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jueves, 4 de agosto de 2016

Capítulo 30

Esta pesadilla es nueva. Vaya, resulta que cuando mi cuerpo no puede continuar consciente, a mi cerebro le apetece todo lo contrario. Sólo espero que no se vea reflejado cuando despierte, suficiente tengo ya con lo que me han hecho estando despierta como para soportar lo que me pasa...¿dormida? No lo sé, recuerdo que tenía sueño y que Alex me cogió en brazos, pero más allá me es imposible. Creo que es precisamente ese recuerdo el que me provoca la pesadilla, últimamente estaban siendo sobre mi hermana, sin embargo, esta es sobre alguien completamente distinto: yo.
No es del todo así, en verdad, es una horrible y dolorosa situación: estoy en la cama con Moore, besándonos y después de haber pasado la noche juntos —simplemente tengo esa certeza que se tiene en los sueños—; entonces comienza a entrar gente a la habitación, y mientras él no parece inmutarse y sigue con sus caricias habituales, yo me veo incapaz de liberarme; no sé si física o mentalmente. El caso es que quienes entran me señalan con el dedo y me echan en cara que cómo puedo ser capaz de estar con un asesino, de amarle; ignoraría los comentarios si no vinieran de ellos: mis amigos e incluso familiares. Mi hermano se limita a mirarme de manera reprobatoria, pero Amy monta un gran escándalo; mi antiguo jefe grita que ''ese tipo debería estar durmiendo bajo tierra y no a mi lado''; mis padres, tanto los que fueron los falsos como los verdaderos, juzgan mi estupidez. Todos y cada uno de ellos tienen algo que decir sobre alguno de nosotros, ambos o la relación. Pero el punto final de este triste desfile lo completa una pequeña silueta de largo pelo rubio y media cara quemada. Ya ni siquiera recuerdo cómo era su cara completa, sí el color de los ojos y que los tenía grandes y que cuando te miraban conseguían atraparte y conmoverte junto a su amplia y sincera sonrisa. La única persona de la que nunca tuve dudas si quería o no; la única que me hizo plantearme la vida de una manera completamente distinta; la única que jamás me mintió. Y está muerta.
Lily no se limita a mirarnos, sino que se coloca a mi lado y extiende la mano para tocarme, no obstante, antes de conseguirlo se arrepiente y me dice con lágrimas en los ojos: «Me has traicionado. Estás durmiendo con mi asesino». Y entonces la luz inunda mi visión y aleja toda esa tortura.
Me cuesta enfocar cuando abro los ojos, pero al cabo de unos instantes consigo ver lo que parece una linterna apuntándome directamente. Abro y cierro los puños ante una posible amenaza, sin embargo, me relajo en cuanto oigo una voz familiar hablar.
¾    Tranquila, Alice. Estás a salvo —tiene suerte de que esté tan confusa, si no le hubiera dedicado uno de mis comentarios más mordaces.
¾    Miguel... ¿Qué ha pasado?
¾    Te desmayaste. Juraría que fue una bajada de azúcar, Alex me ha dicho que llevabas tiempo sin comer, pero con las contusiones que tienes en el cráneo es difícil saber a ciencia cierta.
¾    ¿Y Alex? —miro a mi alrededor; estoy en su habitación y él no.
¾    Se fue hace un rato, cuando supo que estabas estable. Tienes que comer y descansar, ha sido un día muy largo. Ten —me alcanza un plato humeante de la mesilla con lo que parece sopa.
¾    ¿Te lo ha contado Alex?
¾    Sí, me recogió viniendo hacia aquí; estaba al borde del ataque. A propósito, no le dejes conducir, es un maldito temerario —se levanta de la cama con una leve sonrisa.
¾    ¿Está bien? —lo que ha dicho me ha puesto alerta.
¾    Vaya par, os preocupáis más por el otro que por vosotros mismos —mete las manos en los bolsillos y vuelve a la seriedad—. Está...No lo sé, nunca le había visto así, enfadado y decepcionado, quizá. No sabe ni lo que hace.
¾    Espero que ninguna locura.
¾    Yo también —dice con un suspiro—. Bueno, duerme todo lo que puedas y me pasaré a verte para confirmar tu estado. De todas formas, debes hacerte radiografías. Hablaré con Alexander para que organice algo. Buenas noches.
Me saluda desde la puerta y se va, dejándome sola en la habitación en la que pasé mi última noche. Tanto Miguel como yo sabemos de lo que es verdaderamente capaz, o más bien, lo tememos, y es muy probable que esté haciéndolo ahora mismo. Me recorre un escalofrío sólo de pensarlo, así que prefiero evitarlo. Incorporarme ya hace que vuelva el mareo, así que espero a que se suavice y comienzo a comer; es una tontería intentar registrar nada, en todo este tiempo no he encontrado ni una pista, así que no voy a perder el tiempo. Y, sinceramente, tampoco me encuentro en condiciones para ello. La cabeza no me duele tanto, pero cuando me llevo la mano a la sien, noto que tengo un par de puntos de papel y algún golpe escondido entre el pelo. Las muñecas vendadas me traen malos recuerdos, no obstante, me resisto a quitármelas —por primera vez, parece que puedo soportar un mal recuerdo; es curioso el momento que he elegido—; la garganta también se queja al tragar, pero nada más grave de lo que se siente con un resfriado. Sólo me faltaba haberme herido seriamente y ya sería el colmo de la mala suerte, no habría manera de explicarlo que no implicara más líos.  
Hecha mi revisión particular de daños, miro alrededor, sintiéndome algo mejor con comida en el estómago —no sabía lo hambrienta que estaba hasta que he empezado, y lo sorprendente es que con esa simple sopa me ha sido suficiente—, necesito hablar con Amy, o al menos asegurarme de que no le han hecho nada e informarla de dónde estoy, no puedo dar la localización exacta, pero la tranquilizará saberlo. Y, por mucho que quiera evitarlo, preguntar qué ha sucedido con David.
Me levanto de la cama apoyada en ella hasta llegar a la cómoda situada a los pies. Tengo mi ropa ahí, ya que llevo puesta una camiseta ancha, seguramente de Alex —por raro que parezca—, pero por suerte también hay un móvil. Es el que él me dio y apostaría a que está pinchado, por lo que soy consciente de lo que decir y hacer cuando ella coge el teléfono.
¾    Amy, no tengo mucho tiempo. Cuando nos veamos podremos hablar, pero...
¾    ¿Dónde estás? ¿Estás bien?
¾    En casa de Alex. Estate tranquila, el médico me ha echado un vistazo y todo bien, sólo algo magullada. Cuando vuelva, me encargaré de lo que tenemos pendiente.
¾    ¿Cuánto tiempo es eso? —por el tono de su voz sé que quiere decir muchas más cosas.
¾    No sé decirte, no hay nada seguro. Recuerda hablar con el técnico, la cámara de mi ordenador no funciona; ni audio ni video —espero que entienda el mensaje; no se me ha ocurrido otra forma de decir que consiga que nos proporcionen micros y cámaras de manera legal.
¾    Eso está hecho.
¾    Por cierto, ¿sabes algo de...?
¾    Sobrevivirá; pero no le espera un futuro prometedor que digamos. Ya han empezado la investigación. ¿Has pensado...
¾    Amy, te llamo más tarde, tengo que irme —me apresuro.
Me hubiera encantado escucharla, de verdad, mi cabeza necesita algo en lo que centrarse, pero he oído ruido al otro lado de la puerta y no sé si debo usar el teléfono; no tengo ni idea del tiempo que ha pasado desde que me he despertado hasta ahora, y son las siete de la tarde según el móvil. Lo dejo donde estaba antes de volver prácticamente corriendo a la cama. Por suerte, no entra nadie, no obstante, consigo oír una conversación:
¾    No se puede entrar.
¾    ¿Por qué? ¿Dónde coño se ha metido Moore?
¾    La francesa está dentro, Miguel la está vigilando. Creo que Moore ha ido al piso de Little Habana con los limpiadores. ¿Qué querías?
¾    El envío sigue en marcha, pero necesito hombres. Y él es buen tirador.
¾    No creo que esté en condiciones. En cuanto termine allí vendrá con ella, así que deberíamos actuar por nuestra cuenta hasta que haga algo.
¾    Por el bien del negocio.
¾    Exacto.
Cada día que pasa, soy una amenaza mayor para el negocio, lo ''gracioso'' es que no es precisamente como esperaba. Por mucho que lo intento, no consigo dormirme de nuevo. Va a ver lo que hice, se va a poner en peligro saliendo a plena luz del día y con la policía más alerta que nunca. Me pone de los nervios saber lo que puede ocurrir y no tener ningún poder para detenerlo. No hay peor sentimiento que la impotencia.  
Miguel tenía razón, somos una pareja más que curiosa: ambos golpeados hasta la saciedad y aun así intentando proteger y vengar al otro.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero en un momento de la noche la puerta del dormitorio se abre y yo me hago la dormida. Noto una silueta detenerse a mi lado y sé que es él, pero prefiero esperar a que venga y haga lo que vea oportuno. ¿Y si ha cambiado de parecer en lo referente a mí después de estar en el piso; y si ha decidido que Paulie tenía razón y que el negocio—y todo— iría mejor sin mí? Se me acelera la respiración cuando pasa de largo y entra en el baño, siendo ésta la única luz de la estancia, que se escapa por la puerta entornada; me incorporo sobre los codos, con la esperanza de verle salir y venir a la cama a mi lado, como otras muchas veces, sin embargo, cuando se desliza a la habitación, sé que no está dispuesto a hacerlo. Lleva puesto un traje oscuro, del cual no puedo distinguir el color, pero lo importante es que está a punto de salir y que la hora sobrepasa la medianoche. El aroma de su loción de afeitado inunda la estancia y me hace cerrar los ojos, imaginar una vida más fácil; sé que no es perfecta, pero tiene momentos perfectos, y daría demasiadas cosas por hacer que esos momentos se multiplicaran, y la razón porque no lo hagan es la tozudez de Alex con dejarme así.
Sin preguntarle, me levanto de la cama y comienzo a vestirme bajo su mirada atónita. Estoy cansada de esperar a que regrese, no voy a cruzarme más de brazos, no después de todo lo que ha pasado. Conociendo su masoquismo, es capaz de presentarse para recibir mercancía a pecho descubierto, o con una metralleta, Alexander dolido no tiene término medio; y está claro que lo está. A pesar de la oscuridad, su mirada triste hace que se me caiga el corazón al suelo, y ahora más que nunca no me arrepiento de lo que he hecho, no se merece ser herido así. Depositó toda su confianza en un vil traidor, en un niñato ambicioso y caprichoso, para que luego se lo agradeciera intentando matar a lo que más quiere. No, ese tipo no se merecía piedad. 
¾    ¿Qué haces? —deja la corbata que se estaba cambiando a un lado.
¾    Acompañarte.
¾    Ni loco —me coge de la muñeca, pero me deshago de él sin esfuerzo, gracias a las vendas no duele tanto como me esperaba—. Alice, es peligroso.
¾    Tienes que cambiar de frase, ¿sabes? Estás empezando a repetirte.
¾    Deja de bromear, esto es serio. No voy a permitir ponerte en primera línea.
¾    ¿Y eso te ha servido de algo? Lo único que has conseguido es empeorar las cosas. Pienso ir te guste o no.
¾    No sabes ni dónde es —me reprocha.
¾    Así es más emocionante. No te pongas corbata, perderás en un cuerpo a cuerpo.
Salgo de la habitación sin oírle rechistar, creo que simplemente se ha quedado sin palabras. Reprimo un bostezo; debería haberme dado una ducha para despejarme, pero es lo que hay. En seguida, siento su mano alrededor de mi cintura y me acerca ligeramente a él, que anda a paso seguro hacia la puerta principal. Hay un coche esperándonos, aunque no consigo ver al conductor. Nos subimos sin rechistar y agradezco el voto de confianza que me está dando al permitirme ver dónde está la casa, aunque siendo de noche tampoco es que sea demasiado fácil. De todas formas, sabiendo el destino, lo hará más simple. Sé que vamos a una playa alejada del centro, creo recordar que era incluso privada, donde va a recibir un encargo; o varios, más bien. Siempre suele ser la misma, por lo que si hay algún problema es por su culpa, por ser demasiado confiados.
El viaje resulta ser más largo de lo que me esperaba, pero es predecible. No obstante, tampoco se me va de la cabeza que avisé a la policía de este mismo encargo hace tiempo, así que va a ser todo un reto salir airosos de aquí, y más con el estado tanto anímico como físico de ambos; golpeados y doloridos de todas las maneras posibles.
Cuando llegamos, un barco está echando el ancla a unos metros de la costa, hay tres jeeps esperando en la línea del mar y unos diez hombres armados, como mínimo, listos para comenzar. Nosotros nos quedamos en el borde del paseo, observando. Me pregunto si Alex pensará hacer algo o sólo está para intimidar; lo importante es que le han visto —o mejor dicho, nos han visto de la mano— y han asentido con la cabeza: están preparados. Creo que todo esto es un gesto más importante de lo que parece, está enseñando al mundo que ni siquiera la traición de su segundo al mando e intento de asesinato son capaces de acabar con él, y menos con su negocio, y ya que estamos conmigo, enseñando que seguimos juntos en esto sin importar lo que pase. Demasiado intenso como para pararse a pensar en ello ahora, así me concentro en lo que ocurre a mi alrededor para distraerme: el barco deja caer otros tres botes de remos inflables y uno de madera; en seguida, comienzan a llenarse de personas y cajas, respectivamente. Todo sucede demasiado deprisa para darme cuenta de lo que estoy permitiendo, las personas van hasta tierra remando y algunos hombres les desenganchan fardos de droga del cuerpo, los lanzan al jeep y los inmigrantes corren por la playa, libres; todo esto mientras otros se encargan de bajar las cajas, llevarlas a la orilla y cargar otro jeep con estas. Son absolutamente eficientes, casi tanto que consiguen distraerme por completo del resto que problemas que pueda haber o la cantidad de leyes que esté infringiendo ahora mismo, la verdad es que resulta hipnotizante mirarlos. No me extraña que haya montado un imperio en tan poco tiempo, consigue mucho dinero en muy poco tiempo.
Por suerte, puedo mantener mi atención en diferentes lugares, y no es la primera vez que veo ese coche pasar detrás de nosotros. Ahora va mucho más lento, seguramente para intentar vernos la cara; reconocería esa táctica cutre en cualquier parte. Policía. Al menos han sido inteligentes y no han traído helicópteros, pero llegarán refuerzos en unos minutos como mucho.
¾    Tenemos que irnos —le aprieto la mano.
¾    Sólo quedan unos pocos.
¾    Ese coche es de la policía, diles que se vayan ya —le apremio; no estoy para que me lleven la contraria.
¾    ¿Cómo lo sabes?
¾    Maldita sea, Alexander, tengo que hacerlo yo todo.
Le suelto de la mano y salto el muro del paseo para caer en la arena, rodando y así no hacerme daño. Corro hasta sus hombres, que me miran extrañados, pero confían en cuanto ven a Alex seguirme a la misma velocidad. En seguida les ayudamos a terminar de bajar las cajas y a liberar a los inmigrantes de su carga; gracias a mi habilidad con la navaja, que sorprendentemente no he perdido, yo me encargo de esto último. Pero, en un golpe de mala suerte, oigo puertas de coche abrirse y cerrarse, incluso gritos de «¡Alto!». Entonces se produce el caos. Todos se dispersan corriendo en diferentes direcciones, intentando escapar de los tiros de los agentes de la ley, sin embargo, yo conozco su proceder y sé cómo escapar. Cojo a Alex de la mano y salgo corriendo en dirección al muro, exactamente donde hemos saltado. No podemos subir, pero pasaremos desapercibidos unos minutos hasta que se despeje la calle. En efecto, todos los agentes van a la playa y dejan la calle llena de coches sin cerrar, pero sería muy difícil escapar con uno de ellos, así que, agachados, cruzamos la calle y sorteamos un par de coches más. Estamos sin aliento, de manera que me paro frente al coche más antiguo que hay en la calle, esperando que sea el que menos llame la atención y más fácil de forzar, y le quito un cordón al zapato de Alex, ya que yo llevo sandalias y no es que sean muy útiles, que digamos. Es un método sencillo, y más cuando se tiene práctica. Consiste en hacer un nudo corredizo y conseguir meter parte del cordón por dentro de la puerta del coche, de modo que con un poco de suerte y habilidad, el nudo se queda alrededor del cierre y sólo hay que tirar con fuerza.
El sonido de la puerta abriéndose provoca un suspiro en ambos, tanto de sorpresa como alivio. Quizá tarde algo más en hacer un puente, pero tampoco es complicado.
¾    ¿Estás robando un coche?
¾    Curiosa doble moral. No pasa nada si tú traficas, pero yo robo un coche y todo el mundo se vuelve loco. Háztelo mirar —entro casi de un salto.
En apenas cinco minutos, el coche está en marcha. Al fin puedo conducir. Un policía grita al vernos entrar. Nos ha reconocido. Se sube a su coche de inmediato, dispuesto a iniciar una persecución en la que no sabe que va a perder. He tenido un día más que difícil, lo último que necesito es que me provoquen a hacer algo que no debo.
¾    Déjame a mí, puedo perderle —Alex intenta quitarme el control del volante.
¾    Vigila el retrovisor.
No está bien divertirse con esto, estoy haciendo exactamente lo contrario de lo que debería, pero echo de menos la acción, tener el control de la situación, pues si hay algo que se me da bien, son las locuras al volante; siempre me juego la vida, y el sentimiento de supervivencia supera a cualquier otro y no puedo disfrutarlo como cuando estaba en Nueva York, con la banda, y corríamos huyendo de la policía hasta que sentíamos arder el pecho y nos tirábamos en cualquier césped a descansar, riéndonos. Ahora, vuelvo a sentirme así, y no puedo reprimir una sonrisa de satisfacción, y con Alex a mi lado, tengo un apoyo extra. No está mal recordar los tiempos en los que el máximo miedo que podía tener era pasar una noche en el calabozo o que me expulsaran del instituto.
Piso el acelerador con todas mis fuerzas y él se agarra a la puerta de la impresión. Se me escapa una carcajada —Dios, estoy enferma— y doy un par de giros in extremis, innecesarios, pero es divertido verle estar en apuros por una vez, y sinceramente, creo que necesita sentirse vivo después de hoy, darse cuenta de que puedo defenderme por mí misma; y defenderle a él también.
A pesar de que el coche no es muy rápido, consigo perder al policía en menos de lo que pensaba. Me he dirigido al centro, y la cantidad de clubs abiertos con sus luces de neón ayudan bastante al fugitivo; lo apuntaré para por si alguna vez me encuentro al otro lado. No estoy segura de que haya más coches pendientes de nosotros, y aunque podría esquivarlos, decido dar vueltas por la zona unos veinte minutos más, con la esperanza de que se calmen las cosas. Dejo el coche aparcado en doble fila, con la esperanza de que se lo lleve la grúa y el propietario pueda encontrarlo rápidamente, y bajamos en silencio.
Prácticamente me dejo caer sobre la acera, me tiemblan las piernas por la adrenalina y hacía mucho que no me sentía tan viva, con tanta fuerza y poder. Intento calmar la respiración, pero me lleva mucho más de lo que esperaba aunque cierre los ojos y la sonrisa vaya desapareciendo poco a poco. Añoraba esta sensación, sentir un cosquilleo por todo el cuerpo, cómo desaparece el dolor físico y ser capaz de casi cualquier cosa; pero parece que a Alex no le ha gustado tanto como a mí. Al abrir los ojos, veo que me mira furioso, aún con el pecho subiendo y bajando violentamente.
¾    ¿Qué coño ha sido eso? —casi grita.
¾    Eso, querido, he sido yo salvándote el culo —me incorporo—. De nada.
¾    Podrías habernos matado.
¾    Pero estamos bien, ¿no? Suficiente. Será mejor que nos vayamos, hay que alejarse del coche por si acaso —me levanto y comienzo a andar.
¾    ¿Cómo has aprendido a hacer eso?
¾    Un mago nunca revela sus trucos —me río.
¾    Estás loca, Alice. ¿Y se puede saber por qué estás tan feliz?
¾    Porque estamos vivos, Alexander —oculta una sonrisa; es lo mismo que dijo él después de acostarnos por primera vez aquí—. Porque por primera vez en mucho tiempo me he sentido viva por mí misma, sin necesitar a nadie. No te ofendas, pero no está mal algo de egoísmo de vez en cuando —se pone a mi altura y me observa.
¾    Eres una maldita yonki de la adrenalina —refunfuña—. Mírate, pareces drogada.
¾    Tú sabes bien de eso ¿eh?
Frunce el ceño y suelto otra carcajada, no puedo evitarlo. Ahora no hay preocupaciones, me siento completamente libre. Le rodeo la cintura y hago que pase un brazo por mis hombros para que se le olvide el enfado, y noto cómo poco a poco va cediendo. Incluso acepta que debe dejar la chaqueta en un contenedor para llamar menos la atención.
Paramos en una cafetería veinticuatro horas para tomar un desayuno temprano, necesitamos algo para reponer fuerzas, aunque la verdad es que no tengo hambre en absoluto, supongo que aún sigo demasiado emocionada, y supongo que la garganta irritada ayuda en que no quiera comer nada. Pido prestadas unas monedas a un tipo de la mesa de al lado —lo que pone muy nervioso a Alex, es obvio que no le guste verme coquetear con otro, pero era la única manera de que me las diera— para llamar a uno de sus hombres y que nos recoja. No estoy demasiado cómoda, sin embargo, la luz del amanecer hace que me relaje poco a poco; bueno, eso y que Moore se cambia de asiento para estar conmigo en el sofá de la cafetería, de manera que me recuesto en su pecho mientras me acaricia el brazo distraídamente. No sé si quiero saber lo que le pasa por la cabeza, podría ser cualquier cosa y ninguna buena, precisamente, sólo espero haberle hecho cambiar de parecer y ser algo positivo. Sé que el golpe de Paulie ha sido muy duro, si me ha dolido a mí no quiero imaginar a él, pero debe superarlo por su bien.
Por suerte, no tarda demasiado en aparecer un coche que nos lleva de vuelta a la casa, aunque no es ni mucho lejos el fin del día. Hay algo que me impulsa a estar más cerca de él en cuanto aparta las sábanas de la cama, sé que lo hace de una manera dulce, aun así me hace sonreír, y no puedo evitar besarle en cuanto le alcanzo. Le cojo de la barbilla para que me mire a los ojos. Se me hace duro verle los moratones de la cara y el labio partido, y sé que él siente lo mismo con los puntos de papel, pero una vez que nuestros labios se juntan, el resto del mundo desaparece, sólo quedan nuestros cuerpos.

No estoy segura de lo que ve, pero es suficiente para hacer que se deje caer sobre la cama, agarrándome de la cintura tras él. Todo lo que consigo expresar de lo que ocurre a continuación, y por tanto diré, es que la adrenalina es un gran afrodisiaco, y no hay que mejor manera de cubrir el 'bajón' que sin ropa con la persona adecuada. 

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