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miércoles, 26 de junio de 2013

Cap. 3 (Parte 3)


Tras descartar sus ideas de otra transformación más, optamos por lo más sencillo; nada de cortes de pelo ni de cambios bruscos. Curiosamente, vuelvo a ser mi antiguo yo —cazadora de cuero, pantalones anchos, camiseta de tirantes sencilla…—, con la diferencia de tener el pelo avellana. Ya no me siento cómoda yendo así, prefiero los vaqueros y camisetas ajustados.

Frank se ha convertido en mi escolta personal estos dos días: no voy a ningún lado sin él, aunque está haciendo la vista gorda dejándome sola en el hospital, con la condición de llevar pinganillo y de estar, como máximo, una hora.

Vigilo cada paso que doy al entrar y buscar a Tom. Antes tengo que hablar con él.

    ¡Tom! —corro hasta él cuando aparece por la puerta del pasillo.

    ¿Sí? —no me reconoce. Bien.

    Necesito que me ayudes.

    Perdona, ¿te conozco? —le miro a los ojos— Alice —murmura.

    Es urgente, tengo poco tiempo.

    Llevas sin venir dos semanas, no coges el teléfono… ¿en qué estás metida?

    No puedo decir nada. ¿Mi nov…Alex está aquí?

    No, pero llegará en poco. ¿Habéis discutido?

    No voy a volver hasta dentro de un tiempo —esquivo la pregunta— y te pido que la cuides. Que la protejas.

    No entiendo nada.

    Mejor. Ahora pasaré a despedirme y tienes que cubrirme. Nadie puede saber que he estado aquí ¿entendido?

    No —aun así me sigue y hace lo que le pido.

Cierra la persiana y se queda en la puerta.

    ¡Alice! —exclama nada mas verme. Hago un gesto para que se calle. Parece mucho mejor que antes.

    Cariño…—nos fundimos en un intenso abrazo.

    ¿Dónde estabas? Alex está desesperado por encontrarte.

    Escúchame, sabes que te quiero más que a nada ¿verdad? —asiente— Entonces no le dirás a nadie que me has visto.

    ¿Por qué? —su cara es la viva imagen de la confusión.

    Es un favor. Me tengo que ir un tiempo.

    No quiero estar sin ti —solloza—. Me da miedo.

    ¿Quién? —me pongo tensa.

    El papá de Alex; me preguntó por ti.

    ¿Cuándo? ¿Qué le dijiste?

    La última vez que te vi —en el cumpleaños de Alexander—. Dije que hacía mucho que no estaba contigo.

    ¡Qué lista eres! —la abrazo— Si vuelve, no cambies de respuesta. Y si le ves, en el pasillo o hablando con Alex, llama a la enfermera. Nunca te quedes a solas con él.

    ¿Y Alex? ¿Ya has hablado con él?

    Tampoco puede saber que he estado aquí. Será nuestro secreto —sonrío.

    Te quiero —me abraza antes de irme.

    Y yo a ti, pequeña. Nunca lo olvides.

Salgo con lágrimas en los ojos y Tom me lleva a escondidas a su consulta después de poner a alguien para que custodie la puerta. Nadie excepto Alexander puede entrar. Me quita la venda y tras observar que habían empezado a infectarse los cortes, me cose las heridas y pone una gasa limpia. Estamos mucho más incómodos que ninguna otra vez y, cuando salimos, reconozco a alguien de inmediato al fondo del pasillo.

    Frank, hay uno.

    Sal de ahí. Ya —su voz retumba en mi cabeza a través del pinganillo.

    ¿Qué dices? —me habla Tom.

    No puedo, se acerca —me mira y acelera el paso—. Mierda, Tom. Ayúdame —le ruego.

En menos de lo que puedo reaccionar ya me ha girado de espaldas al tipo y con sus labios sobre los míos. Veo cómo tiene los ojos cerrados y posa las manos en mis hombros y cómo el matón —el mismo que me trató tan bruscamente primer día que fui a la mansión— de Moore parece venir más lento. Decido imitar al médico, aunque tampoco muevo los brazos. Él se encarga de abrir mi boca bajo la suya. No quiero seguir, no entiendo por qué lo ha hecho, por qué continúa intentando que el beso de ventosa —como yo lo llamo, es decir, sólo apariencia, nada de contacto extra— no se quede en eso.

    ¡Eh, tú! —lo aparta bruscamente de mí.

    Tenga cuidado —me cubre para que no me vea.

    ¿Cuántos años tiene tu novia?

    Lo siento, es información privada. No pienso revelarle nada —está más envalentonado de lo que le he visto nunca.

    Yo diré qué es privado —lo agarra del cuello de la bata y le amenaza con, lo que parece, una pistola.

    Márchese o llamaré a seguridad. Está en un hospital.

    Respóndeme lo que he preguntado y me iré —Tom traga saliva.

    Strizh 12 milímetros —murmuro y oigo jaleo al otro lado de la línea.

    ¿Qué dices? —me mira directamente.

Suelta a Tom al parecer que me reconoce. Echo un vistazo a la pistola, pero Tom se pone delante de mí y no puedo ver. Me lo quito de encima con disimulo y, al aparecer Frank al fondo corriendo, empujo a mi médico al suelo a la vez que Frank se abalanza sobre el matón ruso. Cae al suelo y se retuerce, pero una rápida intervención mía hace que se quede desarmado y con la pistola apuntándole a la cabeza.

    Gracias —respira Frank ante la mirada atónita de Tom.

    ¿Qué…qué está pasando?

    ¿Tienes el teléfono que te di? —le ignora.

    Bolsillo derecho —le indico.

    No voy a darle la espalda.

    Buena idea. Tom, ¿te importaría… —le ofrezco la cadera para cogerlo sin bajar la pistola. Mete la mano con cautela.

    Pulsa el tres y pon el altavoz —me mira y asiento. Obedece algo miedoso.

    Comisaría de Los Ángeles. ¿Qué necesita? —Frank me indica que conteste yo.

    Necesitamos una patrulla de civiles en el Silver Lake Medical Centre. Tenemos a Mijail Pávlov encañonado.

    Van en camino —cuelga y me lo vuelve a guardar.

    Todo este tiempo has estado mintiendo… —me acusa con su marcado acento ruso.

    No estás en condiciones de exigir ahora, Pávlov. Puedo tomarte en cuenta lo que me has hecho pasar este tiempo atrás.

    Me da igual; puedes torturarme y de todas formas no diré nada.

    No pensaba hacerlo —me acerco hasta que la pistola toca su frente y quito el seguro.

    Aléjate —me ordena Frank—. Será trasladado a una cárcel de alta seguridad.

    No merece la pena mancharte las manos, Alice.

    Ya las tiene sucias. ¿Él tampoco sabe nada?

    Cállate —aprieto la pistola.

    No serás capaz de hacerlo aquí.

    ¿Seguro? —siento el brazo de Tom acariciar el mío hasta llegar a la mano. Me doy cuenta de lo que en realidad está haciendo y lo aparto de un manotazo.

    ¡Baja el arma! —grita un policía entrando con la suya preparada para disparar.

Me distraigo y el matón me golpea en las costillas antes de salir corriendo. Tom me sujeta, evitando que salga tras él junto el resto de policías. Al encogerme alcanzo el arma caída y olvidada y disparo sin mirar. Se hace un enorme silencio y abro los ojos; resulta que todos me miran a mí. El cuerpo del ex convicto ruso yace en el suelo desangrándose. «Otra vez no». Intento levantarme sin ayuda, sin embargo las piernas me fallan de la impresión y Tom me agarra en el último momento. Frank me coge en brazos como una muñeca de trapo e insiste en que cierre los ojos mientras me saca y me lleva a casa. No he tenido oportunidad de despedirme de Tom o de poder hablar con él de lo sucedido. El beso no me desagradó, pero tampoco hizo que se me moviera nada dentro, como con Alexander o… He pasado en un año de no haber besado a nadie a enamorarme, confundirme, acostarme con alguien… He cambiado muchísimo.

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