Tras descartar sus ideas de otra
transformación más, optamos por lo más sencillo; nada de cortes de pelo ni de
cambios bruscos. Curiosamente, vuelvo a ser mi antiguo yo —cazadora de cuero,
pantalones anchos, camiseta de tirantes sencilla…—, con la diferencia de tener
el pelo avellana. Ya no me siento cómoda yendo así, prefiero los vaqueros y
camisetas ajustados.
Frank se ha convertido en mi escolta personal estos dos días: no voy a
ningún lado sin él, aunque está haciendo la vista gorda dejándome sola en el
hospital, con la condición de llevar pinganillo y de estar, como máximo, una
hora.
Vigilo cada paso que doy al entrar y buscar a Tom. Antes tengo que
hablar con él.
— ¡Tom!
—corro hasta él cuando aparece por la puerta del pasillo.
— ¿Sí?
—no me reconoce. Bien.
— Necesito
que me ayudes.
— Perdona,
¿te conozco? —le miro a los ojos— Alice —murmura.
— Es
urgente, tengo poco tiempo.
— Llevas
sin venir dos semanas, no coges el teléfono… ¿en qué estás metida?
— No
puedo decir nada. ¿Mi nov…Alex está aquí?
— No,
pero llegará en poco. ¿Habéis discutido?
— No
voy a volver hasta dentro de un tiempo —esquivo la pregunta— y te pido que la
cuides. Que la protejas.
— No
entiendo nada.
— Mejor.
Ahora pasaré a despedirme y tienes que cubrirme. Nadie puede saber que he
estado aquí ¿entendido?
— No
—aun así me sigue y hace lo que le pido.
Cierra la persiana y se queda en la puerta.
— ¡Alice!
—exclama nada mas verme. Hago un gesto para que se calle. Parece mucho mejor
que antes.
— Cariño…—nos
fundimos en un intenso abrazo.
— ¿Dónde
estabas? Alex está desesperado por encontrarte.
— Escúchame,
sabes que te quiero más que a nada ¿verdad? —asiente— Entonces no le dirás a
nadie que me has visto.
— ¿Por
qué? —su cara es la viva imagen de la confusión.
— Es
un favor. Me tengo que ir un tiempo.
— No
quiero estar sin ti —solloza—. Me da miedo.
— ¿Quién?
—me pongo tensa.
— El
papá de Alex; me preguntó por ti.
— ¿Cuándo?
¿Qué le dijiste?
— La
última vez que te vi —en el cumpleaños de Alexander—. Dije que hacía mucho que
no estaba contigo.
— ¡Qué
lista eres! —la abrazo— Si vuelve, no cambies de respuesta. Y si le ves, en el
pasillo o hablando con Alex, llama a la enfermera. Nunca te quedes a solas con
él.
— ¿Y
Alex? ¿Ya has hablado con él?
— Tampoco
puede saber que he estado aquí. Será nuestro secreto —sonrío.
— Te
quiero —me abraza antes de irme.
— Y
yo a ti, pequeña. Nunca lo olvides.
Salgo con lágrimas en los ojos y Tom me lleva a escondidas a su consulta
después de poner a alguien para que custodie la puerta. Nadie excepto Alexander
puede entrar. Me quita la venda y tras observar que habían empezado a
infectarse los cortes, me cose las heridas y pone una gasa limpia. Estamos
mucho más incómodos que ninguna otra vez y, cuando salimos, reconozco a alguien
de inmediato al fondo del pasillo.
— Frank,
hay uno.
— Sal
de ahí. Ya —su voz retumba en mi cabeza a través del pinganillo.
— ¿Qué
dices? —me habla Tom.
— No
puedo, se acerca —me mira y acelera el paso—. Mierda, Tom. Ayúdame —le ruego.
En menos de lo que puedo reaccionar ya me ha girado de espaldas al tipo
y con sus labios sobre los míos. Veo cómo tiene los ojos cerrados y posa las
manos en mis hombros y cómo el matón —el mismo que me trató tan bruscamente
primer día que fui a la mansión— de Moore parece venir más lento. Decido imitar
al médico, aunque tampoco muevo los brazos. Él se encarga de abrir mi boca bajo
la suya. No quiero seguir, no entiendo por qué lo ha hecho, por qué continúa
intentando que el beso de ventosa —como yo lo llamo, es decir, sólo apariencia,
nada de contacto extra— no se quede en eso.
— ¡Eh,
tú! —lo aparta bruscamente de mí.
— Tenga
cuidado —me cubre para que no me vea.
— ¿Cuántos
años tiene tu novia?
— Lo
siento, es información privada. No pienso revelarle nada —está más
envalentonado de lo que le he visto nunca.
— Yo
diré qué es privado —lo agarra del cuello de la bata y le amenaza con, lo que
parece, una pistola.
— Márchese
o llamaré a seguridad. Está en un hospital.
— Respóndeme
lo que he preguntado y me iré —Tom traga saliva.
— Strizh
12 milímetros
—murmuro y oigo jaleo al otro lado de la línea.
— ¿Qué
dices? —me mira directamente.
Suelta a Tom al parecer que me reconoce. Echo un vistazo a la pistola,
pero Tom se pone delante de mí y no puedo ver. Me lo quito de encima con
disimulo y, al aparecer Frank al fondo corriendo, empujo a mi médico al suelo a
la vez que Frank se abalanza sobre el matón ruso. Cae al suelo y se retuerce,
pero una rápida intervención mía hace que se quede desarmado y con la pistola
apuntándole a la cabeza.
— Gracias
—respira Frank ante la mirada atónita de Tom.
— ¿Qué…qué
está pasando?
— ¿Tienes
el teléfono que te di? —le ignora.
— Bolsillo
derecho —le indico.
— No
voy a darle la espalda.
— Buena
idea. Tom, ¿te importaría… —le ofrezco la cadera para cogerlo sin bajar la
pistola. Mete la mano con cautela.
— Pulsa
el tres y pon el altavoz —me mira y asiento. Obedece algo miedoso.
— Comisaría
de Los Ángeles. ¿Qué necesita? —Frank me indica que conteste yo.
— Necesitamos
una patrulla de civiles en el Silver Lake Medical Centre. Tenemos a Mijail
Pávlov encañonado.
— Van
en camino —cuelga y me lo vuelve a guardar.
— Todo
este tiempo has estado mintiendo… —me acusa con su marcado acento ruso.
— No
estás en condiciones de exigir ahora, Pávlov. Puedo tomarte en cuenta lo que me
has hecho pasar este tiempo atrás.
— Me
da igual; puedes torturarme y de todas formas no diré nada.
— No
pensaba hacerlo —me acerco hasta que la pistola toca su frente y quito el
seguro.
— Aléjate
—me ordena Frank—. Será trasladado a una cárcel de alta seguridad.
— No
merece la pena mancharte las manos, Alice.
— Ya
las tiene sucias. ¿Él tampoco sabe nada?
— Cállate
—aprieto la pistola.
— No
serás capaz de hacerlo aquí.
— ¿Seguro?
—siento el brazo de Tom acariciar el mío hasta llegar a la mano. Me doy cuenta
de lo que en realidad está haciendo y lo aparto de un manotazo.
— ¡Baja
el arma! —grita un policía entrando con la suya preparada para disparar.
Me distraigo y el matón me golpea en las costillas antes de salir
corriendo. Tom me sujeta, evitando que salga tras él junto el resto de
policías. Al encogerme alcanzo el arma caída y olvidada y disparo sin mirar. Se
hace un enorme silencio y abro los ojos; resulta que todos me miran a mí. El
cuerpo del ex convicto ruso yace en el suelo desangrándose. «Otra vez no».
Intento levantarme sin ayuda, sin embargo las piernas me fallan de la impresión
y Tom me agarra en el último momento. Frank me coge en brazos como una muñeca
de trapo e insiste en que cierre los ojos mientras me saca y me lleva a casa.
No he tenido oportunidad de despedirme de Tom o de poder hablar con él de lo sucedido.
El beso no me desagradó, pero tampoco hizo que se me moviera nada dentro, como
con Alexander o… He pasado en un año de no haber besado a nadie a enamorarme,
confundirme, acostarme con alguien… He cambiado muchísimo.
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