Pasa un mes bastante aburrido que se resume
en ir a diario a los sitios que se supone suele frecuentar, pero ni Amy ni yo
le vemos por ningún lado. Por suerte, hemos recibido luz verde para colaborar
en una comisaría cerca de aquí, les echamos una mano con los casos que no están
acostumbrados, algún asesinato que se salga de un ajuste de cuentas se les hace
cuesta arriba, al menos con nosotras, aunque sea de manera extraoficial, pueden
resolver alguno más. Para justificarnos, la Agencia les comunicó que éramos del
FBI y que necesitábamos ponernos en forma, pero al estar en una misión
independiente, no obedeceremos sus órdenes, y, en resumen, haremos lo que nos
dé la gana, aunque por supuesto lo dijeron con otras muchas palabras técnicas
que no recuerdo ni tengo intención de ello.
Nos acostumbramos rápido, tanto a eso como a la vida de
lujo, al menos trabajar en otra cosa nos ayuda a despejarnos. Sin embargo,
tampoco es una mala vida ir de aquí para allá derrochando dinero, Amy lo está
disfrutando especialmente. Es ella quien me está ayudando con todo, las
relaciones públicas nunca han sido lo mío, mientras que ella parece estar más
cómoda que nunca. Cada una lo vive a su manera, supongo. En algunos clubs que
se cree que son de Moore, hemos conocido a algunos hijos de empresarios y
nuevos ricos que nos han invitado a una fiesta de máscaras. Yo no quería venir,
pero Amy ha insistido tanto en que puede ser una buena oportunidad para
encontrarle que no he tenido más remedio que aceptar, es verdad que siendo
gente que se deja más del sueldo en su club la posibilidad de que él también
esté invitado es bastante grande, aunque sea sólo como medio para un trato
especial. Pero nada de eso significa que yo vaya a estar cómoda.
— Sigo
sin saber qué hacemos aquí.
— Es
una fiesta de ricos. Tú eres rica y yo me aprovecho —me recuerda mi compañera—.
Mira ése —señala a un hombre con esmoquin y máscara negros y pajarita blanca a
juego con su camisa—. Está muy pero que muy bien.
— Cállate,
Amy. Se supone que estamos por trabajo.
— Por
supuesto. Y ahora tú y yo vamos a buscar a un…informante. Hay que aprovechar
ese vestido ¿no?
— Ten
cuidado —le paro cogiéndola por el brazo.
— Pues
ven y cúbreme.
— No
puedo —levanto la mano para que vea el anillo.
— Tampoco
te estoy pidiendo que te los lleves a la cama, Al. Sólo sé amable y quizá
podamos conseguir algo. Y hazme el favor de quitártelo.
Se zafa de mí y empieza a hablar con un grupo de hombres
unos metros más allá. Después de reír un rato, viene hasta mí sin apartar la
mirada en el que se ha fijado antes. Es bastante ancho de espaldas y mucho más
elegante que el resto, supongo que será por la forma de moverse, sobria y
tranquila entre la gente, sin apenas pararse en ningún grupo, tan sólo
paseándose por la sala y deteniéndose de vez en cuando para observar.
Está aparentemente solo, aunque si te fijas un par de
trajeados le siguen sin interferir, disimuladamente. Mientras, yo me dedico a
observar los movimientos de la gente desde una zona apartada de la enorme sala
de baile.
— Le
he perdido de vista —de repente, el hombre desaparece entre la multitud.
— ¿A
quién? —finjo no saber de lo que habla.
— Al
de antes —estira el cuello—. Bah, ya le encontraré. Por cierto, los de allí me
han dicho que quieren conocerte y…
— Me
temo que tendrá que esperar —una voz grave interviene.
El hombre que ha hablado es el mismo de antes, frente a mí
esta vez, clavando sus ojos cristalinos en los míos. El pelo, algo largo y
negro como el carbón, apenas se le mueve cuando se inclina para susurrarme al
oído. Noto su cuerpo, grande y fuerte, rozándome y provocando un ligero
escalofrío que recorre la tela de mi ajustado vestido negro.
— Baila
conmigo —no suena como una pregunta.
— ¿Vas
a saber? —hay algo en él que me atrae, que hace que mi característica valentía
suicida vuelva.
— Compruébalo.
Se separa y me tiende la mano con una sonrisa de
suficiencia. La acepto, ya sin el anillo —Amy se ha encargado de quitármelo sin
que nadie excepto nosotras lo notásemos—, y me lleva al centro de la sala. Su
caminar es tan elegante que parece flotar sobre el suelo. Hace una seña al que
se encarga de la música y desliza mi mano por su pecho hasta posarla en su
hombro. Lleva la otra mano a lo largo de mi costado, rodeándome la cintura y
apretándome contra él cuando suenan los primeros acordes.
— ¿Tango?
—alzo una ceja a pesar de que el antifaz casi me las tapa por completo.
— ¿Demasiado
complicado para ti? —entrelaza los dedos sin reparo.
— Será
mejor que me agarres fuerte —se me escapa una ligera sonrisa.
Sin apartar la vista de sus hipnotizantes ojos, comenzamos a
movernos por el círculo que ha formado el resto de asistentes. Me dejo guiar en
cada paso por el atractivo extraño. El tango siempre se ha considerado uno de
los bailes más sensuales, incluso llegó a estar prohibido, pero nosotros lo
llevamos a varios niveles más allá: alargamos los instantes de contacto cuanto
nos permite la música, nos acercamos más de lo debido, ampliamos las zonas
donde nuestras pieles se rozan e inventamos pasos cuando creemos que no hemos
sentido lo suficiente el calor del otro. Es como si hablásemos con la mirada,
como si nos conociésemos muy bien de antes.
La magia que hemos creado a nuestro alrededor continúa a
pesar de que la música cese. El cosquilleo que sentía antes se intensifica,
sobre todo en los labios y por donde me tiene sujeta con fuerza. Lentamente,
suelta mi muslo, obligándome a bajar la pierna —gracias a la apertura que tiene
el vestido he podido moverme con facilidad y él tocarme de igual manera— de
nuevo al suelo. El mundo a nuestro alrededor no existe, al igual que mi razón,
que ha quedado anulada por los impulsos que ahora controlan mi cuerpo. Por ello
es porque intento parar el cosquilleo de mis labios y saciar mi sed con los suyos.
Acepta el beso con generosidad y se entrega tanto como yo, sorprendentemente.
Todo ello no hace más que hacerme desear más y más y no poder ser capaz de
soltarlo. No soporto la idea de separarme de él y no sentir sus labios sobre
los míos. Me abraza por la cintura, clavándome después los dedos en las
caderas. Lo curioso es que no me duele, sino aprecio cada detalle de posesión.
Entonces, cuando más a gusto me siento desde hace meses
incluso, cuando abrazo esa sensación de familiaridad que me ofrece su boca, el
odioso teléfono nos interrumpe. Lo cojo de la funda del muslo:
— Te
llamo más tarde —cuelgo y vuelvo a prestarle atención a mi compañero de baile—.
Ya lo apago.
— ¿Quién
era? —se interesa.
— Ni
idea —nos sonreímos ampliamente—. Estoy ocupada —le rodeo el cuello con los
brazos.
— Yo
también —me acaricia.
Tras aceptar un tierno beso en los labios me lleva a través
de la sala hasta el vestíbulo de los ascensores mientras admiro su forma de
moverse: elegante e intimidatoria a la vez. Pero, ¿qué estoy haciendo? Se
supone que soy adulta, que no me dejo llevar por los impulsos así. Se supone.
Llevo mucho tiempo conteniéndome, y creo que esto ha sido la gota que colmaba
el vaso. No todo será trabajo, he de descansar alguna vez.
Volvemos a clavar la mirada el uno en la del otro. No
entiendo por qué estoy haciendo esto o por qué me resulta tan cómoda su
presencia o incluso su contacto. Me abraza de nuevo y esta vez le beso yo. La
pasión de antes ha dado lugar a un extraño cariño, como si fuésemos viejos
amantes, pues sus ojos me dicen más de lo que jamás podrían las palabras. No me
siento dueña de mi cuerpo, ni siquiera apenas controlo algunas acciones. Parece
como si estuviera en una especie de sueño agradable del que ni puedo, ni quiero
despertar.
Él pasa un dedo por el contorno de mi cara; después, dibuja
mis labios con delicadeza y murmura:
— Increíble…
¿Puedo verte? —alza ligeramente la voz para que pueda oírle bien mientras roza
mi máscara.
— Si
me dices que no va a acabar aquí.
— ¿Quién
ha dicho nada de que acabe? —me sonríe y con otro beso me quita el antifaz—
Eres tan…
— ¿Rubia?
—nos reímos.
— Perfecta.
Se inclina y en el instante antes de que volvamos a
fundirnos en uno, alguien me tocael brazo llamando mi atención.
— Al,
tienes que ayudarme —Amy me tiende el bolso donde llevo la pistola.
— ¿Al?
—me mira de reojo— ¿Te llamas Allison?
— Alice
—le corrijo—. Alice Du…
— No
puede ser… —dice para sí mismo.
Da un par de pasos hacia atrás y se quita la máscara,
aparentemente para ver mejor. Al reconocer su cara, yo también retrocedo,
chocándome contra la pared. Es mucho más atractivo y guapo en persona que en
las fotos, sin duda. Ahora entiendo todo: la familiaridad, la calma, el deseo,
esa conexión… Tomo una profunda bocanada de aire mientras Alexander Moore sale
prácticamente corriendo y se pierde entre el gentío.
— Alice,
despierta —Amy me reclama—. Moore está aquí.
— Lo
sé —no aparto la mirada de donde estaba hace un instante.
Echo un vistazo por donde se ha ido y me fijo de nuevo en mi
compañera, que sigue mi mirada y comprende mis pensamientos más rápido de lo
que pensaba. Intenta ir tras él, pero la agarro por el abrazo para detenerla.
— ¿Qué
haces? Tenemos que seguirle —comienzo a negar con la cabeza—. No me digas que
aún…
— Ya
habrá desaparecido, y aunque lo encontremos, estaba rodeado de guardaespaldas
armados, en cuanto nos acerquemos estaremos tiñendo el suelo.
— ¿Entonces
qué hacemos?
— Esperar
—me encojo de hombros.
— ¡No
hay tiempo! Morirán más chicas, Al —añade por lo bajo.
Aunque no hayan aparecido los cuerpos de ninguna de las chicas
a priori secuestradas, nosotros las hemos dado por muertas, ya que no ha habido
ninguna señal de lo contrario: ni se han puesto en contacto con nadie ni hay
rastro de actividad en sus cuentas, así que lo más probable es que hayan
acabado en el mar. Sea lo que sea, el tiempo lo dirá, por el momento nosotras
no podemos hacer nada.
— Eso
no pasará.
— ¿Cómo
lo sabes? Una vez que empiezan no pueden parar.
— No
va a buscar sustituta teniendo la original.
— No
lo permitiré. Alice, puede que seas especial, pero no inmortal. Te has reído en
la cara de la muerte demasiadas veces y, sinceramente, no quiero se sea la
definitiva a mi lado.
— Si
le he controlado una vez, podré hacerlo otra —respondo fríamente.
— ¡Pero
si ibas a acostarte con él sin siquiera saber quién era! Imagina lo que pasaría
si estuvieseis juntos más de veinte minutos —me reprocha.
— Pasará
lo que tenga que pasar —continúo con el mismo tono de voz.
Esa noche decidí dejar a un lado mis intentos por ser sana
sin beber y entré en el primer club que había nada más salir de allí. A partir
de eso no recuerdo mucho más, bebí más alcohol del que puedo contar, eso sí, y
a fin de cuentas llegué a casa sana y salva; supongo que Amy, después de peinar
la fiesta en vano, vino a por mí.
Me levanto con un tremendo dolor de cabeza por la resaca; de
manera que me cuesta levantarme de la cama más de lo que planeaba. Ya me
acuerdo por qué dije que jamás volvería a beber tanto. Me doy una ducha para
calmar el dolor y me pongo unos pantalones de chándal anchos y una camiseta de
tirantes antes de bajar al salón —las habitaciones están en la segunda planta
de la casa— para beberme todo el agua que tenga al alcance; tengo la boca seca
y necesito una aspirina de inmediato. Creo que hoy me tomaré el día libre, no
puedo casi con mi cuerpo.
Encuentro a Amy, vestida con ropa de deporte, andando por el
salón mientras habla por teléfono. Al menos hay alguien que intenta mantenerse
en forma.
— Entonces…
Sí, claro, es comprensible… Se lo diré… ¿Y yo?... ¿Se sabe algo más?... Está
bien, me pondré en contacto en cuanto lo tenga controlado —asiente una vez más
y cuelga el teléfono.
— ¿Problemas?
—me intereso, con la mano en la cabeza.
— ¿Qué?
—se gira— Ah, no. Bueno, sí.
— ¿En
qué quedamos? —me acerco.
— Ha…ha
pasado algo —comienza con cautela—. Verás, han aparecido…
— ¿Los
cuerpos de las chicas? —digo con incredulidad.
— No,
todavía no. En realidad, han sido un par de hombres. Uno en Los Ángeles y otro
aquí.
— ¿Y?
Ahora no podemos ayudarles con la investigación, tenemos otra…
— No
nos querían para eso. Bueno, te quieren a ti; creen que podrías conocerles y…
que puedes estar en peligro.
— Un
poco tarde para eso ¿no? —me siento en el sofá con el ordenador sobre el
regazo— Dime los nombres y echo un vistazo.
— Adam Lawler y Nathan
Aldrich. Escucha, se lo han tomado muy en serio.
— Mi
resaca también lo es y no me quejo —gruño mientras busco en la base de datos
los nombres que me ha dado.
Al principio me cuesta reconocerlos, incluso tengo que
buscarlos un par de veces más para asegurarme de quiénes son El tiempo ha
pasado por ambos, y no de una manera gentil, prácticamente les ha dado un
mazazo. Ambos están fichados por cuestiones de drogas, tanto posesión como
tráfico, y me da muy mala espina.
— Les
conozco. O conocía. Nathan era amigo de Moore, siempre estaban juntos —me echo
el pelo nerviosamente hacia atrás—: Moore, Nate y Oli. Y el otro fue mi
profesor. Me llevaba muy bien con él y algún día que otro me quedaba a charlar
un rato en francés. Alexander casi le odiaba, pero no tiene sentido que les
haya hecho nada. Los celos son poderosos, pero no tanto; y Nate era su amigo,
quizá estaba metido con él en algo y acabó siendo un daño colateral.
— Esto
lo explica —murmura y pregunto con la mirada—. Quieren que abandones.
— ¿Cómo?
—alzo la voz ligeramente.
— El
forense estima que Nathan fue asesinado esta madrugada; y Lawler apareció nada
más llegar nosotras aquí; nos han llamado ahora porque han visto una
coincidencia. Es el momento justo para huir.
— ¿En
serio quieres irte ahora? Moore ya sabe que estoy aquí, sólo hay que esperar a
que se ponga en contacto y podremos empezar de verdad.
— No,
no quiero irme, por eso he conseguido una semana. Si no hay más asesinatos en
ese tiempo, podemos quedarnos.
— Gracias
—suspiro, eso es mejor que nada—. ¿Te han dicho cómo los asesinaron?
— Al,
céntrate en qué hacer después de lo de ayer, no podemos ponernos a jugar a los
detectives con algo que no nos incumbe.
— Me
quieren sacar de aquí por eso, creo que sí me incumbe. Además, he tenido una
idea.
— ¿Por
qué cada vez que dices eso me tiemblan las piernas? —dice con un suspiro y
sonrío ligeramente.
Admito que mis ideas no suelen ser muy normales, ni seguras,
mas casi nunca fallan. Amy coge el ordenador y consulta unas cosas antes de
empezar a hablar. Creo que lo mejor de estar en la CIA es tener autorización para
casi prácticamente todo archivo clasificado. Demasiado poder en mis manos, me
temo.
— ¿Te
lo digo traducido? —no me gusta la jerga médica. Me trae malos recuerdos.
— Por
favor.
— No
es nada agradable… Al tal Alan le sacaron los ojos y le cortaron las orejas…antes
de morir. Le abandonaron en la calle para que se desangrara.
— ¿Y
Nate? —ignoro el escalofrío y me guardo mis pensamientos para el final.
— Dios…
—agacha la cabeza y la aparta de la pantalla. Parece como si quisiera vomitar.
— ¿Estás
bien? ¿Quieres algo?
— Dame
un minuto —levanta la mano y toma aire. Le traigo un vaso de agua que acepta
con una leve sonrisa de agradecimiento.
— ¿Mejor?
— Sí,
sólo es que no deberían poner fotos en estas cosas —se termina el vaso de agua
y lo dejo en la encimera de la cocina, conectada al salón en una misma sala—. A
este le cortaron de pómulo a pómulo y le hicieron lo mismo que al otro. Lo
encontraron degollado en un callejón. Supongo que tuvieron algo de compasión.
— Es
justo lo que les hacían a los traidores con Ronald Moore —miro la pantalla; después
de verlo en directo no impresiona tanto—. Depende de su tipo de traición, les
mutilaban de una manera. Si se iban de la lengua, les hacían ‘la Sonrisa’; si
veían lo que no debían, les ‘iluminaban’, consistía en quemarle los ojos con el
reflejo del sol antes de sacárselos; si oían algo, escuchaban la ‘Balada del
fin’, les reventaban los tímpanos con música y cortaban las orejas. Era un
sádico poético, el hijo de puta, aunque hacían cosas peores.
— ¿Has
visto cómo se hacía? —mi compañera muestra algo de...¿compasión?
— Un
par de veces. Amy, con esto podemos definir por qué les mataron.
— Pongamos
que sigues adelante con Moore y que te descubren. ¿Qué harían? ¿Te arrancarían
el corazón o algo así? —parece escandalizada.
— Probablemente…
—reflexiono, pensando en el tipo de traición que cometeré— Seguramente acabaría
siendo un tronco sin corazón.
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