Intento que todo continúe con
normalidad, pero aunque ponga todo de mi parte, no lo consigo.
Primero, algo totalmente
inesperado, porque ¿qué interés pueden tener matando a alguien así? Quiero
decir, él siempre me ha ayudado y no se merecía esto. Pero lo hicieron bien, de
eso no hay duda, en el momento exacto que salía de casa para que me quedase
claro quién mandaba, por si tenía dudas.
Alex —dudo que fuese él en
realidad— me mandó un mensaje para quedar y hablar sobre lo que pasó aquella
noche. No especificaba nada de eso y aun así fui tan tonta de creerlo. Si no
hubiese bajado, a lo mejor aún continuaría con vida. Me especificó que me
quedase en el portal y él vendría a recogerme, así que hice caso y mientras le
esperaba me puse a hablar con el señor Calhoun. Empezaba a retrasarse y eso no
es propio de él. Empecé a inquietarme y mi querido portero, compinche de tantas
fechorías, se preocupó por mí. Fallo. Nunca ha sido de preguntar, sino de
comprender con lo mínimo que tenía y darme lecciones. Ahora eso se ha acabado.
Cuando le dije a quién estaba esperando, justo en esa milésima de segundo, una
bala le atravesó el cráneo. Se desplomó al instante sobre mí, que conseguí
sujetarle lo necesario para depositarle en el suelo con cuidado y correr a por
mi pistola. Sin pensarlo dos veces, sin reparar en el peligro que podía correr:
salí a la entrada, con las cinco balas que posee la cámara del revólver,
dispuesta a enfrentarme a su asesino. Ningún coche extraño, nadie diferente de
la multitud… Al parecer, un fantasma se había encargado de él. La gente me
miraba y se asustaba. Imagino cómo debía encontrarme: cubierta de sangre, con
un gesto de venganza en el rostro y acompañada de un arma cargada y dispuesta a
disparar.
En apenas unos minutos ya me
encontraba protegida por mis padres. Presté declaración y no me han dejado
formar parte de la investigación. Esto es sólo el principio.
Desde entonces, Anne, Frank y
Alex se encuentran más sobre protectores que nunca. No puedo ir a ningún sitio
sola y a pesar de las protestas de éste último, sigo en el negocio de venta de
droga donde poco a poco me estoy haciendo hueco. Están empezando a respetarme
y, como gracias a mí las ventas han
aumentado considerablemente —en realidad son compras a cargo de la policía—,
estoy teniendo acceso a más información que antes. Me entregan la mercancía en
la mansión Moore y después me proporcionan las direcciones en las que tengo que
negociar. También estoy ganando más dinero, aunque no quiero usarlo para más de
lo estrictamente necesario; este dinero está manchado de demasiada sangre.
Alex y yo estamos más juntos,
si era posible. Si la intención de Moore —estoy completamente segura que está
detrás de mí, pues también se ha negado a poner guarda espaldas a su propio
hijo— era asustarme o hacer que me separase de Alex, está muy equivocado,
incluso le ha salido el tiro por la culata.
Tal como van pasando los días
me percato de que diferentes hombres me siguen; al hospital, a casa, al
instituto, a comprar… Tengo miedo de llevar pistola porque podrían descubrirme
y preguntar de dónde la he sacado, a lo que no tengo respuesta. De todas
formas, mientras que no pasen a mayores, tampoco tengo grandes inconvenientes.
Me siento algo más privada de libertad, pero ya que nunca he gozado de ella
completamente, no es una gran pérdida.
Lily empeora por días y Tom
sigue empeñado en que es la terapia la que provoca los vómitos, mareos, el
cansancio, el no querer comer…, lo que no sabe, es que yo también me informo y
sé que son síntomas de su enfermedad, a pesar de lo que digan las analíticas.
Esta repugnante enfermedad se ha apoderado de ella y no puedo frenarla; ni yo
ni nadie, la única forma de parar su reproducción es tan drástica y dramática
que equivale a la muerte, teniendo en cuenta que la radio y quimioterapia son
devastadoras.
Después de verla convulsionarse
por la tos de nuevo, Alex y yo tenemos problemas:
—
Llama a alguien —digo con un intento de voz neutral.
—
Mon ange —se
acerca con cuidado—, lleva haciéndolo días.
—
Por eso mismo; no creo que sea normal.
—
Ya hablaste con Tom y…
—
¡Me da igual lo que dijera! Está…se muere y no haces
nada —bajo la voz.
—
Tenemos que dejarlo en manos de los médicos, Al —a
pesar de las duras palabras él continúa con voz tranquila.
—
¡Pues ve a buscar uno! —intenta abrazarme y le aparto
de un empujón— No hagas eso.
—
Yo…
—
Vete —mi tono es severo.
—
Alice, por favor…
—
¡Que te vayas! ¡Déjame en paz! No te necesito
—sentencio empujándole de nuevo y obedece, dolido.
Me giro e intento acallar los
sollozos sin éxito tapándome la boca con la mano, aunque acabo quitándomela
cuando me falta el aire.
—
Al —me llama una tenue y débil voz
—
¿Te encuentras mejor, cariño? —respondo tras limpiarme
las lágrimas.
—
No… —no consigue reprimir una mueca de dolor al
intentar moverse— No os peleéis por mí. Yo me voy a poner bien y no quiero que
estéis separados.
—
No puedes controlar eso, Lily. A veces dos personas se
cansan de estar juntas o sucede algo que fuerza el querer irse cada uno por su
lado.
—
No os pasará eso. Vosotros os queréis, se nota cuando
estáis juntos.
—
Están ocurriendo demasiadas cosas. Por ahora no, pero
acabaremos separados. Créeme.
—
No quiero dejar de verle —me parte el corazón.
—
Voy a comer algo —miento—. Ahora entra —salgo y está
apoyado en la pared de enfrente.
—
¿Dónde vas?
—
Lily quiere verte —respondo con la voz fría—. No la
dejes sola —me da igual lo que me responda.
Voy a la máquina de café de la
sala de espera y selecciono el más grande y oscuro. Me he acostumbrado a
tomarlo solo, a pesar de ser el más amargo que haya probado.
Aún con el vaso a medias,
informo a una de las enfermeras sobre lo que ha pasado con Lily, pero apenas me
presta atención y me responde vagamente que avisará a su médico cuando llegue. Me
obligo a reprimir la ira ante la indiferencia de alguien sobre la enfermedad de
una niña tan pequeña. Vuelvo a la habitación y miro por la ventana del pasillo
antes de entrar para verla igual de seria que yo; por supuesto, Alex tiene su
mismo gesto. Abro un poco la puerta y me siento aparte en el suelo. Pongo el
café a mi lado y dejo caer la cabeza contra la pared con los ojos cerrados.
Durante un tiempo consigo evadirme del mundo, no obstante, me sacan bruscamente.
—
¿Sigues enfadada? —Alex está sentado a mi lado. Le miro
vagamente un instante y vuelvo a cerrar los ojos— No te recomendaría este café,
parece alquitrán.
—
Quiero estar sola.
—
El problema es que no te lo vamos a permitir —intenta
sonreír.
—
Corrijo: quiero estar sin ti. Cuanto más lejos mejor.
—
Me desvivo por vosotras y me dices esto. Eso duele
¿sabes?
—
Es como soy. Fría y distante —reflexiono.
—
No es verdad, yo te conozco; hemos pasado por cosas que
me demuestran todo lo contrario. Y apuesto a que cualquiera diría lo mismo.
—
Mientes. Hago daño a la gente. Lily se está muriendo,
mataron al señor Calhoun por mi culpa, tú acabas de decirme que te duele — «PJ
estará sufriendo, Jess se quedó sin su mejor amiga, Hood ya no tiene en quién
apoyarse en los peores momentos, el grupo arriesga a su líder por haberme ido…»
—
No me gustan las mentiras —igual que su padre—. Lo de
Lily ha sido fortuito, lo que has hecho ha sido darla esperanza y una familia;
lo de tu portero…no fue tu culpa, pasó porque…
—
Estaba conmigo.
—
No, Alice, tienes que entrar en razón. Estaba en el
momento y lugar equivocados.
—
Se te olvida la compañía —insisto.
—
¿Podrías dejarme hablar un instante y pensar con la
cabeza? —su voz sigue sonando dulce— Gracias. Si tienen que morir cien personas
por protegerte, yo mismo me encargaré de ellas con tal de que estés a salvo.
—
No merezco la pena. Soy un fraude —bajo la cabeza hasta
las rodillas.
—
Para mí vales mucho más. Y no sé de dónde te has sacado
lo de ser un fraude, porque yo te veo la persona más auténtica que he conocido
—las palabras retumban por mi cabeza—. Sólo hay una cosa que no sé de ti — «
¿sólo una?».
—
¿El qué? —lentamente subo la mirada.
—
Tu hombro.
—
¿Qué pasa con mi hombro?
—
La cicatriz. No sé cómo has podido hacértela.
—
¿La viste?
—
Vi bastante.
—
No pensé que te fijarías en eso.
—
Toda tú eres perfección, lo que pasa es que no lo
admites.
—
Y tú estás hecho un mentiroso compulsivo —me arranca
una sonrisa—. ¿Quieres café? —le ofrezco.
—
¿A esto llamas café? Es horrible; además, te lo tomas
solo.
—
A mí me gusta. ¿Cómo lo haces? —cambio de tema de
golpe.
—
Lo compro hecho, me gusta el expreso de máquina.
—
¡Eso no! —digo con una risita— Me enfado contigo y no
puedo durar más de diez minutos.
—
En realidad han sido veinte —mira y señala el reloj—.
Yo podría hacerte la misma pregunta, porque directamente me resulta imposible
enfadarme contigo.
—
Vous êtes un
idiot (Eres un idiota) —le sujeto
el rostro entre las manos y le beso suavemente.
—
¿Crees que puedes llamarme idiota y con un beso
arreglarlo todo?
—
Sí —le digo con una sonrisa burlona.
—
Pues no es tan fácil.
—
¿Y con dos?
—
Tres —negocia. Por un momento parece tener cinco años y
hacer lo mismo para conseguir chucherías.
—
Hecho —cumplo mi palabra con creces. Cuando nos
separamos me doy cuenta de que me envuelve por completo con sus brazos y yo
impido caerme al suelo por el codo.
—
Siento interrumpir el momento romántico, pero… —una voz
familiar me distrae de los ojos de Alex— Creo que me habíais llamado.
—
¡Tom! Sí claro —mi chico me ayuda a levantarme, más
bien me lanza contra él y le doy un golpecito amistoso en el brazo. No me
suelta la cintura.
—
¿Ha empeorado?
—
Ahora parece que descansa.
—
Ha estado toda la tarde tosiendo —Alex dice con tono
brusco y cogiéndome con más fuerza. Ya he aprendido a ignorar ese tipo de
comportamiento con Tom. Aún sigue sin confiar en él, a pesar de habernos
distanciado muchísimo.
—
Ya lo hemos hablado, Alice. Esto es normal. Está débil
por los tratamientos y…
—
No me engañes —le corto—. Son síntomas de que empeora,
lo que la estáis dando no funciona.
—
Hacemos todo lo que podemos.
—
No es suficiente, entonces. Acaba de cumplir los seis
años, Tom.
—
Lo sé. En la habitación de al lado hay un niño con lo
mismo y tiene tres, y una planta más arriba una mujer sufre también leucemia
con ochenta años. Con esto te quiero decir que es aleatorio y…
—
Lo de ella es genético. Tuve que ver la cara a ese
cabrón para comprobarlo, así que no me vengas con esas —empiezo a alterarme.
— Mon
ange…—me reprime con un
apretón Alex.
—
Para de hacer eso, para de tratarme como a una cría y
luego empeñarte en llevarme a la cama —le regaño, enfadada con el mundo, y me
aparto—. Confiaba en ti, creía que estabas de mi parte, que harías todo por
salvarla y ahora la tratas como una más…No me lo puedo creer —me dirijo a Tom.
Salgo disparada de la
habitación, del hospital y de la calle. Al principio me parece oír cómo me
llamaban, aunque seguro que comprenderán que necesito respirar fuera de este
ambiente tan cargado.
Miro antes de cruzar, el coche
aún está lejos, tengo tiempo. No puedo equivocarme más: el coche oscuro —no
distingo más— del otro lado de la calle acelera a tal velocidad que si no
llegase a estar entrenada, me habría matado. En cuanto lo veo acercarse, salto
todo lo alto que me permiten los vaqueros y ruedo sobre el coche antes de caer
al suelo dolorida por el impacto. El coche se detiene —el conductor vendrá a
ayudarme— y da marcha atrás a toda velocidad. Vuelvo a rodar sobre mí misma y
evito por muy poco que me pase por encima. Subo a la acera tan rápido como me
deja el tobillo para ponerme a salvo. Nadie lo ha visto o no lo ha querido ver.
De nuevo entro al hospital, esta vez cojeando y con un dolor punzante me
encuentro a Alex, que corre hacia mi.
—
¡Alice! ¿¡Qué te ha pasado!?
—
Yo… —miro la ropa manchada del asfalto— Me caí.
—
¿Te caíste? —me levanta la barbilla para mirarme mejor
y lleva sus dedos a mi frente. Los siento fríos y me los enseña— ¿Cómo? Te has
hecho sangre.
—
Por las escaleras. Pisé mal y resbalé —por suerte no se
ha tomado en cuento lo que acabo de decirle.
—
Podrías haberte matado —me reprocha.
—
No hace falta que me regañes; ya me duele la cabeza por
sí sola —palpo donde lo siento dolorido.
—
Vamos, hay que buscar a algún médico.
—
No quiero ver a nadie.
—
Me da igual; pienso llevarte de todas formas —me coge
en volandas como otras tantas veces—. Puede que te hayas hecho algo en el
tobillo —comenta—. ¿Duele mucho?
—
Se me está pasando. No hace falta ir, ya…
—
He dicho que me da lo mismo. No hay discusión.
¿Ayudaría un beso? —me sonríe.
—
No empieces, por favor —digo con tono cansado.
Mientras me lleva a la consulta,
mantengo el oído en su pecho, escuchando el corazón: es realmente relajante.
Llama a la puerta con el pie y abre al instante. Tom levanta la cabeza y me
mira de reojo antes de terminar de escribir algo.
—
Vosotros dos me dais más trabajo que toda la planta
junta —se da cuenta de cómo estoy—. Alice, ¿qué ha ocurrido?
—
¿Podemos pasar?
—
Sí, claro —tiende una silla y Alex me deja con
cuidado—. Déjame mirarte eso tan feo de la cabeza…
—
Es mi cara, gracias —me aparto—. No me toques.
—
Mon ange…es
por tu bien —Alex parece aliarse con Tom por primera y, seguramente, última vez.
—
No seas así —Tom intenta arreglarlo—. Lo siento, sabes
que hago todo lo que puedo.
—
Si fuese así no estarías aquí quieto —le reprocho.
—
Estoy buscando tratamientos alternativos —gira la
pantalla del ordenador para enseñárnosla—. ¿Ahora me dejarás echarte un
vistazo?
—
No es nada; es muy exagerado —señalo a Alex con la
cabeza.
—
No lo soy, me ciño a la realidad. Se cayó por las
escaleras —habla a Tom.
—
¿Las de entrada?
—
Las que bajan al primer piso —miento ávidamente.
—
Tráela a la camilla —vuelve a cogerme y le hace caso—
Quítate la camiseta —Alex reprime algo que iba a decir y se tensa—. ¿Te importa
que él esté delante?
—
Soy su novio —vuelve a ponerse celoso por tonterías.
—
Ya me ha visto antes con menos ropa, así que…
—
Sin detalles. Gracias. Veamos…—me inspecciona los
moratones que comienzan a surgir— No tienes nada roto por aquí, eso es bueno,
pero…Alice —levanta la vista—, estas no son heridas por haberte caído por las
escaleras. No son golpes secos, sino seguidos, como si hubieses rodado mientras
algo te aplastaba. Dime la verdad —baja la voz.
—
¿Pasa algo? —pregunta Alex, que se ha quedado vigilando.
—
Por favor —suplico.
—
Nada, parece que por aquí son sólo golpes —habla a
ninguna parte y me mira severo—. ¿Vas a decirme la verdad o continuarás
mintiéndome como a tu novio?
—
Me…—tomo aire— Salté un coche antes de que me
atropellara.
—
Y rodaste por encima —asiento—. ¿Sabes algo del
conductor?
—
Se dio a la fuga. Pero no es nada, estoy bien.
—
La única forma de curarlo es mucho reposo o de lo
contrario, podría astillarse una costilla; y eso resultaría mucho más
peligroso.
—
Lo haré, tranquilo.
—
¿No te hiciste más daño? —me mira de arriba abajo.
—
El tobillo…creo que es un esguince.
—
Que te hagan radiografías; te pasarán la primera.
Esperad un poco y os traen una silla de ruedas para…
—
Puedo con ella —interrumpe Alex.
Vuelve a cogerme en volandas y
se despide de Tom con un ligero movimiento de cabeza.
Me hacen pruebas y acaban
vendándome el pie. Sólo tengo un fuerte golpe, pero he estado a punto de
rompérmelo. También querían vendarme las costillas, pero me he negado.
Paso a darle a Lily un último
beso —apenas me ve— y dejo, de manera más que excepcional, que Alex conduzca mi
coche para llevarme a casa. Me ayuda a subir a casa y se va, dejando que les
cuente a mis padres todo lo sucedido con el coche.
Los informes que comencé a
principios de curso están casi terminados y Alex me trata aún mejor —si se
puede— mientras estoy mala, aunque eso no me exenta de continuar con mi trabajo
en el “negocio familiar”. Los guardias de Moore se sorprendieron al verme de
nuevo en el lugar de encuentro. Supongo que los muertos no andan ¿verdad?
A pesar de trabajar para su
padre, no veo a Alex en el tiempo que estoy con el tobillo vendado a parte del
instituto y le echo de menos. Frank me lleva y trae al hospital teniendo
cuidado de no encontrarme con él.
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