—
Mon ange —me dice suavemente mientras me
abraza en el aire.
—
Cuidado —sonrío y me deja en el suelo.
—
Perdona, es que te he echado tanto de menos…
—
Han sido sólo unos días —me río.
—
Una hora sin ti me parece un año —nos besamos.
—
Felicidades —interrumpo con un susurro y acaricia mi
nariz con la suya. Intento que no se note que me duele.
—
Luego hablamos —seguimos besándonos.
Lo bueno de las grandes
ciudades es que nadie te mira y te reprocha nada. Todos están demasiado
ocupados con sus propios problemas. Procura no apretarme cuando me abraza, pero
al final acaba haciéndolo y no tengo más remedio que apartarlo.
—
Sé que me quieres, pero aún duele —le sonrío con
ternura.
—
Lo siento, es verte y…no puedo controlarme.
—
¿Quieres tu regalo? —cambio de tema.
—
Te dije que no quería nada, no sé por qué has tenido
que comprarme algo.
—
¿Quién te ha dicho que te lo haya comprado? Además, hay
algo que sí quieres.
—
Misteriosa…me gusta —se lanza a besarme, pero le aparto
—. ¿Vas a dármelo?
—
Aquí no —miro alrededor—. Ven.
Entrelazamos las manos y
subimos al coche.
—
No vas en serio. No puedes hacerlo.
—
¿Por qué? Un poco de igualdad ¿no? Yo he tenido que
hacerlo muchas veces.
—
Pero…
—
¿No serás un cobarde? —le provoco.
—
Reconozco que es…
—
¿Bonito?
—
Sexy —me quita la venda de las manos y se la anuda.
—
Siempre pensando en lo mismo —suspiro cuando nos ponemos
en marcha.
Hasta que llegamos me limito a
sonreír ante sus preguntas y a regañarle cuando intenta subir la mano más allá
del muslo. «Así no hay quien se concentre» es uno de los argumentos que más
repito. Le bajo del coche y, agarrado a mi cintura, deja que le guíe; por lo
menos mientras intenta besarme está callado. Subimos a donde he reservado y no
hago ruido para que no sepa qué es la sorpresa. He puesto la calefacción y a
pesar de ser un hotel, no es tan frívolo. El servicio de habitaciones nos ha preparado
una botella de champán y lo ha dispuesto todo para la ocasión: iluminado por un
sinfín de velas y decorado con algunos pétalos de rosa sueltos por la cama,
sinceramente, creo que todo esto sobra, pero ¿qué se le va a hacer? Entramos
con cautela mientras él intenta palparlo todo, sin embargo lo que encuentra,
oportunamente, siempre es mi cuerpo. Le paso por la pequeña sala de estar y
paramos en la habitación.
—
¿Hace calor o soy yo? —se agita el jersey para darse
aire.
—
Te ayudo —le agarro de la parte baja de éste.
—
Espera, no llevo camiseta.
—
Ya lo he visto—le beso la barbilla y se lo quito,
dejando su pecho desnudo. Me apoyo en él y le rozo los labios con los míos—.
¿Mejor?
—
Si sigues por ahí lo vas a empeorar —me río ante su
reacción—. ¿Dónde estamos?
—
¿Tú que crees?
—
No tengo ni idea —muy despacio le quito la venda.
—
¿Y ahora? —veo su cara de sorpresa contenida.
—
No puede ser… —murmura.
—
Este es tu regalo —me encojo de hombros—. Y viene con
un extra.
—
¿Cuál? ¿El champán?
—
Yo —me pongo delante e intento descifrar su mirada—.
¿Te gusta?
—
Demasiado. Pero…esto no tenía que ser así, yo iba a
prepararte algo muy romántico: un día por el parque, llevarte al muelle,
besarte y luego…
—
Si no quieres, dilo. Vamos al cine o… —me besa antes de
terminar.
—
Por supuesto que quiero. Tiene que ser especial para
ti, ya que… bueno, como voy a ser tu primero…
—
Mientras estés tú, cualquier cosa me vale —le beso
delicadamente.
Entonces nos perdemos en el
momento y nos dejamos llevar.
Me acaricia la espalda por
dentro de la camisa con una mano y desliza lentamente la otra mano, sintiendo
cada centímetro que recorre, hasta mi trasero. Desde ahí me aprieta contra él y
el corazón no es capaz de bombear tanto oxígeno como me parece necesitar. Dejo
de besarlo para recuperar el aliento, para intentar dar un descanso al
verdadero impulsor de todo esto; sin embargo no es capaz: late tan deprisa que
temo que lo esté oyendo, que también note este dolor asfixiante que me recorre,
primero el pecho, y después el resto del cuerpo. No me da tiempo a pensar, pues
reacciona a mi parada como otro desencadenante; siento cómo su aliento se posa
sin prisa sobre mi cuello y con la mano que estaba en la espalda, me desabrocha
uno a uno cada botón de la camisa. Enredo mis dedos en su nuca, atrayéndolo
hacia la cama.
No hay comparación con la otra
vez: en ese momento iba con prisa, lleno de pasión y no reparaba en el
romanticismo. Los detalles que ahora surgen naturales e idílicos, eran
forzados, desesperados. Lo realmente importante son estos momentos, en los que
él me tumba con tal delicadeza sobre la cama que apenas la siento, perdida en
sus labios, en su cuerpo…en él. Me agarra con fuerza las caderas y,
sorprendentemente no noto dolor, sólo un fuerte deseo de que me sujete más
fuerte y no se separe nunca. Ahora estoy más preparada y segura que nunca, a
pesar de las amenazas sufridas hace un par de días. Esas ideas que empezaban a
aferrarse con fuerza en mi mente, las disipa al bajar a besar mi vientre, con
breves y suaves roces de sus labios provoca más que podría haberlo hecho en
caso de que hubiese pasado directamente a desnudarme, como la última vez. De
nuevo, yo vuelvo a dar el siguiente paso al llevar la mano a desabrochar el
pantalón, pero él me la coge y tras besarla en el dorso, la deja sobre su
cabeza y desabrocha el botón y la cremallera con la boca. « ¿Por qué no me
decidí antes?». Ahora ya no existe el miedo de ningún tipo, sólo un mundo
creado por nosotros del que nunca saldría.
Vuelve a subir a besos hasta mi
pecho y se detiene de nuevo, haciendo que me estremezca y, por primera vez, dé
gracias a la vida por algo, por alguien, mientras baja con cuidado los
pantalones sin perder detalle de cada centímetro que desnuda.
Por una parte, me siento
afortunada por tenerle, pero por otra siento unos celos irremediables al pensar
que él no sólo ha sido mío, sino también de otras, y temor por no ser lo
suficientemente buena para él. Se nota que lo ha hecho antes, muchas veces, y
eso le ha proporcionado una práctica que sólo se podría adquirir en caso de
haber probado distintas mujeres. En el fondo me duele, sin embargo, bienvenido sea el pasado si se pueden aprovechar sus
enseñanzas para ser feliz en el presente.
Retorna a mis labios y
aprovecho para agarrarle y darnos la vuelta, quedándome encima. Ahora me toca a
mí.
Al igual que la última vez,
toco su pecho suavemente, pero esta vez insiste en besarme, en fundirnos en uno
como lo hemos hecho tantas veces antes de marcar la fecha en nuestros corazones.
Los celos desaparecen por completo al darme cuenta de ello; ninguna con las que
ha estado antes ha conseguido ser más de algo de lo que alardear como un trofeo
o una muesca más en su pared llena de agujeros. Le concedo los besos que me
pide, pero tampoco dejo de bajar la mano por su cuerpo hasta que me la rodea
con sus dedos y la para apretándola contra él. Me besa saboreando cada detalle
y consigo liberar la mano antes de que me la vuelva a agarrar.
—
¿Estás segura? —le dibujo la forma de los abdominales
con la yema de los dedos después de rozarlos con los labios— ¿Tenemos…?
—asiento levemente y le llevo la mano al broche del sujetador mientras sigo la
línea del oblicuo del abdomen que se pierde bajo el boxer.
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