También os tengo preparada una SORPRESA para el 1 de MAYO, que sería el cumpleaños de mi querido Alexander Moore.
La profesora entra en clase y tras ojear algunos papeles y a nosotros, me habla:
—
Señorita Fromagge. ¿Sería tan amable de presentarse
ante la clase?
—
Du’Fromagge —corrijo—, es compuesto.
—
Salga —obedezco ante su mirada atenta y la de mis
compañeros.
—
¿Qué quiere que diga?
—
Pues cómo te llamas, de dónde vienes, qué haces aquí,
quiénes son tus padres...
—
Ya veo que eso es lo más importante.
—
¿Perdón?
—
Perdonada —las risas del resto de la clase me abren un
camino, una estrategia.
No es la
mejor, ni siquiera es correcta; pero algo es algo.
—
No se haga la graciosa conmigo.
—
No lo hago.
—
Siéntese.
—
Gracias —cuando estoy a mitad de camino me detiene.
—
Espere, mejor vuelva aquí —vuelvo a obedecerla. Cuando
llego, me estiro, dejando ver hasta el ombligo.
—
¡Señorita por favor! ¡Tápese!
—
¿Qué pasa? Ni que fuese un convento.
—
La advierto que debe traer el uniforme correctamente
—recalca esto último.
—
¿Qué hay de malo en ponérnoslo a nuestra manera?
—
Esto en una institución decente. No sé cómo es fuera,
pero aquí se respetan todas las normas.
—
Las normas dicen que hay que llevar uniforme, y lo
llevo —replico.
—
¡Basta ya! Fuera de clase.
—
Ya era hora. La ha costado ¿eh?
—
¡Fuera! Tápese.
—
No tengo nada —al instante Moore se levanta y me anuda
su chaqueta a la cintura, aprovecha y toca algo más de lo que debe.
—
Te lo dije —susurra—. Profesora, yo la acompañaré al
aula de castigo. —Asiente y salimos de clase.
—
¿Tú qué eres, su perro?
—
Necesito aprobar economía. Y si es estando contigo, mejor
—me guiña el ojo.
—
Es el primer día.
—
Por eso, si la caes bien hoy, es muy posible que
apruebes. Si no…
—
Así que lo tengo difícil.
—
Un poco —se ríe—. Nadie se ha atrevido a desafiar a esa
profesora. Jamás.
—
Vaya, parece ser que soy una pionera —también me río.
Cuando no tiene gente alrededor no es tan estúpido—. ¿Me vais a hacer una
estatua o algo?
—
Una fiesta —sugiere—. Este viernes quedamos aquí a las
ocho.
—
¿Lo dices en serio?
—
Pues claro. Vamos a cenar y luego a divertirnos. ¿No lo
has hecho nunca?
—
De otra manera.
—
¿Cómo? —nos paramos ante una puerta con un cristal y
las luces de la habitación apagadas.
—
No sé. Simplemente entramos en un sitio y lo que surja.
—
Eso suena un poco travieso ¿no?
—
Y volvió el gañán. —sonríe ligeramente.
—
No hay nadie —señala la puerta con la cabeza.
—
Pues entonces será mejor que vuelvas. No quieres
suspender —intento librarme de él.
—
Prefiero estar contigo.
—
Va a sonar típico pero, ¿a cuántas le has dicho eso?
—
¿La verdad? He perdido la cuenta.
—
Estúpido —ando por el pasillo y me sigue.
—
Pero eso no significa que funcionase.
—
¿Nunca has oído que la intención es lo que cuenta?
—
Vale, me gustan las mujeres ¿y qué?
—
Yo no digo nada.
—
Sí, me has llamado estúpido —me coge la mano—. Al menos
dime el por qué.
—
Siempre piensas en lo mismo. Mujeres y dinero. Ya está.
C’est fini.
—
No me conoces.
—
No hace falta. Todos sois iguales. Cuando no puedes
estar con alguien, te vas con otra; y a ella que la den.
—
Pues permíteme decir que el que te haya hecho eso es
completamente idiota.
—
Tú qué sabrás.
—
Conozco ese tono de voz. Yo nunca te lo haría.
—
Igual que al resto ¿no? —me siento en un sillón que hay
a la entrada— Hipócrita.
—
No me insultes. Yo no te he hecho nada.
—
Déjame.
—
No —se sienta conmigo.
—
Que te vayas.
—
He dicho que no. Creo que ya he vivido esto antes…
—intenta hacerme reír, pero al ver que sigo seria vuelve a la carga— ¿Por qué
no bajas las defensas un poco y me permites hablar contigo tranquilamente?
—
Te conozco mejor de lo que crees —le corto—. Cuando
consigas lo que quieres, desaparecerás. Ya no estarás conmigo cuando te
necesite, estarás con otra que se abra de piernas más… —me pone el dedo en los
labios para callarme.
—
Repito que ese tipo es un idiota, no sabía lo que
tenía. Ahora te pido que me dejes estar contigo. Una prueba; sólo amigos, lo
prometo.
—
Tú no sabes lo que significa eso entre sexos
diferentes.
—
Pues serás mi pionera —sonríe— ¿Qué me dices? —me
levanto, no puedo estar más tiempo cerca de él. Tengo que pensar. Llego hasta
la puerta sin saber qué hacer.
—
Invéntate algo ¿quieres? —lanzo su chaqueta y le oigo
decir antes de salir:
—
En media hora tenemos otra clase. Ve a la puerta del
patio y haré que puedas entrar. Normalmente cierran esta.
Me aseguro que
nadie me ve y entro en el coche. Pongo la capota y abro el ordenador.
Reviso la
pistola, cargada en su sitio y con el seguro: perfecta. Vuelvo a mirar el móvil; tenía razón. No hay
informes sobre los becados, así que empiezo el de Michael Ross, poco a poco lo
completaré, junto al de los otros que puedan servir. Parece que tengo más
trabajo del que pensaba.
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