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viernes, 5 de julio de 2013

Cap. 8


Recobro el conocimiento bruscamente. Tengo el vello de la nuca y de los brazos erizado por el frío que me ha provocado el cubo de agua que han vaciado sobre mi cabeza. Intento apartarme el pelo de la cara, sin embargo no puedo mover  las manos de detrás de la espalda. Forcejeo en vano, pues la cuerda que las mantiene unidas me quema la piel. Tampoco puedo ver —parece que me han puesto una venda en los ojos— ni apenas respirar debido a la mordaza. Echo la cabeza atrás antes de recibir la primera tanda de golpes, trabajando sobre todo las costillas. 

No hay que pensar mucho para llegar a las respuestas a todas las preguntas que se formulan en mi mente. Estoy, aparentemente, secuestrada; lo peor no es que me vayan a matar, es el recuerdo que dejaré a aquellos que conocieron cada parte de mí. Espero que acabe rápido y que no tenga que sufrir demasiado, aunque lo dudo.

    Suficiente —una voz ronca me saca de mis pensamientos.

Me quitan la venda de los ojos y la mordaza; al menos puedo respirar. Ya había reconocido su voz, pero verlo me produce náuseas. Le escupo la sangre que se acumula en mi boca. Me dirige una mirada de desprecio que contrasta con la falsa sonrisa.

    Tan joven y tan necia. Te advertí, te dije lo mejor para ti y aun así…

    Volví a arreglar algunas cosas.

    Nunca te fuiste Alice Sanders —me quedo de piedra al oír eso—. Sé quién eres. Te criaste en un barrio pobre con tus amigos pandilleros. Sin embargo, hay algo que se me escapa: cómo te metiste en la policía. Es obvio que fueron ellos quienes te dieron la nueva personalidad y las facilidades. ¿Podrías decírmelo tú? Porque tus amigos tampoco lo saben, se han quedado en la pelea de instituto.

    No sé de dónde te has sacado eso, pero quien te lo haya dicho miente.

    Lo he comprobado, tranquila. Tienes otra oportunidad. Dímelo y será rápido —uno de los matones saca su pistola.

Tengo las muñecas en carne viva, aunque he conseguido aflojar el nudo bastante. Mantengo su mirada en silencio hasta que me decido lo que decir.

    ¿No te da asco mirarte cada día en el espejo? ¿Ver esas manos manchadas de tanta sangre? Mataste a Sarah Evans —la que fue novia de Alexander— y a la madre de tu hijo. Todo por tu estúpida teoría de no tener punto débil.

Sonríe y asiente levemente. Acto seguido la puerta de la habitación —fría y vacía. Con un fluorescente pegado al techo resaltando el blanco impoluto de las paredes y el suelo a excepción de unas gotas rojas en este último— se abre. Entra casi a rastras un chico con la camiseta raída y manchada de sangre, con los espacios que deja ver magullados. Se regocija ante mi cara de espanto y le quita la bolsa de la cabeza. Sus cabellos rubios se alborotan y sus ojos oscuros, antes con un brillo natural que ahora ha desaparecido, se acomodan a la brillante luz. Lo empujan hasta caer de rodillas.

    Admito —Ronald Moore reclama mi atención— que el truco del accidente de coche estuvo bien. Y lo del pelo fue buena idea, pero ¿sabes el problema? Te crees mucho más lista que la mayoría.

    ¿Acaso no lo soy? —le desafío antes de sacar con cuidado las manos de sus ataduras— Cuando esto acabe, toda la policía, por no mencionar el FBI y posiblemente la CIA, caerá sobre ti. No tardarán en meterte en la cárcel y, si tienes suerte, te concederán la pena capital.

    ¿Cuándo acabe? —profiere una risa gutural— Si tuviste un accidente. Chocaste contra un árbol con tu precioso Mustang. Una pena, tan joven… ¡Cállate!

Grita a PJ cuando le oye protestar, a pesa de que no se le entiende con la mordaza. Vuelven a golpearle hasta que Moore les indica que paren.

    Dile a tu amigo que se calle.

    No le conozco —empiezo a idear un plan de fuga. Ahora es mucho más difícil.

    ¿En serio? Cada vez estoy más convencido de esto. Le dejas pasar un día entero, con sus dos noches en tu casa y luego haces esto. 

    ¿Nunca te han dicho que tienes una gran imaginación? —« ¿cómo podría desatarme los tobillos de la silla sin que se note?».

    ¡Maldita niñata! —él mismo me golpea fuertemente en la cara.

Tengo que agarrarme a la silla para caer con ella y no por separado. «Gracias». Me da la oportunidad perfecta para sacar los pies. No se dan cuenta gracias a PJ, que protesta de nuevo. Ordena que me levanten y sujeto la cuerda con los pies. Incluso se ha hecho daño en la mano.

    Pues parece que él si te conoce —le aferran con más fuerza y R. Moore termina de romperle la camiseta. Señala una inscripción en la parte izquierda de su pecho en negro.

    Eso no demuestra nada —en la inscripción se lee perfectamente Alice. Eso antes no estaba.

    Igual que lo que has dicho antes. La chica desapareció, mi esposa nos abandonó cuando Alexander sólo tenía dos años, tú te mataste en un accidente de tráfico y el chico se metió en una pelea y salió mal parado.

    Monstruo —mascullo—. Quédate conmigo si quieres, pero a él déjale irse—PJ insiste en gritar—. ¡Déjame hablar!

    ¿No decías que no lo conocías? —«tengo que conseguir la pistola de alguno de ellos».

    Es inocente. No tiene nada que ver conmigo.

    Te propongo un trato. Me has caído bien y has hecho que gane bastante dinero así que… Dime el nombre de todos los agentes encubiertos que te han ayudado y os dejaré marchar. Yo mismo os pagaré un vuelo de ida a donde queráis a vivir vuestro amor…

    ¡No somos nada!

    Bueno, bueno, no te pongas así. Quiero los nombres reales y de su tapadera. ¿Hay trato?

    ¿Por qué voy a creerme que nos vas a dejar libres?

    Porque yo organizaré todo. Me aseguraré de que no vuelvas al país, ni siquiera de que pises una comisaría.

    Hecho —confirmo después de pensar un rato.

    Espléndido. Estás tardando en hablar.

    Prefiero escribirlo, así es más oficial —me mira con recelo—. Ahora soy de los vuestros.

    ¿Y él?

    Se mantendrá callado ¿verdad? —le miro y me da la razón con la cabeza— ¿Te importaría desatarme?

    Resulta que la niña no era tan estúpida…

Ordena a un guardia que lo haga y al acercarse a mí me levanto con brusquedad. Lanzo la silla con las piernas al que venía a quitarme las ataduras, cayendo al suelo; no antes de darme el suficiente tiempo y espacio para coger la pistola de su cinturón. Apunto directamente a Ronald Moore a la cabeza. Los guardaespaldas restantes se dirigen a mí, con cierto miedo de que me decida por hacer una locura y matar a su jefe. Por si acaso se me ocurre llevar a cabo el sueño de tantas personas, el que parece más fuerte pega el cañón de su arma a la cabeza de PJ.

    Un paso más y juro que disparo. Aunque vaya contigo al infierno, Moore.

    Vaya, vaya. No paras de sorprenderme. Si quisiera ya estarías muerta. Te estoy dando la oportunidad de salir con vida y ¿así me la pagas?

    Como has dicho antes, no soy estúpida. Después de darte la información nos matarás.

    Tienes la mente muy retorcida para tener… ¿quince?

    Diecisiete.

    Haz como tu amiga y habla antes de que ocurra. Pasaré por alto este incidente y haré que no sufra mucho —se dirige a PJ.

    ¿Qué amiga?

    No me acuerdo bien del nombre, pero era baja, rubia… —sólo hay dos chicas rubias en el grupo: yo y…

    Emma…—murmuro.

    Exacto. No se lo tomes en cuenta, necesitaba el dinero para su novio. Al parecer le han encerrado por homicidio —me quedo blanca al oírlo. « ¿Hood? No puede ser…él no haría tal estupidez». Agarro mejor el arma con miedo a que se me cayera por la impresión—. Sabes que no te mentiría, Alice. Odio la mentira.

    Eres un…—pego a su frente el arma y siento otras dos a cada lado de mi cabeza.

    Apartadla, chicos. No quiero que me salpique. Primero a él —señala a mi amigo—; que sienta el dolor.

Se me hace un nudo en la garganta. ¡Soy una niña! Esto es demasiado. Debo encontrar una salida, una distracción, una mentira…

    ¡Espera! —les paro cuando cargan la pistola para rematarme cuando lo hagan con él.

    ¿Últimas palabras a tu amante? Qué tierno.

    No. A ti.

    ¿Me has cogido cariño como suegro? Aún mejor —se ríe.

    No te preocupes que no es eso. Porque prefiero morir mil veces a que mi hijo te tenga como abuelo. A tener un niño con tu misma sangre —escupo.

    ¿Hijo? Más quisieras que Alexander… —se para ante mi expresión— No es posible, sois muy jóvenes.

    No tanto. Ya me has subestimado bastante ¿no crees? Además, las nuevas generaciones estamos saliendo muy rápidos —pongo una sonrisa de superioridad.

    Si fuese verdad… ¿Alexander ya lo sabría?

    Acababa de decírselo cuando me has cogido. Lo sabe todo: las amenazas, los intentos…el bebé —continúo a pesar de la cara de dolor que intenta ocultar sin conseguirlo PJ—. Y está ansioso por verme y… —oigo la bala prepararse.

    Le contaré que…

    ¿Qué? Ya no te creerá. Iba a reservar unos billetes para Marsella, ya sabes, para vivir lejos de la mafia. Lejos de ti. No quiere que sufra lo mismo que su padre.

Empiezo a contar mentalmente «3…». Hago una seña a PJ para que vayamos sincronizados y me facilite el trabajo —seguro que apenas puede andar—. Unas gotas de sudor caen a la vez del rostro de Ronald Moore que las de sangre proveniente de mi nariz. Me siento mucho más empapada que al despertar.

Miro con disimulo la puerta; fácil de abrir. Me cuelo entre ese y luego el otro. Le cojo, disparo a aquel…

    Mi hijo me quiere. Nunca me abandonaría por una puta —«2…»—. Y menos a la que ha dejado embarazada.

    En realidad no te quiere —«1…»—. Lo que siente por ti es miedo y, ahora, desprecio.

«0…» Me agacho y las balas que iban dirigidas a mi cabeza se las llevan la pared y el hombro del que amenazaba a PJ. Desde abajo barro con una pierna al autor de un disparo y cae sobre el otro, sin pistola una vez en el suelo. Todo lo que tienen de músculo les falta de cerebro, sin embargo no hay tiempo para risas. El plan debe desarrollarse en apenas unos segundos o fracasaré. Disparo al ya herido guardia y cae inmóvil al suelo, formando un charco rojo.

Me giro y automáticamente hago lo mismo con los otros dos detrás de mí, teniendo en cuenta que uno ya tenía el dedo en el gatillo. Si no recuerdo mal estas pistolas tenían unas dieciocho; me quedan catorce.

    ¡Corre! —consigo gritar en plena acción, no obstante él se levanta torpemente.

Ataco al último que me queda para quedarme a solas con el verdadero enemigo. Noto algo debajo de las costillas en la parte derecha y me cambio la pistola de mano —a la izquierda—, esto no me detiene de disparar de nuevo; fallo y le remato en el pecho. Sin bajar el arma de la cabeza de Moore doy una patada a la mano del último para que suelte la pistola y la recojo con cautela. No puedo evitar dudar dispararlo aquí y ahora.

    Venga, maté a toda esa gente, me lo merezco. Y tú también. Acabas de matar a cuatro hombres, uno de ellos desarmado. Cuando salgas de aquí yo seré el asesino y tú la heroína. Yo sólo he vendido lo que me pedían y he intentado hacer lo mejor para mi hijo. Igual que tú para el tuyo —cierra los ojos—. En realidad no somos tan diferentes.

    Tienes razón…excepto una pequeña diferencia. Yo no mato por placer, ni tampoco a mujeres y niñas. Y que no se te olvide que soy mejor que tú.

Gasto otra bala en su espinilla; once. Así me aseguro que no vendrá. Me tiran de la blusa y al girarme encuentro a un PJ maltratado y angustiado. Asiento con la cabeza, ignorando su mirada y salgo corriendo por la puerta. En un momento empezamos a recorrer un laberinto que parece no tener fin —me encargo de más guardias mientras tanto— hasta reconocer la puerta del despacho. Cierro los ojos, intentando concentrarme para encontrar la salida y empiezo a guiar a mi acompañante. La tarea se hace más ardua mientras avanzamos, mi memoria está difuminada por la adrenalina y el tiempo, y también hay que sumarle que seguimos encontrando guardias —a mitad de camino tengo que tirar la primera pistola y quedarme con la otra.

Conseguimos salir y rompemos con la pistola la ventanilla. PJ hace un puente a la furgoneta que está aparcada en la puerta y al meterme descubro que la vista no se me había nublado por la adrenalina, sino por la herida de bala que tengo en el hígado. Ni siquiera tengo fuerzas para taponarme la herida, aunque por suerte, él si lo hace. Se quita lo que queda de su camiseta y me aprieta con toda la fuerza que puede. Intento no mirar la gran mancha de sangre que es ahora mi cuerpo, sin embargo me parece imposible. A duras penas desvío la mirada a un desesperado Patrick con lágrimas en los ojos y suplicándome.

    Por favor…otra vez no…venga, Baby, Alice…como quieras que te llame, aguanta, un poco más.

    Conduce —consigo decir con un esfuerzo—. Salgamos de aquí —fallo mi intento de sonrisa, que se torna en una desagradable mueca de dolor.

    Pero estás…

    Vendrán más —los ojos empiezan a cerrárseme.

    No te duermas —el coche empieza a andar rápidamente—. ¡Eh! No voy a dejar que te mueras ¿me entiendes? —se le quiebra la voz al final.
Pero yo ya no puedo soportar más. Los párpados parecen plomo y empiezo a sentir la paz que parece proporcionarme el sueño que, ridículamente, me intenta arrebatar una de las personas que más me quieren.

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