Al principio es muy duro, se
me llena la cabeza de información que al día siguiente olvido. El entrenamiento
consiste en lucha cuerpo a cuerpo, agilidad, aprender a moverme con sigilo…
Puede que llevemos sólo tres meses, pero Frank ya piensa que es momento de
empezar con la pistola y aprendo rápidamente.
Poco a poco, me voy acostumbrando
—incluso salgo algunas mañanas a correr por la zona con Frank— y, por mis
buenos progresos, me permiten pasar un par de días en casa con la compañía de
Frank.
El cambio de imagen no fue menos
extraño, he tenido que empezar a usar ropa ajustada, pantalones más cortos de
lo que jamás me imaginaría que iba a usar y el pelo…reconozco que esto sí me
gustó. Llevo extensiones hasta la mitad de la espalda, exactamente iguales a mi
pelo dorado natural.
Los fines de semana viajamos a la
ciudad y observamos los movimientos del ‘’pequeño Moore’’. A los pocos días
parece como si le conociera de toda la vida: un niño consentido que va de
fiesta en fiesta y al que las chicas no le duran más de una semana.
El reencuentro con mis padres es algo
incómodo, pero a los pocos minutos se vuelve totalmente emotivo, lleno de besos
y abrazos; aunque no puedo evitar estar distante con mi padre. Comemos todos
juntos y me voy al parque donde nos reuníamos siempre para ver al grupo tras
coger la chaqueta.
Al llegar no me reconocen, pues
empiezan a echarme todo tipo de piropos. Subidos de tono en su mayoría. A
medida que me voy acercando me miran más fijamente; hasta que Jess me reconoce entrecerrando
los ojos y corre hacia mí a abrazarme.
—
¡Baby!
—
Hola —tan solo llego a decir eso antes de que se me
echen encima, excepto algunos pocos que vienen algo más rezagados: Hood que
estaba en el tubo y PJ. Tiene a una pelirroja agarrándole del brazo; no es del
barrio. Él tampoco hace ademán de acercarse, tan solo se queda observándome.
—
Baby, vaya estás… —Hood no sabe qué decir.
—
¡Buenísima! —completa Bells guiñándome un ojo.
—
Iba a decir rara.
—
Creo que prefiero lo otro —me río.
—
Si no estuviese con Emma no te me escaparías —le sonrío
sinceramente y, ya calmados, pregunto a Jess, más apartadas después de
conversar vagamente con todos.
—
¿Quién es esa? —señalo con la cabeza a la pelirroja.
—
Amber —me mira un momento, sabe que no me basta con
eso—. Llegó al poco de irte.
—
¿Qué hace aquí?
—
Las cosas han cambiado. Sé que ha pasado poco tiempo
pero... —suspira— Jonathan, el que hizo que te expulsaran, ha montado una
banda. Se han unido casi todos los del barrio. Ya no es lo mismo, Baby; se
están pasando: roban, asustan, incluso se nos ponen chulos.
—
¿Y qué tiene que ver él con la tipa esa? —reconozco que
no me sientan bien los bastante notables celos.
—
Llegamos justo a tiempo. Varios de “Blood of Steel”,
como se hacen llamar los muy idiotas, la tenían en un callejón. Oscuro
—remarca—. No creo que haga falta decir para qué, así que la ayudamos y desde
entonces no se ha separado de PJ ni un segundo y ellos la han tomado más que
nunca con nosotros. Aprovecharon que no estábamos bien y que éramos menos.
—
Pero no es de los nuestros. No lleva cazadora ni
número.
—
Como si lo fuera. Está con nosotros siempre. B&S
nos está amenazando —nos quedamos un rato en silencio y añade en un murmullo—.
Esta noche se acabará todo. Lucha de navajas, una de aguante —consiste en
atarse de las muñecas con el contrario y el que aguante más gana. Es la más
peligrosa de todas—. PJ contra el mejor de los suyos. El que gane se queda el
barrio, el que pierda... bueno, se disuelve. Has llegado perfecto para poder
ver cómo le dan una paliza.
—
Ni hablar —me levanto y hablo al grupo—. ¡Ey! ¡PJ se
libra, esta noche me la pido! —le siguen una serie de quejas.
—
Deja tus jueguecitos, esto es serio.
—
Soy la mejor —replico.
—
Antes.
—
Ahora pareces una niña pija. Seguro que no has cogido
la navaja desde que te fuiste.
—
Pero sigo siendo de vosotros.
—
¡Callaos! Baby no luchará —sentencia PJ.
—
¿Por qué?
—
Porque yo lo digo. No voy a ver cómo te revientan otra
vez. Si quieres meterte en líos, hazlo lejos de mí.
—
No me va a pasar nada. Soy rápida; y seguro que ponen a
alguien grande. Puedo esquivarle y…
—
Yo mando, yo lucho —me interrumpe. El resto se ha
quedado callado para escucharnos.
—
¿Alguna vez escuchas algo que no sea el sonido de tu
propia voz? —le grito.
—
A mí no me levantes la voz —me responde de igual
manera.
—
Lo hago si quiero. Ya soy mayorcita —los juegos de
miradas cariñosos y burlones han dado paso a unos hostiles e, incluso, de
rencor por ambas partes.
PJ anda hacia mí como solía
hacerlo al contrincante antes de una pelea. No sería capaz de pegarme…o eso
creo.
—
¡Separaos! —Hood se pone en medio y nos empuja a cada
uno a un lado.
—
¿Por qué? Ella quiere luchar, dejadla. Si es capaz de
poner todo esto en peligro por un capricho de niñata, que lo haga —Amber, la
que estaba con PJ, interviene por primera vez, adelantándose hasta ponerse a mi
altura—. Tranquila, no lloraremos demasiado tu muerte —añade a centímetros de
mi cara cariñosa y diplomáticamente. Tal como aparenta ser.
—
Mira niña, si alguien tiene que morir aquí esa eres tú
—la amenazo. Puede que me haya pasado—. Ni siquiera eres de nosotros. Uno no
entra por pegarse a alguien como una lapa.
—
Alice —PJ me regaña, pero lo ignoro.
—
Por lo menos yo no salí huyendo cuando más lo
necesitábamos —continúa provocándome. No sabe con quién se está metiendo.
—
No te incluyas en el grupo —me estoy poniendo roja de
ira—. No tienes ningún derecho a decir nada de mí. No me conoces a mí en
absoluto; y mucho menos mis razones.
—
Ya basta Alice —PJ me empuja contra Hood, que me coge
de los hombros firmemente. Me revuelvo sin resultado. Amber se acerca y me
susurra al oído.
—
No me he juntado. Él viene todas las noches a mi casa
para… divertirnos un poco. ¿Pero qué vas a saber tú? Tan solo eres una niña
tonta. Nunca se fijaría en ti. Sabe que existes porque se ríe de las tonterías
que le dices en los mensajes que le dejas —intento gritarla todo tipo de cosas,
pero Hood me abraza con el doble de fuerza para que no me suelte y Jess me tapa
la boca. Sigo retorciéndome, necesito desahogarme de alguna manera.
—
Déjame, ya está —me libero de Jess y Hood afloja su
abrazo. Me dirijo a todos—. Esta noche yo lucharé, me da igual lo que me
digáis.
Me voy de ese ambiente tan
cargado andando a paso rápido; no sin antes dedicarle una última mirada de
desprecio a PJ, Amber, y al resto del grupo que ni se han molestado en
defenderme. Al llegar a un punto que no conozco me dejo caer en un banco y
jugueteo con la navaja. Un sencillo gesto como abrirla y cerrarla me resulta
bastante extraño, pero no tardo en coger práctica. A pesar de eso me hago un pequeño
corte en la palma, bajo el meñique. Me limpio la sangre en la camiseta y
alguien me sobresalta.
—
No la has tocado en meses ¿verdad?
—
¿Qué prefieres, sincera o arrogante? —que me haya
seguido me produce una leve sonrisa.
—
La primera, por favor —se sienta a mi lado—. De la otra
creo que ya he tenido suficiente.
—
¿Te ha regañado PJ? Por defenderme, digo.
—
A mí no puede. Llevamos juntos desde la cuna —me limpia
las lágrimas de impotencia que empezaban a rodar por el rostro—. Venga, no
llores. Se le pasará es solo…
—
Amber.
—
Yo no lo habría dicho mejor —se ríe.
—
¿No te cae bien? —me muestra un rayo de esperanza de no
ser la única.
—
Con nosotros ha sido una más pero… No sé, se ha pasado.
¿Qué te ha dicho para que te pusieras así?
—
Cosas. Malas, te aseguro.
—
¿Peores que desearte la muerte? —me mira, escéptico.
—
Para mí sí. Eso me da igual, pero lo otro… duele
¿sabes? Porque en el fondo sé que tiene razón. Que lo que dice no se lo
inventa.
—
Dímelo. Puedo ayudarte.
—
Gracias pero lo dudo. Ni tú ni yo mandamos sobre éste
—le señalo el corazón—. Y sabe cómo atacar, sin duda.
—
Algo de PJ ¿no? —tan sólo asiento.
—
¿Qué sabes de ella?
—
Bueno, estábamos paseando y…
—
Ahórratelo. Eso ya me lo sé. Me refiero a su edad, de
donde viene… cosas así.
—
A ver —piensa—, nos saca un par de años y vive una
manzana más abajo de casa de PJ. Creo que sigue currando de cajera en el súper,
pero no estoy seguro. En cuanto puede se escapa para venir con nosotros.
—
¿Vosotros o él?
—
Creo que ambos —pone media sonrisa. No me da más datos
para no hacerme daño.
—
¿Apellido?
—
Me pareció oír que era Nichols. Y no, no está casada,
ni divorciada, ni viuda. Ni siquiera tiene novio.
—
¿Y PJ?
—
Él no cuenta.
—
¿Por qué?
—
Porque yo lo digo —sé perfectamente la verdadera respuesta.
—
Me voy. Debería descansar un poco —digo al cabo de un
rato.
—
Te recojo en tu ventana a las once y media. A las doce
empieza la fiesta.
—
Hecho.
Ando lentamente de vuelta a casa
sin reparar en la hora hasta que me dan las nueve cruzando la puerta. Paso a mi
habitación sin cenar y conecto el ordenador con la clave de Frank. Introduzco el nombre de todos los del grupo y
de mi padre en los archivos de la policía y no salen resultados. Eso significa
que han cumplido con su parte, bien. Ahora toca lo más importante del momento.
Introduzco su nombre varias veces y nada. En ello, llega Frank.
—
¿Qué haces? ¿Es mi cuenta, verdad?
—
Un poquito. Reviso unas cosas.
—
Amber Nichols… —lee— Porque la busques más veces no va a
salir informe si no tiene. ¿Quién es?
—
Una nueva. Sólo me comprobaba que era de fiar.
—
¿Aquí? —digo que sí con la cabeza y cierro el
ordenador— ¿Qué te ha pasado?
—
Un pequeño corte, no es nada.
—
¿Seguro?
—
Sí.
—
No debería y técnicamente aún sería ilegal, pero…Ten
—me tiende un revólver M 637 (más o menos del tamaño de mi puño) envuelto en
una tobillera. Conocer el tipo de pistolas también forma parte del
entrenamiento—. Te lo mereces. Pero es solo para emergencias.
—
Muchas gracias —le abrazo y lo guardo junto con una
caja de balas en el falso fondo de un cajón del escritorio (donde antes
guardaba el tabaco).
—
Esas balas no son del mismo calibre. Se necesitan del
38 —me da las justas para llenar la recámara, es decir, cinco—. Mañana
comenzamos a practicar en casa.
—
¿Nos vamos tan pronto?
—
En otros tres meses volverás, así que no te quejes —me
sonríe y se va.
Espero hasta que mis padres se
quedan dormidos y empiezo a cargar la pistola. Inspecciono bala por bala
después de ponerme la tobillera. Oigo un ruido extraño y apunto directamente
con el seguro quitado a la sombra que aparece en mi puerta.
—
¡Joder, Al! —mi hermano se asusta.
Mi hermano y yo no nos parecemos
prácticamente en nada: él castaño, yo rubia; él ojos marrones, yo azules; él
tranquilo y reservado y yo valiente y atrevida. Aunque en el fondo ambos
tenemos buen corazón. Separarnos no ha hecho sino, curiosamente, unirnos más.
Es cierto lo que dicen sobre que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
Antes no parábamos de discutir y ahora no soportamos separarnos de nuevo.
—
Bertie, no vuelvas a hacer eso —le regaño a pesar de
ser él el mayor. Ambos respiramos y bajo la pistola.
—
¿Yo? ¿Qué haces tú con eso?
—
Nada que importe.
—
Ya, por eso tienes balas —dice con tono escéptico.
—
Son por si acaso.
—
Eso espero. No quiero que te pase nada malo. No creas
que me atrae la idea de ser hijo único —bromea.
—
Bueno, tendrías más regalos por Navidad. De todas
formas no te librarás de mí tan fácil —le sonrío.
—
Sí, hierba mala nunca muere… —me devuelve la sonrisa—. Ten
cuidado esta noche ¿vale?
—
¿Qué sabes? —pregunto con cautela.
—
Lo suficiente como para darme cuenta de que tienes
miedo por lo que pueda pasar —me abraza con ternura—. Te quiero enana.
—
Y yo a ti tonto. Ahora vete a dormir, que ya es tarde
—se va y justo a tiempo oigo un pequeño toque en la ventana.
Me asomo y veo a Hood, Bells y
Big Joe —un chico que ya alcanza los veinte y bastante alto y ancho; lo que
hace que la gente se aleje más de él a demás de tener la piel oscura—. Hacen
una seña y recojo todo en un momento. Tomo aire y salto del marco de la ventana
hasta el árbol de en frente. Me doy de bruces contra el tronco y voy de rama en
rama para caer en el suelo ágilmente. Me agrada comprobar que no he perdido
práctica, sino que con el nuevo entrenamiento es incluso más fácil. Partimos en
silencio para encontrarnos con el grupo en el parque.
PJ asiente hacia mí en forma de
saludo cuando llegamos, pero decido ignorarle como él ha hecho hasta ahora; sin
contar cuando me gritó.
—
¿Estás segura? No pasaría nada si…—Bells no está seguro
a pesar del apoyo que me proporciona.
—
Lo voy a hacer, Bells —le interrumpo—. Me da igual lo
que me digáis; no pienso rajarme.
—
Está bien, está bien —se resigna.
Amber me mira desafiante y me
distraigo el momento justo para oír como él me llama.
—
¡Baby! Ten, usa ésta: es mejor —me lanza su navaja y me
aparto lo justo para dejarla caer.
—
Con la mía voy bien.
—
Recógela —suena como una orden.
—
No.
—
Hazlo —insiste con más fiereza.
—
Que lo haga tu novia.
—
Con mucho gusto —responde ella y se levanta a
recogerla.
Se la entrega con un beso en la
mejilla y vuelve a mirarme de igual manera cuando se sienta a su lado. No
soporto verlos así de juntos, y mucho menos después de lo que me ha dicho esta
tarde; así que la respondo lanzando la navaja a un árbol a varios metros. Se
clava justo en un nudo del tronco de éste y el resto se queda con la boca
abierta.
La verdad, me ha salido mucho
mejor de lo que esperaba; una casualidad muy oportuna, pues no pretendía que
saliera tan bien. Alzo la barbilla y me dirijo al árbol.
Al llegar me doy la vuelta con
brusquedad. He intentado pasarlo por alto, el problema es que es superior a mí.
¿Por qué tiene que seguirme?
—
¿Qué quieres? —le digo de malos modos.
—
Te estás pasando —parece advertirme.
—
Pues dile a tu novia que cierre el pico y no tendrá
problemas por mi parte.
—
No te ha hecho nada.
—
Ya… Ella es una pobre chica en apuros y yo una
pandillera violenta. Entendido —me giro para recuperar la navaja.
—
Tampoco es eso —intenta mirarme a la cara.
—
Cállate —espero un poco antes de volver a hablar. Mira
a su alrededor intentando calmarse. No quiere discutir más, lo sé—. Sigues sin
querer que lo haga yo, ¿verdad?
—
Ya me conoces.
—
No —respondo al instante, girándome—. No te conozco,
por lo menos ya no. Has cambiado.
—
Mira quién fue a hablar.
—
No es lo mismo. Yo he sido por fuera, pero tú…
—
¿Qué?
—
Que no sé que te ha hecho. ¿Qué te ha pasado?
Antes de que pueda decir nada
Amber llega y le planta un beso impresionante. Todo lo que veo tan sólo son un
par de segundos: lo suficiente para despertar odio, celos y, sobre todo, dolor;
lo suficiente para hacer que retuerza la navaja con más fuerza (al final he
decidido dejar el revólver en casa porque no pienso necesitarla). No hace más
que confirmar mis temores. Para él ya no soy nada.
—
¡Tú! ¡Deja a tu putita y ven a pelear como el hombre
que dices ser! Aunque todos sepamos que es mentira —desata una hilera de
carcajadas. Esa voz me resulta demasiado familiar. Nadie responde— Dime,
¿cuánto te ha costado la noche entera? —de nuevo, todos siguen callados; pero
ya sé quien es.
—
Pues barata, la verdad. Ha tenido que rebajar los
precios. Tu madre se está llevando todos los clientes, como siempre —digo al
encararle. Todos se centran en mí.
—
¿Y tu qué? ¿Cuánto cobras? Al terminar quizá te hago un
hueco —vuelven a reírse por el doble sentido. Jonathan se siente demasiado
superior al no reconocerme aún.
—
No mucho, supongo —me pongo a su altura—. Teniendo en
cuenta que te arreglé la nariz gratis, claro. Descuento de amigo —le guiño un
ojo y vuelvo insinuándome con el resto, que se burlan de él.
—
Tú…
—
Hombre, me esperaba algo más original, Jonathan —hago
una pausa para medirle—. Por lo que tengo entendido tú no luchas ¿verdad?
—
No sería justo para mi contrincante —se cuadra. Parece
más ancho de hombros de lo que le recordaba.
—
Bonito ego —me quito la chaqueta y se la lanzo a Jess,
aunque PJ la recoge antes—. ¿No me concederás el honor de luchar contra mi?
—
Hoy no. Soy un caballero.
—
No lo parecía cuando me destrozabas el estómago —le
echo en cara con rencor.
—
¿Lo dices porque no pegaría a una mujer? No, bonita, tú
eres un camionero travesti —ellos se ríen. El grupo se tensa más, al contrario
que yo, que sonrío entre dientes—. Lo decía porque le voy a ceder el honor a
otro —aparece un chico ligeramente musculado, rondando los dos metros.
—
Qué tierno. ¿Es tu novia? —aprietan los dientes y el
que se ha acercado me los enseña como amenaza— Uuh, cuanta hostilidad. Ten
cuidado, a ver si te va a hacer daño una noche de estas. Ya sabes, las que
pasáis a solas.
Se lanza a
por mí, seguido por su séquito mientras yo detengo al mío. Se para cuando su
mano está a escasos centímetros de rodear mi cuello. Cruzamos las miradas y
sonríe mirando al suelo. Aparento total tranquilidad a pesar de tener un
torbellino por corazón en el pecho y vuelve a fijar sus ojos en los míos.
—
Veamos si eres tan buena con la navaja como con la
lengua —se acerca el tipo de antes.
—
Eso ni se duda, querido —abro la navaja.
—
Puedes hacerlo. En un rato estaremos en la Cueva
riéndonos de ellos —me coge de los hombros y le doy la razón asintiendo.
—
Espera —nos detiene. Trago saliva temiendo lo que pueda
decir al observarme de cerca— ¿Te has dado cuenta de que tienes los ojos rojos
e hinchados? No me digas que la chica mala y superior ha llorado por ése —lo
señala con desprecio—. PJ, ven aquí, mira cómo la has hecho llorar —suelta una
risa cruel—. No, no, no; tienes que tener cuidado con lo que haces. No te preocupes
—me susurra al oído. Tan sólo somos nosotros tres. PJ se ha alejado—, cuando te
ganemos se separarán. No estarán juntos y será todo para ti.
—
¡Cállate! —grito— ¡Átanos! —le ofrezco la muñeca
izquierda.
La cuerda me
hace daño mientras la atan. Por mucho que me pese ha vuelto a ganar: ha
conseguido distraerme. Jonathan nos recuerda las normas:
—
Quien rompa la cuerda pierde. El primero que diga que
se rinda también. Vale todo, recordad, tanto mordiscos como puñaladas. Quien
reciba ayuda también pierde. ¿Entendido?… Bien, ¡adelante!
Se separa y
comienza la pelea. Los dos solos; sin ayuda alguna más que los gritos de
nuestros respectivos grupos. Nos alejamos del otro lo más que permiten nuestros
brazos y así medirnos mutuamente. Es alto y fuerte: podría moverme rápidamente
y hacer que retuerza el brazo… No. No es torpe cómo me imaginaba, sino veloz.
No hay más que fijarse en la puñalada que acaba de lanzarme al estómago y he
esquivado por poco. Me viene una idea a la cabeza, estúpida porque seguro que
no funciona dado que él es bastante grande, no obstante, debo intentarlo. Así
que me agacho y formo un arco con la pierna lo suficientemente amplio para
alcanzar su pierna y derribarle. Me arrastra tras él y caigo encima suya. Antes
de poder reaccionar, él me agarra por las muñecas, girando la cuerda y haciendo
que suelte la navaja por el exceso de presión. No soy capaz de contrarrestar su
fuerza cuando me da la vuelta y clava las rodillas a la altura de las
costillas, impidiéndome respirar. Consigo reunir toda la fuerza que es posible
y me incorporo de golpe, aunque algo detiene mi sentimiento de victoria por
vencerle en fuerza: siento el hombro frío de repente y cuando le mando al brazo
izquierdo la orden de moverse, me responde con una punzada de dolor. Estoy
herida.
Él saca poco a
poco la navaja de mi hombro y, aun así, me pongo de nuevo en pie. Miro
fijamente al suelo para hacer desaparecer el mareo repentino. La camiseta azul
comienza a teñirse de rojo.
—
¡Baby! —Big Joe impide que Hood salga corriendo a por
mí.
Bells pone un
brazo por delante de PJ para prevenir que haga lo mismo que Hood, pero él se
mantiene inmóvil, mirándome y apretando el puño.
Mi
contrincante no me deja ni un segundo de respiro, pues se lanza de nuevo a
rematarme o, al menos, intentar que me rinda, pero no pienso hacerlo. Saco
fuerzas de flaqueza y consigo levantarme y recuperar la navaja.
Reprimo una
mueca de dolor sin éxito y ataco a mi oponente. Tras fallar, esta vez me toca a
mí esquivar de nuevo. Consigo salvarme del ataque, excepto por un corte
superficial a la altura del estómago, incluyendo la camiseta. Dejo caer la
navaja; ya es hora de poner en práctica lo que Frank me enseñó. Resistiendo sin
mucho éxito el dolor del brazo herido, le retuerzo el suyo se tras la espalda,
quedando también desarmado. Utilizo el antebrazo como candado para su cuello,
ahogándole. Comienza a ponerse rojo y yo a perder fuerza. Le suelto justo antes
de caer débilmente y después de oírle rendirse. Se queda en el suelo jadeando después
de cortar la cuerda, ya que yo no puedo y todos vienen corriendo hacia mí. Nos
sueltan y antes de desvanecerme siento cómo me levantan entre gritos que me
obligan a seguir despierta.
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