Aparco
mi Ford Mustang descapotable del 1967 con acabado en negro y tapicería en
turquesa. El motor resuena con sus doscientos caballos mientras lo cuadro en la
plaza. Por fuera parece clásico, pero por dentro es lo más novedoso; incluido
en la guantera un ordenador portátil que se conecta directamente con una llave (de
la que solo Frank, Anne y yo tenemos copia —la mía colgada al cuello—) a las
bases de la policía y del FBI. Esta maravilla está a cargo del estado como
gastos especiales, al igual que el impresionante ático en el centro. También
incluye bajo el asiento una pistola que sólo sabría encontrarla yo. El piso es
un alquiler, pero el coche me lo quedo. Yo lo encargué así y, ya que a nadie le
interesa volver a usarlo porque parece una antigualla, al menos yo le
proporcionaré un hogar. Siempre me han gustado los coches antiguos y, cuando me
dieron la oportunidad de darme uno a elegir, no lo dudé un instante. Mis
superiores preferían uno más moderno; uno que dijese abiertamente que soy rica
y que mis padres no reparan en gastos, sin embargo, al ver éste coche
‘’actualizado’’ supera en valor a muchas marcas de lujo como Porche por su
diseño clásico y su avanzada tecnología. «Punto para Alice»
Bajo del coche atrayendo miradas y entro
con superioridad a los pasillos. Dejo las gafas de sol en la taquilla —una de éstas
equivale a cuatro de las de mi antiguo instituto— y me apoyo en ella observan a
los curiosos que se acercan. Algunas chicas cuchichean, otros bajan la cabeza
—los becados que me he encargado de vigilar— y, por fin, alguien se digna a
dirigirme la palabra; aunque no sea de mi completo agrado. «Por la misión» me digo.
—
Vaya, vaya. Mira quién tenemos aquí.
—
Tantos sitios y tendrías que estar en este —le respondo
con tranquilidad.
—
Venga, no finjas, sé que te gusto —vuelve a insistir.
¿Me lo parece a mí o es incluso más arrogante que en el probador?
Lleva la
corbata —la reglamentaria, negra con rayas rojas— aflojada sobre la camisa
blanca con los primeros tres botones desabrochados, dejando entrever su pecho
fuerte y bronceado. Los pantalones beige son tapados por la parte de arriba por
la camisa y la chaqueta americana —negra con las costuras y los bordes en rojo—
abierta.
—
Quizá si me faltara el cerebro, podrías tener una
mínima posibilidad.
—
¿Sabes qué? El instituto y nuestro primer y acalorado
encuentro no es lo único que nos une. Mira el tablón —lo señala con la cabeza.
Ando hasta éste un par de taquillas más a la izquierda.
—
Tienes mucha suerte. ¿Cuánto has pagado por estar en las
mismas clases que yo? Podría hablar con mi padre para que lo solucione.
—
¿Dónde está esa niña tímida que no quería que la viese?
—
Se quedó en Francia, pardon.
—
Oh la la —aparenta
estar sorprendido—. ¿Francia? ¿Tu
padre? ¿Quién eres? —pregunta con curiosidad.
—
Alice Du’Fromagge, enchanté.
—
Francesa… No tienes acento —observa.
—
Vaya, a parte de ególatra veo que también eres muy
perspicaz —hago uso de mi querido sarcasmo.
—
Ay, eso duele —finge estar dolido en un patético
intento de darme pena llevándose la mano al corazón que dudaría que lo tuviese
si no habría sentodo contra mi pecho hace un par de días—. ¿No me vas a decir
por qué no tienes acento, muñequita?
—
Primero: ni se te ocurra volver a llamarme así; y
segundo: no. ¿No te parece misterioso?
—
No soy un chico de misterios, pero tampoco te voy a
negar que sigues siendo de las chicas más sexys que he visto en mi vida. Y
créeme, he visto muchas.
—
¿Siempre piensas en eso?
—
Todas piensan en mí de esa forma —me susurra. Esta vez
no suena tan ridículo como la última, sino que hace que me recorra un pequeño
escalofrío.
—
Más quisieras —mantengo la compostura y me sigue con la
mirada al encaminarme al pasillo.
—
Resistiéndote no vas a conseguir nada —grita mientras
me voy.
Entro en la
clase; la mayoría comenta sus increíbles vacaciones en un lugar idílico al que
sólo unos pocos podrían siquiera soñar tener acceso. Todos llevan el uniforme
impecable excepto yo. Un chico se me acerca.
—
Bonito juguete.
—
¿Qué? —le miro con cautela.
—
El coche. Mustang del 67 ¿no?
—
¿Lo conoces?
—
Por supuesto, fue el mejor en la feria de París de su
año.
—
Vaya, alguien que sabe de algo más que de espejos —deja
escapársele una sonrisa—. La verdad es que empieza a parecerse a una peli mala
donde todos se saben los modelos de los cohes —sonrío entre dientes.
—
Ya, como si fuese fácil. Soy fan del automovilismo
desde que tengo uso de razón y aun así me cuesta bastante—se encoge de
hombros—. Soy Mike —me tiende la mano.
—
¿Sólo Mike? Creo que te faltan los apellidos desde hace
cien años —le respondo el saludo.
—
Michael Ross. Soy becado, ¿y tú?
—
Alice. Sólo Alice.
—
¿También becada?
—
No.
—
Entonces será mejor que no te relaciones conmigo, no
soy de tu categoría —me mira con nuevos ojos.
—
Tonterías. Algo de inteligencia siempre viene bien.
Plinio dijo: No hay libro tan malo que no tenga algo bueno. Y creo que acabo de
encontrar la parte buena de este sitio —sonrío. No me vendrá mal saber lo que
se comenta por las bajas esferas.
—
Literatura histórica. Impresionante.
—
No todos aquí somos estúpidos.
—
Pero tú eres nueva.
—
Cela est certain mon ami. (Eso es cierto, amigo mío)
—
Parece que se te da bien el francés.
—
Qué remedio. ¿Por qué has pensado que era becada?
—
Tu uniforme. Normalmente las chicas que hay aquí se
acortan la falda a la salida y en el recreo, pero se hacen pasar por niñas buenas
delante de los profesores.
—
Pues yo no pienso fingir delante de nadie —«
¡Mentirosa!» me grita mi pequeña conciencia.
—
¿Eres una chica mala? —me pregunta con tono socarrón,
no idiota como parecen ser el resto de los que hay aquí.
—
¿Qué te parece si lo juzgas por ti mismo cuando
empiece?
—
Me parece buena idea. Podríamos… —se me borra la
sonrisa en cuanto los veo entrar y él se calla y aparta de mí súbitamente.
—
Tú, quítate de ahí —uno de los amigos de Moore le
amenaza. Antes iba con él y otro más, pero no abrieron la boca, ni siquiera nos
miraron.
—
Sí, vete a tu sitio —le increpa otro. Mikel se levanta
y deja el sitio libre para Moore, que se sienta a mi lado—; y da gracias que no
te lleves un regalito —se ríen como estúpidos y se ponen detrás de nosotros.
—
Tranquila nena, aprenderás que con cierto tipo de gente
no hay que juntarse.
—
Lo sé perfectamente, gracias. Y no me llames así —le
doy la espalda.
—
Estoy buscando un apodo cariñoso…
—
Será mejor que te calles lo que ibas a decir.
—
Qué carácter —observa—. Tu uniforme nos traerá
problemas —susurra en mi oído, insistiendo. Otro escalofrío me recorre.
—
¿Nos?
—
Yo tendré que quitarte los moscardones de encima para
poder mirarte —me guiña un ojo.
—
Dudo que te apartes a ti mismo —ignora mi comentario.
La profesora
entra en clase —de edad avanzada, con un tirante moño y gafas antiguas; vestida
con una falda de tubo negra y una blusa blanca; los feos zapatos también negros
no resaltan en su aspecto severo y aburrido— y, tras ojear algunos papeles y a
nosotros, me habla directamente:
—
Señorita Fromagge. ¿Sería tan amable de presentarse
ante la clase?
—
Du’Fromagge —corrijo—: es compuesto.
—
Salga —me responde en tono cortante. Obedezco ante su
mirada atenta y la de mis compañeros.
—
¿Qué quiere que diga?
—
Pues cómo te llamas, de dónde vienes, qué haces aquí,
quiénes son tus padres...
—
Ya veo que eso es lo más importante —murmuro.
—
¿Perdón?
—
Perdonada —las risas del resto de la clase me abren un
camino, una estrategia.
No es la
mejor, ni siquiera la correcta; pero algo es algo.
—
No se haga la graciosa conmigo, señorita.
—
No lo hago, simplemente tengo un gran talento
resolutivo para situaciones incómodas.
—
Preferirá no empezar con tan mal pie su primer día
aquí, estoy segura. Siéntese
—
Gracias —cuando estoy a mitad de camino me detiene.
—
Espere, mejor vuelva aquí —vuelvo a obedecerla. Cuando
llego, me estiro a propósito, dejando ver hasta el ombligo.
—
¡Señorita, por favor! ¡Tápese!
—
¿Qué pasa? Ni que fuese un convento —me quejo.
—
La advierto que debe traer el uniforme correctamente
—recalca la última palabra con lo que parece un creciente enfado.
—
¿Qué hay de malo en ponérnoslo a nuestra manera?
—protesto.
—
Esto en una institución decente. No sé cómo es fuera,
pero aquí se respetan todas las normas —intenta reponerse con tono serio.
—
Las normas dicen que hay que llevar uniforme; y lo
llevo —replico.
—
¡Basta ya! Fuera de clase —determina.
—
Ya era hora. La ha costado ¿eh? —resulta divertido
provocarla.
—
¡Fuera! —está roja de ira— ¡Tápese, por Dios! —añade al
verme contonearme para enfurecerla aún más.
—
No tengo nada —al instante Moore se levanta y me anuda
su chaqueta a la cintura, aprovecha y toca algo más de lo que debe.
—
Te lo dije —susurra—. Profesora, yo la acompañaré al
aula de castigo —ella asiente y salimos de clase. Parece que él le cae bien o,
lo más probable, sabe quién es su padre y lo que podría hacerla.
—
¿Tú qué eres, su perro? —le acuso en cuanto estamos
fuera.
—
Necesito aprobar economía. Y si es estando contigo,
mejor —me guiña el ojo. Empieza a ser cargante.
—
Es el primer día.
—
Por eso mismo, si la caes bien hoy, es muy posible que
apruebes. Si no…
—
Resumiendo, lo
tengo difícil.
—
Un poco —se ríe—. Nadie se ha atrevido a desafiar a esa
profesora. Jamás.
—
Vaya, parece ser que soy una pionera —también me río.
Cuando no tiene gente alrededor no es tan estúpido—. ¿Me vais a hacer una
estatua o algo?
—
Una fiesta —sugiere—. Este viernes quedamos aquí a las
ocho.
—
¿Lo dices en serio?
—
Yo nunca bromeo sobre una fiesta; te vendría bien
saberlo. Vamos a cenar y luego a divertirnos. ¿No lo has hecho nunca?
—
De otra manera.
—
¿Cómo? —nos paramos ante una puerta con un cristal y
las luces de la habitación apagadas.
—
No sé. Simplemente entramos en un sitio y lo que surja.
—
Lo que surja… —repite disfrutando de las palabras— Eso
suena un poco travieso ¿no?
—
Y volvió el gañán —sonríe ligeramente con mi tono
cansado.
—
No hay nadie —señala la puerta con la cabeza.
—
Pues entonces será mejor que vuelvas. No quieres
suspender —intento librarme de él.
—
Prefiero estar contigo.
—
Va a sonar típico pero, ¿a cuántas le has dicho eso?
—
¿La verdad? He perdido la cuenta.
—
Estúpido —ando por el pasillo y me sigue.
—
Pero eso no significa que funcionase.
—
¿Nunca has oído que la intención es lo que cuenta?
—
Vale, me gustan las mujeres ¿y qué?
—
Yo no digo nada —me quito la culpa.
—
Sí, me has llamado estúpido —me coge la mano para
detenerme—. Al menos dime el por qué.
—
Siempre piensas en lo mismo. Mujeres y dinero. Ya está.
C’est fini.
—
No me conoces.
—
No hace falta. Todos sois iguales. Cuando no puedes
estar con alguien, te vas con otra; y a ella que la den.
—
Pues permíteme decir que el que te haya hecho eso es
completamente idiota.
—
¿Tú qué sabrás de mí? —empleo un tono extrañamente
antipático.
—
Conozco ese tono de voz. Yo nunca te lo haría —me dice
con suavidad.
—
Igual que al resto ¿no? —intento alejarme— Hipócrita.
—
No me insultes. Yo no te he hecho nada —se pone a mi
altura.
—
Déjame.
—
No —me corta el paso.
—
Que te vayas.
—
He dicho que no. Creo que ya he vivido esto antes…
—intenta hacerme reír, pero al ver que sigo seria e intentando irme vuelve a la
carga— ¿Por qué no bajas las defensas un poco y me permites hablar contigo
tranquilamente?
—
Te conozco mejor de lo que crees —le corto—. Cuando
consigas lo que quieres, desaparecerás. Ya no estarás conmigo cuando te
necesite, estarás con otra que se abra de piernas más… —me pone el dedo en los
labios para callarme.
—
Repito que ese tipo es un idiota, no sabía lo que
tenía. Ahora te pido que me dejes estar contigo. Una prueba; sólo amigos, lo
prometo.
—
Tú no sabes lo que significa eso entre sexos
diferentes.
—
Pues serás mi pionera —sonríe— ¿Qué me dices? —acelero
el paso.
No puedo estar
más tiempo cerca de él; tengo que pensar. Llego hasta la puerta sin saber qué
hacer.
—
Invéntate algo ¿quieres? —lanzo su chaqueta y le oigo
decir antes de salir:
—
En media hora tenemos otra clase. Ve a la puerta del
patio y haré que puedas entrar. Normalmente cierran ésta.
Me aseguro que
nadie me ve y entro en el coche. Pongo la capota y abro el ordenador con
cuidado.
Reviso la
pistola, cargada en su sitio y con el seguro: perfecta. Vuelvo a mirar la carpeta
que tengo en el móvil sobre la misión, camuflada bajo el nombre de ‘‘Gatitos’’.
No hay informes sobre los becados, así que empiezo el de Michael Ross en el
ordenador. Poco a poco lo completaré, junto al de los otros que puedan servir y
así recopilar el mayor número de información posible y, si juego bien mis
cartas, podría tenerlos como testigos en el juicio contra Moore. Sé que es
demasiado pronto para pensar en eso, mas me han enseñado que hay que pensar
siempre en positivo.
Me
acerco a la puerta donde Moore me ha dicho que vaya cuando calculo que es la
hora de la segunda clase. La puerta del patio está cerrada, no puedo entrar, me
la ha jugado, sabía que no podía…
—
¿Qué haces ahí?
—
Hacerte caso —se va acercando a paso tranquilo—.
¿Podrías darte prisa?
—
Pensaba que no querías estar aquí.
—
Y así es. Pero tengo que terminar el curso y cuantos
menos problemas mejor.
—
Buena idea —se apoya a mi lado en la parte opuesta de
la valla.
—
¿Se puede saber como vas a conseguir que entre? Esto
está cerrado.
—
Mujer de poca fe… —con un ligero golpe se abre un hueco
por el que puedo pasar agachada.
—
Has usado esto mucho ¿verdad?
—
¿Se nota? —nos reímos— Me debes una.
—
Teniendo en cuenta que no sé tu nombre…no creo.
—
Alex. Ya son dos.
—
¿Sólo eso? ¿Sin hijo de… ni nada de eso?
—
Por ahora no. Aunque tampoco creo me haga falta —sabe
cuidarse las espaldas. Da una serie de toques en otra puerta algo escondida y
nos abren sus amigos. Entramos a un cuarto de escobas; abren la puerta de en
frente y llegamos al pasillo—. Impresionante, lo sé. ¿Adónde vas?
—
A clase —le digo empezando a andar.
—
Tenemos un rato antes de que empiece —me acorrala en
las taquillas.
—
¿A qué viene esto? Aparta —intento zafarme.
—
¿Qué pasa? ¿No se nota? —empieza a tocarme en exceso.
No puedo quitármelo de encima sin hacerlo daño.
—
Por favor Alex, apártate. Así no vas a conseguir nada.
—
Yo consigo todo lo que quiero. ¿Me oyes? Todo —impide
que le aparte cogiéndome con una mano de las muñecas mientras con la otra sigue
igual.
—
Me estás haciendo daño —le advierto—. No me obligues…
—algo repentino me interrumpe.
No lo puedo
creer, un puño ha salido de la nada y le ha golpeado en plena mandíbula,
separándolo bruscamente de mí. Mike tampoco se cree lo que acaba de hacer, pero
en un segundo se pone en posición defensiva, que no le sirve de nada, pues Alex
le responde con otro ataque al mismo lugar.
Ambos comienzan
una pelea en la que, después de varios golpes, salgo de mi ensimismamiento y,
con gran dificultad e ignorando a mi hombro quejándose, consigo separarles.
Juraría que también me he llevado un golpe, pero antes de que alguno de los
tres pueda hablar, un profesor nos lleva a todos con simples pero autoritarios
gestos al aula de castigo donde debería haber estado hasta hace un momento.
—
Antes de nada quiero que me contéis qué ha pasado —por
fin se digna a hablarnos.
—
No es nada, profesor. Sólo se choc… —intento inventarme
algo.
—
Ellos —me corta.
—
Nos chocamos —me da la razón Mike.
—
¿Por eso tenéis golpes y sangráis? ¿Los tres? —no lo
puedo remediar y me llevo la mano bajo la nariz. Tengo un hilo pegajoso que se
para justo antes del labio. El profesor me tiende un pañuelo y me limpio como
puedo.
—
Íbamos corriendo —continúa Alex.
—
¿Y tú?
—
Estaba en medio —me encojo de hombros.
—
Ya… Mirad, sé que es mentira. Es más, sé lo que en realidad
ha pasado. Alex y tú estabais coqueteando, ha llegado el novio celoso y el
resto ya os lo imagináis.
—
No estábamos coqueteando, ni él es mi novio. M…Alex se
estaba pasando y Mike me ha ayudado. Eso es todo.
—
La culpa entonces es suya ¿no? —señala a Moore.
Asiento— Entonces no diré nada. Tú eres nueva y Ross es un buen estudiante, a
ambos os traería problemas. Ahora todos a clase y que no se repita, o por el
contrario me veré obligado a informar. Ah y… Alice, te recomiendo cambiar de
vestuario; me parece demasiado escandaloso para los profesores que hay aquí.
Está más que
claro que Moore aquí, haga lo que haga, es intocable. Siempre encontrarán la
manera de exculparle de todo lo que haga.
Nos echa de la
clase y durante el resto de la semana no vuelvo a hablar con Moore. Le oigo
intentar disculparse cuando nadie nos mira, e incluso me ha dejado notas en la
taquilla y en clase, pero por ahora prefiero hacerlo esperar.
Me junto con
los becados y me entero de bastantes trapos sucios de Moore que no dudo en añadirlos
a los informes. La relación con Mike parece ir viento en popa; es inteligente,
ingenioso, divertido… y pobre. Frank me está comenzando a prohibir el juntarme
con ellos porque no hace nada bueno para mi futuro de la misión; por muy buenas
personas que puedan ser.
También he comenzado a escribir un diario con todo lo que hago y observo
día a día de cara al futuro. Así tendré mi propio testimonio por escrito y me
aseguraré de que no se me olvida nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario