Mi jefe ya me ha advertido de lo que puede
pasar y me ha aconsejado quedarme en la ciudad por si algo pasara, sin embargo,
estoy aburrida de hacer caso a especulaciones. Que pase lo que tenga que pasar.
El mal ya está hecho, y no voy a solucionar nada por quedarme metida en casa o
pasar desapercibida por la ciudad; es cierto que podría pedir favores, digamos
que sé cosas sobre la Oficina que no beneficiaría a los peces gordos, sin
embargo, no me parece ético poner en riesgo las carreras o vidas de otras
personas por mi insolencia. Yo me he metido en este lío y yo aceptaré las
consecuencias. Aunque si me despiden no sé exactamente qué haré, esto es lo
único que sé hacer, es lo único que me han enseñado y, siendo sincera, lo único
que soportaría hacer durante el resto de mi vida sin demasiada queja.
David no me ha soltado la mano en todo el viaje: ni en el
avión ni en el taxi. Hemos mandado las maletas directamente al hotel para no ir
cargados a la casa. Es normal que esté nervioso, le vamos a decir a mi hermano
que me voy a casar —para mí sigo siendo muy joven, y creo que para él también—
con un hombre mayor, aunque David le cae bien. Sólo le ha visto una vez, pero
han hablado por teléfono y yo estoy a gusto con él; tenemos altibajos, por
supuesto, como todas las parejas, sin embargo lo importante es al final, y
siempre hemos conseguido saltar los baches —o arrasarlos, ¿qué más da?— ¿Qué
otra cosa debería importarle? Además, no es mi padre, no tiene que velar por mi
seguridad o nada por el estilo, ya soy adulta y tomo mis propias decisiones.
Antes de bajar del coche, Albert nos saluda desde el porche
con una sonrisa un tanto forzada. No le he dicho por qué vengo a verle, y
teniendo en cuenta que muy raramente lo hago, es normal que esté preocupado.
Tengo que estar muy saturada para recurrir a él, no es que no confíe ni nada
así, es simplemente que no quiero meterle en líos ni hacerle pensar de más,
suficientemente duro es tener una hermana masoquista como para que venga a
contarte sus aventuras. Eso sería demasiado para él; demasiado para cualquiera.
Su casa es igual a la que teníamos antes, solo que de dos
plantas, estando en la superior las habitaciones, como la mayoría, supongo, y
con un niño correteando por el pasillo. Le quiero más que a nada, de verdad,
pero nunca han terminado de gustarme los críos, y les soporto durante un rato,
luego acaban cansándome y me escapo tan rápido como puedo. Mi prometido me abre
la puerta del coche mientras le devuelve el saludo y haciéndome volver al mundo
real, últimamente encuentro de lo más reconfortante abstraerme en mis
pensamientos, en mi cabeza todo siempre es mucho más simple.
— ¿Lista?
— Sólo
es mi hermano ¿no? No es para tanto —tomo aire.
— Para
mí es lo más parecido a un suegro. Es importante.
Me suelta la mano cuando me acerco indecisa, quiero
abrazarle, pero ha pasado tanto tiempo que no sé si será incluso incómodo. Él
elimina el espacio que nos distanciaba, mucho más seguro que yo, y me abraza
con fuerza mientras siento que todos los nervios se disipan. No pasa nada, él
me quiere haga lo que haga, y yo a él. Es lo único seguro que me queda, por
nada del mundo le pondría en peligro, ni le preocuparía con el trabajo. Aunque
a veces puede ser muy persuasivo, y no deja de ser mi hermano mayor, así que es
de las únicas personas que reconozco como autoridad, sin importar que la
mayoría de las veces no le haga caso o me burle de él. A fin de cuentas, él es
el mayor, quien me ha protegido desde pequeña y quien quiere lo mejor para mí.
¾
¿Estás bien? —susurra para que sólo yo pueda
oírle.
Cuando asiento ligeramente, noto cómo se relaja y afloja un
poco el abrazo, más tranquilo. Vaya, va a ser complicado cuando me pregunte
sobre el trabajo y, está claro, me obligue a responder, ya hace mucho que no
acepta respuestas como ''Bien'' o ''Nada''.
Estamos juntos un largo rato —el año sin vernos pasa factura—
hasta que oigo a David, incómodo, para que nos separemos finalmente a
regañadientes. Se saludan con un apretón de manos y Claire, su mujer, me da un
pequeño abrazo con mi sobrino en los brazos, que extiende los suyos para que le
coja, sin embargo, lo rechazo por el momento. Ese pequeñajo consigue sacarme
siempre una sonrisa, parece mentira que se acuerde de mí siendo tan bebé
todavía. Entramos al salón intercambiando algunas palabras, nada fuera de lo
común, y la mujer trae café para que los hermanos pasen más tiempo juntos mientras
Christian juega con un cochecito sentado en el suelo, absorto de todo. Puede
que no soporte a los críos, pero desde luego que sí me gusta mirarlos, tanta
inocencia en mi mundo es simplemente cautivadora.
— Chris
está precioso. Se nota que ha salido a la madre —digo con sorna.
— Menos
mal —mi hermano me da con el codo y nos reímos.
Estamos sentados al lado del otro y David continúa
agarrándome por la cintura. Cuando entra Claire de nuevo, el pequeño se acerca
a mí gateando e intenta agarrarme la mano. No sé si sabe todavía ponerse bien
en pie, pero algo me dice que lo va a intentar y a caerse de boca, así que cedo
y le siento en mi regazo. Por suerte, se limita a agarrarme la mano como si
fuera un tesoro y se acomoda para dormirse, bajo la mirada embelesada de todos
nosotros. Al parecer no soy la única que se siente así.
— ¿Cuánto
tiempo tiene? —David se interesa.
— Trece
meses. Por cierto —se dirige a mí—, gracias por la ropa.
— Tengo
que consentir a mi sobrino aunque sea desde lejos —sonrío—. ¿Tanto hace que no
venimos?
— Sí;
demasiado —Bertie me acerca a él—. ¿A qué la visita?
— ¿Es
que no puedo pasar a ver a mi hermano?
— Sin
que haya pasado nada; no
— Vaya,
gracias —le sonrío y miro a David—. ¿Tú o yo?
— Debes
ser tú.
— Soltadlo
de una vez.
No sé si puedo decirlo aún en voz alta, creo que todas las
consecuencias tanto buenas como malas se harían realidad, así que le agarro de
la mano con fuerza para que se fije, pero es Claire quien tiene que indicarle
que se fije en el dedo; siempre ha sido un desastre y siempre lo será. Toma
aire y me mira a los ojos, supongo que queriéndome decir algo, pero lo siento,
la telepatía no es lo mío. Noto a David en tensión a mi lado, serio como
siempre que no estamos solos, y seguro que no sabe si romper el silencio,
porque yo pienso igual. No sé cómo se lo ha tomado Bertie, pero finalmente
parece reaccionar y me da un abrazo, que comparado con el anterior no puede
describirse de otra forma que forzado. A pesar de esto, nos da la enhorabuena a
ambos y su mujer hace lo propio, sólo que parece contenta de verdad. Cualquiera
que no conociera a mi hermano diría que se alegra, siempre ha sido bueno
fingiendo, pero a mí no me engaña.
Me pide que le ayude a recoger para poder estar a solas y mi
prometido se queda hablando con la mujer, mucho más tranquilo que antes,
convencido por la actuación de mi hermano. Bertie deja las tazas y se apoya en
el fregadero para que yo haga lo mismo en la mesa del centro de la cocina,
mirándome lo más serio que le he visto en mucho tiempo, y no sé por qué es esta
vez.
— Por
favor, dime que no estás embarazada —añade con la misma seriedad pero algo
cansado.
— ¿Por?
— Esto
—señala el anillo— no eres tú. Prácticamente huyes cuando te dan
responsabilidades. Espero que sepas lo que significa todo esto.
— Ya
vivimos juntos, no habrá mucha diferencia.
— No
me refería a eso. Aunque parezca mentira, las cosas cambian. Y la gente
también. Jamás te hubiera visto casada si no fuese porque la has liado.
— Está
todo bien, Bertie, te lo prometo. Es más, no quiero oír hablar de niños hasta
dentro de bastante tiempo —recalco la penúltima palabra.
— ¿Y
David está de acuerdo? Tenemos la misma edad ¿no? Seguro que al vernos con Christian insistirá en tener uno, y más ahora.
— Pues
tendrá que esperar. Ahora no puedo hacerme cargo de un crío —ni nunca.
— Lo
dices como si fuera malo. Mira, cuando lo tienes, cuando sabes que vas a ser
padre, te inunda una sensación increíble. Es casi mágico. No puedo
describírtela bien porque en cada persona es única, pero en lo que todos
coincidimos, es que necesitas protegerlo con tu propia vida.
— Ya
he protegido a suficientes personas de ese modo, gracias.
— No
es lo mismo, Al. Es tu hijo, es un pedacito de ti.
— Si
tan bonito es, ¿por qué no quieres que lo tenga?
— Porque
aún eres muy joven. No es igual en hombre que en mujeres, en vuestro caso
os…interrumpe —no está seguro de que esa sea la palabra adecuada— más la vida.
Aunque si eso significara que dejases el trabajo, yo no dudaría.
— ¿No
te gusta que trabaje?
— No
me gusta que no sepa cada día si me van a llamar para organizar el funeral de
mi hermana pequeña. ¿Tan difícil es tener un trabajo normal?
— No
dramatices. De todas formas, creo que me van a echar. He...dicho lo que no
debía a quien no debía —creo que eso lo resume bastante bien.
— Nunca
has sido de las que siguen órdenes —finalmente consigue sonreír.
— La
verdad es que no —David entra, me abraza por la cintura y me besa la sien.
— Y
conté con su ayuda.
— No
lo sabía —se defiende.
— ¿Qué
hiciste?
— Vino
a saludarme a la oficina con una inspectora de Asuntos Internos; y por mucho
que intentamos decírselo, seguía queriéndome besar.
— Vamos,
que hiciste pleno.
La tensión se relaja un poco cuando ambos se ríen y volvemos
al salón, pero en seguida decidimos salir a cenar, invitando nosotros, y el
bebé cae agotado después de estar jugando con todos y de intentar andar, un
gran hito según mi hermano.
Cuando le cogíamos, podía ver la expresión risueña de David.
Sé lo que quiere, mas por ahora no puedo dárselo. En algún momento tendré que
ceder, pero intentaré retrasarlo todo lo que me sea posible, él también debe
entender eso. Ahora todo está lleno de inestabilidad, y necesito estabilizarme
yo primero antes de tener que preocuparme por algo tan importante como otra
vida. Aunque esté acostumbrada a hacerlo en el trabajo, no es lo mismo ni de lejos,
sería completamente responsable de lo que le ocurriera, y no sé si estoy
preparada para siquiera pensarlo.
En el camino de vuelta, Bertie se queda retrasado conmigo
para continuar hablando sin que nos oigan, hay cosas que es mejor mantener sólo
entre hermanos.
— ¿Quién
más lo sabe? —sé perfectamente de lo que está hablando.
— Mi
equipo y mi jefe.
— Deberías
hablar con papá y mamá.
— ¿Para
qué? —suelta un bufido al oírme.
— No
lo sé, ¿para saber que su hija se casa, tal vez?
— Díselo
tú si quieres.
— Alice,
no te entiendo. Me llaman casi a diario para preguntarme si sé algo de ti y no
sé qué responderles; si digo que estás bien, mentiría porque apenas hablamos y
les dolería pensar que a mí sí me llamas y a ellos no; y si les cuento la
verdad, también malo, porque se preocuparían el doble por ti, aunque les
serviría de consuelo saber que no son los únicos a los que les has dado la
espalda. Dime, ¿acaso has hablado con alguno de tus antiguos amigos?
— ¡Si
la mayoría están en la cárcel o en una cuneta! Estoy aquí a pesar de todo, ¿qué
más quieres? Sabes que...
— ¿Que
es complicado? Vete con el cuento a otro, yo ya no me lo trago. Dales una
oportunidad, Alice. Es lo único que te pido. ¿Qué te han hecho para que seas
tan cruel?
— Directamente:
nada —continúo para cerrarle la boca y que no pueda replicar—. Por su culpa…
— ¡Estás
viva! ¡¿Qué más quieres?!
De repente todo está más silencioso que nunca; ambos hemos
levantado la voz más de lo que planeábamos y hemos asustado a nuestras parejas.
No estoy en condiciones de tranquilizar a nadie, suficiente tengo con calmarme
a mí misma. Tengo los puños tan apretados que los nudillos se ven blancos, mi
respiración es agitada, aunque comparada con todo lo que se me pasa por la
cabeza apenas se mueve. ¿Cómo se le ocurre decir eso? ¿Qué más da estar vivo si
no lo aprovechas, si no te sientes como tal? Un padre hace más que dar la vida,
te hace querer disfrutarla, y el mío me hizo querer arrebatármela, acabar con
ella. No tiene ningún derecho a decir eso, no cuando no conoce mis motivos, no
cuando está viviendo una mentira. Dulce, no obstante, y que yo le estoy
permitiendo continuar, pero si lo hago es porque no quiero que le haga daño.
— Prefiero
no contestar porque…
— No
seas cobarde —me corta—. Ahora me explicas tus razones para ser tan mala
persona con los que te lo han dado todo.
— No
es el momento, Albert. Hoy no.
— Entonces
¿cuándo?, si nunca te veo. Estoy harto de tener que lidiar entre vosotros y
quiero respuestas; y tú eres la única puede dármelas.
— Déjame
en paz —le advierto.
— ¿Qué
vas a hacer? ¿Sacar la pistola? Siempre has presumido de ser valiente, ya es
hora de demostrarlo.
— ¿Qué
está pasando? —se mete por medio de los dos, separándonos.
— David,
vete a casa con Claire.
— No
me muevo de aquí hasta que os tranquilicéis.
— Hazme
caso.
Algo en mi voz hace que se lo tome en serio y cambie su
expresión de control por una fugaz de sumisión, y a lo mejor con algo de miedo,
pero no estoy como para fijarme en sus sentimientos, ni siquiera puedo
controlar los míos propios. Empuja suavemente a la mujer por la espalda para
que no mire atrás y se vaya con él, mientras, mi hermano sigue mirándome con
odio y espero a que el resto esté bien lejos antes de responder en voz baja y
amenazadora.
— No
deberías haber dicho eso.
— ¿El
qué? —está más enfadado de lo que jamás le he visto, ni siquiera mi advertencia
parece disuadirle de continuar.
— Todo.
Si no hubiera venido David…
— ¿Qué?
¿Me habrías pegado?
— Quizá.
No juegues con fuego, hermanito. Acabarás quemándote.
— Soy
a prueba de quemaduras desde que te fuiste la primera vez.
— No
de este tipo —increíblemente, su dolor me hace calmarme y él consigue lo mismo.
Eso era el verdadero conflicto, en el fondo guardaba dolor y
rencor desde que me fui a Los Ángeles la primera vez, antes de conocer siquiera
a Moore, durante esos interminables meses de entrenamiento. Una vez que me lo
ha hecho saber, poco a poco la situación se normaliza todo lo que se puede,
teniendo en cuenta el caso. Para mí tampoco fue fácil, y creo que él piensa que
lo hice por propia voluntad, al menos eso es lo que dio la impresión, pues no
dije nada de la verdadera razón.
— Me
da igual; son tus padres. Te dieron la vida.
— No
fueron ellos quienes me llevaron al hospital la primera vez, ni cuando me
perforaron el hígado. Lo que realmente me da la vida a diario es mi chaleco antibalas
deteniendo los proyectiles; mi pistola disparando a los enemigos; mi equipo
defendiéndome a muerte en cada segundo; el FBI dándome la oportunidad de
atrapar cabrones como…como él a diario…
— ¿Cómo
quién, Al? ¿Como el mafioso del que te enamoraste sin tener en cuenta que luego
te mataría? —desde luego que fue una tontería contárselo.
— No
tienes ningún derecho a echarme eso en cara. Tan sólo fue un contratiempo en un
plan prefecto —«mentira»— para salvar a los que llamas padres y que ya no son
los míos.
— ¡Supera
de una vez el pasado, Alice! Pon fin a esta estúpida guerra que no va a darte
nada más que sufrimiento y dolor.
— No
tienes ni idea de lo que es eso. No puedes ni imaginar lo que es levantarte
cada día a cientos de kilómetros de tus seres queridos; siendo otra persona y
sin saber si llegarás a mañana con tan sólo diecisiete años.
— Tienes
razón; no lo sé. Al igual que tú tampoco por lo que pasamos nosotros aquí. Por
ello necesito que me cuentes por qué aceptaste hacerlo. Así podremos
comprendernos mejor ¿vale? —me coge de los hombros.
Sostengo su mirada un instante antes de agachar la cabeza y
enterrarla en su pecho, como hacía cuando era pequeña y mis padres no me
dejaban hacer algo o me habían regañado. Queramos o no, nuca dejaremos de ser
críos. Si fuera por mí, me quedaría así durante años, al fin vuelvo a sentirme bien,
a pesar de todo lo que nos separa, sé que es el momento de contarle la verdad,
simplemente es demasiado difícil tener que soportar la decepción en sus ojos.
Admira a mi padre, siempre ha sido su ejemplo de trabajador comprometido y buen
padre, y si no fuera por el desfalco, quizá podría serlo, pero a estas alturas,
si no lo ha confesado ya, por mi parte no se merece nada. No es ira lo que
me inunda, sino pesar, no
quiero que Bertie pase por eso, no obstante, no deja de insistir.
— No…no
quiero decirlo. No puedo.
— Claro
que sí. Eres fuerte ¿recuerdas? —me sonríe con cautela— Venga —me limpia la
cara.
— Es…
no sé cómo empezar. No es el sitio… —miro a mi alrededor— ni el momento.
— ¿En
casa? —acepto encogiéndome de hombros.
En verdad no hay ningún lugar adecuado para decírselo, ni
tampoco ninguno que esté mal, es sólo que, como todo lo que no estoy a gusto
haciendo o diciendo, tengo que posponerlo al máximo.
Andamos de vuelta a paso tranquilo hasta llegar a su casa,
donde tranquilizo a David sobre lo de antes con un beso y una vaga excuso —por
suerte sabe que no me llevo bien con mis padres y que eso siempre será motivo
de discusión entre Bertie y yo—. Mi hermano me lleva a la habitación de invitados
para poder hablar sin interrupciones ni segundos oídos, sabe que pondré
cualquier excusa para no hacerlo y quiere prevenirlo. En cuanto empiezo a
hablar, sentando desde el primer momento la norma de no hablar entre medias,
empieza a comprender el por qué de tanto rencor, tanto dolor oculto.
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