Translate

jueves, 30 de junio de 2016

Capítulo 25

Al despertarme, encuentro el otro lado de la cama vacío, pero no la habitación. Hay una mujer de avanzada edad y con rasgos latinos mirándome desde la puerta. Agarro la sábana lo más rápido que puedo para taparme, avergonzada. En realidad no sé exactamente por qué, si ha podido mirarme todo el tiempo que haya querido cuando estaba dormida, sin embargo, la sensación de desnudez frente a alguien desconocido nunca es ni mucho menos agradable.
    El señor se encuentra ocupado y me dijo que la acompañara a la salida.
    Mmm…gracias —digo con la boca pastosa—. ¿Podría esperarme fuera?
La mujer asiente y me deja sola. En el fondo temía que ocurriera esto, que me despachara como una chica más, o peor, que ni siquiera lo hiciera él. Pero no puede ser cierto, ha debido ocurrir algo; él no haría eso, no conmigo después de lo que pasó la noche anterior. Aunque odie decirlo, confío en él.
De todas formas, no avanzo nada quedándome aquí, así que me visto con la ropa de anoche y comienzo a mirar en los cajones en busca de alguna prueba, estoy segura de que debe haber algo decente a lo que pueda hacerle una foto, eso será suficiente para aceptarlo como prueba en un juicio. Prefiero no pensarlo demasiado, mi deber es hacer esto, meterle en la cárcel, pero aunque sé que se lo merece porque es un criminal, me temo que por ser quien es, le aumentarán la condena y no será justo.
Desecho las ideas de mi cabeza rápidamente, eso no es de mi incumbencia; de hecho debería intentar que estuviera encerrado el máximo tiempo posible, pues acabará sabiendo que fui yo quien le traicionó, y cuanto más tiempo fuera de combate, mayor distancia podré poner entre ambos. Puede que esta noche haya sido mejor de lo que hubiera llegado a imaginar, a pesar del estado de ambos, magullados y alterados por los sucesos, rabiosos y llenos de pasión y desesperación.
Sólo me da tiempo a inspeccionar las mesillas de noche, no obstante, están tan vacías como el resto de la casa; no hay nada que pueda ser útil para la investigación. Antes he mirado en la otra habitación colindante, que resulta ser un vestidor, tal y como me temía, lleno de trajes, a cual más caro y de mejor calidad; hay algunos hechos a medida, incluso —según las etiquetas—. Es demasiado grande para encargarme de él ahora, así que lo dejaré para otra ocasión. Sólo espero que ocurra.
Revisando por segunda vez la mesilla —tiene que haber algo, un doble fondo, por ejemplo; lo más lógico sería que guardara un arma, a fin de cuentas es un mafioso—, me veo interrumpida por el sonido de la puerta, abriéndose de repente, con la mujer de antes en el umbral, mirándome con ojos interrogantes al darme la vuelta para encararla.
    Buscaba mi colgante —sonrío y me levanto tras arrancármelo y tirarlo bajo la cama; al menos era barato—. ¿Podría decirle a Alexander que me lo dé si lo encuentra?
    Claro, señorita. Por aquí —me indica el camino y la sigo sin perder detalle.
No consigo ver más de la casa que lo que me enseñó ayer Paul, tampoco es que influya demasiado que sea de día, porque entra tanta luz que casi me ciega. Sin embargo, lo que consigo distinguir mejor no da una sensación hogareña ni nada por el estilo, sino de seriedad y dinero, la misma que él a primera vista.
Una conversación, o más bien unas voces, me sacan de mis pensamientos y no puedo evitar prestar atención.
    … No me importan, no son rentables. Habría que tener gente allí y apenas venderíamos —es una voz de hombre, seria y segura.
     Pero si lo conseguimos será más fácil acceder a Nueva York. A demás, es zona de universidades —esa era la voz de Alexander.
Escucharlo me hace parar de inmediato, pero la mujer que me acompaña tira de mi brazo. No pienso moverme, necesito atender a esa reunión, seguramente sean asuntos de trabajo, los cuales me interesan casi más a mí que a ellos.  
    Los universitarios no tienen dinero casi ni para vivir; menos para la fiesta.
    ¿Has estado en la universidad? Allí hay una fiesta diaria como mínimo, y te aseguro que no saben lo que toman. Es de una calidad pésima. Podemos rebajar costes en la fabricación a la mitad y seguirá siendo mejor.
    ¿Sabes cuál es tu problema, Moore? Que piensas en pequeño.
    ¿Controlar Florida te parece pequeño? ¿Querer toda la costa este te parece poco?
    Hay que controlar primero las grandes ciudades y luego ir a por el resto. Hay que ponerlo de moda. La gente hará lo que los ricos hagan. Nueva York es la clave. Es una clientela selecta, sabe lo que quiere y no habrá problemas de dinero.
    Coincido en eso.
Todos se giran para mirarme. He conseguido escaparme de la mujer y entrar en la habitación. No había ningún tipo de seguridad, ni siquiera una puerta cerrada. Están reunidos en sofás alrededor de una mesa pequeña con papeles sobre ella, de entre los que distingo un mapa del país con ciertas zonas coloreadas. No pasa desapercibido que son las que ya controlan el negocio, porque tanto como Florida, como Illinois tienen cado uno un color diferente. Y sé de buena mano que ambos estados tienen mafias que controlan el mundo de las drogas. Y quizá de algo más.
Son en total cuatro hombres reunidos contando con Alexander. Todos ellos con traje perfectamente arreglado y de mediana edad. A pesar de que a Alex le superan como mínimo en veinte años, está completamente cómodo en esa situación y no parece importarle ni lo más mínimo. Sin embargo, a pesar del respeto que se nota a simple vista que le tienen, también es apreciable que no están cómodos codeándose con alguien tan joven y que les supera en varios aspectos. Es carismático, conoce perfectamente el mundo donde se mueve, es capaz de darle lo que quieren tanto a los jóvenes como a los viejos clientes, es ambicioso, capaz de pensar cada movimiento antes de realizarlo para que le salga a la perfección y rara vez se equivoca.
Todas las miradas me inspeccionan de arriba abajo, incluidas mis piernas, pero da lo mismo, por suerte o por desgracia ya estoy acostumbrándome a ese tipo de miradas. El caso es que no apartan los ojos de mí, y Alex acaba incomodándose con la situación, también porque no le gusta no saber lo que ocurre y está claramente confuso.
    Pero la idea de Moore es mejor. Es preferible tomar la mayor cantidad de territorio posible antes de intentar ir a por mí —improviso, en lo que sólo se podría definir como un ataque de locura o una idea igual de peligrosa.
    ¿A por ti? —uno de los hombres habla.
Tiene el pelo blanco, la piel rojiza y es algo obeso. La camisa le resalta la barriga, y su cara redonda parece de un cerdo. No parece ni de lejos lo peligroso que es. Lo reconozco por las fichas de la policía. Es uno de los Grady, una familia que lleva el norte del país y que se asegura de no dejar cabos sueltos. Eran los más violentos incluso cuando Ronald Moore estaba en la calle, así que no me quiero imaginar cómo serán ahora. Tiene los ojos pequeños y claros, como pequeñas canicas que me analizan más que ningún otro en la sala, y eso ya es decir con Alexander aquí.
    ¿Tú quién eres?
    Moore, explica la presencia de ella aquí.
Los dos que han hablado son los encargados de Texas y Nuevo México y del resto de la parte norte que no está ocupada por los Grady, los Cacciatore y los Hayes, respectivamente. Los Cacciatore tienen ascendencia italiana y, aunque no son tan peligrosos, son mucho más astutos y llevan en el país desde que comenzó la ley seca. De hecho, eran fieles a Al Capone, por lo que siempre han estado esperando su oportunidad. Cuando metí a Moore Sr. en la cárcel parecía que al fin podrían ascender, pero pronto apareció Alexander y no les gusta estar detrás de un crío, como ellos consideran. Tiene los rasgos característicos de sus orígenes: piel olivácea, pelo oscuro y ojos grandes; sin embargo el otro tiene el pelo rubio oscuro y los ojos casi negros. De ese no sé mucho excepto que empezó siendo un don nadie en la calle y que nadie se explica cómo ha podido ascender hasta codearse con gente tan importante. Yo sí, lo he vivido en Harlem, he visto cómo chicos de instituto se compraban coches deportivos e incluso yo misma tenía mis propios ahorros bastante sustanciales; sólo hay que ser un poco amplio de miras y lo mínimamente inteligente para que no te maten por el camino. Y esos son precisamente los más peligrosos, porque han pasado por cosas complicadas y saben lo que se sufre estando en la calle.
    Me temo que él no sabe nada.
    Perdone señor, yo… —aparece la señora de antes con la cabeza gacha. Él la hace callar con un gesto de la mano.
    Soy Alice Du’Fromagge. Mi zona es desde Nueva York hasta Maine, así que espero que considere de nuevo la idea de intentar quitarme lo que es mío. Porque no saldrá bien para ninguno de los dos. Especialmente para usted —respondo a Hayes.
    ¿Tienes una idea de quién soy, niña insolente? —me mira con ojos enfurecidos.
    No soy una niña, Hayes —no se sorprende que conozca quién es.
    Eso ya lo vemos —Grady sigue sin apartar la atención de mí.
