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viernes, 12 de agosto de 2016

Capítulo 31

De nuevo, al despertarme me encuentro el otro lado de la cama vacío y frío. Por desgracia me estoy acostumbrando a esto, y aunque no me guste supongo que tiene que ser así. Al menos de momento. Hablaré con él cuando le vea y le diré que quiero que eso cambie, sin embargo, algo me dice que tendré que esperar para que me haga caso; está mucho más comprometido con su trabajo de lo que jamás lo hará conmigo, a pesar de lo que me mostró anoche a última hora. Debería aprender de eso, por mucho que duela. Debería, pero no creo que lo consiga jamás.
Busco mi ropa por la habitación, juraría que estaba en el suelo, pero tampoco es que pensara mucho en ello cuando me la quité, no obstante, no la encuentro por ningún sitio, ni siquiera debajo de la cama. Y la verdad es que no me apetece salir de aquí o llamarle a gritos, me parece de lo más vulgar; demasiado para mí, así que abro su armario —completamente lleno de trajes— y cojo la camisa que me parece más grande, supongo que me tapará más, pero buscando entre los cajones oigo que uno está hueco, es decir, tiene doble fondo. Intento no hacer ruido cuando quito la tapa, pero no me servirá de nada si no ahogo el grito de sorpresa. No tiene sentido que me sorprenda, a fin de cuentas es un mafioso, es sólo que no me esperaba encontrar una prueba tan fácil. Me acerco lo suficiente para verla con detalle: tiene borrado el número de serie y me inunda un olor férreo a sangre y pólvora. Parece pringosa y aunque la tapa esté manchada de rojo, me niego a creer que haya pertenecido a una persona, que él la haya matado, sin importar lo obvio que parezca y que todo encaje. Busco algo más manchado, quizá pueda encontrar la forma de sacarlo de aquí, la camisa de la otra noche, por ejemplo. Sin embargo, es tan poco probable que la haya conservado que me canso de inmediato, han pasado dos días, sería estúpido y bastante antihigiénico, la verdad. Y entonces, cuando veo que no hay donde buscar, mi racha de buena suerte continúa. En el fondo hay un panel corredizo que casi no creo que sea cierto cuando lo muevo, pero hasta aquí llega todo, pues da lugar a una puerta blindada de caja fuerte que necesitaría a varios expertos para poder abrirla; hay un teclado numérico y una pequeña pantalla para la huella dactilar. Vale, ahora sé dónde esconde su caja fuerte, ¿y qué? Sinceramente, todo esto me parece inútil, jamás conseguiremos abrirla, y no estoy convencida de querer hacerlo, tengo miedo de lo que me pueda encontrar. Además, saber que está aquí sólo me hace recordar que Paul era el otro que conocía la localización. ¿Cuántas veces habrá entrado, quizá para eso, quizá para simplemente observarme? Con él fuera del mapa, el resto caerá también, sin embargo, no paro de pensar en las cámaras. Deben estar por algún lado. No pienso parar hasta encontrarlas. Después de revisar toda la habitación tres veces, encuentro un agujero al lado del armario, que podría pasar por una mancha o ni siquiera fijarte en ello, pero después de mirarlo por un buen rato, estoy casi convencida de que es la cámara, las imágenes que me mostró en el móvil parecen tener el mismo ángulo. Sin pensármelo dos veces, cojo el toallero del baño y con cuidado rompo la pared hasta estar segura de que tenía razón. Esto no le va a gustar a Alex.
Dejo todo como estaba y me encargo de que no se me olvide comunicárselo a Amy repitiéndolo en mi mente mientras paseo por la casa buscando a Alex, creo que debo decirle que he roto su pared, y el motivo, por supuesto. Quería mantenerle alejado de ello, lo único que le falta es saber que Paulie nos estaba espiando, pero no tengo más remedio, no podía sacar la cámara de otra forma. Doy gracias a que era inalámbrica y no tenemos que romper nada más. Eso sí que hubiera sido una locura.
Voy directa al despacho y oigo voces al llegar a la puerta doble, pero pronto me doy cuenta de que sólo es el teléfono con el altavoz, así que tras un toque a la puerta, entro sin esperar respuesta. Él me sonríe al verme y se recuesta en la silla mientras deja a la voz despotricar que reconozco al instante como la de Brady, el rollizo mafioso con cara de cerdo impetuoso. Me acerco lentamente, procesando sus palabras con la mirada fija en el altavoz hasta llegar a la mesa de cristal y sentarme en ella. Me recuerda vagamente al despacho de su padre, con cuadros a ambos lados, sin embargo, estos son de arte contemporáneo, cubistas la mayoría y en tonos grises. Generalmente frío, como el resto de la casa, y el inquilino, incluso, cuando se lo propone. ¿Quién lo diría, con esa mirada dulce que inunda la habitación a pesar de estar oyendo a un hombre que me acusa de traidora? Me recorre un escalofrío al pensar en todo esto, incluido Ronald Moore y lo que ocurrió en su peculiar mansión, que parecía incluso acogedora; o todo lo que podía ser teniendo salas antisépticas para ''encargarse de la gente'' escondidas tras puertas normales y laberínticos pasillos. No sé qué habrá sido de la casa, supongo que la habrán subastado para sacar dinero para el Gobierno, como suelen hacer con las posesiones de los criminales, porque según los informes Alex no la tiene en propiedad. De todas formas, quien la tenga, ha tenido que hacer un gran trabajo de limpieza. La sangre no sale bien de la madera, y la dejé llena, tanto mía como de algún que otro guardia. Quizá cuando vuelva a casa, a Los Ángeles, investigo un poco e incluso puede que la visite, no está mal recordar de dónde venimos de vez en cuando.
¾    Moore, ¿no te das cuenta? Aparece ella y ''casualmente'' interceptan el envío que llevábamos planeando un mes.
¾    Fuiste tú quien sugirió el lugar, podrías habérselo dicho a la policía —sin embargo, no está pendiente de la conversación, me acaricia el muslo con una sonrisa; pero a mí sí me interesa
¾    ¿Qué te está metiendo ésa en la cabeza? Sabes que necesito mercancía, he pagado tu comisión. Es de la francesa de quien te tienes que ocupar. Ha aparecido de la nada, en tu casa, y conociendo más idiomas que todos nosotros juntos.
¾    Parece que la educación europea es mejor que la nuestra —se burla.
¾    No es gracioso, Te traerá problemas. No, a todos nosotros; no sabe nada del negocio y tampoco confiamos en ella. O haces que se vaya, o lo haremos nosotros —Alex se tensa, dispuesto a amenazarle, pero le detengo.
¾    ¿Sabes, Brady? Estaba dispuesta a dejarlo pasar, resultas tan patético como un crío con una pataleta, pero ahora te diré una cosa: ten cuidado con lo que dices, puede que a mí me dé igual, pero no soy la única que puede hacer algo al respecto.
¾    ¿Moore? ¿Qué hace ella escuchando, qué hace ahí?
¾    Ignorarme no hará que me vaya, imbécile, ni cambiará las cosas.
¾    ¿Me estás amenazando, niña?
¾    Te estoy aconsejando, viejo —Alex reprime una carcajada y me besa en la rodilla—. No digo que seamos amigos, sólo la idea me...répugne.
¾    Repugna —traduce con la boca aún en mi pierna, subiendo poco a poco; sorprendentemente parece prestar atención, aunque no demasiada.
¾    Me sirve con que seamos aliados, no quiero problemas a no ser que tú los provoques. Tú o cualquiera de tus amigos —me siento en su regazo.
¾     Parece que tienes a Moore comiendo de tu mano —dice con desprecio.
¾    No exactamente —Alex murmura, intentando levantarme la camisa.
¾    Atiende la llamada —le cojo la mano—. Estoy cansada de escucharle.
¾    Mira, Brady, si ella no quiere hablar con vosotros, la única manera será conmigo, ya os lo dejé claro en Los Ángeles. Os pondré al corriente más adelante.
Se acerca a la mesa para colgar el teléfono antes de besarme. Aunque no esté precisamente de humor, reconozco que consigue calmarme, hacer que no todo sea tan malo u hostil. Creo que ha sido buena idea hablar en francés, me estaba distrayendo demasiado y casi no he prestado atención al acento
Esta vez le dejo levantarme la camisa, pero tras desabrocharme un par de botones, me aparta con la mirada confusa. Se pone en pie y anda por el despacho, nervioso.
¾    ¿Estás bien? Si es por la camisa...
¾    No, Alice, no es por eso —baja la cabeza—. Hubo un tiempo en el que pensé que era completo, que no necesitaba a nadie para saber quién soy. Pero si tú mueres...
¾    Alex, sé defenderme, ya lo has visto. No voy a morir —lo digo casi para convencerme a mí misma—. Ninguno de los dos —le cojo de la mano—. Y, puede que tenga que decirte algo —le beso la mandíbula.  
¾    ¿Qué has hecho?
¾    ¿Tan obvia soy?
¾    Cuando me intentas distraer, sí. No es que no me guste, sólo quiero la verdad.
¾    ¿Le tenías aprecio a tu pared?
¾    ¿Cómo? —me aparta— No se te ocurrirá...
¾    Había una cámara espía —la saco del bolsillo de la camisa—. Era la única manera —su expresión se vuelve gélida, intentando reprimir al máximo sus sentimientos.
¾    Hijo de puta... —murmura—. Tienes que irte de aquí. Un tiempo, nada serio, necesitamos fijar las cosas, conseguir cierta estabilidad...
¾    Paul ya no está, Alex, no tienes que...
¾    Sales mañana a primera hora a Nueva York —saca un sobre del cajón de la mesa y me lo da—, tienes todo lo que necesitas: billete, hotel y dinero.
¾    ¿Vendrás conmigo?
¾    Odio tener que decir esto, pero tienes que arreglártelas sola. No hagas ninguna locura, ni se te ocurra reunirte con nadie hasta que yo llegue, ¿me oyes? Una cosa es jugar a ser capo cinco minutos y otra es un verdadero encuentro. Esos tipos son muy peligrosos, y mis hombres se han reducido bastante, sólo tengo para garantizar la calma aquí. Serán sólo unos días, te lo prometo.
¾    No te preocupes, tienes que ocuparte de cosas aquí, lo entiendo. Tampoco quiero meterte en más líos con esos tipos —y sin él, tendré bastante libertad en la ciudad de hacer lo que quiera—. Es sólo que me he sorprendido de la velocidad.
¾    Era para una emergencia, y de todas formas teníamos que ir allí para sostener tu versión de ''jefa de Nueva York''. Además, no me vendrá mal un descanso y dormir toda la noche, para variar —bromea mientras me desabotona la camisa.
¾    Entonces será mejor que me vaya cuanto antes.
¾    ¿Vas a irte desnuda? —deja caer la ínfima ropa que llevaba y me besa el pecho.
¾    Estoy segura de que muchos estarían dispuestos a ayudarme.
¾    No si saben lo que les espera si te tocan.
¾    ¿Sabes, Alex? La violencia no es romántica —le aparto—, no te creas las películas. A demás, tengo que ver a Amy, estará preocupada.
¾    Puedo enviar a alguien —intenta impedir que me ponga la camisa—. No quiero alejarme de ti —le miro y salgo con un suspiro de cansancio, no puedo continuar como si nada si hace declaraciones de amor constantes; me sigue por la casa—. Después de lo que ha ocurrido no quiero arriesgarme a que nos pillen desprevenidos; lo mejor será que vengas a vivir aquí.
Lo ha dicho como un autómata, como si en verdad no tuviera importancia, pero precisamente por la forma de decirlo sé que se lo ha estado pensando mucho tiempo y no quería arriesgarse hasta estar seguro. No obstante, yo no lo estoy tanto. Puede que tenga razón, desde su punto de vista, desde lo que él sabe, mudarme con él es lo más seguro, pero para mí es una locura. Apenas acabo de pedir una orden para colocar micros. Una cosa es quedarme alguna noche, y otra es mudarse. No, no es una idea siquiera viable, la poca libertad de la que dispongo ahora se verá minada, y no puedo permitir eso. Puedo pasar que sepa dónde vivo, en verdad me lo esperaba, pero no sé si podré soportar dejar mi vida a un lado, pues no seré capaz hacer nada tranquila, tener mis cosas o simplemente relajarme entre mis archivos. Ni en broma. No pienso hacerlo, no voy a ceder.
Me mira con esperanza, los ojos le brillan aunque su rostro esté serio y decidido. Tengo que tomar aire para acallar los pensamientos hostiles y poder responder con calma, no creo que gritarle que está loco sea la mejor idea.
¾    Alex...No puedo hacerlo —me había parado en seco de la impresión; ahora continúo andando, necesito moverme.
¾    ¿Por qué? —se había quedado en silencio, esperando una explicación, pero no sé cómo dársela— ¿Es que no me quieres?
¾    ¿Qué? No, no es eso, no tiene nada que ver. Necesito espacio, tiempo. Casi me matan por acostarme contigo, no quiero ni imaginar lo que ocurriría...
¾    Espera, ¿alguien te está cohibiendo? —me retiene por el brazo.
¾    A parte de mi conciencia, nadie. Mira, sabes lo que siento, pero no es tan fácil para mí, tengo que ir más lento. No quiero estropearlo.
Con eso parece entenderlo, pues se da por vencido asintiendo con la cabeza. Aunque no lo diga, está dolido, prácticamente lo lleva escrito en la cara, pero no puedo corresponderle como me gustaría si estuviera en otra situación. Si no fuera policía quizá me quedaría con él, me metería de lleno en su negocio, no obstante, no avanzo nada pensando así, pues no creo que hubiera cedido tampoco. Con David tan reciente, en el hospital por mi culpa, y la relación que he tenido con él aún en mi memoria grabada a fuego. Me llevo la mano al cuello sin darme cuenta, pero Alex sí lo hace y me la agarra con cuidado para besarla, y cuando roza la cicatriz hace lo mismo. Siento sus labios ligeros igual que delicadas plumas que me acarician y esbozo una sonrisa casi contra mi voluntad.

Hacemos un trato: yo le dejo acompañarme a casa y él me deja conducir hasta allí, un gran logro después de anoche, ya que pensaba que no se fiaría jamás de mí en lo que a conducir se refiere. Le entiendo, quizá yo tampoco lo haría.
En verdad yo no tengo nada que perder, ya sabe dónde vivo y puedo ganar saber la localización exacta de su casa, lo que en un futuro no me vendrá nada mal. Reconozco que últimamente no he estado muy centrada, en otra ocasión habría conseguido la dirección en apenas un par de días, pero esta vez...todo es diferente. Demasiado.
Tardamos menos de lo que esperaba, y juro que esta vez no he sobrepasado el límite de velocidad. Mucho. Tengo que mirar algún sitio donde pueda ir a pisar el acelerador sin problemas, de verdad que lo echo de menos. Las persecuciones eran lo único que disfrutaba genuinamente, el resto me lo tomaba demasiado personal, me centraba en eso y puedo decir que, cuando se me resistía un caso, se complicaba lo más mínimo, prácticamente vivía en la oficina: llegaba antes que nadie y salía ya entrada la noche. Y sin embargo, ahora se me olvida constantemente lo que debo hacer aquí. Maldito Alexander. Es curioso cómo se pasa de un extremo a otro sin darse apenas cuenta.
Aparco sin problemas en la puerta y nos bajamos en silencio. Se queda apoyado en el coche, sin saber bien qué hacer hasta que le ofrezco la mano para que me acompañe. Puede que sea peligroso, que vea algo que no debe, pero no soy capaz de afrontarlo sola, no sé lo que me encontraré cuando entre y prefiero tener a alguien a mi lado. La puerta exterior está cerrada, pero con un sencillo empujón apretando el pomo a la vez, el cerrojo se mueve y tenemos el paso libre. Alex me mira, sorprendido, y me limito a encogerme de hombros. En verdad no es tan fácil como parece, tuvimos que practicar mucho para poder hacerlo, del contrario no seríamos capaces de vivir en un sitio tan inseguro. Aunque reconozco que nos hemos hecho algo descuidadas, sobre todo desde que Aaron decidió hacer horas extra con Amy y pasar alguna que otra noche aquí.
Le guío por el lateral de la casa, buscando una puerta por la que entrar sin llave. Por suerte, la del garaje está abierta y puedo pasar al resto de la casa. Seguimos el pasillo que desemboca en el salón; me coge de la mano en forma de apoyo cuando olemos un ligero rastro de lejía. Al menos parece que lo han limpiado ya —lo confirmo al entrar—, igual que cualquier rastro de la investigación que estábamos llevando. Si soy sincera, no recuerdo ver la casa así desde que llegamos, o quizá ni siquiera eso; parece tener incluso aspecto ''normal''.
¾    ¿Estás bien? —me coge por la cintura.
¾    Sí —asiento, mirando los tiros del techo—. Voy a ver si está Amy.
No quiero que me suelte, así que le sujeto la mano y subo las escaleras; aun así, tampoco quiero que mi compañera le vea aquí, no le va a gustar, ni que él vea su habitación, de manera que le indico que se quede ahí hasta asegurarme de que puede ir a la mía sin encontrar nada que no debería estar ahí, sin embargo, está perfectamente ordenada, mucho mejor que como la dejé yo, desde luego. Cuando paso a la de mi compañera, está igual, ni un rastro de que somos policías (o algo por el estilo, no me acostumbro a que, técnicamente, no lo somos), ni un papel fuera de lugar o incluso ropa en la cama. Nada.
En mi habitación encuentro a Alex sentado en la cama, con la mirada perdida.
¾    ¿Qué te pasa? —reviso que en el cajón de mi mesilla sigue la navaja.
¾    ¿Qué? Ah, nada —recupera la expresión en el rostro—. Veo que no está tu amiga.
¾    No, ha recogido y se ha ido —digo con un suspiro, sentándome en sus piernas para atraer su atención.
¾    ¿Te ha dejado sola?
¾    No, pero no sé a qué hora vendrá. Tarde, supongo —miro la hora en el móvil.
Pierde la atención de nuevo después del «No», y ni siquiera consigo que la recupere cuando le beso. Está ausente y no tiene motivo para ello; le empujo para tumbarle sobre la cama en un último intento, sin embargo, aunque me devuelve los besos y apoya las manos en mi cintura, no está ni aquí ni ahora. Me aparto bruscamente y le dirijo una furiosa mirada. Soy yo la que debería estar preocupada, no él, me ha costado mucho aceptar lo que siento —aunque aún no estoy dispuesta a decirlo en voz alta— y no soporto que no reconozca mi esfuerzo.
No es que sea la situación idónea, pero precisamente por eso necesito abstraerme y él es el único que lo consigue. Si no quiere hacerlo, está claro que tampoco voy a rogarle.
¾    ¿Me vas a decir qué te pasa de una vez? Y como me vuelvas a decir que nada, juro que te echo de aquí.
¾    Es que... —suspira— no me puedo sacar de la cabeza lo que pasó ayer. ¿Qué hacía él aquí?
¾    No lo sé, se supone que ''estoy de tiempo sabático'', así que no debería saber dónde estábamos.
¾    ¿Cuánto tiempo llevaba aquí?
¾    Te estoy diciendo que no tengo ni idea, pero si te refieres a esta casa, debió llegar después de que Amy se fuera —me levanto y le miro fijamente; espero que no esté pensando en hacer ninguna locura.
¾    Entonces no te acostaste con él.
¾    Dios, Alex, ¿en serio eso es todo lo que piensas? Llevaba sin verle meses antes incluso de que nos encontráramos en esa fiesta.
¾    Sólo intento encontrar la lógica a por qué se puso así, no te enfades.
¾    Pues claro que me enfado, lo último que necesito es a ti haciéndome un interrogatorio. David era un tipo posesivo, aunque me di cuenta tarde.
¾    Entonces, por favor, dime que no llegasteis a nada serio, porque es la única explicación posible. Si de verdad ha pasado tanto tiempo...
¾    ¿Puedes parar de hacer preguntas, por favor? Ya no es nada para mí, es todo lo que te tiene que importar.
¾    No si nos pone en peligro. Dímelo, Alice. ¿Qué eráis exactamente? —tomo aire.
¾    Estábamos prometidos, ¿contento? Me arrepentí y puse tierra de por medio, lo mío nunca ha sido el compromiso. Contigo me di cuenta de que no le amaba en realidad, así que cuando le vi ayer aproveché para devolverle el anillo y así él no se haría a la idea de segundas oportunidades —cierro los ojos, esperando cualquier tipo de respuesta; la verdad es que suena como si fuera una persona despreciable. No niego que lo sea. 
Alex no dice nada durante unos eternos segundos en los que mi mente al fin consigue relajarse. Los secretos pesan más que cualquier otra cosa que uno pueda tener en el corazón, y aunque aún tenga muchos de ellos, todos imperdonables, me siento liberada. Para mi sorpresa, siento sus labios en los míos, posándose de forma delicada y tierna, como una caricia que se le daría a cualquier cosa que se pueda romper con tan sólo mirarla, y en cierta manera así me siento, él sabe exactamente qué necesito.
No me gusta discutir, no quiero tener que ponerme alerta con él, ya es suficiente con sus socios o incluso las autoridades de cualquier tipo cuando pregunten qué pasó exactamente con David, porque está claro que no lo dejarán pasar. Espero que la Agencia me eche una mano ''por el bien de la misión'', porque si no, lo veo muy difícil.
¾    Has dicho que me amas —lo pronuncia en apenas un suspiro.
Doy gracias mentalmente de que pare de preguntar, porque si no no sé si sería capaz de responderle ahora. Noto cómo sonríe cuando le beso de vuelta y comienzo a quitarle la corbata con una mano —estoy comenzando a coger práctica— mientras él me aprieta las caderas cada vez más fuerte. Ambos sentimos cómo el fuego comienza a crecer en nuestro interior, los besos se hacen voraces y cada segundo que pasa de más en el que le desabrocho un botón se hace insoportable. No sé cómo consigue hacerme reaccionar así, sin ser dueña de mis actos ni poder controlarme; variando mis emociones con un simple gesto de manera devastadora. Nadie me había hecho sentir así —para bien, porque conozco a personas realmente irritantes—, supongo que es lo que debe ser el amor maduro, no sólo de juventud como lo son la mayoría, simples caprichos: intenso, pero arde tan rápido que cuando queda en cenizas, todo lo que deja es dolor y vacío.
¾    No tenemos que seguir si tú no quieres.
Susurra cuando me tumba sobre la cama; su camisa está en el suelo y siento su cuerpo contra el mío caliente, haciendo que corrientes eléctricas me acerquen más a él, curvando la espalda para eliminar cualquier distancia entre nosotros. No. No quiero parar, sentirlo alrededor de mí, con sus brazos agarrándome es una sensación dolorosamente placentera que bajo ningún concepto quiero que desaparezca; me nubla la mente y es todo lo que necesito en este momento.
Por lo que, con una profunda mirada, le acaricio la mejilla y le mando callar con un beso, tanto a él como a lo que queda de mi consciencia.

Nos tapo con la fina sábana y me besa la frente antes de acurrucarse de manera que entierra la cara en mi cuello, sacándome una sonrisa. Las discusiones sólo merecen la pena por esto.
¾    No te irás a dormir —le acaricio el pelo—. Apenas nos hemos levantado —me río cuando responde con un gruñido.
¾    Me estás explotando, Alice. No quiero saber la hora que es. Quiero quedarme aquí, contigo; no hablar de dinero con gente que no me importa —se queja, besándome lentamente el pecho.
¾    Pues yo quiero comer —consigo que sonría.
¾    ¿Algo en especial? —se apoya sobre un codo para mirarme mejor— Venga, quiero hacerte el desayuno, déjame al menos eso.
¾    Dirás que te doy poco —protesto—. Pero por nada del mundo voy a perderme el milagro del 'Gran Hombre de Florida' cocinando, así que haz lo que quieras. Yo voy a darme una ducha. Sola.
Recalco cuando veo cómo me mira y le doy un beso en cuanto se pone en pie para ir a la cocina. Aunque quiero quedarme en la ducha durante horas, acabo en unos minutos para bajar a ayudarle. Confío en él, pero no en sus dotes culinarias, aunque tampoco es que pueda alardear de las mías. No obstante, reconozco que he mejorado bastante en este tiempo, a David le gustaba que fuera yo quien cocinara y me he estado turnando con Amy para ello, así que estoy segura de que puedo hacer algo mejor que comestible. Espero que no queme o rompa nada, no me apetece tener que dar explicaciones.
Sin embargo, la sonrisa que se me había formado al visualizar a Alex con delantal se borra nada más salir de la ducha. Mi compañera entra como un torrente en la habitación, no sé si enfadada o sorprendida; seguramente ambas, pero por suerte sólo consigue expresar una al mismo tiempo. Y no es la peor de las dos. Creo.
¾    ¿Se puede saber por qué está Moore en la cocina?
¾    Quería acompañarme a casa.
¾    En calzoncillos.
¾    Quizá se me ha ido un poco de las manos. Tranquila, no ha visto nada, intenté recoger antes de que entrara, pero ya lo habías hecho tú.
¾    La policía quería echar un vistazo. No cambies de tema, Alice —me reprime; he aprendido a ser buena distrayendo a la gente, pero Amy ya me tiene pillado el truco—. Esto es un piso seguro, una cosa es que sepa dónde está y otra muy distinta que se pasee como si fuera su casa. Tengo que trabajar, y no puedo hacerlo con él aquí. No, tenemos que trabajar. Las dos. Te estás alejando del objetivo —no creo que sea el momento de echar cosas en cara, porque yo he visto a su novio más veces en casa que ella al mío. Punto para mí.
¾    Él es mi objetivo.
¾    Meterle en la cárcel lo es, no irte de viaje romántico por Nueva York. Me lo ha dicho él —alza los brazos como si fuera inocente.
¾    Bocazas —murmuro—. ¿Crees que no sé lo que tengo que hacer? No paro de pensar cómo hacerlo y cuándo. No es fácil sacarle información sin que sospeche, no es fácil estar con alguien pensando que le vas a traicionar, que ya lo estás haciendo. Que toda tu maldita relación se basa en eso. Y si me voy a Nueva York es para investigar a los narcos de allí, nada de ''viaje romántico''.
¾    ¿Y por qué no me lo has dicho?
¾    Porque no me has dado tiempo.
Entonces me doy cuenta de que ella tiene razón: con Alex aquí nos vemos atadas, sin poder hablar de todo lo que necesitamos. Con un suspiro, cedo y bajo para pedirle que nos deje a solas. Le cuesta obedecer, pero consigo que se marche y le prometo que le llamaré nada más aterrizar. Nos despedimos con un tierno y largo beso del cual él se encarga de hacerlo incluso doloroso de todo el sentimiento que vuelca en él.

Aunque en seguida nos ponemos a redactar informes y a ponerlos en común, a hablar de todo lo ocurrido y me tranquiliza diciéndome que David está fuera de peligro en el hospital, no puedo sacarme de la cabeza las palabras que oí salir de su boca en cuanto Moore se fue: ''esto acabará en tragedia''. 

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