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viernes, 26 de agosto de 2016

Capítulo 33

No sé si debo contarle la verdad a mi viejo amigo, pero es el único buen recuerdo que me queda de aquí, y quizá pueda echarme una mano con lo que quiero hacer. Cuando termino, Hood está esperándome en la salida, con Beth a su lado mirando el suelo.
¾    Pensaba que te habías ido.
¾    No voy a dejarte, no al menos sin hablar contigo antes.
¾    Qué tierno —interrumpe la chica.
¾    Cállate, Beth —la regaña.
¾    No te preocupes. ¿Le has dicho algo?
¾    Lo justo —hay cosas que ambos preferimos que no sepa; él se adelanta.
¾    Eres Baby ¿verdad? La que venció en la pelea contra B&S.
¾    Me llevé una puñalada de recuerdo, así que no gané precisamente.
¾    ¿Por qué te fuiste?
¾    ¿Has oído algo en especial?
¾    Reformatorio, pero no lo creo. Robb nunca quiere hablar de ti —Hood nos guía hasta un coche aparcado en la acera.
¾    Es tu historia, Baby, no creo ser el apropiado para contarla. ¿Te importa que te llame así? —reacciona a mi expresión.
Se me hace extraño, la verdad, oír mi antiguo apodo dicho de esa manera tan cariñosa, no obstante, no es algo que me incomode, pues sé que no lo hace a posta y que es una manera de recordar un tiempo en el que las cosas eran fáciles.
¾    No, es sólo que nadie me ha llamado así desde hace años; es raro.
¾    Mejor, porque es lo que me sale —se ríe—. Vamos, sube. Vamos a casa.
Me abre la puerta del coche y me invita a entrar. Dudo unos segundos si hacerlo o no, pero consigue convencerme rápido. Con un empujón amistoso estoy en el asiento delantero, a su lado. Me mira de vez en cuando de reojo hasta que se atreve a hablar.
¾    ¿Sabes algo de PJ? —susurra.
¾    No desde hace meses. ¿Has hablado con él?
¾    El martes, creo. Le llamo todas las semanas, pero lleva un tiempo bastante raro. No coge el teléfono, y cuando lo hace responde con evasivas.
¾    ¿Conoce a Beth?
¾    Sí, pero no se llevan bien. Así que ha dejado de venir. Supongo que no tiene dinero para costeárselo, tampoco.
¾    Te aseguro que eso no es —me recuesto en el asiento—. Le doy dinero cada mes para que viva bien, con su sueldo no le da para nada. Hasta donde yo sé, claro.
¾    Lo echo de menos. ¿Crees que volverá?
¾    Seguro. Me extraña que no esté aquí ya, de hecho.
¾    ¿Lo pasa mal allí?
¾    No lo sé. Llevo tiempo fuera de Los Ángeles—intento parecer indiferente—. ¿Y tú? ¿Qué ha sido de tu vida?
¾    He conseguido un buen curro en un hotel del centro, coordino a los botones.
¾    Por algo se empieza ¿no?
¾    Sí, bueno, no me puedo quejar demasiado —el coche para frente a una casa de la zona residencial, igual a la que viven mis padres; de hecho, es la misma calle.
¾    Bonita casa.
¾    Sí.
Nos mantenemos en silencio cruzando el patio delantero. Hay tantas cosas de las que hablar y tan poco tiempo que nos sentimos algo abrumados, al menos yo. Me pregunto cómo será la casa de Hood, aunque supongo que desordenada. Sin embargo, al entrar, huele a limpio y todo está perfectamente colocado. Una mujer rubia sale de lo que parece el salón a saludar. Cuando veo su cara, mis músculos actúan por sí mismos, sin razonar absolutamente nada la agarran del cuello y la estampan contra la pared. Hacen falta dos personas para conseguir separarme. Emma. No puedo creer que siga estando con Hood después de lo que me hizo, le advertí de ello pero no me hizo caso. Parece realmente aterrorizada, pero se merece muchísimo más en comparación.
Algo así no se olvida con facilidad, y ella parece perfectamente feliz jugando a las casitas. Seguro que no se acuerda ni por qué la he atacado.
¾    ¿Pero qué te pasa? —me grita Hood.
¾    ¡Me traicionó! ¡Me vendiste! —me dirijo a ella— ¡Por tu culpa casi nos matan!
¾    Explícate —Hood me tiene abrazada para no volver a atacarla; ella sólo se acaricia el cuello; sé demasiado bien cómo se siente, aún está muy reciente.
¾    Te lo dije en la cárcel; y aun así sigues con ella. Me esperaba algo más de lealtad por tu parte, Hood.
¾    Lo siento —masculló la mujer.
¾    Eso no me sirve. ¿Sabes qué ocurre cuando recibes un tiro en el hígado? —digo lentamente y mi amigo me suelta, aunque no se aleja por si acaso— Si no recibes atención médica en quince minutos, adiós.
¾    ¿Te dispararon? —dice Beth.
¾    Por su culpa —señalo a Emma con la cabeza, no sé si puedo mirarla sin herirla—. Me delató.
¾    Yo...yo no sabía que te ocurriría nada malo, ellos me dijeron que...
¾    Venga ya, Emma, ¿en serio creíste a una panda de mafiosos? Da gracias a que no te mataran también.
¾    ¿También? —dice ella.
¾    ¿Mafiosos? —Hood nos mira, extrañado y confundido.
¾    Ya te he dicho que lo intentaron conmigo —ignoro a mi amigo—. Y con PJ. Y lo consiguió con una cría de seis años que no tenía nada que ver. Son gente peligrosa, y en cuanto obtienen lo que quieren, se deshacen de los medios.
¾    Espera, ¿qué tiene que ver mi hermano en esto?
¾    Es...una larga historia que no puedo contar, pero la cuestión es que por su culpa casi morimos ambos.
¾    Alice, ¿qué te ha pasado? —el chico baja la voz.
Estoy segura que no lo dice sólo por mi ataque de ira y las siguientes revelaciones que no debería haber hecho, que juré no decir nunca; sino porque por primera vez se fija de verdad en mí. Brazos fuertes, manos ligeramente magulladas, puntos de papel en el crecimiento del pelo, heridas en las muñecas, moratones en el cuello...Reconozco que no es mi mejor aspecto.
Como si alguien se hubiera dado cuenta de lo mucho que necesitaba que me echaran una mano, el teléfono suena en mi bolsillo. Nos miramos entre nosotros antes de llevar la mano allí y descolgar sin mirar quién es. Cualquier salida es mejor que contestar a la cantidad de preguntas en el aire y ya formuladas que me avasallan.
¾    Al, ¿ya has llegado?
¾    Alex —murmuro mientras salgo por la puerta seguida de Hood y Beth; intento alejarme, pero ellos no se separan de mí—. Sí, siento no haberte llamado, me he entretenido con algo.
¾    No puedes hacer eso, necesito saber cómo estás. Es peligroso.
¾    Estoy bien, te lo aseguro. Sabes que puedo defenderme.
¾    Llámame cada hora. A la mínima señal de que algo va mal, te vas.
¾    Lo entiendo, pero necesito algo de espacio, y lo más probable es que se me olvide llamar.
¾    ¿Más aún? Estás a más de mil millas de distancia.
¾    Algo de calma, quiero decir. No pueden saber para quién trabajo, quién soy.
¾    Alice, parece que no entiendes todavía que quiero estar a tu lado cada minuto del día, quiero poder besarte sin preocuparme por nada más. Quiero protegerte —no sé cómo se me forma una sonrisa estúpida; quizá sea demasiado para mí, pero por el momento puedo manejarlo—. ¿No me dices nada?
¾    Que eres igual de cursi que cuando te conocí —me río—. No te preocupes, sé cuidar de mí misma. Cuando sepa algo te aviso.
¾    Al —su reclamo hace que vuelva a acercarme el teléfono antes de colgar—, no pienso perderte ¿me oyes? Sólo es el comienzo de nuestra vida juntos.
Con un último suspiro, vuelvo a poner el móvil en su sitio. Esas palabras consiguen algo que nadie más en el mundo podría. He de reconocer que me siento algo estúpida, se supone que una mujer adulta no debería dejarse llevar así, que un agente de la CIA puede controlar sus sentimientos y separarlos de lo profesional, pero reconozco que Alexander es mi debilidad. Otro fallo más a la larga lista.
Miro alrededor, a mis acompañantes, que no dudan en devolverme la mirada, exigiendo explicaciones que no puedo ni debo darles.
¾    PJ me dijo que estabas saliendo con alguien, con un militar o algo así. No sabía que también trabajaras para él —Hood rompe el silencio.
¾    Marine —le corrijo—. No, eso se acabó. Era un poco...violento.
¾    ¿Te hizo algo? —me toca la brecha de la cabeza.
¾    Lo importante es que está solucionado, ¿vale?
¾    Ven aquí —Hood se acerca y me abraza, esta vez con ternura; parece como si no le importara lo que ha pasado hace un rato. Está claro que Beth no está cómoda—. Por mucho tiempo que pase, sigues siendo la misma chica que se puso a llorar en una escalera porque vio al chico que quería con otra —sonrío tímidamente—. Estás enamorada, Baby, y no es de quien sospechaba.
¾    Ni de quien debo.
¾    ¿Alguna vez te ha importado? —se ríe— Sólo espero que sea un buen tío, o se las tendrá que ver conmigo.
¾    ¿Fuisteis algo? Porque no es normal tanto abrazo y tanto cariño —interrumpe Beth.
¾    Es mi mejor amigo —digo como si no necesitara más explicación, pero está claro que Beth sí—.Tu hermano y yo tuvimos algo. Fugaz y estúpido, pero Hood me echó una mano con todo, así que le debo unas cuantas.
¾    En el hospital se puso a gritarte que te quería y que todo fue su culpa y no sé qué cosas más —susurra Hood; involuntariamente me sujeto la muñeca izquierda con la otra mano.
¾    Siempre ha sido muy impulsivo —pongo la voz más fría que puedo.
¾    Todos lo éramos, y más en esa situación.
¾    ¿Qué pasó? —interviene Beth y le enseño la cicatriz de la muñeca con indiferencia, centrada en lo que me diga mi amigo; por suerte ella se ha callado.
¾    Por cierto, lo del hígado...
¾    No puedo beber como antes, pero estoy bien —intento sonreír—; bastaron unos días en coma inducido.
Vuelve a escrutarme con la mirada, deteniéndose en cada herida que tengo a la vista. Tarda casi un minuto entero, será mejor que no vea las cicatrices, porque se tiraría horas. Y por supuesto tampoco voy siquiera a insinuárselo, ya tiene demasiada información.
¾    Necesito vuestra ayuda —rompo el silencio, Beth estaba igual que él.
¾    ¿Con qué? —parece volver a la realidad.
¾    ¿The Wolves sigue con los trapicheos de siempre?
¾    ¿De qué? ¿Quieres pillar algo? —dice la cría.
¾    Quizá. ¿Qué tenéis? 
¾    Baby, no. Ni se te ocurra. La solución no son las drogas.
¾    Confía en mí, Hood. Contesta, tranquila.
¾    María, Molly para los niños ricos, coca y chocolate, lo que más —el hombre, aunque para mí sea el chaval de siempre, nos guía dentro de la casa. Oigo coches acercarse por la calle.
¾    No vayas por ahí —me advierte él.
¾    Sólo quiero hablar con el camello. Necesito información.
¾    ¿Estás metida en esa mierda, Alice? —creo que nunca ha usado mi nombre para algo que no fuese extremadamente importante. Beth intuye por dónde van mis intenciones y no pregunta, algo bueno tendrá que sepa para quién trabajo.
¾    Sé dónde está todos los días, podemos ir más tarde.
¾    No vais a hacerme caso, ¿verdad? Dios, sois iguales.
El moreno resopla y se aleja de nosotras. Supongo que no quiere saber en qué ando metida, mis cicatrices han sido demasiado para él, así que imaginar que está en peligro también la hermana de su amigo no lo mejora que se diga. Se queda mirando por la ventana mientras nosotras hablamos, prefiero pasar por alto el último comentario.
¾    Perfecto —parece que voy a tener que ponerme al trabajo antes de lo que esperaba—. ¿Vosotros sois el intermediario?
¾    Algo así, nos saltamos a los camellos y recibimos la mercancía directamente en el puerto, pero a veces necesitamos más y hablamos con este tipo.
¾    Has ido tú varias veces, ¿verdad? —dice él sin apartar la vista del exterior.
¾    Siempre acompañada —se defiende.
¾    Del gilipollas de tu novio, supongo —esta vez se gira.
¾    No te metas con él, no será el mejor pero...
¾    Alice, coge a Beth y llévatela a la habitación del fondo. Cerrad hasta que yo vaya.
¾    ¿Qué pasa?
¾    No lo sé. Vamos.
Nos empuja al fondo de la casa sin darnos más explicaciones, prácticamente tengo que sacárselas a la fuerza cuando le sigo a un escondite donde tiene una vieja pistola. La carga con manos temblorosas y se la quito sin dificultad por mucho que intente impedirlo. Me ha dicho que unos hombres trajeados se acercan a su casa, y de los tres que son, al menos dos van armados, así que no pienso dejarle hacer cualquier estupidez. Para eso ya estoy yo.
¾    ¿Qué haces? —me reprocha.
¾    ¿Y tú? ¿Acaso sabes usarla?
¾    Apuntar y apretar, no tiene misterio —intenta arrebatármela.
¾    ¿Qué tal si quitas el seguro primero, inútil? Ve con Emma, yo me encargo.
¾    Estás en minoría, no voy a dejarte.
¾    Pues no estorbes —casi gruño, sé que no va a ceder; ya no me acordaba de cuánto odiaba eso—. Abre la puerta cuando te diga.
Se esconde detrás de la puerta, pendiente de mi señal; al menos ahora sabe obedecer.  Pego el oído a la puerta, escuchando los pasos acercarse. No pueden ser pandilleros, no irían con traje, y la única posibilidad que queda es que sea gente de Miami, pero me aseguré de que nadie me siguiera. Lo único que está en mi mente es que no es nada bueno, y que, de nuevo, me estoy jugando en cuello en el mismo sitio de siempre. ¿No quería recordar el pasado? Pues me ha dado de lleno.
Cuento al ritmo de los hombres que se acercan hasta tres con los dedos para que Hood me vea. Uno, cargo la pistola; dos, reviso mi postura; tres, apunto al exterior. Los hombres se paran en seco, y dos de ellos sacan otra pistola cada uno, apuntándome directamente a la cabeza. El tercero, el que está entre medias de ellos dos, me mira a los ojos a través del patio y su profundo azul hace que baje el arma, tanto de sorpresa como incredulidad.
¾    ¿Qué haces aquí? —salgo e intento cerrar la puerta tras de mí, pero Hood la agarra con fuerza y le siento a mi espalda— Fuera de aquí —le apuro.
¾    No —se mantiene firme en su posición.
¾    ¿Quién es ese? —el desarmado señala a mi amigo.
¾    He dicho que qué haces aquí, Alexander, el resto no importa —me guardo la pistola en la base de la espalda.
¾    Quería echarte una mano —intenta cogerme por la cintura, pero me alejo.
¾    ¿Cómo me has encontrado?
¾    Estaba preocupado.
¾    ¡Acabamos de hablar! Te avisé que si no confiabas en mí todo acabaría. Ambos quedamos en que esto era necesario, de hecho tú te encargaste de todo antes de contar conmigo. Y yo he cedido; venía para ayudarte en lo que pudiera. 
¾    ¿Y él qué tiene que ver en esto? ¿Quién eres? —si las miradas matasen, Hood no estaría en pie; a Alex no le ha gustado verle tan protector conmigo.
¾    Alguien que le da igual quién seas, pero como se te ocurra tocarla un pelo piensa hacerte mucho daño —Hood se pone delante de mí.
¾    ¿Estás seguro? —los guardaespaldas de Moore le apuntan al pecho, pero él no se acobarda.
¾    Tú no te hagas el héroe; y tú, mándales bajar las armas o esto va a acabar aún peor.
Alex obedece al instante. Le devuelvo a mi amigo su pistola y le pido que vuelva dentro de la casa, prometiéndole que volveré para explicarle lo que ha pasado, aunque no estoy segura de si en verdad podré hacerlo. Lo que sí sé que tengo que hacer es hablar con la hermana de Patrick para que me lleve con el camello y así cumplir con lo que he venido a hacer, no obstante, tampoco estoy segura de si debo continuar. Es cierto que va en contra de la misión y de la lógica, pero si sirve para encarcelar a algunos que se lo merecen, es acorde con mis principios. Y, conociéndome, si hay que enfrentar lógica o trabajo contra valores, no es que la balanza se incline, sino que no hay siquiera competición.
¾    Alice, perdóname —me susurra con cuidado mientras se acerca—. Tienes razón, no puedo estar siempre a tu lado, pero comprende que, después de por lo que hemos pasado, tengo miedo de perderte de nuevo.
¾    Pues acabarás haciéndolo si continúas así. Alex, a veces parece que no recuerdas que lo que ha pasado recientemente ha sido a ambos, no sólo a ti. Así que te pido por favor que confíes en mí. ¿Sabes qué es lo peor? Que me encantaría decir que no me lo puedo creer, pero es precisamente lo contrario. Un rastreador en el teléfono es algo propio de ti.
¾    Lo siento. Me iré si es lo que quieres, pero dejaré hombres a tu disposición.
¾    Sería lo mejor, sí; y yo me basto sola —se hace el silencio en lo que ambos asimilamos lo que he dicho; quizá signifique más de lo que parece—. Pero no estaría mal tener a alguien como tú cerca —termino reconociendo con un suspiro.
¾    ¿Guapo? —me coge de la cintura; al menos su humor ha vuelto.
¾    Intimidante —le corrijo—. Y rico —me sonríe y me muestro reacia a imitarle.
¾    ¿Quién era el de antes? —insiste.
¾    ¿He dicho también celoso? —añado a lo de antes y le empujo— Un viejo amigo, me está echando una mano.
¾    ¿Es un camello? Parecía...
¾    Cuidado con lo que dices. Voy a hablar con él, espérame en el coche.

¾    Si es tu amigo, lo es también mío. Y aún más si nos ayuda. Te acompaño. 

viernes, 19 de agosto de 2016

Capítulo 32

Prefiero llegar a la comisaría en metro, así llamaré menos la atención que un taxi, aunque ahora que lo pienso, esto es Nueva York, y lo que menos llama la atención es precisamente eso. Los inconvenientes del transporte público son más que obvios: olores, aglomeración de gente… pero aun así me recuerda a casa, a tiempos más tranquilos, tanto aquí como en Los Ángeles, simplemente me gusta pasar desapercibida, sentirme parte de algo más grande, por loco que suene: aquí soy insignificante, sin ningún tipo de presión. Después de dejar las cosas en el hotel del centro que Alex me ha reservado, he ido a mi antiguo barrio a ver cómo estaban las cosas, pero no me he sentido con fuerzas de hablar con mis padres ni de buscar a algún antiguo amigo, así que prefiero darme una vuelta en metro hasta decidir qué voy a hacer, no me apetece empezar con los negocios falsos tan rápido.
En el andén hay un chaval, cerca de los quince, ‘decorando’ la pared con su graffiti. Miro alrededor en busca de alguna cámara de seguridad o de un vigilante, sin embargo no hay nadie y la cámara mira al lado contrario de donde se encuentra el chico, por lo que decido acercarme yo. Es listo, sabe dónde y cuándo hacerlo, a estas horas casi nunca suelen haber policías. Bueno, eso era cuando yo estaba aquí.
No pretendo detenerle, no es de mi incumbencia dado que yo también hice lo mismo, pero sí advertirle que como le descubran podría meterse en líos. Si eres de este barrio, a la mínima que te vean haciendo algo malo, ya estás fichado por el resto de tu vida y catalogado como delincuente juvenil. Experiencia propia.
Está tan concentrado en escribir lo que sea que está poniendo que no me oye acercarme, o tal vez sí sabe que estoy, pero no piensa que sea tan estúpida como para dirigirme a él. A fin de cuentas esto es Harlem, y está peor que nunca, según lo que he visto. Las bandas se han multiplicado y se han hecho más violentas, ahora no juegan con navajas como nosotros, sino que se enfrentan con pistolas incluso a policías. A lo mejor éste en concreto no se haya visto involucrado en ningún tiroteo, pero eso no quita que le suceda en un futuro cercano. El resto de la pared tiene firmas de gente y de bandas, me limito a echarles un vistazo sin detenerme en ninguna en especial porque mi prioridad es otra.
Al tocarle el hombro su primera reacción es girar el brazo y lanzar un puñetazo directo a mi cara, pero sin apenas moverme le inmovilizo de un manotazo y, con un brazo retorcido le estampo contra la pared para que me mire a la cara. En este momento reconozco que me gustaría llevar unas esposas, no para llevarlo a comisaría conmigo ni nada de eso, sólo para intimidar un poco, aunque eso creo que sería brutalidad policial y no me interesa meterme en problemas, sin importar que cualquier cargo parecido a ese no llegaría nunca a mayores puesto que se justificaría con mi misión actual.
Ahora que veo al grafitero, me doy cuenta de lo equivocada que estaba hacía unos instantes: es una chica de cara dulce y ojos oscuros e inquietos que me miran de arriba abajo, seguramente intentando reconocerme.
    ¿Qué haces? —dice con brusquedad— Si me haces algo mi banda…
    ¿Te digo un consejo? Aprende a defenderte por ti misma, tu banda no estará para protegerte siempre.
    ¿A ti qué te importa? —al ver que no contesto, ella continúa— ¿Eres poli?
Se me hace parecida a alguien, más bien a un vago recuerdo, pero no consigo averiguar de qué me suena su cara. Eso consigue ablandarme un poco, o quizá es que me recuerda a mí con su edad, cuando apenas había entrado en la banda y comenzábamos a trapichear con algo de droga blanda entre nosotros y nos emborrachábamos. Creo que no está bien recordar con cariño ese tipo de acciones, así como las peleas, pero aun así se me hace difícil olvidar como me dicen que debo hacer. Mi trabajo consiste en eso, pero no puedo hacerlo, es superior a mis fuerzas. Intento quedarme con las caras de los asesinos, violadores y demás delincuentes que meto en la cárcel, al igual que de las víctimas, pero después de tantos casos, a veces todo me supera y mi cabeza se pasa un par de días sin poder razonar nada como protesta por tanto trabajo. Nadie es perfecto, supongo, y mucho menos yo.
    ¿Qué llevas ahí? —miro el bolsillo abultado de la chica, y me temo que reconozco la forma a la perfección; saco la pistola sin importar que se mueva y le retuerzo la muñeca para que se esté quieta— Estos juguetes son peligrosos ¿no lo sabías?
    Devuélvemela —protesta sin parar de forcejear—. ¡Es mía!
    ¿Quién te la ha dado?
Una pandilla empieza a acercarse a nosotras, y no hay que ser un lince para darse cuenta de que todos van armados con pistolas, bates y armas blancas. La chica los mira y se le abren los ojos de una manera sobrenatural, con miedo. Parece encogerse cuando la suelto, poniendo todas mis esperanzas en que sean su pandilla, por ilógico que sea. Si las miradas matasen, ninguna de nosotras dos seguiría en pie, y está claro que ha desaparecido la actitud desafiante de la chica, pero no de los que se acercan, que no se han pensado ni un segundo en acelerar el paso al verme con una pistola en la mano.
    ¡Tú! —el que parece el líder se dirige a mí— ¡Suéltala!
Vuelvo a echar un vistazo a la chica, que parece armarse de valor y erguirse. Impido que vaya agarrándola del brazo, puesto que en cuanto adelanta un pie he visto que comenzaban a tensarse y a sacar las armas ocultas, incluidos puños de hierro, y no pienso dejar a esa chica con ellos y para que la golpeen hasta matarla.
    No —me doy la vuelta, dispuesta a salir de allí, pero me cierran el paso, de hecho estoy rodeada. El líder se acerca, esta vez con la pistola en la mano.
    ¿Ahora tienes canguro? —se dirige a la chica— Si tan mayor quieres ser, afronta lo que has hecho y ven aquí. Déjala —esta vez me habla a mí levantando la pistola.
Yo, con calma, acerco a la chica a mi lado —no me pasa desapercibido que no opone resistencia— y reviso si la pistola está armada: sí. No pienso disparar, al menos no a ellos, pero nunca vienen mal las balas y que el contrincante sepa que las tienes.
    Bueno… —murmuro quitando el seguro—. Entonces no me vais a dejar paso ¿verdad?
    No eres del barrio, aquí no pintas nada. Te dejaremos en paz cuando la sueltes.
    Creo que voy a declinar la oferta. Quédate aquí —susurro a la chica—, confía en mí. Olvidad que existe y dejadnos ir —me encaro al líder.
    ¿Quién eres para exigirme a mí nada?
Mi respuesta es tan simple como contundente. Disparo a un bate de béisbol que llevaba un compañero suyo atravesándolo por la mitad sin apartar la vista de los ojos del muchacho. Todos se giran para verlo, momento que aprovecho para comprobar el estado de la chica. Un pandillero se había acercado a ella hasta casi tocarla, pero al ver el boquete en el bate y después mi mirada, retrocede con los suyos. La chica se acerca a mí hasta cogerme del brazo, quizá buscando protección.
Cuando está tan cerca veo con detalle que tiene un tatuaje, por lo que se ve, de una luna seguida de algo, aunque no distingo el qué por la camiseta. Tampoco se libra de algún moratón en el cuello y en el pómulo. No me había fijado antes porque me parecía algo común en la zona, no obstante, visto esto, no lo veo tan normal. Cuando estemos a solas pienso preguntarle todo, y más si mis sospechas sobre el tatuaje son ciertas.
    No pienso repetírtelo.
Él no se lo piensa ni un segundo más y se aparta para dejarnos paso. Sé que la chica intenta parecer dura, pero no lo es, apenas es una cría y parece haber pasado por mucho. Me produce una ternura que no debería, no obstante, pienso ayudarla todo lo que pueda. Me recuerda a mí con su edad, y si hubiera estado alguien conmigo entonces que me hiciera ver en lo que me estaba equivocando, alguien que conociera aquel mundo, quizás las cosas habrían sido muy diferentes de cómo son.
Por suerte, la estación estaba vacía a excepción de nosotros, así que nadie nos ha visto, y ellos se montan en el metro en cuanto llega y nosotras salimos por las escaleras. En la calle, me suelta el brazo y, como esperaba, no sale huyendo, pero tampoco me mira directamente durante unos segundos en los que decido qué hacer a continuación.
    ¿Quién eres? —me pregunta al fin.
    Me llamo Alice, de nada por ayudarte —remarco.
    Yo Beth, pero me llaman…
    Estás en una banda, ¿no es así?
    No le voy a decir más a un poli, así que gracias y me voy yendo.
    Espera —la vuelvo a agarrar—. No soy poli. Al menos no ahora. Y te juro que no voy a decir nada, sólo quiero saber de qué banda eres.
    Wolves.
    Bien —tomo aire; es como pensaba.
    ¿Qué? —se pone a la defensiva.
    Nada.
En el momento que abro la boca para comenzar con mi interrogatorio, un coche patrulla se para a nuestro lado y bajan un par de agentes. Beth sale corriendo en cuanto los ve, pero uno ya se lo esperaba y la atrapa cuando apenas había salido, levantándola del suelo mientras patalea. Miro alrededor, confundida, y me acerco al otro agente que se dirigía a mí directamente.
    Señorita, ¿el arma es suya? —señala a mi cintura, donde la he enganchado.
    No. Unos individuos armados nos atacaron en el andén y me defendí. ¿Qué hacéis con ella? —señalo con la cabeza a Beth, que la meten en el coche esposada.
    Nos han llamado por un disparo —me ignora, parece que no estábamos solos—. ¿Ha sido usted?
    Sí, disparé al aire para ahuyentarlos. Tomadme declaración en comisaría, mejor, puesto que no vais a soltarla ¿verdad? —señalo a la chica del coche.
    ¿Declaración? —pregunta extrañado.
    Sí, es vuestro deber, ha habido un asalto armado a dos civiles, por lo que tenéis que abrir un expediente y buscar a los que…
    Esto es Harlem, señorita, este tipo de…conflictos, suceden a diario. Si reportáramos todos no tendríamos espacio para entrar nosotros de tanto papeleo.
    He dicho que quiero ir a comisaría —insisto seria cuando saco mi identificación de la Agencia.
    Sí, agente —responde poniéndose firme.
Ya estaban empezando a hartarme. No pueden pretender quejarse de la situación del barrio si los que se supone que deben mantener el orden, o al menos intentarlo, no mueven un dedo por ello. Me parece increíble que tenga que venir yo a rectificar su trabajo, de hecho es indignante. Pienso hablar con su superior respecto a su actitud para con la gente y que decidan qué hacer con ellos, porque está claro que ese tipo de policías no pueden estar en una zona como esta.
Me siento en la parte trasera con Beth, rechazando la invitación de ir delante con el otro. Aunque son dos, hay claramente un dominante y otro que obedece, el que ha hablado conmigo y el que ha agarrado a la chica, respectivamente, uno rondando los cuarenta y el otro más joven, no recién salido de la academia pero tampoco con mucha experiencia.
    ¿Estás bien? —le susurro a la chica. Tiene la cabeza gacha cuando entro y el pelo castaño le tapa la cara— Si te ha hecho daño dímelo y haré que lo pague.
Esa última frase me ha resultado muy del tipo de las que Alexander acostumbra a decir, pero en ese caso soy quien las recibe y no quien hace la promesa. No me gusta eso, no me gusta parecerme a él, al menos en ese aspecto. Incluso rodeada de policías hago comentarios propios de la mafia, a fin de cuentas es a lo que estoy acostumbrada últimamente.
Como respuesta a mis palabras, alza la cabeza para mirarme y en ese momento siento algo extraño, una especie de conexión entre nosotras. Algo que no sentía desde hacía mucho y que extrañaba, ya que las veces que me pasa con Alex, acabo arrepintiéndome; ya me he dejado demasiadas veces, aunque me temo que va a continuar ocurriendo, simplemente tenemos demasiado control sobre el otro sin darnos cuenta.
Beth asiente sin decir nada y mira por la ventana. Si no me equivoco me ha parecido ver lágrimas en sus ojos, aunque conociendo a la gente de la calle, no me permitirá comprobarlo motu proprio.
    Con que de la CIA ¿eh? —habla el agente que ha estado conmigo— ¿Qué haces aquí?
    No es asunto tuyo.
Beth me mira más exhaustivamente incluso que la primera vez, con los ojos como platos y las mejillas húmedas. Yo me limito a encogerme de hombros y a preguntarla de nuevo con la mirada.
    Y dime, ¿qué hay que hacer para llegar tan alto tan joven? —responde.
Parece que quiere provocarme, y no pienso dejarle ganar. No aquí, no en minoría y con Beth a mi lado. En cuanto lleguemos, estando a solas, voy a ponerle en su sitio.
    Algo que tú no has hecho, claro está.
Su compañero amaga una sonrisa desde el asiento del conductor y él borra su cara amable para dar paso a una seria, que creo que pone para intentar intimidarme, a lo que respondo con otra igual, retándole con la mirada. No pienso dejar que un don nadie como este me pisotee, por mayor que sea. Él no parece respetarme, así que ¿por qué he de hacerlo yo? Sólo espero que el trayecto no sea demasiado largo, porque no quiero problemas, especialmente si ven que pueden usar a Beth en mi contra.
Ella me mira, aún confusa por el reciente descubrimiento de mi empleo. Quizá sospechara que fuese policía fuera de servicio, un agente de menores o un federal como mucho, pero jamás alguien de una agencia no tan secreta. Estar en la Agencia es bastante arriesgado, y decírselo a mis familiares puede ponerlos en peligro, sin embargo, parece que estos tipos no tienen una ligera idea de lo que significa y deciden decirlo abiertamente ante un civil. Inútiles.
    ¿Falta mucho para llegar? —pregunto.
    Cinco minutos, como mucho —Beth me responde.
    No recuerdo que la comisaría estuviera tan lejos.
    La de Harlem está cerrada. Siempre habían conflictos y ataques, así que se trasladó a la del Upper East Side —el policía joven al fin abre la boca.
    Los vecinos estarán encantados —comento.
Llevar a un pandillero, aunque sea detenido, a la zona más rica de Nueva York no parece muy buena idea, sobre todo por la gente de allí, que prefiere ignorar la pobreza mientras que no sea en una gala benéfica de ricachones en la que puedan lucir su fortuna y alardear de solidarios por donar el sueldo de un mes.
    Al principio se quejaban bastante por las sirenas y los coches a toda velocidad, ahora lo viven como si fuera una serie de televisión. Incluso presumen de ello, tienen entretenimiento veinticuatro horas, gratis, y pueden decir a sus amistades que le dan dinero a los 'pobres jóvenes descarriados para que encuentren su camino' —exactamente como pensaba; no habla con odio, pero tampoco con indiferencia; es una mezcla extraña, como la de alguien que ha ido asumiéndolo con el tiempo.
    Parece que los conoces.
    Igual que tú a la chica.
Beth me mira de nuevo y evito sus ojos. No me gusta recordar mi pasado, y esa chica no hace más que abrir heridas ya cerradas. Quizá debería preguntarla por alguno de mis antiguos amigos, pero dudo que los conozca, o al menos eso espero. Es posible que salieran de aquello en cuanto las cosas empezaron a ponerse feas, puesto que a nadie le gustaba la violencia más allá de una pelea de navajas, a lo mejor se están ganando la vida honradamente, a lo mejor no están en la cárcel, ni en una banda...Sólo quizá.
Ahora que he abierto ese cajón tan oscuro que siempre ha estado bajo llave incluso para mí misma, no me vendría mal darle algo de luz para que pueda abrirlo cuando quiera sin temer que algo me dañe. El pasado pasado está, eso es lo que dicen, pero yo no sé dejarlo a un lado, no puedo. Para bien o para mal me ha traído hasta aquí, y me acompañará el resto de mi vida, por mucho que intente ocultarlo.
Llegamos entre coches de lujo dejando a sus dueños en la acera de enfrente, llenos de joyería y ropa cara. En cierto modo me repugna, no les importa que una cría esté entrando en una comisaría esposada, quizá para arruinar su vida; por otro lado admiro su capacidad de evasión del mundo que los rodea. Ojalá yo supiera hacer eso.
Aunque si me miran podrían decir que soy parte de su sociedad, es cierto, pero este no era mi estilo, me han enseñado a que me guste. Pantalones largos ajustados, de un tono vaquero claro, blusa sencilla de flores rosadas sin mangas y chaqueta fina de cuero marrón con zapatos de tacón rosas. Reconozco que, comparada con cómo hubiera seguido vistiendo, gano en presencia, aun así no termina de gustarme sentirme de una clase social alta, puesto que sé que la mía es la baja y que es ahí donde acabaré.
No me gusta llevar bolso, nunca me ha gustado, me parece un incordio. Prefiero cartuchera para la pistola, bolsillo para el móvil y chaqueta para las llaves y dinero. Es una ventaja para correr tras un sospechoso, la verdad, reduce el peso.
Bajo del coche para ayudar a Beth antes que el agente estúpido de antes y del otro, aunque ese parece algo más agradable. Ella agradece la ayuda y el policía más mayor se acerca a mí.
    Ese es mi trabajo. Quítate.
    No.
    Jack, ¿puedes aparcar tú el coche? Yo me encargo —el joven interviene y pone una mano sobre el hombro de Beth, que ella rechaza al instante.
El tal Jack coge las llaves refunfuñando y vuelve al coche para obedecer al otro policía.
    Vamos —me indica la entrada y se pone en marcha.
Me sorprende que no insista en coger él a la chica y que confíe en mí, aunque teniendo en cuenta que soy su superior, es lógico que lo haga, debe hacerlo.
Entramos en un espacio diáfano, con mesas de oficina repartidas. A un lado hay un pasillo con puertas, las salas de interrogatorio seguramente, al fondo hay un ascensor y unas escaleras y por lo que se ve hay un par de salas acristaladas, un despacho y una sala a parte de relax, seguramente para los familiares de las víctimas, al menos nosotros lo hacíamos así, aunque dudo que aquí sea igual. Las víctimas suelen tener poco valor social para ellos, y seguramente les comuniquen la muerte a sus familiares por teléfono; y si el pobre desgraciado es rico, seguro que logran mover los hilos necesarios para pasarle el caso a los federales.
Una recepcionista nos echa un vistazo en la puerta y nos deja continuar sin más interés.
La zona está plagada de gente, tanto con uniforme o sin él, pero nadie nos mira, cosa que agradezco. Echo un vistazo al despacho acristalado y al menos hay movimiento dentro, así que tampoco tardaré demasiado. Eso espero.
    Ya sabes cómo va esto, tenemos que procesarte ¿entendido? —se dirige a Beth y hace una señal con el brazo a otro policía que se acerca.
    ¿Procesarla por qué?
    Robo a mano armada —la chica agacha la cabeza para evitar mi mirada—. Es su primer delito grave, así que por ser menor no la harán mucho, quizá algunas horas de servicios comunitarios, pero lo dudo, teniendo en cuenta la zona.
    Quiero estar con ella cuando...
    Lo siento, pero me temo que no se puede —asiente con la cabeza y el policía que se había acercado antes se la lleva sin hacer caso de mis protestas—. En cuanto le tomen las huellas la traerán a mi mesa para que yo me ocupe, así que no te preocupes, estará aquí en seguida—me lleva entre las mesas llenas de papeles y de ordenadores hasta que se sienta en una.
Tira la chaqueta y la gorra sobre la mesa y se desabrocha los primeros botones de la camisa. Debajo lleva una camiseta térmica negra que se le ajusta al pecho. Es musculoso y reconozco que atractivo, con los ojos azul oscuro y el pelo no demasiado corto castaño oscuro, parecido al que yo llevé hasta hace poco, aun así no sería capaz de fijarme en él de esa manera. No con todo en lo que estoy metida.
    Soy Will, por cierto —me tiende la mano.
    Alice —estrechamos las manos.
    Dime, Alice, ¿cómo ha acabado una pandillera de Harlem en la CIA?
    ¿Cómo ha acabado un niño mimado del Upper en la policía? —contraataco; no me ha gustado que me haya calado tan rápido.
    Bueno, era esto o cárcel. Tráfico de drogas —se encogió de hombros—. En verdad era sólo un intermediario, pero me pillaron.
    Déjame adivinar: tu padre intervino y consiguió una pena menor de trabajos para la comunidad en comisaría, te gustó y hasta hoy.
    Algo así —se ríe—. ¿Y tú?
    Me infiltré con el FBI y he ido ascendiendo —no necesita detalles.
    Lo dices como si fuera fácil.
     Ha sido rápido.
    Disculpe.
Un hombre nos interrumpe la conversación. Empezaba a ponerse algo difícil, así que no me viene precisamente mal. Me giro para verle: más de metro ochenta, delgado, de piel morena y pelo y ojos negros. A pesar del tiempo no ha cambiado nada, su cara es una de esas que no puedo olvidar fácilmente, de las que aparecían en mis sueños de hacía tiempo. Entrecierro los ojos, buscando algo de realidad, pero de nuevo ésta me golpea. No hay duda de quién es, al menos yo no la tengo, y no puedo reaccionar al reconocerle.
¾    ¿Agente? —repite para que le prestemos atención; ambos miramos— Soy Robert García, vengo a por Bethany Miller.
¾    ¿Eres su padre? —le pregunta, extrañado.
¾    Soy...Sus padres están de viaje, yo estoy a su cargo.
¾    Lo siento, pero...
¾    Déjame a mí —le interrumpo poniéndome en pie—. ¿Robert? ¿Así te llamas ahora? —digo a media risa; él se fija en mí entrecerrando los ojos.
¾    ¿Baby?
¾    Hola, Hood —sonrío.
Se lanza a abrazarme a modo de respuesta, con tal fuerza que me oprime el pecho y no puedo respirar. Aunque he de decir que me gusta esa sensación, sin importar que ya no sea el mismo chico que me abrazaba tiempo atrás, o el que jugaba conmigo a tirar navajas, o incluso el que me pasaba alcohol en cada momento que se lo pedía. Es Hood.
¾    Ha pasado tanto tiempo... —murmura y consigo separarme de él.
¾    ¿Le conoces? —Will me pregunta.
¾    Sí, es amigo mío. ¿Quién es la chica? —me dirijo a Hood.
¾    ¿ En serio no te acuerdas de Beth? Baby, has cambiado demasiado.
¾    Hood, lo digo en serio, no sé quién es. Ya tendremos tiempo para ponernos al día, pero te digo que esa chica nos necesita. ¿De qué la conoces?
¾    Es la hermana de PJ.
¾    ¿La que vivía en Chicago?
¾    Sí. Volvió un tiempo atrás y...
¾    Lo sé. The Wolves.
¾    Exacto.
¾    Bien. Will, libera a la chica, se viene conmigo.
¾    ¿Cómo?
¾    Ya me has oído. Ah, y quiero que pases su expediente a mi base de datos.
¾    ¿Tu base de datos?
¾    Sabes a lo que me refiero —no quiero decirlo en voz alta delante de todos—. Tráela, por favor.
Will me hace caso algo reticente, sin apartar los ojos de ambos. Hood me coge por la cintura para abrazarme de nuevo y me apoyo en su pecho. De verdad que le echaba de menos, pero no sabía cuánto hasta que lo he experimentado. Una tímida e involuntaria sonrisa se forma en mi rostro y me obligo a separarme, a fin de cuentas no estamos solos y no puedo hablar de todo lo que quisiera. A demás, Beth aparece al fondo de un pasillo, y prefiero que no nos vea juntos, podría pensar algo que no es.
Hood también la ve y sale casi corriendo hacia ella. El policía la suelta cuando ve a Will asentir y se acerca a mí.
¾    No entiendo nada —dice mientras se sienta.
¾    Ni tienes por qué.

Le explico brevemente cómo traspasar el expediente sin dejar huella mientras Hood se encarga de la joven y le doy las gracias por su ayuda. Sé que no comprende nada, y que él sólo ha intentado ayudar y todo lo que he hecho ha sido tratarle mal, pero así es la vida; así soy yo.