Moore le dirige una mirada intimidatoria. Ahora es cuando me doy cuenta de que quizá no vaya adecuadamente vestida para una reunión así o para que me tomen en serio. La ropa que cogí rápidamente —pantalones vaqueros por la mitad del muslo, sandalias planas y una blusa con la espalda al aire y sin mangas color salmón— estaba pensada para ir por la calle, no para asistir a una reunión con mis principales objetivos desde que entré al FBI hace seis años —cinco sin contar cuando estuve con Moore.
Empiezo a sentirme incómoda y con un movimiento sutil coloco el pelo sobre mi pecho, dejando más espalda para ver, incluyendo el tatuaje, pero menos parte delantera.
    Moore, ¿estás tratando con ella? —le interroga Cacciatore.
    Estoy de paso. Quiero ir a Europa y me dijeron que el que regentaba Florida era el mejor del país. A excepción de mí, claro. No me vendría mal un buen socio en la zona sur.
    Es la primera noticia que oigo de que Nueva York tiene dueño —Hayes desconfía de mí.
    Prefiero el anonimato. Es más seguro, menos policía incordiando, ya sabéis.
    Siéntate entonces y explícanos cómo lo conseguiste—me invita con un desafío—. Es una de las ciudades más importantes del mundo, y tú no tienes pinta de estar en el negocio. Yo diría que eres de las que consumen.
    Je suis venu à parler des affaires, non pour raconter ma vie aux gens que je connais veux connaître (he venido a hablar de negocios, no para contar mi vida a gente que ni conozco ni quiero conocer) —respondo en un perfecto francés.
Estoy segura de que no me han entendido por las caras que se les quedan, sin embargo, un arrebato de furia en mi propio idioma resulta bastante creíble en el perfil que quiero que tengan de mí. Tranquila pero peligrosa, que sabe de lo de los demás tanto como de lo suyo, que no se preocupa de controlar sus impulsos, sean buenos o malos.
Veo cómo Alex reprime una pequeña sonrisa. Siempre le ha gustado que hable en francés, y hacía demasiado que no me oía en mi lengua ‘materna’.
Temía que el acento sonara demasiado forzado, así que me estoy dando cuenta de que ha sido mejor idea de lo que me ha parecido en un principio.
    Habla en nuestro idioma, niña. ¿Qué pasaría si yo ahora me pusiera a hablar en italiano? —Cacciatore me regaña.
    Che potremmo avere una conversazione interessante, ma temo che non si arriva al mio livello (Que podríamos tener una conversación interesante, pero me temo que no llega a mi nivel) —la verdad es que es bastante divertido dejarles con la boca abierta.
He tenido unos años para aprender idiomas mientras estaba en el FBI, lo que me ayudó para entrar en la CIA y para entender algunos documentos antiguos de la famosa Cosa Nostra siciliana. Años atrás sólo se comunicaban en ese idioma, es por eso que resultaba mucho más difícil cogerles, porque había que buscar a alguien que supiera el idioma y que se atreviera a ir en contra de ellos. Y no era tarea fácil. El que más se me resistió era el ruso, sobre todo la escritura. La pronunciación es grave y fuerte, todo lo contrario que el francés. Sin embargo, creo que podría manejarme en una conversación abierta sin demasiados problemas. Debería haber aprendido más, pero con este último alcancé mi tope, me cansé y me di por satisfecha.
Cacciatore me dirige una mirada bastante amenazadora que recibe la respuesta de una sonrisa burlona de mi parte y más estupefacción por el lado del resto menos de Alexander, que no puede evitar reírse. Él no sabe italiano, pero se figura lo que le he podido decir y que no era nada bueno. Aunque lo mejor es que Cacciatore, a pesar de presumir de sus orígenes, no sabe lo más básico como el idioma.
    ¿Qué ha dicho? —Grady mira a su compañero italiano y después a Moore.
    Primero que no quiere nada con vosotros. Y luego ha puesto en su sitio a Oliver —responde Alex— Qu'est-ce que tu fais? Je ne peux pas te protéger si toi même es, celui celui qui se met dans un danger (¿Qué estás haciendo? No puedo protegerte si eres tú misma la que se pone en peligro) —está algo oxidado, pero tampoco es que tenga demasiadas oportunidades de practicar aquí.
Ahora que nos hemos asegurado que ellos no nos entienden, podemos relajarnos un poco para aclarar lo que está ocurriendo. Y no le vendrá mal recordar el idioma, nunca se sabe lo que depara el futuro.
    Aider. S'ils croient cela, tu as une route libre pour obtenir ce que tu veux (Ayudar. Si se creen esto, tienes vía libre para conseguir lo que quieres).
    Ce que je veux consiste en ce que tu es à sauf, pas cela (Lo que quiero es que estés a salvo, no esto).
    Mais aussi New York. Il a confiance en moi, je sais ce que je me fais. Je peux les manier.  (Pero también Nueva York. Confía en mí, sé lo que me hago. Puedo manejarlos).
    Je leur dirai qu'ils partent, mais aussitôt que nous sommes seuls je veux que tu me l'expliques (Les diré que se vayan, pero en cuanto estemos solos quiero que me lo expliques).
    Un traitement fait (Trato hecho).
    Caballeros, se da por concluida nuestra reunión. El tema a tratar con ella es más urgente, así que en cuanto llegue a un acuerdo me pondré en contacto con ustedes y se lo comunicaré.
    No. Lo que quiera hablar que lo haga delante de nosotros. Y en nuestro idioma —protesta Hayes.
    Si queremos acceder a Europa, ella es nuestra llave —me mira de reojo—. Y no hay trato a no ser que lo hable exclusivamente conmigo.
    Podemos llegar por nuestros propios medios.
    Y esperar ¿cuánto? ¿Años? No pienso perder tiempo. Y ahora u os vais por vuestro propio pie o hago que salgáis a la fuerza.
    Esto es inaceptable —comienzan a decir, casi a coro.
A pesar de las protestas, se levantan y comienzan a salir con un enfado más que notable. Este es el momento en el que más observada me siento, pero en esta ocasión es con desprecio, y también sé que están intentando recordar cada detalle mío para un futuro. Antes de que se vayan los tres, Hayes se detiene a hablar a Alexander; aunque le hable en voz baja, consigo oírle.
    Como averigüe que todo esto es una farsa, lo vas a pagar muy caro, Moore. Y tu amiguita también.
No le da la oportunidad de contestar y se va con el resto. Definitivamente él es el más peligroso, y al primero que tengo que parar. Sobre todo para garantizarnos cierta seguridad, porque si encuentra el más mínimo error no dudará en acabar con los dos.
En cuanto parece que se alejan, comienzo a hablar de lo que se supone que deberíamos, intentando mantener mi nueva tapadera lo más cercana a la realidad posible:
    Lo primero es tener en cuenta que la colaboración Miami-Nueva York es esencial. Yo me encargaría de la salida, eso es fácil, pero necesitaría gente que ayudara a la llegada. Lo más fácil sería España, pero precisamente por eso hay más controles, así que la otra opción…
    No puedes irrumpir en medio de una reunión con esa gente y pretender mentirles a la cara como si nada —me interrumpe cuando ya están fuera, alzando la voz—. Son gente muy peligrosa, Alice. Si te descubren…
    Me matarán, lo sé. Sé cómo va.
    No, no tienes ni idea. Si murieras… Yo… —se para para coger aire— Alice, esto es demasiado. No puedo ponerte en peligro así. Tienes que marcharte. Cambia de aspecto, ve a Latinoamérica, piérdete por Europa, lo que sea, pero…
    Espera espera espera. Dime que no me estás echando.
    Te estoy poniendo a salvo.
    No me lo puedo creer… ¡Ni siquiera me has dejado explicarme!
    ¡Porque no quiero oírlo! ¡Porque estoy seguro de que me convencerás de cualquier locura a la primera de cambio!
    ¡No es ninguna locura! Si confiaras en mí…
    ¡Te prefiero lejos de mí y viva, a muerta a mi lado!
    ¡Ocultarse no es vivir!
    ¡Basta ya! ¿No entiendes que hago todo esto porque te quiero, porque eres lo único que de verdad me importa?
Ya está. Ya lo ha dicho. Apenas se da cuenta de ello hasta que ha salido por su boca y me he callado para asimilarlo. Está siendo tremendamente egoísta, pero quiero pensar que lo hace porque no quiere que continúe con la vida que he llevado de dolor, tal y como ha visto reflejado en las cicatrices. Aun así, no me ha quitado tener que cambiar mi aspecto, huir de ciertas zonas, dejar de hacer algunas cosas… Bien por peligro, por miedo, o por los recuerdos que me traían y que me hacían daño. Reconozco que estoy en desventaja con él, yo no sé cómo ha sido su vida hasta llegar aquí, pero no es muy difícil de deducir que nada fácil o tranquila. No obstante, eso no le da derecho a decidir por mi vida; ya hemos tenido esta discusión demasiadas veces en muy poco tiempo.
Los gritos han atraído a un par de sirvientas que se esconden tras una pared y a un hombre, seguramente un encargado de la seguridad de su jefe, con la mano metida en la chaqueta, agarrando una pistola que no veo pero sí intuyo.
Alex está sudando y su pecho sube y baja rápidamente por la alteración del momento. Yo estoy en la misma situación, mi mente no sabe en qué pensar. No sabe si centrarse en el enfado por la falta de libertad o si pasarle el testigo al corazón y que él se encargue de mis actos a continuación.
    ¿Se encuentra bien, jefe? —dice el hombre que ha entrado hace un momento.
    Sí, vete ya, no necesito a nadie. A nadie —repite, esta vez mirando a las mujeres ocultas que es obvio no lo estaban tanto.
De nuevo solos, nos medimos con la mirada. Quizá se arrepiente de lo que ha dicho, pero no reacciona para nada más que mirarme. Al fin decido tomar las riendas.
    ¿Estás bien? —la voz me sale más dulce de lo que pretendía.
    ¿No me has oído antes? —me responde con tono brusco.
    Vale. Ya me voy, no te preocupes —repongo del mismo estilo; comienzo a marcharme, pero me doy la vuelta, aún dolida por su actitud—. Por cierto, si encuentras mi colgante, mándamelo a Latinoamérica, o a Europa, o mejor, al cementerio, para ahorrar tiempo.
    ¿Por qué eres así, Alice? ¿Por qué…?

    ¿Por qué qué? ¿Por qué quiero vivir? Porque he pasado los últimos seis años de mi vida huyendo, y prefiero morir a pasar un día más así.

viernes, 24 de junio de 2016

Capítulo 24

Me despierto al sentir una mano rodearme la cintura; al abrir los ojos veo a Alexander intentando cogerme en volandas, pero me deshago de él.
¾    No quería despertarte —dice al moverme—. Ven, te llevaré a una cama —me tiende la mano.
¾    ¿Vienes conmigo? —salgo del coche por mi cuenta.
¾    Ojalá —fuerza una sonrisa—. Tengo que ocuparme de unos asuntos.
¾    ¿Puedo saber qué te atrae más que yo? —le cojo por la corbata.
¾    Alice, no me hagas esto —mira un momento al cielo y me agarra la mano para que pare—. Ven conmigo. Si te sientes con fuerzas, claro.
¾    ¿Estás seguro?
Me da una intensa mirada, que no puedo interpretar, no sé si por el cansancio, luz o simplemente ni siquiera él sabe lo que sentir o pensar. Tomo aire y le agarro del brazo para sujetarme y que me guíe, todavía estoy algo desorientada y no quiero caerme.
Unos segundos de intensas miradas más hacen que pegue su cuerpo contra el mío y me bese suavemente mientras me acaricia el cuello y la mejilla. Las pupilas tapan casi por completo el iris, haciendo desaparecer el azul y dándole un toque siniestro, sin embargo, todo el resto de él es extremadamente dulce. Me coge de la mano y nos adelantamos para entrar en la casa, que de frente deja mucho que desear. Parece un bloque gigante de hormigón blanco con un espacio para dejar el coche a un lado y una hendidura por la que entrar. A pesar de ello, está rodeada de jardines que le dan un toque de color, y aunque me parece inteligente que no tenga ventanas por seguridad, hay cerca de una decena de guardias rondando, lo que da bastante miedo. Definitivamente, si alguien intentara colarse, no superaría los primeros diez metros de camino pavimentado, pues por supuesto van armados hasta los dientes.
La entrada se ilumina en cuanto ponemos el primer pie, y continúa con el efecto frío del exterior. Es una casa completamente hecha a su medida. Aunque es de dos plantas, arriba no hay techo, es un espacio completamente diáfano, al igual que las paredes, que a excepción de alguna que está revestida de madera para darle un muy ligero toque acogedor, son de cristal. Esto de verdad me sorprende, aunque si pienso en la ''transparencia absoluta'' en la que tanto insistía su padre, no es tan extraño que lo haya aplicado a cada aspecto de su vida. Me lleva a la derecha, donde hay una sala cuyos cristales tienen pegatinas que hacen que no se pueda ver nada desde fuera. Alex abre la puerta conmigo detrás y la cierra el hombre que nos ha traído en coche. Dentro hay una mesa rectangular con hombres a ambos lados, mirándonos con atención —especialmente a mí. Les conozco como los jefes del Estado, sé que hay uno por cada distrito, pero nunca les había visto en persona y mucho menos todos juntos. Son seis en total, siete contando con Alexander, y físicamente dispares, algún joven, otro mayor, etc., pero todos cumplen con los requisitos: llevar tiempo en el negocio, haberse ganado la confianza de Alexander, saber respetarle y ser capaz de obedecer ciegamente. Se hace el silencio en cuanto se coloca en la butaca que preside la mesa y yo me siento en la silla que ha colocado a su lado el mismo que nos ha traído antes. Cuando Alex pone las manos sobre la mesa, arrastra la mía entrelazada con la suya y no pretende soltarla, parece dar comienzo a la reunión, pues uno de los hombres, ­­­­­­­­­­­Bruce Byrony, el encargado de la parte norte, comienza a hablar. Por el contrario, el resto se limitan a observarme, dándome la opción de hacer lo mismo con ellos de manera sutil.
Paul también está, sentado al otro lado de Moore, lo que me da cierta tranquilidad, aunque no ha pasado desapercibido que no ha dicho nada de mi presencia. Parece que de momento quiere mantener un perfil bajo, pues está mucho más serio de lo que jamás le he visto, vistiendo incluso una camisa y pantalones de traje, a diferencia de todas las otras veces, siempre con vaqueros y camiseta. La verdad es que no consigue suavizar demasiado el impacto de todo esto, me hace sudar las manos y acelerar el pulso. Un punto más para Alexander, aunque no para el lado bueno.
 Me gustaría que fuera al revés, ellos en mi territorio siendo libre de preguntar o al menos mirar, pero me temo que va a ser muy difícil que ocurra jamás. Ahora sólo puedo poner toda mi atención en lo que se diga y quién lo haga, es la única forma de sacar algo de provecho de esto, porque el miedo, me agrade o no, es mi fiel e inseparable compañero.
¾    Moore, explica qué es todo esto. Nos llamas para que estemos aquí cuanto antes y llegas tarde. Tarde y con otra de tus putas.
¾    Cuidado con lo que dices, ­Byrony, sabes lo que les pasa a los que hablan de más —le advierte con una mirada que no tiene nada que envidiar a una pistola—; ella no es ninguna puta, y aunque lo fuera no os importa, está conmigo —reconozco que todo el miedo que podía tener por ellos, ahora es por Alex—. Ella ha hecho más por el negocio en dos días que todos vosotros.
¾    ¿De qué hablas? —el jefe del distrito 7, Cyril Matthews, interviene.
¾    ¿Conocéis a un tal Sean Coleman?
¾    Sí, lo ascendimos hace poco ¿no? —Elías Scott. distrito 4.
¾    Ha estado haciendo negocios por su parte. Ha falsificado documentos con mi firma para implicarme en el negocio de los rusos. Smirnov pensaba que era yo quien lo estaba llevando. Él y la policía. Alice descubrió lo que estaba haciendo, se hizo pasar por una de sus...chicas y después se dejó detener...
¾    Alex, espera —le detengo y me mira sorprendido—. No me dejé detener, nos vieron huyendo juntos y me siguieron hasta mi casa. Aun así, estoy segura de que la policía ha descartado cualquier implicación de Moore.
¾    ¿Cómo lo conseguiste? Coleman siempre ha sido muy discreto.
¾    No lo sabía. Simplemente oí que él estaba llevando ese tipo de negocios y quise creérmelo. Me hice pasar por una prostituta de lujo y me dejaron pasar. Al día siguiente volví con Alexander porque Coleman quería verme expresamente, y le desenmascaramos.
¾    Todo eso fue realmente...
¾    ¿Valiente? —Alex me mira cuando me defiende.
¾    Estúpido. ¿En serio quieres que nos creamos toda esa historia? Smirnov es inteligente.
¾    Sí, pero le pierden unas piernas largas. Igual que a Coleman. En eso tenemos que darle la razón, caballeros. No puedo culparles, yo ahora no puedo concentrarme y está sentada, no me quiero imaginar lo que pasaría si se presenta vestida como una de esas...señoritas —me guiña un ojo con una sonrisa en los labios.
Al fin, Paul interviene, aunque no sé si para bien o para mal. Creo que pretende defenderme, sin importar que no sea la mejor manera. Por lo que parece, además de ser el protegido de Alex, también se ha hecho con el control del distrito 6, el más complicado después del de Miami Beach. Nadie sabe más de él que ha aparecido de la nada, se ha hecho un hueco en la industria gracias a Alex; tengo la teoría de que le debió traer en alguna patera hace años y se hizo cargo de él. Sin embargo, son sólo suposiciones, y no espero que nadie las confirme, la verdad. Al menos a corto plazo.
Para mi sorpresa, Alex no le reprime por decir lo que ha dicho, no obstante, tampoco ha parecido agradarle, continúa tan serio como yo.
¾    Os guste o no, yo la creo. Esos tipos han sido siempre unos babosos y lo sabéis, así que no es tan difícil entrar; sólo había que encontrar a la persona con las agallas suficientes para hacerlo, y nuestro querido jefe la ha encontrado —a pesar de su sonrisa, no parece estar de humor para esto—. Felicidades, Alex. Ahora, ¿podemos irnos ya? Estoy cansado de toda esta mierda.
¾    Si alguien tiene motivos para estarlo, somos nosotros, Paul —me aprieta la mano, incluyéndome—; por eso se lo he dejado a la policía. Mañana recibimos mercancía, prefiero no llamar su atención con una muerte violenta.
¾    ¿Cómo se te ocurre? —es la protesta general— Podría delatarnos.
¾    No creo que tenga ganas de hablar con la nariz rota —ahora soy yo quien le defiende—. Si queréis ir a por él, supongo que le trasladarán al hospital, será complicado, pero no imposible.
¾    Alice —Alex me regaña para que me calle.
¾    ¿Tú qué ganas con eso? —me interroga el tal Cyril.
¾    Justicia, sobre todo; comprenderéis que no me gusta que un tío que intentó violarme esté en un calabozo sin pagar por lo que hizo.
¾    Todo dicho, entonces —Paul se levanta de la silla—. Vamos a por ese hijo de puta —reacciona cuando oye lo que me hizo.
¾    Siéntate. No vais a ningún lado.
¾    Moore, donde me crié nadie que tocara a una de nuestras mujeres seguía con vida dos días después. No es la primera —baja la voz para que sólo nosotros podamos oírle, y lo extiende hacia mí por la cercanía con Alex.
¾    ¿De qué estás hablando?
¾    Escúchame, Alex, Alice lo estaba haciendo por nosotros, por ti, se merece...
¾    Sé lo que se merece —alza la voz en forma de amenaza—. ¿Crees que no quiero matarle con mis propias manos, que lo hubiera hecho si ella no me hubiera detenido? Pero también tengo que sacar adelante esta entrega, y si actuamos ahora tendremos a la policía detrás. James, consígueme toda la información que puedas sobre su traslado y cárcel, si necesitas dinero tienes carta blanca —el que nos trajo en coche obedece al instante y sale de la habitación—. El resto no quiero que intercedáis por mí, pero mantened los ojos abiertos, si ese inútil nos ha metido en este lío quién sabe qué más podría estar pasando. Reforzad los controles, la seguridad y mantened contentas a las autoridades; estoy pensando en Europa, así que necesitaremos trabajar al máximo. Adelante.
Verle así me deja sin respiración. No es que sea nada malo, es sólo que me recuerda a mí, cuando repartía tareas en la policía; somos iguales en tantos aspectos que duele. A ambos nos gusta tener el control, pero con el otro a nuestro lado, somos capaces de ceder de vez en cuando. Eso debe significar anteponer al otro, al menos a nuestra manera. No nos sale del todo mal, de momento no tenemos nada en contra.
Todos se levantan para salir, pero se quedan mirándome unos segundos antes de hacerlo. Alex me vuelve a coger la mano cuando uno de sus hombres se le acerca, e intento escuchar la conversación, pero Byrony se ofrece a estrecharme la mano y me lo impide al hablar. No es el único que quiere hablar conmigo, el resto está rondándome; supongo que pretenden conseguir de mí todo lo que puedan. Que esperen sentados si piensan que una simple charla van a saber lo más mínimo, o ponerles de buenas con el jefe. 
¾    Disculpa mi actitud de antes, no pretendía ofenderte.
¾    Sólo quieres lo mejor para el negocio, como todos —añado.
¾    Por supuesto, el bien del negocio significa el bien de Moore, ¿no? Y eso te interesa —baja la voz al decirlo para que Alexander no lo oiga.
¾    Es lo que tiene ser puta —respondo con una sonrisa—, vamos por el dinero.
Me desafía con la mirada. Ya no es tan amigable como hacía un momento, ahora sabe que yo también puedo atacar y que no olvido. Es peligroso para ambos estar cerca del otro, él es un capo y yo soy la chica de su jefe, más nos vale no perjudicarnos.
Alex termina de hablar y se queda mirándonos, asegurándose de que todo va bien. Le aprieto la mano y asiente con la cabeza, satisfecho.
¾    Tengo que organizar unas cosas, enseguida estoy contigo. ¿Te importa?
¾    Haz lo que tengas que hacer —me sonríe y besa mi mejilla.
Siento una pequeña sensación de triunfo cuando lo hace, pues sé que nos han visto, y para ellos ahora soy intocable. Quizá me odien, pero saben lo que ocurriría si sufro el menor daño y no creo que quieran morir todavía.
Paul pone una mano en mi espalda y me indica que le siga. Al menos no es un desconocido más, lo que agradezco. Es lo último que me faltaba después de este día lleno de locura y estrés. Atravesamos la sala en silencio y parece que nadie más nos presta atención cuando salimos.
¾    Vaya numerito el de ahí dentro —rompe el silencio.
¾    Demasiada tensión para mi gusto. ¿Me lo parece a mí, o no confían en Alexander?
¾    Son narcos, no confían ni en ellos mismos.
¾    Él confía en ti.
¾    En los dos —me corrige, mirándome—. Y por suerte en nadie más más allá de lo profesional. Es muy difícil en este mundo poner un límite.
¾    ¿Cuántos años tienes? Parece que llevas mucho tiempo.
¾    Veintidós. Empecé joven, supongo.
¾    Necesito tu ayuda. No me deja acceso a ciertas cosas que tú sí tienes, así que mantén un ojo sobre él. Eres el único en quien confío para ello, eres leal.
¾    Estoy en deuda con él, me sacó de la calle. Pero también somos amigos, y nos hacemos favores. Cuidaré de él por eso, no por ti.
¾    Con eso me basta.
¾    Eres más valiente de lo que pensaba, francesa. De todas formas ten cuidado, y aléjate de tipos como Byrony; es un tipo peligroso, con mucha ambición.
¾    Y todos sabemos que la mejor manera de llegar a alguien es por sus seres queridos —digo en alto lo que él no quería.
¾    Exacto.
Eso le da un tono sombrío a su expresión, una seriedad que no hubiera esperado jamás. Quizá haya una historia más profunda ahí, algo que de verdad le afecte, no obstante, será difícil conocerla. Sólo de pensar en ella, para sí mismo, ha conseguido esa reacción, así que no quiero imaginarme lo que debe significar para él. Además, por lo que parece, sabe más de lo que ha contado a Alexander, y a lo mejor lo haga próximamente, pero de eso estoy segura que necesitaré saberlo para aumentar los cargos a Coleman. Ya pensaré algo.
Abre una puerta que da acceso a la habitación y me deja pasar primero. La habitación es amplia, en tonos grises y bastante sencilla: con la cama, una mesilla de noche a cada lado, una cómoda y un par de puertas más, que supongo que son para un baño y vestidor, aunque no puedo acercarme a mirar, pues el chico ha venido tras de mí.
El resto de la casa que he podido ver era igual que la habitación, todo muy cuadriculado, de color blanco y negro en su mayoría y con paredes de cristal a excepción de cierta área, exactamente donde estamos ahora. Por desgracia, no he podido ver más de la planta baja, la escalera estaba justo al lado de donde ha ocurrido la reunión.
Me siento en la cama y mi guía se apoya en la pared de enfrente con los brazos cruzados, sin quitarme los ojos de encima.
¾    ¿Pasa algo?
¾    No, nada —parece volver en sí—. Estaba pensando en qué es lo que vio en ti como para volverse loco. Ya veo que eres mucho más que un cuerpo, pero pensé que no le gustaban las mujeres que se meten en sus negocios. No digo que me parezca mal lo de vosotros dos, pero es raro. Llevo un tiempo metido en la relación, ya sabes, y creo que no estáis mal juntos.
¾    Tenemos una larga historia detrás, lo que influye. Aunque éramos críos por entonces —tomo una bocanada de aire—. Ahora es más complicado.
¾    ¿Conociste a su padre?
¾    Le vi un par de veces. Un tipo serio, bastante amenazador. ¿Por qué lo dices?
¾    Oigo a mucha gente hablar de él, compararles. Quiero saber la verdad —tengo que controlarme para no contestar lo que pienso.
¾    Ronald Moore era...un tipo frío, incluso con Alex. No era alguien con quien pudieras salir de copas, precisamente —a no ser que estuvieran llenas de sangre por algún macabro juego de los suyos—. No es muy agradable hablar de todo eso, Paul, ni te imaginas lo que me hizo ver.
¾     ¿Y Alex lo sabe?
¾    No necesita más odio en su vida.
Entonces, la puerta se abre y entra el tercero en discordia, Alex. Nos mira a los dos y le estrecha la mano a Paul como agradecimiento antes de indicarle que se vaya, hablarán en otro momento, ahora es el mío. El joven obedece sin despedirse y el capo se me acerca hasta ponerme la mano en el cuello y besarme lentamente. Me empuja con todo su peso a la cama, apoyándose con la mano libre para no quedarse completamente sobre mí; de todas formas tengo que recostarme por los codos, aunque no es un impedimento para continuar abrazados, siendo consciente de cada centímetro de su piel que entra en contacto con la mía.
En mi contra, se incorpora y se sienta a mi lado, no puedo creer que me haya traído hasta aquí sólo para hablar conmigo. Aunque quiero escucharle, una parte de mi lo único que es capaz de razonar es callarle a besos y ahogarme en él. Todo esto me ha hecho darme cuenta definitivamente que él es el único que quiero que me toque, de hecho lo estoy deseando, quiero dejar a un lado todo lo racional y que nos entreguemos por completo. Hemos esperado demasiado, al momento correcto que nunca será como soñamos, así que, ¿por qué no ahora?
¾    Gracias por esto, Al. No sabes lo que significa que estés a mi lado ahora.
¾    Eres todo lo que tengo —me encojo de hombros.
¾    ¿Y tu familia?
¾    Amy es la única —me mira extrañado y procedo a explicarle—. Mis padres me dieron de lado al poco de separamos, supongo que tenían miedo.
¾    Pero Lily... Ella no te abandonaría.
¾    Y no lo ha hecho —fuerzo una amarga sonrisa—, está aquí, no importa los años que pasen —me señalo el corazón.
¾    Dime que no, por favor.
¾    Trece de junio de 2010.
¾    Yo... pensé que te habías hecho cargo de ella hasta que se hiciera mayor y que estaba con tus padres. No puede ser, los médicos dijeron que estaba mejorando.  
