Prefiero llegar a la comisaría en metro,
así llamaré menos la atención que un taxi, aunque ahora que lo pienso, esto es
Nueva York, y lo que menos llama la atención es precisamente eso. Los
inconvenientes del transporte público son más que obvios: olores, aglomeración
de gente… pero aun así me recuerda a casa, a tiempos más tranquilos, tanto aquí
como en Los Ángeles, simplemente me gusta pasar desapercibida, sentirme parte
de algo más grande, por loco que suene: aquí soy insignificante, sin ningún
tipo de presión. Después de dejar las cosas en el hotel del centro que Alex me
ha reservado, he ido a mi antiguo barrio a ver cómo estaban las cosas, pero no
me he sentido con fuerzas de hablar con mis padres ni de buscar a algún antiguo
amigo, así que prefiero darme una vuelta en metro hasta decidir qué voy a
hacer, no me apetece empezar con los negocios falsos tan rápido.
En el andén hay un chaval, cerca de los quince, ‘decorando’
la pared con su graffiti. Miro alrededor en busca de alguna cámara de seguridad
o de un vigilante, sin embargo no hay nadie y la cámara mira al lado contrario
de donde se encuentra el chico, por lo que decido acercarme yo. Es listo, sabe
dónde y cuándo hacerlo, a estas horas casi nunca suelen haber policías. Bueno,
eso era cuando yo estaba aquí.
No pretendo detenerle, no es de mi incumbencia dado que yo
también hice lo mismo, pero sí advertirle que como le descubran podría meterse
en líos. Si eres de este barrio, a la mínima que te vean haciendo algo malo, ya
estás fichado por el resto de tu vida y catalogado como delincuente juvenil.
Experiencia propia.
Está tan concentrado en escribir lo que sea que está
poniendo que no me oye acercarme, o tal vez sí sabe que estoy, pero no piensa
que sea tan estúpida como para dirigirme a él. A fin de cuentas esto es Harlem,
y está peor que nunca, según lo que he visto. Las bandas se han multiplicado y
se han hecho más violentas, ahora no juegan con navajas como nosotros, sino que
se enfrentan con pistolas incluso a policías. A lo mejor éste en concreto no se
haya visto involucrado en ningún tiroteo, pero eso no quita que le suceda en un
futuro cercano. El resto de la pared tiene firmas de gente y de bandas, me
limito a echarles un vistazo sin detenerme en ninguna en especial porque mi
prioridad es otra.
Al tocarle el hombro su primera reacción es girar el brazo y
lanzar un puñetazo directo a mi cara, pero sin apenas moverme le inmovilizo de
un manotazo y, con un brazo retorcido le estampo contra la pared para que me
mire a la cara. En este momento reconozco que me gustaría llevar unas esposas,
no para llevarlo a comisaría conmigo ni nada de eso, sólo para intimidar un
poco, aunque eso creo que sería brutalidad policial y no me interesa meterme en
problemas, sin importar que cualquier cargo parecido a ese no llegaría nunca a
mayores puesto que se justificaría con mi misión actual.
Ahora que veo al grafitero, me doy cuenta de lo equivocada
que estaba hacía unos instantes: es una chica de cara dulce y ojos oscuros e
inquietos que me miran de arriba abajo, seguramente intentando reconocerme.
— ¿Qué
haces? —dice con brusquedad— Si me haces algo mi banda…
— ¿Te
digo un consejo? Aprende a defenderte por ti misma, tu banda no estará para
protegerte siempre.
— ¿A
ti qué te importa? —al ver que no contesto, ella continúa— ¿Eres poli?
Se me hace parecida a alguien, más bien a un vago recuerdo,
pero no consigo averiguar de qué me suena su cara. Eso consigue ablandarme un
poco, o quizá es que me recuerda a mí con su edad, cuando apenas había entrado
en la banda y comenzábamos a trapichear con algo de droga blanda entre nosotros
y nos emborrachábamos. Creo que no está bien recordar con cariño ese tipo de
acciones, así como las peleas, pero aun así se me hace difícil olvidar como me
dicen que debo hacer. Mi trabajo consiste en eso, pero no puedo hacerlo, es superior
a mis fuerzas. Intento quedarme con las caras de los asesinos, violadores y
demás delincuentes que meto en la cárcel, al igual que de las víctimas, pero después
de tantos casos, a veces todo me supera y mi cabeza se pasa un par de días sin
poder razonar nada como protesta por tanto trabajo. Nadie es perfecto, supongo,
y mucho menos yo.
