Nunca
olvidaría el tiempo que pasó junto a ella. Sabía que era más joven que él
—había empezado el colegio dos años más tarde de lo normal por el trabajo de su
padre— y aun así creía que no volvería a sentir tan fuerte.
Ella, con tan sólo quince años,
le enseñó el mundo y le dio una razón por la que vivir. A pesar de llevar toda
la vida en el mismo colegio, no terminaba de encajar. Era un chico retraído,
solitario y poco sociable. Algunos le temían por culpa de su progenitor y otros
le envidiaban, pues podía tener la chica que quisiera con su actitud
misteriosa, para él natural, y su físico —alto, moreno de piel, pelo negro y
una marcada sonrisa que empezó aparecer
cuando se conocieron. Todo esto rematado por unos grandes ojos azules como el
mar Caribe—; de todas formas, sólo una consiguió que se abriera al resto de la
gente y que descubriera que los finales felices podían existir realmente. En
esto se equivocaba: como descubrió un tiempo después, las verdaderas historias
nunca tienen un final. Siempre quedará algo que, aunque pienses que se ha
acabado, hará que revivas todos esos recuerdos y la historia seguirá sin que
puedas evitarlo.
Ella era extrovertida y
divertida. Él aprendió a ser igual y a contentarla hasta que se convirtió en
amor, más sincero de lo creíble, incluso. Él intentó evitarlo, la agarró con
fuerza para que siguiese siendo suya, no obstante, fue precisamente eso lo que
los separó. Se implicó en el negocio de su novio; se dejó llevar por los lujos
y el poder; y cuando quiso salir, fue demasiado tarde. Él, sin saber por qué,
se quedó solo de una día para otro. Ella, sin entender nada, desapareció de
repente.
La buscó durante días, meses;
pero, al final, su padre le hizo entender que todo en la vida viene y va, que
lo mejor es utilizar a las personas el tiempo necesario para obtener lo que
quieres de ellas y no implicarse, pues el amor está sobrevalorado: proporciona
unas semanas de felicidad a cambio de una eternidad de sufrimiento.
Él hizo de las palabras que,
egoístamente, su padre le confió una religión. En los siguientes años, pasó a
ser respetado en el instituto y, sobre todo, admirado. Se aprovechaba de todas
las chicas que tuviera ocasión de cortejar y, teniendo en cuenta su actitud
chulesca, su físico de dios griego y su labia, eran bastantes. Se especializó
en todo tipo de mujeres: altas, bajas, tímidas, descaradas, adultas,
adolescentes, extranjeras que buscaban un guía y se llevaban una noche loca y
una mañana de desilusión al comprobar que su príncipe azul se había convertido
en sapo y había saltado por la ventana…
Sin embargo, toda la experiencia
de los tres años de absoluto libertinaje y, por supuesto, todas las clases de
excesos, no le sirvieron de nada cuando el amor volvió a llamar a su puerta.
Tras conocerla, se quedó tan impresionado y confuso a la vez, que no pudo
evitar buscarla y mover los hilos necesarios para estar en la misma clase que
ella, una vez averiguado el curso que estudiaría y tener la tremenda suerte de
ser el mismo que el suyo, ya que sabía de adelanto que iba a incorporarse al
mismo instituto que él.
Y es que no podía evitar recordar
a su primer amor, Sarah, cada vez que pensaba en el encuentro con la chica
nueva, pues eran realmente parecidas: ambas rubias, un tanto descaradas y con
un brillo de vida y misterio en sus ojos azules que pararía el corazón a
cualquier chico de la misma manera que le había ocurrido a él.
Pero hay algo de lo que estaba seguro, ninguna era como el resto de
chicas y debería esforzarse al máximo para poder conseguirlas. No permitiría
que Alice se le escapara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario