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sábado, 20 de febrero de 2016

Capítulo 6

Mi jefe ya me ha advertido de lo que puede pasar y me ha aconsejado quedarme en la ciudad por si algo pasara, sin embargo, estoy aburrida de hacer caso a especulaciones. Que pase lo que tenga que pasar. El mal ya está hecho, y no voy a solucionar nada por quedarme metida en casa o pasar desapercibida por la ciudad; es cierto que podría pedir favores, digamos que sé cosas sobre la Oficina que no beneficiaría a los peces gordos, sin embargo, no me parece ético poner en riesgo las carreras o vidas de otras personas por mi insolencia. Yo me he metido en este lío y yo aceptaré las consecuencias. Aunque si me despiden no sé exactamente qué haré, esto es lo único que sé hacer, es lo único que me han enseñado y, siendo sincera, lo único que soportaría hacer durante el resto de mi vida sin demasiada queja.
David no me ha soltado la mano en todo el viaje: ni en el avión ni en el taxi. Hemos mandado las maletas directamente al hotel para no ir cargados a la casa. Es normal que esté nervioso, le vamos a decir a mi hermano que me voy a casar —para mí sigo siendo muy joven, y creo que para él también— con un hombre mayor, aunque David le cae bien. Sólo le ha visto una vez, pero han hablado por teléfono y yo estoy a gusto con él; tenemos altibajos, por supuesto, como todas las parejas, sin embargo lo importante es al final, y siempre hemos conseguido saltar los baches —o arrasarlos, ¿qué más da?— ¿Qué otra cosa debería importarle? Además, no es mi padre, no tiene que velar por mi seguridad o nada por el estilo, ya soy adulta y tomo mis propias decisiones.
Antes de bajar del coche, Albert nos saluda desde el porche con una sonrisa un tanto forzada. No le he dicho por qué vengo a verle, y teniendo en cuenta que muy raramente lo hago, es normal que esté preocupado. Tengo que estar muy saturada para recurrir a él, no es que no confíe ni nada así, es simplemente que no quiero meterle en líos ni hacerle pensar de más, suficientemente duro es tener una hermana masoquista como para que venga a contarte sus aventuras. Eso sería demasiado para él; demasiado para cualquiera.
Su casa es igual a la que teníamos antes, solo que de dos plantas, estando en la superior las habitaciones, como la mayoría, supongo, y con un niño correteando por el pasillo. Le quiero más que a nada, de verdad, pero nunca han terminado de gustarme los críos, y les soporto durante un rato, luego acaban cansándome y me escapo tan rápido como puedo. Mi prometido me abre la puerta del coche mientras le devuelve el saludo y haciéndome volver al mundo real, últimamente encuentro de lo más reconfortante abstraerme en mis pensamientos, en mi cabeza todo siempre es mucho más simple.
    ¿Lista?
    Sólo es mi hermano ¿no? No es para tanto —tomo aire.
    Para mí es lo más parecido a un suegro. Es importante.
Me suelta la mano cuando me acerco indecisa, quiero abrazarle, pero ha pasado tanto tiempo que no sé si será incluso incómodo. Él elimina el espacio que nos distanciaba, mucho más seguro que yo, y me abraza con fuerza mientras siento que todos los nervios se disipan. No pasa nada, él me quiere haga lo que haga, y yo a él. Es lo único seguro que me queda, por nada del mundo le pondría en peligro, ni le preocuparía con el trabajo. Aunque a veces puede ser muy persuasivo, y no deja de ser mi hermano mayor, así que es de las únicas personas que reconozco como autoridad, sin importar que la mayoría de las veces no le haga caso o me burle de él. A fin de cuentas, él es el mayor, quien me ha protegido desde pequeña y quien quiere lo mejor para mí.
¾    ¿Estás bien? —susurra para que sólo yo pueda oírle.
Cuando asiento ligeramente, noto cómo se relaja y afloja un poco el abrazo, más tranquilo. Vaya, va a ser complicado cuando me pregunte sobre el trabajo y, está claro, me obligue a responder, ya hace mucho que no acepta respuestas como ''Bien'' o ''Nada''.
Estamos juntos un largo rato —el año sin vernos pasa factura— hasta que oigo a David, incómodo, para que nos separemos finalmente a regañadientes. Se saludan con un apretón de manos y Claire, su mujer, me da un pequeño abrazo con mi sobrino en los brazos, que extiende los suyos para que le coja, sin embargo, lo rechazo por el momento. Ese pequeñajo consigue sacarme siempre una sonrisa, parece mentira que se acuerde de mí siendo tan bebé todavía. Entramos al salón intercambiando algunas palabras, nada fuera de lo común, y la mujer trae café para que los hermanos pasen más tiempo juntos mientras Christian juega con un cochecito sentado en el suelo, absorto de todo. Puede que no soporte a los críos, pero desde luego que sí me gusta mirarlos, tanta inocencia en mi mundo es simplemente cautivadora.
    Chris está precioso. Se nota que ha salido a la madre —digo con sorna.
    Menos mal —mi hermano me da con el codo y nos reímos.
Estamos sentados al lado del otro y David continúa agarrándome por la cintura. Cuando entra Claire de nuevo, el pequeño se acerca a mí gateando e intenta agarrarme la mano. No sé si sabe todavía ponerse bien en pie, pero algo me dice que lo va a intentar y a caerse de boca, así que cedo y le siento en mi regazo. Por suerte, se limita a agarrarme la mano como si fuera un tesoro y se acomoda para dormirse, bajo la mirada embelesada de todos nosotros. Al parecer no soy la única que se siente así. 
    ¿Cuánto tiempo tiene? —David se interesa.
    Trece meses. Por cierto —se dirige a mí—, gracias por la ropa.
    Tengo que consentir a mi sobrino aunque sea desde lejos —sonrío—. ¿Tanto hace que no venimos?
    Sí; demasiado —Bertie me acerca a él—. ¿A qué la visita?
    ¿Es que no puedo pasar a ver a mi hermano?
    Sin que haya pasado nada; no
    Vaya, gracias —le sonrío y miro a David—. ¿Tú o yo?
    Debes ser tú.
    Soltadlo de una vez.
No sé si puedo decirlo aún en voz alta, creo que todas las consecuencias tanto buenas como malas se harían realidad, así que le agarro de la mano con fuerza para que se fije, pero es Claire quien tiene que indicarle que se fije en el dedo; siempre ha sido un desastre y siempre lo será. Toma aire y me mira a los ojos, supongo que queriéndome decir algo, pero lo siento, la telepatía no es lo mío. Noto a David en tensión a mi lado, serio como siempre que no estamos solos, y seguro que no sabe si romper el silencio, porque yo pienso igual. No sé cómo se lo ha tomado Bertie, pero finalmente parece reaccionar y me da un abrazo, que comparado con el anterior no puede describirse de otra forma que forzado. A pesar de esto, nos da la enhorabuena a ambos y su mujer hace lo propio, sólo que parece contenta de verdad. Cualquiera que no conociera a mi hermano diría que se alegra, siempre ha sido bueno fingiendo, pero a mí no me engaña.
Me pide que le ayude a recoger para poder estar a solas y mi prometido se queda hablando con la mujer, mucho más tranquilo que antes, convencido por la actuación de mi hermano. Bertie deja las tazas y se apoya en el fregadero para que yo haga lo mismo en la mesa del centro de la cocina, mirándome lo más serio que le he visto en mucho tiempo, y no sé por qué es esta vez.
    Por favor, dime que no estás embarazada —añade con la misma seriedad pero algo cansado.
    ¿Por?
    Esto —señala el anillo— no eres tú. Prácticamente huyes cuando te dan responsabilidades. Espero que sepas lo que significa todo esto.
    Ya vivimos juntos, no habrá mucha diferencia.
    No me refería a eso. Aunque parezca mentira, las cosas cambian. Y la gente también. Jamás te hubiera visto casada si no fuese porque la has liado.
    Está todo bien, Bertie, te lo prometo. Es más, no quiero oír hablar de niños hasta dentro de bastante tiempo —recalco la penúltima palabra.
    ¿Y David está de acuerdo? Tenemos la misma edad ¿no? Seguro que al vernos con Christian insistirá en tener uno, y más ahora.
    Pues tendrá que esperar. Ahora no puedo hacerme cargo de un crío —ni nunca.
    Lo dices como si fuera malo. Mira, cuando lo tienes, cuando sabes que vas a ser padre, te inunda una sensación increíble. Es casi mágico. No puedo describírtela bien porque en cada persona es única, pero en lo que todos coincidimos, es que necesitas protegerlo con tu propia vida.
    Ya he protegido a suficientes personas de ese modo, gracias.
    No es lo mismo, Al. Es tu hijo, es un pedacito de ti.
    Si tan bonito es, ¿por qué no quieres que lo tenga?
    Porque aún eres muy joven. No es igual en hombre que en mujeres, en vuestro caso os…interrumpe —no está seguro de que esa sea la palabra adecuada— más la vida. Aunque si eso significara que dejases el trabajo, yo no dudaría.
    ¿No te gusta que trabaje?
    No me gusta que no sepa cada día si me van a llamar para organizar el funeral de mi hermana pequeña. ¿Tan difícil es tener un trabajo normal?
    No dramatices. De todas formas, creo que me van a echar. He...dicho lo que no debía a quien no debía —creo que eso lo resume bastante bien.
    Nunca has sido de las que siguen órdenes —finalmente consigue sonreír.
    La verdad es que no —David entra, me abraza por la cintura y me besa la sien.
    Y conté con su ayuda.
    No lo sabía —se defiende.
    ¿Qué hiciste?
    Vino a saludarme a la oficina con una inspectora de Asuntos Internos; y por mucho que intentamos decírselo, seguía queriéndome besar.
    Vamos, que hiciste pleno.
La tensión se relaja un poco cuando ambos se ríen y volvemos al salón, pero en seguida decidimos salir a cenar, invitando nosotros, y el bebé cae agotado después de estar jugando con todos y de intentar andar, un gran hito según mi hermano.
Cuando le cogíamos, podía ver la expresión risueña de David. Sé lo que quiere, mas por ahora no puedo dárselo. En algún momento tendré que ceder, pero intentaré retrasarlo todo lo que me sea posible, él también debe entender eso. Ahora todo está lleno de inestabilidad, y necesito estabilizarme yo primero antes de tener que preocuparme por algo tan importante como otra vida. Aunque esté acostumbrada a hacerlo en el trabajo, no es lo mismo ni de lejos, sería completamente responsable de lo que le ocurriera, y no sé si estoy preparada para siquiera pensarlo.
En el camino de vuelta, Bertie se queda retrasado conmigo para continuar hablando sin que nos oigan, hay cosas que es mejor mantener sólo entre hermanos.
    ¿Quién más lo sabe? —sé perfectamente de lo que está hablando.
    Mi equipo y mi jefe.
    Deberías hablar con papá y mamá.
    ¿Para qué? —suelta un bufido al oírme.
    No lo sé, ¿para saber que su hija se casa, tal vez?
    Díselo tú si quieres.
    Alice, no te entiendo. Me llaman casi a diario para preguntarme si sé algo de ti y no sé qué responderles; si digo que estás bien, mentiría porque apenas hablamos y les dolería pensar que a mí sí me llamas y a ellos no; y si les cuento la verdad, también malo, porque se preocuparían el doble por ti, aunque les serviría de consuelo saber que no son los únicos a los que les has dado la espalda. Dime, ¿acaso has hablado con alguno de tus antiguos amigos?
    ¡Si la mayoría están en la cárcel o en una cuneta! Estoy aquí a pesar de todo, ¿qué más quieres? Sabes que...
    ¿Que es complicado? Vete con el cuento a otro, yo ya no me lo trago. Dales una oportunidad, Alice. Es lo único que te pido. ¿Qué te han hecho para que seas tan cruel?
    Directamente: nada —continúo para cerrarle la boca y que no pueda replicar—. Por su culpa…
    ¡Estás viva! ¡¿Qué más quieres?!
De repente todo está más silencioso que nunca; ambos hemos levantado la voz más de lo que planeábamos y hemos asustado a nuestras parejas. No estoy en condiciones de tranquilizar a nadie, suficiente tengo con calmarme a mí misma. Tengo los puños tan apretados que los nudillos se ven blancos, mi respiración es agitada, aunque comparada con todo lo que se me pasa por la cabeza apenas se mueve. ¿Cómo se le ocurre decir eso? ¿Qué más da estar vivo si no lo aprovechas, si no te sientes como tal? Un padre hace más que dar la vida, te hace querer disfrutarla, y el mío me hizo querer arrebatármela, acabar con ella. No tiene ningún derecho a decir eso, no cuando no conoce mis motivos, no cuando está viviendo una mentira. Dulce, no obstante, y que yo le estoy permitiendo continuar, pero si lo hago es porque no quiero que le haga daño.
    Prefiero no contestar porque…
    No seas cobarde —me corta—. Ahora me explicas tus razones para ser tan mala persona con los que te lo han dado todo.
    No es el momento, Albert. Hoy no.
    Entonces ¿cuándo?, si nunca te veo. Estoy harto de tener que lidiar entre vosotros y quiero respuestas; y tú eres la única puede dármelas.
    Déjame en paz —le advierto.
    ¿Qué vas a hacer? ¿Sacar la pistola? Siempre has presumido de ser valiente, ya es hora de demostrarlo.
    ¿Qué está pasando? —se mete por medio de los dos, separándonos.
    David, vete a casa con Claire.
    No me muevo de aquí hasta que os tranquilicéis.
    Hazme caso.
Algo en mi voz hace que se lo tome en serio y cambie su expresión de control por una fugaz de sumisión, y a lo mejor con algo de miedo, pero no estoy como para fijarme en sus sentimientos, ni siquiera puedo controlar los míos propios. Empuja suavemente a la mujer por la espalda para que no mire atrás y se vaya con él, mientras, mi hermano sigue mirándome con odio y espero a que el resto esté bien lejos antes de responder en voz baja y amenazadora.
    No deberías haber dicho eso.
    ¿El qué? —está más enfadado de lo que jamás le he visto, ni siquiera mi advertencia parece disuadirle de continuar.
    Todo. Si no hubiera venido David…
    ¿Qué? ¿Me habrías pegado?
    Quizá. No juegues con fuego, hermanito. Acabarás quemándote.
    Soy a prueba de quemaduras desde que te fuiste la primera vez.
    No de este tipo —increíblemente, su dolor me hace calmarme y él consigue lo mismo.
Eso era el verdadero conflicto, en el fondo guardaba dolor y rencor desde que me fui a Los Ángeles la primera vez, antes de conocer siquiera a Moore, durante esos interminables meses de entrenamiento. Una vez que me lo ha hecho saber, poco a poco la situación se normaliza todo lo que se puede, teniendo en cuenta el caso. Para mí tampoco fue fácil, y creo que él piensa que lo hice por propia voluntad, al menos eso es lo que dio la impresión, pues no dije nada de la verdadera razón.
    Me da igual; son tus padres. Te dieron la vida.
    No fueron ellos quienes me llevaron al hospital la primera vez, ni cuando me perforaron el hígado. Lo que realmente me da la vida a diario es mi chaleco antibalas deteniendo los proyectiles; mi pistola disparando a los enemigos; mi equipo defendiéndome a muerte en cada segundo; el FBI dándome la oportunidad de atrapar cabrones como…como él a diario…
    ¿Cómo quién, Al? ¿Como el mafioso del que te enamoraste sin tener en cuenta que luego te mataría? —desde luego que fue una tontería contárselo.
    No tienes ningún derecho a echarme eso en cara. Tan sólo fue un contratiempo en un plan prefecto —«mentira»— para salvar a los que llamas padres y que ya no son los míos.
    ¡Supera de una vez el pasado, Alice! Pon fin a esta estúpida guerra que no va a darte nada más que sufrimiento y dolor.
    No tienes ni idea de lo que es eso. No puedes ni imaginar lo que es levantarte cada día a cientos de kilómetros de tus seres queridos; siendo otra persona y sin saber si llegarás a mañana con tan sólo diecisiete años.
    Tienes razón; no lo sé. Al igual que tú tampoco por lo que pasamos nosotros aquí. Por ello necesito que me cuentes por qué aceptaste hacerlo. Así podremos comprendernos mejor ¿vale? —me coge de los hombros.
Sostengo su mirada un instante antes de agachar la cabeza y enterrarla en su pecho, como hacía cuando era pequeña y mis padres no me dejaban hacer algo o me habían regañado. Queramos o no, nuca dejaremos de ser críos. Si fuera por mí, me quedaría así durante años, al fin vuelvo a sentirme bien, a pesar de todo lo que nos separa, sé que es el momento de contarle la verdad, simplemente es demasiado difícil tener que soportar la decepción en sus ojos. Admira a mi padre, siempre ha sido su ejemplo de trabajador comprometido y buen padre, y si no fuera por el desfalco, quizá podría serlo, pero a estas alturas, si no lo ha confesado ya, por mi parte no se merece nada. No es ira lo que
me inunda, sino pesar, no quiero que Bertie pase por eso, no obstante, no deja de insistir.
    No…no quiero decirlo. No puedo.
    Claro que sí. Eres fuerte ¿recuerdas? —me sonríe con cautela— Venga —me limpia la cara.
    Es… no sé cómo empezar. No es el sitio… —miro a mi alrededor— ni el momento.
    ¿En casa? —acepto encogiéndome de hombros.
En verdad no hay ningún lugar adecuado para decírselo, ni tampoco ninguno que esté mal, es sólo que, como todo lo que no estoy a gusto haciendo o diciendo, tengo que posponerlo al máximo.

Andamos de vuelta a paso tranquilo hasta llegar a su casa, donde tranquilizo a David sobre lo de antes con un beso y una vaga excuso —por suerte sabe que no me llevo bien con mis padres y que eso siempre será motivo de discusión entre Bertie y yo—. Mi hermano me lleva a la habitación de invitados para poder hablar sin interrupciones ni segundos oídos, sabe que pondré cualquier excusa para no hacerlo y quiere prevenirlo. En cuanto empiezo a hablar, sentando desde el primer momento la norma de no hablar entre medias, empieza a comprender el por qué de tanto rencor, tanto dolor oculto. 

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