La
noche del viernes me veo obligada a asistir a la fiesta que ha organizado Moore
en un exclusivo club del centro. Anne me ha dicho que puede ser un buen momento
para perdonarle y conseguir información cuando ya lleve alguna copa de más. Sé
que ella me comprende, pero a veces antepone el trabajo y eso me asusta, no por
mí ni mucho menos, sino porque estoy empezando a hacer lo mismo con Lily: llevo
toda la semana sin verla y apenas me he dado cuenta; entre el instituto,
estudiar cada vez más informes y elaborar los míos propios, me estoy quedando
sin tiempo para ella. Y eso sin mencionar los entrenamientos —menos numerosos
pero más duros— y dolores repentinos que me acompañan bastantes horas como un
amigo fiel.
Mis ‘’padres’’
me acompañan hasta el club y se mantienen a varios metros para vigilar. Me han
proporcionado un pinganillo casi invisible con el que pueden oír lo mismo que
yo y mantenerse en contacto conmigo.
—
Más te vale arreglarte con él y que no te lo vea
—señala mi oreja mientras me coloco el pinganillo—. Estos juguetes son caros.
—
Lo sé Frank; me lo has dicho unas quince veces
—respondo cansada.
—
Recuerda informarnos de cada paso que des —Anne parece
más comprensiva.
—
Entendido..
—
Ten cuidado —asiento y salgo del coche.
A pesar de
molestarme la pistola en el muslo, ando con normalidad. Ahora es cuando me doy
cuenta de que las horas con Paolo dan sus frutos: no me caigo, ni siquiera
parezco insegura con zapatos de tacón alto y vestido por encima de la rodilla y
ajustado. El color negro de éste resalta mi pelo dorado y los labios rojos —a juego
con la suela de los zapatos— haciéndolos más carnosos. Nunca me he visto los
ojos, ligeramente maquillados también de negro para remarcar las diferentes
tonalidades, tan azules.
—
Buenas noches —saludo al portero.
Es un
verdadero gorila tal y como los ponen en las películas: ancho de espalda y
bastante alto.; aunque con la cara de malas pulgas serviría para ahuyentar a
cualquiera. En mi barrio sólo habían bares de mala muerte y, si quería salir de
fiesta, teníamos que coger el metro a vente minutos andando y esperar que nos
dejase en el centro después de más de una hora. Así que nunca salíamos de la
zona.
—
¿Quién eres?
—
Alice Du’Fromagge. Vengo a la fiesta.
—
Un momento —se lleva la mano a la oreja—. Está bien,
puede pasar —se aparta de la puerta.
—
¿Llego muy tarde?
—
Un poco, ha habido un chico que no paraba de preguntar
por usted —hago una mueca de asco—. Disfrute de la noche.
—
Gracias. Que se le haga corta —sonrío. Seguro que aquí
ni siquiera le saludan.
—
No te entretengas —me riñe Frank—. No debes relacionarte
con los que son inferiores.
—
Sí, señor —digo de forma que sólo yo pueda oír.
Entro en el
club sin reparar en el guardarropa. Consiste en una gran pista de baile con la
barra a la izquierda y una rampa a la derecha que da acceso a un balcón con
mesas y otra barra más. Al fondo de esto hay sillones con pequeñas mesas
apartados del resto y con una cortina. También hay un estrecho pasillo con
puertas, de las cuales hay una abierta. No hay que ser muy inteligente para
figurarse su intención.
Me voy al
balcón y lo veo rodeado de chicas, por supuesto, peleándose por acercarse a él.
Sólo una tiene el “honor” de que él la toque, con su mano en el vientre y la
otra con un Martini que aprecio desde aquí.
—
Tengo contacto visual —informo.
—
Bien, acércate.
—
No puedo, está rodeado.
—
Por lo menos te verá. Acércate —insiste Frank.
—
Lo haré a mi manera —sentencio—. Un momento —él levanta
la vista y posa su mirada si no en mí, al menos en mi dirección—, me ha visto.
Viene hacia mí.
—
Manos a la obra. Buena suerte —intenta ayudarme Anne.
—
Gracias pero creo que…
—
¿Hablando sola? —en el momento que agacho la cabeza
para repasar la posición del arma, me alcanza.
—
¿Podrías dejarme un poquito en paz? Al menos deja que
me tome la primera copa —me voy a la barra y me siento. Pido un vodka al camarero.
—
Lo siento. Me pasé.
—
Dime algo que no sepa —Moore pide lo mismo que yo.
—
Es muy fuerte —lo admira cuando nos lo sirven a la vez y
se lo bebe de un trago, imitándome. Empieza a toser y pongo una sonrisa de
suficiencia.
Siempre he
aguantado bien el alcohol y, supongo, que de todas formas he mejorado en el
tiempo de práctica con la banda. En la nevera no faltaban, como mínimo, dos
botellas de la bebida más barata y con más graduación que encontremos. Menos
precio significa menos calidad y, por lo tanto, eran casi imposibles de beber
sin rebajar con agua. Yo prefiero no arruinar una bebida; valoro bastante el
dinero que me ha costado comprarla.
—
¿Qué quieres?
—
Que me perdones, principalmente —consigue ocultar su
sorpresa de verme beber la copa sin reparos—. No debí hacer eso.
—
Alice, ¿de qué está hablando? —oigo el zumbido de la
voz de Anne por el pinganillo.
—
¿El qué? ¿Ser normal y luego convertirte en un
auténtico cerdo? —no consigue ocultar una sonrisa de cara a la barra.
—
Sí, creo que eso. ¿Te hice daño? —alza la vista— Fui yo
el de la nariz.
—
Mike me ha dicho lo mismo. Y no importa, he sufrido
cosas peores, créeme —hago un gesto para que rellene la copa. El camarero
rellena las de los dos.
—
¿Tú? Que te rompan una uña no es grave.
—
Ja-ja. Mira que gracioso. ¿Tú qué sabrás de pasar por
malos tragos? Te has criado entre algodones.
—
Yo no diría lo contrario de ti. Pero, para que lo
sepas, mi educación fue muy estricta. He visto cosas horribles; cosas que te
producirían pesadillas con sólo oírlas contadas por encima.
—
Que te rechacen no cuenta, ¿sabes? —le miro con, debo
admitir, curiosidad. No parece mal camino para empezar.
—
Nadie me ha rechazado, bueno excepto…
—
Yo.
—
Justo —se bebe la copa de un trago y esta vez la
aguanta bien—. Te toca —señala el vaso y lo trago sin prestarle atención.
—
¿Qué tipo de cosas?
—
No creo que deba decirlas —pide que dejen la botella. El
camarero no pone ninguna pega por dar alcohol a menores de edad.
—
¿Te piensas que soy una niña?
—
Por la forma de beber diría que un vaquero del viejo
oeste —sonríe—. Ahora en serio, hay algo en ti que me empuja a protegerte, pero
luego te miro bien y quiero cogerte y…
—
Entendido —lo corto—. Un consejo, si tratas a las
mujeres como el otro día, te quedarás solo —le confío en un susurro.
—
Soy guapo. No me pasará —su tono arrogante parece ser
un mecanismo de defensa por cómo se yergue.
—
Oh, claro que sí. ¿Acaso cuando te cansas de alguien no
la dejas? Por muy guapa que sea —añado mientras piensa en ello.
—
¿Cómo lo sabes? —las copas continúan llenándose.
—
Se te nota —bebo un poco. Cálido y fuerte. Raspa al
pasar por la garganta. La tercera debería ser mi límite si quiero que esto siga
adelante.
—
Vaya, así que no soy tan misterioso como creía… —no sé
si tanta sonrisa es por que en realidad se sienta cómodo o por el alcohol que
empieza a surgir efecto.
—
La verdad es que eres fácil de calar.
—
¿Y tú? ¿Cómo te hiciste lo del hombro? —cambia de tema
tras bebernos lo que quedaba en el vaso.
—
No tengo nada en el hombro —me tenso de repente,
incómoda.
—
Sí. Esto —se acerca con cuidado y me baja el tirante
del vestido. El vodka hace aparición permitiéndole hacer eso. Nos quedamos
mirando fijamente. Antes de poder hacer nada Anne rompe la magia. ¿Por qué no
podía esperar?
—
¿Alice, estás bien? ¿Por qué os habéis callado? —cierro
los ojos y me aparto.
—
No…no es nada. Fue hace mucho tiempo y… —balbuceo.
—
Estás mintiendo. Sé que es reciente, se nota —me alzo
el tirante. Ya no me parece tan reconfortante su proximidad. Si no hubiera
dicho eso último quizá me habría permitido beber de más y…—. ¿Qué pasó?
—
Te propongo un trato: tú me cuentas eso tan horrible
que has visto, y yo te cuento lo mío.
— Bien hecho. Sigue así —resuena la voz de
Frank en mi cabeza.
—
No. De ninguna manera —niega con la cabeza.
—
Pues ya está —me levanto y me detiene sujetándome con
delicadeza la mano.
—
Espera, quédate —me pide—. Apenas ha empezado.
—
Ahora quien miente eres tú. Todos los reservados están
cerrados excepto uno con sillones. Hay dos en la pista a punto del coma etílico
y otros seis borrachos, de los cuales la mitad son chicas. Mirándolo así quizá
sí comience para ti.
—
Por favor —me ruega sin hacer caso de mi capacidad
observadora, ya de por sí amplia, mas ahora excelente—, para mí ha empezado
cuando te he visto. Y queda un reservado.
—
Vaya. ¿Por qué lo estropeas todo?
—
Sólo para hablar —se defiende—. No me refería a eso —se
levanta—. Por una razón que no llego a entender, no sólo me interesas como
mujer o como posible ligue; no me malinterpretes, eres realmente espectacular,
pero…siento que necesito conocerte de una manera especial, como persona
—incluso él está sorprendido y confuso de lo que acaba de decir.
—
Seguro. Para no gustarte mentir lo haces verdaderamente
bien —me suelto y me voy, pero me retiene de nuevo por la cintura.
—
Porque no lo estoy haciendo. Por favor —repite en tono
suplicante. No parece de los que se arrodillan ante nada ni nadie—. Acepto el
trato; te lo contaré.
—
Lo siento, pero no lo quería así. Tendría que salir de
ti, no ser forzado —me suelto definitivamente y me quito el pinganillo al salir.
¿Cómo es
posible que me hay dejado llevar de esta forma? Hasta hace nada era un crío
estúpido y ahora parece tan sólo un adolescente atormentado. Sabe cómo
manipular a l agente, de eso no hay duda. ¿Cómo, si no, ha podido pasar esto?
Una vez fuera
Frank sale con su característica e incluso dolorosa indiferencia del coche. Entiendo
su enfado, pero Moore podría sospechar si insisto. He dicho que lo haría a mi
manera y voy a continuar aunque decida no hablarme de ahora en adelante.
—
¡Alice! —para mi sorpresa el grito viene de atrás y no
de delante. Me giro respirando hondo y con los ojos cerrados. Cuando los abro
está delante de mí.
—
¿No sabes aceptar un no? —pregunto con tono cansado.
—
No si viene de ti —miro atrás. Están ocultos, aunque
vigilantes, en el coche—. No soy como piensas, me importan más cosas aparte de
tener a alguien en la cama —parece que el aire frío de mitades de Septiembre le
ha espabilado.
—
Por fin lo has aceptado —abro la puerta del lado del
conductor de mi coche, aparcado preventivamente por si ocurría esto, a unos
pasos de la entrada de la discoteca y oculto con otros.
—
He dicho aparte. ¿Podrías dejar de lado un momento el
orgullo, sólo un momento, y poder conversar tranquilamente sin atacarme? Tan sólo
quiero hablar, tener a alguien que no me juzgue.
—
¿Quién iba a juzgarte? Todos te adoran —le reprocho sin
pensar.
—
No todos —está incómodo y mira alrededor—. Dime,
¿podrías?
—
Quizá otro día —sonrío con tristeza y me agarra por las
caderas—. Tengo que irme —acaricio su mejilla, pero no deja que me suba al coche—
Alex…
—
No me dejes. Quédate conmigo —sigue insistiendo.
—
Te veo el lunes —me meto en el coche.
—
Dame tu teléfono al menos. Me gustaría hablar contigo —cierro
la puerta y arranco. No siempre se tiene lo que se quiere. No le vendrá mal
saberlo.
Aparco el
coche a unas pocas manzanas y me pongo de nuevo el pinganillo; informo a Anne y
a Frank de que no me sigas, pues voy a ir a visitar a Lily. El sentimiento de
culpa por no hacerlo en tanto tiempo me resulta insoportable y mañana será un
día duro porque repasaremos la semana y quizá venga Paolo para comprobar que mi
estilo sigue tal y como lo dejó. Por suerte, estos ‘’padres’’ prefieren
enseñarme las lecciones de vida dejándome caer —siempre y cuando no sea
demasiado peligroso— y levantándome después. Me dejan hacer prácticamente todo
lo que quiero, pero así aprendo a controlarme por mi cuenta.
En el
hospital, las enfermeras del turno de noche me saludan por los pasillos. Entro
en la sala de los niños y encuentro a Lily dormida en su cama con uno de los cuentos
que le regalé abierto sobre su pequeño y quemado pecho. La beso la frente tras
dejar el libro en la mesilla y la arropo con cuidado para no despertarla. Por
último, la escribo una nota diciéndola que la quiero y vuelvo a mi nueva casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario