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viernes, 24 de junio de 2016

Capítulo 24

Me despierto al sentir una mano rodearme la cintura; al abrir los ojos veo a Alexander intentando cogerme en volandas, pero me deshago de él.
¾    No quería despertarte —dice al moverme—. Ven, te llevaré a una cama —me tiende la mano.
¾    ¿Vienes conmigo? —salgo del coche por mi cuenta.
¾    Ojalá —fuerza una sonrisa—. Tengo que ocuparme de unos asuntos.
¾    ¿Puedo saber qué te atrae más que yo? —le cojo por la corbata.
¾    Alice, no me hagas esto —mira un momento al cielo y me agarra la mano para que pare—. Ven conmigo. Si te sientes con fuerzas, claro.
¾    ¿Estás seguro?
Me da una intensa mirada, que no puedo interpretar, no sé si por el cansancio, luz o simplemente ni siquiera él sabe lo que sentir o pensar. Tomo aire y le agarro del brazo para sujetarme y que me guíe, todavía estoy algo desorientada y no quiero caerme.
Unos segundos de intensas miradas más hacen que pegue su cuerpo contra el mío y me bese suavemente mientras me acaricia el cuello y la mejilla. Las pupilas tapan casi por completo el iris, haciendo desaparecer el azul y dándole un toque siniestro, sin embargo, todo el resto de él es extremadamente dulce. Me coge de la mano y nos adelantamos para entrar en la casa, que de frente deja mucho que desear. Parece un bloque gigante de hormigón blanco con un espacio para dejar el coche a un lado y una hendidura por la que entrar. A pesar de ello, está rodeada de jardines que le dan un toque de color, y aunque me parece inteligente que no tenga ventanas por seguridad, hay cerca de una decena de guardias rondando, lo que da bastante miedo. Definitivamente, si alguien intentara colarse, no superaría los primeros diez metros de camino pavimentado, pues por supuesto van armados hasta los dientes.
La entrada se ilumina en cuanto ponemos el primer pie, y continúa con el efecto frío del exterior. Es una casa completamente hecha a su medida. Aunque es de dos plantas, arriba no hay techo, es un espacio completamente diáfano, al igual que las paredes, que a excepción de alguna que está revestida de madera para darle un muy ligero toque acogedor, son de cristal. Esto de verdad me sorprende, aunque si pienso en la ''transparencia absoluta'' en la que tanto insistía su padre, no es tan extraño que lo haya aplicado a cada aspecto de su vida. Me lleva a la derecha, donde hay una sala cuyos cristales tienen pegatinas que hacen que no se pueda ver nada desde fuera. Alex abre la puerta conmigo detrás y la cierra el hombre que nos ha traído en coche. Dentro hay una mesa rectangular con hombres a ambos lados, mirándonos con atención —especialmente a mí. Les conozco como los jefes del Estado, sé que hay uno por cada distrito, pero nunca les había visto en persona y mucho menos todos juntos. Son seis en total, siete contando con Alexander, y físicamente dispares, algún joven, otro mayor, etc., pero todos cumplen con los requisitos: llevar tiempo en el negocio, haberse ganado la confianza de Alexander, saber respetarle y ser capaz de obedecer ciegamente. Se hace el silencio en cuanto se coloca en la butaca que preside la mesa y yo me siento en la silla que ha colocado a su lado el mismo que nos ha traído antes. Cuando Alex pone las manos sobre la mesa, arrastra la mía entrelazada con la suya y no pretende soltarla, parece dar comienzo a la reunión, pues uno de los hombres, ­­­­­­­­­­­Bruce Byrony, el encargado de la parte norte, comienza a hablar. Por el contrario, el resto se limitan a observarme, dándome la opción de hacer lo mismo con ellos de manera sutil.
Paul también está, sentado al otro lado de Moore, lo que me da cierta tranquilidad, aunque no ha pasado desapercibido que no ha dicho nada de mi presencia. Parece que de momento quiere mantener un perfil bajo, pues está mucho más serio de lo que jamás le he visto, vistiendo incluso una camisa y pantalones de traje, a diferencia de todas las otras veces, siempre con vaqueros y camiseta. La verdad es que no consigue suavizar demasiado el impacto de todo esto, me hace sudar las manos y acelerar el pulso. Un punto más para Alexander, aunque no para el lado bueno.
 Me gustaría que fuera al revés, ellos en mi territorio siendo libre de preguntar o al menos mirar, pero me temo que va a ser muy difícil que ocurra jamás. Ahora sólo puedo poner toda mi atención en lo que se diga y quién lo haga, es la única forma de sacar algo de provecho de esto, porque el miedo, me agrade o no, es mi fiel e inseparable compañero.
¾    Moore, explica qué es todo esto. Nos llamas para que estemos aquí cuanto antes y llegas tarde. Tarde y con otra de tus putas.
¾    Cuidado con lo que dices, ­Byrony, sabes lo que les pasa a los que hablan de más —le advierte con una mirada que no tiene nada que envidiar a una pistola—; ella no es ninguna puta, y aunque lo fuera no os importa, está conmigo —reconozco que todo el miedo que podía tener por ellos, ahora es por Alex—. Ella ha hecho más por el negocio en dos días que todos vosotros.
¾    ¿De qué hablas? —el jefe del distrito 7, Cyril Matthews, interviene.
¾    ¿Conocéis a un tal Sean Coleman?
¾    Sí, lo ascendimos hace poco ¿no? —Elías Scott. distrito 4.
¾    Ha estado haciendo negocios por su parte. Ha falsificado documentos con mi firma para implicarme en el negocio de los rusos. Smirnov pensaba que era yo quien lo estaba llevando. Él y la policía. Alice descubrió lo que estaba haciendo, se hizo pasar por una de sus...chicas y después se dejó detener...
¾    Alex, espera —le detengo y me mira sorprendido—. No me dejé detener, nos vieron huyendo juntos y me siguieron hasta mi casa. Aun así, estoy segura de que la policía ha descartado cualquier implicación de Moore.
¾    ¿Cómo lo conseguiste? Coleman siempre ha sido muy discreto.
¾    No lo sabía. Simplemente oí que él estaba llevando ese tipo de negocios y quise creérmelo. Me hice pasar por una prostituta de lujo y me dejaron pasar. Al día siguiente volví con Alexander porque Coleman quería verme expresamente, y le desenmascaramos.
¾    Todo eso fue realmente...
¾    ¿Valiente? —Alex me mira cuando me defiende.
¾    Estúpido. ¿En serio quieres que nos creamos toda esa historia? Smirnov es inteligente.
¾    Sí, pero le pierden unas piernas largas. Igual que a Coleman. En eso tenemos que darle la razón, caballeros. No puedo culparles, yo ahora no puedo concentrarme y está sentada, no me quiero imaginar lo que pasaría si se presenta vestida como una de esas...señoritas —me guiña un ojo con una sonrisa en los labios.
Al fin, Paul interviene, aunque no sé si para bien o para mal. Creo que pretende defenderme, sin importar que no sea la mejor manera. Por lo que parece, además de ser el protegido de Alex, también se ha hecho con el control del distrito 6, el más complicado después del de Miami Beach. Nadie sabe más de él que ha aparecido de la nada, se ha hecho un hueco en la industria gracias a Alex; tengo la teoría de que le debió traer en alguna patera hace años y se hizo cargo de él. Sin embargo, son sólo suposiciones, y no espero que nadie las confirme, la verdad. Al menos a corto plazo.
Para mi sorpresa, Alex no le reprime por decir lo que ha dicho, no obstante, tampoco ha parecido agradarle, continúa tan serio como yo.
¾    Os guste o no, yo la creo. Esos tipos han sido siempre unos babosos y lo sabéis, así que no es tan difícil entrar; sólo había que encontrar a la persona con las agallas suficientes para hacerlo, y nuestro querido jefe la ha encontrado —a pesar de su sonrisa, no parece estar de humor para esto—. Felicidades, Alex. Ahora, ¿podemos irnos ya? Estoy cansado de toda esta mierda.
¾    Si alguien tiene motivos para estarlo, somos nosotros, Paul —me aprieta la mano, incluyéndome—; por eso se lo he dejado a la policía. Mañana recibimos mercancía, prefiero no llamar su atención con una muerte violenta.
¾    ¿Cómo se te ocurre? —es la protesta general— Podría delatarnos.
¾    No creo que tenga ganas de hablar con la nariz rota —ahora soy yo quien le defiende—. Si queréis ir a por él, supongo que le trasladarán al hospital, será complicado, pero no imposible.
¾    Alice —Alex me regaña para que me calle.
¾    ¿Tú qué ganas con eso? —me interroga el tal Cyril.
¾    Justicia, sobre todo; comprenderéis que no me gusta que un tío que intentó violarme esté en un calabozo sin pagar por lo que hizo.
¾    Todo dicho, entonces —Paul se levanta de la silla—. Vamos a por ese hijo de puta —reacciona cuando oye lo que me hizo.
¾    Siéntate. No vais a ningún lado.
¾    Moore, donde me crié nadie que tocara a una de nuestras mujeres seguía con vida dos días después. No es la primera —baja la voz para que sólo nosotros podamos oírle, y lo extiende hacia mí por la cercanía con Alex.
¾    ¿De qué estás hablando?
¾    Escúchame, Alex, Alice lo estaba haciendo por nosotros, por ti, se merece...
¾    Sé lo que se merece —alza la voz en forma de amenaza—. ¿Crees que no quiero matarle con mis propias manos, que lo hubiera hecho si ella no me hubiera detenido? Pero también tengo que sacar adelante esta entrega, y si actuamos ahora tendremos a la policía detrás. James, consígueme toda la información que puedas sobre su traslado y cárcel, si necesitas dinero tienes carta blanca —el que nos trajo en coche obedece al instante y sale de la habitación—. El resto no quiero que intercedáis por mí, pero mantened los ojos abiertos, si ese inútil nos ha metido en este lío quién sabe qué más podría estar pasando. Reforzad los controles, la seguridad y mantened contentas a las autoridades; estoy pensando en Europa, así que necesitaremos trabajar al máximo. Adelante.
Verle así me deja sin respiración. No es que sea nada malo, es sólo que me recuerda a mí, cuando repartía tareas en la policía; somos iguales en tantos aspectos que duele. A ambos nos gusta tener el control, pero con el otro a nuestro lado, somos capaces de ceder de vez en cuando. Eso debe significar anteponer al otro, al menos a nuestra manera. No nos sale del todo mal, de momento no tenemos nada en contra.
Todos se levantan para salir, pero se quedan mirándome unos segundos antes de hacerlo. Alex me vuelve a coger la mano cuando uno de sus hombres se le acerca, e intento escuchar la conversación, pero Byrony se ofrece a estrecharme la mano y me lo impide al hablar. No es el único que quiere hablar conmigo, el resto está rondándome; supongo que pretenden conseguir de mí todo lo que puedan. Que esperen sentados si piensan que una simple charla van a saber lo más mínimo, o ponerles de buenas con el jefe. 
¾    Disculpa mi actitud de antes, no pretendía ofenderte.
¾    Sólo quieres lo mejor para el negocio, como todos —añado.
¾    Por supuesto, el bien del negocio significa el bien de Moore, ¿no? Y eso te interesa —baja la voz al decirlo para que Alexander no lo oiga.
¾    Es lo que tiene ser puta —respondo con una sonrisa—, vamos por el dinero.
Me desafía con la mirada. Ya no es tan amigable como hacía un momento, ahora sabe que yo también puedo atacar y que no olvido. Es peligroso para ambos estar cerca del otro, él es un capo y yo soy la chica de su jefe, más nos vale no perjudicarnos.
Alex termina de hablar y se queda mirándonos, asegurándose de que todo va bien. Le aprieto la mano y asiente con la cabeza, satisfecho.
¾    Tengo que organizar unas cosas, enseguida estoy contigo. ¿Te importa?
¾    Haz lo que tengas que hacer —me sonríe y besa mi mejilla.
Siento una pequeña sensación de triunfo cuando lo hace, pues sé que nos han visto, y para ellos ahora soy intocable. Quizá me odien, pero saben lo que ocurriría si sufro el menor daño y no creo que quieran morir todavía.
Paul pone una mano en mi espalda y me indica que le siga. Al menos no es un desconocido más, lo que agradezco. Es lo último que me faltaba después de este día lleno de locura y estrés. Atravesamos la sala en silencio y parece que nadie más nos presta atención cuando salimos.
¾    Vaya numerito el de ahí dentro —rompe el silencio.
¾    Demasiada tensión para mi gusto. ¿Me lo parece a mí, o no confían en Alexander?
¾    Son narcos, no confían ni en ellos mismos.
¾    Él confía en ti.
¾    En los dos —me corrige, mirándome—. Y por suerte en nadie más más allá de lo profesional. Es muy difícil en este mundo poner un límite.
¾    ¿Cuántos años tienes? Parece que llevas mucho tiempo.
¾    Veintidós. Empecé joven, supongo.
¾    Necesito tu ayuda. No me deja acceso a ciertas cosas que tú sí tienes, así que mantén un ojo sobre él. Eres el único en quien confío para ello, eres leal.
¾    Estoy en deuda con él, me sacó de la calle. Pero también somos amigos, y nos hacemos favores. Cuidaré de él por eso, no por ti.
¾    Con eso me basta.
¾    Eres más valiente de lo que pensaba, francesa. De todas formas ten cuidado, y aléjate de tipos como Byrony; es un tipo peligroso, con mucha ambición.
¾    Y todos sabemos que la mejor manera de llegar a alguien es por sus seres queridos —digo en alto lo que él no quería.
¾    Exacto.
Eso le da un tono sombrío a su expresión, una seriedad que no hubiera esperado jamás. Quizá haya una historia más profunda ahí, algo que de verdad le afecte, no obstante, será difícil conocerla. Sólo de pensar en ella, para sí mismo, ha conseguido esa reacción, así que no quiero imaginarme lo que debe significar para él. Además, por lo que parece, sabe más de lo que ha contado a Alexander, y a lo mejor lo haga próximamente, pero de eso estoy segura que necesitaré saberlo para aumentar los cargos a Coleman. Ya pensaré algo.
Abre una puerta que da acceso a la habitación y me deja pasar primero. La habitación es amplia, en tonos grises y bastante sencilla: con la cama, una mesilla de noche a cada lado, una cómoda y un par de puertas más, que supongo que son para un baño y vestidor, aunque no puedo acercarme a mirar, pues el chico ha venido tras de mí.
El resto de la casa que he podido ver era igual que la habitación, todo muy cuadriculado, de color blanco y negro en su mayoría y con paredes de cristal a excepción de cierta área, exactamente donde estamos ahora. Por desgracia, no he podido ver más de la planta baja, la escalera estaba justo al lado de donde ha ocurrido la reunión.
Me siento en la cama y mi guía se apoya en la pared de enfrente con los brazos cruzados, sin quitarme los ojos de encima.
¾    ¿Pasa algo?
¾    No, nada —parece volver en sí—. Estaba pensando en qué es lo que vio en ti como para volverse loco. Ya veo que eres mucho más que un cuerpo, pero pensé que no le gustaban las mujeres que se meten en sus negocios. No digo que me parezca mal lo de vosotros dos, pero es raro. Llevo un tiempo metido en la relación, ya sabes, y creo que no estáis mal juntos.
¾    Tenemos una larga historia detrás, lo que influye. Aunque éramos críos por entonces —tomo una bocanada de aire—. Ahora es más complicado.
¾    ¿Conociste a su padre?
¾    Le vi un par de veces. Un tipo serio, bastante amenazador. ¿Por qué lo dices?
¾    Oigo a mucha gente hablar de él, compararles. Quiero saber la verdad —tengo que controlarme para no contestar lo que pienso.
¾    Ronald Moore era...un tipo frío, incluso con Alex. No era alguien con quien pudieras salir de copas, precisamente —a no ser que estuvieran llenas de sangre por algún macabro juego de los suyos—. No es muy agradable hablar de todo eso, Paul, ni te imaginas lo que me hizo ver.
¾     ¿Y Alex lo sabe?
¾    No necesita más odio en su vida.
Entonces, la puerta se abre y entra el tercero en discordia, Alex. Nos mira a los dos y le estrecha la mano a Paul como agradecimiento antes de indicarle que se vaya, hablarán en otro momento, ahora es el mío. El joven obedece sin despedirse y el capo se me acerca hasta ponerme la mano en el cuello y besarme lentamente. Me empuja con todo su peso a la cama, apoyándose con la mano libre para no quedarse completamente sobre mí; de todas formas tengo que recostarme por los codos, aunque no es un impedimento para continuar abrazados, siendo consciente de cada centímetro de su piel que entra en contacto con la mía.
En mi contra, se incorpora y se sienta a mi lado, no puedo creer que me haya traído hasta aquí sólo para hablar conmigo. Aunque quiero escucharle, una parte de mi lo único que es capaz de razonar es callarle a besos y ahogarme en él. Todo esto me ha hecho darme cuenta definitivamente que él es el único que quiero que me toque, de hecho lo estoy deseando, quiero dejar a un lado todo lo racional y que nos entreguemos por completo. Hemos esperado demasiado, al momento correcto que nunca será como soñamos, así que, ¿por qué no ahora?
¾    Gracias por esto, Al. No sabes lo que significa que estés a mi lado ahora.
¾    Eres todo lo que tengo —me encojo de hombros.
¾    ¿Y tu familia?
¾    Amy es la única —me mira extrañado y procedo a explicarle—. Mis padres me dieron de lado al poco de separamos, supongo que tenían miedo.
¾    Pero Lily... Ella no te abandonaría.
¾    Y no lo ha hecho —fuerzo una amarga sonrisa—, está aquí, no importa los años que pasen —me señalo el corazón.
¾    Dime que no, por favor.
¾    Trece de junio de 2010.
¾    Yo... pensé que te habías hecho cargo de ella hasta que se hiciera mayor y que estaba con tus padres. No puede ser, los médicos dijeron que estaba mejorando.  
¾    Todavía dependía de aquella máquina —la que hacía que continuaran funcionándole los pulmones—. Y, casualmente, un día falló; nadie sabe cómo ni por qué, sólo que había estado recibiendo visitas de un hombre extraño que la aterrorizaba, pero que siempre conseguía que le dejaran pasar. Tenía incluso miedo de hablar, se mantuvo callada hasta el último momento.
Prácticamente puedo ver cómo empieza a darse cuenta de lo que le estoy diciendo, pues cambia su expresión, pasando por la incredulidad hasta la ira. Por el momento no hay lugar para la tristeza, normalmente es la fase más difícil, pues es el comienzo de la aceptación; y hay veces que no se consigue salir. Por suerte yo sí lo conseguí, aunque me costó bastante tiempo, y ahora lo tengo tan asumido que podría dar hasta miedo. Mi voz es completamente neutral, tranquila. Sin embargo, veo cómo Alex crispa los dedos hasta cerrarlos en un puño y se levanta de la cama para ponerse a andar por la habitación, nervioso. Conozco ese sentimiento, el no poder estarse quieto, mantenerse ocupado para evitar la realidad. He aquí otra cosa en la que somos iguales; golpea la pared una primera vez, pero no se ve satisfecho y continúa frenéticamente hasta que le abrazo por la cintura y tiro de él. No necesito apenas fuerza, tiene todo su cuerpo en tensión y le cuesta un par de minutos relajarse por completo. Prácticamente se deja hacer, cada célula de su cuerpo se rinde al mío, aunque no exactamente como yo quería.
Con la respiración aún acelerada, me mira directamente a los ojos y veo que tiene la cara humedecida con lágrimas y los nudillos ensangrentados de nuevo. Entre esto y lo de Coleman, debe dar gracias de no haberse roto nada. Resisto acariciarle y voy hasta una de las puertas que he visto antes, por suerte la primera que abro es un baño y entro para coger una toalla pequeña. La humedezco y vuelvo con él; le cojo de las manos para limpiárselas, pero se aparta violentamente.
¾    Estoy bien. No soy un crío —se quita la corbata y la lanza contra la cama.
¾    Vale, si no quieres que te ayude, me voy —voy hacia la puerta.
¾    Espera. ¿Por qué, Alice? ¿Por qué? —suena dolido.
¾    ¿Por qué qué?
¾    ¿Por qué ella? ¿Por qué yo, si sabes lo peligroso que es?
¾   No lo sé, Alexander —vuelvo a mentir—. Pudo escuchar o ver algo, no tengo ni idea. Me he pasado mucho tiempo huyendo, no quiero seguir con esa vida. Si no hubiera huido, ella estaría viva, tan sencillo como eso. Fui una cobarde.
Aprieto los dientes para no llorar, y lo consigo a duras penas, pero Alex no. Se seca las lágrimas con el dorso de la mano, la cual aparta al instante, le duelen los nudillos demasiado como para evitar los actos reflejos. Aprieta la mano y me acerco con la toalla y una ligera sonrisa para tranquilizarle; esta vez me permite limpiarle.
¾    Ay —se queja en cuanto empiezo—. Cómo se nota que no es tu mano.
¾    Eres una nenaza —me río.
¾    ¿Ah sí? ¿Una nenaza haría esto?
Se levanta de la cama y me agarra por la cintura hasta pegarme completamente contra él. Siento el calor de su cuerpo, su olor a loción de afeitado ha dado paso a uno intenso a colonia cara, seguramente una mezcla de todas las que han estado en la misma sala hace un momento; respiro profundamente para impregnarme todo lo que pueda antes de enterrar la cara en su cuello para besarle por donde tiene la camisa abierta. Me levanta la cabeza por la barbilla para morderme los labios y consigue que mi corazón comience a latir a un ritmo demasiado acelerado, más de lo que recordaba que podría. Baja sus manos por mi espalda hasta agarrar la blusa y sacármela por la cabeza, y mientras que las mantiene en mis caderas apretándome aún más, le desabrocho algunos botones de la camisa que mis dedos, ahora torpes, apenas alcanzan a encontrar; pierdo la paciencia y tiro de ambos lados, sin importarme romperla; y parece que a él tampoco, pues sonríe en mitad de los besos. Él mantiene las manos ocupadas quitándome los pantalones cuando yo paseo las mías por su espalda, sintiendo cada irregularidad de sus músculos, cada centímetro de su piel ardiente, aunque yo también me siento así, no sé si se reflejará igualmente en el exterior, pero es como si una enorme llama creciera desde mi pecho y se expandiera por el resto del cuerpo, con pequeños pinchazos que llevan electricidad allí donde Alex me toca. La sensación crece cuando deja caer mis pantalones y me levanta por los muslos para tumbarme en la cama. Recorre mi cuerpo a besos, y entonces consigue que olvide la multitud de cicatrices que lo adornan, pues a él parece no importarle. Se tumba encima de mí y mete las manos por mi espalda para darme la vuelta; se apoya en los codos para desabrocharme el sujetador justo cuando  lo hago lo mismo con su pantalón. Necesito sentirle más cerca aún, ni si quiera esto es suficiente. La sangre corre por mis venas con tanta rapidez que parece querer salir de mí para ir con él también; mi corazón alcanza un ritmo casi peligroso y mis pulmones se quedan sin aire, pero aun así continúan funcionando sin problemas. La sed que me recorre no se sacia por mucho que continúe besando a Alexander o a su cuerpo; él es la única fuente de esa sensación y el único remedio al mismo tiempo.
Ya no somos críos, sabemos lo que hacemos y lo que queremos, y está claro que también cómo conseguirlo, pues le beso el cuello mientras paseo los dedos suavemente por entre los abdominales hasta llegar a los oblicuos, notando cómo cada vez que me acerco al final de éstos aprieta las manos, sin importar dónde estén o si me hacen daño. Pero agradezco ese daño, me devuelve a la realidad por un instante y me ayuda a darme cuenta de lo que está pasando, de que no es un sueño y que cada caricia es verdadera.
Vuelve a levantarme la cabeza para besarme los labios y morderme el inferior cuando, al fin, no me detengo al continuar la línea que marca el oblicuo.  


En algún momento de la noche en el que la oscuridad nos ha consumido; en el que hemos quemado toda la pasión y todo lo que quedan son nuestros cuerpos al fin realmente relajados, al igual que el resto de lo que nos compone; y las sábanas amontonadas a nuestros pies, él me mira directamente a los ojos, con una expresión ausente y centrada a la vez, absorto en sus pensamientos pero tratando de hacerme partícipe de ellos de alguna torpe y dulce manera. Así, con la cabeza apoyada en mi vientre, me besa con suavidad y me acaricia las cicatrices que encuentra con sus manos, incluidas las de la espalda. Aunque el roce es leve, apenas un ligero contacto entre las yemas de sus dedos y mi piel dura y gruesa, lo siento como si fueran pequeños pinchazos, no sé si para bien o para mal.
Con una ligera sonrisa, una sincera y que no pretende dirigirla a nadie, susurra:
¾    Estás viva. Estás viva, Alice —repite para auto convencerse, según parece.
Es comprensible que se sienta así, después de todo lo que he pasado, resulta casi imposible que haya sobrevivido, pero parece ser que soy difícil de liquidar. Para mi sorpresa, no está horrorizado, sino fascinado por lo que ve, por extraño que parezca.
¾    Yo tenía razón; sí que eres un ángel —no puede mirarme a los ojos—. Hay que tener un gran corazón para sobrevivir a algo así y estar aquí como si nada—dejó la mano en el tiro del hígado; precisamente ese.
¾    Más bien buenos médicos y mucha suerte —le cojo de la mano para que se ponga a mi altura; no quiero entrar en esa conversación.
¾    No, Alice, estar vivo no es que te lata el corazón —posa su palma allí donde dice—, sino que se te acelere cuando te toca la persona que amas, tener la piel caliente aunque sea una noche fría...
¾    Creo que en eso tú tienes mucho que ver —fuerzo una sonrisa.
¾    Eso espero.
Me besa con suavidad antes de envolverme en sus brazos por el resto de la noche. Podría decirle la verdad, cómo me hice las heridas, lo mucho que le quiero por peligroso o inapropiado que sea o incluso pedirle que nos vayamos; pero no puedo permitir que se me nuble ahora la razón, después de todo lo que he tenido que pasar y mentir, no debo abandonar.
No me cuesta demasiado dormirme, la calma que Alex me proporciona es inconmensurable, el rítmico movimiento de su pecho es tan tranquilizador que incluso abruma. Ambos caemos rendidos al poco, dispuestos en los brazos del otro.

Hasta que llegue el día del juicio final; dejadle venir y desafiarnos. Estaremos preparados para defendernos y presentar batalla. Que se atrevan a separarnos. 

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