Recobro el conocimiento bruscamente. Tengo
el vello de la nuca y de los brazos erizado por el frío que me ha provocado el
cubo de agua que acaban de vaciar sobre mi cabeza. Intento apartarme el pelo de
la cara, sin embargo no puedo mover las
manos de detrás de la espalda. Forcejeo en vano, pues la cuerda que las
mantiene unidas me quema la piel. Tampoco puedo ver —parece que me han puesto
una venda en los ojos— ni apenas respirar debido a la mordaza. Echo la cabeza
atrás antes de recibir la primera tanda de golpes, trabajando sobre todo las
costillas.
No hay que pensar mucho para conseguir las respuestas a todas las
preguntas que se formulan en mi mente. Estoy, aparentemente, secuestrada; lo
peor no es que me vayan a matar, es el recuerdo que dejaré a aquellos que
conocieron cada parte de mí. Espero que acabe rápido y que no tenga que sufrir
demasiado, aunque lo dudo si mis sospechas sobre el responsable de esto están
en lo cierto, y estoy bastante segura de tener razón.
— Suficiente
—una voz dura me saca de mis pensamientos.
Me quitan la venda de los ojos y la mordaza; al menos puedo respirar. Ya
había reconocido su voz, pero verlo me produce náuseas. Le escupo la sangre que
se acumula en mi boca. Me dirige una mirada de desprecio que contrasta con la
falsa sonrisa.
— Tan
joven y tan necia .
Te advertí, te dije lo mejor para ti y aun así…
— Volví
a arreglar algunas cosas .
— Nunca
te fuiste, Sanders —me quedo de piedra al oír eso—. Sí, sé quién eres . Te criaste en un barrio pobre con
tus amigos pandilleros. Sin embargo, hay algo que se me escapa: cómo te metiste
en la policía. Es obvio que fueron ellos quienes te dieron la nueva
personalidad y las facilidades así que, ¿podrías decírmelo tú? Porque tus
amigos tampoco saben más allá de la pelea de instituto.
— No
sé de dónde te has sacado eso, pero quien te lo haya dicho, miente.
— Lo
he comprobado, tranquila. Tienes otra oportunidad. Dímelo y será rápido. Ya me
has dado demasiados problemas —uno de los matones saca su pistola.
Es la primera vez que consigo apartar la vista de Ronald Moore. Está
flanqueado por un par de hombres altos y anchos de espaldas con armas ocultas
dentro de las chaquetas americanas azules marino.
Tengo las muñecas en carne viva, aunque he conseguido aflojar el nudo
bastante. Moore no esperaba que el entrenamiento también tuviera cosas tan
prácticas como esta. Mantengo su mirada en silencio hasta que decido lo que
decir.
— ¿No
te da asco mirarte cada día en el espejo? ¿Ver esas manos manchadas de tanta
sangre? Mataste a Sarah Evans —la que fue novia de Alexander— y a la madre de
tu hijo. Todo por tu estúpida teoría de no tener punto débil.
Sonríe y asiente levemente. Acto seguido la puerta de la habitación
—fría y vacía. Con un fluorescente pegado al techo resaltando el blanco
impoluto de las paredes y el suelo a excepción de unas gotas rojas en este
último— se abre. Entra casi a rastras un chico con la camiseta raída y manchada
de sangre, con los espacios que deja ver magullados. Se regocija ante mi cara
de espanto y le quita el saco de la cabeza. Sus cabellos rubios se alborotan y
sus ojos oscuros, antes con un brillo natural que ahora ha desaparecido, se
acomodan a la brillante luz. Lo empujan hasta caer de rodillas.
— Admito
—Moore reclama mi atención— que el truco del accidente de coche estuvo bien. Y
lo del pelo fue buena idea, pero ¿sabes el problema? Te crees mucho más lista
que la mayoría.
— ¿Acaso
no lo soy? —le desafío antes de sacar con cuidado las manos de sus ataduras—
Cuando esto acabe, toda la policía, por no mencionar el FBI y posiblemente la
CIA, caerá sobre ti. No tardarán en meterte en la cárcel y, si tienes suerte,
te concederán la pena capital .
— ¿Cuándo
acabe? —profiere una risa gutural— Si tuviste un accidente. Chocaste contra un
árbol con tu precioso Mustang, ¿recuerdas? Para el mundo estás muerta, Alice.
Una pena, tan joven… Y si te referías a tu vida en Harlem, Sanders corrió la
misma suerte que su homónima Du’Fromagge. ¡Cállate!
Grita a PJ cuando le oye protestar, a pesar de que no se le entiende con
la mordaza. Vuelven a golpearle hasta que Moore les indica que paren.
— Dile
a tu amigo que se calle .
— No
le conozco —mi tono es tranquilo e impasible. Empiezo a idear un plan de fuga.
Ahora es mucho más difícil: debo llevármelo conmigo.
— ¿En
serio? Cada vez estoy más convencido de todo. Le dejas pasar varias noches en
tu casa y luego haces esto.
— ¿Nunca
te han dicho que tienes una gran imaginación? —continúo de la misma manera. « ¿Cómo
podría desatarme los tobillos de la silla sin que se note?».
— ¡Maldita
niñata! —él mismo me golpea fuertemente en la cara.
Tengo que agarrarme a la silla para caer con ella y no por separado.
«Gracias». Me da la oportunidad perfecta para sacar los pies. No se dan cuenta
gracias a PJ, que protesta de nuevo. Ordena que me levanten y sujeto la cuerda
con los pies. Incluso se ha hecho daño en la mano, por cómo se la masajea
levemente.
— Pues
parece que él si te conoce —le aferran con más fuerza y R. Moore termina de
romperle la camiseta. Señala una inscripción en la parte izquierda de su pecho
en negro.
— Eso
no demuestra nada —en la inscripción se lee perfectamente Alice escrito con mi
propia letra. Eso antes no estaba.
— Igual
que lo que has dicho antes. La chica desapareció, mi esposa nos abandonó cuando
Alexander sólo tenía dos años, tú te mataste en un accidente de tráfico y el
chico se metió en una pelea y salió mal parado.
— Monstruo
—mascullo—. Quédate conmigo si quieres, pero a él déjale irse —PJ insiste en
gritar—. ¡Déjame hablar!
— ¿No
decías que no lo conocías? —me mira con una sonrisa triunfante. «Tengo que
conseguir la pistola de alguno de ellos. En total son cuatro más Moore».
— Es
inocente. No tiene nada que ver conmigo.
— Te
propongo un trato. Me has caído bien y has hecho que gane bastante dinero así
que… Dime el nombre de todos los agentes encubiertos que te han ayudado y os
dejaré marchar. Yo mismo os pagaré un vuelo de ida a donde queráis a vivir
vuestro amor…
— ¡No
somos nada!
— Bueno,
bueno, no te pongas así .
Quiero los nombres reales y de su tapadera. ¿Hay trato?
— ¿Por
qué voy a creerme que nos vas a dejar libres? Acabas de decir que engañé a tu
hijo.
— No
te voy a negar que tu traición me dolió, pero Alexander ha conseguido aceptar
tu muerte y no permitiré que dé un paso atrás. Yo mismo me aseguraré de que no
vuelvas al país, ni siquiera de que pises una comisaría en lo que te queda de
vida.
— Hay
trato —confirmo después de pensar un rato.
— Espléndido.
Por fin entras en razón que lo mejor es estar de mi lado.
— Un
paso más y juro que disparo. Aunque vaya contigo al infierno, Moore.
— Vaya,
vaya. No paras de sorprenderme. Dijiste que no ibas a intentar nada.
— Porque
no se va a quedar en un simple intento. Voy a conseguir que te pudras en la
cárcel
— Eso
si sales con vida de aquí, ¿no? Te estoy dando la oportunidad de salir con vida
y ¿así me la pagas?
— No
soy estúpida. Después de darte la información nos matarás.
— Tienes
la mente muy retorcida para tener… ¿quince?
— Dieciocho.
— Haz
como tu amiga y habla antes de que ocurra. Pasaré por alto este incidente y
haré que no sufra mucho —se dirige a PJ.
— ¿Qué
amiga?
— No
me acuerdo bien del nombre, pero era baja, rubia… —sólo hay dos chicas rubias
en el grupo: yo y…
— Emma…—murmuro.
— Exacto.
No se lo tomes en cuenta, necesitaba el dinero para su novio. Al parecer le han
encerrado por homicidio —me quedo blanca al oírlo. « ¿Hood? No puede ser…él no
haría tal estupidez». Agarro mejor el arma por miedo a que se me cayera con la
impresión—. Sabes que no te mentiría, Alice. Odio la mentira.
— Eres
un…—pego a su frente el arma y siento otras dos a cada lado de mi cabeza.
— Apartadla,
chicos. No quiero que me salpique. Primero a él —señala a mi amigo—; que sienta
el dolor.
Se me hace un nudo en la garganta. ¡Soy una niña! Esto es demasiado.
Debo encontrar una salida, una distracción, una mentira…
— ¡Espera!
—les paro cuando cargan la pistola para rematarme cuando lo hagan con él.
— ¿Últimas
palabras a tu amante? Qué tierno.
— No.
A ti, Moore.
— ¿Me
has cogido cariño como suegro? Aún mejor —se ríe. Es una risa siniestra y
malévola: sin sentimientos.
— No
te preocupes, no es eso .
Porque prefiero morir mil veces a que mi hijo te tenga como abuelo. A tener un niño
con tu misma sangre —escupo.
— ¿Hijo?
Más quisieras que Alexander… —se para ante mi expresión— No es posible, sois
muy jóvenes.
— No
tanto. Ya me has subestimado bastante ¿no crees? Además, las nuevas generaciones
estamos saliendo muy rápidas. Tú mismo dijiste que Alexander ha llegado a
amarme con mucha intensidad —pongo una sonrisa de superioridad.
— Si
fuese verdad… ¿Alexander ya lo sabría?
— Acababa
de decírselo cuando tus matones me secuestraron. Lo sabe todo: las amenazas,
los intentos…el bebé —continúo a pesar de la cara de dolor que intenta ocultar
sin conseguirlo PJ—. Y está ansioso por verme y… —oigo la bala prepararse.
— Le
contaré que…
— ¿Qué?
Ya no te creerá. Iba a reservar unos billetes para Marsella, para vivir lejos
de todo esto. Lejos de ti. No quiere que sufra lo mismo que su padre. No quiere
que tenga su misma vida.
Empiezo a contar mentalmente «3…». Hago una seña a PJ para que vayamos
sincronizados y me facilite el trabajo —seguro que apenas puede andar—. Unas
gotas de sudor caen a la vez del rostro de Ronald Moore que las de sangre
proveniente de mi nariz por los golpes de antes. Me siento mucho más empapada
que al despertar.
«Miro con disimulo la puerta; fácil de abrir. Me cuelo entre ese y luego
el otro. Le cojo, disparo a aquel…»
— Mi
hijo me quiere. Nunca me abandonaría por una puta —«2…»—. Y menos a la que ha
dejado embarazada.
— En
realidad no te quiere —«1…»—. Lo que siente por ti es miedo y, ahora,
desprecio.
«0…» Me agacho y las balas que iban dirigidas a mi cabeza se las llevan
la pared y el hombro del que amenazaba a PJ. Desde abajo barro con una pierna
al autor de un disparo y cae sobre el otro, sin pistola una vez en el suelo.
Todo lo que tienen de músculo les falta de cerebro, sin embargo no hay tiempo
para risas. El plan debe desarrollarse en apenas unos segundos o fracasaré.
Disparo al ya herido guardia y cae inmóvil al suelo, formando un charco rojo.
Me giro y automáticamente hago lo mismo con los otros dos detrás de mí,
teniendo en cuenta que uno ya tenía el dedo en el gatillo. Si no recuerdo mal
estas pistolas tenían unas dieciocho; me quedan catorce.
— ¡Corre!
—consigo gritar en plena acción, no obstante, PJ se levanta torpemente.
Ataco al último que me queda para quedarme a solas con el verdadero
enemigo. Noto algo en la parte derecha del abdomen, bajo las costillas, y me
cambio la pistola de mano —a la izquierda—, lo que no me detiene de disparar de
nuevo; fallo y le remato en el pecho. Sin bajar el arma de la cabeza de Moore
doy una patada a la mano del último para que suelte la pistola y la recojo con
cautela. Me la guardo en la parte trasera del pantalón y con otro tiro limpio en el cuello, acabo con
el último. No puedo evitar dudar disparar a Moore aquí y ahora; terminarlo todo
de una vez.
— Venga,
hazlo. Maté a toda esa gente, me lo merezco . Y tú también. Acabas de matar a cuatro
hombres, y la mayoría estaban desarmados. Cuando salgas de aquí yo seré el
asesino y tú la heroína. Yo sólo he vendido lo que me pedían y he intentado hacer
lo mejor para mi hijo. Igual que tú para el tuyo —cierra los ojos—. En realidad
no somos tan diferentes .
— Tienes
razón…excepto una pequeña diferencia. Yo no mato por placer, ni tampoco a
mujeres y niñas. Y que no se te olvide que soy mejor que tú.
Gasto otra bala en su espinilla; diez. Así me aseguro de que no se
atreverá a seguirme él solo, porque esta vez no podría controlarme. Algo me
tira de la blusa y al girarme encuentro a un PJ maltratado y angustiado.
Asiento con la cabeza, ignorando su mirada y salgo corriendo por la puerta.
Extrañamente, a mi cuerpo le cuesta responder y, a medida que avanzamos, se
cansa incluso más de lo que lo hizo cuando salí a correr. Se supone que la
adrenalina debería anular esta sensación. La mansión resulta ser un enorme
laberinto que parece no tener fin —me encargo de más guardias mientras tanto—
hasta reconocer la puerta del despacho. Cierro los ojos, intentando
concentrarme para encontrar la salida y empiezo a guiar a mi acompañante. La
tarea se hace más ardua mientras avanzamos, mi memoria está difuminada por la
adrenalina, el cansancio y el tiempo; y también hay que sumarle que seguimos
encontrando guardias —a mitad de camino tengo que tirar la primera pistola y vaciar
también la otra, sobre todo porque gasto una media de varias balas por guardia.
Conseguimos salir y rompo la ventanilla con la culata de la pistola. PJ
hace un puente a la furgoneta que está aparcada en la puerta y, al sentarme,
descubro que la vista no se me había nublado por la adrenalina, sino por la
herida de bala que tengo en el hígado. Ni siquiera tengo fuerzas para taponarme
la herida, aunque por suerte, él si lo hace. Se quita lo que queda de su
camiseta y me aprieta con toda la fuerza que puede. Intento no mirar la gran mancha
de sangre que es ahora mi cuerpo, sin embargo, me parece imposible. A duras
penas desvío la mirada a un desesperado Patrick con lágrimas en los ojos y
suplicante:
— Por
favor…otra vez no…venga, Baby, Alice…como quieras que te llame, aguanta, un
poco más .
— Conduce
—consigo decir con esfuerzo. Estoy terriblemente cansada—. Salgamos de aquí
—fallo mi intento de sonrisa, que se torna en una desagradable mueca de dolor.
— Pero
estás…
— Vendrán
más, Patrick —los ojos empiezan a cerrárseme.
— ¡No
te duermas! —me grita. El coche empieza a andar rápidamente—. ¡Eh! No voy a
dejar que te mueras ¿me entiendes? —se le quiebra la voz al final.
Pero yo ya no puedo soportar más. Los párpados parecen plomo y empiezo a
sentir la paz que parece proporcionarme el sueño que, ridículamente, me intenta
arrebatar una de las personas que más me quieren. Al fin parece que todo
comienza a tener sentido: dejar de luchar, abandonarme de una vez, dormir para
siempre…
No hay comentarios:
Publicar un comentario