Anne me levanta al amanecer para poder
hablar a solas. PJ ya no está conmigo, quizá le haya echado antes de
despertarme a mí. Preparamos un café para cada una y Anne decide, para mi
alivio, comenzar con la conversación. Necesitamos aclarar algunas cosas.
— Apenas
comes ¿verdad?
— No
tengo hambre .
— Me
da lo mismo, tienes que engordar mínimo cinco kilos. Ahora estás demasiado
débil para hacer nada.
— Estoy
bien .
Puedo disparar, no necesito más.
— Tienes
que poder defenderte cuerpo a cuerpo, Alice. Te lo digo por tu bien.
— Lo
sé, mamá —me besa la frente.
— A
propósito, los de arriba han dicho que necesitamos otro testimonio para poder
meterle entre rejas —da un sorbo a su café.
— Yo
lo haré, no tengo problemas en…
— Aparte
del tuyo. Quieren…el de Alexander —añade tanteando el terreno.
— Y,
¿se puede saber cómo pretenden conseguirlo? —se queda mirándome— No, eso sí que
no. ¿Qué quieren que haga? ¿Ir y decir: «Hola, Alex, resulta que sigo viva, perdona
por abandonarte y utilizarte pero ¿te importaría traicionar a tu padre?»? —hago
uso de mi tono sarcástico.
— Eres
la única forma de acceder a él. Y quizá si le cuentas lo que te dijo Moore…
— A
saber qué porquería le habrá metido en la cabeza . Y recuerda que para él estoy
muerta, Anne.
— Si
le cuentas lo que pasó con su padre, quizá comprenda lo que tuviste que hacer.
— ¿Y
si hace preguntas?
— Le
diremos que nos lo contaste y que pagamos a la prensa para que publicara eso.
Sabes que se puede hacer.
— Sigo
pensando lo mismo. No me convence
— No
hay pruebas suficientes para encerrarle, Alice —suelta de sopetón.
— Venga
ya. He recopilado montañas de información…
— La
mayoría son conjeturas.
— ¡Pasaron
de verdad!
— Pero
no podemos demostrarlo en un juicio.
— ¿Y
ya está? ¿Si no lo hago se va de rositas mientras yo estoy amenazada de muerte
aquí?
— Podríamos
empezar a tirar del hilo, pero tardaríamos mucho en encerrarle todo el tiempo
que se merece.
— Cadena
perpetua . Sabemos lo que hizo con su mujer, con esa chica… y
aún así…
— No
hay pruebas. Es horrible, lo sé.
— No
puedo hacerlo, sabes lo que supondría para mí, Anne. Y más ahora, con él aquí
—señalo con la cabeza las escaleras.
— En
un rato se irá
— No
del todo, mamá. Pensaba que ya no estaba, y sin embargo…
— Os
he visto. Me he dado cuenta de cómo os miráis, pero yo no siento la misma
intensidad que había entre Alex y tú.
— En
un tiempo podría ser incluso más .
— Dudo
que alcances jamás tu primer amor.
— No
es… PJ
lo fue, no Alexander.
— No
intentes negarlo. Los que os hemos visto juntos lo sabemos, se notaba demasiado
que os amabais. Miradas, sonrisas, cómo intentabais tocaros… Nunca te sentirás
de la misma manera. Alguien así nunca se olvida .
— Pues
seré la primera .
— Por
tu bien, espero que así sea. Parece que te gustan los mayores —bromea tras un
rato de silencio.
— Alexander
iba a mi clase —replico.
— ¿No
lo sabías? Empezó dos años después el colegio por “motivos familiares”.
— ¿Por
qué soy siempre la pequeña? —digo con resignación.
Que sea mayor que yo explica varias cosas: ahora sé la razón de su
experiencia con mujeres, y de su madurez. También me hace comprender lo mucho
que me quiere o quería al haberme sabido esperar y no presionarme.
— Eres
muy dulce, por eso todos intentan protegerte —añade un poco después.
— ¿Dulce?
Sinceramente, creo que te has equivocado de adjetivo.
— Sé
perfectamente lo que digo. No niegues que lo que tuviste con ese chico fue amor
de verdad. Y lo sigue siendo, sin lugar a dudas.
— Patrick
también me quiere.
— No
he oído que tú también —dice, perspicaz.
— Yo
le quiero .
— Ya
es tarde. Has tenido que pensarlo. Si cuando te preguntan si quieres a una
persona dudas, sea la respuesta que sea, es un no. No te engañes y déjale ir.
— Eso
intento, pero no quiere aprender a volar.
— Pues
habrá que tirarle del nido.
— Puedo
hacerlo solo.
PJ entra en la cocina y dirigimos la mirada a él inmediatamente. No nos
hemos dado cuenta de que estaba hasta que ha hablado. Salgo corriendo para
perseguirle y le detengo en la puerta.
— Suéltame.
¿No querías que me fuera?
— No
saques las cosas de contexto —cierro la puerta.
— Has
dicho que tengo que irme; después de lo que pasó estos días atrás.
— Lo
hago por tu bien, porque te quiero.
— No,
no me quieres. Yo soy un sustituto de ese tal Alex.
— Por
favor…—los recuerdos afloran en forma de lágrimas— espera a que te ponga a
salvo, por lo menos. No soportaría que te pasara nada malo.
— ¿A
mí o al otro? —me reprocha. No se compadece de mí ni viéndome llorar.
— A
ninguno. ¿Crees que si no hubiera sentido nada por ti te habría dejado estar
conmigo? Porque he cambiado, pero aún tengo mis principios. Prefiero llorar
sola a buscar un sustituto a alguien. Y si no recuerdo mal, tú sí lo hiciste.
¿O ya no te acuerdas de Amber?
— No
tienes derecho a decir eso. Yo te echaba de menos.
— Y
buscaste a alguien que te consolara por las noches ¿no? ¿Tienes idea de lo que
dolió verte con ella? ¿Ver cómo te besaba, te tocaba… y
tú no hacías nada por impedirlo aunque yo estuviese delante?
— ¡Tenía
que seguir adelante! ¿Pretendes que te llorase durante el tiempo que estabas
fuera?
— No
eso, pero sí respetarme al menos un poco. Esperar a ver si volvía ¡o cogerme el
teléfono! Si hubieras sido un hombre me habrías dicho lo de ayer antes de irme.
— ¿Habría
cambiado algo?
— Posiblemente.
¡Ahora tendría una razón por la que volver y no huir! —a pesar de los gritos,
Anne no se mueve de la cocina.
— ¿Me
estás diciendo que huyes de mí?
— Sí.
Huyo de lo que podríamos haber sido y nunca conseguiremos.
— Aún
podem…
— ¡Porque
estoy enamorada de otro! —continúo— No me digas que lo superaré porque no creo
que pueda olvidarlo en mucho tiempo. Y lo peor de todo es, que intento quererte
como al principio, como antes de irme, pero en cuanto más empeño pongo, más
imposible e inalcanzable se vuelve.
»Ojala te sientas alguna vez como yo lo hacía cuando estaba a su lado, porque es la sensación más maravillosa del mundo. Ahora, si quieres irte, adelante; yo ya no pienso detenerte más.
»Ojala te sientas alguna vez como yo lo hacía cuando estaba a su lado, porque es la sensación más maravillosa del mundo. Ahora, si quieres irte, adelante; yo ya no pienso detenerte más.
Abro la puerta y me voy al amparo de mi madre en la cocina. Me abraza
directamente y me la quito de encima nada más aceptarlo para terminarme el
café. Oigo la puerta cerrarse y cómo se acercan unos pasos. Cuando empieza a
hablar me levanto y voy a mi habitación, seguida por su mirada. Aun así, me
llega algo de la conversación.
— Rubia,
perdona…
— Déjala.
No te va a escuchar por mucho que se lo repitas.
— Tengo
que hablar con ella —replica.
— Si
la sigues será peor, hazme caso.
— No
entiende que…
Empiezo a preparar la maleta y a sacar el dinero que tengo escondido. Lo
cuento antes de volver a revisar los horarios de los autobuses: en total, son
dos mil dólares. Lo suficiente para sobrevivir un tiempo, creo. El siguiente
autobús sale en una hora —las nueve— y tenemos treinta minutos de viaje. El
trayecto será de unos tres días. Me pongo un pantalón largo negro y una blusa
azul claro —por supuesto, todo entallado— antes de bajar. Sigo oyendo sus
voces, algo más bajas que antes.
— Tenemos
cuarenta y cinco minutos antes de que salga el autobús —informo al llegar.
— Gracias,
Alice. Tan sólo quería conocerle un poco. En un momento estaremos listos.
— Más
os vale. Hay…
— Media
hora de viaje —me interrumpe Anne—. Entendido.
Me sonríe amistosamente e ignoro a PJ al hablarme de nuevo. Anne le dice
lo mismo que antes y lo agradezco, pues yo no se lo diría con tanta paciencia.
Ya me la ha agotado. Vuelve con una camisa negra que le queda algo ancha. A
pesar de ello, le queda realmente bien, le resalta el pelo rubio.
— Cuando
quieras nos vamos —intenta acercase a mí.
— Ahora
—cojo las llaves y salgo tapándome la cara con disimulo hasta el coche.
Anne conduce y le dejo el asiento del copiloto, sin embargo, se sienta
conmigo atrás. No para de mirarme y tampoco giro la cara de la ventanilla
tintada. Intenta iniciar conversación en varias ocasiones, pero no estoy
dispuesta a enfrentarme a él después de lo que le dije. No entiendo por qué
sigue intentándolo. Aparcamos lo más cerca posible de la puerta de la estación
y le doy la cartera con dinero a Anne cuando salimos del coche.
— Dásela.
Dile que hay dos de los grandes y que mande un fax sin remitente a este número
cuando llegue.
— Es
tu…como quieras llamarlo .
Para pasar página…
— Ya
lo sé, pero no quiero .
Hazme este favor, mamá.
— Si
eres capaz de aceptarlo en tu cama, tienes que hacer esto.
— No
pasó nada.
— También
lo sé. Igual que lo intentaste y que salió mal.
— ¿Te
lo ha contado?
— No
hace falta. Ve —me da un ligero empujón.
— Patrick…
—digo con un hilo de voz y mirando al suelo al llegar frente a él.
— Rubia,
perdona lo que te dije. No te merecías…
— Toma
—le tiendo el dinero—. Dentro hay instrucciones para cuando llegues. Si te
preguntan por mí, diles que no me has visto —asiente y me retiene al intentar
irme—. Mira, quiero que sepas que te agradezco todo lo que has hecho por mí.
Eres estupendo; seguro que encuentras a alguien que te merezca de verdad,
porque está claro que yo no— no sé el qué, pero hay algo que me retiene a su
lado.
— ¿Podré
llamarte? Me sentaría mal no felicitarte por tu cumpleaños.
Tiene tanto que decir que las palabras se le agolpan en la garganta y no
puede hablar. Sé cómo se siente, yo he pasado antes por lo mismo y no quiero
que le hagan daño. Conseguimos deshacer el nudo de nuestras gargantas.
— Hazlo
si quieres; de todas formas no voy a contestar. Y no te preocupes por lo último;
ya lo has hecho antes.
Ni siquiera sé por qué voy a hacerlo, pero hay algo que me grita que
debo hacerlo. Le doy un ligero beso antes de irme y no nos vamos hasta ver a su
autobús marcharse.
Mi cumpleaños será en un par de días y pretende ser mucho más deprimente
que el anterior.
Después de unas horas de reflexión, cedo ante la idea de convencer a
Alex de testificar. Me preparo una pequeña conversación previendo lo que podría
contestarme para hacerlo más fácil y me llevan hasta la comisaría en una especie
de convoy policial repartido por un par de calles hasta mi destino.
Modifican la señal de teléfono para que parezca que la llamada proviene
de Francia antes de ponerme en contacto con él. Al cabo del tiempo, conseguí
que me diese un teléfono para poder contactar con él, aunque lo más probable
sea que ya no exista ese número. Me ha costado todo el día dar el paso y ahora
que lo he dado, estar rodeada de gente tampoco ayuda a tener una conversación
privada.
— ¿Diga?
— Alexander…
— A…
¿Alice?
— Alex,
escúchame
— Tú…tú
estabas…Y ahora…
— Por
favor, Alex, espabila. Te necesito. Ayer intentaron matarme
— ¿Qué
quieres decir?
— Que
no podremos estar juntos si tu padre sigue libre, Alex. En cuanto puedan me
matarán; a no ser que su líder esté entre rejas. Así se acobardarán y podré
volver a tu lado, para siempre.
— No
te entiendo… ¿Pretendes que delate a mi padre a cambio de…?
— De
mi vida, mon Prince. Te estoy
diciendo que apenas aguantaré un mes más viva.
— No
pienso hacerlo
— ¿Me
prefieres muerta que a él entre rejas?
— Tú
me traicionaste. Me abandonaste cuando más te necesitaba y ni siquiera me
dijiste que te ibas. Me utilizaste .
— No
digas eso. Si te hubiese dicho que me iba, habrías querido seguirme y se lo
habríamos puesto demasiado fácil a tu padre. Yo te quiero y…
— ¡Deja
de mentirme!
— No
sigas, por favor
— ¿Sabes?
Prefería cuando pensaba que habías muerto
No puedo creer lo que acaba de decirme. Ni siquiera soy capaz de
asimilarlo cuando ya estoy fuera de la comisaría. De repente el mundo da
vueltas a mi alrededor y no puedo hacerlo parar, ni tampoco el creciente pitido
en mis oídos que me impide oír al resto de policías junto con mis falsos padres
llamándome. No recuerdo con claridad cómo he llegado a la calle, pero me pongo
a andar sin pensar en nada. Estoy absolutamente bloqueada, por lo que no me doy cuenta de que alguien me seguía
hasta que me pone un trapo en la cara y siento a mis piernas fallar y dejarme
caer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario