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miércoles, 24 de abril de 2013

Cap 5 (Parte 2)


Un par de días antes de comenzar el curso Paolo me lleva a probarme el uniforme modificado por él mismo. Cree que mi personalidad también debe reflejarse en la ropa que lleve; teniendo en cuenta que cuando lo encargó apenas me había visto un par de horas, no me fío demasiado. Es una tienda de moda exclusiva, con trajes colgados por las paredes cubiertas por tablones de madera. Todo muy elegante, si. Pero también frío. Ha y un sastre que toma las medidas a un hombre con quien apenas intercambia algunas palabras sobre cómo querrá su diseño.

No presto atención cuando Paolo me viste, pero cuando termina y me miro al espejo no puedo creer lo que veo.

    Soy un genio —suspira— ¿Verdad?

    Siendo sincera, parezco alguien a quien se le pagan por ciertos servicios— mejor no decirlo abiertamente.

La camisa está bastante entallada; la falda me llega por algo más arriba de la rodilla; la cinta, que debería estar enlazada al cuello (de la misma tela que la falda: marrón claro con cuadros oscuros), la llevo a modo de pulsera, por lo tanto, el cuello de la camisa tiene bastante escote; en vez de calcetines oscuros por la rodilla llevo medias oscuras, que si no tengo cuidado, se vería el liguero. Y en vez de llevar zapatos normales, los míos son de tacón.

Llevar el pelo suelto me gusta, en un lugar remoto me siento yo de alguna manera.

    Me odiarán. Me llamarán de todo.

    Envidia.

    Intentarán sabotearme. ¿No crees que sería mejor acercarme poco a poco? Nadie se daría cuenta.

    Ese es el problema. Tienes que conquistarlo, pero si no le entras a la primera por la vista será más difícil.

    Pero las otras chicas…

    Sabrás apañarte. Demuéstralas que eres superior —me sonríe abiertamente y me meto en el  minúsculo cambiador.

Apenas unos metros cuadrados que se reducen a la mitad cuando se abre la puerta y estando el pequeño taburete. Tanto glamour para luego esto.

Tan solo me queda ponerme la camiseta cuando la puerta se abre de golpe. Me tapo como puedo rápidamente y mando al intruso salir, pero se queda observándome con una sonrisa pícara. Al principio no le reconozco, pero antes de decirle de nuevo que se quite me doy cuenta de quién es. Alto, moreno de piel y con el pelo negro. Ahora entiendo por qué es tan mujeriego. No tiene vergüenza y esos enormes ojos azules que le resaltan como faros junto a la sonrisa le hacen de ensueño.

    He dicho que te vayas.

    Hola —se apoya en la puerta—, encantado —me mira de abajo a arriba.

    Pues yo no. Cierra la puerta.

    ¿Por qué?

    Porque sí, porque yo lo digo.

    En ese caso…—entra pegándose a mí y colgando la percha con su uniforme al lado mío.

    ¿Qué haces?

    Cerrar la puerta. Como me has dicho —se junta más y retrocedo.

    Pero contigo fuera. Sal —me arrincona y me sujeta de la cintura antes de caer tras haberme tropezado con el taburete—. Quítate.

    De nada —vuelve a poner esa sonrisa—. Verás, ¿salir fuera y estar solo? O ¿quedarme aquí, con una chica preciosa semi desnuda pegadita a mí? No es tan difícil la decisión, como entenderás.

    Sal o grito —amenazo.

    Grita. En cuanto abras la boca la tendrás ocupada besándome.

    Más quisieras —intento relajarme y dejo aparte la camiseta, sin preocuparme por que me vea.

    Así me gustas más —pone los brazos a ambos lados y se acerca hasta unos milímetros de mi cara. Se interrumpe de nuevo.

    ¡Mamma Mia Alice! Haber avisado de que estabas ocupada —interviene Paolo con su marcado acento italiano.

    Lo mato. Lo mato —murmullo para que sólo pueda oírme yo—. Quítate. Me has metido en un lío —le aparto.

    ¿Quién era? Por cierto bonito nombre —le aparto, cojo mis cosas y salgo, dejando el uniforme en el mostrador, perseguida por mi estilista y oyendo de fondo a Moore—. ¡Eh! ¡Alice!

    ¿Quién era ese? Te dejo un momento y me vienes con…

    Yo no tengo la culpa, él se metió en el probador.

    Podrías habértelo quitado de encima.

    No sabes quien era.

    Por supuesto que no; por eso te lo he preguntado.

    Era Moore —me meto en el coche que nos espera para volver a casa.

    Debería habérmelo imaginado. Suele frecuentar esto… ¿Qué te ha parecido? —dice ilusionado.

    Un niñato arrogante con un ego el doble de grande que él y la autoestima por las nubes, y con eso me quedo corta —se ríe después de que despotrique.

    Parece que te ha caído bien.

    Ya ves, no puedo esperar a verle de nuevo y tener que soportar cómo intenta ligar conmigo —respondo con la mejor de mis ironías.

    Ya lo ha conseguido, principessa.

    Más quisiera ese estúpido…—vuelve a reírse— ¿De qué te ríes?

    Nada —se calma—. Recuerda que tienes que ganártelo. De momento has empezado bien; le gustas.

    Como diversión para una noche. Cuando lo consiga se irá.

    Pues procura que eso no ocurra. O por lo menos, que se retrase lo más posible.

«Eso es fácil decirlo —me digo.»

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