Translate

sábado, 1 de octubre de 2016

Capítulo 38

Mi hermano aparca enfrente de su casa y llama a un taxi para que me recoja. Lo hubiera hecho yo antes, pero insistió en que tenía que pasar por aquí por si no volvíamos a vernos. Me hace prometer que le esperaré cuando entra en casa y me quedo apoyada en el capó, intentando dejar la mente en blanco. Descubro que es más fácil de lo que pensaba, simplemente fijo la mirada en una hoja y me dejo llevar, es tan sencillo como verla revolotear y seguirla por la calle cuando sube y baja. Sin mayor complicación. Justo lo que necesito.
¾    ¿Ocupada? —Bertie al fin sale de la casa con una sonrisa—. Si quieres vuelvo luego.
¾    No estoy de humor, así que al grano, por favor —respondo con voz cansada.
¾    Pues lo siento, porque necesito hablar de algo antes de nada. ¿Qué pasa con el tipo de antes?
¾    No puedo hablarte de ello, es peligroso. Mi trabajo es peligroso.
¾    Y, a pesar de ello, sigues. Te gusta el peligro, siempre ha sido así; por eso le quieres. Venga Al, no me mires así, sabes que tengo razón, no es solo ''trabajo''. No te molestas en discutir con alguien que te da igual, simplemente te vas —pensaba que no nos había visto.
¾    Me gusta resolver casos, no esto. Y de todas formas no puede ser —me cruzo de brazos, cabizbaja.
¾    Eso no es lo que me dicen tus ojos —me acaricia la cara—. Escucha, como abogado, o incluso hermano mayor, te diría que corrieras lo más lejos y rápidamente posible, pero me guste o no, lo que he visto no era fingido. Y un hombre que toca así a alguien jamás le haría daño.
¾    Sería más fácil así —murmuro.
¾    Necesitáis algo de tiempo libre —me pone una llave en la mano—. Los dos.
Reconozco la llave al instante. Es antigua y pesada, de una cerradura que hace demasiados años que funciona en una casa en mitad de un bosque, al lado del lago Geenwood. Solíamos ir cuando éramos pequeños a pasar las vacaciones, pero lo dejamos cuando mi hermano cumplió los quince, pues a ninguno nos interesaba estar en mitad de la nada —el pueblo más cercano se encuentra a media hora en coche, junto con el resto de casas. Nunca me interesé en demasía por ella, por lo que le ocurriría cuando cada uno fuera por su cuenta, pero parece que mi hermano sí. Supongo que uno se preocupa más por los recuerdos familiares cuando tienes la tuya propia e intentas repetir los mejores y evitar los no tanto. No lo conseguirá conmigo a su lado.
¾    Ya que no vas a pasar las navidades con nosotros... —suspira— Al menos estarás en casa.
¾    No puedo. No soy quien él cree, nada de esto existe —miro alrededor.
¾    Invéntate cualquier cosa, puedes hacerlo.
El taxi ha llegado hace un par de minutos y me abre la puerta sin aceptar que le devuelva la llave. Nada tiene sentido, no me puedo arriesgar a que haya fotografías de cuando era pequeña o ese tipo de cosas, pero si tengo cuidado podría quitarlas antes de que las viera. Es un plan estúpido, pero tan atrayente al mismo tiempo...
Nos despedimos con un fuerte abrazo que, si fuera por nosotros, no se acabaría nunca. Ahora sabe todo lo que siempre evité por miedo, para protegerlos a ellos y a mí de su rechazo y a pesar de eso, me sigue queriendo, aún resulta un gran apoyo, quizá el único seguro del que dispongo ahora.
Indico al conductor el hotel una vez cerrada la puerta para que mi hermano no lo oiga —toda precaución es poca—, se pone en marcha con las indicaciones de ir lo más rápido posible, sin importar el dinero. Me espera un buen rato de viaje, así que saco el teléfono del bolsillo para comprobar cuán roto está; parece que es sólo el cristal, por suerte, pues se enciende con normalidad, lo único distinto es que va más lento que antes, aunque tampoco es que me importe realmente. Tengo una llamada perdida de Alex; sólo una. Normalmente la pantalla estaría llena de avisos de mensajes y llamadas, no obstante, se ha dado por vencido esta vez. No sé si es para bien o para mal, sin embargo, si lo que quiere es alejarse de mí, es posible que lo consiga, pero si Langley me obliga a continuar será muy difícil. Pase lo que pase, su destino está sellado: irá a la cárcel. En cuanto antes me mentalice de ello, menos difícil me resultará llegado el momento. Reconozco que me he alejado del caso, podría seguir por mi cuenta, tampoco es que haya mucha diferencia con lo de ahora, prácticamente nos han abandonado en Florida esperando que no nos maten. Incluso podría dejarlo, irme lejos y empezar desde cero en otro país: Canadá, México o Europa incluso serían buenas opciones. Y quedarme con él a pesar de todo también, esperando que le detengan, vivir de su mano hasta entonces...tengo miedo de que sea demasiado tentador.
