— ¡Mierda!
¿Qué hora es? —me levanto de un salto.
— ¿Qué?
—me responde con la boca pastosa por el sueño.
— ¡Joder,
las nueve y media! ¡Tendría que estar en el trabajo hace una hora! ¿Por qué no
me has despertado?
— Me
he dormido… —parce despejarse un poco.
— Me
voy —cojo las cosas corriendo y ni siquiera me quito su chaqueta—.Ya hablamos
—le grito desde la puerta.
Lanzo la chaqueta al asiento trasero antes de ponerme en
marcha a toda velocidad. Me la debió poner anoche, estando dormida, y la verdad
es que prefiero no pensar en cómo me he despertado, con él abrazado a mí y con
nuestras manos entrelazadas contra mi pecho. No, no puedo pensar en ello. No
debo. Es lo único que me faltaba ahora, comerme la cabeza con un estúpido
desliz sin importancia.
En apenas veinte minutos estoy en la oficina, saltándome
algún que otro semáforo y quizá el límite de velocidad. Me arreglo como puedo
el pelo en el ascensor e intento
recordar todo lo que hice anoche de trabajo en casa, porque, como es obvio, no
lo he traído. A la próxima lo meteré todo en el coche, lo prometo, incluida una
batería extra para el móvil, porque para colmo se me ha agotado. Supongo que
habrá cargadores en la oficina, a la que entro como una exhalación
disculpándome.
— Perdonad,
lo siento chicos. Os lo compensaré, lo juro. Creo que tengo una nueva… —todos
se quedan mirándome— teoría.
Finalizo al ver a una señora desconocida en medio de la
sala, clavando su mirada en mí. Pelo largo y castaño y vestida de traje, con
una camisa que conjunta con sus gafas. Bastante sobria, demasiado profesional
para ser buenas noticias. Dejo todo en mi mesa, incluidas la placa y la
pistola, y me dirijo a ella, intentando aparentar más seriedad de la que está
claro no tenía al entrar, y menos aún con vaqueros y camiseta arrugados del día
anterior y peinada en el ascensor. Debo tener un aspecto horrible.
— Perdone,
¿podemos ayudarla? —me acerco.
— Más
bien soy yo quien va a ayudar a este departamento —mira alrededor—, señorita…
— Agente
Sanders —corrijo; no me gusta su tono de superioridad.
— ¿Tú
eres Alice Sanders? —me mira con desprecio y me cruzo de brazos.
— ¿Algún
problema? —mi equipo se acerca poco a poco cuando ven mi reacción.
— Pero
si eres una niña. ¿Cuántos años tendrás, veinte?
— Necesito
que se identifique o por el contrario deberá salir de inmediato.
— Lindsay
Doyle, Asuntos Internos —enseña el identificativo rápidamente.
— Y…
¿viene a…? —entrecierro los ojos, sabía que eran malas noticias.
— Supongo
que sabrá que se deben hacer inspecciones sorpresa cada cierto tiempo. Vengo a
mejorar el funcionamiento de este departamento, como ya he dicho anteriormente.
— Lo
siento, pero ya va lo bastante bien. Mi equipo es de los más comprometidos y
satisfactorios en lo que a resolución de casos de refiere —intento sonar
convincente y decidida, ocultando mi enfado.
— Puede
que su equipo, mas usted… No creo que esté capacitada.
— ¿Por?
—doy un paso que me acerca a ella aún más.
— Señora,
la agente Sanders… —Will intenta defenderme, mas le paro con un movimiento de
la mano.
— Como
decía antes, creo que he averiguado algo —decido zanjar la discusión y me
dirijo a la pizarra.
Tenemos apuntado en una pizarra todos los datos de cada
caso, con fotografías y teorías incluidas. Normalmente se tiene una enorme
pantalla, pero yo soy más de la vieja escuela, y si digo la verdad, la
tecnología cada vez me gusta menos, se está convirtiendo en una herramienta más
de control. Espero que Doyle dé por perdida la discusión y me deje trabajar si
es que es verdad que quiere mejorar el rendimiento. No obstante, vuelve a la
carga, haciéndome apretar los puños.
— ¿Me
va a dejar plantada? —se indigna.
— El
caso es más importante que una estúpida inspección, lo siento.
— Jefa…
contrólese —me susurra Murray, llegando a mi lado.
— Espera,
no. No lo siento.
— ¿Cómo
te atreves? Podría hacer que estuvieses fuera en un día.
— Ya
está tardando. Si no paramos a este loco, más gente morirá y me da igual si por
ello tengo que perder mi puesto.
— Niña
insolente… Seguro que ni tienes la carrera, a saber por quién y qué estarás
aquí —murmura, pero no pasa desapercibida.
— La
he oído —echo un vistazo a la pizarra y me encaro a ella—. Por cierto, he
obtenido matrícula de honor en la licenciatura el año pasado; resulta que me
adelantaron un curso por mi capacidad y —la estudio un momento, tomando aire—…no
es mi problema que esté amargada porque su marido no le da lo suficiente. Como me
ve, yo soy perfectamente feliz con un estupendo novio y habiendo rechazado
bastantes ascensos.
— Estúpida...
—se acerca— Llegas tarde, vistes informal, no estás comunicable, te tomas la
oficina como una fiesta… Escribiré un informe tan negativo que te pondrá de
patitas en la calle.
— Y
no olvide que la he faltado al respeto. Quiero que esté completo.
— Jefa,
ya basta.
— ¿Por
qué? Si es muy divertido —me río. No es recomendable enfadarme, aunque a veces
actúe contra mí misma.
— ¿Cómo
puede estar de tan buen humor con tales desapariciones? —casi pierde los
nervios.
— Investigo
asesinatos, señora —ahora soy yo quien exhala desprecio.
— Alice,
no…
— ¿Qué
quieres, George? —me harto— Sé lo que hago, déjame.
— No,
jefa —saben que odio que me llamen así, aunque están obligados cuando hay
superiores delante—. Tiene razón — Amy habla pausadamente.
— ¿Qué?
—les miro a la defensiva.
— ¿No
sabe nada? —se interesa Doyle, disfrutando de la situación.
— Por
el momento queríamos mantenerla a raya. Todavía es joven para…
— ¿Para
qué, Will?
Reconozco que debería haberles presentado antes, pero con
las prisas no he podido.
Will es un hombre mayor, con hijos de mi edad e incluso
mayores. Es quien más me protege del grupo y casi siempre se queda en la
oficina arreglando papeleo. Amy tiene la edad de David y es con quien mejor me
llevo, pues somos bastante parecidas a excepción de que a ella le gustan bastante
las fiestas y a mí no. George sobrepasa los cuarenta y siempre nos bombardea
con fotos de sus hijos pequeños y de lo maravilloso que es ser padre. A lo que
el resto de jóvenes respondemos huyendo del tema. Murray ronda los treinta y
algo —no es algo que pregunte— y, aunque va de mujeriego, todos sabemos que
tiene su corazoncito, por mucho que quiera ocultarlo. Es atractivo, por
supuesto, pero no de mi tipo. Yo le veo como un niño que no quiere crecer y se
respalda en sus múltiples relaciones.
— Lo
sentimos, jefa. Yo insistía en decírselo, pero el resto…
— Cállate,
Murray. No vas a tener un trato especial —mi nueva enemiga interviene, tan
dulce como siempre.
— ¿Alguien
podría decirme qué está pasando?
— Enseñádselo.
— Aquí
la que da órdenes soy yo, Doyle —le dirijo una mirada cargada de odio—.
Hacedlo.
Se miran entre sí, sin estar convencidos de obrar
correctamente, y dan la vuelta a la pizarra, mostrando varias fotos de mujeres
con flechas enlazándolas. Cada fotografía tiene debajo las características de
su dueña, lo que hizo el día anterior y lo que llevaba puesto la última vez que
la vieron. Empiezo a leer cada anotación con cuidado, evitando mirar a las
fotografías. No me gusta ver a las víctimas antes del asesinato, lo hace más
personal, y definitivamente más duro y difícil de sobrellevar. Comienzas a
pensar en lo que pudo haber sido, en lo que jamás podrá hacer, y en que tú
tienes la responsabilidad de atrapar a quien lo hizo y de devolver el descanso
a sus seres queridos.
— ¿Desde
cuándo está pasando esto?
— El
primero fue hace dos meses.
— Y
no me habéis dicho nada. Bien, fantástico. Eso es confianza, sí señor.
— No
llevamos tanto con el caso, apenas un mes. No quisimos alarmarte hasta que
tuviéramos algo en concreto.
— ¿Por
qué? ¿Porque el patrón coincide conmigo? —les dedico una mirada acusadora—.
Creí que a estas alturas no pensabais así.
— Las
víctimas son rubias, Sanders. Usted es claramente castaña.
— Es
tinte—reflexiono mirando la pizarra, sin prestarla demasiada atención.
— Sigue
sin coincidir. Todas son mujeres bellas, espectaculares, diría yo, y usted…
—tomo una profunda bocanada de aire para no responder, de verdad que necesito
de todo mi autocontrol; el resto está esperando a mi reacción.
— Está
bien, a partir de ahora tenemos dos casos entre manos —digo con tono
autoritario.
— ¿Y
cuál vas a dejar de lado, niña? Ten en cuenta que si pasas las desapariciones
por alto la vida de esas tres chicas podrían estar en peligro y…
— Le
agradecería que no me enseñara cómo hacer mi trabajo y que, si va a continuar
aquí, que cierre la boca como el resto. Mi equipo, mis reglas. Si las
desobedece, yo misma la echaré a patadas ¿entendido?
— Soy
su superior —se tensa—. No puede hacer esto.
— Avisada
queda. Bien, nos ocuparemos de ambos —me dirijo al equipo.
— ¿Cómo
pretende hacerlo? —insiste en interrumpirme.
— No
me gusta decirlo, pero consideraremos a las chicas por muertas —me dirijo a mis
compañeros.
— Pero
jefa…
— Tengo
nombre —dirige una mirada a la intrusa—. No te preocupes, debemos aparentar
normalidad ¿no? —me da la razón con la cabeza.
— Bien,
Al… No creo que esté bien hacer eso. No tenemos sus cuerpos y no debemos
afirmar nada hasta…
— Lo
sé, Will. Es posible que estén en el río; es la mejor forma de deshacerse de
ellas —murmuro—. Amy, trae otra pizarra y pásalo. George, busca más
coincidencias entre ellas: lugares que frecuentaban y ese tipo de cosas. Will,
tú habla con las familias de las chicas.
— ¿Les
digo que…?
— Será
mejor que no, pero tampoco les des esperanzas. Murray, conmigo.
— ¿Y
cuando termine?
— Amy…
—murmuro para poder pensar— Vale, también conmigo.
— Si
es tan autoritaria acabarán cansándose —insiste Doyle.
— Déjame
en paz, amargada. Dos para cada caso, ¿entendido? Manos a la obra.
La actividad se hace más frenética de lo normal bajo la
atenta mirada de asuntos internos. Necesito gente joven para este caso, de
mente abierta y que se puedan mover con rapidez por todos los ambientes, y
ellos son los que mejor se atañen a eso. Intento estirarme la camiseta yendo de
camino a por un vaso de agua y aprovecho para revisar lo que ocurre en toda la
oficina; el jefe parece también bastante liado en su despacho y no creo que sea
el momento para quejarme de Doyle, y mucho menos intentando resolver dos casos
imposibles. Si se comparan el resto de unidades con la nuestra, se podría decir
que siguen dormidos, pues todo mi equipo está prácticamente corriendo para
acabar sus tareas cuanto antes y ponerse con otra nueva. Sí, definitivamente es
el mejor día para llegar tarde y dejarme las cosas en casa. Aunque al menos de
hoy he sacado algo ''bueno'' de hoy: al fin me han dicho lo del segundo caso.
Esas chicas tendrán algo más de atención, independientemente de cómo las haya
considerado yo.
Murray está limpiando la pizarra cuando vuelvo, eliminando
las flechas que llevaban a sitios obvios y reescribiendo los datos para que se
vean mejor.
— ¿Encuentras
algo en común?
— Que…
¿están muertos?
— Aparte
de eso, idiota —le doy un codazo amistoso.
— Cuidado,
Sanders. Se está sobrepasando.
— Te
juro que la cogía y… —hago un gesto haciendo como si la ahogara.
— Tranquila,
será sólo unos días —me rodea los hombros.
— Eso
espero.
— ¿Qué
cuchicheáis? Saben que están prohibidas las relaciones personales entre
agentes, ¿verdad?
— Llámame
loca, pero los casos tienen más relación de lo que parece —hago caso omiso del
comentario anterior.
— Son
completamente distintos, Alice.
— Aparentemente
—le rebato.
— ¿En
qué estás pensando?
— Todos
tienen relación con la droga. O son camellos, consumidores, o frecuentan clubs
en los que se trafica. Pudieron ver algo que no debían, u oír. Estoy segura que
se conocían entre ellos de una manera u otra.
— ¿Crees
que ha sido la mafia? Porque desde Moore no se ha consolidado ninguna aquí, él
sería el único capaz; y tampoco hemos recibido ninguna noticia.
— Lo
estás haciendo ahora.
— Está
en la cárcel, Alice.
— No
es el único Moore —apunto su nombre en un espacio de la pizarra.
— No
hay rastro de él desde...
— Lo
sé. Por eso mismo es más posible. Escucha, conocí a todos sus camellos de Los
Ángeles y no son ninguno de estos.
— Está
eliminando a la competencia —reflexiona.
— No
tendría que haberlo hecho, soy estúpida —entierro el rostro entre las manos.
— No
lo eres ¿Qué hiciste?
— Firmé
algo para que el hijo no tuviera cargos —bajo la voz y me dejo caer en una mesa—.
Pero jamás pensé que fuera a hacer nada parecido.
— Y
luego soy yo el idiota… Venga, Al, no me mires así, es el hijo de un mafioso,
es normal que aprendiera el oficio del padre.
— Tenía
dieciocho años, estaba enamorada —me excuso en vano— Y ahora toda esta gente…
Me abraza sin añadir más, no hace falta decir nada para
darse cuenta de que me siento culpable por todo lo que hice. Apoyo un momento
la cabeza en su pecho hasta que oigo unos pasos acercarse y me preparo para
encarar de nuevo a Doyle, sin embargo, la voz que oigo no es la suya ni mucho
menos, aunque no sé si lo mejora en esta situación.
— Las
manos quietas, Murray —grita a lo lejos.
Le miro, incrédula de que esté aquí, conmigo. Viste de gala,
pero esta vez completamente de azul marino, con la gorra blanca en el brazo y
luciendo todas sus medallas y condecoraciones en el pecho. La reunión ha tenido
que ser realmente seria para que tenga que ir vestido así, aunque si ha venido
antes de tiempo...No sé qué pensar, sinceramente. Supongo que tengo miedo por
él, pero también por mí.
— Lo
siento, soldado. Ahora no podemos ayudarle —le indico con la cabeza que se vaya
mientras Amy intenta ayudar.
— ¿Qué
dices, Amy? No pienso irme sin saludar a mi perfecta novia —llega a mi altura y
lo esquivo antes de besarme.
— Por mí no se corte, continúe. Estoy segura que
le encantará todo esto a mis superiores.
— ¿Superiores?
—nos mira a todos, que le evitamos.
— Asuntos
Internos, soldado. Pero ya que está termine la faena ¿no cree? —Doyle continúa,
sin duda recreándose.
— Capitán,
para usted —se pone serio y se cuadra.
— Marine,
haga el favor de entrar —me salva mi jefe.
David me dirige una última mirada y entra en su oficina.
¿Por qué hoy me sale todo mal? Doyle le sigue, pero Will la detiene diciendo
algo sobre el caso. Intentando aparentar toda la normalidad que puedo, continúo
con el trabajo, echando de vez en cuando un vistazo al despacho de mi jefe y
sintiendo los ojos de la de asuntos internos más encima de mí que nunca. Otra
vez estoy desconcentrada, no me puedo permitir esto, es inaceptable. Por ello,
aprovecho que Amy ya ha terminado para que Murray la ponga al corriente de lo
que hemos pensado antes y pregunto a George si ha encontrado algo de interés, y
como me temía, la respuesta es negativa. Tengo ciertas ideas rondándome la
mente, no obstante, no consigo encontrar nada que pueda confirmarlas, y quizá
pueda ayudarme Amy, pues veo a través de la sala su cara cuando comienza a
comprender cada parte que le explica su compañero y me doy cuenta de que
nuestras hipótesis son a cada segundo más ciertas y concretas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario