Me cuesta bastante que mis padres acepten
mi propuesta y, debo decir, que aun sin su consentimiento, lo habría hecho. Es
un viejo amigo que podría estar en peligro por mi culpa, por no dejar las cosas
claras sobre que no debería hacer lo que ha hecho. Necesita ayuda y aunque yo
no quiera admitirlo, voy a ayudarle siempre que pueda.
Entre los dos preparamos una cena sencilla —no por falta de
ingredientes, pues tengo la nevera y los armarios a rebosar— y recogemos
tranquilamente.
— Déjame
que aclare una cosa —dice mientras friega los platos.
— Buen
chiste —sonrío y me imita al verme.
— Me
das de comer, dónde pasar la noche y dinero. Todo esto, ¿a cambio de qué?
— De
que te vayas —me apoyo de espaldas a la mesa. Cierra el grifo y nos quedamos de
frente—. Mañana te vas en bus de vuelta a casa.
— Yo
no tengo casa.
— Pues
te quedas en “la cueva”. No es la primera vez que lo has hecho. De todas formas
te daré algo más para comer o un hotel. Si me lo pides, para ambas cosas.
— ¿Y
la camioneta?
— También
haré que llegue al barrio —me alejo de él.
— No
entiendo nada.
— No
hace falta —alzo la voz desde el salón.
— ¿Por
qué lo haces si no me quieres? —me alcanza y se pone enfrente de mí, impidiendo
el paso.
— Sí
te quiero, pero…
— Como
amigo ¿no? —asiento y me giro.
— Si
te apetece cambiarte creo que hay ropa en la segunda habitación de la derecha —señalo
con la cabeza las escaleras—. No entres en ninguna otra habitación sin permiso
¿entendido?
— Creo
que sí.
— Bien.
No puedo hablar con él sin que salga ese tema a la luz, así que lo mejor
será evitarlo. Le dejo solo al subir y me meto en mi habitación. Consulto una
vez más los periódicos que han dado la noticia de mi muerte. Leo los artículos,
aunque todos son bastante parecidos: una chica que se pasó con la velocidad en
un coche demasiado potente para ella; padres ricos y desolados por la noticia;
y un funeral privado, secreto y emotivo.
Suspiro y apago la pantalla antes de alejarme del escritorio. Por un
momento, he llegado a pensar que no resultaría tan mala idea hacer realidad los
reportajes y fotografías.
— ¿Estás
bien?
— Déjame,
por favor —respondo con la voz ahogada por las manos.
— ¿Puedo
ayudarte?
— No.
Cuando me dejo la cara al descubierto, veo cómo su espalda bronceada
sale de la habitación. Cansada, tiro la camiseta a la cama para ponerme el
pijama.
— Baby,
yo… —aparece en la puerta, sorprendiéndome.
— ¿Qué?
—digo con un hilo de voz.
No contesta. Se acerca lentamente mirándome con preocupación y, por
mucho que intente ocultarlo, horror. Llega a mí con el brazo extendido y me
roza con los dedos el hueso saliente de la cadera. Recorre su forma y deja ahí
la mano, envolviendo gran parte con ella. La otra mano palpa mis costillas
cuidadosamente hasta reunirse con la otra en la parte baja de la espalda, tras
tocar los bultos de las notables vértebras. Desde que sentimos nuestras pieles
juntas, tampoco separamos los ojos.
— ¿Qué
has hecho? —murmura mientras nuestros labios se acercan poco a poco.
El tacto de su pecho al abrazarnos —suave, cálido y latente— me resulta
tan reconfortante que hace que todo comience a tener sentido: irnos juntos,
olvidarme del mundo, que Baby vuelva…
¿Por qué no dejar que pase? Esta vez soy plenamente conciente de mis
movimientos y acciones. Me apresuro a besarle con toda la fuerza que conservo y
él hace lo mismo. Necesito a alguien de mi lado y aquí le tengo, dispuesto a
todo por mí. A todo…
— ¡No!
—me separo bruscamente. Se queda mirándome, atónito.
— Yo…lo
siento, no debería…
— No
seas hipócrita. Ambos sabemos que volveríamos a hacerlo y la única que se
arrepentiría de nuevo sería yo.
— Siento
haberte hecho daño.
— Yo
tampoco he sido un ángel —recordar esa palabra me sienta como una bofetada—. Y…
Te mentí —levanto la cabeza—. Sobre que lo había hecho con uno que ni conocía y
todo eso.
— Entonces,
¿eres… —un brillo de luz cruza sus ojos oscuros.
— No
—me siento en la cama y respiro hondo.
— ¿Hay
otro? —se pone a mi lado y me mira a los ojos.
Tengo que aceptar lo que he hecho. Estoy orgullosa de ello y no voy a
negarlo; no tendría sentido.
— Sí.
En realidad es…era —corrijo rápidamente la medio mentira— el único.
— ¿Fue
hace mucho? —intenta en vano que no note la amargura en su voz.
— Algo
más de un mes.
— Felicítale
de mi parte, porque es un tipo realmente afortunado.
— No
lo haré. Concretamente, la última vez que le vi fue esa. Y así seguirá.
— No
te creía así. Pensaba que querías que fuera especial, con el indicado para…
— Y
lo fue; mucho. Pero las personas cambian. Yo he tenido que cambiar.
— Lo
dices como si no hubieras tenido otra opción.
— Triste,
¿verdad? —miro el reflejo de el chico que conocí.
— ¿Le
quieres?
— Sí.
— No
sabes cuánto me gustaría que pensaras en mí de esa manera.
— Es
tarde —me levanto—. Será mejor que duermas, mañana va a ser un día largo.
— Tienes
razón. ¿A qué hora nos vamos?
— Aún
no lo sé, pero lo más temprano posible —le acompaño hasta su habitación, la de
Frank y Anne más bien—. Buenas noches.
— Espera
—me detiene por el brazo.
— ¿Qué
quieres? —suspiro.
— ¿Y
si no puedo dormir? —me mira de una forma que sólo me ha mirado una persona en
mi vida.
En realidad me está rogando que le diga lo mucho que le quiero, el
problema es que ni yo estoy segura de quién soy. La mayoría de personas piden
una segunda oportunidad, un cambio de aires para empezar una nueva vida; yo lo
he tenido y seguramente lo repita y he de decirles que no sirve de nada. Sólo
te complica más las cosas.
Debo ser desagradable con él o nunca tirará la toalla.
— Abajo
hay cojines.
Cierro la puerta y cojo mi ordenador. Bajo hasta el salón y lo dejo en
la encimera para comer algo. A pesar de haber cenado en condiciones por mucho
tiempo, sigo teniendo hambre. Me siento en el sofá con el portátil en las
piernas y un paquete de galletas al lado. Anoto los horarios de los autobuses y
navego por Internet sin darme cuenta de la hora hasta que se me acaba la
batería: las cuatro. Tampoco está tan mal, debería despertarme en otras cuatro
horas, así que por salir a dar un paseo no se pierde nada. Incluso los asesinos
duermen.
Vuelvo a vestirme con un chándal lo suficientemente ancho para que no se
note el chaleco ni la pistola. Me pongo la capucha y doy vueltas al barrio como
hacía con mi padre al principio para entrenarme: corriendo. Nunca me parece
suficiente, pero creo que una hora y media para empezar está bien y debo volver
a casa, de todas formas. También he empezado a notar el cansancio más rápido
que antes, aunque estoy segura a que se debe por la falta de nutrientes y mi
extrema delgadez. Apenas hay rastro de esa chica que mostraba cada curva de su
cuerpo, orgullosa. Ahora soy una especie de monstruo esquelético.
Me quito la capucha al entrar en casa y le echo un vistazo a mi amigo antes
de ducharme. Está tan tranquilo…nadie diría los problemas que tiene. Supongo
que todos somos terriblemente vulnerables cuando dormimos; donde los sueños nos
atacan en todos nuestros puntos débiles sin excepción alguna. Al ver a PJ
dormir entiendo las fotos del móvil de Alex y su afán por protegerme y no
dejarme sola en ningún momento. Me entra la tentación de hacer lo mismo: entrar
y sentarme a su lado para procurar que todo sigue bien, para despertarle de sus
pesadillas y acompañarle en sus mejores sueños. La resisto y me doy una ducha
en absoluto silencio, igual que una sombra, tal como me han enseñado a ser.
Prefiero tumbarme en el sofá antes que en la cama, así que me preparo para
el día que espera, no obstante, algo atrae mi atención al salir de la
habitación: hay una puerta entornada en la que llevo sin fijarme desde que
vine. Normalmente ahí estaban las armas, aunque ahora se supone que está vacía.
Entro con la pistola y el silenciador listos para disparar —reconozco que me he
vuelto bastante paranoica—. Sigue estando vacía a excepción de un peluche casi
como yo de alto y unas flores tropicales —de mis favoritas y prácticamente
imposibles de conseguir— medio secas en una esquina. Rozo las flores con miedo
de romperlas y leo la pequeña nota:
Desde y para
siempre
A.
¿Cuándo las he recibido? ¿Y qué hacen aquí? Dejo la nota en su sitio y
me dirijo hacia el peluche. Es un lobo blanco con los ojos azules. Parece ser
que el día que comenté cuál era mi animal favorito estaba escuchando, a pesar
de parecer lo contrario. Me siento al lado y se me acaban las fuerzas. Me dejo
caer sobre el peluche y comienzo a hablar como si fuera real.
— Lo
siento. En realidad no quería hacerlo, pero te echo de menos. Me siento más
sola de lo que pensaba y te necesito. Quiero volver a oír tus chistes malos y
ver cómo te haces el chulo con todos y conmigo te conviertes en la persona más
dulce del mundo. Sé que lo tienes que estar pasando mal y yo también, pero no
sabría cómo decirte que te he estado mintiendo desde que te conocí, aunque no
en todo. Es cierto que te quiero y siento haberte utilizado. Lo que no sé es la
forma en la que todo esto acabará; han sucedido cosas que nunca esperaría y aun
así tengo que salir adelante. No soy tan fuerte como aparento, en realidad ni
siquiera sé quién soy, y hay veces que no puedo soportar el peso de los mundos
en los que me he visto obligada a entrar y soportar. Hay veces que quiero tirar
la toalla, acabar con todo definitivamente y…
Me duermo sin acabar. A pesar de ello me sirve para desahogarme por un
tiempo. Quizá el suficiente para salir de aquí.
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