Un par de días antes de comenzar
el curso Paolo me lleva a probarme el uniforme modificado por él mismo. Cree
que mi personalidad también debe reflejarse en la ropa que lleve; teniendo en
cuenta que cuando lo encargó apenas me había visto un par de horas, no me fío
demasiado. Es una tienda de moda exclusiva, con trajes colgados por las paredes
cubiertas por tablones de madera. Todo muy elegante, si. Pero también frío. Ha
y un sastre que toma las medidas a un hombre con quien apenas intercambia
algunas palabras sobre cómo querrá su diseño.
No presto atención cuando Paolo
me viste, pero cuando termina y me miro al espejo no puedo creer lo que veo.
— Soy
un genio —suspira— ¿Verdad?
— Siendo
sincera, parezco alguien a quien se le pagan por ciertos servicios— mejor no
decirlo abiertamente.
La camisa está bastante
entallada; la falda me llega por algo más arriba de la rodilla; la cinta, que
debería estar enlazada al cuello (de la misma tela que la falda: marrón claro
con cuadros oscuros), la llevo a modo de pulsera, por lo tanto, el cuello de la
camisa tiene bastante escote; en vez de calcetines oscuros por la rodilla llevo
medias oscuras, que si no tengo cuidado, se vería el liguero. Y en vez de
llevar zapatos normales, los míos son de tacón.
Llevar el pelo suelto me gusta,
en un lugar remoto me siento yo de alguna manera.
— Me
odiarán. Me llamarán de todo.
— Envidia.
— Intentarán
sabotearme. ¿No crees que sería mejor acercarme poco a poco? Nadie se daría
cuenta.
— Ese
es el problema. Tienes que conquistarlo, pero si no le entras a la primera por
la vista será más difícil.
— Pero
las otras chicas…
— Sabrás
apañarte. Demuéstralas que eres superior —me sonríe abiertamente y me meto en
el minúsculo cambiador.
Apenas unos metros cuadrados que
se reducen a la mitad cuando se abre la puerta y estando el pequeño taburete.
Tanto glamour para luego esto.
Tan solo me queda ponerme la
camiseta cuando la puerta se abre de golpe. Me tapo como puedo rápidamente y
mando al intruso salir, pero se queda observándome con una sonrisa pícara. Al
principio no le reconozco, pero antes de decirle de nuevo que se quite me doy
cuenta de quién es. Alto, moreno de piel y con el pelo negro. Ahora entiendo
por qué es tan mujeriego. No tiene vergüenza y esos enormes ojos azules que le
resaltan como faros junto a la sonrisa le hacen de ensueño.
— He
dicho que te vayas.
— Hola
—se apoya en la puerta—, encantado —me mira de abajo a arriba.
— Pues
yo no. Cierra la puerta.
— ¿Por
qué?
— Porque
sí, porque yo lo digo.
— En
ese caso…—entra pegándose a mí y colgando la percha con su uniforme al lado
mío.
— ¿Qué
haces?
— Cerrar
la puerta. Como me has dicho —se junta más y retrocedo.
— Pero
contigo fuera. Sal —me arrincona y me sujeta de la cintura antes de caer tras
haberme tropezado con el taburete—. Quítate.
— De
nada —vuelve a poner esa sonrisa—. Verás, ¿salir fuera y estar solo? O
¿quedarme aquí, con una chica preciosa semi desnuda pegadita a mí? No es tan
difícil la decisión, como entenderás.
— Sal
o grito —amenazo.
— Grita.
En cuanto abras la boca la tendrás ocupada besándome.
— Más
quisieras —intento relajarme y dejo aparte la camiseta, sin preocuparme por que
me vea.
— Así
me gustas más —pone los brazos a ambos lados y se acerca hasta unos milímetros
de mi cara. Se interrumpe de nuevo.
— ¡Mamma Mia Alice! Haber avisado de que
estabas ocupada —interviene Paolo con su marcado acento italiano.
— Lo
mato. Lo mato —murmullo para que sólo pueda oírme yo—. Quítate. Me has metido
en un lío —le aparto.
— ¿Quién
era? Por cierto bonito nombre —le aparto, cojo mis cosas y salgo, dejando el
uniforme en el mostrador, perseguida por mi estilista y oyendo de fondo a
Moore—. ¡Eh! ¡Alice!
— ¿Quién
era ese? Te dejo un momento y me vienes con…
— Yo
no tengo la culpa, él se metió en el probador.
— Podrías
habértelo quitado de encima.
— No
sabes quien era.
— Por
supuesto que no; por eso te lo he preguntado.
— Era
Moore —me meto en el coche que nos espera para volver a casa.
— Debería
habérmelo imaginado. Suele frecuentar esto… ¿Qué te ha parecido? —dice
ilusionado.
— Un
niñato arrogante con un ego el doble de grande que él y la autoestima por las
nubes, y con eso me quedo corta —se ríe después de que despotrique.
— Parece
que te ha caído bien.
— Ya
ves, no puedo esperar a verle de nuevo y tener que soportar cómo intenta ligar
conmigo —respondo con la mejor de mis ironías.
— Ya
lo ha conseguido, principessa.
— Más
quisiera ese estúpido…—vuelve a reírse— ¿De qué te ríes?
— Nada
—se calma—. Recuerda que tienes que ganártelo. De momento has empezado bien; le
gustas.
— Como
diversión para una noche. Cuando lo consiga se irá.
— Pues
procura que eso no ocurra. O por lo menos, que se retrase lo más posible.
«Eso es fácil decirlo —me digo.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario