Translate

miércoles, 7 de agosto de 2013

Cap. 5


Aparco mi Ford Mustang descapotable del 1967 con acabado en negro y tapicería en turquesa. El motor resuena con sus doscientos caballos mientras lo cuadro en la plaza. Por fuera parece clásico, pero por dentro es lo más novedoso; incluido en la guantera un ordenador portátil que se conecta directamente con una llave (de la que solo Frank, Anne y yo tenemos copia —la mía colgada al cuello—) a las bases de la policía y del FBI. Esta maravilla está a cargo del estado como gastos especiales, al igual que el impresionante ático en el centro. También incluye bajo el asiento una pistola que sólo sabría encontrarla yo. El piso es un alquiler, pero el coche me lo quedo. Yo lo encargué así y, ya que a nadie le interesa volver a usarlo porque parece una antigualla, al menos yo le proporcionaré un hogar. Siempre me han gustado los coches antiguos y, cuando me dieron la oportunidad de darme uno a elegir, no lo dudé un instante. Mis superiores preferían uno más moderno; uno que dijese abiertamente que soy rica y que mis padres no reparan en gastos, sin embargo, al ver éste coche ‘’actualizado’’ supera en valor a muchas marcas de lujo como Porche por su diseño clásico y su avanzada tecnología. «Punto para Alice»

      Bajo del coche atrayendo miradas y entro con superioridad a los pasillos. Dejo las gafas de sol en la taquilla —una de éstas equivale a cuatro de las de mi antiguo instituto— y me apoyo en ella observan a los curiosos que se acercan. Algunas chicas cuchichean, otros bajan la cabeza —los becados que me he encargado de vigilar— y, por fin, alguien se digna a dirigirme la palabra; aunque no sea de mi completo agrado. «Por la misión» me digo.

    Vaya, vaya. Mira quién tenemos aquí.

    Tantos sitios y tendrías que estar en este —le respondo con tranquilidad.

    Venga, no finjas, sé que te gusto —vuelve a insistir. ¿Me lo parece a mí o es incluso más arrogante que en el probador?

Lleva la corbata —la reglamentaria, negra con rayas rojas— aflojada sobre la camisa blanca con los primeros tres botones desabrochados, dejando entrever su pecho fuerte y bronceado. Los pantalones beige son tapados por la parte de arriba por la camisa y la chaqueta americana —negra con las costuras y los bordes en rojo— abierta.

    Quizá si me faltara el cerebro, podrías tener una mínima posibilidad.

    ¿Sabes qué? El instituto y nuestro primer y acalorado encuentro no es lo único que nos une. Mira el tablón —lo señala con la cabeza. Ando hasta éste un par de taquillas más a la izquierda.

    Tienes mucha suerte. ¿Cuánto has pagado por estar en las mismas clases que yo? Podría hablar con mi padre para que lo solucione.

    ¿Dónde está esa niña tímida que no quería que la viese?

    Se quedó en Francia, pardon.

    Oh la la —aparenta estar sorprendido—. ¿Francia? ¿Tu padre? ¿Quién eres? —pregunta con curiosidad.

    Alice Du’Fromagge, enchanté.

    Francesa… No tienes acento —observa.

    Vaya, a parte de ególatra veo que también eres muy perspicaz —hago uso de mi querido sarcasmo.

    Ay, eso duele —finge estar dolido en un patético intento de darme pena llevándose la mano al corazón que dudaría que lo tuviese si no habría sentodo contra mi pecho hace un par de días—. ¿No me vas a decir por qué no tienes acento, muñequita?

    Primero: ni se te ocurra volver a llamarme así; y segundo: no. ¿No te parece misterioso?

    No soy un chico de misterios, pero tampoco te voy a negar que sigues siendo de las chicas más sexys que he visto en mi vida. Y créeme, he visto muchas.

    ¿Siempre piensas en eso?

    Todas piensan en mí de esa forma —me susurra. Esta vez no suena tan ridículo como la última, sino que hace que me recorra un pequeño escalofrío.

    Más quisieras —mantengo la compostura y me sigue con la mirada al encaminarme al pasillo.

    Resistiéndote no vas a conseguir nada —grita mientras me voy.

Entro en la clase; la mayoría comenta sus increíbles vacaciones en un lugar idílico al que sólo unos pocos podrían siquiera soñar tener acceso. Todos llevan el uniforme impecable excepto yo. Un chico se me acerca.

    Bonito juguete.

    ¿Qué? —le miro con cautela.

    El coche. Mustang del 67 ¿no?

    ¿Lo conoces?

    Por supuesto, fue el mejor en la feria de París de su año.

    Vaya, alguien que sabe de algo más que de espejos —deja escapársele una sonrisa—. La verdad es que empieza a parecerse a una peli mala donde todos se saben los modelos de los cohes —sonrío entre dientes.

    Ya, como si fuese fácil. Soy fan del automovilismo desde que tengo uso de razón y aun así me cuesta bastante—se encoge de hombros—. Soy Mike —me tiende la mano.

    ¿Sólo Mike? Creo que te faltan los apellidos desde hace cien años —le respondo el saludo.

    Michael Ross. Soy becado, ¿y tú?

    Alice. Sólo Alice.

    ¿También becada?

    No.

    Entonces será mejor que no te relaciones conmigo, no soy de tu categoría —me mira con nuevos ojos.

    Tonterías. Algo de inteligencia siempre viene bien. Plinio dijo: No hay libro tan malo que no tenga algo bueno. Y creo que acabo de encontrar la parte buena de este sitio —sonrío. No me vendrá mal saber lo que se comenta por las bajas esferas.

    Literatura histórica. Impresionante.

    No todos aquí somos estúpidos.

    Pero tú eres nueva.

    Cela est certain mon ami. (Eso es cierto, amigo mío)

    Parece que se te da bien el francés.

    Qué remedio. ¿Por qué has pensado que era becada?

    Tu uniforme. Normalmente las chicas que hay aquí se acortan la falda a la salida y en el recreo, pero se hacen pasar por niñas buenas delante de los profesores.

    Pues yo no pienso fingir delante de nadie —« ¡Mentirosa!» me grita mi pequeña conciencia.

    ¿Eres una chica mala? —me pregunta con tono socarrón, no idiota como parecen ser el resto de los que hay aquí.

    ¿Qué te parece si lo juzgas por ti mismo cuando empiece?

    Me parece buena idea. Podríamos… —se me borra la sonrisa en cuanto los veo entrar y él se calla y aparta de mí súbitamente.

    Tú, quítate de ahí —uno de los amigos de Moore le amenaza. Antes iba con él y otro más, pero no abrieron la boca, ni siquiera nos miraron.

    Sí, vete a tu sitio —le increpa otro. Mikel se levanta y deja el sitio libre para Moore, que se sienta a mi lado—; y da gracias que no te lleves un regalito —se ríen como estúpidos y se ponen detrás de nosotros.

    Tranquila nena, aprenderás que con cierto tipo de gente no hay que juntarse.

    Lo sé perfectamente, gracias. Y no me llames así —le doy la espalda.

    Estoy buscando un apodo cariñoso…

    Será mejor que te calles lo que ibas a decir.

    Qué carácter —observa—. Tu uniforme nos traerá problemas —susurra en mi oído, insistiendo. Otro escalofrío me recorre.

    ¿Nos?

    Yo tendré que quitarte los moscardones de encima para poder mirarte —me guiña un ojo.

    Dudo que te apartes a ti mismo —ignora mi comentario.

La profesora entra en clase —de edad avanzada, con un tirante moño y gafas antiguas; vestida con una falda de tubo negra y una blusa blanca; los feos zapatos también negros no resaltan en su aspecto severo y aburrido— y, tras ojear algunos papeles y a nosotros, me habla directamente:

    Señorita Fromagge. ¿Sería tan amable de presentarse ante la clase?

    Du’Fromagge —corrijo—: es compuesto.

    Salga —me responde en tono cortante. Obedezco ante su mirada atenta y la de mis compañeros.

    ¿Qué quiere que diga?

    Pues cómo te llamas, de dónde vienes, qué haces aquí, quiénes son tus padres...

    Ya veo que eso es lo más importante —murmuro.

    ¿Perdón?

    Perdonada —las risas del resto de la clase me abren un camino, una estrategia.

No es la mejor, ni siquiera la correcta; pero algo es algo.

    No se haga la graciosa conmigo, señorita.

    No lo hago, simplemente tengo un gran talento resolutivo para situaciones incómodas.

    Preferirá no empezar con tan mal pie su primer día aquí, estoy segura. Siéntese

    Gracias —cuando estoy a mitad de camino me detiene.

    Espere, mejor vuelva aquí —vuelvo a obedecerla. Cuando llego, me estiro a propósito, dejando ver hasta el ombligo.

    ¡Señorita, por favor! ¡Tápese!

    ¿Qué pasa? Ni que fuese un convento —me quejo.

    La advierto que debe traer el uniforme correctamente —recalca la última palabra con lo que parece un creciente enfado.

    ¿Qué hay de malo en ponérnoslo a nuestra manera? —protesto.

    Esto en una institución decente. No sé cómo es fuera, pero aquí se respetan todas las normas —intenta reponerse con tono serio.

    Las normas dicen que hay que llevar uniforme; y lo llevo —replico.

    ¡Basta ya! Fuera de clase —determina.

    Ya era hora. La ha costado ¿eh? —resulta divertido provocarla.

    ¡Fuera! —está roja de ira— ¡Tápese, por Dios! —añade al verme contonearme para enfurecerla aún más.

    No tengo nada —al instante Moore se levanta y me anuda su chaqueta a la cintura, aprovecha y toca algo más de lo que debe.

    Te lo dije —susurra—. Profesora, yo la acompañaré al aula de castigo —ella asiente y salimos de clase. Parece que él le cae bien o, lo más probable, sabe quién es su padre y lo que podría hacerla.

    ¿Tú qué eres, su perro? —le acuso en cuanto estamos fuera.

    Necesito aprobar economía. Y si es estando contigo, mejor —me guiña el ojo. Empieza a ser cargante.

    Es el primer día.

    Por eso mismo, si la caes bien hoy, es muy posible que apruebes. Si no…

    Resumiendo,  lo tengo difícil.

    Un poco —se ríe—. Nadie se ha atrevido a desafiar a esa profesora. Jamás.

    Vaya, parece ser que soy una pionera —también me río. Cuando no tiene gente alrededor no es tan estúpido—. ¿Me vais a hacer una estatua o algo?

    Una fiesta —sugiere—. Este viernes quedamos aquí a las ocho.

    ¿Lo dices en serio?

    Yo nunca bromeo sobre una fiesta; te vendría bien saberlo. Vamos a cenar y luego a divertirnos. ¿No lo has hecho nunca?

    De otra manera.

    ¿Cómo? —nos paramos ante una puerta con un cristal y las luces de la habitación apagadas.

    No sé. Simplemente entramos en un sitio y lo que surja.

    Lo que surja… —repite disfrutando de las palabras— Eso suena un poco travieso ¿no?

    Y volvió el gañán —sonríe ligeramente con mi tono cansado.

    No hay nadie —señala la puerta con la cabeza.

    Pues entonces será mejor que vuelvas. No quieres suspender —intento librarme de él.

    Prefiero estar contigo.

    Va a sonar típico pero, ¿a cuántas le has dicho eso?

    ¿La verdad? He perdido la cuenta.

    Estúpido —ando por el pasillo y me sigue.

    Pero eso no significa que funcionase.

    ¿Nunca has oído que la intención es lo que cuenta?

    Vale, me gustan las mujeres ¿y qué?

    Yo no digo nada —me quito la culpa.

    Sí, me has llamado estúpido —me coge la mano para detenerme—. Al menos dime el por qué.

    Siempre piensas en lo mismo. Mujeres y dinero. Ya está. C’est fini.

    No me conoces.

    No hace falta. Todos sois iguales. Cuando no puedes estar con alguien, te vas con otra; y a ella que la den.

    Pues permíteme decir que el que te haya hecho eso es completamente idiota.

    ¿Tú qué sabrás de mí? —empleo un tono extrañamente antipático.

    Conozco ese tono de voz. Yo nunca te lo haría —me dice con suavidad.

    Igual que al resto ¿no? —intento alejarme— Hipócrita.

    No me insultes. Yo no te he hecho nada —se pone a mi altura.

    Déjame.

    No —me corta el paso.

    Que te vayas.

    He dicho que no. Creo que ya he vivido esto antes… —intenta hacerme reír, pero al ver que sigo seria e intentando irme vuelve a la carga— ¿Por qué no bajas las defensas un poco y me permites hablar contigo tranquilamente?

    Te conozco mejor de lo que crees —le corto—. Cuando consigas lo que quieres, desaparecerás. Ya no estarás conmigo cuando te necesite, estarás con otra que se abra de piernas más… —me pone el dedo en los labios para callarme.

    Repito que ese tipo es un idiota, no sabía lo que tenía. Ahora te pido que me dejes estar contigo. Una prueba; sólo amigos, lo prometo.

    Tú no sabes lo que significa eso entre sexos diferentes.

    Pues serás mi pionera —sonríe— ¿Qué me dices? —acelero el paso.

No puedo estar más tiempo cerca de él; tengo que pensar. Llego hasta la puerta sin saber qué hacer.

    Invéntate algo ¿quieres? —lanzo su chaqueta y le oigo decir antes de salir:

    En media hora tenemos otra clase. Ve a la puerta del patio y haré que puedas entrar. Normalmente cierran ésta.

Me aseguro que nadie me ve y entro en el coche. Pongo la capota y abro el ordenador con cuidado.

Reviso la pistola, cargada en su sitio y con el seguro: perfecta. Vuelvo a mirar la carpeta que tengo en el móvil sobre la misión, camuflada bajo el nombre de ‘‘Gatitos’’. No hay informes sobre los becados, así que empiezo el de Michael Ross en el ordenador. Poco a poco lo completaré, junto al de los otros que puedan servir y así recopilar el mayor número de información posible y, si juego bien mis cartas, podría tenerlos como testigos en el juicio contra Moore. Sé que es demasiado pronto para pensar en eso, mas me han enseñado que hay que pensar siempre en positivo.

    

   Me acerco a la puerta donde Moore me ha dicho que vaya cuando calculo que es la hora de la segunda clase. La puerta del patio está cerrada, no puedo entrar, me la ha jugado, sabía que no podía…

    ¿Qué haces ahí?

    Hacerte caso —se va acercando a paso tranquilo—. ¿Podrías darte prisa?

    Pensaba que no querías estar aquí.

    Y así es. Pero tengo que terminar el curso y cuantos menos problemas mejor.

    Buena idea —se apoya a mi lado en la parte opuesta de la valla.

    ¿Se puede saber como vas a conseguir que entre? Esto está cerrado.

    Mujer de poca fe… —con un ligero golpe se abre un hueco por el que puedo pasar agachada.

    Has usado esto mucho ¿verdad?

    ¿Se nota? —nos reímos— Me debes una.

    Teniendo en cuenta que no sé tu nombre…no creo.

    Alex. Ya son dos.

    ¿Sólo eso? ¿Sin hijo de… ni nada de eso?

    Por ahora no. Aunque tampoco creo me haga falta —sabe cuidarse las espaldas. Da una serie de toques en otra puerta algo escondida y nos abren sus amigos. Entramos a un cuarto de escobas; abren la puerta de en frente y llegamos al pasillo—. Impresionante, lo sé. ¿Adónde vas?

    A clase —le digo empezando a andar.

    Tenemos un rato antes de que empiece —me acorrala en las taquillas.

    ¿A qué viene esto? Aparta —intento zafarme.

    ¿Qué pasa? ¿No se nota? —empieza a tocarme en exceso. No puedo quitármelo de encima sin hacerlo daño.

    Por favor Alex, apártate. Así no vas a conseguir nada.

    Yo consigo todo lo que quiero. ¿Me oyes? Todo —impide que le aparte cogiéndome con una mano de las muñecas mientras con la otra sigue igual.

    Me estás haciendo daño —le advierto—. No me obligues… —algo repentino me interrumpe.

No lo puedo creer, un puño ha salido de la nada y le ha golpeado en plena mandíbula, separándolo bruscamente de mí. Mike tampoco se cree lo que acaba de hacer, pero en un segundo se pone en posición defensiva, que no le sirve de nada, pues Alex le responde con otro ataque al mismo lugar.

Ambos comienzan una pelea en la que, después de varios golpes, salgo de mi ensimismamiento y, con gran dificultad e ignorando a mi hombro quejándose, consigo separarles. Juraría que también me he llevado un golpe, pero antes de que alguno de los tres pueda hablar, un profesor nos lleva a todos con simples pero autoritarios gestos al aula de castigo donde debería haber estado hasta hace un momento.

    Antes de nada quiero que me contéis qué ha pasado —por fin se digna a hablarnos.

    No es nada, profesor. Sólo se choc… —intento inventarme algo.

    Ellos —me corta.

    Nos chocamos —me da la razón Mike.

    ¿Por eso tenéis golpes y sangráis? ¿Los tres? —no lo puedo remediar y me llevo la mano bajo la nariz. Tengo un hilo pegajoso que se para justo antes del labio. El profesor me tiende un pañuelo y me limpio como puedo.

    Íbamos corriendo —continúa Alex.

    ¿Y tú?

    Estaba en medio —me encojo de hombros.

    Ya… Mirad, sé que es mentira. Es más, sé lo que en realidad ha pasado. Alex y tú estabais coqueteando, ha llegado el novio celoso y el resto ya os lo imagináis.

    No estábamos coqueteando, ni él es mi novio. M…Alex se estaba pasando y Mike me ha ayudado. Eso es todo.

    La culpa entonces es suya ¿no? —señala a Moore. Asiento— Entonces no diré nada. Tú eres nueva y Ross es un buen estudiante, a ambos os traería problemas. Ahora todos a clase y que no se repita, o por el contrario me veré obligado a informar. Ah y… Alice, te recomiendo cambiar de vestuario; me parece demasiado escandaloso para los profesores que hay aquí.

Está más que claro que Moore aquí, haga lo que haga, es intocable. Siempre encontrarán la manera de exculparle de todo lo que haga.

Nos echa de la clase y durante el resto de la semana no vuelvo a hablar con Moore. Le oigo intentar disculparse cuando nadie nos mira, e incluso me ha dejado notas en la taquilla y en clase, pero por ahora prefiero hacerlo esperar.

Me junto con los becados y me entero de bastantes trapos sucios de Moore que no dudo en añadirlos a los informes. La relación con Mike parece ir viento en popa; es inteligente, ingenioso, divertido… y pobre. Frank me está comenzando a prohibir el juntarme con ellos porque no hace nada bueno para mi futuro de la misión; por muy buenas personas que puedan ser.
También he comenzado a escribir un diario con todo lo que hago y observo día a día de cara al futuro. Así tendré mi propio testimonio por escrito y me aseguraré de que no se me olvida nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario