Capítulo 1
Deposito con cuidado las flores en su tumba
y la comienzo a limpiar escrupulosamente, como cada año desde que murió. Llevo
todo el día trabajando y el cansancio puede conmigo antes de terminar. Poco a
poco siento cómo se me van cerrando los párpados, no sirve de nada tocarme la
cara con las manos frías para despejarme, el sueño acaba venciendo una vez más.
Me despierto de un sobresalto y lo veo en cuclillas en
frente de mí, con su sonrisa permanente, los ojos verdes brillando como el día
que lo conocí y el pelo castaño claro repeinado hacia atrás. Lleva la chaqueta
azul marino, al igual que la corbata, y pantalón y camisa blancos: el uniforme
de la marina.
— ¿Qué
haces aquí?
— Nada,
me aburría y dije «eh, ¿por qué no me voy a echar una siesta al cementerio?
Parece divertido».
— Vale,
vale —se ríe de mi sarcasmo y me levanta cogiéndome de la cintura.
Me ayuda a limpiarme la tierra y me saluda con un beso, como
acostumbra a hacer desde que empezamos a salir hace casi dos años. Reconozco
que al principio fue algo en contra de mi voluntad, pero ahora que me he
acostumbrado no está tan mal. Le miro de arriba abajo, normalmente no lleva el
uniforme de gala, sino el de camuflaje azul. Supongo que habrá tenido algún
tipo de reunión, cosas de jefazos, supongo; menos mal que no confían en mí como
para darme responsabilidades así. Un equipo es suficiente.
— Qué
guapo.
— Me
encanta cuando me mientes así. Tú también estás preciosa, como siempre — incluso
hoy me arranca una sonrisa.
— ¿Un
mal día? —parece tan cansado como yo.
— Un
poco. ¿Tú qué tal lo llevas?
— Mejor
que antes.
— Tampoco
es muy difícil.
Me sonríe y se lleva la cicatriz con forma de siete a los
labios. Los siento cálidos antes de abrazarle. No sabe cuánto le agradezco que
esté aquí y que no haga preguntas sobre el pasado. Lo único que sabe es que
entré muy joven al FBI y que he rechazado bastantes ascensos durante estos seis
años. Ha hecho que acepte todas las marcas que tengo en el cuerpo —hombro
izquierdo; hígado; antebrazo y muñeca izquierdos por un intento fallido de
suicidio; y otras tantas que no quiero mencionar—, tarea difícil, sin duda.
Sin hablar más nos despedimos de Lily y volvemos a casa. Antes
la despedida solía incluir largos minutos mirando la piedra con su nombre,
reproches a mí misma, odio contra todo el que le causó cualquier tipo de daño
—incluida yo— e incluso alguna que otra lágrima, pero se ha ido reduciendo
hasta bastar con una simple mirada cariñosa y un 'te quiero' en forma de
murmullo. Igualmente, las visitas han pasado de ser diarias a casi mensuales,
ya que hay veces que me es imposible venir y no lo estoy llevando tan mal.
Aunque todavía me paso de vez en cuando a comentar cualquier cosa que creo que
le hubiera gustado, aunque sea una locura porque sé que no me puede escuchar,
pero es un alivio saber que no será olvidada, no se merecía eso.
David pide la cena, ya que estoy demasiado cansada como para
cocinar, mientras me ducho dejando el agua correr durante más tiempo del
necesario, he de reconocer que a pesar de intentar normalizarlo, el día a día
de un investigador de homicidios no es fácil ni mucho menos agradable. Preparo
más papeleo para mañana temprano, por suerte o desgracia no todo son cuerpos e
interrogatorios, necesito documentarme de vez en cuando, y como jefa de equipo,
redactar más informes de los que me gustaría: casi de cada paso que damos. Prefiero
enfrentarme a un almacén lleno de tipos con armas a redactar un informe más.
Nadie me avisó de esto.
Después de encargarme yo de recoger, él me abraza por la
espalda mientras sigo organizando las pruebas del caso que me acaban de
asignar. No me dejan sacarlas de la oficina, por eso anoto cada detalle que me
llama la atención y hago fotografías, pero lo hago de manera tan desordenada
que si no dedico un rato a ponerlo bien me es imposible concentrarme. Y con
David abrazándome, mucho menos.
— ¿Ahora
mejor?
— Deja
que termine esto, anda.
— No
—refunfuña. Si quisiera levantarme de la silla, lo haría como si fuese una
pluma, puede que a veces abuse de su fuerza, pero no está del todo mal.
— No
seas crío, David. Tengo que terminar —intento deshacerme de él.
— ¿Y
no piensas descansar? —me recrimina.
— Ya
lo he hecho.
— Comer
y el cementerio no cuenta —zanja la discusión cogiéndome; aunque tampoco me
importa del todo.
— Eso
no es justo —me deja en el sofá y se sienta a mi lado.
— Me
da igual. Eres mi novia y te quiero conmigo. Suficientes desgracias veo al día
para que cuando llegue sigas trabajando. Sé que te gusta, pero yo también.
Aunque sea militar, lleva una unidad especializada en
asuntos de marines: investigación de desapariciones, agresiones, asesinatos...
Supongo que por eso nos entendemos bien, vemos tantos horrores al día que es
difícil ser inmune y tener a alguien que comprenda eso ayuda a sobrellevarlo.
Aunque debo reconocer que, a estas alturas, hay pocas cosas que me produzcan
una reacción realmente...memorable. Sin embargo, no deja de ser una especie de
jefe de la zona, así que tiene reuniones a menudo con sus iguales o superiores
del Estado, que yo recuerde nunca ha habido nada tan serio como para que se
reúnan los del país. A fin de cuentas, no deja de ser un soldado.
— Cinco
minutos —acepto.
— Veinte
—intenta negociar.
— Cinco
—insisto.
— Diez.
— Hecho
—le sonrío y le beso suavemente.
— Estabas
deseando hacerlo —me agarra con fuerza.
— Creído.
Olvido los papeles —puedo terminar mañana en la oficina— y
dejo que todas las preocupaciones posibles vuelen lejos de mí, lo que no es
demasiado difícil con él intentando quitarme la ropa y tumbándome en el sofá
bajo él. Siento sus músculos tensos a mi alrededor y su apetito comienza a
crecer rápidamente, no obstante, hoy no hemos hablado de casi nada y cuando
acabemos estaremos tan agotados que no querremos hacer nada sino dormir. Y no
quiero que sea así.
— ¿Qué
has hecho hoy? —intento apartarle.
— Prefiero
mantener el trabajo fuera. No quiero estropear esto —responde aceleradamente,
besándome el pecho.
— No
has estado en la base, ¿verdad? Por eso llevabas el uniforme.
— Han
convocado una reunión con los responsables de la zona —se da por vencido y se
sienta, aún con la mano en mi muslo.
— ¿Y
de qué habéis hablado?
— Pasado
mañana me voy a Washington —dice serio.
— ¿Cómo?
—me giro para mirarle a los ojos.
— Los
altos cargos de cada estado vamos a otra estúpida reunión y...
— ¿Alto
cargo? David, eres capitán, no... —deben de estar muy desesperados para depender
de gente con su nivel de mando.
— Estoy
el primero en la lista —me separo, confusa.
— ¿Qué
lista? ¿De qué hablas?
— Olvídalo;
sabía que no tenía que decirte nada.
— ¿Te
hubieras ido sin más?
— Es
una semana, tampoco es para tanto.
— Me
da igual. Respóndeme.
— Tiene
los nombres de los que estamos en activo.
— Pero
hay cientos de marines delante de ti, no lo entiendo.
— No
que estén en condiciones para el frente: traumas, adicciones, delitos, edad...
— No
estamos en guerra; al menos no vosotros. Oriente Medio no os incumbe, sois
marines.
— Si
necesitan refuerzos, sí. De todas formas no creo que sea sobre eso —añade justo
después de ver mi cara asustada.
Otra vez no, por favor. Cuando consigo estabilidad siempre
pasa algo. Y si hay algo que me dé pesadillas, son las ideas de una verdadera
guerra, inocentes muriendo por todas partes, buenas personas dando sus vidas
por estupideces, rencores entre las personas a pie de calle y aún más
crímenes... No puede ser verdad, me niego.
— No
quiero que te vayas —me acurruco a su lado, de alguna manera ese miedo junto a
él me hace necesitar protección.
— ¿Quién
te ha dicho nada? No pienso moverme de tu lado, ¿me oyes? Te quiero.
— Yo
también —le beso y se queda mirándome—. ¿Pasa algo?
— No,
tan sólo…
— ¿Qué?
— Nada,
déjalo —me sonríe—. Vamos a la cama —le miro de reojo—. A dormir, mente sucia.
A no ser que…
Buenas noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario