Después
de dos semanas, Frank aún sigue enfadado conmigo. Tan sólo me habla en los
entrenamientos —hemos sustituido los de defensa por los de pistola para no
forzar el hombro herido— lo justo para explicarme cómo se hacen las cosas. Ni
reprimenda por lo que hago mal ni felicitación por lo que hago bien, eso es
todo lo que obtengo: simple indiferencia.
Extrañamente
hemos venido nosotros al hospital, en vez de venir el médico a visitarme, lo
que sería lo más seguro. Concretamente estamos en una consulta donde nos acaban
de guiar para quitarme los puntos.
El médico
entra y sin dirigir la palabra me quito la camiseta y me siento en la camilla,
frente a él. Frank me obliga a valerme por mí misma en estas condiciones, con
el brazo izquierdo inmovilizado por una venda que me rodea también el abdomen.
—
No tiene mala pinta —dice el médico, pensativo, después
de quitarme los vendajes.
—
¿Podré moverlo normalmente?
—
Sí, pero cada cosa a su tiempo. Ahora quiero que hagas
movimientos muy suaves a diario.
—
¿Cuánto tardará en estar al cien por cien? —interviene
Frank.
—
¿Al cien por cien? —el médico reflexiona— Varios meses.
—
¿Cuántos?
—
Tres, cuatro, quizá cinco. Han sido dañados diferentes
tejidos. En realidad no lo sé, depende de la progresión.
—
No tenemos tanto tiempo. Hay que acelerarlo. Por una
bala es un mes, como mucho.
—
Es muy diferente. Una bala es pequeña. Este caso es más
complicado, es una cicatriz diferente, más grande, por lo tanto ha atravesado
más tejido, como acabo de decir. No podemos adelantarlo más, he tenido algunos
casos como este y ninguno se había recuperado tan rápido. Normalmente se
requiere el doble de tiempo; así que quizá, solo quizá, en vez de cinco puedan
ser cuatro. Pero la seguirá doliendo durante una temporada. Como las heridas de
guerra, se podría decir.
Coge unas
tijeras bastante largas y, con los guantes puestos, me quita los puntos.
Después limpia la herida y me coloca un apósito que me cubre algo más de la
cicatriz. Me siento más ligera y cómoda que antes para vestirme de nuevo.
Salimos de la consulta y Frank me lleva por los pasillos hasta otra sala
muchísimo más grande.
Es horrible,
no solo porque esté llena de camillas y máquinas o porque se respire un fuerte
olor a productos químicos como lejía (seguramente para ocultar el olor a
muerte, aunque sigue presente), sino porque sobre las camillas hay niños desde
los tres a los quince años, aproximadamente.
Me acerco a
una niña pequeña de unos cinco, que se esconde bajo las sábanas. Leo su
historial por encima: Quemaduras de tercer grado en el 67% de su cuerpo.
—
Su padre intentó quemarla con sus hermanos —una
enfermera que se acerca me explica lo que pasó—. No habla con nadie. Sigue
aterrorizada.
—
¿Su padre? —digo sin poder creérmelo. Mi padre ha hecho
cosas malas, pero ¿intentar matarme? Eso es demasiado.
—
Sí —añade con pena—, cumple condena, pero por más que la
explicamos que no puede hacerla daño, no entra en razón.
—
Es una niña —la rebato— ¿No tiene más familia?
—
No hemos podido identificarla, su madre murió
protegiéndoles — habla después de negar.
—
Tragedia en todos los sentidos —comento—. ¿Cuánto
tiempo lleva aquí?
—
Un par de meses. Nosotros la llamamos Jane.
—
Jane Doe —murmuro.
—
Exacto.
Me acerco más
a la cama y hablo al bulto bajo la sábana. Sé que Frank sigue mis movimientos y
me vigila, al igual que la enfermera.
—
Hola —no obtengo respuesta y dulcifico la voz—. Yo me
llamo Alice. ¿Tú te llamas Jane? —la sábana se baja lo justo para verla los
ojos verdes, el pelo creciente rubio y la frente enrojecida. Niega con la
cabeza— ¿Te acuerdas de tu nombre? —se queda quieta— Bueno, no pasa nada.
Tienes unos ojos preciosos, ¿te lo habían dicho? Ojala yo los tuviera así —me mira fijamente—.
Esto es un poco aburrido ¿no crees? No puedo hablar con nadie, dicen que soy
muy pequeña para entenderles, que no pienso las cosas —hago una pequeña pausa—.
¿Pues sabes que te digo? Que así es más diver. Si tuviéramos que pensar todo
sería un lío. Ahora tengo que respirar, ahora comer, ahora jugar… Bueno, eso
último no me importa —me río ligeramente y ella baja la sábana para hacer lo
mismo—. ¡Vaya! ¡Si también tienes una sonrisa increíble! Creo que me voy a ir,
porque todos se van a fijar en lo guapa que eres y yo te estropearía al lado
—me levanto pero una manita me agarra la mano y tira de mí. Se le notan las
quemaduras, al igual que en las mejillas—. ¿Me quedo? —asiente— Vale, pero me
tienes que decir cómo te llamas. Todas las princesas tienen nombre —abre la
boca pero no dice nada.
La sigo
hablando de lo primero que se me viene a la cabeza y me siento en la silla de
al lado. Al rato se sienta en mi regazo y se apoya en mi pecho; me duele el
hombro, pero no me importa. Cada vez sonríe más e incluso se ríe. Con esta
pequeña el mundo se detiene por segundos, minutos, horas…no sé cuánto llevo
aquí. Y ocurre el milagro.
—
Y llegó la policía de los cuentos y…
—
Lily —apenas la oigo—. Lily —repite más alto para que
esta vez sí pueda oírla.
He conseguido
que hable, no me lo puedo creer.
—
¿Te…te llamas así? —dice que sí con la cabeza— Pues es
el nombre más bonito del mundo ¿sabes por qué?
—
No —susurra.
—
Porque es el tuyo —me sonríe y me da un beso en la
mejilla. La enfermera sale corriendo—. ¿Te sabes el apellido?
—
S…Sullivan —dice con dificultad. Esta vez soy yo la que
sonríe como una niña.
—
Bien hecho —Frank me dice sin sonido y agacha la cabeza
en señal de aprobación.
Entonces,
empieza una labor de investigación, deficiente, en mi opinión, porque no
encuentran ningún tipo de parientes. A partir de aquí compagino mi labor, con
venir todas las noches. Me quedo con ella hasta que se duerme en mis brazos
cansados tras un duro día de trabajo y entrenamiento. Consigo el carnet de
coche y puedo coger el de Anne para venir al hospital, donde no sólo estoy con
Lily, sino también con todos los otros niños. Cada uno con una historia
diferente, desde una simple caída desafortunada hasta un largo historial de
maltratos. En estos siguientes tres meses se murieron siete niños, otros diez
entraron, de los cuales aún no han salido otros seis; en total, 19 niños
enfermos que no volveré a ver por una razón u otra. Intento no pensarlo, pero
cuando veo cómo se vacían y llenan de nuevo las camas me destroza el corazón.
Lily está mucho mejor, va a ver al psicólogo un par de veces por semana. He
aceptado hacerme cargo de ella, como una hermana, en lo que respecta a las
decisiones. A Frank le parece bien y muy maduro, pero incómodo. Respecto a
Anne, dice que es precioso, pero algún día tendré que irme y dejarla. No
sabemos como reaccionaremos ninguna de las dos.
En el hospital
me han comunicado que en un tiempo no podrán seguir haciéndose cargo de mi
hermanita. Sería demasiado costoso para el estado, pudiendo estar en una casa
de acogida. Me niego en rotundo a que nos separen, he pasado demasiadas noches
en vela para esto. Me han dado un presupuesto de cuanto costaría mantenerla en
el hospital, pero no puedo hacerme cargo de ningún modo. He pensado adoptarla,
pero el FBI no puede intervenir para que esté conmigo durante la misión y nunca
se la darían a mis padres. Hay demasiadas condiciones y, aunque yo esté fuera,
no podrían hacerse cargo; y menos cuando vuelva a casa.
Mi cumpleaños,
el 9 de junio, pasa desapercibido. Normalmente, habríamos salido a celebrarlo
con alcohol del malo y a armar jaleo por el barrio, pero este año se ha
limitado en un simple mensaje de mis padres y mi hermano al móvil —no tienen
permitido llamarme— y en una cena con mis otros ‘’padres’’ en un restaurante
cercano. Nada de regalos, nada de fiesta, nada de simpatía extra…nada especial.
El día de
antes de irme a pasar otro fin de semana a Nueva York, mi casa, dejo una
sencilla nota a Lily para decirla que no podré verla de seguido. No sería capaz
de decírselo a la cara. He pasado muchas noches con ella, sin dormir.
Algunas veces
el hombro se resiente, y una de ésas es ahora. Me cuesta sostenerla sin que se
caiga, así que la dejo en la cama con toda la delicadeza que puedo.
Volver de
nuevo a casa no es tan emotivo como la última vez: parece que mis padres
empiezan a acostumbrarse a estar sin mí, aunque no puedo culparles, yo estoy
haciendo lo mismo. Así que, después de pasar un sábado aburrido e incómodo, sin
parar de pensar en lo que haré en los próximos días —oficialmente, el
entrenamiento terminó y tengo que empezar la verdadera misión—, el domingo voy
a la cueva a comunicar mi decisión al grupo de no volver a verlos
(principalmente por su seguridad, pues tengo bastante miedo a pesar de que no
me guste reconocerlo) y terminar el asunto pendiente con PJ.
Al llegar, todos
me reciben con mayor efusividad y emoción que la vez anterior; noto la ausencia
de quien en realidad estoy buscando. Me preguntan cuánto me quedaré y, al
comunicarles que me voy esa misma noche me abrazan y me cuentan lo mucho que me
echarán de menos. No se por qué estar allí ya no me reconforta como antes. Les
sonrío vagamente, charlo un poco con los de siempre y subo a ‘’su’’ habitación;
quizá esté allí. Observo que está cerrada con una cerradura que antes no
existía. La fuerzo y entro, sintiéndome una intrusa. Esta habitación lleva
descuidada bastante tiempo en relación con antes: la pintura del lobo que tanto
me fascinaba está recubierta en su mayor parte por una salpicadura de pintura
negra. El suelo también está manchado de la misma manera, con un bote a medio
derramar. Aunque se limpiase a conciencia seguiría de la misma manera. La otra
pared está manchada con manos, puños y pisadas; como si alguien se hubiera
peleado contra ella. Incluso en algunos puntos deja ver algo de sangre mezclada
con el negro casi inexistente tras los golpes. Me acerco a donde antes se podía
ver un imponente lobo blanco con grandes ojos azules iguales a los míos.
Acaricio la superficie con la yema de los dedos. Borrando mentalmente la
mancha, apoyo la cabeza contra el muro y pregunto a la sombra que aparece en la
puerta:
—
¿Qué ha pasado? Esto era… pero ahora… —no encuentro las
palabras adecuadas.
—
Cuando te fuiste se volvió loco. Incluso nos provocaba
para pegarle.
—
¿Por qué? No lo entiendo.
—
Se sentía culpable, supongo. No te dijo lo que pensaba
y creía que no volvería a verte.
—
Pero le dije que lo llamaría. Que volvería en un
tiempo.
—
Lo sé.
—
¿Te lo dijo?
—
No. Se negaba a hablar del tema, y menos cuando
apareció…
—
Vale, captado —Hood me rodea los hombros.
—
Dejémoslo en que os conozco. Igual que cuando os vi
hablar a Jess y a ti sabía que harías una locura —sonrío débilmente—. ¿Qué tal
va? —señala el hombro.
—
A veces me duele. Sobretodo cuando hay cambios. Estoy
empezando a pensar que tiene vida propia —consigo sacarle una sonrisa y me besa
en la sien.
En ese espacio
de tiempo oigo ruidos en la habitación de al lado y me pongo alerta. Esta vez
sí llevo el revólver. Si es un intruso lo lamentará, o por lo menos se llevará
un susto. Repaso mentalmente las balas que tengo: cinco.
—
¿Qué pasa? —escucho los ruidos que continúan— Baby —Hood
insiste en llamar mi atención.
—
Espera aquí.
Salgo de la
habitación y cojo la pistola. Quito el seguro y me la engancho en el pantalón,
tapándola con la mano.
—
No Baby, no entres…ahí —completa la frase cuando ya es
demasiado tarde.
No me hacen
falta más de dos segundos para que la imagen se implante en mi memoria y no me
abandone, seguramente, en lo que me queda de vida. Tampoco me hace falta ver
sus caras; con el pelo de ella, zanahoria y rizado, y la espalda de él, me es
más que suficiente.
Cierro con un
portazo e intento huir, pero Hood me agarra del brazo y me caigo en uno de los
primeros escalones. «Contrólate» me repito una y otra vez, pero algunas
lágrimas se escapan por las mejillas. Rechazo el abrazo de Hood, no he debido
hacerlo, lo sé. Él solo quiere ayudar, pero es demasiado. Definitivamente esto
es mi pasado, y ahora debo centrarme en el presente y el futuro. Cada cual más
incierto y, posiblemente el segundo, inexistente. Todo depende de cómo juegue
mis cartas.
Un grito de
reproche me saca de mis pensamientos.
—
¿Se puede saber quién ha entrado? Os he dicho mil veces
que no lo hagáis. Como le pille se va a enterar. ¿Has sido tú Hood? —le dirige
una furiosa mirada.
Se aparta
dejándome a la vista. Desentierro el rostro de entre las manos y levanto la
cabeza. Tan sólo está cubierto con una sábana a partir de la cintura.
—
¿Baby? —le aguanto la mirada un instante y bajo las
escaleras sin decir nada.
Me siento en
el sofá y me recuesto en el hombro de Bells sin hacer caso de las náuseas. Jess
me ha dicho que últimamente las cosas no van bien entre ellos dos. Sin darme
cuenta él me acaricia el abdomen poco a poco. No me retiro; es agradable.
Después de un tiempo que no sé concretar, PJ aparece por las escaleras, ya
vestido, con Amber tras él. No me parece justo. Me levanto, aparto las cosas de
mi lado y me siento en el regazo de Bells, frente a frente y me armo de coraje
antes de besarle con toda la pasión que consigo reunir. Absurdamente, con el
enfado y la decepción, me parece una buena idea.
Siento un nudo
en el estómago cuando él mete las manos por mi camiseta y empieza a tocarme la
espalda y el vientre. Ignoro lo que dice el resto y, tras un repulsivo rato,
algo tira de mi brazo con brusquedad y me lleva hasta lo que sería la cocina;
me lanza contra la encimera después de cerrar con un portazo. Evito el golpe en
el último momento.
—
¿Se puede saber qué estás haciendo? —grita rojo de
rabia.
—
Lo mismo que tú con Amber —le respondo de igual manera.
—
No es lo mismo.
—
Porque tú lo digas. ¿Tú puedes estar con quien quieras
y yo no? ¿Tú puedes hacerme daño y yo a ti no? —me arrepiento al momento de
decirlo y bajo la cabeza.
—
Así que es eso… —murmura—. Piensas que lo he hecho todo
por hacerte daño.
—
No todo. Pero te has pasado. Es culpa tuya. Si hubieses
sido sincero, ahora estaríamos bien —empiezo a gritar de nuevo para desahogarme.
—
Respóndeme. ¿Te habrías acostado con él solo para
herirme? —me agarra otra vez del brazo con fuerza.
—
Mil veces —le miento.
—
¿Lo has hecho? —sé que le duele, pero aun así sigo haciéndolo.
—
¿A ti qué te importa? —cuando llego a la mitad del
salón me vuelve a agarrar.
—
¿Con quién fue?
—
He dicho que no te importa.
—
Sí me importa —insiste.
—
¿Por qué? Atrévete —abre la boca pero no dice nada—.
Cobarde —me giro un instante—. ¿Quieres saber con quién fue? ¿De verdad? Pues te
lo contaré. No tengo ni idea; me invitó a un par de copas y lo hicimos en el
baño. Y no, no estaba borracha. No he vuelto a saber de él; igual que no quiero
saber más de ti. Ése sólo fue el primero. Quedaos la chaqueta, quemadla si
queréis. Por mí como si se la dais a la puta barata esa. Que nadie me siga
—añado al salir.
Vuelvo
directamente a casa y me encierro el
resto del tiempo en mi habitación, sin importarme el resto del mundo; simplemente
yo y mis pensamientos cada vez más macabros.
Tiro el arma
al escritorio y me tumbo boca abajo en la cama para que no se noten tanto las
lágrimas. En realidad creo que esto era necesario: un giro de la situación tan
brusco. Me ayuda a comprender y superar que PJ y yo nunca seremos felices
juntos. Durante un tiempo intenté desafiar al destino, pero está claro que él
siempre gana; aunque tenga que jugar sucio.
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