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martes, 6 de agosto de 2013

Parte 1. Prólogo


PrólogoNunca olvidaría el tiempo que pasó junto a ella. Sabía que era más joven que él —había empezado el colegio dos años más tarde de lo normal por el trabajo de su padre— y aun así creía que no volvería a sentir tan fuerte.

Ella, con tan sólo quince años, le enseñó el mundo y le dio una razón por la que vivir. A pesar de llevar toda la vida en el mismo colegio, no terminaba de encajar. Era un chico retraído, solitario y poco sociable. Algunos le temían por culpa de su progenitor y otros le envidiaban, pues podía tener la chica que quisiera con su actitud misteriosa, para él natural, y su físico —alto, moreno de piel, pelo negro y una marcada sonrisa que empezó  aparecer cuando se conocieron. Todo esto rematado por unos grandes ojos azules como el mar Caribe—; de todas formas, sólo una consiguió que se abriera al resto de la gente y que descubriera que los finales felices podían existir realmente. En esto se equivocaba: como descubrió un tiempo después, las verdaderas historias nunca tienen un final. Siempre quedará algo que, aunque pienses que se ha acabado, hará que revivas todos esos recuerdos y la historia seguirá sin que puedas evitarlo.

Ella era extrovertida y divertida. Él aprendió a ser igual y a contentarla hasta que se convirtió en amor, más sincero de lo creíble, incluso. Él intentó evitarlo, la agarró con fuerza para que siguiese siendo suya, no obstante, fue precisamente eso lo que los separó. Se implicó en el negocio de su novio; se dejó llevar por los lujos y el poder; y cuando quiso salir, fue demasiado tarde. Él, sin saber por qué, se quedó solo de una día para otro. Ella, sin entender nada, desapareció de repente.

La buscó durante días, meses; pero, al final, su padre le hizo entender que todo en la vida viene y va, que lo mejor es utilizar a las personas el tiempo necesario para obtener lo que quieres de ellas y no implicarse, pues el amor está sobrevalorado: proporciona unas semanas de felicidad a cambio de una eternidad de sufrimiento.

Él hizo de las palabras que, egoístamente, su padre le confió una religión. En los siguientes años, pasó a ser respetado en el instituto y, sobre todo, admirado. Se aprovechaba de todas las chicas que tuviera ocasión de cortejar y, teniendo en cuenta su actitud chulesca, su físico de dios griego y su labia, eran bastantes. Se especializó en todo tipo de mujeres: altas, bajas, tímidas, descaradas, adultas, adolescentes, extranjeras que buscaban un guía y se llevaban una noche loca y una mañana de desilusión al comprobar que su príncipe azul se había convertido en sapo y había saltado por la ventana…

Sin embargo, toda la experiencia de los tres años de absoluto libertinaje y, por supuesto, todas las clases de excesos, no le sirvieron de nada cuando el amor volvió a llamar a su puerta. Tras conocerla, se quedó tan impresionado y confuso a la vez, que no pudo evitar buscarla y mover los hilos necesarios para estar en la misma clase que ella, una vez averiguado el curso que estudiaría y tener la tremenda suerte de ser el mismo que el suyo, ya que sabía de adelanto que iba a incorporarse al mismo instituto que él.

Y es que no podía evitar recordar a su primer amor, Sarah, cada vez que pensaba en el encuentro con la chica nueva, pues eran realmente parecidas: ambas rubias, un tanto descaradas y con un brillo de vida y misterio en sus ojos azules que pararía el corazón a cualquier chico de la misma manera que le había ocurrido a él.
Pero hay algo de lo que estaba seguro, ninguna era como el resto de chicas y debería esforzarse al máximo para poder conseguirlas. No permitiría que Alice se le escapara.

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