Me despierto al sentir una mano rodearme la
cintura; al abrir los ojos veo a Alexander intentando cogerme en volandas, pero
me deshago de él.
¾ No
quería despertarte —dice al moverme—. Ven, te llevaré a una cama —me tiende la
mano.
¾ ¿Vienes
conmigo? —salgo del coche por mi cuenta.
¾ Ojalá
—fuerza una sonrisa—. Tengo que ocuparme de unos asuntos.
¾ ¿Puedo
saber qué te atrae más que yo? —le cojo por la corbata.
¾ Alice,
no me hagas esto —mira un momento al cielo y me agarra la mano para que pare—.
Ven conmigo. Si te sientes con fuerzas, claro.
¾ ¿Estás
seguro?
Me da una intensa mirada, que no puedo
interpretar, no sé si por el cansancio, luz o simplemente ni siquiera él sabe
lo que sentir o pensar. Tomo aire y le agarro del brazo para sujetarme y que me
guíe, todavía estoy algo desorientada y no quiero caerme.
Unos segundos de intensas miradas más
hacen que pegue su cuerpo contra el mío y me bese suavemente mientras me
acaricia el cuello y la mejilla. Las pupilas tapan casi por completo el iris,
haciendo desaparecer el azul y dándole un toque siniestro, sin embargo, todo el
resto de él es extremadamente dulce. Me coge de la mano y nos adelantamos para
entrar en la casa, que de frente deja mucho que desear. Parece un bloque
gigante de hormigón blanco con un espacio para dejar el coche a un lado y una
hendidura por la que entrar. A pesar de ello, está rodeada de jardines que le
dan un toque de color, y aunque me parece inteligente que no tenga ventanas por
seguridad, hay cerca de una decena de guardias rondando, lo que da bastante
miedo. Definitivamente, si alguien intentara colarse, no superaría los primeros
diez metros de camino pavimentado, pues por supuesto van armados hasta los
dientes.
La entrada se ilumina en cuanto
ponemos el primer pie, y continúa con el efecto frío del exterior. Es una casa completamente
hecha a su medida. Aunque es de dos plantas, arriba no hay techo, es un espacio
completamente diáfano, al igual que las paredes, que a excepción de alguna que
está revestida de madera para darle un muy ligero toque acogedor, son de
cristal. Esto de verdad me sorprende, aunque si pienso en la ''transparencia
absoluta'' en la que tanto insistía su padre, no es tan extraño que lo haya
aplicado a cada aspecto de su vida. Me lleva a la derecha, donde hay una sala
cuyos cristales tienen pegatinas que hacen que no se pueda ver nada desde
fuera. Alex abre la puerta conmigo detrás y la cierra el hombre que nos ha
traído en coche. Dentro hay una mesa rectangular con hombres a ambos lados,
mirándonos con atención —especialmente a mí. Les conozco como los jefes del
Estado, sé que hay uno por cada distrito, pero nunca les había visto en persona
y mucho menos todos juntos. Son seis en total, siete contando con Alexander, y
físicamente dispares, algún joven, otro mayor, etc., pero todos cumplen con los
requisitos: llevar tiempo en el negocio, haberse ganado la confianza de
Alexander, saber respetarle y ser capaz de obedecer ciegamente. Se hace el
silencio en cuanto se coloca en la butaca que preside la mesa y yo me siento en
la silla que ha colocado a su lado el mismo que nos ha traído antes. Cuando
Alex pone las manos sobre la mesa, arrastra la mía entrelazada con la suya y no
pretende soltarla, parece dar comienzo a la reunión, pues uno de los hombres, Bruce Byrony, el encargado de la parte
norte, comienza a hablar. Por el contrario, el resto se limitan a observarme,
dándome la opción de hacer lo mismo con ellos de manera sutil.
Paul también está, sentado al otro
lado de Moore, lo que me da cierta tranquilidad, aunque no ha pasado
desapercibido que no ha dicho nada de mi presencia. Parece que de momento
quiere mantener un perfil bajo, pues está mucho más serio de lo que jamás le he
visto, vistiendo incluso una camisa y pantalones de traje, a diferencia de
todas las otras veces, siempre con vaqueros y camiseta. La verdad es que no
consigue suavizar demasiado el impacto de todo esto, me hace sudar las manos y
acelerar el pulso. Un punto más para Alexander, aunque no para el lado bueno.
Me gustaría que fuera al revés, ellos en mi
territorio siendo libre de preguntar o al menos mirar, pero me temo que va a
ser muy difícil que ocurra jamás. Ahora sólo puedo poner toda mi atención en lo
que se diga y quién lo haga, es la única forma de sacar algo de provecho de
esto, porque el miedo, me agrade o no, es mi fiel e inseparable compañero.
¾ Moore,
explica qué es todo esto. Nos llamas para que estemos aquí cuanto antes y
llegas tarde. Tarde y con otra de tus putas.
¾ Cuidado
con lo que dices, Byrony, sabes lo que les pasa a los que hablan de más —le
advierte con una mirada que no tiene nada que envidiar a una pistola—; ella no
es ninguna puta, y aunque lo fuera no os importa, está conmigo —reconozco que
todo el miedo que podía tener por ellos, ahora es por Alex—. Ella ha hecho más
por el negocio en dos días que todos vosotros.
¾ ¿De
qué hablas? —el jefe del distrito 7, Cyril Matthews,
interviene.
¾ ¿Conocéis
a un tal Sean Coleman?
¾ Sí,
lo ascendimos hace poco ¿no? —Elías Scott.
distrito 4.
¾ Ha
estado haciendo negocios por su parte. Ha falsificado documentos con mi firma
para implicarme en el negocio de los rusos. Smirnov pensaba que era yo quien lo
estaba llevando. Él y la policía. Alice descubrió lo que estaba haciendo, se
hizo pasar por una de sus...chicas y después se dejó detener...
¾ Alex,
espera —le detengo y me mira sorprendido—. No me dejé detener, nos vieron
huyendo juntos y me siguieron hasta mi casa. Aun así, estoy segura de que la
policía ha descartado cualquier implicación de Moore.
¾ ¿Cómo
lo conseguiste? Coleman siempre ha sido muy discreto.
¾ No
lo sabía. Simplemente oí que él estaba llevando ese tipo de negocios y quise
creérmelo. Me hice pasar por una prostituta de lujo y me dejaron pasar. Al día
siguiente volví con Alexander porque Coleman quería verme expresamente, y le
desenmascaramos.
¾ Todo
eso fue realmente...
¾ ¿Valiente?
—Alex me mira cuando me defiende.
¾ Estúpido.
¿En serio quieres que nos creamos toda esa historia? Smirnov es inteligente.
¾ Sí,
pero le pierden unas piernas largas. Igual que a Coleman. En eso tenemos que
darle la razón, caballeros. No puedo culparles, yo ahora no puedo concentrarme
y está sentada, no me quiero imaginar lo que pasaría si se presenta vestida
como una de esas...señoritas —me guiña un ojo con una sonrisa en los labios.
Al fin, Paul interviene, aunque no sé
si para bien o para mal. Creo que pretende defenderme, sin importar que no sea
la mejor manera. Por lo que parece, además de ser el protegido de Alex, también
se ha hecho con el control del distrito 6, el más complicado después del de
Miami Beach. Nadie sabe más de él que ha aparecido de la nada, se ha hecho un
hueco en la industria gracias a Alex; tengo la teoría de que le debió traer en
alguna patera hace años y se hizo cargo de él. Sin embargo, son sólo
suposiciones, y no espero que nadie las confirme, la verdad. Al menos a corto
plazo.
Para mi sorpresa, Alex no le reprime
por decir lo que ha dicho, no obstante, tampoco ha parecido agradarle, continúa
tan serio como yo.
¾ Os
guste o no, yo la creo. Esos tipos han sido siempre unos babosos y lo sabéis,
así que no es tan difícil entrar; sólo había que encontrar a la persona con las
agallas suficientes para hacerlo, y nuestro querido jefe la ha encontrado —a
pesar de su sonrisa, no parece estar de humor para esto—. Felicidades, Alex.
Ahora, ¿podemos irnos ya? Estoy cansado de toda esta mierda.
¾ Si
alguien tiene motivos para estarlo, somos nosotros, Paul —me aprieta la mano,
incluyéndome—; por eso se lo he dejado a la policía. Mañana recibimos
mercancía, prefiero no llamar su atención con una muerte violenta.
¾ ¿Cómo
se te ocurre? —es la protesta general— Podría delatarnos.
¾ No
creo que tenga ganas de hablar con la nariz rota —ahora soy yo quien le
defiende—. Si queréis ir a por él, supongo que le trasladarán al hospital, será
complicado, pero no imposible.
¾ Alice
—Alex me regaña para que me calle.
¾ ¿Tú
qué ganas con eso? —me interroga el tal Cyril.
¾ Justicia,
sobre todo; comprenderéis que no me gusta que un tío que intentó violarme esté
en un calabozo sin pagar por lo que hizo.
¾ Todo
dicho, entonces —Paul se levanta de la silla—. Vamos a por ese hijo de puta
—reacciona cuando oye lo que me hizo.
¾ Siéntate.
No vais a ningún lado.
¾ Moore,
donde me crié nadie que tocara a una de nuestras mujeres seguía con vida dos
días después. No es la primera —baja la voz para que sólo nosotros podamos
oírle, y lo extiende hacia mí por la cercanía con Alex.
¾ ¿De
qué estás hablando?
¾ Escúchame,
Alex, Alice lo estaba haciendo por nosotros, por ti, se merece...
¾ Sé
lo que se merece —alza la voz en forma de amenaza—. ¿Crees que no quiero
matarle con mis propias manos, que lo hubiera hecho si ella no me hubiera
detenido? Pero también tengo que sacar adelante esta entrega, y si actuamos
ahora tendremos a la policía detrás. James, consígueme toda la información que
puedas sobre su traslado y cárcel, si necesitas dinero tienes carta blanca —el
que nos trajo en coche obedece al instante y sale de la habitación—. El resto
no quiero que intercedáis por mí, pero mantened los ojos abiertos, si ese
inútil nos ha metido en este lío quién sabe qué más podría estar pasando.
Reforzad los controles, la seguridad y mantened contentas a las autoridades;
estoy pensando en Europa, así que necesitaremos trabajar al máximo. Adelante.
Verle así me deja sin respiración. No
es que sea nada malo, es sólo que me recuerda a mí, cuando repartía tareas en
la policía; somos iguales en tantos aspectos que duele. A ambos nos gusta tener
el control, pero con el otro a nuestro lado, somos capaces de ceder de vez en
cuando. Eso debe significar anteponer al otro, al menos a nuestra manera. No
nos sale del todo mal, de momento no tenemos nada en contra.
Todos se levantan para salir, pero se
quedan mirándome unos segundos antes de hacerlo. Alex me vuelve a coger la mano
cuando uno de sus hombres se le acerca, e intento escuchar la conversación,
pero Byrony se ofrece a estrecharme la mano y me lo impide al hablar. No es el
único que quiere hablar conmigo, el resto está rondándome; supongo que
pretenden conseguir de mí todo lo que puedan. Que esperen sentados si piensan
que una simple charla van a saber lo más mínimo, o ponerles de buenas con el
jefe.
¾ Disculpa
mi actitud de antes, no pretendía ofenderte.
¾ Sólo
quieres lo mejor para el negocio, como todos —añado.
¾ Por
supuesto, el bien del negocio significa el bien de Moore, ¿no? Y eso te
interesa —baja la voz al decirlo para que Alexander no lo oiga.
¾ Es
lo que tiene ser puta —respondo con una sonrisa—, vamos por el dinero.
Me desafía con la mirada. Ya no es tan
amigable como hacía un momento, ahora sabe que yo también puedo atacar y que no
olvido. Es peligroso para ambos estar cerca del otro, él es un capo y yo soy la
chica de su jefe, más nos vale no perjudicarnos.
Alex termina de hablar y se queda
mirándonos, asegurándose de que todo va bien. Le aprieto la mano y asiente con
la cabeza, satisfecho.
¾ Tengo
que organizar unas cosas, enseguida estoy contigo. ¿Te importa?
¾ Haz
lo que tengas que hacer —me sonríe y besa mi mejilla.
Siento una pequeña sensación de
triunfo cuando lo hace, pues sé que nos han visto, y para ellos ahora soy
intocable. Quizá me odien, pero saben lo que ocurriría si sufro el menor daño y
no creo que quieran morir todavía.
Paul pone una mano en mi espalda y me
indica que le siga. Al menos no es un desconocido más, lo que agradezco. Es lo
último que me faltaba después de este día lleno de locura y estrés. Atravesamos
la sala en silencio y parece que nadie más nos presta atención cuando salimos.
¾ Vaya
numerito el de ahí dentro —rompe el silencio.
¾ Demasiada
tensión para mi gusto. ¿Me lo parece a mí, o no confían en Alexander?
¾ Son
narcos, no confían ni en ellos mismos.
¾ Él
confía en ti.
¾ En
los dos —me corrige, mirándome—. Y por suerte en nadie más más allá de lo
profesional. Es muy difícil en este mundo poner un límite.
¾ ¿Cuántos
años tienes? Parece que llevas mucho tiempo.
¾ Veintidós.
Empecé joven, supongo.
¾ Necesito
tu ayuda. No me deja acceso a ciertas cosas que tú sí tienes, así que mantén un
ojo sobre él. Eres el único en quien confío para ello, eres leal.
¾ Estoy
en deuda con él, me sacó de la calle. Pero también somos amigos, y nos hacemos
favores. Cuidaré de él por eso, no por ti.
¾ Con
eso me basta.
¾ Eres
más valiente de lo que pensaba, francesa. De todas formas ten cuidado, y
aléjate de tipos como Byrony; es un tipo peligroso, con mucha ambición.
¾ Y
todos sabemos que la mejor manera de llegar a alguien es por sus seres queridos
—digo en alto lo que él no quería.
¾ Exacto.
Eso le da un tono sombrío a su
expresión, una seriedad que no hubiera esperado jamás. Quizá haya una historia
más profunda ahí, algo que de verdad le afecte, no obstante, será difícil
conocerla. Sólo de pensar en ella, para sí mismo, ha conseguido esa reacción,
así que no quiero imaginarme lo que debe significar para él. Además, por lo que
parece, sabe más de lo que ha contado a Alexander, y a lo mejor lo haga
próximamente, pero de eso estoy segura que necesitaré saberlo para aumentar los
cargos a Coleman. Ya pensaré algo.
Abre una puerta que da acceso a la
habitación y me deja pasar primero. La habitación es amplia, en tonos grises y
bastante sencilla: con la cama, una mesilla de noche a cada lado, una cómoda y
un par de puertas más, que supongo que son para un baño y vestidor, aunque no
puedo acercarme a mirar, pues el chico ha venido tras de mí.
El resto de la casa que he podido ver
era igual que la habitación, todo muy cuadriculado, de color blanco y negro en
su mayoría y con paredes de cristal a excepción de cierta área, exactamente
donde estamos ahora. Por desgracia, no he podido ver más de la planta baja, la
escalera estaba justo al lado de donde ha ocurrido la reunión.
Me siento en la cama y mi guía se
apoya en la pared de enfrente con los brazos cruzados, sin quitarme los ojos de
encima.
¾ ¿Pasa
algo?
¾ No,
nada —parece volver en sí—. Estaba pensando en qué es lo que vio en ti como
para volverse loco. Ya veo que eres mucho más que un cuerpo, pero pensé que no
le gustaban las mujeres que se meten en sus negocios. No digo que me parezca
mal lo de vosotros dos, pero es raro. Llevo un tiempo metido en la relación, ya
sabes, y creo que no estáis mal juntos.
¾ Tenemos
una larga historia detrás, lo que influye. Aunque éramos críos por entonces
—tomo una bocanada de aire—. Ahora es más complicado.
¾ ¿Conociste
a su padre?
¾ Le
vi un par de veces. Un tipo serio, bastante amenazador. ¿Por qué lo dices?
¾ Oigo
a mucha gente hablar de él, compararles. Quiero saber la verdad —tengo que
controlarme para no contestar lo que pienso.
¾ Ronald
Moore era...un tipo frío, incluso con Alex. No era alguien con quien pudieras
salir de copas, precisamente —a no ser que estuvieran llenas de sangre por
algún macabro juego de los suyos—. No es muy agradable hablar de todo eso,
Paul, ni te imaginas lo que me hizo ver.
¾ ¿Y Alex lo sabe?
¾ No
necesita más odio en su vida.
Entonces, la puerta se abre y entra el
tercero en discordia, Alex. Nos mira a los dos y le estrecha la mano a Paul como
agradecimiento antes de indicarle que se vaya, hablarán en otro momento, ahora
es el mío. El joven obedece sin despedirse y el capo se me acerca hasta ponerme
la mano en el cuello y besarme lentamente. Me empuja con todo su peso a la
cama, apoyándose con la mano libre para no quedarse completamente sobre mí; de
todas formas tengo que recostarme por los codos, aunque no es un impedimento
para continuar abrazados, siendo consciente de cada centímetro de su piel que
entra en contacto con la mía.
En mi contra, se incorpora y se sienta
a mi lado, no puedo creer que me haya traído hasta aquí sólo para hablar
conmigo. Aunque quiero escucharle, una parte de mi lo único que es capaz de
razonar es callarle a besos y ahogarme en él. Todo esto me ha hecho darme
cuenta definitivamente que él es el único que quiero que me toque, de hecho lo
estoy deseando, quiero dejar a un lado todo lo racional y que nos entreguemos
por completo. Hemos esperado demasiado, al momento correcto que nunca será como
soñamos, así que, ¿por qué no ahora?
¾ Gracias
por esto, Al. No sabes lo que significa que estés a mi lado ahora.
¾ Eres
todo lo que tengo —me encojo de hombros.
¾ ¿Y
tu familia?
¾ Amy
es la única —me mira extrañado y procedo a explicarle—. Mis padres me dieron de
lado al poco de separamos, supongo que tenían miedo.
¾ Pero
Lily... Ella no te abandonaría.
¾ Y
no lo ha hecho —fuerzo una amarga sonrisa—, está aquí, no importa los años que
pasen —me señalo el corazón.
¾ Dime
que no, por favor.
¾ Trece
de junio de 2010.
¾ Yo...
pensé que te habías hecho cargo de ella hasta que se hiciera mayor y que estaba
con tus padres. No puede ser, los médicos dijeron que estaba mejorando.
¾ Todavía
dependía de aquella máquina —la que hacía que continuaran funcionándole los
pulmones—. Y, casualmente, un día falló; nadie sabe cómo ni por qué, sólo que
había estado recibiendo visitas de un hombre extraño que la aterrorizaba, pero
que siempre conseguía que le dejaran pasar. Tenía incluso miedo de hablar, se
mantuvo callada hasta el último momento.
Prácticamente puedo ver cómo empieza a
darse cuenta de lo que le estoy diciendo, pues cambia su expresión, pasando por
la incredulidad hasta la ira. Por el momento no hay lugar para la tristeza, normalmente
es la fase más difícil, pues es el comienzo de la aceptación; y hay veces que
no se consigue salir. Por suerte yo sí lo conseguí, aunque me costó bastante
tiempo, y ahora lo tengo tan asumido que podría dar hasta miedo. Mi voz es completamente
neutral, tranquila. Sin embargo, veo cómo Alex crispa los dedos hasta cerrarlos
en un puño y se levanta de la cama para ponerse a andar por la habitación,
nervioso. Conozco ese sentimiento, el no poder estarse quieto, mantenerse
ocupado para evitar la realidad. He aquí otra cosa en la que somos iguales; golpea
la pared una primera vez, pero no se ve satisfecho y continúa frenéticamente
hasta que le abrazo por la cintura y tiro de él. No necesito apenas fuerza,
tiene todo su cuerpo en tensión y le cuesta un par de minutos relajarse por
completo. Prácticamente se deja hacer, cada célula de su cuerpo se rinde al
mío, aunque no exactamente como yo quería.
Con la respiración aún acelerada, me
mira directamente a los ojos y veo que tiene la cara humedecida con lágrimas y
los nudillos ensangrentados de nuevo. Entre esto y lo de Coleman, debe dar
gracias de no haberse roto nada. Resisto acariciarle y voy hasta una de las
puertas que he visto antes, por suerte la primera que abro es un baño y entro
para coger una toalla pequeña. La humedezco y vuelvo con él; le cojo de las
manos para limpiárselas, pero se aparta violentamente.
¾ Estoy
bien. No soy un crío —se quita la corbata y la lanza contra la cama.
¾ Vale,
si no quieres que te ayude, me voy —voy hacia la puerta.
¾ Espera.
¿Por qué, Alice? ¿Por qué? —suena dolido.
¾ ¿Por
qué qué?
¾ ¿Por
qué ella? ¿Por qué yo, si sabes lo peligroso que es?
¾
No lo sé, Alexander —vuelvo a mentir—. Pudo
escuchar o ver algo, no tengo ni idea. Me he pasado mucho tiempo huyendo, no
quiero seguir con esa vida. Si no hubiera huido, ella estaría viva, tan
sencillo como eso. Fui una cobarde.
Aprieto los dientes para no llorar, y
lo consigo a duras penas, pero Alex no. Se seca las lágrimas con el dorso de la
mano, la cual aparta al instante, le duelen los nudillos demasiado como para
evitar los actos reflejos. Aprieta la mano y me acerco con la toalla y una
ligera sonrisa para tranquilizarle; esta vez me permite limpiarle.
¾ Ay
—se queja en cuanto empiezo—. Cómo se nota que no es tu mano.
¾ Eres
una nenaza —me río.
¾ ¿Ah
sí? ¿Una nenaza haría esto?
Se levanta de la cama y me agarra por
la cintura hasta pegarme completamente contra él. Siento el calor de su cuerpo,
su olor a loción de afeitado ha dado paso a uno intenso a colonia cara,
seguramente una mezcla de todas las que han estado en la misma sala hace un
momento; respiro profundamente para impregnarme todo lo que pueda antes de
enterrar la cara en su cuello para besarle por donde tiene la camisa abierta.
Me levanta la cabeza por la barbilla para morderme los labios y consigue que mi
corazón comience a latir a un ritmo demasiado acelerado, más de lo que
recordaba que podría. Baja sus manos por mi espalda hasta agarrar la blusa y
sacármela por la cabeza, y mientras que las mantiene en mis caderas apretándome
aún más, le desabrocho algunos botones de la camisa que mis dedos, ahora
torpes, apenas alcanzan a encontrar; pierdo la paciencia y tiro de ambos lados,
sin importarme romperla; y parece que a él tampoco, pues sonríe en mitad de los
besos. Él mantiene las manos ocupadas quitándome los pantalones cuando yo paseo
las mías por su espalda, sintiendo cada irregularidad de sus músculos, cada
centímetro de su piel ardiente, aunque yo también me siento así, no sé si se
reflejará igualmente en el exterior, pero es como si una enorme llama creciera
desde mi pecho y se expandiera por el resto del cuerpo, con pequeños pinchazos
que llevan electricidad allí donde Alex me toca. La sensación crece cuando deja
caer mis pantalones y me levanta por los muslos para tumbarme en la cama.
Recorre mi cuerpo a besos, y entonces consigue que olvide la multitud de
cicatrices que lo adornan, pues a él parece no importarle. Se tumba encima de
mí y mete las manos por mi espalda para darme la vuelta; se apoya en los codos
para desabrocharme el sujetador justo cuando
lo hago lo mismo con su pantalón. Necesito sentirle más cerca aún, ni si
quiera esto es suficiente. La sangre corre por mis venas con tanta rapidez que
parece querer salir de mí para ir con él también; mi corazón alcanza un ritmo
casi peligroso y mis pulmones se quedan sin aire, pero aun así continúan
funcionando sin problemas. La sed que me recorre no se sacia por mucho que
continúe besando a Alexander o a su cuerpo; él es la única fuente de esa
sensación y el único remedio al mismo tiempo.
Ya no somos críos, sabemos lo que
hacemos y lo que queremos, y está claro que también cómo conseguirlo, pues le
beso el cuello mientras paseo los dedos suavemente por entre los abdominales
hasta llegar a los oblicuos, notando cómo cada vez que me acerco al final de
éstos aprieta las manos, sin importar dónde estén o si me hacen daño. Pero
agradezco ese daño, me devuelve a la realidad por un instante y me ayuda a darme
cuenta de lo que está pasando, de que no es un sueño y que cada caricia es
verdadera.
Vuelve a levantarme la cabeza para
besarme los labios y morderme el inferior cuando, al fin, no me detengo al
continuar la línea que marca el oblicuo.
En algún momento de la noche en el que la oscuridad nos ha
consumido; en el que hemos quemado toda la pasión y todo lo que quedan son
nuestros cuerpos al fin realmente relajados, al igual que el resto de lo que
nos compone; y las sábanas amontonadas a nuestros pies, él me mira directamente
a los ojos, con una expresión ausente y centrada a la vez, absorto en sus
pensamientos pero tratando de hacerme partícipe de ellos de alguna torpe y
dulce manera. Así, con la cabeza apoyada en mi vientre, me besa con suavidad y
me acaricia las cicatrices que encuentra con sus manos, incluidas las de la
espalda. Aunque el roce es leve, apenas un ligero contacto entre las yemas de
sus dedos y mi piel dura y gruesa, lo siento como si fueran pequeños pinchazos,
no sé si para bien o para mal.
Con una ligera sonrisa, una sincera y que no pretende dirigirla
a nadie, susurra:
¾ Estás
viva. Estás viva, Alice —repite para auto convencerse, según parece.
Es comprensible que se sienta así, después de todo lo que he
pasado, resulta casi imposible que haya sobrevivido, pero parece ser que soy
difícil de liquidar. Para mi sorpresa, no está horrorizado, sino fascinado por
lo que ve, por extraño que parezca.
¾ Yo
tenía razón; sí que eres un ángel —no puede mirarme a los ojos—. Hay que tener
un gran corazón para sobrevivir a algo así y estar aquí como si nada—dejó la mano
en el tiro del hígado; precisamente ese.
¾ Más
bien buenos médicos y mucha suerte —le cojo de la mano para que se ponga a mi
altura; no quiero entrar en esa conversación.
¾ No,
Alice, estar vivo no es que te lata el corazón —posa su palma allí donde dice—,
sino que se te acelere cuando te toca la persona que amas, tener la piel
caliente aunque sea una noche fría...
¾ Creo
que en eso tú tienes mucho que ver —fuerzo una sonrisa.
¾ Eso
espero.
Me besa con suavidad antes de envolverme en sus brazos por
el resto de la noche. Podría decirle la verdad, cómo me hice las heridas, lo
mucho que le quiero por peligroso o inapropiado que sea o incluso pedirle que
nos vayamos; pero no puedo permitir que se me nuble ahora la razón, después de
todo lo que he tenido que pasar y mentir, no debo abandonar.
No me cuesta demasiado dormirme, la calma que Alex me
proporciona es inconmensurable, el rítmico movimiento de su pecho es tan
tranquilizador que incluso abruma. Ambos caemos rendidos al poco, dispuestos en
los brazos del otro.
Hasta que llegue el día del juicio final; dejadle venir y
desafiarnos. Estaremos preparados para defendernos y presentar batalla. Que se
atrevan a separarnos.
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