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viernes, 10 de enero de 2014

Feliz Año! Primer relato

Buenas! Feliz Año a todos! Ahora que las navidades han acabado, vengo con noticias. Voy a subir una especie de relato corto que significa mucho para mí como regalo retrasado y el comienzo de una historia que acabo de comenzar y me tiene absorbida. He de decir que cada nueva idea que se me ocurre, aunque sea mala, a mí me parece fantástica y me fascina tanto que dejo todo de lado para ponerme con ella, así que os ruego paciencia y comentarios porque me resulta muy importante vuestra opinión. Dicho esto, os dejo con el primer relato. Es completamente independiente y lo escribí para un tema personal, pero pensé que sería buena idea compartirlo con vosotros también.
Espero que os guste y muchas gracias por estar ahí. Podéis contactar conmigo por aquí o en twitter @Lizzy_Finley



Érase una chica, aparentemente decidida, pero en el fondo llena de inseguridades, que conoció a otra chica con la que conectó al instante; en esa misma tarde se hicieron prácticamente inseparables. Iban a todos lados juntas, hablaban de todo, sentían que tenían el mundo a sus pies porque nada ni nadie sería capaz de separarlas, al menos, la primera lo creía.

Hablaban casi todos los días y cuando no se veían o no conseguían contarse lo que les había pasado, sentían una especie de vacío, al menos, a la primera le pasaba.

En el verano se separaron una temporada, pero el reencuentro fue más emotivo que nunca porque, si una semana les parecía eterna, no querían imaginarse un mes entero, al menos, la primera se sentía así.

Nuestra protagonista sufría cada vez que su amiga —casi hermana— le contaba que en el instituto la trataban mal. Se sentía impotente por no poder ayudarla cuando la necesitaba y trataba con todas sus fuerzas de hacerle olvidar esas malas experiencias con bromas, paseos por ninguna parte y charlas sin sentido. Por todo esto, cuando le dijo que se cambiaría de instituto para —lo que en un principio pensó— estar con ella, se sintió la persona más feliz del mundo, porque podría estar con ella casi todo el día y, sobre todo, no permitiría que nadie la hiciese daño jamás. Aún sigue pensando así.

El primer día, su amiga no la soltó la mano. Ni ella tampoco. Quería quitarle el miedo y la inseguridad a base de abrazos y apoyo que no paraba de darla, también feliz por sentirse, de alguna manera, necesitada.

Ella demostraba esta satisfacción riéndose como acostumbraba —solo que esta vez era una risa cargada de cariño— y presentando a su amiga a todos los de la clase para que la integraran lo más fácil y rápidamente posible.

No podía creer cómo, en unos simples meses, se podría crear un vínculo así de fuerte entre dos personas. Lo había visto en películas y leído en libros, pero para ella eran simples historias que atraían al público por ser idílicas. Pensaba que, a veces, ese tipo de cosas pasaban en la vida real y ella había sido tan afortunada de vivir una.

Poco a poco el curso iba avanzando y ella se sentía orgullosa por verla feliz y a gusto, empezó a darle espacio para estar con otra gente, pensaba que ya no la necesitaba tanto, porque su amiga empezó a juntarse con gente que ambas conocían bien y en la que, sin ellos darse cuenta, nuestra chica estaba confiando uno de sus mayores tesoros.

Pensaréis que empezó a juntarse con personas que la valoraban y que todo fue como el cuento de hadas que desde un principio le pareció a la protagonista de la historia, y no podríais estar más equivocados.

Sí, es cierto que cambió de amistades, pero ella siguió su ejemplo. Se empezó a distanciar de quien siempre la había querido por otros nuevos que no la conocían tan bien como imaginaba. El proceso fue tan largo y tan rápido a la vez que ella apenas lo notó, sin embargo, nuestra querida chica, sufrió de una manera que no se imaginó nunca: no por la intensidad, sino porque lo estuvo viendo venir desde hacía tiempo y no sabía cómo detenerlo. Siempre había tenido esa inseguridad, y ahora su pesadilla se estaba haciendo realidad.

Tan sólo tardaron —o más bien tardó su ‘’amiga’’ — dos meses en no hablarse. Ella intentaba acercarse a la que tomó por confidente tanto tiempo, pero la otra siempre estaba demasiado ocupada haciendo caso al resto de personas que la rodeaban antes que a la que la había apoyado en todo momento.

Ella le hizo un regalo de cumpleaños cuando llevaban bastante tiempo sin hablarse a pesar de no llegar a los dos meses de haber entrado en el nuevo instituto. A la otra le bastó con una simple palabra cuando fue a la inversa.

No podía soportar todo lo que estaba pasando, era demasiado rápido y confuso y, a pesar de saber que tenía a gente en la que apoyarse, conservaba la inútil esperanza de que volvería a ser la de antes y, por lo tanto, se guardaba todo dentro.

Jamás había sido una chica de confiar en nadie, y menos sus sentimientos, pensaba que, de alguna manera, la hacían débil y lo único que la mantenía a flote era su enorme orgullo.

Los meses pasaban y se convirtieron en totales extrañas; ella hablaba con toda la clase excepto con la que había sido su amiga, se reía y se divertía y conseguía olvidarse de todo por bastante tiempo, pero al llegar a casa, recapacitaba sobre el día y se daba cuenta de que su tesoro no estaba custodiado por un dragón, sino que era un mero disfraz de oro bajo el que se escondían las escamas.

En realidad no llegó a hacerla daño intencionalmente, se limitó a dejar de hablarla y relevarla no a segundo plano, sino a uno tan lejano que apenas se apreciaba su voz si gritaba a todo pulmón. Habría sido mejor que todo hubiese acabado con un enfado, pues tendría motivos para enfadarse y no pensar en qué hizo mal para perderla. Tendría a quien culpar, un motivo, por estúpido que fuera, por el que hacer algo para zanjarlo de una vez por todas o solucionarlo; sin tener en cuenta el final. Sabría que ambas tienen la culpa, pero por mucho que busca su parte en todo esto, no la encuentra.

Cuando hicieron el año desde que se conocieron, nuestra protagonista la regaló una pulsera que fue muy importante para ella, sin embargo, desde ese día no se la ha visto puesta. Intentaba acercarse desesperadamente, la echaba de menos, pero no sabía cómo decírselo sin derrumbarse en frente de ella porque, como ya he dicho antes, su orgullo es inmenso y no se perdonaría que ella, la que prácticamente la había abandonado, la viese llorar por un motivo que, inmersa en su mundo, no llegaría a comprender.

Empezó a superarlo, conoció a otra amiga que la comprendía bien, no porque hubiese pasado por lo mismo, sino porque se limitaba a escuchar y mostrarle su apoyo lo mejor que podía. La conexión no fue tan inmediata ni tan mágica, sino que se fue forjando poco a poco hasta que le dijo cómo se sentía respecto a su antigua amiga. La vio llorar e hizo lo que prefería sin haber hablado de ello. Nuestra protagonista aparenta ser fuerte, así que lo último que necesita cuando llora es un abrazo; simplemente que le cojas la mano y la dejes tragarse sus lágrimas una vez más. Esto, es la amistad más sincera que jamás ha tenido y tiene que agradecérselo a la que lo provocó todo. Si no hubiese sido por ella, ahora no tendría esa capacidad para detectar a la gente falsa y no estaría rodeada de la gente maravillosa que tiene.

Esto no quiere decir que esté llamando a la segunda protagonista falsa, simplemente ingenua por no darse cuenta de lo que estaba perdiendo. ¿Ella era el dragón de nuestra protagonista? No lo creo. Ni tampoco que estar rodeada de gente maravillosa le hiciese olvidar lo que le había pasado anteriormente. Inexplicablemente para ella, la seguía queriendo y la dolía ver cómo no se saludaban al verse y cómo, si la veía por la calle, se cambiaba de acera para evitar momentos incómodos.

El siguiente empezó exactamente igual como acabó el anterior: sin relación alguna entre ellas. Esta vez, ninguna de las dos se felicitó por su cumpleaños. Tan sólo intercambiaron las palabras justas —si era ninguna mejor le resultaba a nuestra chica— hasta coincidir en una actividad extraescolar. La que fue su amiga seguía —y sigue, en el fondo— siendo una gran debilidad, así que en cuanto la sonrió un par de veces, no pudo evitar actuar con sinceridad y que se le borrara el rencor que sentía por dentro por haberla dejado en la estacada.

En cuanto estuvieron con más gente delante, la simpatía que le expresó desapareció por completo para volver a su actitud de siempre. Lo que es cierto es que empezó a intentar acercarse a la primera chica, peor ella no se sentía en condiciones para corresponderla. Ahora tenía unos amigos que la correspondían y no quería salir de su cómoda monotonía, a demás, estaba dolida y quería su disculpa. Aún sigue esperándola.

Su mejor amiga se llevaba muy bien con la que lo fue, pero no se metió en ningún momento en su relación porque sabía cómo se sentía respecto a ello. Intentaba ayudarla en lo que podía y ella lo agradecía, aunque no siempre se lo dijera.

Este curso se pasó más rápido de lo que imaginaba, en parte porque no hubo dramas de ningún tipo, tenía en quien confiar en todo momento y no se sintió sola, como lo hizo antes.

Nada de palabras entre ellas, nada de miradas, sólo una barrera de orgullo y de ingenuidad.

Lo curioso de este curso es que empezó a afrontarlo como un reto: más difícil, gente nueva, su mejor amiga en otra clase… No pretendía en ningún momento arreglarse con su ex amiga, ella estaba feliz por su parte y nuestra chica también. Ya apenas le importaba que no se hablaran, se había acostumbrado.

Sin embargo, cuando menos se lo esperaba, la vio llorar y su mundo se derrumbó.

Ella, para consolarse, se había hecho la idea de que quería verla tan mal como lo había pasado. Sería su pequeña venganza y así se le abrirían los ojos. Le demostraría que seguía estando ahí y que no se iba a ir por mucho que se distanciasen en el fondo.

Sin embargo, en el momento que vio las lágrimas, en vez de no hacer nada como había planeado secretamente en su cabeza, no tuvo otra reacción que abrazarla. La llevó a parte y la dijo todo lo que pensaba. El por qué lloraba quedaba en segundo plano, para ella era un pequeño instante de victoria que no pudo disfrutar porque era demasiado amargo tenerla llorando en su hombro. No podía soportarlo, tenía que tragarse sus palabras y sustituirlas por otras de ánimo y de cariño que, ahora, sigue sin saber si fueron adecuadas. Igual que su reacción.

Cuando empezó a llegar más gente de nuevo volvió a sentir esa punzada de dolor al verla preferir a otros antes que a ella. La dijo, llorando, que la dejase —ella la comprendió perfectamente—, pero aun así la siguió hasta el baño donde se encerró. Lo que no alcanzó a ver por tener la puerta cerrada, fue lo frustrada que volvía a sentirse y cómo se desquitaba con la pared y salía prácticamente corriendo mientras su mejor amiga la llamaba.

No pudo concentrarse en toda la clase, en parte por el dolor de la mano con la que había golpeado un par de veces a la pared, y en su mayoría por cómo se encontraría la chica a la que, una vez más, había apoyado ante todo y dejando al resto de lado. Al menos, eso es lo que sintió nuestra chica. ¿Dónde estaban hace una hora esos amigos de los que tanto presume? ¿Dónde estaban esos maravillosos amigos cuando estaba sola? ¿Quién es el que la estaba consolando cuando no podía hablar de lo que lloraba? ¿Ellos, ocupados en sus vidas más interesantes que cuidar a la que se supone que es su amiga, o nuestra chica, quien a pesar de haber sufrido por culpa de ella seguía a su lado incondicionalmente y en contra de su propia conciencia?

Salió corriendo de clase para verla, pero para ella ya no existía. Estaba con otros amigos y ni siquiera se molestó en hacer algo más que mirarla cuando, preocupada, la preguntó si estaba mejor. Repitió la operación de antes con otra pared, un par de mesas y una silla e ignoró la reprimenda de su mejor amiga por hacerlo. Se lo decía por su bien, no obstante, tenía que desahogarse y no sabía cómo.

Esa tarde casi lloró cuando estuvo hablándolo con otra amiga de confianza que ya la había visto llorar por lo mismo antes. La dio buenos consejos, pero para llevarlos a cabo necesitaba una fortaleza que en ese momento no tenía, ni ahora tampoco.

Casi dos años sin hablarse se convirtieron en nada cuando al día siguiente la sonrió un par de veces y habló con ella; de trivialidades, sí, pero era un gran paso para ella. Pensó que volvería a ella, ya ni siquiera le importaba que se disculpase, así que le devolvió las sonrisas, quizá algo forzadas, pero al menos lo intentaba. La gustaba verla bien y le dio falsas esperanzas, de nuevo. Resistió la tentación de llamarla para no forzar las cosas, quería hablar con ella para comprobar que estaba bien, pero no quería agobiarla.

Se dio cuenta de lo estúpida que estaba siendo y se deshizo de la rabia que llevaba dentro. Después de los primeros golpes apenas los sentía y siguió hasta cansarse. Al terminar, se vio los nudillos rojos y le dolían un par de dedos. Entonces es cuando se dio cuenta de que no podía dejar que eso siguiera porque iba a acabar mal.

No obstante, al día siguiente ver cómo la ignoraba de nuevo, como si no hubiese pasado nada, como si no hubiese llorado en su hombro y como si no hubiese oído la confesión de que siempre iba a estar ahí por mucho que no se hablaran; volvió a sentir que nada valía la pena. ¿En serio no había visto los moratones en sus nudillos? ¿En serio no la vio golpear la pared a su lado? ¿En serio no vio cómo se quedaba mirando a la nada, con los ojos húmedos y con gente que la conocía desde después que ella abrazándola y preguntándola qué la pasaba?

También quería enviarle fotografías de los golpes para que viese cómo se sentía y comprobar si le importaba algo, si significaba algo en su vida. Pero era demasiado cobarde.

Ahora esa chica tiene la conciencia tranquila, pero el corazón no tanto. Le han dado tantos golpes que no son comparables ni de lejos con todos los que han recibido las paredes por la frustración acumulada.

Ahora esa chica se pregunta si todo ha valido de verdad la pena.

Si tenía sentido dejarse la mano como para no escribir por ella; si todas las lágrimas eran para algo; si no debería haberse dado la vuelta cuando la vio llorar y huir; si debería hacer como si no existiera para que no la volviese a dañar…

Si las horas delante del ordenador escribiendo esto tienen algún sentido.

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