En el hotel, me resisto a preguntar si han entregado alguna llave mi habitación, él no dejaría tantas pistas si se fuera. El ascensor parece tardar horas, parando cada pocas plantas y yendo más lento que nunca. Reviso teléfono antes de abrir la puerta, con la esperanza de que haya algún mensaje que no haya oído, pero sigue igual. Miro a todos lados al entrar y una maleta sobre la cama llama mi atención: mi maleta. Alex no está, pero tampoco se va a ir, me está echando. Es mi culpa por decir aquello justo después de que él me hiciera la promesa de estar juntos, de insinuar que quería algo más que lo que tenemos ahora, por muy cómodo que sea —para él, al menos, y para mí no es tan fatal como lo que él pretende—; seguro que ha investigado sobre mi pasado, harto de mis evasivas, o ha preguntado a Hood y me ha descubierto. Si es eso, debo dar las gracias a seguir con vida, sin embargo, no creo que dure demasiado. Me dispongo a salir corriendo de allí, a intentar contactar con la policía o incluso la Agencia, pero un sonido aislado capta mi atención: el aire abre la puerta del baño y el sonido del agua junto con el vapor trae consigo una mota de esperanza y hace que gire la cabeza. Antes de que pueda pensarlo, echo a andar para encontrarle de espaldas en la ducha, apoyado en la pared dejando el agua correr por su cuerpo. Se da la vuelta cuando siente mi presencia; no consigo descifrar su mirada, tan sólo veo la misma incertidumbre que hay en la mía al principio, pues no soporto verle así de vulnerable por mi culpa, por no saber manejar la presión y pagarlo con él. Sin importarme nada más, elimino la distancia que nos separa de un paso y le beso. Me da lo mismo el agua, quien esté en nuestra contra, policía o mafiosos. Ahora sólo estamos los dos, aferrándonos al otro porque es lo único que tenemos seguro. Intento hundirme en el momento, dejar todo a un lado y abrazarle con todo lo que tengo, pero para ello necesito sacar lo negativo, lo que me retiene y tira de mí intentando hacerme caer; y sólo hay una manera de que eso suceda: sin quererlo, rompo a llorar en sus brazos, entre caricias y con el agua caliente ocultando mis lágrimas. Es el único sitio donde me permitiré llorar por más de unos segundos, la ducha lo hace menos importante, como si no estuviera mal sentirme tan débil. Trato de mantenerme fuerte ante todo, de sonreír a los problemas, de no dejar que algo estúpido me afecte, pero a veces es muy difícil.
Ahora, por poco que me guste, él es mi fortaleza, y espero cambiarlo, pero no hay nada malo en derrumbarse de vez en cuando, todos necesitamos sacar los sentimientos fuera, las frustraciones y preocupaciones. Se separa serio para mirarme a los ojos enrojecidos y limpiarme las mejillas con cuidado.
¾    Maldito maquillaje —le resto importancia e intento sonreír.
¾    Te estás empapando.
¾    Cada uno hace la colada como quiere —consigo que se ría—. Siento lo de antes.
¾    Lo importante es que estás aquí.
¾    Ambos.
Volvemos a besarnos, aunque esta vez con más ansia. Me ayuda a quitarme la ropa, tarea difícil con el agua cayendo sobre nosotros. Poco a poco sus movimientos se suavizan, una vez que hemos calmado el hambre del otro, pero nunca parece tener suficiente; sus manos inspeccionan mi cuerpo, su boca saborea cada centímetro de mi piel y debo hacer un máximo esfuerzo para no responderle o no saldremos nunca de aquí, por muy tentador que resulte. Sin embargo, me sujeta por las caderas cuando intento salir y suelta un quejido igual que un crío. No puedo evitar que me haga sonreír, después de tanta responsabilidad, esto es todo lo que necesito, descansar de lo importante, de la seriedad y pasar todo el día haciendo nada, tumbada con él y 'disfrutando de la vida'; quizá tenga razón mi hermano, quizá sea una buena idea a pesar de todo.
¾    Estoy hambrienta.
¾    Yo también —me muerde el hombro.
¾    No soy comestible —protesto con una leve carcajada.
¾    Lo puedo intentar.
Le beso ligeramente antes de salir con las yemas de los dedos como pasas. Meto la ropa en el lavabo mientras él se seca —y me abraza con la excusa de pasarme la toalla. Me cuesta bastante convencerle de salir a la calle, aunque no lo diga tiene miedo de que nos reconozcan y nos entreguen, sin embargo, en Nueva York hay tanta gente, especialmente en esta época, que aunque estuvieras horas buscando a alguien, no lo distinguirías aunque pasara en frente de ti. Cuando salimos ya es completamente de noche, pero eso no significa que haya menos gente, al contrario, hay incluso más que antes; el colegio se ha acabado, igual que la jornada laboral, y las tiendas amplían su horario para hacer caja. Y ahí es donde nos dirigimos. He conseguido, no sin esfuerzo, que se quite su inseparable traje y lo cambie por unos vaqueros y camiseta, y cuando le veo me doy cuenta de lo maravilloso que sería verle así a menudo: feliz, tranquilo, desenfadado...en vez de la constante tensión. Él hace una mueca al verse en el espejo.
¾    Parece que he vuelto a los quince años.
¾    Quizá no esté tan mal.
La camiseta se le levanta en el pecho y el cuello en uve deja entrever los desarrollados pectorales, que normalmente se encuentran disimulados bajo las corbatas y camisas. No obstante, las mangas son lo suficientemente anchas para darle cierta comodidad a pesar de los abultados bíceps; igual que la espalda, de la cual cae la camiseta como un manto lleno de aire debido a la anchura de sus hombros. Por otro lado, los vaqueros le hacen incluso más fina la cintura y le estilizan de una manera que un traje jamás podría.
Consigue que me muerda el labio al fijarme bien, no importa las veces que le haya visto, siempre consigue una reacción en mi cuerpo difícil de frenar e imposible en mi corazón. Me aparto de la pared en la que estaba apoyada y me acerco poco a poco.
¾    ¿De verdad te gusta?
¾    Bueno, te prefiero sin nada —le empujo dentro del probador y cierro la puerta tras de mí; él sonríe y acepta el beso que le doy.
¾    Eso se puede arreglar.
¾    Luego, tal vez. Aquí no cabemos —intento separarme, pero me aprieta contra él.
¾    Entonces tendremos que juntarnos más —me dejo besar la clavícula, incluso quitar la camiseta.
No sé lo que pasará mañana, es posible que me retiren del caso o que sólo sea una simple charla, no obstante, la Agencia no suele hacer nada parecido, así que tengo que mentalizarme por si ocurre lo peor; voy a disfrutar al máximo del poco tiempo que tengo, ya me preocuparé más adelante del caso, pues hasta que me recojan para llevarme a Langley sólo somos dos jóvenes enamorados saboreando la vida en los labios del otro.
¾    ¿Es que nunca te cansas? —consigue que se me escape una ligera risa.
¾    No de ti —no sé cómo se las apaña para cambiar posiciones—. Creo que tengo un déjà vu —murmura.
Me sonríe cuando le corrijo la pronunciación. Tiene razón, a mí me da la misma sensación de recuerdo cuando nos conocimos (o él me conoció, yo ya le había estado vigilando antes), con la diferencia que yo no estaba tan dispuesta como ahora.
¾    Al menos esta vez no te intento abofetear.
¾    Aprecio el cambio —sonríe.
Me acaricia con suavidad y me besa la frente de modo protector. Aprecio los momentos de calma como un pequeño oasis entre tanta locura y pasión, hace que lo valore aún más. Me apoyo en su pecho y escucho su corazón, deteniéndose el tiempo a nuestro alrededor. Lo único de lo que soy consciente es de nuestros cuerpos fundidos en uno, rodeando al otro como si fuera parte de nuestra propia naturaleza, y de algún modo, así es. Entonces me decido, no puedo estar más tiempo huyendo, necesito un descanso.
¾    ¿Tienes planes para Navidad? —rompo el íntimo silencio.
¾    ¿Quieres que nos quedemos aquí? —ambos hablamos en voz baja.
¾    No —niego de inmediato—. Quiero que estemos solos más tiempo, siempre que hay terceros hay problemas. Conozco un sitio al que podemos ir, pero necesito dos cosas —no dice nada para escucharme—: que me prometas que vamos a estar realmente solos, nada de teléfono o trabajo.
¾    Al, sabes que no puedo dejarlo tan fácilmente —suspira.
¾    Lo otro que necesito es que confíes en mí. Te pido que me creas cuando te digo que desaparecer por un tiempo es lo mejor, sólo por si acaso.
¾    Si abandono mis negocios ahora se irá todo a pique, no puedo simplemente irme.
¾    Yo voy a ir, Alex —me separo, seria—, y es la única opción que tienes si mañana... —me callo sin terminar, aún no he pensado qué decirle.
¾    Mañana ¿qué, Alice? ¿Qué vas a hacer?
¾    Te he dicho que yo me encargaría de arreglar todo esto —me pongo la camiseta.
¾    No merece la pena si te pones en peligro. No lo merezco.
¾    Por supuesto que sí; y lo hago por mí —murmuro—, porque no podría soportar que nada te pasara.
¾    Estaré bien —intenta acariciarme, pero me aparto.
¾    Ya. Me voy esta madrugada y no sé cuándo volveré, pero cuando lo haga espero que te vengas conmigo.
¾    ¿Es un ultimátum? —se sorprende.
¾    No lo sé.

Hace más frío que cuando entramos. Es curioso cómo el tiempo puede cambiar tan rápidamente, impasible ante los que pueda hacer daño. Resisto mirar atrás cuando oigo que grita mi nombre, sólo continúo caminando para entrar en calor; por suerte no me sigue. Camino sin rumbo, con las manos en los bolsillos del abrigo y la cabeza gacha, dejándome distraer por los ruidos de la ciudad, los cuales encuentro incluso relajantes, por loco que suene. Me hace pensar que soy parte de algo más grande, que dentro de tanta diversidad hay un objetivo común: mantener la ciudad viva. Lo que lo hace incluso más interesante es que no saben la importancia que tienen en ese objetivo; incluso yo, estando de paso, soy un eslabón indispensable de la cadena. No obstante, tiendo a salir del centro, prefiero pasear entre barrios. Me ayuda a hacerme idea de los distintos tipos de personas que pueden convivir, me da algo de esperanza saber por qué hago mi trabajo, por qué arriesgo mi vida para mejorar las suyas. No estoy segura de que merezca la pena, pero supongo que alguien tiene que hacerlo, y aunque yo no creo que sirva para ello de un modo heroico como muchos piensan que la policía es, al menos no me achanto ante una pelea o incluso una pistola; hoy en día el trabajo de policía es el que menos vocación por ayudar a los demás tiene y el que más comodidad y temeridad enlaza entre compañeros.
No sé qué hora es, pero es bastante tarde, las calles se han vaciado hace rato y lo único que queda abierto es un bar de mala muerte con el letrero de neón parpadeante —bueno, las letras que funcionan— y un callejón asqueroso que debe dar a la puerta trasera. Apuesto a que ni el peor de los camellos estaría dispuesto a citarse con su mejor cliente allí. Por eso me pongo alerta al oír ruido a medida que me voy acercando; aunque no llevo pistola ni nada con lo que defenderme, tampoco creo que una pelea de borrachos me suponga mucho esfuerzo. Me recojo el pelo, así será más fácil separarlos sin que me alcancen. Sin embargo, al asomarme, es más que eso: es un ajuste de cuentas. Hay un chaval de rodillas en el suelo y otro hombre en frente, sosteniendo una pistola con su temblorosa mano. Joder, soy un maldito imán de problemas, pero tampoco puedo quedarme de brazos cruzados. Le llamo la atención con un gesto y comienzo a acercarme a paso seguro a pesar de estar apuntándome directamente. No va a disparar, seguramente sea un camello enfadado, por la forma que actúa tiene miedo de las consecuencias de no pagar a sus jefes. El chico se gira para mirarme cuando llego justo detrás de él, pero rápidamente se centra de nuevo en el hombre.
¾    ¿No crees que llamará mucho la atención un disparo en mitad de la noche?
¾    ¡He dicho que te vayas!
¾    ¿Por qué no bajas la pistola antes de que te metas en un verdadero lío? —alzo las manos.
Sin embargo, nunca he sido buena con la negociación, prefiero actuar y luego preguntar. Mejor pedir perdón que pedir permiso, ese podría ser mi lema sin problemas. Calculo la fuerza que tengo que usar y espero que funcione la locura que estoy pensando. Me quito el abrigo lentamente para tener mejor facilidad de movimiento y miro con intensidad al agresor, retándole a disparar. No es la mejor idea, pero basta para distraerle. Normalmente, en un entrenamiento —es la única vez que he hecho esto—, tomaría aire, cerraría los ojos para visualizar mejor lo que querría hacer y entonces actuaría. No obstante, ahora no puedo seguir mi ritual, debo hacerlo confiando en que la locura y yo misma seremos suficientes para conseguirlo.
Tomo impulso, apoyo las manos en los hombros del rehén y hago uso de su espalda para dar un gran salto y caer sobre el hombre armado, con el hombro por delante para hacerme el menor daño posible. La pistola se desliza por el suelo, lo que aprovecho para incorporarme y dar un puñetazo medido en un lugar estratégico de su mandíbula, dejándole inconsciente. Al fin puedo respirar, había estado conteniendo el aliento sin darme cuenta. Recojo la pistola para desmontarla y la tiro a una basura antes de fijarme en el chaval sentado en el suelo, sin quitarme la vista de encima. Con esta luz parece latino, con rostro aniñado, aunque no sé si es por la forma que me mira o si es verdad.
¾    ¿Quién eres? —me pregunta, aún sorprendido.
¾    Du'Fromagge —digo tras dudar unos segundos, será mejor que me asocien con ese nombre; le tiendo la mano para ayudarle a levantarse—. ¿Estás bien?
¾    Sí —se sacude la ropa—. ¿Cómo has dicho que te llamabas?
¾    Te invito a un trago —respondo a la pregunta a mi manera mirándole de arriba abajo; no tendrá más de dieciocho años, y beber es el menor delito que puede cometer en este barrio, estoy segura de que tiene más aguante que muchos adultos.
¾    No sé de qué me suenas —insiste—. Tu nombre también, pero no me pega con tu cara.
¾    ¿Quieres beber o no?
Recojo el abrigo y me voy de allí sin responder ni dejar que continúe, y tal y como pensaba me sigue en silencio. En el bar atraemos alguna vaga mirada, pero nada de lo que deba preocuparme. Nos sentamos en la barra, pido dos chupitos de vodka, el más fuerte que tenga, y los sirve sin objetar nada al ver el billete en mi mano; no tiene reparos en servir alcohol a un menor, y ahora lo agradezco como si fuera yo la ilegal.
Se quita la chaqueta y remanga la sudadera hasta el codo. No puedo evitar fijarme en el dibujo del interior del antebrazo; tomo la bebida de un trago, esperando que haya sido mi imaginación, sin embargo, el lobo en forma tribal, aullando a la luna, continúa en el mismo sitio. ¿Cuántas posibilidades hay que me encuentre con un miembro de The Wolves, y a demás le salve la vida? Son tan pocas que ni siquiera mi mente paranoica llegó a tenerlas en cuenta ni de lejos. El barman rellena el vaso al indicárselo y el chico se lo bebe para igualar condiciones; estúpida competitividad adolescente. Estoy segura de que bebería hasta entrar en coma sólo por ganarme; espero que no se le ocurra, no acabaría bien. Aunque en su situación, reconozco que quizá un susto como ese le haga abrir los ojos y salir de esa vida, pero sé que no es tan fácil. Estoy pensando en una utopía.
¾    Me llamo Juan —me ofrece la mano, pero no se la estrecho.
Estoy ocupada observando el líquido transparente del vaso. Se supone que no debo beber por el bien de mi hígado, ya está lo suficientemente destrozado como para colaborar, sin embargo, no creo que dure tanto como para desarrollar un cáncer y que éste me mate. Antes de dejar que eso ocurra prefiero pegarme yo un tiro.
Y si tuviera que estar preocupándome por cada órgano dañado, no viviría nunca. A demás, llevo un estilo de vida relativamente sano, no hay razón por la que deba atacarme; y no tengo antecedentes familiares así que las probabilidades son muy bajas.
¾    Estás muy lejos de Harlem —señalo con la vista el tatuaje.
¾    ¿Sabes lo que es?
¾    Antes —«ahora no sé en lo que os habéis convertido».
¾    Lo sabía —una mirada de triunfo hace brillar sus ojos—. Eras de los nuestros. He visto el tatuaje cuando le has pegado al camello. 
¾    ¿Conoces a Beth? Sé que está con vosotros —aprovecho mi oportunidad.
¾    Estaba. ¿Por qué lo dices?
¾    Porque me debes una, te he salvado la vida. Y pienso cobrármela.
Es un movimiento arriesgado, no sé si se sigue teniendo eso en cuenta, han pasado muchas cosas desde que me fui y puede que hayan cambiado tanto como parece; o puede que en eso sigan igual. De todas formas, ahora que sabe más o menos quién soy, tampoco tengo nada que perder, y menos con un crío demasiado fácil de impresionar.
¾    ¿Qué quieres a cambio? —se tensa— Podemos encargarnos de ella, pero no...
¾    Cállate, niñato —pierdo los nervios un instante y le agarro por el cuello, cortándole la respiración—. Vas a protegerla, tú y tus amigos, y como tenga el mínimo rasguño, te aseguro que os arrepentiréis.

Cuando aparezco de nuevo en el hotel me quedan apenas unas horas para tener que marcharme, así que me quedo en recepción para redactar una especie de diario, con todo el detalle que consigo recordar, y me encargo de que se lo envíen por correo urgente a mi compañera, de modo que lo más posible es que por la tarde lo reciba. No voy a arriesgarme a que de verdad me vayan a suspender y a que la relacionen conmigo; a demás, es muy tarde y no quiero despertarla tampoco, sé que ha tenido que trabajar duro, más conmigo fuera. Pase lo que pase, quiero mantenerla informada por mis propias palabras, que no se crea las cosas si se las cuentan terceros.
Lo bueno de un hotel de lujo es que puedes pedir lo que sea y te lo conseguirán, de modo que aprovecho para encargar que haya un coche mañana esperándome desde mediodía, listo para marcharme en cuanto llegue de Langley. También pido que no digan nada a mi ''acompañante'' y que por la mañana me preparen la maleta —si lo hago ahora despertaré a Alex—, lo que viene bastante bien para la imagen de excentricidad que quiero dar como Du'Fromagge. No obstante, subo para cambiarme de ropa y despedirme con un ligero beso. No puedo evitar taparle con la sábana y acariciarle la cabeza; sé que no está bien, pero algo en mí me impulsa a protegerle. Va a resultar un gran problema de cara al futuro.
Apenas tengo que esperar a que un coche bastante ordinario aparque en la puerta del hotel cuando bajo. Abro la puerta y, tras intercambiar un par de frases estúpidas de seguridad, me monto y se pone en marcha, rumbo al aeropuerto sin decir nada. No sé si el silencio es mejor, porque me aporta tranquilidad, o peor, pues me da la sensación de que es más grave de lo que temía. Igualmente, no es el mismo tipo de ayer, así que a lo mejor no sabe ni quién soy, cosa que agradecería; aunque tampoco llego a verle con detalle, podría responder perfectamente al prototipo de ''federal amargado'', quizá lo fue antes de entrar en la Agencia y le reclutaron por su cara de pocos amigos. ¿Quién sabe? Es entretenido imaginar de dónde viene y lo que hace, y a pesar de que suelo ser buena leyendo a las personas, reconozco que a veces —especialmente cuando la información no me servirá de nada— me dejo llevar por la imaginación y creo vidas al completo. No viene mal para cuando quieres evadirte, siempre y cuando seas capaz de diferenciar a tiempo entre ficción y realidad. Eso me hace fijarme de nuevo en la carretera; acabamos de pasar el aeropuerto y no ha hecho siquiera intención de ir, sin embargo, se mete en una salida sin señalizar hacia dónde va, razón por la que somos los únicos y me alarmo, obviamente, pero él no varía su expresión.
¾    ¿Dónde vamos? —cuando no me responde, pienso en seguida en una salida: las  puertas están cerradas y él parece más fuerte que yo, así que no puedo quitarle el control del volante sin salirnos de la carretera; incluso abro la guantera en busca de algo que usar a mi favor.
¾    Estate quieta —cierra la guantera bruscamente.
¾    Pues dime adónde vamos.
¾    No vas a encontrar nada; no soy tan estúpido para dejar un arma a tu alcance —quizá rompiendo la tapa de la guantera de una patada pueda usarla para golpearle—. Para de moverte de una vez. Hay un avión en las pistas privadas.
¾    La Agencia no repara en gastos ¿eh?
¾    No querrán problemas —supone mirándome de reojo.
Su mirada severa es suficiente para impedir que siga protestando; es como si mi padre me regañara con cinco años, cuando replicaba demasiado a los adultos o hacía demasiadas preguntas. Pero no, no soy una niña y nadie tiene que decirme cuándo he de callar. Aunque reconozco que es el momento adecuado, por mucho más que quiera saber; de todas formas, lo averiguaré en apenas unos minutos.
En efecto, hay un avión pequeño esperando en la pista de aterrizaje a la que hemos accedido sin ningún tipo de control. Un hurra por la seguridad. No obstante, un hombre me cachea y busca micros antes de subir e incluso me quita el teléfono móvil; lo que es una exageración, no dejo de ser un agente, por mucho tiempo que haya estado con Moore o que haya obrado en contra de la policía, pero era —y es— todo por la investigación. Creo. El hombre que me ha traído se sube de nuevo al coche en cuanto la puerta del avión se cierra, dejándome con el que me ha cacheado antes. Me siento como un juguete nuevo en una guardería, pasando de mano en mano sin importar lo que le pueda ocurrir. Ninguno de los dos tenemos ganas de charlar, y sinceramente me da igual lo que piense de mí, así que reclino el asiento para intentar dormir algo, dos horas son suficientes para despejarme y aguantar un rato, aunque no demasiado. Caigo rendida al poco de acomodarme.
Despierto por el descenso de altura en el aterrizaje y el hombre me mira fijamente, no sé de seguro por qué, pero el caso es que me incomoda. Es como un crío curioso y hostil a la vez, no sé si me va a golpear o abrazar. Todo pasa lento y rápido a la vez, bajamos del avión enseguida y me llevan a Langley en otro coche, siempre en silencio, mientras noto en el estómago cómo aumentan los nervios. Antes de dejarme pasar más allá del aparcamiento, me retienen en una habitación donde, con una foto, hacen una identificación de visitante — ¿visitante? ¿En serio? — que debo llevar a la vista en todo momento. Después de esperar en una interminable fila para cruzar el detector de metales, me guían por pasillos laberínticos hasta dar con una sala diáfana, con mesas dispersas y trabajadores ajenos al mundo en ellas, con cascos, micrófonos, teléfonos... Al fondo hay unas escaleras a una plataforma que da acceso a un despacho, sin duda con vista privilegiada del resto de la sala. Supongo que será del que está al cargo, y lo confirmo cuando prácticamente me empujan hasta allí, con dos agentes flanqueándome. Como si tuviera algún sitio donde huir, o interés siquiera —por ahora—. Por suerte, todos siguen a su trabajo y ni siquiera notan mi presencia hasta que me paro en la puerta del despacho; apenas un par me dirigen una vaga mirada antes de entrar.
Es justo como me esperaba, con las paredes sobrias a pesar de las ventanas por las que vigilar, el escritorio a un lado, de madera sólida, y una butaca que parece de un alto ejecutivo, grande y cómoda para pasar horas en ella. Y quién sabe, quizá incluso para ayudar con el ambiente intimidatorio; al menos consigue un grado de respeto sólo con su presencia: una mujer, a la que saco fácilmente media cabeza y rondando los cuarenta, con cuerpo atlético y facciones suaves, aunque su expresión revela que su carácter no es así en absoluto.
¾    Llegas tarde —se acerca a nosotros y no sé a quién se dirige exactamente.
¾    El piloto no parecía entender lo que es ''urgente''.
¾    No quiero excusas. Espera fuera, Booth —él obedece y ella espera a ofrecerme la mano—. Meghan O'Connor, directora de operaciones encubiertas.
¾    Alice Sanders —le estrecho la mano.
¾    Lo sé, aunque te conozco como ''agente'' —me mira de arriba abajo— ¿Por qué no lo dices?
¾    Se supone que es secreto, si no me acostumbro a decirlo, no tendré problemas.
¾    Ya lo eras en el FBI, ¿no? —se sienta en su butaca y me invita a que lo haga en frente antes de revisar unos archivos que tiene en la mesa— Sería comprensible que se te escapara.
¾    Por supuesto —alza la mirada para centrarse en mis ojos, esperando a que continúe.
No pienso hacerlo, es muy probable que si hablo, lo haga de más y me meta en algún otro lío. Está claro que entendemos la policía, o cualquier cosa parecida, de maneras distintas. Diría que ella es de las que anteponen el deber y la seriedad ante todo, con la Agencia por delante; mientras que a mí todo eso me parece una tontería, desde siempre, si quería hablar con algún sospechoso, testigo o incluso familiar me presentaba como «Alice», me parece menos frío. Aunque he de reconocer que tampoco tardaba demasiado en responder con cierta...violencia. No pondré excusas, tan sólo diré que, si yo me esfuerzo por tender la mano y hacerlo todo lo más amistosamente posible, me gustaría que hicieran lo mismo, pero si oponen resistencia no tengo otro remedio que contraatacar más fuerte para recordarles quién tiene el poder.
Pero no, esta tal Meghan es de las que estaría horas en una sala de interrogatorios para conseguir el mínimo de información, siendo un ''toque de atención'' —quizá algo brusco— la manera más eficaz. Apuesto a que su ''poli malo'' consiste en recitar los cargos por los que se acusan y el tiempo de cárcel correspondiente. Já.
¾    Agresión a civiles, insubordinación, desacato, brutalidad policial... —y, en efecto, ahí está, antes de lo que esperaba—. Eso por no mencionar los recientes homicidios en Nueva York o la aparición de un militar condecorado con un tiro por la espalda en el salón de tu piso franco, bajo extrañas circunstancias.
¾    ¿No pone nada de que me secuestraron como media hora después? Añádalo, a lo mejor sirve de algo —me gustaría arrepentirme de decirlo, pero por desgracia no es así. Al menos me he callado a tiempo.
¾    Sí, aquí aparece la escena de...cinco crímenes. Cinco cadáveres en un piso, uno de ellos con un tiro a quemarropa en la cabeza —ambas nos quedamos en un silencio tenso unos segundos—. Y permíteme decir que tienes fama de gatillo fácil, hay bastantes investigaciones abiertas por ello, e intervenidas para que no llegaran a más. Este es el mayor expediente disciplinario que he visto en mi vida.
Ya está. Lo saben todo. La verdad es que era obvio, pero una parte de mí continuaba negándolo. Me van a despedir. No, me van a detener. Saben todo lo que he hecho y van a acusarme por eso, y teniendo en cuenta que se considera asesino en serie a partir de tres víctimas y yo lo supero con creces, la pena no será ni mucho menos pequeña.
Pase lo que pase, debo quedarme en silencio para no estropear más las cosas y empeorar la sentencia, si se puede.
¾    ¿Nada que añadir esta vez? —fija su mirada, instándome a hablar.
¾    ¿Serviría de algo?
¾    Inténtalo.
¾    Aquello fue en defensa propia. ¿Qué se supone que debo hacer si me disparan, intentar razonar?
¾    ¿Y qué hay de los desarmados?
¾    Puede que mis métodos no sean los mejores o los más apropiados; la mayoría ni siquiera son legales, pero resuelven casos, y eso es todo lo que importa en el FBI.
¾    Es lo que enseñan, desde luego. Se encargaron de las investigaciones personalmente; debes ser muy valiosa, y puede que sigas viva por eso; todas las infiltraciones de jóvenes han acabado...antes de tiempo.
¾    ¿Hay más críos infiltrados? —se me escapa con demasiado énfasis.
¾    En tu época los había; ahora no lo sé, las agencias colaboran poco, y se enseña lo mejor de cada una, no los experimentos. Aunque el tuyo es bastante ambiguo: has demostrado problemas de inestabilidad mental —entre otros—, pero un excepcional don para la doble infiltración. Te has hecho pasar por policía, federal, relaciones públicas, prostituta, narcotraficante...Todo eso dentro de otra tapadera. ¿Cómo lo haces? —no estoy segura de a dónde quiere llegar.
¾    El psicólogo lo definiría como una necesidad patológica de mentir.
¾    Está claro que eres una buena líder, las cifras mejoran donde estés, al menos hasta que te trasladan por insubordinación —aquí hay gato encerrado, no puede estar felicitándome por desobedecer y estar loca—. Sin embargo, estás perdiendo el rumbo —al fin dice la verdad—. Du' Fromagge es esencial para Moore, quiero ver de lo que es capaz por ella. Un secuestro con asesinato sería lo mejor, estoy segura de que cedería al chantaje y tendríamos el caso cerrado.
¾    No. No pienso hacerlo. Me disteis carta blanca.
¾    Nadie es irremplazable, Sanders —ahora sí que es intimidante—. Te has demorado demasiado, prácticamente me estás obligando a intervenir.
¾    Dame unos meses más, estoy llegando a algo...
¾    Otro lo completará, entonces. Es por tu bien, sé que te has involucrado demasiado, tan sólo estoy ayudándote a verlo con perspectiva. Déjalo antes de que te acusen a ti de lo mismo que a él.
¾    ¿Perdón?
¾    Verás, nadie puede negar que hay una relación...estrecha entre vosotros. No serías la primera en cambiar de bando sin que nadie pudiera evitarlo. Con este expediente, ningún juez dudaría de hacer su trabajo.
No me lo puedo creer, no puede estar hablando en serio, pero lo peor es que así es. Si el Gobierno lo ocultó, también puede destaparlo. Ya está, eso es todo. Un final tan simple como el principio. Amenazas y chantajes, así es como funciona el mundo, sin tener en cuenta a quién se pisotea con tal de conseguir los intereses personales. ¿Cómo fui tan idiota de creérmelo todo? Estaba claro que no me permitirían durante tanto tiempo ir por libre, dejando todo el trabajo de cara a la Agencia a Amy, pues para ellos, soy una inútil, alguien que no puede separar el trabajo de la vida personal. Y aunque es verdad, aunque lo dije el primer día en aquella estúpida entrevista, no puedo permitir que continúe así. Tengo que pensar algo, encontrar la manera de arreglarlo.
¾    ¿Qué pasará después?
¾    La Agencia se encargará de que tengas unas vacaciones pagadas fuera del país hasta que termine el proceso. Te avisaremos para que testifiques por videoconferencia.
¾    Es decir: me estáis echando del país.
¾    Es lo mejor para tu seguridad —estoy realmente harta de que todos digan lo mismo; no saben nada de mí o de lo que ocurre en verdad.
¾    Y para vuestra imagen. Ya he aprendido la lección, dejarlo todo entre las sombras colabora en lo que queréis que la gente piense sobre la CIA: está en todos lados pero en ninguno a la vez.
¾    El secretismo es esencial en este trabajo. Nuestros agentes están en peligro continuo...
¾    Sí, claro, por eso les despojáis de su personalidad, viven por y para la Agencia y sus secretos, se convierten en autómatas y vosotros en titiriteros.
¾    Esto es voluntario —voluntariamente obligado por chantaje, querrá decir—; es necesario para mantener al país en pie. Nuestros agentes son entrenados, saben a lo que se atienen cuando dejan de ser personas individuales para un bien mayor.

¾    Pues felicidades, lo hicisteis demasiado bien. No soy nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario