Cojo un taxi al hospital y después de
identificar su pequeño cuerpo, débil y sin vida, me encuentro a Tom. Le doy un
puñetazo con todas mis fuerzas y sé que mi reacción no es apropiada, sin
embargo es lo único que se me pasa por la cabeza antes de derrumbarme. Lloro en
su hombro todo el tiempo que me permiten mis ojos antes de secarse.
Gracias a él consigo hacer todo lo que necesito para organizarla un
entierro digno, que él mismo se encarga de costear. Me ha acogido en su casa y
me ha comprado ropa, solo que aún no hemos hablado de lo que pasó. Agradezco
que no me haga preguntas, pues se me han acabado las lágrimas de tanto llorar a
escondidas por las noches.
En unos días organizamos el entierro, al que vamos Tom, algunas
enfermeras y yo. Ahora más que nunca desearía poder tener a Alex para compartir
nuestro dolor, aunque tampoco sería igual del todo, él me comprendería.
Me siento al lado de su tumba, apoyada en el epitafio con los ojos
cerrados. Ya no tengo dudas de hacerlo, debo encontrar el momento y el lugar,
pero la decisión está tomada.
— ¿Te
llevo a casa?
— Me
voy a quedar aquí —casi puedo oír la risa de mi pequeña y tomo aire.
— Para
el taxi —me coge de la mano y deja dinero.
— Gracias
por todo —hablo sinceramente—. No me lo merezco.
— Quizá
no, sin embargo Lily sí. ¿Cuándo te vas?
— Pronto.
Unos tres o cuatro días para organizarme.
— ¿Y
tus padres? — ¿Cuáles de todos?
— No
saben nada. Por eso me marcho en tan poco tiempo. Ya veré si voy a volver.
— Antes
de nada quiero decirte… —toma aire— lo siento mucho.
— ¿El
qué?
— El
beso. No debería haberlo hecho.
— Te
pedí ayuda y me la diste. No pienses en eso —al menos yo ya no lo hago.
— No
le quites importancia; yo soy un adulto, y tú una cría.
— Tom,
basta. No es el momento ni el lugar.
— Nunca
lo es. Podría doblarte la edad, Alice.
— ¿Cuántos
años tienes?
— Veintinueve.
Y tú diecisiete, es una locura, lo sé. No obstante…yo…
— No
sigas. He cambiado de opinión: me marcho hoy —me pongo en pie.
— ¿A
Francia?
— Lejos.
Dejémoslo ahí. Quédate la ropa o dónala, haz lo que quieras —beso la tumba de
Lily y me dirijo a él antes de irme a hacer una tarea pendiente—. Gracias de
nuevo —tras una intensa mirada por su parte me alejo lentamente.
Poco a poco las ideas van tomando forma en mi cabeza mientras espero
pacientemente a que me dejen pasar. Esta vez no estaremos solos, teniendo en
cuenta lo que hice la última vez. Abren la puerta y entro con un alguacil a la
pequeña sala con una mesa en el centro y una silla a cada lado de ésta,
incluido un preso horriblemente familiar. En lo que me queda de vida visitaré
otras dos cárceles más para arreglar los cables del pasado sueltos.
— ¿Sabes?
Mereces que te quemen en una hoguera, ya que tanto te gusta el fuego.
— Yo
también me alegro de verte. ¿Esta vez no me vas a sacar sangre ni a dejarme
inconsciente?
— Traigo
niñera —señalo a mi acompañante con la cabeza—. Y también noticias del
exterior.
— Adelante
—se recuesta en la silla.
— Yo
que tú no me pondría tan cómodo. Aún puedo darte un buen puñetazo; y no sabes
las ganas que tengo.
— Eres
muy valiente con un hombre esposado a una mesa.
— Y
tú con niños y una mujer indefensos —le acuso—. Recuerda que te quedan
bastantes años aquí y a partir de hoy estarás con el resto de presos.
— ¿Qué
noticias traes? ¿Te has roto una uña o la ropa ya no te va con el pelo?
— No
cambies de tema porque lo que te voy a decir tiene mucho que ver —tomo aire—.
Mi hermana se ha muerto.
— ¿Y
a mí qué? ¿Esperas que te dé el pésame? A cada uno le llega su castigo de
manera distinta.
— En
realidad la han matado —le miro a los ojos esperando algún tipo de compasión
por su hija—. Dependía de una máquina y la han desconectado misteriosamente.
— Yo
no he sido.
— No
te estoy acusando. Da gracias a estar aquí dentro, porque si no serías el
primer sospechoso, puesto que ya lo intentaste una vez.
— No
la conozco —me levanto de la silla—. Felicite al que lo hizo de mi parte.
Respiro hondo y aprieto el puño antes de descargarlo en su nariz.
Rápidamente el guardia que me acompaña me sujeta por los brazos —inútilmente,
pues no opongo resistencia— mientras veo cómo gime de dolor por la nariz rota
ese monstruo.
— Estoy
bien —me deshago del hombre que me sujeta. Al girar el pomo de la puerta me
dirijo a él—. Ya lo has conseguido. Lily ha muerto por tu culpa, por tener en
sus genes la leucemia que heredó de ti.
Miro por un momento su cara de incredulidad. Me aseguro que esté con el
resto de presos y que ellos sepan por lo que debe cumplir treinta años de
condena. No todo se arregla con violencia, lo sé, pero es la forma en la que
pude expresar lo que realmente sentía. Aún me quedan algunas cosas por hacer; y
todo sucederá al terminar en uno o dos días. Un nuevo taxi me lleva hasta la
otra cárcel, una de máxima seguridad, a
ver al que casi destruye lo que entendía por vida. Aquí tampoco me dejan a solas
con él, ya que no le permiten visitas.
— Vaya,
vaya. Mira lo que ha traído el gato. Parece que mi guardaespaldas no hizo bien
su trabajo.
— ¿Te
refieres al tiro, Moore? A estas alturas ya deberías saber que no es tan fácil
acabar conmigo ¿no crees?
— Bueno,
mala hierba nunca muere.
— Será
eso —me siento enfrente.
— ¿A
qué vienes?
— A
ver a un viejo conocido, y ya que estamos, a charlar un poco con él. Según he
oído no te permiten visitas.
— Riesgo
de fuga —se encoge de hombros—. ¿Y tu barriga de embarazada? —alza una ceja.
— Todavía
no se nota. Alex dice que cada día me sienta mejor —comento.
— ¿Estás
con él?
— Te
dije que nos iríamos juntos. No sabe que estoy aquí, te odia profundamente por
intentar matar a su hijo y al «amor de su vida», como suele llamarme todos los
días.
— Dime
Alice, ¿por qué no me mataste cuando tuviste ocasión?
— Tienes
mala memoria, Ronald. Te dije que soy mejor que tú, y aún lo mantengo. Prefiero
que la justicia se encargue de ti.
— Con
pena de muerte —replica.
— Te
han dado perpetua.
— Yo
elegiría la primera —se hace un pequeño silencio en el que nos medimos
mutuamente—. No sabías que estabas herida hasta que saliste ¿verdad? Me dejaste
la casa hecha un desastre.
— Faltó
poco —suspiro—. Muy poco —murmuro.
— Te
entretuve esperando a que te desmayaras en cualquier momento. Así podría
vengarme.
— Lo
sé; al igual que sé que ya lo has hecho. La niña no tenía la culpa.
— Tú
me arrebataste un hijo y yo una hermana. Es justo.
— Tenía
seis años —digo con todo mi desprecio.
— Yo
llevaba con mi hijo diecinueve. Estoy aquí porque quería darle un futuro mejor.
¿No harías tú lo mismo?
— Alex
también la quería. Sabe que has sido tú, o alguno de tus esbirros. No te lo
mereces —ignoro su pregunta porque me da miedo darle la razón.
— ¿Crees
que tú sí? También has hecho cosas horribles, recuerda. Metiste en el juego a
tu propia hermana.
— Yo
no la metí —replico intentando controlarme. Hasta ahora todo ha ido bastante
bien.
— Sabías
lo que hacías desde el primer momento y aun así se la presentaste a tu
amorcito. Todo por tu egoísmo —salto de la silla y ni se inmuta.
— Cabrón
—murmuro mientras salgo—. Ojala tengas lo que realmente te mereces.
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