Espero que os guste y muchas gracias por estar ahí. Podéis contactar conmigo por aquí o en twitter @Lizzy_Finley
Érase una chica, aparentemente
decidida, pero en el fondo llena de inseguridades, que conoció a otra chica con
la que conectó al instante; en esa misma tarde se hicieron prácticamente
inseparables. Iban a todos lados juntas, hablaban de todo, sentían que tenían
el mundo a sus pies porque nada ni nadie sería capaz de separarlas, al menos,
la primera lo creía.
Hablaban casi todos los días y
cuando no se veían o no conseguían contarse lo que les había pasado, sentían
una especie de vacío, al menos, a la primera le pasaba.
En el verano se separaron una
temporada, pero el reencuentro fue más emotivo que nunca porque, si una semana
les parecía eterna, no querían imaginarse un mes entero, al menos, la primera
se sentía así.
Nuestra protagonista sufría cada
vez que su amiga —casi hermana— le contaba que en el instituto la trataban mal.
Se sentía impotente por no poder ayudarla cuando la necesitaba y trataba con
todas sus fuerzas de hacerle olvidar esas malas experiencias con bromas, paseos
por ninguna parte y charlas sin sentido. Por todo esto, cuando le dijo que se
cambiaría de instituto para —lo que en un principio pensó— estar con ella, se
sintió la persona más feliz del mundo, porque podría estar con ella casi todo
el día y, sobre todo, no permitiría que nadie la hiciese daño jamás. Aún sigue
pensando así.
El primer día, su amiga no la
soltó la mano. Ni ella tampoco. Quería quitarle el miedo y la inseguridad a
base de abrazos y apoyo que no paraba de darla, también feliz por sentirse, de
alguna manera, necesitada.
Ella demostraba esta satisfacción
riéndose como acostumbraba —solo que esta vez era una risa cargada de cariño— y
presentando a su amiga a todos los de la clase para que la integraran lo más
fácil y rápidamente posible.
No podía creer cómo, en unos
simples meses, se podría crear un vínculo así de fuerte entre dos personas. Lo
había visto en películas y leído en libros, pero para ella eran simples
historias que atraían al público por ser idílicas. Pensaba que, a veces, ese
tipo de cosas pasaban en la vida real y ella había sido tan afortunada de vivir
una.
Poco a poco el curso iba
avanzando y ella se sentía orgullosa por verla feliz y a gusto, empezó a darle
espacio para estar con otra gente, pensaba que ya no la necesitaba tanto,
porque su amiga empezó a juntarse con gente que ambas conocían bien y en la
que, sin ellos darse cuenta, nuestra chica estaba confiando uno de sus mayores
tesoros.
Pensaréis que empezó a juntarse
con personas que la valoraban y que todo fue como el cuento de hadas que desde
un principio le pareció a la protagonista de la historia, y no podríais estar
más equivocados.
Sí, es cierto que cambió de
amistades, pero ella siguió su ejemplo. Se empezó a distanciar de quien siempre
la había querido por otros nuevos que no la conocían tan bien como imaginaba. El
proceso fue tan largo y tan rápido a la vez que ella apenas lo notó, sin
embargo, nuestra querida chica, sufrió de una manera que no se imaginó nunca:
no por la intensidad, sino porque lo estuvo viendo venir desde hacía tiempo y
no sabía cómo detenerlo. Siempre había tenido esa inseguridad, y ahora su
pesadilla se estaba haciendo realidad.
Tan sólo tardaron —o más bien
tardó su ‘’amiga’’ — dos meses en no hablarse. Ella intentaba acercarse a la
que tomó por confidente tanto tiempo, pero la otra siempre estaba demasiado
ocupada haciendo caso al resto de personas que la rodeaban antes que a la que
la había apoyado en todo momento.
Ella le hizo un regalo de
cumpleaños cuando llevaban bastante tiempo sin hablarse a pesar de no llegar a
los dos meses de haber entrado en el nuevo instituto. A la otra le bastó con
una simple palabra cuando fue a la inversa.
No podía soportar todo lo que
estaba pasando, era demasiado rápido y confuso y, a pesar de saber que tenía a
gente en la que apoyarse, conservaba la inútil esperanza de que volvería a ser
la de antes y, por lo tanto, se guardaba todo dentro.
Jamás había sido una chica de
confiar en nadie, y menos sus sentimientos, pensaba que, de alguna manera, la
hacían débil y lo único que la mantenía a flote era su enorme orgullo.
Los meses pasaban y se
convirtieron en totales extrañas; ella hablaba con toda la clase excepto con la
que había sido su amiga, se reía y se divertía y conseguía olvidarse de todo
por bastante tiempo, pero al llegar a casa, recapacitaba sobre el día y se daba
cuenta de que su tesoro no estaba custodiado por un dragón, sino que era un
mero disfraz de oro bajo el que se escondían las escamas.
En realidad no llegó a hacerla
daño intencionalmente, se limitó a dejar de hablarla y relevarla no a segundo
plano, sino a uno tan lejano que apenas se apreciaba su voz si gritaba a todo
pulmón. Habría sido mejor que todo hubiese acabado con un enfado, pues tendría
motivos para enfadarse y no pensar en qué hizo mal para perderla. Tendría a quien
culpar, un motivo, por estúpido que fuera, por el que hacer algo para zanjarlo
de una vez por todas o solucionarlo; sin tener en cuenta el final. Sabría que
ambas tienen la culpa, pero por mucho que busca su parte en todo esto, no la
encuentra.
Cuando hicieron el año desde que
se conocieron, nuestra protagonista la regaló una pulsera que fue muy
importante para ella, sin embargo, desde ese día no se la ha visto puesta.
Intentaba acercarse desesperadamente, la echaba de menos, pero no sabía cómo
decírselo sin derrumbarse en frente de ella porque, como ya he dicho antes, su
orgullo es inmenso y no se perdonaría que ella, la que prácticamente la había
abandonado, la viese llorar por un motivo que, inmersa en su mundo, no llegaría
a comprender.
Empezó a superarlo, conoció a
otra amiga que la comprendía bien, no porque hubiese pasado por lo mismo, sino
porque se limitaba a escuchar y mostrarle su apoyo lo mejor que podía. La
conexión no fue tan inmediata ni tan mágica, sino que se fue forjando poco a
poco hasta que le dijo cómo se sentía respecto a su antigua amiga. La vio
llorar e hizo lo que prefería sin haber hablado de ello. Nuestra protagonista
aparenta ser fuerte, así que lo último que necesita cuando llora es un abrazo;
simplemente que le cojas la mano y la dejes tragarse sus lágrimas una vez más.
Esto, es la amistad más sincera que jamás ha tenido y tiene que agradecérselo a
la que lo provocó todo. Si no hubiese sido por ella, ahora no tendría esa
capacidad para detectar a la gente falsa y no estaría rodeada de la gente
maravillosa que tiene.
Esto no quiere decir que esté
llamando a la segunda protagonista falsa, simplemente ingenua por no darse
cuenta de lo que estaba perdiendo. ¿Ella era el dragón de nuestra protagonista?
No lo creo. Ni tampoco que estar rodeada de gente maravillosa le hiciese
olvidar lo que le había pasado anteriormente. Inexplicablemente para ella, la
seguía queriendo y la dolía ver cómo no se saludaban al verse y cómo, si la
veía por la calle, se cambiaba de acera para evitar momentos incómodos.
El siguiente empezó exactamente
igual como acabó el anterior: sin relación alguna entre ellas. Esta vez,
ninguna de las dos se felicitó por su cumpleaños. Tan sólo intercambiaron las
palabras justas —si era ninguna mejor le resultaba a nuestra chica— hasta
coincidir en una actividad extraescolar. La que fue su amiga seguía —y sigue,
en el fondo— siendo una gran debilidad, así que en cuanto la sonrió un par de
veces, no pudo evitar actuar con sinceridad y que se le borrara el rencor que
sentía por dentro por haberla dejado en la estacada.
En cuanto estuvieron con más
gente delante, la simpatía que le expresó desapareció por completo para volver
a su actitud de siempre. Lo que es cierto es que empezó a intentar acercarse a
la primera chica, peor ella no se sentía en condiciones para corresponderla.
Ahora tenía unos amigos que la correspondían y no quería salir de su cómoda
monotonía, a demás, estaba dolida y quería su disculpa. Aún sigue esperándola.
Su mejor amiga se llevaba muy
bien con la que lo fue, pero no se metió en ningún momento en su relación
porque sabía cómo se sentía respecto a ello. Intentaba ayudarla en lo que podía
y ella lo agradecía, aunque no siempre se lo dijera.
Este curso se pasó más rápido de
lo que imaginaba, en parte porque no hubo dramas de ningún tipo, tenía en quien
confiar en todo momento y no se sintió sola, como lo hizo antes.
Nada de palabras entre ellas,
nada de miradas, sólo una barrera de orgullo y de ingenuidad.
Lo curioso de este curso es que
empezó a afrontarlo como un reto: más difícil, gente nueva, su mejor amiga en
otra clase… No pretendía en ningún momento arreglarse con su ex amiga, ella
estaba feliz por su parte y nuestra chica también. Ya apenas le importaba que
no se hablaran, se había acostumbrado.
Sin embargo, cuando menos se lo
esperaba, la vio llorar y su mundo se derrumbó.
Ella, para consolarse, se había
hecho la idea de que quería verla tan mal como lo había pasado. Sería su
pequeña venganza y así se le abrirían los ojos. Le demostraría que seguía estando
ahí y que no se iba a ir por mucho que se distanciasen en el fondo.
Sin embargo, en el momento que
vio las lágrimas, en vez de no hacer nada como había planeado secretamente en
su cabeza, no tuvo otra reacción que abrazarla. La llevó a parte y la dijo todo
lo que pensaba. El por qué lloraba quedaba en segundo plano, para ella era un
pequeño instante de victoria que no pudo disfrutar porque era demasiado amargo
tenerla llorando en su hombro. No podía soportarlo, tenía que tragarse sus
palabras y sustituirlas por otras de ánimo y de cariño que, ahora, sigue sin
saber si fueron adecuadas. Igual que su reacción.
Cuando empezó a llegar más gente
de nuevo volvió a sentir esa punzada de dolor al verla preferir a otros antes
que a ella. La dijo, llorando, que la dejase —ella la comprendió
perfectamente—, pero aun así la siguió hasta el baño donde se encerró. Lo que
no alcanzó a ver por tener la puerta cerrada, fue lo frustrada que volvía a
sentirse y cómo se desquitaba con la pared y salía prácticamente corriendo
mientras su mejor amiga la llamaba.
No pudo concentrarse en toda la
clase, en parte por el dolor de la mano con la que había golpeado un par de
veces a la pared, y en su mayoría por cómo se encontraría la chica a la que,
una vez más, había apoyado ante todo y dejando al resto de lado. Al menos, eso
es lo que sintió nuestra chica. ¿Dónde estaban hace una hora esos amigos de los
que tanto presume? ¿Dónde estaban esos maravillosos amigos cuando estaba sola?
¿Quién es el que la estaba consolando cuando no podía hablar de lo que lloraba?
¿Ellos, ocupados en sus vidas más interesantes que cuidar a la que se supone
que es su amiga, o nuestra chica, quien a pesar de haber sufrido por culpa de
ella seguía a su lado incondicionalmente y en contra de su propia conciencia?
Salió corriendo de clase para
verla, pero para ella ya no existía. Estaba con otros amigos y ni siquiera se
molestó en hacer algo más que mirarla cuando, preocupada, la preguntó si estaba
mejor. Repitió la operación de antes con otra pared, un par de mesas y una
silla e ignoró la reprimenda de su mejor amiga por hacerlo. Se lo decía por su
bien, no obstante, tenía que desahogarse y no sabía cómo.
Esa tarde casi lloró cuando
estuvo hablándolo con otra amiga de confianza que ya la había visto llorar por
lo mismo antes. La dio buenos consejos, pero para llevarlos a cabo necesitaba
una fortaleza que en ese momento no tenía, ni ahora tampoco.
Casi dos años sin hablarse se
convirtieron en nada cuando al día siguiente la sonrió un par de veces y habló
con ella; de trivialidades, sí, pero era un gran paso para ella. Pensó que
volvería a ella, ya ni siquiera le importaba que se disculpase, así que le
devolvió las sonrisas, quizá algo forzadas, pero al menos lo intentaba. La
gustaba verla bien y le dio falsas esperanzas, de nuevo. Resistió la tentación
de llamarla para no forzar las cosas, quería hablar con ella para comprobar que
estaba bien, pero no quería agobiarla.
Se dio cuenta de lo estúpida que
estaba siendo y se deshizo de la rabia que llevaba dentro. Después de los
primeros golpes apenas los sentía y siguió hasta cansarse. Al terminar, se vio
los nudillos rojos y le dolían un par de dedos. Entonces es cuando se dio
cuenta de que no podía dejar que eso siguiera porque iba a acabar mal.
No obstante, al día siguiente ver
cómo la ignoraba de nuevo, como si no hubiese pasado nada, como si no hubiese
llorado en su hombro y como si no hubiese oído la confesión de que siempre iba
a estar ahí por mucho que no se hablaran; volvió a sentir que nada valía la
pena. ¿En serio no había visto los moratones en sus nudillos? ¿En serio no la
vio golpear la pared a su lado? ¿En serio no vio cómo se quedaba mirando a la
nada, con los ojos húmedos y con gente que la conocía desde después que ella
abrazándola y preguntándola qué la pasaba?
También quería enviarle
fotografías de los golpes para que viese cómo se sentía y comprobar si le
importaba algo, si significaba algo en su vida. Pero era demasiado cobarde.
Ahora esa chica tiene la
conciencia tranquila, pero el corazón no tanto. Le han dado tantos golpes que
no son comparables ni de lejos con todos los que han recibido las paredes por
la frustración acumulada.
Ahora esa chica se pregunta si
todo ha valido de verdad la pena.
Si tenía sentido dejarse la mano
como para no escribir por ella; si todas las lágrimas eran para algo; si no
debería haberse dado la vuelta cuando la vio llorar y huir; si debería hacer
como si no existiera para que no la volviese a dañar…
Si las horas delante del
ordenador escribiendo esto tienen algún sentido.
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