Después de este malentendido
Lily no volvió a hablar sobre sus padres, sabiendo que el mero recuerdo produce
fuertes sentimientos en todos: en Alex, nostalgia y en mí, un profundo odio.
Por suerte para su padre me han prohibido volver a la cárcel.
Ronald Moore considera indigno
que una chica de mi estatus trabaje en una cafetería, así que se ha encargado
de que me despidan. Por supuesto, yo no sé nada de que él ha movido los hilos
necesarios para que ocurriese.
A cambio de esto, me ha
proporcionado él un trabajo. No es legal, eso lo aseguro, y a Alex tampoco le
gusta, pero a mí sí. Me hace mantenerme alerta y eso es precisamente lo que
necesito. Me encargo de las negociaciones con los camellos de poco consumo.
Tampoco sé nada de la mercancía, sólo me han dado nombres en clave y cifras
para que venda; Moore no deja que Alex me acompañe a ningún lado, alega que si
quiero seguir con él debo conocer el mundo donde me metería. Una amenaza muy
sutil, pues han llegado a las manos y he tenido que fingir que no sabía
defenderme porque sus matones me siguen a cada negociación. Estoy intentando
tener acceso a lo que vendo, pero parece no fiarse de mí.
He intentado localizar la
mansión innumerables veces, mas las veces que vuelvo sigo llevando la venda en
los ojos y lo único que conozco del interior es el despacho y nunca me deja
sola para que pueda encontrar algo que le incrimine. Y por si fuese poco ni el
GPS ni los micros funcionan. Tienen inhibidores de frecuencia por toda la zona,
así que cuando ponen en marcha el coche me quedo incomunicada.
Con las grabaciones no tenemos
suficiente para llevarle a juicio, ni siquiera para una orden de registro ni de
interrogatorio, pues tiene mucho cuidado con lo que dice y no son pruebas
sólidas.
El salario es más que
satisfactorio: me pagan 2,000$ en negro, yo me encargo de tener cuidado en qué
lo utilizo. Es inmoral pagar a un hospital con dinero sucio, sin declarar, pero
es todo lo que tengo.
Alex y yo tenemos otra charla
sobre su madre:
—
¿Por qué no me dijiste nada?
—
No quería que pensases que soy débil.
—
Lo que eres es tonto. ¿Cómo se te ha podido ocurrir
eso?
—
Es que todos me ven como un tipo duro, que no tiene
sentimientos y…
—
Todo el mundo tiene. El problema es saber sacarlos al
mundo.
—
Mi padre no tiene.
—
¿Cómo era tu madre? —ignoro el comentario.
—
No me acuerdo bien. Era guapa, según todos. Se parecía
a mí.
—
No hables en pasado.
—
Para mí está muerta. Alguien no abandona a su hijo sin
más.
—
No seas tan duro, quizá se vio obligada…
—
Mi padre dijo que empezó a comportarse extraño, yo no
lo recuerdo, pero aun así, yo nunca abandonaría a nuestro hijo.
—
¿Nuestro?
Querrás decir tu hijo.
—
Sé perfectamente lo que he dicho. ¿No querrías un
futuro conmigo?
—
Dudo que pueda pasar —algo parece romperse en mi
interior.
—
Me dijiste que me querías —me echa en cara—. ¿Ya no?
—le ha dolido en grande lo que acabo de decir.
—
Claro que sí. Lo que pasa es que somos muy jóvenes, aún
no he cumplido los diecisiete y ya quieres que lo tenga todo decidido.
—
No todo, pero sí esto. Yo no quiero perderte, Alice. Me
da igual lo que ocurra en el futuro, quiero estar contigo y nada hará que
cambie de idea.
—
No es posible que seas tan empalagoso. Prefiero no
mirar tan lejos, lo mejor es disfrutar lo que tenemos ahora y ya está. No
entiendo por qué hay que complicar tanto las cosas, tú sabes lo que siento, yo
sé lo que sientes. C’est fini!
—
Hacía mucho que no hablabas en francés —observa.
—
Cuando paso tanto tiempo sin ir casi se me olvida.
—
Me encanta que lo hagas. Eres tú —si supiese…
—
Si tú lo dices…
—
Nunca te preguntado de dónde eres.
—
De Francia —me río.
—
Eso ya lo sé —me presiona el muslo, olvidando la
tensión de antes.
—
¿Entonces?
—
Me refiero a la zona —menos mal que me he leído mi
biografía.
—
Marsella.
—
¿Es bonito?
—
Bastante. Aunque comparado con esto algo frío a pesar
de la playa.
—
Parece que sueñas cuando hablas de allí —«es lo que
hago en realidad»—. ¿Lo extrañas?
—
Un poco. ¿Por qué lo preguntas?
—
Porque me encanta oír tu voz en francés.
—
Creo que eso ya lo has dicho.
—
Háblame como si estuviésemos allí.
—
No te entiendo.
—
Sí, como si yo también fuese de Marsella.
—
Estás mejor aquí —bromeo.
—
Por favor, hazlo por mí —suspiro.
—
Está bien —me sonríe y apoya la cabeza en mis muslos—. Je
t’adore bébé. Je t'aime de tout mon cœur. (Te adoro
bebé. Te quiero con todo mi corazón)
—
Moi aussi. (Yo
también) —cierra los ojos y le acaricio el pelo. Después de un rato de silencio
abre súbitamente los ojos.
—
¿Qué pasa?
—
Acabo de darme cuenta de que no hemos celebrado San
Valentín —se incorpora.
—
¿Y por eso reaccionas así? —me río.
—
Pues sí —se indigna.
—
Eres como un niño; por mucho que lo quieras ocultar —me
acerco a besarle, sin embargo se aparta.
—
No te he comprado nada… —murmura.
—
¿En serio quieres celebrar algo que fue hace un mes?
—
Aunque fuesen diez. Es nuestro día, el de los
enamorados. Y lo hemos pasado por alto.
—
No sé si recuerdas que justo esa semana fue cuando te
presenté a Lily. Apenas me acordaba de comer, así que imagínate de eso
—respondo.
—
No te estoy culpando a ti, sino a mí. No puedo creer
que no te haya preparado nada…
—
Levántate —me pongo en pie.
—
¿Qué?
—
Ya me has oído. Vamos a algún sitio a celebrar nuestro
San Valentín. Un poco tarde, pero algo es algo.
—
No estoy de bromas —se le escapa media sonrisa.
—
Ni yo. Venga, tú eliges —le tiendo la mano y en vez de
levantarse me tira con él y me besa.
—
Por rechazarte antes —sonríe y esta vez quien le besa
soy yo.
No me sorprende que elija uno
de los lugares más caros de la ciudad, tampoco que insista en pagar él. Al
terminar de cenar, nos vamos al club de siempre, nos encontramos con compañeros
de clase a los que yo ignoro e insisto que él salude. Alex es el importante, yo
sólo soy la chica que se acuesta con él —las malas lenguas del instituto son
realmente venenosas— y que dejará en cuanto se canse.
Aprovecho el poco tiempo que
tengo para reflexionar sobre su madre. No me cuadra que desapareciera de
repente, sin dejar pistas. Lo hemos investigado y después de que se fuera de
casa, nadie ha vuelto a verla, ni tampoco hay movimiento en sus tarjetas o en
las facturas de teléfono. Tengo demasiadas cosas en la cabeza, pero no puedo
darlas la espalda, es mi deber atenderlas y resolver los misterios que se me
plantean, independientemente del caso; esto es ya por curiosidad y quizá
seguridad propias.
Estamos hasta bien entrada la
madrugada, y decide acompañarme a casa y luego él pide un taxi, como siempre.
Nunca le he visto con coche, ni le he llevado a su casa. Tampoco sé cómo llega
a los sitios, pues cuando yo llego, aunque sea pronto, él ya está o aparece
andando.
—
No quiero dejarte —dice sin soltarme.
—
Pues no lo hagas —me acurruco entre sus brazos—. Mis
padres no están…
—
No creo que les haga gracia saber que he pasado la
noche contigo.
—
¿Quién te dice que lo vayan a saber? —le beso la
barbilla.
—
¿Cuándo volverán? —se interesa y sonrío.
—
Tarde.
—
¿Y si vuelven antes? No me gustaría encontrarme a tu
padre en esa situación.
—
Mañana no van a volver, tranquilo.
—
No me fío, Alice.
—
¿Seguro que no quieres subir? —me separo de él y me
encamino a la entrada— Aquí hace frío…Y no quiero estar sola —pongo cara de
pena.
—
Me vas a meter en líos, Alice Du’Fromagge.
—
¿Usas mi apellido? —me agarra por los hombros— Así que
vas en serio ¿eh?
Me río un poco y le advierto
que se quede ahí un momento antes de subir para asegurarme de que no nos ve el
portero de guardia. En realidad llamo desde su teléfono a Anne.
—
Necesito que me echéis una mano.
—
¿Pasa algo? —se preocupa.
—
Un poco sí. Tenéis que iros de casa.
—
¿Cómo?
—
Estoy con Alex abajo y vamos a subir.
—
Ya nos conoce, no pasa nada. Le diré a Frank que se
controle y…
—
Cree que no estáis —suelto de golpe—. Le he dicho que
voy a estar sola y que no volvéis hasta más allá de mañana.
—
¿En qué estabas pensando?
—
No pensaba, ahí está el problema. Por favor…
—
¿Estáis en la puerta principal?
—
Podéis salir por el garaje.
—
Danos un par de minutos.
—
Tenéis lo que tarde el ascensor —cuelgo—.Ya está
—anuncio al llegar a Alex de nuevo—. Podemos subir tranquilos.
—
Pero…el conserje nos está mirando.
—
Ya me he encargado de que no hable.
—
No me gustan los tríos si no soy yo el único solista
—comenta al llegar frente al ascensor.
—
¿Así que me compartirías?
—
Tú eres sólo mía —se aproxima a agarrarme, aunque me
aparto.
—
Entonces, ¿me pondrías los cuernos?
—
Nunca —vuelve a intentarlo.
—
¿Cómo pretendes hacerlo? —reflexiona lo que ha dicho—
Ah, ya lo entiendo, tú, tu mano y tu amiguito —entro en el ascensor.
—
Eres mala —me sigue de un salto.
—
Un poquito —me encojo de hombros.
—
No me hace falta hacer eso —susurra a mi oído—, tengo a
la que quiera.
—
¿A sí? ¿Y por qué desde que te conozco no has estado
con nadie?
—
Porque me estaba reservando para ti —me acorrala en un
rincón y apoya las manos en mis caderas.
—
Tengo otra teoría —digo pausadamente.
—
¿Puedo oírla? —me responde acariciándome la nariz con
la suya.
—
Me querías tanto que la mera idea de estar con otra te
aterraba —respiro su aliento.
—
Te equivocas —al hablar, nuestros labios se rozan—. No
es que te quisiera, es que te quiero ahora como el primer día.
Me besa con la delicadeza de
una pluma, apenas siento su contacto pero es lo suficiente para hacer que ansíe
más y me lance a por él. Justo a tiempo se echa atrás para evitarme conservando
la misma distancia. Me engancho y lo acerco a mí, manteniéndonos también unidos
por mi mano, que agarra ambos pantalones.
Oportuna o inoportunamente, el
ascensor se abre; ya estamos en mi casa.
Abro con prisa la puerta y tiro
los abrigos al sofá. Le guío hasta mi habitación, pero a mitad de camino me
gira y me besa apasionadamente. Nos separamos un instante y veo el destello de
deseo en sus ojos, al igual que él lo distingue en los míos.
Llevo sus manos a los bolsillos
traseros de mi pantalón y aprovecho para quitarle la camiseta. Su cuerpo,
generalmente más caliente que el mío, lo siento frío bajo mis manos. « ¿En
realidad lo voy a hacer?». Me aprieta contra él y arqueo la espalda un instante
después de que deslice mi camiseta hasta el suelo para que el contacto sea
máximo. Me coge en brazos y le agarro de la fuerte espalda y toco con cierto
nerviosismo sus abultados bíceps. «Tengo que hacerlo, por él.». No puede evitar
tumbarme sobre la cama, y tampoco hago intención de apartarle. « ¿Estoy
preparada?». Recorre mi cuerpo a besos, deteniéndose en el cuello, mientras me
desabrocha y baja los pantalones muy poco a poco. «No estoy segura de esto, le
quiero pero…». Cuando vuelve a mis labios, le imito: acaricio su pecho y trazo
la forma de sus abdominales antes de desenganchar el botón y bajo la
cremallera. Me lo agradece con otro largo e intenso beso y rozándome el vientre
con la yema de los dedos y yo…
—
¡Espera! Espera; un momento —tomo aire.
—
¿Qué pasa? —levanta la cabeza, mirándome a los ojos. No
hacen falta palabras; se sienta a mi lado.
—
Lo siento, es que…al principio estaba segura y
ahora…Perdóname.
—
Déjalo, es mi culpa. No debería haberlo hecho —se
levanta.
—
No te enfades, por favor —le ruego.
—
No lo estoy. Tienes razón, debería ser especial y no
así —sale de la habitación y le sigo hasta el salón. Se frota la nuca.
—
No te vayas —le abrazo por detrás y le beso el hombro—.
Te necesito. Aquí. Conmigo —noto cómo respira.
—
No me voy a ir. Ni ahora ni nunca —sentencia con un
suave beso.
El resto de la noche dormimos
juntos en mi cama, abrazados, sin otra intención que la de robar el mayor
tiempo posible para querernos. No todo es sexo.
Por la mañana nos despedimos a
regañadientes en la puerta, esta vez es el señor Calhoun quien nos ve, estoy
segura de que no dirá nada, pero más vale prevenir que curar.
—
¿Podría hacerme un favor? —pregunto nada más
desaparecer Alex por la esquina.
—
Lo que me pida, mademoiselle.
—
No se lo diga a nadie.
—
Yo sólo he visto un par de chiquillos paseando por la
calle— me sonríe amablemente.
—
Muchas gracias.
Lo cierto es que le tengo
bastante aprecio, en el tiempo que llevo se ha portado muy bien conmigo y
siempre me ha ayudado.
Llamo a Anne mientras subo:
—
Ya podéis volver —informo.
—
Espero que no hayáis ensuciado.
—
¿He estado a solas una noche completa con mi novio y
todo lo que me dices es eso?
—
No me ibas a responder de todas formas.
—
Pregunta —oigo cómo suspira.
—
¿Conseguiste algo?
—
No, nada. Y cuando digo nada me refiero a todos los
posibles significados que quieras darle. Bueno, excepto un calentón —añado
pensativa.
—
¡Alice! Prefiero no tener detalles.
—
No te los he dado. Y podría. Como que yo me quedé en
ropa interior, o que él se quedó a dormir conmigo, o que…—continúo igual que
antes.
—
Cállate. Desvergonzada…—no puedo evitar reírme—. Y
encima se ríe.
—
Perdona, pero es muy divertido.
—
No lo es —me regaña—. Quédate ahí y te recogemos para
el entrenamiento.
—
¿No me dais el día libre?
—
Si has tenido cuerpo para hacer lo que sea que
hicieseis esta noche, ahora aceptas las consecuencias.
—
Que no pasó nada —admito cansada y alargando la primera
a.
—
Más te vale —me advierte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario