No fácilmente, conseguimos pasar este
incidente por alto y pasamos toda la información posible a las autoridades, tal
y como nos han ordenado. Recalcan que si me quedo, no podrán garantizar mi
seguridad, pero a decir verdad nunca podrían hacerlo, no en mi situación, así
que me da lo mismo lo que puedan decir. Yo cuidaré de mí misma y Amy cubrirá
mis espaldas, nada va a cambiar eso.
Pasados unos días, recibimos un chivatazo de que esta noche
llegarán varios inmigrantes ilegales pasados por Moore y queremos comprobar el
ambiente antes de recibirles, pues ir esta noche sería una locura, ahora que
Moore conoce mi aspecto actual podría reconocerme y ser una catástrofe. Supongo
que no es mala idea poner cámaras, tampoco perdemos mucho y, aunque las pruebas
no fueran válidas, nos serviría para conocer su organización a la hora de
recibir envíos, ya que además traerán droga. También existe la posibilidad de
que tengan inhibidores, sin embargo, lo haremos igualmente aunque tenga que
pagarlas de mi bolsillo.
Para pasar desapercibidas, vamos a la playa en bañador y
vigilamos la zona por turnos, en busca de algún hombre de Moore o de cualquier
cosa que se salga de lo normal. Hacemos doble función cuando nos sentamos en el
que parece el bar más central de la playa, situado en la arena, separando la
playa del paseo marítimo. Desde aquí las cámaras podrían grabar material
bastante interesante, y nosotras mirar sin preocupaciones.
En el turno de Amy, me dedico a leer un artículo en el
periódico que me parece bastante interesante. La verdad es que, aunque no
quiera reconocerlo en voz alta, todo lo que tenga que ver con Nueva York me
interesa, no deja de ser donde me crié y siempre habrá algo que me una a ello.
Y más si se trata sobre la criminalidad y mencionan las bandas callejeras.
Según los periodistas, hay un diez por ciento menos de conflictos desde que
pusieron patrullas en los barrios con mayor índice de inmigración y arrestos
por contrabando.
— Al,
hazme el favor de mirar al frente. Madre mía —Amy comenta con ese tan familiar
tono de cuando ve a alguien que le gusta.
— Límpiate
la baba que te acabarás resbalando —respondo distraídamente mientras sigo
leyendo; me pregunto si The Wolves continúa activa.
— Fíjate…
Está saliendo del agua —insiste.
— ¿A
qué estás, Amy? —consigue que aparte la vista del periódico para mirarla a ella—
Se supone que deberías vigilar por si ves algo sospechoso.
— Y
tú deberías quitarte eso —me señala el anillo. No quiero separarme de él, desde
que pasó lo de Alexander me siento demasiado culpable respecto a David; siento
que le estoy engañando—. Te estás arriesgando demasiado —no aparta la vista de
quien sea que está mirando.
— Sé
lo que me hago.
— ¿Seguro?
Porque yo no lo creo —al fin obtengo su atención—. Creo que lo de la otra noche
no se te quita de la cabeza, porque, por mucho que quieras negarlo, no has
podido superarle; y, te sientes culpable por haberle besado o si no no te
hubieras cogido la borrachera de tu vida.
— No
sigo enamorada de él —protesto.
— Yo
no he dicho nada de eso —me mira de reojo y no encuentro palabras para poder
rebatirla—. Tú sola te delatas, Al.
— Nunca
fuiste una gran mentirosa —suena una voz terriblemente familiar.
Él está de pie, detrás de mí y aún empapado, con una toalla sobre
los hombros. El contraluz le destaca los músculos ya bastante definidos de por
sí y los ojos azules en el rostro moreno. Tiene el pelo azabache repeinado
hacia atrás y goteando. No hay duda de que era él de quien hablaba antes mi
compañera, y estoy segura de que si lo hubiera sabido, me habría cogido de la
mano y salido de aquí inmediatamente.
Ambas nos quedamos mirándole hasta que se digna a romper el
silencio.
— Deberíamos
hablar.
— No.
— Puedo
hacer que vengas a la fuerza, Alice, pero pensé que esto sería mejor.
— No
tengo nada que hablar contigo, Alexander.
— Vamos
—me tiende la mano—. No nos moveremos de playa, tranquila.
— Contigo
no puedo estarlo.
Me levanto y me aseguro de que el pareo que llevo me tape lo
máximo posible: apenas alcanza para sujetarse en el pecho y llegar hasta el
principio de los muslos. No me siento precisamente cómoda con tan poca ropa y
él a mi lado, por no mencionar que hay cierta cicatriz que no quiero que vea y
no he maquillado porque no me esperaba encontrármelo, ya que una del hombro ya
me la ha visto, y espero que la otra tampoco llame demasiado la atención. Amy
me echa una mirada de preocupación y me tiende la mano para mostrarme cierto
apoyo y, conociéndola, quitarme el anillo. Curioso que después de hablarlo
pueda meterme en problemas; quizá debería escucharla más a menudo. Sin embargo,
se la rechazo, no quiero mostrar nada parecido a debilidad.
Comienzo a alejarme por la playa, con Alexander siguiéndome
sin haberle dicho nada.
— ¿Te
vas a quedar mucho en la ciudad? —habla cuando parece que tenemos algo de
intimidad.
— ¿Por
qué? ¿Te molesta? —respondo con rencor; no pienso actuar de ninguna manera,
simplemente seré yo.
— Sí
—es más cortante de lo que esperaba—. Bastante.
— Pues
te aguantas —acelero el paso y me alcanza en un par de pasos.
— ¿Por
qué lo haces tan difícil? —me retiene por el brazo y me separo bruscamente, el
contacto con su piel me quema; todavía tengo que decidir si para bien o para
mal.
— ¿El
qué?
— Ahora
debería quitarte de en medio —parece frustrado y trago saliva para intentar
deshacer el nudo de la garganta—, pero, por muy mal que me trates, por mucho
que te lo merezcas, sigo sin poder hacerlo.
— ¿Vas
a matarme? ¿En serio serás capaz de dejar de ser un cobarde de una vez por
todas? —no puedo evitar provocarle. Maldito miedo.
— ¿Ves? Por muchas ganas que tenga de hacerte
pagar lo que acabas de decir, hay algo que me lo impide.
— Cobardía
—vuelve a agarrarme por las muñecas, que las mantiene a ambos lados de mi
cuerpo. Esta vez no puedo soltarme.
Siento su aliento cálido y su pecho subir y bajar por la
furia contenida. Cierro el puño y no puedo evitar desafiarle con la mirada. Es
una temeridad, lo sé, pero si juego bien mis cartas, puedo usar a mi favor lo
que ha dicho de que no es capaz de hacerme daño, no obstante, todo tiene su
límite, y no sé dónde está el suyo. De hecho creo que estoy muy cerca de colmar
el vaso, y cuando se abalanza sobre mí creo que lo he explotado, no obstante,
se lanza a mis labios. Consigo esquivarle en el último momento, mas insiste y
pierdo el equilibrio al echarme hacia atrás, agarrándome de la cintura para que
no me caiga. Me separo de él de un empujón y doy un par de pasos para alejarme,
incluso me doy la vuelta para no tener que mirarle a la cara. Me mantengo así,
en silencio hasta que consigo reunir el coraje suficiente para decir lo que
llevo —las dos Alice que soy, más bien— dentro.
— Me
hiciste daño, ¿sabes? —noto cómo se acerca.
— Tú
empezaste ese juego. Me abandonaste. Te hiciste pasar por muerta para huir de
mí.
— No
te equivoques. Sabes de sobra que de quien huía no era de ti. Si no te dejaba
me matarían, ¿qué quieres que hiciera? —le encaro.
— Contármelo,
yo…
— Lo
hice. Te lo dije y me respondiste que ojalá estuviera muerta. ¿Tienes idea de
lo que me supuso? Estaba aterrorizada y eso, precisamente, era lo último que
necesitaba.
— Pensaba
que habías muerto. Le rebelaste secretos a la policía para…
— ¿En
serio crees que si hubiera traicionado de verdad al imperio Moore estaría aquí?
Tú mismo has visto lo que les hacen a los traidores. Yo sólo tenía miedo.
— ¿Y
ahora? —se acerca más aún— ¿Me tienes miedo?
— Sí.
Hace un minuto me has amenazado de muerte ¿cómo quieres que me sienta?
— No
te voy a hacer nada, sólo… —se pone a la altura de mi cara. Se agacha hasta
rozar nuestros labios y doy un respingo al sentir el fuego que me quema ahí
donde él me toca.
— No…no
quiero nada contigo —consigo decir.
— No
parecía lo mismo la otra noche cuando casi me llevas a la cama —me echa en
cara.
— No
sabía que eras tú.
— Eso
significa que me deseas. Y yo a ti también, Al. Sigo echando de menos tus
caricias, tu boca, tu cuerpo… —intenta de nuevo agarrarme por la cintura.
— No
me llames así. Así sólo me llaman los que quiero.
— ¿Entonces
cómo?
— De
ninguna manera. No quiero volver a verte, Alexander —por favor, que salga bien,
es todo lo que pido.
— Pues
te vas a aguantar, no pienso descansar hasta que seas mía. Me da igual si tengo
que conseguirte a la fuerza. ¿Me oyes? La ciudad es mía, el estado es mío,
puedo hacer que…
— ¿Qué?
¿Que me secuestren? Adelante, lo prefiero antes que se te ocurra … —ahora sí
que no puedo evitarle.
La actitud arrogante se ha convertido en un beso del mismo
estilo: duro y frío, aunque a la vez aviva la pequeña llama que había empezado
a encenderse con el enfado. Es un torrente de emociones que nada tiene de
parecido a la última vez, ahora una parte de mí quiere golpearle, pero la otra,
la que siempre gana como lo está haciendo ahora, se rinde en sus brazos, que me
rodean por completo y suben y bajan por mi espalda mientras lo único que puedo
hacer es corresponderle con los labios, ya que ninguna otra parte de mi cuerpo
responde, está demasiado ocupada luchando con mi cerebro.
Vuelvo a sentirme una idiota indefensa en sus brazos; no esa
mujer que dicen que soy, que ha luchado tanto por la justicia y ha sido herida
de todas las maneras posibles y aun así se ha levantado y ha plantado cara a la
vida. Ahora es cuando me doy cuenta de que no soy tan fuerte como creía. No
puedo siquiera rechazarle un beso si me lo pide —o roba— más de una vez.
Este pensamiento es el que hace que mi mente despierte y se
rebele, empujándole con todas mis fuerzas, aunque lo poco que consigo es
separarle apenas un paso, que incremento al retroceder.
— Ni…se
te ocurra… volver…a hacer eso —digo entre dientes y con la voz entrecortada.
— ¿El
qué? —me mira con malicia— ¿Esto? —de una zancada me tiene presa de nuevo, con
una mano en mi cintura dejada al aire por el pareo mal colocado y otra en mi
cuello, bajo mi melena rubia.
— Quita
—protesto mientras forcejeo. Es mucho más fuerte de lo que parece.
— Dame
una sola razón por la que no debemos acostarnos ahora mismo —me dice con una
voz repugnantemente sensual.
— Porque
yo lo digo —saco fuerzas y le doy una bofetada, haciendo que me suelte
bruscamente.
Salgo corriendo al lugar donde dejé a Amy, tengo que salir
de allí como sea, no quiero ver cómo le he enfadado, su reacción no será
precisamente buena. Veo cómo se levanta al verme y lleva la mano por debajo de
la mesa, donde estaban las pistolas escondidas. Echo un vistazo por detrás y
veo que nadie me sigue. Al apartar la vista del camino, tropiezo con una silla
mal colocada y caigo de bruces contra una mesa. Patético. No me da tiempo a
frenar la caída con las manos y el golpe hace que pierda la consciencia.
Me despierto un par de horas después en casa y, tras
explicarle brevemente lo que sucedió a Amy, seguimos con la investigación de
Nathan y Lawler, ya que hemos comprobado que Moore se encarga por sí solo de
encontrarme a mí. Por un motivo u otro mi cabeza nunca descansa, siempre tiene
que dolerme por algo. Al parecer la mesa era maciza, y debo dar gracias por
haber caído de frente, pues si me hubiera girado un poco podría haber sido
mortal. Es alucinante cómo una tontería así puede acabar con alguien que lo ha
sobrevivido casi todo tipo de heridas. Hubiera sido el peor final que me
ocurre: muerte por estupidez extrema, se podría resumir, porque si no le
hubiera dado la bofetada, no tendría que haber salido corriendo, y si hubiera
mirado al frente, ahora no tendría este tremendo dolor de cabeza que sólo se
calma con hielo en abundancia, lo que el clima no ayuda, ya que tengo que
cambiarlo cada poco.
Me he fijado en que cada vez que salimos de casa siempre hay
un par de hombres siguiéndonos; no siempre son los mismos, pero sí quien les
envía. He acabado aprendiendo a ignorar su presencia, por muy nerviosa que me
ponga.
Cerca de una semana después del encuentro accidentado con
Alexander, recibo una llamada a primera hora de la mañana que me despierta. La
noche anterior Amy me ha obligado a salir de casa y me ha llevado a un club
donde, al menos, he recibido algo de información de los camellos sobre otro
cargamento que iba a llegar en breve, ya que Alexander pareció cancelar el otro
por haberse encontrado conmigo, cosa que veo sin sentido, pero no soy quién
para opinar respecto el miedo o alertarse en demasía. Sólo espero que este
envío se realice de verdad, a pesar de no saber dónde es; si nos mantenemos
alerta podríamos ver cómo cambian las cosas con material nuevo. Nunca hay que
desperdiciar información, por inútil que parezca.
Trasnochar no me sienta bien y, a pesar de no haber bebido
—no está mal darle una tregua a mi hígado, pues desde que vinimos ha tenido que
soportar más alcohol de lo que bebí en el tiempo que llevaba en Los Ángeles—,
me duele la cabeza. Las noches en vela, bien pensando o intentando trabajar,
junto a jaquecas posteriores se está convirtiendo en costumbre.
Para más inri, el maldito teléfono no para de sonar. He
dejado que salte el contestador, pero parece que a quien sea que llame no le
parece suficiente y continúa llamando. La segunda vez cuelgo el teléfono directamente.
Seguro que la llamada es de la comisaría y ahora no tengo ganas de pensar, ni
siquiera de seguir despierta; no obstante, a la tercera llamada comienzo a
alarmarme me veo obligada a responder. Abro el cajón de la mesilla y contesto
con la voz aún ronca.
— ¿Quién
es?
— Mi
amor, ¿ya ni siquiera me tienes en la agenda del teléfono?
— ¿Qué?
—sigo algo confundida y me froto la cabeza para que empiece a correr la sangre
como debe.
— ¿Tampoco
reconoces mi voz? Esto ya es serio —una risa nerviosa le sucede.
Tengo que concentrarme para reconocer la voz, y no puedo
evitar sentirme horrible cuando al fin lo consigo. Llevo tanto tiempo apartada
del mundo que cualquier cosa fuera de Florida me parece a años luz, creo que
con toda la gente que hemos conocido me resultaría difícil reconocer a mi
propio prometido en persona, así que por teléfono es casi imposible. Casi.
— ¿David?
¿Qué haces llamándome? No puedes…
— Me
da igual, llevo dos meses sin oír nada de ti y quiero hablar con mi futura
esposa. Además, te echo de menos.
— ¿Dos
meses? —me incorporo. No creo que haya pasado tanto tiempo.
— En
realidad casi tres. Me dijiste que hablaríamos; y sigo esperando la llamada.
— Lo
siento —parece que mi mente se despeja—. No me permiten el contacto con el
exterior. David, estamos rompiendo las reglar, si me pillaran...
— Deja
que yo me encargue de eso. Alice, tenemos que hablar de algo —esa frase nunca
ha significado nada bueno—. La boda...
— Dijimos
que lo retrasaríamos hasta que volviese.
— Lo
sé; el problema es que no sabemos cuando va a ser eso, así que he pensado en
mover un par de hilos para que te un par de días libres para casarnos. Algo
rápido e íntimo será suficiente —me he quedado absolutamente en blanco—. Quiero
convertirte en mi esposa lo más rápido posible, no soporto pensar en la
cantidad de hombres que se te acercarán y... —toma aire—. Te quiero, y quiero
que sepan que eres mía, que no tienen ninguna oportunidad, ¿verdad, Alice?
— Sí,
claro —respondo aún confusa.
— Bien.
Llamaré a...
— ¡No!
Espera, David, no...no hagas nada. No debería siquiera estar hablando contigo,
no haces más que empeorar la situación. Ten paciencia.
Cuelgo el teléfono aún algo confundida. No sé si estoy enfadada
con él o simplemente abrumada por un futuro así: estable. Sí, sé que él me
quiere, pero yo no estoy tan segura de poder corresponderle de la misma manera
o intensidad.
No me gusta que a veces tenga ataques de furia, por ejemplo,
temo por que algún día acabe haciéndome daño de verdad y, por mucho que sepa
defenderme bien, no podría escapar fácilmente, pues es más fuerte que yo y está
mejor entrenado. Hasta ahora, ha sabido controlarse y lo máximo que ha llegado
a hacerme ha sido una magulladura en el brazo por agarrarme fuerte, pero en
otras ocasiones ha podido pegarme y siempre ha bajado la mano. Esto me hace
pensar en lo que hablé con Amy sobre Alexander; si por eso me dijo que hice
bien en alejarme de él, no quiero saber cómo reaccionaría si supiese lo de
David. Un ataque de celos lo tendría cualquiera en su situación, y la verdad es
que ninguno controla bien su fuerza —espero por mi bien que Alexander haya
aprendido—. Por supuesto no soy tan idiota como para decírselo y, a ojos del
resto, somos una pareja perfecta; por muchas discusiones que tengamos y por muy
poco que hayamos comenzado a hablar. Lo cierto es que la mayoría del tiempo que
estábamos juntos —que no es mucho— lo pasamos en la cama. Al final estaba
convirtiéndose en algo tedioso y, en el fondo, agradezco este trago de aire
fresco que me ha proporcionado alejarme de él. Por supuesto, una vez pasado lo
último con Moore, no estoy tan segura de que me vaya a venir bien tanto
espacio, ya que el único hombre que ha cruzado mi mente y ha tenido la osadía
de quedarse por un buen rato ha sido Alexander Moore.
De repente, parece como si despertara de un sueño cuando la
luz de mediodía me da en la cara y me obliga a cerrar los ojos para
acostumbrarme poco a poco. Al abrirlos, parpadeo varias veces y descubro que
Amy ha sido quien ha corrido las cortinas del cuarto y ahora me mira
atentamente. Creo que debería prestar más atención a mi alrededor, centrarme en
lo que he venido a hacer de una manera objetiva.
— ¿Te
encuentras bien?
— No
estoy segura —tiro el teléfono a la cama—. Me vuelve a doler la cabeza.
— ¿Por
quién? —mira el teléfono.
— Nadie
importante.
Sé de sobra que no se lo cree, pero doy gracias a que no
insiste en preguntar. Me recojo el pelo en una coleta, y al pasar la mano por
el lugar donde me di el golpe el otro día se me escapa una mueca; todavía lo
tengo algo hinchado y me molesta. Mi compañera se interesa por el golpe y se
sienta a mi lado; ha venido para decirme algo, seguro, pero parece que mi salud
es más importante para ella, aunque conociéndome, no me vendría mal que alguien
estuviera pendiente de eso por mí, ya que la mayoría de las veces la ignoro
hasta que surge un problema demasiado grave como para ocultarlo.
— ¿No
te parece raro que Moore no te haya intentado secuestrar ni nada de eso?
— Un
poco, pero nos está vigilando, así que vendrá cuando quiera. ¿Por qué?
— Dijo
que «Se aseguraría de que estuvieras bien» —imita una voz grave.
— ¿Qué?
¿Cuándo?
— El
otro día en la playa, cuando caíste inconsciente. Vio que no te movías y vino
corriendo a tomarte el pulso, todavía me duele el empujón para apartarme. Cuando vio que seguías viva, se levantó y se
fue. Sin más. Fue muy raro, primero vienes huyendo y luego él se desespera así.
— No
creo que estuviera desesperado, Amy, no intentes hacerlo más dramático.
— Tú
no le viste, créeme. ¿Volviste a besarle? —me mira de reojo.
— ¡Claro
que no!
— ¿Seguro?
Alice, mírame.
— Le
di una bofetada —insisto.
— ¿Y
antes de eso?
— Fue
él quien me besó —admito al fin—, yo no hice nada.
— Lo
sabía. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Y si...
— Amy,
me duele la cabeza, tengo hambre, y me siento horrible, por lo que comprenderás
que no tengo ganas de pensar —interrumpo con voz cansada— Ahora deja que coma
un poco antes de irme.
— Hoy
no tenemos que ir a ningún lado, tranquila.
— Yo
sí —me levanto—. Estoy cansada de esperar a que él haga algo, quiero acabar
cuanto antes con esto y volver a mi casa.
— ¿Ha
pasado algo? —Amy me mira de reojo mientras caliento en el microondas un trozo
de pizza de hace dos días.
— David
me ha llamado —comento mientras miro cómo da vueltas el plato.
— ¿Cómo?
—me gira por los hombros.
— Dijo
que movería hilos para que nos casáramos cuanto antes y no sé qué cosas más. No
sé, hay algo mal en esto, en casarme —aclaro, casi para mí misma.
— Es
un buen tío, con buen sueldo, y te quiere. ¿Qué más quieres?
— Sentir
algo por él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario