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viernes, 5 de febrero de 2016

Capítulo 4

    ¡Mierda! ¿Qué hora es? —me levanto de un salto.
    ¿Qué? —me responde con la boca pastosa por el sueño.
    ¡Joder, las nueve y media! ¡Tendría que estar en el trabajo hace una hora! ¿Por qué no me has despertado?
    Me he dormido… —parce despejarse un poco.
    Me voy —cojo las cosas corriendo y ni siquiera me quito su chaqueta—.Ya hablamos —le grito desde la puerta.
Lanzo la chaqueta al asiento trasero antes de ponerme en marcha a toda velocidad. Me la debió poner anoche, estando dormida, y la verdad es que prefiero no pensar en cómo me he despertado, con él abrazado a mí y con nuestras manos entrelazadas contra mi pecho. No, no puedo pensar en ello. No debo. Es lo único que me faltaba ahora, comerme la cabeza con un estúpido desliz sin importancia.
En apenas veinte minutos estoy en la oficina, saltándome algún que otro semáforo y quizá el límite de velocidad. Me arreglo como puedo el pelo en el ascensor  e intento recordar todo lo que hice anoche de trabajo en casa, porque, como es obvio, no lo he traído. A la próxima lo meteré todo en el coche, lo prometo, incluida una batería extra para el móvil, porque para colmo se me ha agotado. Supongo que habrá cargadores en la oficina, a la que entro como una exhalación disculpándome.
    Perdonad, lo siento chicos. Os lo compensaré, lo juro. Creo que tengo una nueva… —todos se quedan mirándome— teoría.
Finalizo al ver a una señora desconocida en medio de la sala, clavando su mirada en mí. Pelo largo y castaño y vestida de traje, con una camisa que conjunta con sus gafas. Bastante sobria, demasiado profesional para ser buenas noticias. Dejo todo en mi mesa, incluidas la placa y la pistola, y me dirijo a ella, intentando aparentar más seriedad de la que está claro no tenía al entrar, y menos aún con vaqueros y camiseta arrugados del día anterior y peinada en el ascensor. Debo tener un aspecto horrible.
    Perdone, ¿podemos ayudarla? —me acerco.
    Más bien soy yo quien va a ayudar a este departamento —mira alrededor—, señorita…
    Agente Sanders —corrijo; no me gusta su tono de superioridad.
    ¿Tú eres Alice Sanders? —me mira con desprecio y me cruzo de brazos.
    ¿Algún problema? —mi equipo se acerca poco a poco cuando ven mi reacción.
    Pero si eres una niña. ¿Cuántos años tendrás, veinte?
    Necesito que se identifique o por el contrario deberá salir de inmediato.
    Lindsay Doyle, Asuntos Internos —enseña el identificativo rápidamente.
    Y… ¿viene a…? —entrecierro los ojos, sabía que eran malas noticias.
    Supongo que sabrá que se deben hacer inspecciones sorpresa cada cierto tiempo. Vengo a mejorar el funcionamiento de este departamento, como ya he dicho anteriormente.
    Lo siento, pero ya va lo bastante bien. Mi equipo es de los más comprometidos y satisfactorios en lo que a resolución de casos de refiere —intento sonar convincente y decidida, ocultando mi enfado.
    Puede que su equipo, mas usted… No creo que esté capacitada.
    ¿Por? —doy un paso que me acerca a ella aún más.
    Señora, la agente Sanders… —Will intenta defenderme, mas le paro con un movimiento de la mano.
    Como decía antes, creo que he averiguado algo —decido zanjar la discusión y me dirijo a la pizarra.
Tenemos apuntado en una pizarra todos los datos de cada caso, con fotografías y teorías incluidas. Normalmente se tiene una enorme pantalla, pero yo soy más de la vieja escuela, y si digo la verdad, la tecnología cada vez me gusta menos, se está convirtiendo en una herramienta más de control. Espero que Doyle dé por perdida la discusión y me deje trabajar si es que es verdad que quiere mejorar el rendimiento. No obstante, vuelve a la carga, haciéndome apretar los puños.
    ¿Me va a dejar plantada? —se indigna.
    El caso es más importante que una estúpida inspección, lo siento.
    Jefa… contrólese —me susurra Murray, llegando a mi lado.
    Espera, no. No lo siento.
    ¿Cómo te atreves? Podría hacer que estuvieses fuera en un día.
    Ya está tardando. Si no paramos a este loco, más gente morirá y me da igual si por ello tengo que perder mi puesto.
    Niña insolente… Seguro que ni tienes la carrera, a saber por quién y qué estarás aquí —murmura, pero no pasa desapercibida.
    La he oído —echo un vistazo a la pizarra y me encaro a ella—. Por cierto, he obtenido matrícula de honor en la licenciatura el año pasado; resulta que me adelantaron un curso por mi capacidad y —la estudio un momento, tomando aire—…no es mi problema que esté amargada porque su marido no le da lo suficiente. Como me ve, yo soy perfectamente feliz con un estupendo novio y habiendo rechazado bastantes ascensos.
    Estúpida... —se acerca— Llegas tarde, vistes informal, no estás comunicable, te tomas la oficina como una fiesta… Escribiré un informe tan negativo que te pondrá de patitas en la calle.
    Y no olvide que la he faltado al respeto. Quiero que esté completo.
    Jefa, ya basta.
    ¿Por qué? Si es muy divertido —me río. No es recomendable enfadarme, aunque a veces actúe contra mí misma.
    ¿Cómo puede estar de tan buen humor con tales desapariciones? —casi pierde los nervios.
    Investigo asesinatos, señora —ahora soy yo quien exhala desprecio.
    Alice, no…
    ¿Qué quieres, George? —me harto— Sé lo que hago, déjame.
    No, jefa —saben que odio que me llamen así, aunque están obligados cuando hay superiores delante—. Tiene razón — Amy habla pausadamente.
    ¿Qué? —les miro a la defensiva.
    ¿No sabe nada? —se interesa Doyle, disfrutando de la situación.
    Por el momento queríamos mantenerla a raya. Todavía es joven para…
    ¿Para qué, Will?
Reconozco que debería haberles presentado antes, pero con las prisas no he podido.
Will es un hombre mayor, con hijos de mi edad e incluso mayores. Es quien más me protege del grupo y casi siempre se queda en la oficina arreglando papeleo. Amy tiene la edad de David y es con quien mejor me llevo, pues somos bastante parecidas a excepción de que a ella le gustan bastante las fiestas y a mí no. George sobrepasa los cuarenta y siempre nos bombardea con fotos de sus hijos pequeños y de lo maravilloso que es ser padre. A lo que el resto de jóvenes respondemos huyendo del tema. Murray ronda los treinta y algo —no es algo que pregunte— y, aunque va de mujeriego, todos sabemos que tiene su corazoncito, por mucho que quiera ocultarlo. Es atractivo, por supuesto, pero no de mi tipo. Yo le veo como un niño que no quiere crecer y se respalda en sus múltiples relaciones.
    Lo sentimos, jefa. Yo insistía en decírselo, pero el resto…
    Cállate, Murray. No vas a tener un trato especial —mi nueva enemiga interviene, tan dulce como siempre.
    ¿Alguien podría decirme qué está pasando?
    Enseñádselo.
    Aquí la que da órdenes soy yo, Doyle —le dirijo una mirada cargada de odio—. Hacedlo.
Se miran entre sí, sin estar convencidos de obrar correctamente, y dan la vuelta a la pizarra, mostrando varias fotos de mujeres con flechas enlazándolas. Cada fotografía tiene debajo las características de su dueña, lo que hizo el día anterior y lo que llevaba puesto la última vez que la vieron. Empiezo a leer cada anotación con cuidado, evitando mirar a las fotografías. No me gusta ver a las víctimas antes del asesinato, lo hace más personal, y definitivamente más duro y difícil de sobrellevar. Comienzas a pensar en lo que pudo haber sido, en lo que jamás podrá hacer, y en que tú tienes la responsabilidad de atrapar a quien lo hizo y de devolver el descanso a sus seres queridos.
    ¿Desde cuándo está pasando esto?
    El primero fue hace dos meses.
    Y no me habéis dicho nada. Bien, fantástico. Eso es confianza, sí señor.
    No llevamos tanto con el caso, apenas un mes. No quisimos alarmarte hasta que tuviéramos algo en concreto.
    ¿Por qué? ¿Porque el patrón coincide conmigo? —les dedico una mirada acusadora—. Creí que a estas alturas no pensabais así.
    Las víctimas son rubias, Sanders. Usted es claramente castaña.
    Es tinte—reflexiono mirando la pizarra, sin prestarla demasiada atención.
    Sigue sin coincidir. Todas son mujeres bellas, espectaculares, diría yo, y usted… —tomo una profunda bocanada de aire para no responder, de verdad que necesito de todo mi autocontrol; el resto está esperando a mi reacción.
    Está bien, a partir de ahora tenemos dos casos entre manos —digo con tono autoritario.
    ¿Y cuál vas a dejar de lado, niña? Ten en cuenta que si pasas las desapariciones por alto la vida de esas tres chicas podrían estar en peligro y…
    Le agradecería que no me enseñara cómo hacer mi trabajo y que, si va a continuar aquí, que cierre la boca como el resto. Mi equipo, mis reglas. Si las desobedece, yo misma la echaré a patadas ¿entendido?
    Soy su superior —se tensa—. No puede hacer esto.
    Avisada queda. Bien, nos ocuparemos de ambos —me dirijo al equipo.
    ¿Cómo pretende hacerlo? —insiste en interrumpirme.
    No me gusta decirlo, pero consideraremos a las chicas por muertas —me dirijo a mis compañeros.
    Pero jefa…
    Tengo nombre —dirige una mirada a la intrusa—. No te preocupes, debemos aparentar normalidad ¿no? —me da la razón con la cabeza.
    Bien, Al… No creo que esté bien hacer eso. No tenemos sus cuerpos y no debemos afirmar nada hasta…
    Lo sé, Will. Es posible que estén en el río; es la mejor forma de deshacerse de ellas —murmuro—. Amy, trae otra pizarra y pásalo. George, busca más coincidencias entre ellas: lugares que frecuentaban y ese tipo de cosas. Will, tú habla con las familias de las chicas.
    ¿Les digo que…?
    Será mejor que no, pero tampoco les des esperanzas. Murray, conmigo.
    ¿Y cuando termine?
    Amy… —murmuro para poder pensar— Vale, también conmigo.
    Si es tan autoritaria acabarán cansándose —insiste Doyle.
    Déjame en paz, amargada. Dos para cada caso, ¿entendido? Manos a la obra.
La actividad se hace más frenética de lo normal bajo la atenta mirada de asuntos internos. Necesito gente joven para este caso, de mente abierta y que se puedan mover con rapidez por todos los ambientes, y ellos son los que mejor se atañen a eso. Intento estirarme la camiseta yendo de camino a por un vaso de agua y aprovecho para revisar lo que ocurre en toda la oficina; el jefe parece también bastante liado en su despacho y no creo que sea el momento para quejarme de Doyle, y mucho menos intentando resolver dos casos imposibles. Si se comparan el resto de unidades con la nuestra, se podría decir que siguen dormidos, pues todo mi equipo está prácticamente corriendo para acabar sus tareas cuanto antes y ponerse con otra nueva. Sí, definitivamente es el mejor día para llegar tarde y dejarme las cosas en casa. Aunque al menos de hoy he sacado algo ''bueno'' de hoy: al fin me han dicho lo del segundo caso. Esas chicas tendrán algo más de atención, independientemente de cómo las haya considerado yo.
Murray está limpiando la pizarra cuando vuelvo, eliminando las flechas que llevaban a sitios obvios y reescribiendo los datos para que se vean mejor.
    ¿Encuentras algo en común?
    Que… ¿están muertos?
    Aparte de eso, idiota —le doy un codazo amistoso.
    Cuidado, Sanders. Se está sobrepasando.
    Te juro que la cogía y… —hago un gesto haciendo como si la ahogara.
    Tranquila, será sólo unos días —me rodea los hombros.
    Eso espero.
    ¿Qué cuchicheáis? Saben que están prohibidas las relaciones personales entre agentes, ¿verdad?
    Llámame loca, pero los casos tienen más relación de lo que parece —hago caso omiso del comentario anterior.
    Son completamente distintos, Alice.
    Aparentemente —le rebato.
    ¿En qué estás pensando?
    Todos tienen relación con la droga. O son camellos, consumidores, o frecuentan clubs en los que se trafica. Pudieron ver algo que no debían, u oír. Estoy segura que se conocían entre ellos de una manera u otra.
    ¿Crees que ha sido la mafia? Porque desde Moore no se ha consolidado ninguna aquí, él sería el único capaz; y tampoco hemos recibido ninguna noticia.
    Lo estás haciendo ahora.
    Está en la cárcel, Alice.
    No es el único Moore —apunto su nombre en un espacio de la pizarra.
    No hay rastro de él desde...
    Lo sé. Por eso mismo es más posible. Escucha, conocí a todos sus camellos de Los Ángeles y no son ninguno de estos.
    Está eliminando a la competencia —reflexiona.
    No tendría que haberlo hecho, soy estúpida —entierro el rostro entre las manos.
    No lo eres ¿Qué hiciste?
    Firmé algo para que el hijo no tuviera cargos —bajo la voz y me dejo caer en una mesa—. Pero jamás pensé que fuera a hacer nada parecido.
    Y luego soy yo el idiota… Venga, Al, no me mires así, es el hijo de un mafioso, es normal que aprendiera el oficio del padre.
    Tenía dieciocho años, estaba enamorada —me excuso en vano— Y ahora toda esta gente…
Me abraza sin añadir más, no hace falta decir nada para darse cuenta de que me siento culpable por todo lo que hice. Apoyo un momento la cabeza en su pecho hasta que oigo unos pasos acercarse y me preparo para encarar de nuevo a Doyle, sin embargo, la voz que oigo no es la suya ni mucho menos, aunque no sé si lo mejora en esta situación.
    Las manos quietas, Murray —grita a lo lejos.
Le miro, incrédula de que esté aquí, conmigo. Viste de gala, pero esta vez completamente de azul marino, con la gorra blanca en el brazo y luciendo todas sus medallas y condecoraciones en el pecho. La reunión ha tenido que ser realmente seria para que tenga que ir vestido así, aunque si ha venido antes de tiempo...No sé qué pensar, sinceramente. Supongo que tengo miedo por él, pero también por mí.
    Lo siento, soldado. Ahora no podemos ayudarle —le indico con la cabeza que se vaya mientras Amy intenta ayudar.
    ¿Qué dices, Amy? No pienso irme sin saludar a mi perfecta novia —llega a mi altura y lo esquivo antes de besarme.
     Por mí no se corte, continúe. Estoy segura que le encantará todo esto a mis superiores.
    ¿Superiores? —nos mira a todos, que le evitamos.
    Asuntos Internos, soldado. Pero ya que está termine la faena ¿no cree? —Doyle continúa, sin duda recreándose.
    Capitán, para usted —se pone serio y se cuadra.
    Marine, haga el favor de entrar —me salva mi jefe.

David me dirige una última mirada y entra en su oficina. ¿Por qué hoy me sale todo mal? Doyle le sigue, pero Will la detiene diciendo algo sobre el caso. Intentando aparentar toda la normalidad que puedo, continúo con el trabajo, echando de vez en cuando un vistazo al despacho de mi jefe y sintiendo los ojos de la de asuntos internos más encima de mí que nunca. Otra vez estoy desconcentrada, no me puedo permitir esto, es inaceptable. Por ello, aprovecho que Amy ya ha terminado para que Murray la ponga al corriente de lo que hemos pensado antes y pregunto a George si ha encontrado algo de interés, y como me temía, la respuesta es negativa. Tengo ciertas ideas rondándome la mente, no obstante, no consigo encontrar nada que pueda confirmarlas, y quizá pueda ayudarme Amy, pues veo a través de la sala su cara cuando comienza a comprender cada parte que le explica su compañero y me doy cuenta de que nuestras hipótesis son a cada segundo más ciertas y concretas.

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