¾    Todavía dependía de aquella máquina —la que hacía que continuaran funcionándole los pulmones—. Y, casualmente, un día falló; nadie sabe cómo ni por qué, sólo que había estado recibiendo visitas de un hombre extraño que la aterrorizaba, pero que siempre conseguía que le dejaran pasar. Tenía incluso miedo de hablar, se mantuvo callada hasta el último momento.
Prácticamente puedo ver cómo empieza a darse cuenta de lo que le estoy diciendo, pues cambia su expresión, pasando por la incredulidad hasta la ira. Por el momento no hay lugar para la tristeza, normalmente es la fase más difícil, pues es el comienzo de la aceptación; y hay veces que no se consigue salir. Por suerte yo sí lo conseguí, aunque me costó bastante tiempo, y ahora lo tengo tan asumido que podría dar hasta miedo. Mi voz es completamente neutral, tranquila. Sin embargo, veo cómo Alex crispa los dedos hasta cerrarlos en un puño y se levanta de la cama para ponerse a andar por la habitación, nervioso. Conozco ese sentimiento, el no poder estarse quieto, mantenerse ocupado para evitar la realidad. He aquí otra cosa en la que somos iguales; golpea la pared una primera vez, pero no se ve satisfecho y continúa frenéticamente hasta que le abrazo por la cintura y tiro de él. No necesito apenas fuerza, tiene todo su cuerpo en tensión y le cuesta un par de minutos relajarse por completo. Prácticamente se deja hacer, cada célula de su cuerpo se rinde al mío, aunque no exactamente como yo quería.
Con la respiración aún acelerada, me mira directamente a los ojos y veo que tiene la cara humedecida con lágrimas y los nudillos ensangrentados de nuevo. Entre esto y lo de Coleman, debe dar gracias de no haberse roto nada. Resisto acariciarle y voy hasta una de las puertas que he visto antes, por suerte la primera que abro es un baño y entro para coger una toalla pequeña. La humedezco y vuelvo con él; le cojo de las manos para limpiárselas, pero se aparta violentamente.
¾    Estoy bien. No soy un crío —se quita la corbata y la lanza contra la cama.
¾    Vale, si no quieres que te ayude, me voy —voy hacia la puerta.
¾    Espera. ¿Por qué, Alice? ¿Por qué? —suena dolido.
¾    ¿Por qué qué?
¾    ¿Por qué ella? ¿Por qué yo, si sabes lo peligroso que es?
¾   No lo sé, Alexander —vuelvo a mentir—. Pudo escuchar o ver algo, no tengo ni idea. Me he pasado mucho tiempo huyendo, no quiero seguir con esa vida. Si no hubiera huido, ella estaría viva, tan sencillo como eso. Fui una cobarde.
Aprieto los dientes para no llorar, y lo consigo a duras penas, pero Alex no. Se seca las lágrimas con el dorso de la mano, la cual aparta al instante, le duelen los nudillos demasiado como para evitar los actos reflejos. Aprieta la mano y me acerco con la toalla y una ligera sonrisa para tranquilizarle; esta vez me permite limpiarle.
¾    Ay —se queja en cuanto empiezo—. Cómo se nota que no es tu mano.
¾    Eres una nenaza —me río.
¾    ¿Ah sí? ¿Una nenaza haría esto?
Se levanta de la cama y me agarra por la cintura hasta pegarme completamente contra él. Siento el calor de su cuerpo, su olor a loción de afeitado ha dado paso a uno intenso a colonia cara, seguramente una mezcla de todas las que han estado en la misma sala hace un momento; respiro profundamente para impregnarme todo lo que pueda antes de enterrar la cara en su cuello para besarle por donde tiene la camisa abierta. Me levanta la cabeza por la barbilla para morderme los labios y consigue que mi corazón comience a latir a un ritmo demasiado acelerado, más de lo que recordaba que podría. Baja sus manos por mi espalda hasta agarrar la blusa y sacármela por la cabeza, y mientras que las mantiene en mis caderas apretándome aún más, le desabrocho algunos botones de la camisa que mis dedos, ahora torpes, apenas alcanzan a encontrar; pierdo la paciencia y tiro de ambos lados, sin importarme romperla; y parece que a él tampoco, pues sonríe en mitad de los besos. Él mantiene las manos ocupadas quitándome los pantalones cuando yo paseo las mías por su espalda, sintiendo cada irregularidad de sus músculos, cada centímetro de su piel ardiente, aunque yo también me siento así, no sé si se reflejará igualmente en el exterior, pero es como si una enorme llama creciera desde mi pecho y se expandiera por el resto del cuerpo, con pequeños pinchazos que llevan electricidad allí donde Alex me toca. La sensación crece cuando deja caer mis pantalones y me levanta por los muslos para tumbarme en la cama. Recorre mi cuerpo a besos, y entonces consigue que olvide la multitud de cicatrices que lo adornan, pues a él parece no importarle. Se tumba encima de mí y mete las manos por mi espalda para darme la vuelta; se apoya en los codos para desabrocharme el sujetador justo cuando  lo hago lo mismo con su pantalón. Necesito sentirle más cerca aún, ni si quiera esto es suficiente. La sangre corre por mis venas con tanta rapidez que parece querer salir de mí para ir con él también; mi corazón alcanza un ritmo casi peligroso y mis pulmones se quedan sin aire, pero aun así continúan funcionando sin problemas. La sed que me recorre no se sacia por mucho que continúe besando a Alexander o a su cuerpo; él es la única fuente de esa sensación y el único remedio al mismo tiempo.
Ya no somos críos, sabemos lo que hacemos y lo que queremos, y está claro que también cómo conseguirlo, pues le beso el cuello mientras paseo los dedos suavemente por entre los abdominales hasta llegar a los oblicuos, notando cómo cada vez que me acerco al final de éstos aprieta las manos, sin importar dónde estén o si me hacen daño. Pero agradezco ese daño, me devuelve a la realidad por un instante y me ayuda a darme cuenta de lo que está pasando, de que no es un sueño y que cada caricia es verdadera.
Vuelve a levantarme la cabeza para besarme los labios y morderme el inferior cuando, al fin, no me detengo al continuar la línea que marca el oblicuo.  


En algún momento de la noche en el que la oscuridad nos ha consumido; en el que hemos quemado toda la pasión y todo lo que quedan son nuestros cuerpos al fin realmente relajados, al igual que el resto de lo que nos compone; y las sábanas amontonadas a nuestros pies, él me mira directamente a los ojos, con una expresión ausente y centrada a la vez, absorto en sus pensamientos pero tratando de hacerme partícipe de ellos de alguna torpe y dulce manera. Así, con la cabeza apoyada en mi vientre, me besa con suavidad y me acaricia las cicatrices que encuentra con sus manos, incluidas las de la espalda. Aunque el roce es leve, apenas un ligero contacto entre las yemas de sus dedos y mi piel dura y gruesa, lo siento como si fueran pequeños pinchazos, no sé si para bien o para mal.
Con una ligera sonrisa, una sincera y que no pretende dirigirla a nadie, susurra:
¾    Estás viva. Estás viva, Alice —repite para auto convencerse, según parece.
Es comprensible que se sienta así, después de todo lo que he pasado, resulta casi imposible que haya sobrevivido, pero parece ser que soy difícil de liquidar. Para mi sorpresa, no está horrorizado, sino fascinado por lo que ve, por extraño que parezca.
¾    Yo tenía razón; sí que eres un ángel —no puede mirarme a los ojos—. Hay que tener un gran corazón para sobrevivir a algo así y estar aquí como si nada—dejó la mano en el tiro del hígado; precisamente ese.
¾    Más bien buenos médicos y mucha suerte —le cojo de la mano para que se ponga a mi altura; no quiero entrar en esa conversación.
¾    No, Alice, estar vivo no es que te lata el corazón —posa su palma allí donde dice—, sino que se te acelere cuando te toca la persona que amas, tener la piel caliente aunque sea una noche fría...
¾    Creo que en eso tú tienes mucho que ver —fuerzo una sonrisa.
¾    Eso espero.
Me besa con suavidad antes de envolverme en sus brazos por el resto de la noche. Podría decirle la verdad, cómo me hice las heridas, lo mucho que le quiero por peligroso o inapropiado que sea o incluso pedirle que nos vayamos; pero no puedo permitir que se me nuble ahora la razón, después de todo lo que he tenido que pasar y mentir, no debo abandonar.
No me cuesta demasiado dormirme, la calma que Alex me proporciona es inconmensurable, el rítmico movimiento de su pecho es tan tranquilizador que incluso abruma. Ambos caemos rendidos al poco, dispuestos en los brazos del otro.

Hasta que llegue el día del juicio final; dejadle venir y desafiarnos. Estaremos preparados para defendernos y presentar batalla. Que se atrevan a separarnos. 

viernes, 17 de junio de 2016

Capítulo 23

Oigo mi nombre detrás, pero al reconocer la voz que lo pronuncia, decido continuar, aunque he de decir que no me desagrada del todo. Prefiero no esquivarle, va a acabar encontrándome y mejor que sea él a cualquiera de sus matones. Me dejo alcanzar parándome en mitad de la calle; él me mira a los ojos, o lo intenta entre tanta gente, y se acerca lentamente esquivando a los paseantes que nos separan. Cuando estamos a la misma altura, no se atreve a tocarme por miedo a que me enfade, y aunque me parece incluso tierno que resista lo que quiere hacer por mí, así está bien, quiero ser yo esta vez quien dé ese paso, pero él debe hablar primero.
¾    Sólo hay dos cosas que protejo en mi vida: mi negocio y a ti. Pero sólo daría la vida por una de ellas, y tiene unos preciosos ojos azules que anulan el resto del mundo cuando los veo.
Tomando aire, bajo la cabeza. No sé si está bien que me iguale a sus negocios, al menos sé que soy lo suficientemente importante, pues lo segundo que ha dicho me ha dejado sin aliento. Ojalá alguien más lo hubiera oído, así verían que no es el hombre cruel por el que quieren hacerle pasar. Pero no, este es un momento íntimo en el que el resto de la calle ha desaparecido, tan solo somos nosotros pasando desapercibidos entre la multitud. De otro modo, sin gente alrededor que nos tape y dificulte las fotografías, escuchas o cualquier otra cosa que pueda captar el momento, jamás lo habría dicho. Y posiblemente yo tampoco habría tenido intención de contestarle; sin embargo, no sé qué decirle, siento que cualquier cosa que salga de mi boca va a estropearlo.
¾    Al, mírame —se agacha para verme la cara, pero le esquivo—. Al principio me dijiste que para que funcionara ambos tendríamos que aportar lo mismo, y yo ahora te pido que cumplas la promesa.
¾    No es así de fácil, no somos una pareja normal, rompemos promesas, nos hacemos daño, pero aun así seguimos juntos.
¾    Porque amamos de manera diferente —suena desesperado y me coge la cara entre las manos—. Reconozco que he sido una persona despreciable contigo, y estoy tratando de enmendar esos errores. He ordenado que te hicieran daño porque era un cobarde, y si no fuera por mí no estarías en todo esto, así que lo único que puedo hacer  es tratar de protegerte. Y quizá no sea de la manera más correcta, pero es lo que sé hacer.
Al no contestar, me besa suavemente, pero no me veo con ánimos de devolvérselo. Nuestro problema es que somos iguales y me niego a aceptarlo e insisto en que él haga lo mismo, pues la única persona que protegí con ahínco acabó muerta, precisamente por el empeño que puse. Si no me hubiera cegado con esa idea, hubiera visto que su mayor amenaza era yo. Yo soy la única culpable de su muerte aunque lleve años negándolo y echando las culpas a su padre o a Ronald Moore. Dejé morir a mi hermana.
Cuando me rodea con los brazos, no me aprieta contra él como siempre hace, sino que me besa la frente y acaricia mis costillas con cuidado.
¾    ¿Te duele? —dice, recordando el gesto de dolor de antes.
¾    Estoy bien. ¿Cómo va tu brazo?
¾    Poco a poco —me coge por los hombros y, tras echar un vistazo atrás para asegurarse de que nadie nos sigue, echamos a andar.
Amy seguramente nos haya visto y prefiere no intervenir, pero no me cabe duda de que mantiene sus ojos en nosotros un buen rato. Me dejo llevar por él, parece que sabe a la perfección adónde nos dirigimos, y sé que no es a ningún sitio que me desagrade, sino todo lo contrario; me conoce demasiado bien para ello. Por el contrario, si yo tuviera que hacer lo mismo, no sería capaz, de nuevo él está por delante, y no sé si es por mi miedo a llegar más allá o porque sabe esconderse muy bien; seguramente ambos.
Para mi sorpresa, acabamos en unos grandes almacenes. Le miro extrañada mientras andamos por los pasillos, no solo por el lugar, sino porque continuamos de la mano a pesar de las cámaras de seguridad —que analizo disimuladamente, es una manía o costumbre, como se prefiera llamar—. Se quita la americana y se afloja la corbata, así que yo me pongo en frente para quitársela por completo y me la guardo en el bolsillo antes de desabrocharle un par de botones de la camisa. Así parece algo menos formal, más joven, y podemos dar la sensación de, por al menos un momento, ser como el resto. También atraeremos menos miradas, y no sería tan incómodo. Me coge por las caderas y me besa el cuello, haciéndome cosquillas cuando murmura:
¾    Si lo que quieres es quitarnos la ropa, en la segunda planta hay un probador bastante grande, aunque yo prefiero los pequeños —me empuja poco a poco, pero no veo hacia dónde.
No puedo evitar sonreír, echaba de menos esto de él. Ha estado tan centrado en protegerme, en mantenerme alejada en vano de su mundo que, por suerte o por desgracia también es el mío, ha echado a un lado la verdadera vida en pareja, en todos los aspectos. Y a ser sincera, yo he hecho lo mismo, aunque también tenía demasiadas cosas en la cabeza y en el corazón; ahora, simplemente, he aprendido a apartarlas y Alex me hace dejarme llevar, sin quererlo me está enseñando a vivir de nuevo.
¾    Sabes mucho, ¿no? —me río.
¾    Casualidad —responde igual.
¾    Pero no me has traído para eso.
¾    Puedo cambiar el plan —le aparto suavemente y entiende el mensaje de inmediato—. Está bien —dice con un suspiro—, ¿ves esto? —coge un reloj de muestra de un estante— Quince dólares que no son nada, pero si sabes lo que quieres, es un tesoro. Si lo que buscas es un subidón de adrenalina, da lo mismo que robes un reloj de plástico de un maniquí a que pases droga o que te hagas pasar por prostituta.
¾    ¿Es lo que tú haces? ¿Robas para un subidón? —lo pronuncio en tono de burla, aunque su expresión seria me dice que no está de broma.
¾    Cuando abusas de algo, acaba por resultarte indiferente. Estoy tan harto de hacer a diario lo que la gente común hace para buscar riesgo y adrenalina, que nada es...excitante —tiene la mirada perdida.
¾    ¿Nada?
Engancho los dedos en las trabillas del pantalón, hablando con los labios pegados a los suyos, atrayendo toda su atención. Quizá por eso cambiaba tan a menudo de amante, por eso se ha reprimido conmigo en ese aspecto, no quiere descubrir que le pueda ocurrir conmigo y cambiar todo. No he sido la única que ha pasado por cosas duras, y creo que por eso continuamos juntos, comprendemos lo que el otro siente, entendemos el dolor más profundo porque lo hemos sufrido muy jóvenes, vemos que el mundo sí es blanco y negro, todo gris acaba decantándose hacia uno de los dos extremos. Entiendo que no me haya contado sus cosas, yo tampoco le he contado las mías, simplemente es difícil volver a traer el pasado a nuestro lado y evitar que nos afecte. Agradezco que no haya insistido en las cicatrices, por ejemplo, pues serían muy difíciles de explicar desde Du' Fromagge, y desde Sanders me tomarían por loca, y con él sería imposible, ella no existe o no es nadie de quien preocuparse a no ser que se inmiscuya en sus asuntos, que en ese caso debería tomar medidas. Espero no saber nunca cuáles.
Le beso suavemente la mandíbula más para eliminar cualquier pensamiento racional de mi cabeza que por él, se la recorro así mientras le atraigo a unos probadores cercanos que he visto antes —la experiencia me ha enseñado que nunca está de más fijarse en los máximos detalles posibles de donde te encuentres, por si tienes que escapar—; crispa los dedos alrededor de mi cintura, clavándomelos con fuerza, pero me da igual, sólo quiero besarle, alejarnos de todo y perdernos el uno en el otro. Me alza la barbilla una vez dentro y con el cerrojo echado para mirarme a los ojos; nos mantenemos unos instantes interminables así hasta que prácticamente se lanza a besarme con la mano en el cuello. Sus ojos no tienen ternura o cariño siquiera, parecen estar nublados, ausentes, como si buscaran en los míos algo que le ancle a mi lado. Voy a dárselo lo mejor que sepa, voy a mantenerle lo más cerca posible todo el tiempo que se me permita. El beso es feroz, no sé si de rabia o algo parecido a la pasión, pero no es ni mucho menos tranquilo o delicado; pero yo tampoco lo rechazo, sino que respondo de igual manera, agarrándole por los hombros para juntarle más a mí. Ambos queremos lo mismo, es obvio cuando baja a besarme el cuello y tira de la blusa hasta que, simplemente dejando los brazos muertos, cae sin problemas. Tengo que entretener mis dedos desabrochándole la camisa para que no se contraigan demasiado y le clave las uñas. Quiero que continúe y así hace, para bien o para mal, pues siento donde me toca pequeñas cuchillas que recorren todo mi cuerpo, activando cada nervio. Apenas roza las cicatrices, pues sabe que es algo de mí que no me gusta y me incomoda, y no quiere estropear el momento, pero tampoco le hace detenerse ni mucho menos. Se entretiene en mi cuello mientras me desabrocha el pantalón, el cual en cuanto mete las manos para agarrarme el trasero, cae de inmediato. Me arqueo para sentirle aún más, para quemarme con su fuego, aunque no sé quién se quemará antes; mis manos en su espalda, recorriendo cada trazo de sus músculos en movimiento; mis piernas en torno a su cintura cuando me coge por los muslos; y mi boca besando la suya o mordiéndome el labio cuando él no me corresponde. Enredo los dedos en su pelo para que eso no ocurra, pero la sed que me provoca tampoco la aplaca, es tanto el remedio como la enfermedad, me corroe por dentro. Nuestros movimientos se vuelven torpes, nerviosos ante tanto que hacer y con tan poco tiempo; sin embargo sabemos exactamente lo que queremos y deseamos más, no pararemos ninguno de los dos, ni siquiera aunque pudiéramos. Estamos tan dentro del otro que no pensamos por nosotros mismos, nos centramos en complacerle, pero ni siquiera tanto como, egoístamente, en buscarle para conseguirlo para nosotros. Yo no quiero soltarle ni él a mí, de manera que nos apretamos el uno contra el otro, haciéndonos incluso daño con las manos como tenazas para sentirnos al máximo, pero el dolor no existe; mis uñas han acabado en su espalda, no soy capaz de controlarme, y él me sube las manos para ponerlas contra la pared, para tener el control, y yo se lo permito, o al menos de momento, ya que es a lo que ambos estamos acostumbrados. Estoy prácticamente inmovilizada, pero mi confianza en él es plena, dependo de lo que haga al completo, y a pesar de ello me encuentro mejor que nunca; ambos estamos cómodos, al menos todo lo que se puede estar en un probador pequeño de unos grandes almacenes cutres.
De repente oigo un sonido bajo, amortiguado por la ropa procedente del suelo. Por el momento me tenso, pero Alex continúa con sus besos. Parece que también se da cuenta y murmura:
¾    Déjalo sonar —me indica, despreocupado.
¾    No es mío —mi móvil se lo quedó Amy, así que sólo puede ser el de él.
De repente, es él quien se tensa y me deja caer al suelo. Empieza a revolver la ropa hasta encontrar la chaqueta y sacar del bolsillo interior el teléfono. Para él, acabo de desaparecer, ni siquiera se ha preocupado de si he caído bien o de sí las costillas magulladas se han resentido, que ya digo yo que bastante, cuando me ha soltado. No puedo evitar hacer una mueca y llevarme la mano al lugar del moratón, pero aun así no me presta atención, está concentrado en la llamada. Frunce el ceño en cuanto coge el teléfono, y tras asentir un par de veces y decir que se pone en marcha, cuelga y me pasa la ropa mientras con la otra mano se abrocha el pantalón.
¾    Vístete; nos vamos.
¾    Yo me quedo. Quiero dar un paseo con Amy, tranquilizarme un poco.
¾    Lejos de mí, te refieres —parece que el tiempo se detiene cuando me clava su fría mirada.
¾    Sí, Alex —suspiro—. Quiero...hablar con una vieja amiga, hablar de Marsella.
¾    ¿Vas a volver? —diría que hay cierto miedo en su voz, aunque pretende disimularlo.
¾    Supongo —me encojo de hombros y trato de cerrarme la blusa con los botones que le quedan, evitando sus ojos.
No es una mentira completamente, quiero ir a Marsella, ver cómo me sentiría estando en un lugar que llevo diciendo tanto tiempo que es mi hogar. A lo mejor me siento así de verdad, o me llevo una gran decepción, no lo sé, pero quiero comprobarlo por mí misma, pasear por las calles que he estudiado, entrar a los edificios con los que se supone que debo estar familiarizada y hablar con la gente para ver si es como dicen. Seguramente, cuando me retire o cuando termine todo esto, será lo primero que haga, salir corriendo lo más lejos posible de aquí.
¾    Si me vas a dejar, lo mejor sería que te fueras ya. Por el bien de ambos —adopta una pose fría en insensible que duele más de lo que imaginé.
¾    ¿Vuelta a las amenazas, Moore? Ahora sí que me voy.
No puedo permitirme ceder de nuevo, tengo que poner mis cartas sobre la mesa. Yo no soy como las chicas con las que ha estado antes, y él lo sabe, pero parece que lo ha olvidado, y no voy a dudar en recordárselo. No me va a hacer nada, o al menos en un periodo de tiempo en el cual no pueda prepararme así que confío en él, en que tendrá algo de cordura y ya no se dejará llevar por un enfado de niño pequeño, no después de lo que hemos pasado, de lo que he hecho por él.
¾    Es una advertencia —me coge del brazo cuando voy a abrir la puerta—; y sabes que yo no soy el problema.
¾    Pues entonces no me des órdenes, estoy cansada de eso —añado en un murmuro.
¾    ¿Quién fue? —le miro, algo confusa— Mira, si no quieres contármelo, está bien, ya lo harás, todos tenemos algo de lo que queremos huir, pero ahora te vienes conmigo.
¾    No sé de qué estás hablando, ya te conté...
¾    Lo que quisiste decirme, no la verdad. Te han hecho daño de formas que ni puedo ni quiero imaginar; especialmente por el bien de él —adivina en lo que estoy pensando, aunque han sido tantas cosas que ya no sé quién es el verdadero culpable.
¾    Amy no sabe nada —cambio de tema, no de forma muy sutil—. No quiero que se preocupe. Dame una hora y...
¾    No tengo tanto tiempo, Alice. Llámala —me tiende el teléfono tras pensárselo unos segundos.
Podría mirar qué tiene dentro, conseguir información que no podría siquiera soñar, pero ni tengo tiempo ni me veo capacitada para hacerlo. Intentaron enseñarme a poner virus en teléfonos y ordenadores, pero la verdad es que nunca fue lo mío, y ni siquiera lo he intentado desde que llegué a Miami. Puedo meterme en algunos servidores que no tengan demasiada seguridad, de hecho quizá haya abusado un poco de ello desde que me enseñaron en la academia del FBI, pero ahora no me servirá de nada. Y tampoco quiero traicionar la confianza que ha depositado en mí, antes ni siquiera me hubiera dado el número, lo conseguí casi de milagro, y ahora me ha dado el teléfono completo; si eso en él no es confianza, no sé qué lo es.
Asiento con la cabeza, cediendo, y marco el número de mi amiga sin detenerme a mirar nada, tan sólo me fijo en que no tiene ningún fondo de pantalla, simple negro. Él no aparta los ojos de mí, y aunque me siento algo incómoda, hago el esfuerzo de acercarme, sin importar lo que pueda oír. Si llamo desde un teléfono extraño es lo suficientemente inteligente para suponer que no es una línea segura. Por suerte, me coge por la cintura y dejo caer la cabeza en su pecho, escuchando su corazón aún acelerado, por lo que coloco la mano libre sobre él para tranquilizarlo y me besa la frente. Me siento horrible si pienso en todo, nada más darme su teléfono lo primero que me ha venido a la cabeza es el estúpido trabajo.
¾    ¿Quién es? —mi amiga coge el teléfono alerta.
¾    Amy, soy yo. Te llamo desde... —Alex me mira para que no continúe— No importa, voy a pasar el resto del día con Alex, y quiere que le acompañe a un sitio.
¾    ¿Dónde? —él estaba oyendo toda la conversación, y me quita el teléfono de la mano.
¾    Alice estará bien. Sabes quién soy, así que no tengo que decirte que tengo compromisos a los que debo asistir y que me preocuparé por su seguridad. hablará contigo cuando la lleve a casa.
Cuelga al instante y se guarda el teléfono tras hablar con alguien para que nos recoja de nuevo, supongo que Paul. Confía demasiado en él como para ayudarle a protegerme, y sinceramente, yo espero que haga lo mismo con él. Paul es la única persona que puedo considerar como un verdadero aliado con Moore, me ayudará a que no se meta en demasiados líos, que no se arriesgue más de lo necesario.
Intenta salir prácticamente corriendo, pero se lo impido cogiéndole de la cintura, una vez desenvuelto de mi abrazo.
¾    Es de confianza, Alexander, no tienes por qué ser así con ella.
¾    Sólo he sido directo.
¾    Y desagradable —me mira de reojo y le dejo ir.
Es increíble cómo puede cambiar tanto en tan poco tiempo, pasar de ser tierno y protector a frío y manipulador, incluso. Pero yo no voy a dejarme, y no le vendría mal saberlo; de hecho se está dando cuenta de que no me puede controlar, que no me dejo manejar, y tengo cierto miedo de adónde pueda llevarme todo esto.
Me quedo sola en el probador más de diez minutos sin parar de andar de un lado a otro, pensando qué ha podido suceder para que se dé ese cambio. No cabe duda que ha sido a raíz de esa llamada de teléfono. Evito pensar en nada malo y doy gracias cuando llega porque estaba empezando a perder los nervios.
¾    ¿Qué pasa? —dice nada más entrar— Alice, estás pálida —me toca la mejilla con el dorso de la mano.
Ahora es cuando sale la verdadera Du' Fromagge, ahora que necesito estar atenta ante lo que pase y centrada. Siempre que pueda achacar esa debilidad, ese defecto —uno de muchos— a mi tapadera en vez de aceptar que el problema es sólo mío y lleva sucediéndome más tiempo del que sería capaz de admitir. No sé qué ha podido ocurrir, estaba bien y de repente todo ha comenzado a sobrepasarme: las heridas, las dudas, el estrés por no saber si estoy a salvo o no, las mentiras, David...
Llevaba mucho tiempo sin pensar en él, y la verdad tampoco me siento tan mal como esperaba. Quizá no estaba tan bien con él, quizá todo esto me ha ayudado a darme cuenta. Recuerdo cuando no podía soportar estar más de una semana sin verle, por no decir sin hablar con él; aunque no fue al principio como suele pasar, sino a los meses de estar saliendo, supongo que no era amor, si lo pienso fríamente hay más probabilidades de que fuera porque había encontrado cierta comodidad en su presencia y no quería perder eso de nuevo. Cuando acabe todo, aclararemos las cosas. No sé si lo comprenderá, pero al menos tendrá que aceptarlo. Debería prepararme para cuando se lo diga, la verdad, temo su reacción más que nunca.
¾    No es nada.
Suspiro cerrando los ojos para calmarme; cuando los vuelvo a abrir tengo los suyos clavados y no me permite esquivarle. Necesito preguntarle para ver si tengo razón o no, para comprobar qué quiere de mí, porque temo que en alguno de sus bruscos cambios de humor salga yo mal parada.
¾    Siento haber sido así, no te lo merecías.
¾    Tienes razón —tomo aire—. Y ahora tú te mereces una bofetada, pero como ambos estamos recibiendo lo que no merecemos... —le doy un suave beso en los labios y abro la puerta—. Espérame fuera.
Quiero tranquilizarme antes de irnos, recuperar la compostura sin ningún tipo de presión. Puedo soportar que él me vea mal, ya lo ha hecho y me temo que no será la última vez; no obstante, que cualquier extraño me vea en un momento de debilidad como este, sería más de lo que mi autoestima aguantaría.
Cuando la gente dice que no piensa las cosas antes de decirlas está mintiendo, hay una pequeña fracción de segundo en la que te preguntas a ti mismo si decirlo o no y sabes lo que pasará si haces una cosa o la otra, el problema es que las consecuencias no son tan simples. En ese tiempo sólo consigues rascar la superficie, sabes que algo malo sucederá, pero no te das cuenta de cuán grave ha podido ser el error hasta que ha salido por la boca, y es entonces cuando de verdad comienzas a pensar, y a veces ni siquiera en ese momento.
Alex no me replica aunque quiera, porque sabe que sería inútil, ya ha perdido la discusión antes de comenzarla. Deja que cierre la puerta, pero enseguida la empuja y vuelve a entrar, a lo que respondo sacando todo el aire de mis pulmones para no decirle cualquier cosa de la luego me arrepienta.
¾    No puedes simplemente escuchar y hacer caso, ¿no?
¾    Igual que tú —touché—. No voy a esperarte fuera porque soy un gilipollas, y si lo hiciera...
¾    ¿Me darías mi espacio? —interrumpo.
¾    Es que no entiendes que no quiero ''espacio'', ya ha habido demasiado. No voy a arriesgarme a perderte de nuevo.
¾    Es un probador, Alex, no voy a irme a ningún lado.
¾    Eso pensé cuando te subiste a aquel coche.
Su mirada es tan intensa que mis pulmones se bloquean al instante. Tiene razón, jamás se imaginaría que, tras pasar la noche juntos, tras acostarnos por primera vez, iba a estamparme contra un árbol y morir, para luego volver a la vida exclusivamente con el fin de delatar a su propio padre. Reconozco que fue duro para ambos, pero al menos yo conocía la verdad; no me imagino estar en su situación, sentirme responsable de todo el mal que mi propio padre ha causado, incluido a quien más quiero, y además querer vengar su ingreso en una prisión más que merecida; por no mencionar el tiempo que ha tenido que pasar solo, recuperar su imperio desde las sombras y expandirlo más aún.
¾    Lo siento —es lo único que consigo articular.
¾    ¿Por qué lo hiciste, Alice? —no hay rabia en su voz, tan solo tristeza—. ¿Por qué...? —suspira, echándose el pelo hacia atrás antes de dejar caer los brazos.
¾    Tenía miedo.
¾    Pero ahora estás conmigo igualmente.
¾    Ya no soy la cría de antes. He...hecho cosas horribles, y me arrepiento de algunas de ellas, pero otras las repetiría hasta que no pudiera mantenerme en pie.
¾    ¿Como mentirme?
¾    Si con ello te protejo, no lo dudaría.
¾    ¿Protegerme de qué? —pone una sonrisa de suficiencia— Creo que no te has dado cuenta de quién soy, Alice. No soy yo quien necesita protección.
¾    Actitudes así son las que meten a tipos como tú en la cárcel, así que déjame actuar por mi cuenta.
¾    ¿Eso hiciste con mi padre? ¿Actuar por tu cuenta? —frunzo el ceño, no estoy segura de saber a lo que se refiere— ¿Testificaste en su contra?
¾    ¿Me matarás si te digo que sí, aunque lo hubiera hecho a cambio de que tú salieras airoso?
¾    Tomaría medidas, sí, pero no esas. Dime la verdad —me agarra por los hombros hasta hacerme daño, y reconozco que ahora sé lo que es el miedo.
¾    Intenté hacer un trato. Él a cambio de ti, pero no lo aceptaron, así que me negué. No quería que fueras detrás.
¾    Le condenaron a perpetua; está en aislamiento permanente; sin visitas. Probablemente le hayas salvado la vida no diciendo nada.
No es que se la haya salvado, sino que se la he perdonado mirándole a los ojos. Estoy orgullosa por no haberle matado cuando tuve la ocasión, aunque haya tenido mis momentos de debilidad en los que me arrepentía de ello, pero así no hubiera solucionado nada; al menos así vive lo suficiente para lamentar cada delito que haya cometido. La pena capital raramente se aplica, hay demasiado miedo para hacerlo, y seguramente moriría en el corredor de la muerte de todas formas con la cantidad de recursos que presentarían en contra.
Alex parece volver en sí y afloja la presión hasta sólo apoyarse, pero no tarda en abrazarme por completo, envolviéndome con todo su cuerpo. Quiere aparentar que me apoya, sin embargo, quien de verdad lo necesita es él, sobre todo cuando se agacha lo suficiente para poner la cabeza en mi hombro; si no fuera por su envergadura y altura, se podría decir que es un crío abandonado, y juraría que es así como se siente. No está tan mal, somos una pareja de niños que crecieron demasiado rápido, que de una manera u otra se han visto sin padres cuando más los necesitaban. Y a mí me ha pasado dos veces.
Cuando se separa, me mira a los ojos y deposita un tierno beso en mis labios.
¾    Te... —traga saliva— agradezco todo esto.
¾    Yo también —le sonrío, aunque no es capaz de decirlo, sé lo que era su primera idea.  
Me sorprende no ver a Paul, con su permanente sonrisa de superioridad, esperándonos apoyado en el coche a la puerta, como siempre. Que sea un desconocido significa toda una muestra involuntaria de poder, lo que lo hace más intimidante. La ciudad obedece sus órdenes, y quien no lo haga ha de temerle; y que haya aparecido tan rápido muestra tiene una red de comunicaciones tan eficaz y rápida que muchas organizaciones oficiales deben envidiar —llevo meses sin recibir noticias de la Agencia por mucho que yo les envíe toda la información que consigo—, lo cual me da un lugar por donde empezar a trabajar a fondo. Si consigo averiguar y entender cómo funciona, un solo golpe podría hacer caer todo el negocio como un castillo de naipes, incluidos los que estén dentro. Además, debe tener subordinados, debe existir una cadena de mando por la que empezar a desarticular todo, porque ya me he dado cuenta que atacando directamente a la cabeza no sirve para más que para salir golpeado una y otra vez. 
Reconozco que vamos atrasados por mi culpa, pero no fui quien pensó que lo mejor sería empezar por Alexander en vez de por cualquiera de sus camellos o de los que estén bajo su poder. Sin embargo, ahora que estoy tan cerca de tener acceso a sus negocios, estoy convencida de que iré más deprisa, lo difícil será conseguir más pruebas que mi testimonio o, como mucho, una grabación ilegal de una conversación.
Me siento sola en la parte trasera del coche mientras ellos hablan, aparentemente en clave, de una operación que planean para mañana por la noche. Por suerte estoy familiarizada con todo eso, así que me entero fácilmente: mañana, en una zona alejada de playa van a desembarcar inmigrantes con ''mercancía'', supongo que será droga, pero no dicen nada al respecto, tan solo que esperan no tener problemas y que habrá gente allí para recibirles. No se les escapa ningún detalle, para mi desgracia, pero aun así mi intención es informar en cuanto tenga un teléfono a la comisaría con la que estamos trabajando para que envíen refuerzos y llamen al FBI, porque ellos solos no podrán. Es posible que haya algún otro que quiera asaltar el envío, ya ha pasado anteriormente, así que se verían en medio de un tiroteo en el que sólo perderían tiempo y hombres.
Quizá sea algo arriesgado que informe tan rápido, pero si queremos agilizar las cosas hay que comenzar cuanto antes para asegurarnos de que todo sale a la perfección.
Intento recordar el camino, pero mi mente está muy cansada después de un día tan largo y no razona correctamente; además, siendo de noche todo es más complicado: las luces de otros coches y carteles luminosos me ciegan en varias ocasiones y no soy capaz de ver los desvíos. Entramos en una carretera secundaria sin luz, por lo que es imposible saber qué hay más allá de los faros del coche. Es inútil intentarlo siquiera, así que cierro los ojos y me relajo escuchando el sonido del motor. Sin embargo, a los pocos minutos, oigo que comienzan a hablar de nuevo y oigo vagamente la conversación:
¾    Se ha dormido.
¾    Pues cállate y no la despiertes. Ha sido un día...complicado.
¾    Sí, jefe. Sólo digo que no lleva venda —baja la voz.
¾    Lo sé —hay un silencio de varios segundos—. Se ha entregado a un chulo y acabo de sacarla de un calabozo; si confía en mí, yo también en ella.
¾    ¿Un chulo?
¾    Lo explico con todos. No me gusta repetirme —esta vez ha sonado mucho más serio.

Parece que va a haber una reunión en la que contará lo de esta tarde. Sin lugar a dudas, me he metido en la boca del lobo, y ahora mismo, con el cansancio, no soy más que un cordero asustado; mientras que debería estar atenta a cada detalle. Lo intentaré, pero no prometo nada. Supongo que habrán más situaciones parecidas, o eso espero.