— Me
has metido en un buen lío.
— No
era mi intención, lo siento. No te enfades, Alice.
— ¿Cómo
no me voy a enfadar? Te estaba señalando a la tipa esa, estaban intentando
decírtelo y vas tú y sigues. Y además te pones chulo. ¿Tienes idea de lo que me
puede costar lo que has hecho? Como mínimo que me suspendan; y lo normal sería
que me despidieran.
— No
te pueden despedir por eso, sólo he pasado a saludarte; si lo hacen será porque
les habrás dado más motivos.
— Vaya,
gracias por tu apoyo —me aparto de él.
— Sólo
digo la verdad. No te pongas en lo peor, sólo he pasado a saludarte. Joe sabrá
mover los hilos para que sea una falta.
— El
capitán Roberts no puede hacer nada, Asuntos Internos es prácticamente independiente.
— No
pienses más en ello; ya veremos qué pasa ¿vale? —me mira y me tranquilizo un
poco.
Al fin y al cabo soy una de las mejores agentes y mi equipo
ha solucionado más casos que cualquier otro; por no mencionar que si tengo
razón en lo referente a lo que se nos viene encima, me necesitan.
Doyle se ha ido en cuanto ha empezado a anochecer, pero eso
no ha reducido tensión. Ha estado hablando con mi jefe a solas un buen rato
tras observar la pizarra en la que teníamos conectadas a todas las víctimas y me
temo que haya llegado a la conclusión de que se me ha ido la cabeza
definitivamente y estoy arrastrando al resto. Al menos no me ha vuelto a hacer
comentarios sobre David ni nada por el estilo, de hecho no me ha hablado en
absoluto. Supongo que ya debe dar el caso por perdido.
— ¿De
quién es la chaqueta? —me mira de reojo mientras conduce.
— De…George.
Me la dejó el otro día porque hacía frío.
— No
parece de su estilo.
— Es
de cuando era joven. Mi hermano ha llamado —intento cambiar de tema.
— ¿Has
hablado con tus padres?
— No.
¿A qué viene eso?
— A
nada, como has hablado con tu hermano…pensé que quizá te había convencido de
que les llamaras.
— No
tengo nada que hablar con ellos.
— Espero
que después de esta noche sí… —murmura.
— ¿Dónde
vamos?
— A
un sitio.
— Hasta
ahí llego —se ríe—. Ahora en serio, dímelo.
— ¿Es
que no aguantas una sorpresa?
— ¿Qué
está tramando capitán Williams?
— Ya
lo verás.
Llegamos a un restaurante, de los más caros de la ciudad,
lleno de lujos. Ya entiendo el porqué él va de traje y me ha hecho ponerme un
vestido que ni siquiera recordaba tener y que me había regalado tiempo atrás.
Comentamos el día —por supuesto elimino las visitas a PJ. David es bastante
celoso y no le gusta que esté con otros hombres sin él. Supongo que es porque
me quiere tanto que se siente inseguro—, incluyendo su ascenso a capitán de
corbeta, que equivale a comandante. Cuando vamos a brindar por la buena
noticia, un camarero trae un par de copas de champán y él pone sobre la mesa
una pequeña caja cuadrada. No puedo creérmelo. Todos me lo estaban insinuando,
incluso avisando, sin embargo yo no quería escuchar, prefería confiar en que no
sería capaz de hacerlo todavía, que esperaría un tiempo. Llevamos saliendo dos
años y él… No, no puede ser. De verdad que no me merezco tanta atención, ni nada
de esto. Sinceramente es demasiado. Abre la caja y me ofrece directamente el
anillo. No consigo reaccionar. Pensaba que estaría preparada para el momento en
que esto sucediera por lo bien que le conozco, mas, otra vez, estoy equivocada.
Él nunca ha sido de dar discursos, y hoy tampoco lo va a ser.
Sólo me mira, con una flamante sonrisa a la que no puedo negarme, no después
del día tan horrible que he tenido hoy y cómo ha venido para intentar ayudar,
aunque saliera mal. Y bueno, como yo tampoco destaco precisamente por expresar
bien mis sentimientos, y mucho menos con palabras, le abrazo con una sonrisa, dejando
que todas las dudas salgan fuera y convenciéndome de que él es el hombre de mi
vida: es dulce, maduro, con un trabajo estable, entiende por lo que tuve que
pasar, me quiere…
Para continuar con la costumbre que nos caracteriza y parece
pasar a tradición, después de llegar a casa, dejamos fluir las emociones en la
cama. Siempre acabamos las veladas así, al fin
y al cabo somos personas adultas y, si no fuera por el cuidado especial
que pongo yo, ya estaría embarazada de hace tiempo. Prefiero no formar una
familia por el momento, nuestros trabajos son demasiado peligrosos como para
traer a alguien al mundo. Y tampoco estoy dispuesta a que algo o alguien me lo
arrebate, sería más de lo que podría soportar. Me derrumbé hasta el extremo al
morir Lily, que ni siquiera era mi verdadera hermana y que llevaba alrededor de
un año con ella, así que no quiero imaginar lo que pasaría o lo que llegaría a
hacer por un hijo. David sí quiere, y cuanto antes mejor, no obstante, es en
eso en lo único que chocamos. Yo no me veo capaz y él deposita demasiada
confianza en mí. Ocurrirá cuando yo me sienta preparada y dispuesta. El niño
crecería solo, casi sin familia y tampoco quiero que sea así.
Los padres de David murieron en un accidente aéreo cuando
era pequeño y sus tíos se hicieron cargo de él en Washington al sentirse sus
abuelos demasiado débiles. En lo que respecta a mi familia, no tengo contacto
con tíos desde hace bastante tiempo y me niego a hablar con mis padres. Sé que
mi hermano sufre por esto último, pero no puede remediar nada. Él es el único con
que mantengo el contacto y porque insiste en llamarme de vez en cuando para
comentar qué tal me va en la ciudad y contarme cómo está su precioso bebé que,
calculo, tendrá alrededor de un año. Sólo él y quizá mi equipo merezcan que les
cuente que estoy prometida.
Los del barrio… me gustaría saber sobre Hood, pero sería
demasiado doloroso descubrir que siguiera con su novia, la que me traicionó, o
que, por decirlo así, ya no está; del resto, excepto de Pat, el anteriormente
conocido como PJ, no sé nada más. Creo que Bells aprovechó su físico para
meterse al ejército y asegurarse la comida.
Debería decirle a Pat lo que ha pasado esta noche y, ya de
paso, devolverle la chaqueta y asegurarme de que ha cumplido su promesa de no
quemar los cuadros.
Giro el anillo con nerviosismo mientras subo las escaleras.
Han pasado un par de semanas desde que me lo pidió y todavía no me hago a la
idea de que me vaya a casar, teniendo en cuenta que los más allegados a mí ya
lo saben; excepto él y mi hermano, que vamos a visitarle mañana, es decir, sólo
mi equipo y mi jefe, pero principalmente porque me ven al anillo a diario.
Llamo a la puerta y al rato, una mujer que no conozco la abre vestida tan sólo
con una camiseta que sí se me hace familiar.
— ¿Qué
quieres? —me pregunta con desconfianza.
— Yo…déjalo.
Vendré más tarde.
— ¿Eres
su novia? —la mirada de desprecio ha pasado a ser de curiosidad.
— Am…
no. ¿Y tú?
— A
lo mejor.
— ¿Quién
es? —le oigo gritar.
— No
me lo quiere decir —responde de igual manera.
Aparece vestido con unos viejos pantalones de chándal y
rascándose el estómago. La cara de sueño desvela su cansancio, seguramente de
no dormir, igual que las ojeras. Me reconoce al instante y manda recoger sus
cosas del salón a la chica de antes para poder estar tranquilos, no obstante,
le sigue adentro y todo lo que hace es quitar unos vaqueros del sofá para
ponérselos.
— No
sé cómo te apañas, pero siempre me pillas igual —intenta sonreírme a pesar de
su incomodidad.
— Será
porque no haces otra cosa que estar con mujeres.
— ¿Celosa?
—se acerca para darme un pequeño abrazo.
— Más
quisieras —le guiño el ojo y le aparto. Parece que se fija en mi mano.
— Te
dije que cuando estuviese terminado te avisaría.
Su invitada se sienta a su lado, cogiéndole del brazo en
muestra de posesión, además de besarle la mandíbula mientras me mira para ver
mi reacción. Me resulta bastante patético, pero teniendo en cuenta su edad,
tampoco se lo tendré en cuenta. Este chico no hace más que confundirme, un día
está con una mujer adulta de cerca de cuarenta y otro con una cría que apenas
ha salido de la adolescencia.
— Déjanos
solos —ella asiente y hace caso a regañadientes sin apartar la mirada de mí.
— Qué
autoridad —observo.
— Sabe
lo que quiero.
— Voy
a hacer que no he oído nada —me responde con una risa—. Y que es mayor de edad,
porque no estoy segura de que sea legal.
— Mejor,
agente. No me importaba que te quedases con la sudadera, por cierto.
— A
mí sí; y a David también.
— Odio
decir que le entiendo, se te deben acercar muchos tíos. ¿Es muy celoso?
— Lo
normal —«supongo».
— ¿A
qué venías? Porque los dos sabemos que no por eso —señala la sudadera.
— No
creo que sea buen momento para contártelo —consigo decir después de tomar una
gran bocanada de aire.
— ¿Qué
ha pasado?
— Nada
malo, o eso creo…
— Venga
—me anima.
Mi respuesta se transforma en alzar la mano como en señal de
disculpa, aunque dejando ver el anillo de oro con una piedra blanca en el medio
y otras pequeñas y alargadas en rojo adornando el resto de la circunferencia,
intercaladas para dejar ver la superficie.
Prefiero cerrar los ojos y no ver su expresión. A pesar de
ello, siento cómo se levanta del sofá y anda por la habitación. Me armo de
valor para abrirlos de nuevo y mirarle a la cara. No he hecho nada malo ¿no?
— ¿Pat?
—para de dar vueltas— Patrick, contesta.
— ¿Cuándo
fue? —no se gira.
— Al
salir del trabajo —no ha pedido un día exacto, y esto es lo que menos daño le
hará—. No sabía cómo decírtelo.
— ¿El
qué? ¿Que la mujer de la que llevo toda la vida enamorado se va a casar con el
último que ha venido?
— Llevamos
dos años juntos y creemos que es el momento de formalizar —me excuso.
— ¿Vosotros,
o él? Porque el otro día no estabas tan segura.
— Aún
no me lo había planteado.
— No
mientas, por favor. Sí que lo habías hecho; y no querías hacerlo, Alice, te
conozco.
— Él
me quiere. Ha hecho que me acepte tal y como soy.
— ¿Por
qué? ¿Por besarte esa cicatriz? Lo hace porque no tiene nada que ver con ello y
yo sí. ¿Sabes la razón por la que no puedo mirarla? Porque sé que yo soy el
culpable de que intentaras quitarte la vida, y no tienes ni idea de lo duro que
es pensar cada día que si no hubiera hecho esa estupidez de haberte dejado sola
ahora podríamos estar juntos y quien te habría puesto ese anillo sería yo.
Alice, te quiero. Entonces te quería y lo seguiré haciendo hasta el último de
mis días. Tan sólo dame la oportunidad de poder conquistarte, de hacerte ver
todo lo que siento y te juro que no querrás estar con nadie más que conmigo. Pero
dame ese tiempo y, por favor, te lo ruego —se arrodilla frente a mí y me coge
de la mano mirándome a los ojos—: no te cases.
— Lo
siento.
Salgo corriendo a mi coche, no quiero ni imaginarme la
reacción de la chica que estaba con él y tampoco puedo respirar allí, me estaba
ahogando por momentos —no se parece en absoluto a la última vez que me sentí
así con él—. ¿Cómo se atreve a pedirme eso? Sabe que con David soy feliz y que
él no podría darme lo mismo que él. No puedo estar con alguien tan inmaduro,
inseguro o mujeriego. Le quiero, no obstante, no como él desea que lo haga.
Pensaba que no sería capaz de volver a sentir hasta que llegó mi ahora prometido
e hizo que viera la parte positiva del mundo, que aprendiese a desenterrar los
buenos momentos en las mayores tragedias y que la fuerza que impulsa el mundo
no es el mal, sino el amor y cómo lo enfocamos los humanos. Podemos usarlo para
ser felices o como excusa para cobrar deudas pendientes, también llamado
venganza. Aunque más bien, eso lo he aprendido yo con mi experiencia, él me
ayudó a centrarme, además de lo más importarte, ser un lugar hacia el que
enfocarlo y ponerlo en práctica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario