlo en voz alta, todo lo que tenga que ver con Nueva York me interesa, no deja de ser donde me crié y siempre habrá algo que me una a ello. Y más si se trata sobre la criminalidad y mencionan las bandas callejeras. Según los periodistas, hay un diez por ciento menos de conflictos desde que pusieron patrullas en los barrios con mayor índice de inmigración y arrestos por contrabando.
    Al, hazme el favor de mirar al frente. Madre mía —Amy comenta con ese tan familiar tono de cuando ve a alguien que le gusta.
    Límpiate la baba que te acabarás resbalando —respondo distraídamente mientras sigo leyendo; me pregunto si The Wolves continúa activa.
    Fíjate… Está saliendo del agua —insiste.
    ¿A qué estás, Amy? —consigue que aparte la vista del periódico para mirarla a ella— Se supone que deberías vigilar por si ves algo sospechoso.
    Y tú deberías quitarte eso —me señala el anillo. No quiero separarme de él, desde que pasó lo de Alexander me siento demasiado culpable respecto a David; siento que le estoy engañando—. Te estás arriesgando demasiado —no aparta la vista de quien sea que está mirando.
    Sé lo que me hago.
    ¿Seguro? Porque yo no lo creo —al fin obtengo su atención—. Creo que lo de la otra noche no se te quita de la cabeza, porque, por mucho que quieras negarlo, no has podido superarle; y, te sientes culpable por haberle besado o si no no te hubieras cogido la borrachera de tu vida.
    No sigo enamorada de él —protesto.
    Yo no he dicho nada de eso —me mira de reojo y no encuentro palabras para poder rebatirla—. Tú sola te delatas, Al.
    Nunca fuiste una gran mentirosa —suena una voz terriblemente familiar.
Él está de pie, detrás de mí y aún empapado, con una toalla sobre los hombros. El contraluz le destaca los músculos ya bastante definidos de por sí y los ojos azules en el rostro moreno. Tiene el pelo azabache repeinado hacia atrás y goteando. No hay duda de que era él de quien hablaba antes mi compañera, y estoy segura de que si lo hubiera sabido, me habría cogido de la mano y salido de aquí inmediatamente.
Ambas nos quedamos mirándole hasta que se digna a romper el silencio.
    Deberíamos hablar.
    No.
    Puedo hacer que vengas a la fuerza, Alice, pero pensé que esto sería mejor.
    No tengo nada que hablar contigo, Alexander.
    Vamos —me tiende la mano—. No nos moveremos de playa, tranquila.
    Contigo no puedo estarlo.
Me levanto y me aseguro de que el pareo que llevo me tape lo máximo posible: apenas alcanza para sujetarse en el pecho y llegar hasta el principio de los muslos. No me siento precisamente cómoda con tan poca ropa y él a mi lado, por no mencionar que hay cierta cicatriz que no quiero que vea y no he maquillado porque no me esperaba encontrármelo, ya que una del hombro ya me la ha visto, y espero que la otra tampoco llame demasiado la atención. Amy me echa una mirada de preocupación y me tiende la mano para mostrarme cierto apoyo y, conociéndola, quitarme el anillo. Curioso que después de hablarlo pueda meterme en problemas; quizá debería escucharla más a menudo. Sin embargo, se la rechazo, no quiero mostrar nada parecido a debilidad.
Comienzo a alejarme por la playa, con Alexander siguiéndome sin haberle dicho nada.
    ¿Te vas a quedar mucho en la ciudad? —habla cuando parece que tenemos algo de intimidad.
    ¿Por qué? ¿Te molesta? —respondo con rencor; no pienso actuar de ninguna manera, simplemente seré yo.
    Sí —es más cortante de lo que esperaba—. Bastante.
    Pues te aguantas —acelero el paso y me alcanza en un par de pasos.
    ¿Por qué lo haces tan difícil? —me retiene por el brazo y me separo bruscamente, el contacto con su piel me quema; todavía tengo que decidir si para bien o para mal.
    ¿El qué?
    Ahora debería quitarte de en medio —parece frustrado y trago saliva para intentar deshacer el nudo de la garganta—, pero, por muy mal que me trates, por mucho que te lo merezcas, sigo sin poder hacerlo.
    ¿Vas a matarme? ¿En serio serás capaz de dejar de ser un cobarde de una vez por todas? —no puedo evitar provocarle. Maldito miedo.
     ¿Ves? Por muchas ganas que tenga de hacerte pagar lo que acabas de decir, hay algo que me lo impide.
    Cobardía —vuelve a agarrarme por las muñecas, que las mantiene a ambos lados de mi cuerpo. Esta vez no puedo soltarme.
Siento su aliento cálido y su pecho subir y bajar por la furia contenida. Cierro el puño y no puedo evitar desafiarle con la mirada. Es una temeridad, lo sé, pero si juego bien mis cartas, puedo usar a mi favor lo que ha dicho de que no es capaz de hacerme daño, no obstante, todo tiene su límite, y no sé dónde está el suyo. De hecho creo que estoy muy cerca de colmar el vaso, y cuando se abalanza sobre mí creo que lo he explotado, no obstante, se lanza a mis labios. Consigo esquivarle en el último momento, mas insiste y pierdo el equilibrio al echarme hacia atrás, agarrándome de la cintura para que no me caiga. Me separo de él de un empujón y doy un par de pasos para alejarme, incluso me doy la vuelta para no tener que mirarle a la cara. Me mantengo así, en silencio hasta que consigo reunir el coraje suficiente para decir lo que llevo —las dos Alice que soy, más bien— dentro.
    Me hiciste daño, ¿sabes? —noto cómo se acerca.
    Tú empezaste ese juego. Me abandonaste. Te hiciste pasar por muerta para huir de mí.
    No te equivoques. Sabes de sobra que de quien huía no era de ti. Si no te dejaba me matarían, ¿qué quieres que hiciera? —le encaro.
    Contármelo, yo…
    Lo hice. Te lo dije y me respondiste que ojalá estuviera muerta. ¿Tienes idea de lo que me supuso? Estaba aterrorizada y eso, precisamente, era lo último que necesitaba.
    Pensaba que habías muerto. Le rebelaste secretos a la policía para…
    ¿En serio crees que si hubiera traicionado de verdad al imperio Moore estaría aquí? Tú mismo has visto lo que les hacen a los traidores. Yo sólo tenía miedo.
    ¿Y ahora? —se acerca más aún— ¿Me tienes miedo?
    Sí. Hace un minuto me has amenazado de muerte ¿cómo quieres que me sienta?
    No te voy a hacer nada, sólo… —se pone a la altura de mi cara. Se agacha hasta rozar nuestros labios y doy un respingo al sentir el fuego que me quema ahí donde él me toca.
    No…no quiero nada contigo —consigo decir.
    No parecía lo mismo la otra noche cuando casi me llevas a la cama —me echa en cara.
    No sabía que eras tú.
    Eso significa que me deseas. Y yo a ti también, Al. Sigo echando de menos tus caricias, tu boca, tu cuerpo… —intenta de nuevo agarrarme por la cintura.
    No me llames así. Así sólo me llaman los que quiero.
    ¿Entonces cómo?
    De ninguna manera. No quiero volver a verte, Alexander —por favor, que salga bien, es todo lo que pido.
    Pues te vas a aguantar, no pienso descansar hasta que seas mía. Me da igual si tengo que conseguirte a la fuerza. ¿Me oyes? La ciudad es mía, el estado es mío, puedo hacer que…
    ¿Qué? ¿Que me secuestren? Adelante, lo prefiero antes que se te ocurra … —ahora sí que no puedo evitarle.
La actitud arrogante se ha convertido en un beso del mismo estilo: duro y frío, aunque a la vez aviva la pequeña llama que había empezado a encenderse con el enfado. Es un torrente de emociones que nada tiene de parecido a la última vez, ahora una parte de mí quiere golpearle, pero la otra, la que siempre gana como lo está haciendo ahora, se rinde en sus brazos, que me rodean por completo y suben y bajan por mi espalda mientras lo único que puedo hacer es corresponderle con los labios, ya que ninguna otra parte de mi cuerpo responde, está demasiado ocupada luchando con mi cerebro.
Vuelvo a sentirme una idiota indefensa en sus brazos; no esa mujer que dicen que soy, que ha luchado tanto por la justicia y ha sido herida de todas las maneras posibles y aun así se ha levantado y ha plantado cara a la vida. Ahora es cuando me doy cuenta de que no soy tan fuerte como creía. No puedo siquiera rechazarle un beso si me lo pide —o roba— más de una vez.
Este pensamiento es el que hace que mi mente despierte y se rebele, empujándole con todas mis fuerzas, aunque lo poco que consigo es separarle apenas un paso, que incremento al retroceder.
    Ni…se te ocurra… volver…a hacer eso —digo entre dientes y con la voz entrecortada.
    ¿El qué? —me mira con malicia— ¿Esto? —de una zancada me tiene presa de nuevo, con una mano en mi cintura dejada al aire por el pareo mal colocado y otra en mi cuello, bajo mi melena rubia.
    Quita —protesto mientras forcejeo. Es mucho más fuerte de lo que parece.
    Dame una sola razón por la que no debemos acostarnos ahora mismo —me dice con una voz repugnantemente sensual.
    Porque yo lo digo —saco fuerzas y le doy una bofetada, haciendo que me suelte bruscamente.
Salgo corriendo al lugar donde dejé a Amy, tengo que salir de allí como sea, no quiero ver cómo le he enfadado, su reacción no será precisamente buena. Veo cómo se levanta al verme y lleva la mano por debajo de la mesa, donde estaban las pistolas escondidas. Echo un vistazo por detrás y veo que nadie me sigue. Al apartar la vista del camino, tropiezo con una silla mal colocada y caigo de bruces contra una mesa. Patético. No me da tiempo a frenar la caída con las manos y el golpe hace que pierda la consciencia.

Me despierto un par de horas después en casa y, tras explicarle brevemente lo que sucedió a Amy, seguimos con la investigación de Nathan y Lawler, ya que hemos comprobado que Moore se encarga por sí solo de encontrarme a mí. Por un motivo u otro mi cabeza nunca descansa, siempre tiene que dolerme por algo. Al parecer la mesa era maciza, y debo dar gracias por haber caído de frente, pues si me hubiera girado un poco podría haber sido mortal. Es alucinante cómo una tontería así puede acabar con alguien que lo ha sobrevivido casi todo tipo de heridas. Hubiera sido el peor final que me ocurre: muerte por estupidez extrema, se podría resumir, porque si no le hubiera dado la bofetada, no tendría que haber salido corriendo, y si hubiera mirado al frente, ahora no tendría este tremendo dolor de cabeza que sólo se calma con hielo en abundancia, lo que el clima no ayuda, ya que tengo que cambiarlo cada poco.
Me he fijado en que cada vez que salimos de casa siempre hay un par de hombres siguiéndonos; no siempre son los mismos, pero sí quien les envía. He acabado aprendiendo a ignorar su presencia, por muy nerviosa que me ponga.
Cerca de una semana después del encuentro accidentado con Alexander, recibo una llamada a primera hora de la mañana que me despierta. La noche anterior Amy me ha obligado a salir de casa y me ha llevado a un club donde, al menos, he recibido algo de información de los camellos sobre otro cargamento que iba a llegar en breve, ya que Alexander pareció cancelar el otro por haberse encontrado conmigo, cosa que veo sin sentido, pero no soy quién para opinar respecto el miedo o alertarse en demasía. Sólo espero que este envío se realice de verdad, a pesar de no saber dónde es; si nos mantenemos alerta podríamos ver cómo cambian las cosas con material nuevo. Nunca hay que desperdiciar información, por inútil que parezca.
Trasnochar no me sienta bien y, a pesar de no haber bebido —no está mal darle una tregua a mi hígado, pues desde que vinimos ha tenido que soportar más alcohol de lo que bebí en el tiempo que llevaba en Los Ángeles—, me duele la cabeza. Las noches en vela, bien pensando o intentando trabajar, junto a jaquecas posteriores se está convirtiendo en costumbre.
Para más inri, el maldito teléfono no para de sonar. He dejado que salte el contestador, pero parece que a quien sea que llame no le parece suficiente y continúa llamando. La segunda vez cuelgo el teléfono directamente. Seguro que la llamada es de la comisaría y ahora no tengo ganas de pensar, ni siquiera de seguir despierta; no obstante, a la tercera llamada comienzo a alarmarme me veo obligada a responder. Abro el cajón de la mesilla y contesto con la voz aún ronca.
    ¿Quién es?
    Mi amor, ¿ya ni siquiera me tienes en la agenda del teléfono?
    ¿Qué? —sigo algo confundida y me froto la cabeza para que empiece a correr la sangre como debe.
    ¿Tampoco reconoces mi voz? Esto ya es serio —una risa nerviosa le sucede.
Tengo que concentrarme para reconocer la voz, y no puedo evitar sentirme horrible cuando al fin lo consigo. Llevo tanto tiempo apartada del mundo que cualquier cosa fuera de Florida me parece a años luz, creo que con toda la gente que hemos conocido me resultaría difícil reconocer a mi propio prometido en persona, así que por teléfono es casi imposible. Casi.
    ¿David? ¿Qué haces llamándome? No puedes…
    Me da igual, llevo dos meses sin oír nada de ti y quiero hablar con mi futura esposa. Además, te echo de menos.
    ¿Dos meses? —me incorporo. No creo que haya pasado tanto tiempo.
    En realidad casi tres. Me dijiste que hablaríamos; y sigo esperando la llamada.
    Lo siento —parece que mi mente se despeja—. No me permiten el contacto con el exterior. David, estamos rompiendo las reglar, si me pillaran...
    Deja que yo me encargue de eso. Alice, tenemos que hablar de algo —esa frase nunca ha significado nada bueno—. La boda...
    Dijimos que lo retrasaríamos hasta que volviese.
    Lo sé; el problema es que no sabemos cuando va a ser eso, así que he pensado en mover un par de hilos para que te un par de días libres para casarnos. Algo rápido e íntimo será suficiente —me he quedado absolutamente en blanco—. Quiero convertirte en mi esposa lo más rápido posible, no soporto pensar en la cantidad de hombres que se te acercarán y... —toma aire—. Te quiero, y quiero que sepan que eres mía, que no tienen ninguna oportunidad, ¿verdad, Alice?
    Sí, claro —respondo aún confusa.
    Bien. Llamaré a...
    ¡No! Espera, David, no...no hagas nada. No debería siquiera estar hablando contigo, no haces más que empeorar la situación. Ten paciencia.
Cuelgo el teléfono aún algo confundida. No sé si estoy enfadada con él o simplemente abrumada por un futuro así: estable. Sí, sé que él me quiere, pero yo no estoy tan segura de poder corresponderle de la misma manera o intensidad.
No me gusta que a veces tenga ataques de furia, por ejemplo, temo por que algún día acabe haciéndome daño de verdad y, por mucho que sepa defenderme bien, no podría escapar fácilmente, pues es más fuerte que yo y está mejor entrenado. Hasta ahora, ha sabido controlarse y lo máximo que ha llegado a hacerme ha sido una magulladura en el brazo por agarrarme fuerte, pero en otras ocasiones ha podido pegarme y siempre ha bajado la mano. Esto me hace pensar en lo que hablé con Amy sobre Alexander; si por eso me dijo que hice bien en alejarme de él, no quiero saber cómo reaccionaría si supiese lo de David. Un ataque de celos lo tendría cualquiera en su situación, y la verdad es que ninguno controla bien su fuerza —espero por mi bien que Alexander haya aprendido—. Por supuesto no soy tan idiota como para decírselo y, a ojos del resto, somos una pareja perfecta; por muchas discusiones que tengamos y por muy poco que hayamos comenzado a hablar. Lo cierto es que la mayoría del tiempo que estábamos juntos —que no es mucho— lo pasamos en la cama. Al final estaba convirtiéndose en algo tedioso y, en el fondo, agradezco este trago de aire fresco que me ha proporcionado alejarme de él. Por supuesto, una vez pasado lo último con Moore, no estoy tan segura de que me vaya a venir bien tanto espacio, ya que el único hombre que ha cruzado mi mente y ha tenido la osadía de quedarse por un buen rato ha sido Alexander Moore.
De repente, parece como si despertara de un sueño cuando la luz de mediodía me da en la cara y me obliga a cerrar los ojos para acostumbrarme poco a poco. Al abrirlos, parpadeo varias veces y descubro que Amy ha sido quien ha corrido las cortinas del cuarto y ahora me mira atentamente. Creo que debería prestar más atención a mi alrededor, centrarme en lo que he venido a hacer de una manera objetiva.
    ¿Te encuentras bien?
    No estoy segura —tiro el teléfono a la cama—. Me vuelve a doler la cabeza.
    ¿Por quién? —mira el teléfono.
    Nadie importante.
Sé de sobra que no se lo cree, pero doy gracias a que no insiste en preguntar. Me recojo el pelo en una coleta, y al pasar la mano por el lugar donde me di el golpe el otro día se me escapa una mueca; todavía lo tengo algo hinchado y me molesta. Mi compañera se interesa por el golpe y se sienta a mi lado; ha venido para decirme algo, seguro, pero parece que mi salud es más importante para ella, aunque conociéndome, no me vendría mal que alguien estuviera pendiente de eso por mí, ya que la mayoría de las veces la ignoro hasta que surge un problema demasiado grave como para ocultarlo.
    ¿No te parece raro que Moore no te haya intentado secuestrar ni nada de eso?
    Un poco, pero nos está vigilando, así que vendrá cuando quiera. ¿Por qué?
    Dijo que «Se aseguraría de que estuvieras bien» —imita una voz grave.
    ¿Qué? ¿Cuándo?
    El otro día en la playa, cuando caíste inconsciente. Vio que no te movías y vino corriendo a tomarte el pulso, todavía me duele el empujón para apartarme.  Cuando vio que seguías viva, se levantó y se fue. Sin más. Fue muy raro, primero vienes huyendo y luego él se desespera así.
    No creo que estuviera desesperado, Amy, no intentes hacerlo más dramático.
    Tú no le viste, créeme. ¿Volviste a besarle? —me mira de reojo.
    ¡Claro que no!
    ¿Seguro? Alice, mírame.
    Le di una bofetada —insisto.
    ¿Y antes de eso?
    Fue él quien me besó —admito al fin—, yo no hice nada.
    Lo sabía. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Y si...
    Amy, me duele la cabeza, tengo hambre, y me siento horrible, por lo que comprenderás que no tengo ganas de pensar —interrumpo con voz cansada— Ahora deja que coma un poco antes de irme.
    Hoy no tenemos que ir a ningún lado, tranquila.
    Yo sí —me levanto—. Estoy cansada de esperar a que él haga algo, quiero acabar cuanto antes con esto y volver a mi casa.
    ¿Ha pasado algo? —Amy me mira de reojo mientras caliento en el microondas un trozo de pizza de hace dos días.
    David me ha llamado —comento mientras miro cómo da vueltas el plato.
    ¿Cómo? —me gira por los hombros.
    Dijo que movería hilos para que nos casáramos cuanto antes y no sé qué cosas más. No sé, hay algo mal en esto, en casarme —aclaro, casi para mí misma.
    Es un buen tío, con buen sueldo, y te quiere. ¿Qué más quieres?

    Sentir algo por él. 

viernes, 11 de marzo de 2016

Capítulo 9

Pasa un mes bastante aburrido que se resume en ir a diario a los sitios que se supone suele frecuentar, pero ni Amy ni yo le vemos por ningún lado. Por suerte, hemos recibido luz verde para colaborar en una comisaría cerca de aquí, les echamos una mano con los casos que no están acostumbrados, algún asesinato que se salga de un ajuste de cuentas se les hace cuesta arriba, al menos con nosotras, aunque sea de manera extraoficial, pueden resolver alguno más. Para justificarnos, la Agencia les comunicó que éramos del FBI y que necesitábamos ponernos en forma, pero al estar en una misión independiente, no obedeceremos sus órdenes, y, en resumen, haremos lo que nos dé la gana, aunque por supuesto lo dijeron con otras muchas palabras técnicas que no recuerdo ni tengo intención de ello.
Nos acostumbramos rápido, tanto a eso como a la vida de lujo, al menos trabajar en otra cosa nos ayuda a despejarnos. Sin embargo, tampoco es una mala vida ir de aquí para allá derrochando dinero, Amy lo está disfrutando especialmente. Es ella quien me está ayudando con todo, las relaciones públicas nunca han sido lo mío, mientras que ella parece estar más cómoda que nunca. Cada una lo vive a su manera, supongo. En algunos clubs que se cree que son de Moore, hemos conocido a algunos hijos de empresarios y nuevos ricos que nos han invitado a una fiesta de máscaras. Yo no quería venir, pero Amy ha insistido tanto en que puede ser una buena oportunidad para encontrarle que no he tenido más remedio que aceptar, es verdad que siendo gente que se deja más del sueldo en su club la posibilidad de que él también esté invitado es bastante grande, aunque sea sólo como medio para un trato especial. Pero nada de eso significa que yo vaya a estar cómoda.
    Sigo sin saber qué hacemos aquí.
    Es una fiesta de ricos. Tú eres rica y yo me aprovecho —me recuerda mi compañera—. Mira ése —señala a un hombre con esmoquin y máscara negros y pajarita blanca a juego con su camisa—. Está muy pero que muy bien.
    Cállate, Amy. Se supone que estamos por trabajo.
    Por supuesto. Y ahora tú y yo vamos a buscar a un…informante. Hay que aprovechar ese vestido ¿no?
    Ten cuidado —le paro cogiéndola por el brazo.
    Pues ven y cúbreme.
    No puedo —levanto la mano para que vea el anillo.
    Tampoco te estoy pidiendo que te los lleves a la cama, Al. Sólo sé amable y quizá podamos conseguir algo. Y hazme el favor de quitártelo.
Se zafa de mí y empieza a hablar con un grupo de hombres unos metros más allá. Después de reír un rato, viene hasta mí sin apartar la mirada en el que se ha fijado antes. Es bastante ancho de espaldas y mucho más elegante que el resto, supongo que será por la forma de moverse, sobria y tranquila entre la gente, sin apenas pararse en ningún grupo, tan sólo paseándose por la sala y deteniéndose de vez en cuando para observar.
Está aparentemente solo, aunque si te fijas un par de trajeados le siguen sin interferir, disimuladamente. Mientras, yo me dedico a observar los movimientos de la gente desde una zona apartada de la enorme sala de baile.
    Le he perdido de vista —de repente, el hombre desaparece entre la multitud.
    ¿A quién? —finjo no saber de lo que habla.
    Al de antes —estira el cuello—. Bah, ya le encontraré. Por cierto, los de allí me han dicho que quieren conocerte y…
    Me temo que tendrá que esperar —una voz grave interviene.
El hombre que ha hablado es el mismo de antes, frente a mí esta vez, clavando sus ojos cristalinos en los míos. El pelo, algo largo y negro como el carbón, apenas se le mueve cuando se inclina para susurrarme al oído. Noto su cuerpo, grande y fuerte, rozándome y provocando un ligero escalofrío que recorre la tela de mi ajustado vestido negro.
    Baila conmigo —no suena como una pregunta.
    ¿Vas a saber? —hay algo en él que me atrae, que hace que mi característica valentía suicida vuelva.
    Compruébalo.
Se separa y me tiende la mano con una sonrisa de suficiencia. La acepto, ya sin el anillo —Amy se ha encargado de quitármelo sin que nadie excepto nosotras lo notásemos—, y me lleva al centro de la sala. Su caminar es tan elegante que parece flotar sobre el suelo. Hace una seña al que se encarga de la música y desliza mi mano por su pecho hasta posarla en su hombro. Lleva la otra mano a lo largo de mi costado, rodeándome la cintura y apretándome contra él cuando suenan los primeros acordes.
    ¿Tango? —alzo una ceja a pesar de que el antifaz casi me las tapa por completo.
    ¿Demasiado complicado para ti? —entrelaza los dedos sin reparo.
    Será mejor que me agarres fuerte —se me escapa una ligera sonrisa.
Sin apartar la vista de sus hipnotizantes ojos, comenzamos a movernos por el círculo que ha formado el resto de asistentes. Me dejo guiar en cada paso por el atractivo extraño. El tango siempre se ha considerado uno de los bailes más sensuales, incluso llegó a estar prohibido, pero nosotros lo llevamos a varios niveles más allá: alargamos los instantes de contacto cuanto nos permite la música, nos acercamos más de lo debido, ampliamos las zonas donde nuestras pieles se rozan e inventamos pasos cuando creemos que no hemos sentido lo suficiente el calor del otro. Es como si hablásemos con la mirada, como si nos conociésemos muy bien de antes.
La magia que hemos creado a nuestro alrededor continúa a pesar de que la música cese. El cosquilleo que sentía antes se intensifica, sobre todo en los labios y por donde me tiene sujeta con fuerza. Lentamente, suelta mi muslo, obligándome a bajar la pierna —gracias a la apertura que tiene el vestido he podido moverme con facilidad y él tocarme de igual manera— de nuevo al suelo. El mundo a nuestro alrededor no existe, al igual que mi razón, que ha quedado anulada por los impulsos que ahora controlan mi cuerpo. Por ello es porque intento parar el cosquilleo de mis labios y saciar mi sed con los suyos. Acepta el beso con generosidad y se entrega tanto como yo, sorprendentemente. Todo ello no hace más que hacerme desear más y más y no poder ser capaz de soltarlo. No soporto la idea de separarme de él y no sentir sus labios sobre los míos. Me abraza por la cintura, clavándome después los dedos en las caderas. Lo curioso es que no me duele, sino aprecio cada detalle de posesión.
Entonces, cuando más a gusto me siento desde hace meses incluso, cuando abrazo esa sensación de familiaridad que me ofrece su boca, el odioso teléfono nos interrumpe. Lo cojo de la funda del muslo:
    Te llamo más tarde —cuelgo y vuelvo a prestarle atención a mi compañero de baile—. Ya lo apago.
    ¿Quién era? —se interesa.
    Ni idea —nos sonreímos ampliamente—. Estoy ocupada —le rodeo el cuello con los brazos.
    Yo también —me acaricia.
Tras aceptar un tierno beso en los labios me lleva a través de la sala hasta el vestíbulo de los ascensores mientras admiro su forma de moverse: elegante e intimidatoria a la vez. Pero, ¿qué estoy haciendo? Se supone que soy adulta, que no me dejo llevar por los impulsos así. Se supone. Llevo mucho tiempo conteniéndome, y creo que esto ha sido la gota que colmaba el vaso. No todo será trabajo, he de descansar alguna vez.
Volvemos a clavar la mirada el uno en la del otro. No entiendo por qué estoy haciendo esto o por qué me resulta tan cómoda su presencia o incluso su contacto. Me abraza de nuevo y esta vez le beso yo. La pasión de antes ha dado lugar a un extraño cariño, como si fuésemos viejos amantes, pues sus ojos me dicen más de lo que jamás podrían las palabras. No me siento dueña de mi cuerpo, ni siquiera apenas controlo algunas acciones. Parece como si estuviera en una especie de sueño agradable del que ni puedo, ni quiero despertar.
Él pasa un dedo por el contorno de mi cara; después, dibuja mis labios con delicadeza y murmura:
    Increíble… ¿Puedo verte? —alza ligeramente la voz para que pueda oírle bien mientras roza mi máscara.
    Si me dices que no va a acabar aquí.
    ¿Quién ha dicho nada de que acabe? —me sonríe y con otro beso me quita el antifaz— Eres tan…
    ¿Rubia? —nos reímos.
    Perfecta.
Se inclina y en el instante antes de que volvamos a fundirnos en uno, alguien me tocael brazo llamando mi atención.
    Al, tienes que ayudarme —Amy me tiende el bolso donde llevo la pistola.
    ¿Al? —me mira de reojo— ¿Te llamas Allison?
    Alice —le corrijo—. Alice Du…
    No puede ser… —dice para sí mismo.
Da un par de pasos hacia atrás y se quita la máscara, aparentemente para ver mejor. Al reconocer su cara, yo también retrocedo, chocándome contra la pared. Es mucho más atractivo y guapo en persona que en las fotos, sin duda. Ahora entiendo todo: la familiaridad, la calma, el deseo, esa conexión… Tomo una profunda bocanada de aire mientras Alexander Moore sale prácticamente corriendo y se pierde entre el gentío.
    Alice, despierta —Amy me reclama—. Moore está aquí.
    Lo sé —no aparto la mirada de donde estaba hace un instante.
Echo un vistazo por donde se ha ido y me fijo de nuevo en mi compañera, que sigue mi mirada y comprende mis pensamientos más rápido de lo que pensaba. Intenta ir tras él, pero la agarro por el abrazo para detenerla.
    ¿Qué haces? Tenemos que seguirle —comienzo a negar con la cabeza—. No me digas que aún…
    Ya habrá desaparecido, y aunque lo encontremos, estaba rodeado de guardaespaldas armados, en cuanto nos acerquemos estaremos tiñendo el suelo.
    ¿Entonces qué hacemos?
    Esperar —me encojo de hombros.
    ¡No hay tiempo! Morirán más chicas, Al —añade por lo bajo.
Aunque no hayan aparecido los cuerpos de ninguna de las chicas a priori secuestradas, nosotros las hemos dado por muertas, ya que no ha habido ninguna señal de lo contrario: ni se han puesto en contacto con nadie ni hay rastro de actividad en sus cuentas, así que lo más probable es que hayan acabado en el mar. Sea lo que sea, el tiempo lo dirá, por el momento nosotras no podemos hacer nada.
    Eso no pasará.
    ¿Cómo lo sabes? Una vez que empiezan no pueden parar.
    No va a buscar sustituta teniendo la original.
    No lo permitiré. Alice, puede que seas especial, pero no inmortal. Te has reído en la cara de la muerte demasiadas veces y, sinceramente, no quiero se sea la definitiva a mi lado.
    Si le he controlado una vez, podré hacerlo otra —respondo fríamente.
    ¡Pero si ibas a acostarte con él sin siquiera saber quién era! Imagina lo que pasaría si estuvieseis juntos más de veinte minutos —me reprocha.
    Pasará lo que tenga que pasar —continúo con el mismo tono de voz.

Esa noche decidí dejar a un lado mis intentos por ser sana sin beber y entré en el primer club que había nada más salir de allí. A partir de eso no recuerdo mucho más, bebí más alcohol del que puedo contar, eso sí, y a fin de cuentas llegué a casa sana y salva; supongo que Amy, después de peinar la fiesta en vano, vino a por mí.
Me levanto con un tremendo dolor de cabeza por la resaca; de manera que me cuesta levantarme de la cama más de lo que planeaba. Ya me acuerdo por qué dije que jamás volvería a beber tanto. Me doy una ducha para calmar el dolor y me pongo unos pantalones de chándal anchos y una camiseta de tirantes antes de bajar al salón —las habitaciones están en la segunda planta de la casa— para beberme todo el agua que tenga al alcance; tengo la boca seca y necesito una aspirina de inmediato. Creo que hoy me tomaré el día libre, no puedo casi con mi cuerpo.
Encuentro a Amy, vestida con ropa de deporte, andando por el salón mientras habla por teléfono. Al menos hay alguien que intenta mantenerse en forma.
    Entonces… Sí, claro, es comprensible… Se lo diré… ¿Y yo?... ¿Se sabe algo más?... Está bien, me pondré en contacto en cuanto lo tenga controlado —asiente una vez más y cuelga el teléfono.
    ¿Problemas? —me intereso, con la mano en la cabeza.
    ¿Qué? —se gira— Ah, no. Bueno, sí.
    ¿En qué quedamos? —me acerco.
    Ha…ha pasado algo —comienza con cautela—. Verás, han aparecido…
    ¿Los cuerpos de las chicas? —digo con incredulidad.
    No, todavía no. En realidad, han sido un par de hombres. Uno en Los Ángeles y otro aquí.
    ¿Y? Ahora no podemos ayudarles con la investigación, tenemos otra…
    No nos querían para eso. Bueno, te quieren a ti; creen que podrías conocerles y… que puedes estar en peligro.
    Un poco tarde para eso ¿no? —me siento en el sofá con el ordenador sobre el regazo— Dime los nombres y echo un vistazo.
    Adam Lawler y Nathan Aldrich. Escucha, se lo han tomado muy en serio.
    Mi resaca también lo es y no me quejo —gruño mientras busco en la base de datos los nombres que me ha dado.
Al principio me cuesta reconocerlos, incluso tengo que buscarlos un par de veces más para asegurarme de quiénes son El tiempo ha pasado por ambos, y no de una manera gentil, prácticamente les ha dado un mazazo. Ambos están fichados por cuestiones de drogas, tanto posesión como tráfico, y me da muy mala espina.
    Les conozco. O conocía. Nathan era amigo de Moore, siempre estaban juntos —me echo el pelo nerviosamente hacia atrás—: Moore, Nate y Oli. Y el otro fue mi profesor. Me llevaba muy bien con él y algún día que otro me quedaba a charlar un rato en francés. Alexander casi le odiaba, pero no tiene sentido que les haya hecho nada. Los celos son poderosos, pero no tanto; y Nate era su amigo, quizá estaba metido con él en algo y acabó siendo un daño colateral.
    Esto lo explica —murmura y pregunto con la mirada—. Quieren que abandones.
    ¿Cómo? —alzo la voz ligeramente.
    El forense estima que Nathan fue asesinado esta madrugada; y Lawler apareció nada más llegar nosotras aquí; nos han llamado ahora porque han visto una coincidencia. Es el momento justo para huir.
    ¿En serio quieres irte ahora? Moore ya sabe que estoy aquí, sólo hay que esperar a que se ponga en contacto y podremos empezar de verdad.
    No, no quiero irme, por eso he conseguido una semana. Si no hay más asesinatos en ese tiempo, podemos quedarnos.
    Gracias —suspiro, eso es mejor que nada—. ¿Te han dicho cómo los asesinaron?
    Al, céntrate en qué hacer después de lo de ayer, no podemos ponernos a jugar a los detectives con algo que no nos incumbe.
    Me quieren sacar de aquí por eso, creo que sí me incumbe. Además, he tenido una idea.
    ¿Por qué cada vez que dices eso me tiemblan las piernas? —dice con un suspiro y sonrío ligeramente.
Admito que mis ideas no suelen ser muy normales, ni seguras, mas casi nunca fallan. Amy coge el ordenador y consulta unas cosas antes de empezar a hablar. Creo que lo mejor de estar en la CIA es tener autorización para casi prácticamente todo archivo clasificado. Demasiado poder en mis manos, me temo.
    ¿Te lo digo traducido? —no me gusta la jerga médica. Me trae malos recuerdos.
    Por favor.
    No es nada agradable… Al tal Alan le sacaron los ojos y le cortaron las orejas…antes de morir. Le abandonaron en la calle para que se desangrara.
    ¿Y Nate? —ignoro el escalofrío y me guardo mis pensamientos para el final.
    Dios… —agacha la cabeza y la aparta de la pantalla. Parece como si quisiera vomitar.
    ¿Estás bien? ¿Quieres algo?
    Dame un minuto —levanta la mano y toma aire. Le traigo un vaso de agua que acepta con una leve sonrisa de agradecimiento.
    ¿Mejor?
    Sí, sólo es que no deberían poner fotos en estas cosas —se termina el vaso de agua y lo dejo en la encimera de la cocina, conectada al salón en una misma sala—. A este le cortaron de pómulo a pómulo y le hicieron lo mismo que al otro. Lo encontraron degollado en un callejón. Supongo que tuvieron algo de compasión.
    Es justo lo que les hacían a los traidores con Ronald Moore —miro la pantalla; después de verlo en directo no impresiona tanto—. Depende de su tipo de traición, les mutilaban de una manera. Si se iban de la lengua, les hacían ‘la Sonrisa’; si veían lo que no debían, les ‘iluminaban’, consistía en quemarle los ojos con el reflejo del sol antes de sacárselos; si oían algo, escuchaban la ‘Balada del fin’, les reventaban los tímpanos con música y cortaban las orejas. Era un sádico poético, el hijo de puta, aunque hacían cosas peores.
    ¿Has visto cómo se hacía? —mi compañera muestra algo de...¿compasión?
    Un par de veces. Amy, con esto podemos definir por qué les mataron.
    Pongamos que sigues adelante con Moore y que te descubren. ¿Qué harían? ¿Te arrancarían el corazón o algo así? —parece escandalizada.

    Probablemente… —reflexiono, pensando en el tipo de traición que cometeré— Seguramente acabaría siendo un tronco sin corazón.