— ¿Qué
llevas ahí? —miro el bolsillo abultado de la chica, y me temo que reconozco la
forma a la perfección; saco la pistola sin importar que se mueva y le retuerzo
la muñeca para que se esté quieta— Estos juguetes son peligrosos ¿no lo sabías?
— Devuélvemela
—protesta sin parar de forcejear—. ¡Es mía!
— ¿Quién
te la ha dado?
Una pandilla empieza a acercarse a nosotras, y no hay que
ser un lince para darse cuenta de que todos van armados con pistolas, bates y
armas blancas. La chica los mira y se le abren los ojos de una manera
sobrenatural, con miedo. Parece encogerse cuando la suelto, poniendo todas mis
esperanzas en que sean su pandilla, por ilógico que sea. Si las miradas
matasen, ninguna de nosotras dos seguiría en pie, y está claro que ha
desaparecido la actitud desafiante de la chica, pero no de los que se acercan,
que no se han pensado ni un segundo en acelerar el paso al verme con una
pistola en la mano.
— ¡Tú!
—el que parece el líder se dirige a mí— ¡Suéltala!
Vuelvo a echar un vistazo a la chica, que parece armarse de
valor y erguirse. Impido que vaya agarrándola del brazo, puesto que en cuanto
adelanta un pie he visto que comenzaban a tensarse y a sacar las armas ocultas,
incluidos puños de hierro, y no pienso dejar a esa chica con ellos y para que
la golpeen hasta matarla.
— No
—me doy la vuelta, dispuesta a salir de allí, pero me cierran el paso, de hecho
estoy rodeada. El líder se acerca, esta vez con la pistola en la mano.
— ¿Ahora
tienes canguro? —se dirige a la chica— Si tan mayor quieres ser, afronta lo que
has hecho y ven aquí. Déjala —esta vez me habla a mí levantando la pistola.
Yo, con calma, acerco a la chica a mi lado —no me pasa
desapercibido que no opone resistencia— y reviso si la pistola está armada: sí.
No pienso disparar, al menos no a ellos, pero nunca vienen mal las balas y que
el contrincante sepa que las tienes.
— Bueno…
—murmuro quitando el seguro—. Entonces no me vais a dejar paso ¿verdad?
— No
eres del barrio, aquí no pintas nada. Te dejaremos en paz cuando la sueltes.
— Creo
que voy a declinar la oferta. Quédate aquí —susurro a la chica—, confía en mí.
Olvidad que existe y dejadnos ir —me encaro al líder.
— ¿Quién
eres para exigirme a mí nada?
Mi respuesta es tan simple como contundente. Disparo a un
bate de béisbol que llevaba un compañero suyo atravesándolo por la mitad sin
apartar la vista de los ojos del muchacho. Todos se giran para verlo, momento
que aprovecho para comprobar el estado de la chica. Un pandillero se había
acercado a ella hasta casi tocarla, pero al ver el boquete en el bate y después
mi mirada, retrocede con los suyos. La chica se acerca a mí hasta cogerme del
brazo, quizá buscando protección.
Cuando está tan cerca veo con detalle que tiene un tatuaje,
por lo que se ve, de una luna seguida de algo, aunque no distingo el qué por la
camiseta. Tampoco se libra de algún moratón en el cuello y en el pómulo. No me
había fijado antes porque me parecía algo común en la zona, no obstante, visto
esto, no lo veo tan normal. Cuando estemos a solas pienso preguntarle todo, y
más si mis sospechas sobre el tatuaje son ciertas.
— No
pienso repetírtelo.
Él no se lo piensa ni un segundo más y se aparta para
dejarnos paso. Sé que la chica intenta parecer dura, pero no lo es, apenas es
una cría y parece haber pasado por mucho. Me produce una ternura que no
debería, no obstante, pienso ayudarla todo lo que pueda. Me recuerda a mí con
su edad, y si hubiera estado alguien conmigo entonces que me hiciera ver en lo
que me estaba equivocando, alguien que conociera aquel mundo, quizás las cosas
habrían sido muy diferentes de cómo son.
Por suerte, la estación estaba vacía a excepción de
nosotros, así que nadie nos ha visto, y ellos se montan en el metro en cuanto
llega y nosotras salimos por las escaleras. En la calle, me suelta el brazo y,
como esperaba, no sale huyendo, pero tampoco me mira directamente durante unos
segundos en los que decido qué hacer a continuación.
— ¿Quién
eres? —me pregunta al fin.
— Me
llamo Alice, de nada por ayudarte —remarco.
— Yo
Beth, pero me llaman…
— Estás
en una banda, ¿no es así?
— No
le voy a decir más a un poli, así que gracias y me voy yendo.
— Espera
—la vuelvo a agarrar—. No soy poli. Al menos no ahora. Y te juro que no voy a
decir nada, sólo quiero saber de qué banda eres.
— Wolves.
— Bien
—tomo aire; es como pensaba.
— ¿Qué?
—se pone a la defensiva.
— Nada.
En el momento que abro la boca para comenzar con mi
interrogatorio, un coche patrulla se para a nuestro lado y bajan un par de agentes.
Beth sale corriendo en cuanto los ve, pero uno ya se lo esperaba y la atrapa
cuando apenas había salido, levantándola del suelo mientras patalea. Miro
alrededor, confundida, y me acerco al otro agente que se dirigía a mí
directamente.
— Señorita,
¿el arma es suya? —señala a mi cintura, donde la he enganchado.
— No.
Unos individuos armados nos atacaron en el andén y me defendí. ¿Qué hacéis con
ella? —señalo con la cabeza a Beth, que la meten en el coche esposada.
— Nos
han llamado por un disparo —me ignora, parece que no estábamos solos—. ¿Ha sido
usted?
— Sí,
disparé al aire para ahuyentarlos. Tomadme declaración en comisaría, mejor,
puesto que no vais a soltarla ¿verdad? —señalo a la chica del coche.
— ¿Declaración?
—pregunta extrañado.
— Sí,
es vuestro deber, ha habido un asalto armado a dos civiles, por lo que tenéis
que abrir un expediente y buscar a los que…
— Esto
es Harlem, señorita, este tipo de…conflictos, suceden a diario. Si reportáramos
todos no tendríamos espacio para entrar nosotros de tanto papeleo.
— He
dicho que quiero ir a comisaría —insisto seria cuando saco mi identificación de
la Agencia.
— Sí,
agente —responde poniéndose firme.
Ya estaban empezando a hartarme. No pueden pretender
quejarse de la situación del barrio si los que se supone que deben mantener el
orden, o al menos intentarlo, no mueven un dedo por ello. Me parece increíble
que tenga que venir yo a rectificar su trabajo, de hecho es indignante. Pienso
hablar con su superior respecto a su actitud para con la gente y que decidan
qué hacer con ellos, porque está claro que ese tipo de policías no pueden estar
en una zona como esta.
Me siento en la parte trasera con Beth, rechazando la
invitación de ir delante con el otro. Aunque son dos, hay claramente un
dominante y otro que obedece, el que ha hablado conmigo y el que ha agarrado a
la chica, respectivamente, uno rondando los cuarenta y el otro más joven, no
recién salido de la academia pero tampoco con mucha experiencia.
— ¿Estás
bien? —le susurro a la chica. Tiene la cabeza gacha cuando entro y el pelo
castaño le tapa la cara— Si te ha hecho daño dímelo y haré que lo pague.
Esa última frase me ha resultado muy del tipo de las que
Alexander acostumbra a decir, pero en ese caso soy quien las recibe y no quien
hace la promesa. No me gusta eso, no me gusta parecerme a él, al menos en ese
aspecto. Incluso rodeada de policías hago comentarios propios de la mafia, a
fin de cuentas es a lo que estoy acostumbrada últimamente.
Como respuesta a mis palabras, alza la cabeza para mirarme y
en ese momento siento algo extraño, una especie de conexión entre nosotras.
Algo que no sentía desde hacía mucho y que extrañaba, ya que las veces que me
pasa con Alex, acabo arrepintiéndome; ya me he dejado demasiadas veces, aunque
me temo que va a continuar ocurriendo, simplemente tenemos demasiado control
sobre el otro sin darnos cuenta.
Beth asiente sin decir nada y mira por la ventana. Si no me
equivoco me ha parecido ver lágrimas en sus ojos, aunque conociendo a la gente
de la calle, no me permitirá comprobarlo motu proprio.
— Con
que de la CIA ¿eh? —habla el agente que ha estado conmigo— ¿Qué haces aquí?
— No
es asunto tuyo.
Beth me mira más exhaustivamente incluso que la primera vez,
con los ojos como platos y las mejillas húmedas. Yo me limito a encogerme de
hombros y a preguntarla de nuevo con la mirada.
— Y
dime, ¿qué hay que hacer para llegar tan alto tan joven? —responde.
Parece que quiere provocarme, y no pienso dejarle ganar. No
aquí, no en minoría y con Beth a mi lado. En cuanto lleguemos, estando a solas,
voy a ponerle en su sitio.
— Algo
que tú no has hecho, claro está.
Su compañero amaga una sonrisa desde el asiento del
conductor y él borra su cara amable para dar paso a una seria, que creo que
pone para intentar intimidarme, a lo que respondo con otra igual, retándole con
la mirada. No pienso dejar que un don nadie como este me pisotee, por mayor que
sea. Él no parece respetarme, así que ¿por qué he de hacerlo yo? Sólo espero
que el trayecto no sea demasiado largo, porque no quiero problemas,
especialmente si ven que pueden usar a Beth en mi contra.
Ella me mira, aún confusa por el reciente descubrimiento de
mi empleo. Quizá sospechara que fuese policía fuera de servicio, un agente de
menores o un federal como mucho, pero jamás alguien de una agencia no tan
secreta. Estar en la Agencia es bastante arriesgado, y decírselo a mis
familiares puede ponerlos en peligro, sin embargo, parece que estos tipos no tienen
una ligera idea de lo que significa y deciden decirlo abiertamente ante un
civil. Inútiles.
— ¿Falta
mucho para llegar? —pregunto.
— Cinco
minutos, como mucho —Beth me responde.
— No
recuerdo que la comisaría estuviera tan lejos.
— La
de Harlem está cerrada. Siempre habían conflictos y ataques, así que se
trasladó a la del Upper East Side —el policía joven al fin abre la boca.
— Los
vecinos estarán encantados —comento.
Llevar a un pandillero, aunque sea detenido, a la zona más
rica de Nueva York no parece muy buena idea, sobre todo por la gente de allí,
que prefiere ignorar la pobreza mientras que no sea en una gala benéfica de
ricachones en la que puedan lucir su fortuna y alardear de solidarios por donar
el sueldo de un mes.
— Al
principio se quejaban bastante por las sirenas y los coches a toda velocidad,
ahora lo viven como si fuera una serie de televisión. Incluso presumen de ello,
tienen entretenimiento veinticuatro horas, gratis, y pueden decir a sus
amistades que le dan dinero a los 'pobres jóvenes descarriados para que
encuentren su camino' —exactamente como pensaba; no habla con odio, pero
tampoco con indiferencia; es una mezcla extraña, como la de alguien que ha ido
asumiéndolo con el tiempo.
— Parece
que los conoces.
— Igual
que tú a la chica.
Beth me mira de nuevo y evito sus ojos. No me gusta recordar
mi pasado, y esa chica no hace más que abrir heridas ya cerradas. Quizá debería
preguntarla por alguno de mis antiguos amigos, pero dudo que los conozca, o al
menos eso espero. Es posible que salieran de aquello en cuanto las cosas
empezaron a ponerse feas, puesto que a nadie le gustaba la violencia más allá
de una pelea de navajas, a lo mejor se están ganando la vida honradamente, a lo
mejor no están en la cárcel, ni en una banda...Sólo quizá.
Ahora que he abierto ese cajón tan oscuro que siempre ha
estado bajo llave incluso para mí misma, no me vendría mal darle algo de luz
para que pueda abrirlo cuando quiera sin temer que algo me dañe. El pasado
pasado está, eso es lo que dicen, pero yo no sé dejarlo a un lado, no puedo.
Para bien o para mal me ha traído hasta aquí, y me acompañará el resto de mi
vida, por mucho que intente ocultarlo.
Llegamos entre coches de lujo dejando a sus dueños en la
acera de enfrente, llenos de joyería y ropa cara. En cierto modo me repugna, no
les importa que una cría esté entrando en una comisaría esposada, quizá para
arruinar su vida; por otro lado admiro su capacidad de evasión del mundo que
los rodea. Ojalá yo supiera hacer eso.
Aunque si me miran podrían decir que soy parte de su
sociedad, es cierto, pero este no era mi estilo, me han enseñado a que me
guste. Pantalones largos ajustados, de un tono vaquero claro, blusa sencilla de
flores rosadas sin mangas y chaqueta fina de cuero marrón con zapatos de tacón
rosas. Reconozco que, comparada con cómo hubiera seguido vistiendo, gano en
presencia, aun así no termina de gustarme sentirme de una clase social alta,
puesto que sé que la mía es la baja y que es ahí donde acabaré.
No me gusta llevar bolso, nunca me ha gustado, me parece un
incordio. Prefiero cartuchera para la pistola, bolsillo para el móvil y
chaqueta para las llaves y dinero. Es una ventaja para correr tras un
sospechoso, la verdad, reduce el peso.
Bajo del coche para ayudar a Beth antes que el agente
estúpido de antes y del otro, aunque ese parece algo más agradable. Ella
agradece la ayuda y el policía más mayor se acerca a mí.
— Ese
es mi trabajo. Quítate.
— No.
— Jack,
¿puedes aparcar tú el coche? Yo me encargo —el joven interviene y pone una mano
sobre el hombro de Beth, que ella rechaza al instante.
El tal Jack coge las llaves refunfuñando y vuelve al coche
para obedecer al otro policía.
— Vamos
—me indica la entrada y se pone en marcha.
Me sorprende que no insista en coger él a la chica y que
confíe en mí, aunque teniendo en cuenta que soy su superior, es lógico que lo
haga, debe hacerlo.
Entramos en un espacio diáfano, con mesas de oficina
repartidas. A un lado hay un pasillo con puertas, las salas de interrogatorio
seguramente, al fondo hay un ascensor y unas escaleras y por lo que se ve hay
un par de salas acristaladas, un despacho y una sala a parte de relax,
seguramente para los familiares de las víctimas, al menos nosotros lo hacíamos
así, aunque dudo que aquí sea igual. Las víctimas suelen tener poco valor
social para ellos, y seguramente les comuniquen la muerte a sus familiares por
teléfono; y si el pobre desgraciado es rico, seguro que logran mover los hilos
necesarios para pasarle el caso a los federales.
Una recepcionista nos echa un vistazo en la puerta y nos
deja continuar sin más interés.
La zona está plagada de gente, tanto con uniforme o sin él,
pero nadie nos mira, cosa que agradezco. Echo un vistazo al despacho
acristalado y al menos hay movimiento dentro, así que tampoco tardaré
demasiado. Eso espero.
— Ya
sabes cómo va esto, tenemos que procesarte ¿entendido? —se dirige a Beth y hace
una señal con el brazo a otro policía que se acerca.
— ¿Procesarla
por qué?
— Robo
a mano armada —la chica agacha la cabeza para evitar mi mirada—. Es su primer
delito grave, así que por ser menor no la harán mucho, quizá algunas horas de
servicios comunitarios, pero lo dudo, teniendo en cuenta la zona.
— Quiero
estar con ella cuando...
— Lo
siento, pero me temo que no se puede —asiente con la cabeza y el policía que se
había acercado antes se la lleva sin hacer caso de mis protestas—. En cuanto le
tomen las huellas la traerán a mi mesa para que yo me ocupe, así que no te
preocupes, estará aquí en seguida—me lleva entre las mesas llenas de papeles y
de ordenadores hasta que se sienta en una.
Tira la chaqueta y la gorra sobre la mesa y se desabrocha
los primeros botones de la camisa. Debajo lleva una camiseta térmica negra que
se le ajusta al pecho. Es musculoso y reconozco que atractivo, con los ojos
azul oscuro y el pelo no demasiado corto castaño oscuro, parecido al que yo
llevé hasta hace poco, aun así no sería capaz de fijarme en él de esa manera. No
con todo en lo que estoy metida.
— Soy
Will, por cierto —me tiende la mano.
— Alice
—estrechamos las manos.
— Dime,
Alice, ¿cómo ha acabado una pandillera de Harlem en la CIA?
— ¿Cómo
ha acabado un niño mimado del Upper en la policía? —contraataco; no me ha
gustado que me haya calado tan rápido.
— Bueno,
era esto o cárcel. Tráfico de drogas —se encogió de hombros—. En verdad era
sólo un intermediario, pero me pillaron.
— Déjame
adivinar: tu padre intervino y consiguió una pena menor de trabajos para la comunidad
en comisaría, te gustó y hasta hoy.
— Algo
así —se ríe—. ¿Y tú?
— Me
infiltré con el FBI y he ido ascendiendo —no necesita detalles.
— Lo
dices como si fuera fácil.
— Ha sido rápido.
— Disculpe.
Un hombre nos interrumpe la conversación. Empezaba a ponerse
algo difícil, así que no me viene precisamente mal. Me giro para verle: más de
metro ochenta, delgado, de piel morena y pelo y ojos negros. A pesar del tiempo
no ha cambiado nada, su cara es una de esas que no puedo olvidar fácilmente, de
las que aparecían en mis sueños de hacía tiempo. Entrecierro los ojos, buscando
algo de realidad, pero de nuevo ésta me golpea. No hay duda de quién es, al
menos yo no la tengo, y no puedo reaccionar al reconocerle.
¾
¿Agente? —repite para que le prestemos atención;
ambos miramos— Soy Robert García, vengo a por Bethany Miller.
¾
¿Eres su padre? —le pregunta, extrañado.
¾
Soy...Sus padres están de viaje, yo estoy a su
cargo.
¾
Lo siento, pero...
¾
Déjame a mí —le interrumpo poniéndome en pie—.
¿Robert? ¿Así te llamas ahora? —digo a media risa; él se fija en mí
entrecerrando los ojos.
¾
¿Baby?
¾
Hola, Hood —sonrío.
Se lanza a abrazarme a modo de respuesta, con tal fuerza que
me oprime el pecho y no puedo respirar. Aunque he de decir que me gusta esa
sensación, sin importar que ya no sea el mismo chico que me abrazaba tiempo
atrás, o el que jugaba conmigo a tirar navajas, o incluso el que me pasaba
alcohol en cada momento que se lo pedía. Es Hood.
¾
Ha pasado tanto tiempo... —murmura y consigo
separarme de él.
¾
¿Le conoces? —Will me pregunta.
¾
Sí, es amigo mío. ¿Quién es la chica? —me dirijo
a Hood.
¾
¿ En serio no te acuerdas de Beth? Baby, has
cambiado demasiado.
¾
Hood, lo digo en serio, no sé quién es. Ya
tendremos tiempo para ponernos al día, pero te digo que esa chica nos necesita.
¿De qué la conoces?
¾
Es la hermana de PJ.
¾
¿La que vivía en Chicago?
¾
Sí. Volvió un tiempo atrás y...
¾
Lo sé. The Wolves.
¾
Exacto.
¾
Bien. Will, libera a la chica, se viene conmigo.
¾
¿Cómo?
¾
Ya me has oído. Ah, y quiero que pases su
expediente a mi base de datos.
¾
¿Tu base de datos?
¾
Sabes a lo que me refiero —no quiero decirlo en
voz alta delante de todos—. Tráela, por favor.
Will me hace caso algo reticente, sin apartar los ojos de
ambos. Hood me coge por la cintura para abrazarme de nuevo y me apoyo en su
pecho. De verdad que le echaba de menos, pero no sabía cuánto hasta que lo he
experimentado. Una tímida e involuntaria sonrisa se forma en mi rostro y me
obligo a separarme, a fin de cuentas no estamos solos y no puedo hablar de todo
lo que quisiera. A demás, Beth aparece al fondo de un pasillo, y prefiero que
no nos vea juntos, podría pensar algo que no es.
Hood también la ve y sale casi corriendo hacia ella. El
policía la suelta cuando ve a Will asentir y se acerca a mí.
¾
No entiendo nada —dice mientras se sienta.
¾
Ni tienes por qué.
Le explico brevemente cómo traspasar el expediente sin dejar
huella mientras Hood se encarga de la joven y le doy las gracias por su ayuda.
Sé que no comprende nada, y que él sólo ha intentado ayudar y todo lo que he
hecho ha sido tratarle mal, pero así es la vida; así soy yo.
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